Mensaje 97
(2)
En este mensaje examinaremos otra manifestación de la madurez en la vida de Jacob: él profetizó con bendición (Gn. 49:1-28). Sabemos lo que significa profetizar, pero no estamos familiarizados con profetizar mientras uno bendice. Génesis 49 es el único capítulo que revela esto. Aunque la bendición que impartió Moisés en Deuteronomio 33 es parecida a la que encontramos en Génesis 49, la bendición dada allí no es tan rica como ésta. Ambas porciones de la Palabra son profecías acerca de Israel, pero Génesis 49 contiene una bendición más rica que Deuteronomio 33.
En el capítulo cuarenta y nueve, profetizar es una manifestación de la madurez, pues nuestras palabras siempre revelan en qué condición estamos y qué tan maduros somos. Un recién nacido no puede hablar en absoluto, mientras que un niño de más de un año puede balbucear algunas palabras. Lo que profiere revela que él es un niñito. Lo mismo es válido para las demás edades: un joven habla como joven; una persona de mediana edad, como tal; y un abuelo, como un abuelo. Por consiguiente, nuestras palabras no sólo denuncian nuestra edad, sino también la clase de persona que somos. Si somos muy activos, no hablaremos despacio. Si somos lentos, no hablaremos rápido. Si somos personas cultas, no hablaremos de manera ordinaria, y si somos personas vulgares, no hablaremos con educación. Por consiguiente, la forma en que hablamos pone en evidencia nuestra condición y nuestro nivel.
Se ha dicho que es de sabios no decir nada. Si permanezco frente a un grupo de personas sin decir nada, no se enterarían de lo profundo o superficial, lo rápido o lento que yo sea. Yo sería un misterio. Pero en estos catorce años, les he revelado cada fibra de mi ser con mis palabras. Aun los niños de siete u ocho años me conocen bastante bien porque han escuchado mis palabras. Como hablo tanto, no puedo esconderme. La mejor manera de mantenerse anónimo es no hablar. Durante los primeros años de mi ministerio, yo era bastante sabio, pues jamás decía nada en las conferencias de los colaboradores. Mi manera de obrar me convirtió en un misterio para ellos, y nadie me entendía. Es difícil hablar, pero resulta todavía más difícil no hacerlo. Cuando la oportunidad se presenta, usted simplemente no puede abstenerse de hablar. Dudo que usted pueda quedarse conmigo durante sesenta minutos sin proferir palabra. Estoy seguro de que después de unos cuantos minutos, hablará.
Ahora veamos brevemente lo que dijo Jacob, según se revela en Génesis. El primer relato de sus palabras está en 25:31, donde le dijo a Esaú: “Véndeme en este día tu primogenitura”. Jacob deseaba con todo su corazón obtener la primogenitura; ése era su sueño y su anhelo. Durante mucho tiempo estuvo esperando la oportunidad de quitársela a Esaú. Cuando la oportunidad se presentó finalmente, lo primero que profirió Jacob en las Escrituras fue los términos del negocio de la primogenitura.
En el capítulo veintisiete Jacob habló de una manera artificiosa a Isaac, su padre (vs. 19-20, 23). En 27:19 Jacob mintió a su padre, cuando le dijo: “Yo soy Esaú tu primogénito”. Cuando Isaac le preguntó cómo había podido hallar tan rápidamente la caza, Jacob dijo: “Porque Jehová tu Dios hizo que la encontrase delante de mí”. Entonces Isaac dijo: “La voz es la voz de Jacob, pero las manos, las manos de Esaú” (v. 22), y le preguntó: “¿Eres tú mi hijo Esaú?” (v. 24), a lo cual Jacob contestó: “Yo soy”. Por consiguiente, lo que dijo Jacob en el capítulo veintisiete era totalmente falso.
