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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 93

La madurez: el proceso de la madurez

(2)

  Antes de ver más detenidamente la disciplina que recibió Jacob en Hebrón, debemos recalcar la diferencia que existe entre la transformación y la madurez. La última etapa de la transformación es la madurez. La madurez denota plenitud de vida. Cuando alguien es maduro, no tiene ninguna carencia de vida. Cuanto más vida tenemos, más maduros somos. Un niño obviamente no es maduro, pero un hombre adulto sí lo es. Un ser humano maduro posee una vida que ha llegado a su plenitud.

  La transformación es un cambio metabólico en vida. Por tanto, la transformación no es un asunto de plenitud, sino de cambio. Las plantas no necesitan transformación, porque son simplemente plantas. Pero nosotros, los hijos de Dios, necesitamos transformación. Podemos alcanzar la madurez solamente pasando por la transformación. Tenemos una vida natural, pero esta vida no sirve para la economía de Dios. Aunque nuestra vida natural no necesita ser reemplazada, sí necesita ser transformada metabólicamente. No sólo debemos tener un cambio en apariencia, sino también en naturaleza. Aunque nuestra vida humana es necesaria para la economía de Dios, no debe seguir siendo una vida humana natural; debe ser una vida humana cuya naturaleza haya sido transformada para que la vida divina se mezcle con la vida humana transformada y se haga uno con ella. Este es un asunto profundo.

  En el Nuevo Testamento hay por lo menos dos versículos que revelan la transformación. Leemos en Romanos 12:2: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. La palabra griega traducida “transformaos” en este versículo aparece también en 2 Corintios 3:18, versículo que, según el griego, se traduce: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. “Transformar” en estos versículos indica que en nuestra vida cristiana necesitamos un cambio metabólico. No necesitamos una enmienda externa ni una modificación, sino un cambio interno en naturaleza y en vida.

  Este cambio metabólico empieza en la regeneración. Cuando fuimos salvos, no sólo fuimos justificados y nuestros pecados fueron perdonados, sino que también fuimos regenerados. En la regeneración, una nueva vida, la vida divina, fue puesta en nuestro espíritu. Desde nuestra regeneración, esta vida ha venido transformando nuestra vida natural. Al cambiar nuestra vida natural, la vida divina imparte más y más de sí en nuestro ser. Por lo tanto, la transformación es el cambio de nuestra vida natural. Cuando este cambio alcanza la plenitud, llega el tiempo de la madurez. Lo repito: la última etapa de la transformación es la madurez. La madurez no es un asunto de que nosotros experimentemos un cambio, sino de que la vida divina sea impartida continuamente en nosotros hasta que lleguemos a su plenitud.

  Apliquemos ahora este punto a Jacob. Jacob pasó por muchos cambios entre los capítulos veinticinco y treinta y siete, pero no vemos más cambios en él a partir del capítulo treinta y siete. En el capítulo veinticinco, Jacob era un suplantador, alguien que tomaba por el calcañar. Los capítulos del veintiséis al treinta y seis abarcan un período de unos veinticinco años, y describen la manera en que Jacob cambió. Todo lo que le sucedió durante estos años, obró para su transformación. Cuando, en el capítulo treinta y siete, Jacob perdió a José, su hijo amado, él era una persona muy distinta a la que vemos en el capítulo veintisiete. En un sentido espiritual, el Jacob del capítulo veintisiete tenía varias manos que usaba para tomar todo lo que quería. El tomó lo que pertenecía a su padre, a Esaú y, más adelante, a Labán. Sin embargo, en el capítulo treinta y siete, Jacob ni siquiera usó sus dos manos. El Jacob de este capítulo parece no tener ninguna capacidad ni habilidad; por el contrario, parece incapaz de actuar. Esto indica que había cambiado totalmente. Desde el capítulo treinta y siete hasta el final del libro, no vemos más cambio en este hombre. En estos capítulos vemos una persona que fue no sólo cambiada, sino también llena de vida. En el capítulo treinta y siete, no vemos ni cambio ni plenitud de vida. El cambio se produjo antes de este capítulo, y la plenitud de vida se alcanzó después.

