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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 98

La madurez: el aspecto reinante del Israel maduro

(3)

  En este mensaje vamos a seguir con el tema de la profecía que dio Jacob como bendición (Gn. 49:1-28). En el mensaje anterior hicimos notar que a pesar de que esta profecía fue pronunciada por un hombre, era la palabra de Dios. Por ser Jacob en su madurez uno con Dios, todo lo que decía era la palabra de Dios. A la mayoría de los cristianos les cuesta entender Gn. 49. Cuando estudié por primera vez este capítulo hace cincuenta años, me di cuenta de que no era fácil conocer el significado de las profecías mencionadas aquí. Este es un capítulo muy significativo, pues es prácticamente la conclusión del libro de Génesis.

  Según el relato de Génesis, el género humano empezó con Adán, y luego vinieron Abel, Enós, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob. Por último, Jacob ya no era un individuo, porque había llegado a ser el padre de una casa escogida por Dios. La casa, la familia de Jacob (Gn. 46:27), se componía principalmente de sus doce hijos. Más adelante, éstos se convirtieron en las doce tribus de la nación de Israel. Esto indica que Dios tenía la intención de obtener una casa, y no individuos. La casa de Israel tipificaba la iglesia, la cual es la casa de Dios hoy en día. En el Antiguo Testamento tenemos una casa, la casa de Israel, y en el Nuevo Testamento también tenemos una casa, la iglesia del Dios viviente (1 Ti. 3:15).

  Todo lo que se menciona acerca de la casa de Israel es una figura, un cuadro y una sombra de la iglesia. Cuando yo estaba con los maestros de la Asamblea de Hermanos, me enseñaron la diferencia entre los pasajes bíblicos que estaban destinados a los hijos de Israel y los que estaban dirigidos a la iglesia. En cierto sentido, esto es correcto, pues no se debería mezclar lo que Dios dice acerca de la casa de Israel con lo que dice sobre la iglesia. Sin embargo, puesto que la iglesia es una entidad espiritual, es difícil entenderla. Por tanto, necesitamos el cuadro de la casa de Israel presentado en el Antiguo Testamento. El principio es éste: la Biblia usa tipos y figuras para describir cosas espirituales. Todo lo espiritual es misterioso. Por ejemplo, la Nueva Jerusalén es espiritual y misteriosa; por eso la Biblia usa una ciudad para describirla. Del mismo modo, sin el cuadro de la casa de Israel, nos resultaría difícil entender con exactitud lo que es la iglesia. Pero cuando examinamos el cuadro del Antiguo Testamento, podemos entender muchos aspectos de la iglesia revelados en el Nuevo Testamento. Por consiguiente, todo lo que se menciona acerca de los hijos de Israel no se refiere solamente a ellos, sino también a nosotros.

  Basándonos en el principio de usar tipos y figuras para describir las realidades espirituales, debemos aplicarnos todo lo que se dice sobre las doce tribus de Israel. Por supuesto, en el plano físico, nosotros no somos las doce tribus de Israel; pero en el aspecto espiritual sí lo somos, porque ellas son un cuadro de nosotros. Si deseamos conocernos a nosotros mismos, debemos mirar nuestra fotografía en las doce tribus. No se imagine que las profecías de Génesis 49 se relacionan solamente con los hijos de Jacob. Estas profecías nos conciernen probablemente más a nosotros que a los doce hijos de Jacob.

  El número doce se compone de tres multiplicado por cuatro. Inicialmente, Jacob profetizó acerca de sus primeros tres hijos: Rubén, Simeón y Leví (vs. 3-7). Estos tres hermanos se subdividen. Rubén permanece solo, y Simeón y Leví están en un mismo grupo. En cuanto a sus actividades, Simeón y Leví eran uno.