En los capítulos del veintinueve al treinta y dos, las palabras de Jacob están llenas de interés personal, de ambición y de ganancia propia. Mediante lo dicho en esos capítulos, quedan en evidencia muchos aspectos del yo. Las palabras de Jacob eran tan egoístas que él parecía no tener espíritu. Si nosotros tuviésemos un hermano así entre nosotros, dudaríamos de que fuese verdaderamente regenerado.
Lo que Jacob dijo a su hermano Esaú en el capítulo treinta y tres fue toda una farsa. En dicho capítulo Jacob se dirigió varias veces a Esaú, como “mi señor” (33:13-14). En lo profundo de su ser Jacob nunca reconoció a Esaú como su señor. La razón por la cual se dirigió a su hermano de esta manera fue el temor que tenía de que lo matara. Jacob era un actor, un diplomático, y su humildad ante Esaú fue fingida.
En el capítulo treinta y cinco Jacob había tenido un cambio en su forma de hablar. Su conversación en este capítulo empieza a parecerse a la de una persona regenerada, la de un hijo de Dios.
En los capítulos siguientes a la pérdida de José, Jacob habla muy poco. Esto indica que mientras crecemos en vida, nuestra conversación va cambiando primeramente de naturaleza. El carácter de nuestras palabras cambiará. Nuestro hablar se reducirá notablemente. Cuanto más crezcamos, menos hablaremos. En este momento, quizá usted no sea capaz de resistir la tentación de hablar. Pero después de algunos años y de haber recibido mucho más crecimiento en vida, no hablará por muy grande que sea la tentación.
Podemos seguir el progreso en vida de Jacob al seguir el progreso de su conversación. El cambio en su modo de hablar revela su crecimiento. Con el tiempo, Jacob creció al punto que, aun cuando perdió a José, tenía muy poco que decir. No obstante, muchos de nosotros tenemos mucho que decir sobre insignificancias como la pérdida de un par de calcetines. Si un hermano joven que vive en una casa de hermanos pierde un par de calcetines, él quizá grite: “¿Dónde están mis calcetines? ¿Qué se me hicieron?”. Pero cuando Jacob perdió a José, el tesoro de su corazón, no dijo mucho. Esta era una buena señal, mientras que hablar mucho sobre un par de calcetines es señal de inmadurez e infantilismo. Hablar demasiado revela que uno es infantil. En eso vemos que nuestra forma de hablar pone de manifiesto nuestro crecimiento. Hay algunas personas entre nosotros que solían hablar mucho hace algunos años, pero ahora hablan poco. Yo espero que en cierto tiempo, casi no hablen. La razón por la cual no hablarán no será su tristeza, sino su crecimiento en vida. Cuanto más crecemos, menos hablamos.
Considere la reacción de Jacob al oír la noticia de que José estaba vivo en Egipto. El habló muy poco; de hecho, casi no dijo nada. Nosotros en su lugar nos habríamos enfurecido con los demás hijos y habríamos estado a punto de golpearlos, o nos habríamos entusiasmado, corriendo de un hijo a otro, y diciendo: “¡José aún vive!”. En ambos casos, se habría hablado mucho. Sin embargo, Jacob dijo muy poco. Más aún, él tuvo poco que decir cuando fue a Egipto. Cuando Jacob fue llevado a la presencia del faraón, no dijo nada. Solamente bendijo al faraón. Casi no habló, pero impartió firmes bendiciones (47:7, 10).
En el capítulo cuarenta y nueve las palabras de Jacob eran de mucho peso porque él era maduro. Todo lo que él dijo aquí se convirtió en una profecía. Por ser tan profundo este capítulo, está velado para muchos cristianos. Los que no han tocado la profundidad de este capítulo no saben de qué trata. En Génesis 49 vemos a una persona plenamente madura. Este hombre no habla de manera superficial, liviana ni ociosa; habla de una manera llena de vida y de madurez. Esto indica que nuestro crecimiento en vida será manifestado en nuestras palabras.