  Quisiera pedirles que leyeran nuevamente los capítulos veintisiete, treinta y siete y cuarenta y siete. En el capítulo veintisiete vemos a un suplantador. El tenía muchas manos; podía hacer todo, y nadie podía vencerlo. Todo aquel que se relacionaba con Jacob, perdía, como le ocurrió a su padre, a su hermano y a su tío. Por el contrario, Jacob siempre salía ganando. El sacó ganancias de su hermano, su padre y su tío. Incluso obtuvo ganancias de Raquel, Lea y las dos siervas de éstas. Pero cuando murió Raquel, Jacob empezó a sufrir pérdidas. Pero aun esta pérdida produjo una ganancia, Benjamín. En el capítulo treinta y siete, Jacob experimentó otra pérdida: la pérdida de José. En dicho capítulo, Jacob no obtuvo nada. Desde entonces, Jacob perdió cada vez más cosas. Finalmente, en el capítulo cuarenta y siete, él ganó la plenitud de la vida. La plenitud de la vida es la bendición, la cual es la sobreabundancia de la vida. Cuando estemos llenos y rebosemos de vida, esta vida desbordará y entrará en los demás. Esta superabundancia es la bendición. Así que en el capítulo veintisiete vemos a un suplantador; en el treinta y siete, a un hombre transformado, y en el cuarenta y siete, a una persona madura. La transformación de Jacob empezó cuando Dios lo tocó (32:25), y continuó hasta el capítulo treinta y siete, donde el proceso de transformación fue relativamente completo. Pero en este capítulo, Jacob todavía no tenía madurez, es decir, no tenía plenitud de vida. Para obtenerla, él tenía que experimentar la disciplina de la última etapa, la disciplina de Hebrón.

  Examinemos ahora cómo Jacob, una persona transformada, podía estar lleno de vida. Los seres humanos son vasijas. Sin embargo, a diferencia de las jarras y las botellas, no somos vasijas insensibles, sin juicio propio ni voluntad. Si usted desea llenar una botella de cierto líquido, la botella no tiene ninguna opinión ni sentir al respecto. No se necesita tener el consentimiento de la botella para llenarla. Sin embargo, es difícil verter algo dentro de nosotros, las vasijas vivientes, porque estamos llenos de opiniones, deseos e intenciones. Los padres saben lo difícil que es dar una medicina a los hijos. Del mismo modo, no le resulta fácil a Dios depositar Su vida en nosotros.

  Quisiera hacer notar un asunto escondido en este libro. El primer golpe que recibió Jacob en la última etapa fue la pérdida de José. José tenía diecisiete años de edad cuando fue vendido (Gn. 37:2), y tenía treinta años cuando se presentó delante del faraón (Gn. 41:46). Después de eso, hubo siete años de abundancia. Probablemente uno o dos años más tarde Jacob mandó a sus hijos a Egipto para comprar grano. Por consiguiente, desde que José fue vendido hasta que Jacob envió sus hijos a Egipto, transcurrió un período de por lo menos veinte años. La Biblia no nos relata lo que hizo Jacob durante estos años. Solamente narra lo que José experimentó. En cuanto al relato de Jacob, este período de veinte años fue un tiempo de silencio.

  ¿Qué piensa usted que hizo Jacob durante ese tiempo? Si usted hubiese estado en el lugar de Jacob, ¿que habría hecho? He pensado mucho en esto, y creo haber descubierto algo. Durante estos años, Jacob no tenía nada que hacer; no le faltaba nada ni ambicionaba nada. Jacob se interesaba solamente por Raquel, y no por Lea ni por las dos siervas. Después de la muerte de Raquel, el corazón de Jacob se apegó a José, quien le fue quitado más o menos un año después. Después de que José le fue quitado, no le quedó prácticamente nada. Por consiguiente, durante estos años de silencio, Jacob fue una persona sin ninguna ambición, ni interés ni actividad. Este debe de haber sido el tiempo en que Dios se impartió en Jacob más y más. ¡Cuán diferentes fueron estos veinte años de los veinte años que estuvo con Labán! Durante los veinte años con Labán (Gn. 31:41), Jacob luchó contra éste y estuvo preocupado por el trato que tenía que dar a Raquel, a Lea, a las siervas, y a todos sus hijos. Pero en los veinte años en Hebrón, Jacob fue liberado de todo cautiverio y ocupación. El no sólo estaba jubilado, sino también libre.