  Antes de examinar los aspectos significativos de la profecía de Jacob acerca de Rubén, Simeón y Leví, deseo hacer notar que según la profecía con bendición que dio Jacob, es posible cambiar nuestra condición y disposición naturales. Quizá usted haya nacido bueno. Aun así, no se enorgullezca de su bondad, porque usted puede llegar a ser malo. Si usted nació malo, no debe desilusionarse. Debe tener fe en que puede convertirse en una persona buena. Esto es una advertencia y también un aliento. Rubén como primogénito tenía la preeminencia. No obstante, perdió su preeminencia, y su condición natural por nacimiento cambió. Por tanto, nunca deberíamos desilusionarnos ni estar complacidos. Más bien, deberíamos tener cuidado de no perder la primogenitura.

  Además, aunque usted en realidad no haya nacido primero, puede llegar a ser el primogénito. José fue el undécimo hijo, pero llegó a ser el primero. En la mayoría de los casos en que hay un traspaso de primogenitura en la Biblia, ésta pasa del primero al segundo. Al oír esta palabra, una persona sensata dirá: “No fui ni el primero ni el segundo en nacer, fui el undécimo. Aunque se traspase la primogenitura, nunca llegará a mí”. Pero tenga confianza y cobre ánimo. A pesar de ser el número once, usted puede llegar a ser el número uno por obra de Dios. El hizo esto en el caso de José. Espero que usted reciba una gran impresión del hecho que es posible cambiar la condición natural para bien o para mal. No le eche la culpa a Dios por hacerlo a usted el número once y no el número uno. Si le echamos la culpa a Dios, El podría decir: “Querido hijo, lee nuevamente Génesis 49. Tu fuiste el undécimo hijo pero tu condición puede cambiar y puedes llegar a ser el número uno”.

  En el transcurso de los años, he hablado a los ancianos sobre su forma de ser. Reconozco que lo que les he dicho al respecto ha sido fuerte y agudo como una espada de dos filos y ha atravesado a los hermanos. Cuando los ancianos me preguntan cómo pueden ser más útiles, siempre les digo que eso depende de su forma de ser. A menudo les he dicho que su disposición natural es la razón principal por la cual no son útiles. Muchos se han desanimado al oír esto. Pero aquí en Génesis 49, hay buenas nuevas para los que están desanimados por causa de su disposición natural. En este grupo de tres hermanos, no sólo vemos que nuestra condición natural puede cambiar, sino también que nuestra disposición natural puede ser usada por Dios. No obstante, como veremos más adelante en este mensaje, Dios puede usar nuestra disposición solamente si se cumplen ciertas condiciones.

  Jacob puso a Simeón y a Leví juntos en esta profecía porque ambos tenían el mismo carácter y la misma inclinación natural. Esta quedó expuesta en el capítulo treinta y cuatro, donde se relata la deshonra de su hermana Dina y la venganza ejecutada sobre Hamor y Siquem. Simeón, Leví y Dina nacieron de la misma madre. Por tanto, ellos querían mucho a su hermana. Cuando se enteraron de que había sido deshonrada, su forma de ser quedó expuesta por la forma en que mataron a todos los hombre de la ciudad de Siquem, saquearon la ciudad y desjarretaron el ganado. ¡Cuán crueles eran! La crueldad de Simeón y de Leví atemorizó a Jacob. En toda su vida Jacob nunca había tenido tanto temor como en el capítulo treinta y cuatro. No obstante, por la intervención de Dios, los acontecimientos de este capítulo fomentaron bastante la madurez de Jacob. Estos acontecimientos fueron el intenso calor del sol que ayudó a Jacob a madurar. Por consiguiente, en el capítulo treinta y cinco vemos un verdadero cambio en su vida.