Este mensaje sobre profetizar con bendición es bastante profundo. No es profundo en doctrina, sino en experiencia. Pese a que entre nosotros pocos han llegado al nivel de esta experiencia de vida, es necesario incluir este mensaje como parte de nuestro estudio-vida de Génesis. Nos ayudará tanto en el crecimiento de vida como en la manera en que hablamos. Recuerden que lo que ustedes dicen revela su condición. Cuando usted esté a punto de hablar, debería decirse a sí mismo: “Mi conversación me pone en evidencia”. Estar conscientes de esto nos ayudará muchísimo.
El tipo de palabras que pronunció Jacob en el capítulo cuarenta y nueve no lo encontramos en ninguna otra parte. No son palabras de instrucción ni de aliento ni de exhortación. Tampoco son simples palabras de peso ni una predicción. Son palabras proféticas que contienen bendición. Aunque se trata de una profecía, es una profecía saturada de bendición. No es fácil proferir esta clase de palabras. Isaías fue el profeta más destacado. Sin embargo, entre las muchas profecías de su libro, resulta difícil encontrar una sola profecía que contenga bendición. Isaías profetizaba, mas no con bendición. No obstante, en Génesis 49 Jacob no solamente profetizó, sino que profetizó con bendición. Su bendición provino de sus palabras proféticas.
Si queremos profetizar bendiciendo, debemos cumplir cuatro requisitos. El primer requisito es conocer a Dios, el deseo de Su corazón y Su propósito. Dios, Su deseo y Su propósito se revelan mediante lo dicho por Jacob en este capítulo. El resto del Antiguo Testamento y todo el Nuevo Testamento son el desarrollo de Génesis 49. En otras palabras, casi toda la Biblia es el desarrollo de las palabras que Jacob pronunció en este capítulo. ¡Cuán elevadas y profundas son estas palabras! Este capítulo es una semilla muy rica, una semilla que se desarrolla maravillosamente en el resto de las Escrituras. Si queremos hablar este tipo de palabras, debemos conocer a Dios, Su corazón y Su propósito.
El segundo requisito es conocer a la gente, conocer la verdadera condición de cada persona. Uno pensaría que como a un padre le es fácil conocer a su hijo, a Jacob le debió ser fácil conocer a sus doce hijos. No obstante, en muchos casos a los padres les es difícil conocer verdaderamente a sus propios hijos. Muchas veces conocemos a nuestros hijos ciegamente como Isaac conocía a Jacob. Aparentemente, los padres conocemos a los hijos; en realidad, no sabemos ni lo que son ni en qué condición están. Sin embargo, Jacob conocía perfectamente a sus hijos. Cada situación, condición y problema escondido estaba desnudo a sus ojos. Del mismo modo, si queremos hablar así en la iglesia, debemos conocer a la iglesia, a los ancianos y a todos los hermanos y hermanas, lo cual no es fácil. Nos reunimos día tras día, pero es probable que yo no los conozca muy bien a ustedes. Aunque me he reunido con los ancianos durante muchos años, a lo mejor todavía no los conozco bien. No debemos conocer a la gente según nuestra comprensión mental, sino según el espíritu. Génesis 49 indica que Jacob conocía perfectamente a sus hijos. El conocía sus acciones, sus circunstancias y su condición. Jacob era un experto para conocer a la gente. El tenía rayos X espirituales. Mientras él profetizaba con bendición, los rayos X celestiales ponían en evidencia la situación de cada hijo ante él. El conocimiento que tenía de sus hijos es expresado en las breves palabras que pronunció acerca de cada uno de ellos.
Podemos conocer a Dios, Su corazón y Su propósito, y la condición de los demás, pero no podremos bendecirlos si somos pobres. Cierta persona puede ser pura, incondicional ante Dios y digna de una bendición rica. Pero si yo soy pobre, ¿qué bendición puedo concederle? En el campo espiritual yo quizá sólo tenga diez centavos y necesite dos centavos para mí mismo. Por consiguiente, sólo podría dar una bendición de ocho centavos. Pero Jacob estaba lleno de riquezas, y por eso pudo bendecir a los demás. De hecho, la capacidad de aquellos que recibieron su bendición era muy limitada con relación a las riquezas que él tenía.