  Lo único que no le podían quitar a Jacob era la presencia de Dios. En Hebrón Jacob vivía continuamente en comunión con Dios. La pérdida de José convirtió a Jacob en una jarra totalmente abierta a Dios. La presencia de José pudo haber sido un obstáculo para su apertura hacia Dios. Pero ahora Jacob, después de perder a José, estaba libre de todo estorbo, y completamente abierto al Señor. Indudablemente, Jacob pensaba en José todos los días. El había llegado a la conclusión de que José había sido devorado por una fiera, pero no tuvo confirmación de ello. Por tanto, Jacob pudo haber pensado que quizá volvería a verlo. Esto oprimió a Jacob, lo empujó hacia Dios y lo abrió a El. Cuanto más pensaba en José, más se abría. En todos esos años, Jacob era una jarra abierta a los cielos, y la lluvia celestial caía continuamente en él. En este período, Jacob estaba todos los días en la presencia de Dios, llenándose de la vida divina.

(2) Jacob fue afectado por el hambre

  De repente, y sin que Jacob pudiera hacer nada al respecto, lo afectó el hambre, pues “había hambre en la tierra de Canaán” (42:5). Dios usó esta hambre para quebrantar a Jacob y exaltar a José. Vimos que en los veinte años que separan la pérdida de José, del hambre, Jacob no tenía nada que hacer. Probablemente pensaba que su vida estaba acabada y esperaba unirse a los que lo habían precedido, es decir, morir. Jamás pensó que iría a Egipto a tener un nuevo comienzo. Por supuesto, él nunca consideró que José le esperaba allí. Quizá haya pensado: “¿Qué me puede suceder de nuevo? Soy viejo, he tenido cuatro esposas, y tengo muchos hijos y nietos. Ya concluí mi vida”. Pero mientras consideraba eso, la mano de Dios cayó repentinamente sobre él, y fue azotado por el hambre. ¡Qué golpe debe de haber sido para todo el ser de Jacob experimentar esta severa hambre! Antes del hambre, él estaba en paz, pues no le faltaba nada. Pero de repente no se halló alimento. El, como cabeza de esa numerosa familia, ciertamente estaba preocupado por lo que debía hacer en medio de aquella hambre. Dios usó eso para presionar a Jacob.

  Dios también usó esta hambre para exaltar a José. Para José, el hambre fue algo importante. Si no hubiera venido el hambre después de los siete años de abundancia, el faraón le habría dicho a José: “José, me has engañado al interpretar mi sueño. Después de los siete años de abundancia, no vino el hambre”. Pero el hambre sí vino, y eso puso en evidencia el poder y la autoridad de José. Los siete años de abundancia fueron un cumplimiento parcial del sueño que tuvo el faraón, pero la interpretación de José de este sueño no se había confirmado completamente. El faraón probablemente esperaba ver lo que sucedería después de los siete años de abundancia. Si el hambre no hubiese llegado, él quizá habría ejecutado a José. Por lo tanto, José necesitaba los siete años de hambre para ser exaltado. Aquella hambre fue la gloria de José. Dios la usó para coronarlo. El reino de José tipificaba el milenio, el reino celestial de Dios sobre la tierra.

(3) Jacob se vio obligado a mandar a sus hijos a Egipto para que compraran trigo

  Debido al hambre, Jacob se vio obligado a mandar a diez de sus hijos a Egipto para que compraran trigo (Gn. 42:1-3). El había perdido a José, y ahora tenía que enviar a diez de los once hijos que le quedaban. Antiguamente, el viaje de Hebrón a Egipto era muy largo; se necesitaba aproximadamente de ocho a diez días para recorrer esa distancia. Después de la partida de los diez hijos para Egipto, sólo Benjamín, el menor, que tenía poco más de veinte años de edad, permaneció con Jacob. Los diez hijos deben de haber estado lejos de Jacob aproximadamente un mes. Este período requirió un gran esfuerzo para este hombre de edad. El quizá haya pensado: “Ahora mis diez hijos se han ido. Me pregunto lo que les va a suceder. ¿Volverán sanos? ¿Podrán comprar comida y traerla?”. ¡Qué esfuerzo más grande debe de haber sido éste para Jacob! Este golpe no tenía como fin la transformación de Jacob, sino su madurez. Dios lo usó para llenar a Jacob del elemento mismo de la vida divina.