  No obstante, Jacob no olvidó lo que hicieron Simeón y Leví. Por tanto, en Génesis 49:6, Jacob dijo de ellos: “En su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía. Porque en su furor mataron hombres, y en su temeridad desjarretaron toros”. Lo que hicieron Simeón y Leví dejó una profunda impresión en el espíritu de Jacob, de tal modo que no pudo concederles ninguna bendición. Sin embargo, en Deuteronomio 33, Moisés bendijo a Leví. En Génesis 49 la bendición fue dada por un padre que se preocupaba amorosamente por sus hijos. Pero la profecía que consta en Deuteronomio 33 fue dada por un hombre ya anciano que representaba la ley. Todo lo que él profetizó era el juicio que concordaba con la ley. Sin embargo, ese juicio estaba lleno de misericordia, y Leví recibió la bendición.

  Aunque Jacob amaba a sus hijos y se preocupaba por ellos, no pudo bendecir ni a Simeón ni a Leví. Leemos en Génesis 49:5: “Simeón y Leví son hermanos; armas de iniquidad sus armas”. Al mencionar que Simeón y Leví eran hermanos, se refiere a que eran compañeros, que formaban una sola compañía. Sus armas eran armas de violencia. Como dijimos antes, el versículo 6 revela su crueldad. En el versículo 7, Jacob dijo: “Maldito su furor, que fue fiero; y su ira, que fue dura. Yo los apartaré en Jacob, y los esparciré en Israel”. Jacob no dijo: “Sean malditos Simeón y Leví, sino: “Malditos su furor y su ira”. Ellos merecían ser maldecidos, pero su padre no los maldijo a ellos, sino a su ira, y ejecutó juicio sobre ellos al dividirlos. La mejor manera de castigar a los que son crueles es dispersarlos. En cuanto a Simeón y Leví, Jacob parecía decir: “Simeón y Leví eran demasiado crueles, pues no mostraron ninguna misericordia ni bondad. Aunque Hamor y Siquem habían obrado mal al deshonrar a Dina; habría sido suficiente darles muerte a ellos. Simeón y Leví no era necesario matar a todos los hombres de la ciudad ni desjarretar su ganado. No les permitiré que permanezcan juntos. Lo mejor es separarlos”.

(5) En cuanto a Rubén

(a) Como primogénito tenía la preeminencia en dignidad y en poder

  Consideremos ahora lo que dijo Jacob a Rubén. Puesto que Rubén era corrupto y contaminado, y estaba lleno de microbios, quedó marginado de sus hermanos en la bendición que dio Jacob en su profecía. El versículo 3 afirma: “Rubén, tú eres mi primogénito, mi fortaleza, y el principio de mi vigor; principal en dignidad, principal en poder”. Por ser Rubén el primogénito tenía la preeminencia en dignidad y en poder. Note las expresiones que usó Jacob para describirlo: “mi primogénito”, “mi fortaleza”, “el principio de mi vigor”, “principal en dignidad” y “principal en poder”.

(b) Perdió la preeminencia de la primogenitura por el gran ímpetu de su lujuria

  Rubén tenía la preeminencia de la primogenitura, pero la perdió por su contaminación. Leemos en el versículo 4: “Impetuoso como las aguas, no serás el principal, por cuanto subiste al lecho de tu padre; entonces te envileciste, subiendo a mi estrado”. La palabra hebrea traducida “impetuoso” es difícil de traducir. Yo creo que se refiere a tener un arranque, moverse repentina y violentamente. Rubén, quien hervía de lujuria, actuó impetuosamente y contaminó el lecho de su padre. Al hacer esto, Rubén fue demasiado lejos. Este desenfreno en la lujuria le causó la pérdida de la primogenitura. Su lujuria desenfrenada le hizo perder la primogenitura. Debido a su impetuosidad, Rubén había contaminado el lecho de su padre, y por esta razón Jacob dijo que no tendría la preeminencia. Por eso le fue quitada la preeminencia de la primogenitura.