Aparte de los tres requisitos ya mencionados, necesitamos tener un espíritu fuerte y activo. En este capítulo Jacob pronunció estas palabras cuando estaba a punto de morir. Cuando muchos cristianos están a punto de morir, todo su ser, no sólo su cuerpo, es débil; de tal modo que no tienen un espíritu fuerte y, por ende, no pueden profetizar bendiciendo a los demás. Jacob estaba a punto de morir físicamente, pero espiritualmente estaba lleno de vigor. Su cuerpo estaba muriendo, pero su espíritu era fuerte y activo. De modo que a fin de profetizar bendiciendo, debemos conocer a Dios, a las personas y sus circunstancias, y tener las riquezas de Dios y un espíritu fuerte.
Debido a la influencia del cristianismo de hoy, muchos piensan que sólo los profetas pueden profetizar. Pero, ¿dónde está el versículo que afirma que Jacob era un profeta? Jacob no era un profeta que predecía el futuro, pero aun así profetizaba. En Génesis 49:1 Jacob dijo: “Juntaos, y os declararé lo que os ha de acontecer en los días venideros”. Con estas palabras comenzó su profecía.
Hoy en día muchos cristianos hablan de los dones. Pero, ¿qué don tenía Jacob? Yo diría que el único don que él tenía era el de suplantar. En el capítulo cuarenta y nueve, Jacob no dijo: “Rubén ... así dice el Señor”. Sin embargo, la profecía más profunda de la Biblia es la que pronunció Jacob en este capítulo. Esta es la única profecía que requiere toda la Biblia para su desarrollo. Aunque se trata de una profecía profunda no fue hablada por un profeta ni por una persona dotada.
Jacob no era un profeta dotado; era una persona constituida de Dios. El no estaba constituido de dones, elocuencia ni de alguna función; estaba constituido de Dios. Puesto que Dios había sido infundido en él y estaba saturado y completamente impregnado de Dios, sus palabras eran las palabras de Dios. Lo que él decía era lo que Dios decía. Si consideramos sus palabras como profecía o como bendición, de todos modos es la clase de palabras que hacen falta en las iglesias hoy en día. Lo que las iglesias necesitan hoy es el hablar de personas constituidas de Dios.
Consideremos algunos versículos de 1 Corintios 7. En 1940 recibí mucha ayuda del hermano Nee acerca de estos versículos. En una de sus conferencias, él dijo que el capítulo siete de 1 Corintios revela la cumbre de la experiencia cristiana de Pablo. Cuando oí eso por primera vez, no lo podía entender, porque difería bastante de mi concepto. Yo conocía el capítulo siete de 1 Corintios. Yo sabía que hablaba del matrimonio y del celibato. Así que dije para mí: “¿Cómo puede este capítulo ser la cima de la experiencia cristiana del apóstol Pablo?”.
El hermano Nee nos citó los versículos 10, 12, 25 y 40. En el versículo 10 Pablo dice: “A los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: que la mujer no se separe del marido”. Aquí Pablo está seguro de que el mandamiento del Señor era que las esposas cristianas no deberían dejar a sus maridos. Puesto que él sabía que éste era el mandamiento del Señor, habló con mucha seguridad.
En el versículo 12 Pablo dice: “Y a los demás yo digo, no el Señor”. En cuanto al caso de que un hermano tenga una esposa incrédula, Pablo dijo: “Yo digo, no el Señor”. Si yo hubiera estado allí, le habría dicho: “Hermano Pablo, si no es el Señor quien lo dice, entonces no debería decirlo. Si usted sabe que no es el Señor el que habla, ¿por qué habla usted? No deseamos oírlo. Usted no es más que un pecador salvo; no debería decir nada por su propia cuenta”. Cuando oí al hermano Nee hablar de este versículo, me dije a mí mismo: “Si no era el Señor el que hablaba, ¿por qué expresó Pablo esto?”. Pero las palabras que Pablo pronunció fueron asentadas en el Nuevo Testamento y llegaron a ser la palabra de Dios. Según el versículo 12, lo dicho por Pablo llegó a ser una palabra inspirada que consta en la Santa Biblia.