(4) El segundo hijo de Jacob, Simeón, es detenido en Egipto

  Cuando los hijos de Jacob volvieron de Egipto con el trigo, Jacob se enteró de que Simeón había sido detenido en Egipto (Gn. 42:24-36). Eso también fue un sufrimiento y un esfuerzo para él. Cuando examinemos nuevamente estos capítulos teniendo en cuenta a José, el aspecto del reino, veremos lo sabio que fue éste. El no guardó el dinero, sino que lo puso en los sacos de trigo (Gn. 42:25). Cuando uno de ellos descubrió que su dinero estaba en la boca de su costal, lo dijo a sus hermanos, “entonces se les sobresaltó el corazón, y espantados dijeron el uno al otro: ¿Qué es esto que nos ha hecho Dios?” (Gn. 42:28). Cuando volvieron a casa y descubrieron que en el saco de cada uno estaba su dinero, todos ellos, incluyendo a Jacob, tuvieron temor (Gn. 42:35). Jacob parecía decir: “¿Qué es eso? Uno de mis hijos ha sido detenido, y ustedes trajeron el grano, pero el dinero vino en los costales. Si se nos acaba este grano y el hambre perdura, ¿qué haremos? Tendremos que regresar a Egipto a comprar más grano. ¿Pero qué haremos con este dinero?”. Jacob también se enteró de la dolorosa noticia de que Benjamín tenía que ir a Egipto. Después de oír eso, dijo: “Me habéis privado de mis hijos; José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis; contra mí son todas estas cosas” (Gn. 42:36). Rubén prometió regresar con Benjamín, pero Jacob no lo escuchó, sino que les dijo: “No descenderá mi hijo con vosotros, pues su hermano ha muerto, y él solo ha quedado” (Gn. 42:38).

(5) El hambre se agravó

  Leemos en Génesis 43:1 y 2: “El hambre era grande en la tierra; y aconteció que cuando acabaron de comer el trigo que trajeron de Egipto, les dijo su padre: Volved, y comprar para nosotros un poco de alimento”. Entonces, Judá le recordó a Jacob que para comprar más alimentos en Egipto, tenían que llevar consigo a Benjamín. Así que, debido al hambre tan severa, Jacob se vio obligado a mandar a su hijo menor con sus hermanos a Egipto para comprar trigo (Gn. 42:4, 36; 43:1-15). ¡Qué doloroso debe de haber sido esto para Jacob! Dios estaba vaciando esta jarra, despojándola de todo. Después de que Benjamín se fue con sus hermanos a Egipto, Jacob quedó solo sin ninguno de sus hijos. José le había sido quitado, Simeón estaba detenido en Egipto, y ahora todos los demás también descendían a Egipto. Quizá Jacob haya pensado aquella noche: “¿Qué me queda? Mis doce hijos se han ido, y no sé qué les sucederá. En el primer viaje, uno de ellos fue detenido. No me imagino cuántos serán detenidos esta vez”. Esto le produjo un gran dolor a Jacob, pero el punto principal de este pasaje no es los sufrimientos, sino el hecho de que Dios lo estaba vaciando. Dios quitó todo lo que lo llenaba anteriormente, y ahora Jacob estaba totalmente vacío. Sin embargo, como veremos luego, el día en que Jacob recibió las buenas nuevas acerca de José, estaba totalmente lleno de la plenitud de vida.

  Dios se había llevado a Raquel, a José, a Simeón, y finalmente a los diez hijos que le quedaban, incluyendo a Benjamín. Cuando Benjamín estaba con sus hermanos en Egipto y cuando ellos se reconciliaron con José, éste estaba muy contento. No obstante, Jacob estaba solo en casa, y el Señor lo había dejado vacío. Noche tras noche, Jacob probablemente sentía en lo profundo de su ser que era una vasija vacía. Todo lo que le llenaba anteriormente le fue quitado. Todo esto fue obra de Dios. El Señor lo estaba preparando para llenarlo de la vida divina.