  Mientras Jacob profetizaba acerca de Rubén en el capítulo cuarenta y nueve, sin duda recordaba que ya había dado la primogenitura a José (48:5-6). Jacob no la dio a José por casualidad; con seguridad consideró el asunto mucho tiempo. Según Génesis 48:5, Jacob dijo: “Y ahora tus dos hijos Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, antes de que viniese a ti a la tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos”. Y en 48:22 Jacob dijo: “Yo te he dado a ti una parte más que a tus hermanos, la cual tomé de mano del amorreo con mi espada y con mi arco”. Por consiguiente, José recibió dos porciones de la tierra, una para Efraín, y otra para Manasés. Esta profecía se cumpliría en Josué 16 y 17. Cuando la tierra fue dividida en parcelas, José recibió dos porciones. La distribución no se efectuó por las maniobras humanas, sino por suertes, lo cual fue controlado por Dios para que se cumpliera la profecía de Jacob.

  Quisiera añadir un consejo solemne, particularmente dirigido a los jóvenes. No se imaginen que contaminarse es un asunto insignificante. Dios nos hizo a Su imagen. Puesto que tenemos la imagen de Dios, tenemos dignidad aun en nuestra constitución física. Los demás pecados quizás no perjudiquen nuestro cuerpo, pero la fornicación hace daño directamente a nuestro cuerpo físico, el cual es un vaso de honra (1 Co. 6:18; 1 Ts. 4:4). Ya que fuimos regenerados, nuestro cuerpo es ahora el templo del Espíritu Santo (1 Co. 6:19). Por tanto, no sólo llevamos la imagen de Dios en nuestro cuerpo físico, sino que después de la regeneración, nuestro cuerpo es el templo de Dios. De modo que uno debe preservar su cuerpo con honra. No hay nada que perjudique más el cuerpo que la fornicación. Las prácticas del mundo actual son sumamente infernales, diabólicas y satánicas. ¡Cuán diabólico es que los jóvenes tengan contacto unos con otros sin ninguna restricción! Deseo exhortar a todos los jóvenes que están en la vida de iglesia a restringir el contacto que tienen unos con otros.

  Cuando yo era joven, recién empezando en el ministerio, fui a Shanghái para recibir ayuda del hermano Nee. Durante aquellos días, él y yo tuvimos largas conversaciones. El primer consejo que me dio como hermano en el ministerio del Señor, fue que jamás estuviera a solas con una persona del sexo opuesto; siempre debía haber alguien más allí para mi protección. Nunca he olvidado esa recomendación; ha sido de gran ayuda y protección para mí. Por la misericordia del Señor, he seguido este consejo a lo largo de los años.

  Nosotros somos seres humanos caídos, y todos tenemos concupiscencias. Ninguno de nosotros puede decir que está exento. En 1930 hubo en mi provincia un movimiento pentecostal. En cierto grupo afirmaban que por haber recibido el bautismo del Espíritu Santo, ellos ya no tenían ninguna lujuria. Debido a esto, los hombres y las mujeres empezaron a vivir juntos. Sin embargo, esta práctica trajo la fornicación, y fue puesto en vergüenza el nombre del Señor. Debido a la fornicación entre este grupo, la puerta del evangelio estuvo cerrada en ese distrito por mucho tiempo. Hace unos quince años se produjo algo similar en Corea. Muchos cristianos coreanos que habían tenido experiencias supuestamente pentecostales empezaron a relacionarse unos con otros sin ninguna restricción, y como resultado vino la fornicación.

  Recuerde que usted está todavía en la carne. Cuando un hombre y una mujer de la misma edad están solos, surge una oportunidad para que el enemigo los tiente. No necesito decir mucho porque las experiencias que ustedes han tenido ya los han convencido de eso. Nunca considere la fornicación como un asunto intrascendente. Como ya vimos, no hay nada que perjudique tanto el cuerpo físico como la fornicación. ¡Qué vergüenza ver que algunos gobernantes desean legalizar el homosexualismo! Esto equivale a convertir el país en otra Sodoma.