Además, en el versículo 25, Pablo dijo: “En cuanto a las vírgenes no tengo mandamiento del Señor; más doy mi parecer, como uno a quien el Señor ha concedido misericordia para ser fiel”. Si yo hubiera estado allí, lo habría parado y le habría dicho: “Hermano Pablo, si usted no tiene mandamiento de Dios, por favor no diga nada”. Pablo no tenía el mandamiento del Señor, y además expresó su propia opinión. Nosotros probablemente habríamos dicho: “Pablo, no queremos oír tu opinión. Queremos oír la palabra del Señor”. Yo había leído 1 Corintios 7 muchas veces antes de oír al hermano Nee, pero nunca había visto estos versículos, y quedé atónito cuando él nos los hizo notar. Aunque Pablo dio solamente su opinión, ésta ha sido considerada palabra de Dios durante más de 1900 años. Por consiguiente, la opinión de Pablo se convirtió en la palabra de Dios.
Finalmente, en el versículo 40, Pablo dice: “Pero a mi juicio, más dichosa será si se queda así; y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios”. Aquí vemos que Pablo enseñaba conforme a su juicio. En la opinión de Pablo, una viuda sería más feliz si permanecía en su condición de viuda. La razón por la cual Pablo se atrevía a hablar así la indica el versículo 25, donde dice que el Señor le había concedido misericordia para ser fiel. Necesitamos la misericordia del Señor para serle fieles. Si tenemos esta misericordia, podemos ser osados.
Al final del versículo 40 Pablo dice: “Y pienso que yo también tengo el Espíritu de Dios”. La palabra “también” tiene mucho significado. Era como si dijera: “No sólo tengo mi opinión, sino también el Espíritu de Dios”. Observe que Pablo no dijo: “Tengo la certeza”, ni “Yo creo”, sino “Pienso”. Esto indica que no estaba seguro. Aunque él no tenía la certeza de tener el Espíritu de Dios, todos reconocemos el capítulo siete de 1 Corintios como palabra de Dios. Por último, mientras escuchaba al hermano Nee ese día de 1940, estuve de acuerdo con lo que dijo que 1 Corintios 7 presenta la cumbre de la experiencia cristiana de Pablo. La opinión de Pablo era la palabra de Dios.
En principio, sucede lo mismo con Jacob en Génesis 49. Todo lo que Jacob pronunció en este capítulo fue la palabra de Dios. Aunque sólo era su opinión, también era la palabra de Dios. En 49:3-4 Jacob parecía decir: “Rubén, tú eres mi primogénito; no obstante, debido a tu contaminación, no puedes disfrutar de la primogenitura que tienes. Lo que dijo Jacob a Rubén era en cierto modo una predicción, pues se refería a la pérdida de la primogenitura; también era en cierto modo una maldición, pues declaró que Rubén sería despojado de la primogenitura. Estas no eran las palabras de un joven ni las de un ser humano común. Eran las palabras de un hombre lleno de Dios, de un hombre constituido de Dios en todo su ser. Ya para el capítulo cuarenta y nueve, Jacob era un Dios-hombre, un hombre lleno, constituido y saturado de Dios y reorganizado por El. Por tanto, todo lo que él decía era la palabra de Dios; todo lo que pensaba era el pensamiento de Dios; y toda opinión que expresaba era la opinión de Dios. Ni un joven ni una persona de mediana edad podrían hablar de este modo. Sólo alguien que ha llegado a la plena madurez puede hablar así. Lo dicho por Jacob en este capítulo revela que había madurado plenamente.