  Examinemos ahora la situación desde el punto de vista de José. La manera en que José trató a sus hermanos fue también obra del Señor. José detuvo a Simeón y luego devolvió todo el dinero a los demás hermanos (Gn. 42:24-25). ¿Cuál fue el propósito de José al retener a Simeón? ¿Por qué no detuvo a uno de los otros hermanos? Yo creo que fue Simeón el que inició la conspiración contra José. Simeón era cruel. El y Leví habían dado muerte a Hamor y a Siquem y habían destruido su ciudad (34:25-29). En Génesis 49:5 Jacob dijo: “Simeón y Leví son hermanos; armas de iniquidad [Lit., violencia] sus armas”. Creo también que Simeón fue el que propuso matar a José. Los hermanos de José no lo reconocieron, pero José sí los reconoció a ellos. Cuando él los vio por primera vez, les causó problemas para tocarles la conciencia. Ellos se dijeron entre sí: “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia” (42:21). Entonces José “tomó de entre ellos a Simeón, y lo aprisionó a vista de ellos” (42:24). Esto debe de haber propiciado una reflexión en Simeón acerca de lo que él le había hecho a José. Durante su encarcelamiento, quizá Simeón haya pensado: “¿Por qué soy el único detenido? Jamás debí de haber hecho lo que le hice a José”. Lo que José hizo a Simeón provenía verdaderamente del Señor.

  José no se dio a conocer de inmediato ni siquiera en la segunda ocasión en que sus hermanos descendieron a Egipto. De haber sido José, yo habría dicho: “Soy José, qué bueno que regresaron con Benjamín, mi hermano. Por favor, vuelvan a casa y cuéntenle a mi padre de mí”. En lugar de hacer eso, José preparó una fiesta para sus hermanos (43:16). Esto los sorprendió y los atemorizó. Después de la fiesta, José mandó que los costales de sus hermanos fuesen llenos de comida, que el dinero fuese puesto en la boca de los costales, y que su copa de plata fuese puesta en el saco del más joven. Ciertamente los hermanos de José deben de haberse alegrado de salir de Egipto. Sin embargo, el mayordomo de José los alcanzó y los acusó de robar la copa de su amo. Cuando encontraron la copa en el saco de Benjamín, los hermanos “rasgaron sus vestidos” y volvieron a la ciudad (44:13). Sin duda estaban espantados. Pero José no los estaba castigando, sino sólo tocando la conciencia de ellos. Después de todo eso, José se dio a conocer a sus hermanos.

  Dios providencialmente no permitió que Jacob se enterara pronto de las buenas nuevas acerca de José. Mientras José y sus hermanos estaban contentos en Egipto, Jacob sufría en Canaán, esperando el regreso de sus hijos. Cuanto más se demoraban los hijos de Jacob en Egipto, más sufría él. Pero cuanto más sufría Jacob, mejor le venía. La larga espera de Jacob por el regreso de sus hijos fue ciertamente una prueba. Esto fue obra de la providencia de Dios para prolongar los sufrimientos de Jacob y vaciarlo de todo. Cuando las buenas nuevas llegaron a Jacob, él estaba totalmente vacío.

  Nuestras preocupaciones entorpecen el crecimiento de la vida. Estas preocupaciones impiden que nuestro ser tenga espacio para la vida divina. Pero cuando Jacob oyó las nuevas acerca de José en Egipto, él ya había sido vaciado de toda preocupación. Nada ocupaba su ser interior. Raquel había muerto, sus doce hijos se habían ido, y Jacob había sido totalmente vaciado. El estaba tan vacío que cuando llegaron las buenas nuevas, no se entusiasmó. De hecho, su corazón estaba bastante frío (45:26). Cuando le trajeron la noticia acerca de José, Jacob no solamente había sido transformado, sino que estaba completamente lleno de la vida divina. El había madurado.

  La historia de Jacob también debe llegar a ser nuestra biografía. Debemos creer que todo en nuestra vida cotidiana se encuentra bajo la providencia del Señor. Todo lo que le sucedió a Jacob redundó en su transformación y madurez. Para ser transformado, Jacob tenía que ser oprimido en situaciones que no le daban otra alternativa que cambiar. Igual que Jacob, después de que nosotros hayamos cambiado, Dios intervendrá providencialmente usando personas, cosas y circunstancias que nos despojen de todo lo que nos ha llenado, y quiten toda preocupación para que aumente nuestra capacidad de ser llenos de Dios.