La carga que tengo en este mensaje consiste en dejar una profunda impresión en todos ustedes, especialmente en los jóvenes: lo que uno habla pone en evidencia el nivel en que se encuentra. Si usted tiene mucho que decir cuando pierde sus calcetines, eso debería recordarle su falta de madurez. Esta clase de reacción deja desnuda su necesidad de crecer en vida. Olvídese de ese par de calcetines y procure ganar más vida. Si quiere decir algo, debería decir: “Necesito más vida”. No diga: “¿Dónde están mis calcetines?”, sino más bien: “Hermanos, ¿saben dónde está mi crecimiento en vida?”. Cuando un hermano pregunta por sus calcetines, los demás deberían decir: “He ahí tu crecimiento en vida”.
A muchos de nosotros nos gusta hablar. Somos así por nacimiento. Esa es nuestra naturaleza, nuestra tendencia y una característica nuestra. Cuando usted habla mucho, debe recordar que eso es una señal de que necesita crecer en vida.
Leemos en Génesis 49:2: “Juntaos y oíd, hijos de Jacob, y escuchad a vuestro padre Israel”. Este versículo está escrito en poesía hebrea, la cual siempre se redacta en pares. La primera parte del par contenido en el versículo 2 es: “Juntaos y oíd, hijos de Jacob”, y la segunda parte es: “Y escuchad a vuestro padre Israel”. El padre que engendró fue Jacob, y el padre que hablaba era Israel. Los doce hijos nacieron de Jacob, el padre en la carne, un suplantador, uno que tomaba por el calcañar y un mentiroso. Pero el padre que bendecía y profetizaba no era Jacob, sino Israel. Jacob jamás habría pronunciado estas palabras en su ser natural; sólo pudo hacerlo por su madurez. Jacob no dijo a sus hijos: “Escuchad a vuestro padre Jacob”. Dijo: “Escuchad a vuestro padre Israel”. Israel no era solamente una persona transformada sino también una persona madura en la vida divina. Todos disfrutaríamos escuchar testimonios de los que antes eran Jacob, pero ahora son Israel. Necesitamos más “Israel”, personas que hablen por Dios y que lo hagan junto con El. Todo lo que dicen es lo que dice Dios. En Génesis 49 Israel estaba totalmente lleno, saturado y constituido de Dios y había sido reorganizado por El. Ya que era uno con Dios, todo lo que hablaba era la palabra de Dios. Por consiguiente, en este capítulo tenemos una profecía empapada de bendición.
Dice en el versículo 28: “Todos éstos fueron las doce tribus de Israel, y esto fue lo que su padre les dijo, al bendecirlos; a cada uno por su bendición los bendijo”. ¿Es ésta un profecía o una bendición? Es una profecía llena de bendición.
En el capítulo cuarenta y nueve Jacob es muy versado en lo espiritual y en lo divino. Conoce a Dios y conoce la condición de sus hijos. Además, él tiene las riquezas necesarias con las cuales profetizar y bendecir. Por consiguiente, él pudo pronunciar una profecía llena de todo tipo de bendiciones. En sus palabras no hay nada erróneo ni oscuro ni difuso ni vacío ni vano. Por el contrario, su discurso es una profecía rica, profunda y llena de bendición. Eso es completamente diferente del “así dice el Señor” que suelen usar los cristianos de hoy. En sólo unos minutos, uno puede recibir el don de pronunciar profecías del tipo de hoy. Pero se requieren años para llegar a la estatura en donde uno puede proferir la clase de palabras que pronunció Jacob en este capítulo. Esto no es un asunto de don ni de función, sino de crecimiento y madurez.
Ser maduro consiste en estar constituido de Dios. Todo lo que Dios es debe ser lo que constituye nuestro ser. Cada fibra de nuestro ser debe ser reorganizada y llena del elemento de Dios. Cuando todo eso haya sucedido, seremos la clase de personas que, igual que Jacob, puede profetizar bendiciendo. En esta madurez llegamos a tener conocimiento de lo divino, de las cosas de Dios y de la condición de las personas. En esta madurez también tenemos las riquezas necesarias para dar una profecía que bendiga.