  Si leemos el Génesis repetidas veces, veremos que los dos aspectos principales de la experiencia de Jacob son la transformación y la madurez. No es simplemente un asunto de ser escogido, llamado, salvo y regenerado. Todavía necesitamos el proceso de transformación y de madurez. Son pocos los cristianos que prestan atención a estos asuntos. Por esta razón, la economía de Dios ha sido obstaculizada entre Sus hijos. Por la falta de transformación y madurez entre el pueblo de Dios, todavía no hemos visto el cumplimiento de Su propósito eterno. Pero esta carencia se está supliendo ahora en el recobro del Señor, que es ahora el recobro de Cristo como vida, y de la iglesia como nuestro vivir. En los días venideros, muchos santos que están en el recobro del Señor serán transformados. Ahora mismo algunos están en el proceso de madurar. El Señor está obrando entre nosotros, sobre nosotros y en nosotros, para transformarnos y hacernos madurar.

  Cuando yo era joven, leí muchos libros acerca de la manera de vencer el pecado, pero no leí ni un solo libro acerca de la transformación. Nuestro problema hoy nos se trata simplemente de vencer el pecado. Aun si vencemos todos los pecados, seguimos necesitando ser transformados. Si no somos transformados, nuestra victoria sobre los pecados no tendrá valor para la economía de Dios. Por la economía de Dios, no sólo necesitamos vencer los pecados, sino que también necesitamos la transformación de nuestro ser y la plenitud de la vida de Dios. Dios Se preocupa por la transformación y la madurez. Esto es lo que El necesita hoy en día.

  Junto con la madurez, también tenemos el aspecto del reinado. La vida madura se convierte en una vida que reina. Hemos destacado que Jacob y José no deberían ser considerados como dos personas distintas, sino como dos aspectos de una persona completa que tiene una experiencia plena. Todos debemos tener el aspecto de la madurez y el aspecto del reinado. En realidad, no fue José el que reinó en Egipto, sino Jacob, Israel. Si usted hubiera preguntado a un egipcio quién reinaba sobre él, él habría dicho que un hebreo, un israelita, reinaba. Israel reinaba en Egipto porque Israel había madurado en vida. Dios sólo puede usar una vida madura para Su reino, para Su reinado.

  En la experiencia de Jacob, vemos que todo lo que nos sucede es parte de la obra de Dios que nos transforma y nos lleva a la madurez. No se deja nada al azar. El propósito eterno de Dios sólo puede cumplirse por medio de nuestra transformación y madurez. La experiencia de Jacob es un ejemplo perfecto de esto.

b) La reacción de Jacob

  En realidad Jacob no reaccionó a todos los quebrantos de la última etapa de su madurez. El ya había dejado de tener su propia actividad. Por el contrario, él se sometió completamente a las circunstancias que lo rodeaban sin ofrecer resistencia alguna. El recibió todas estas situaciones como venían (Gn. 43:11-13). En cuanto a la pérdida potencial de sus hijos, él dijo: “Y si he de ser privado de mis hijos, séalo” (43:14). ¡Qué sumisión tan grande!

  Al principio de la vida de Jacob, él siempre confiaba en su propia capacidad y pericia. Pero después de ser quebrantado en la última etapa, ya no confiaba en sí mismo, sino en Dios. Jacob había llegado a conocer la misericordia de Dios. En las experiencias de toda su vida, él finalmente se dio cuenta de que todo dependía de la misericordia de Dios, y no de su capacidad ni de sus habilidades. También había aprendido que este Dios misericordioso todo lo provee, además de ser omnipotente, para satisfacer sus necesidades en toda situación. Así, Jacob dijo a sus hijos: “El Dios omnipotente os dé misericordia delante de aquel varón” (Gn. 43:14). Ahora confiaba y descansaba totalmente en la misericordia de su Dios, quien todo lo proveía, y no en sí mismo ni en su capacidad. Ahora vemos a un hombre que había sido totalmente transformado y que había llegado a la madurez.

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