  Rubén perdió la preeminencia de la primogenitura por un solo pecado. Hoy en día, esta preeminencia es la máxima porción del disfrute que tenemos de Cristo. La doble porción de la tierra representa la máxima porción del disfrute que tenemos de las riquezas del Cristo todo-inclusivo. Una vez que alguien comete este pecado lamentable y terrible, pierde el disfrute máximo de Cristo. Tanto los jóvenes como los de mediana edad deben estar conscientes del peligro de estar a solas con un miembro del sexo opuesto. Hacer eso es un gran riesgo, pues abre la puerta para que entre el enemigo sutil. Usted no sabe cuán sutil y maligna es su carne. ¡La lujuria de la carne es terrible! Por lo tanto, no deberíamos confiar en nosotros mismos. No piense que usted jamás cometería tal cosa. La mejor protección es seguir el consejo que recibí del hermano Nee.

  No diga que mi consejo es el consejo de un chino conservador del Lejano Oriente, y que usted vive en Estados Unidos, un país moderno. Como persona de más de setenta años de edad, yo he pasado por todas las experiencias humanas. Por favor, presten atención a mi consejo sobre la fornicación. Repetidas veces en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo afirmó que ningún fornicario puede heredar del reino de Dios (1 Co. 6:9-10; Gá. 5:19-21; Ef. 5:5). Cuando lleguemos a Mateo 5 en nuestro estudio-vida, veremos cuán estricto era el Señor en cuanto a este asunto. Nunca se descuide al relacionarse con el sexo opuesto. Por causa del nombre del Señor, del testimonio de la iglesia, para su propia protección y por la dignidad de su cuerpo físico, usted debe seguir el principio de no estar a solas con una persona del sexo opuesto. Si sigue este principio, será preservado. Recuerde que debido a que Rubén se contaminó, su condición natural, lo que tenía por su nacimiento, cambió totalmente.

(c) En peligro de morir y de menguar

  En Deuteronomio 33:6 Moisés dio una profecía acerca de Rubén. Esta profecía, un juicio conforme a la ley, fue pronunciada por un hombre ya de edad, experimentado y comprensivo. Moisés dijo: “Viva Rubén, y no muera; y no sean pocos sus varones”. Esto implica que según la ley, Rubén debía morir por su pecado (Ez. 18:20). A pesar de esto, Moisés tuvo misericordia en la ejecución del juicio de la ley. Como juez de edad avanzada, Moisés juzgó a las doce tribus conforme a la justa ley de Dios; no obstante, él juzgó con misericordia y comprensión. Moisés temía que Rubén muriese o que su tribu se diezmase considerablemente. Con esto vemos que la fornicación no sólo nos hace perder nuestra primogenitura, sino que nos hace morir o disminuir en número. Por consiguiente, debemos huir de ella (1 Co. 6:18).

  José recibió la primogenitura porque huyó de la misma contaminación en la cual cayó Rubén (39:7-12). José no entró en la casa con el propósito de estar a solas con la esposa de Potifar. El era un siervo que trabajaba en la casa, y ella lo tentó. José huyó de esta tentación. Cuando esta tentación llega, la única manera de vencerla es huir. No hable ni dialogue con la otra persona; salga corriendo. Rubén perdió la primogenitura a causa de su contaminación, y José la obtuvo por su pureza. Dios es justo y equitativo. Rubén estaba en el lado oscuro y perdió; mientras que José estaba en el lado brillante y ganó. Puesto que Rubén corría el peligro de morir, o por lo menos de ser diezmado, Moisés oró para que esto no sucediera. Todo aquel que cometa fornicación en la vida de iglesia se encontrará en una situación muy peligrosa. No sólo perderá la porción máxima del disfrute de Cristo, sino que correrá el peligro de morir o de menguar. Esta es la experiencia de Rubén.

  La primogenitura se compone no solamente de la doble porción de la tierra, sino también del reinado y del sacerdocio. Rubén como primogénito debía haber heredado estas tres bendiciones. Por su contaminación, él perdió no sólo la doble porción de la tierra, sino también el reinado y el sacerdocio. Como vimos, la doble porción de la tierra fue dada a José, el reinado a Judá (1 Cr. 5:2), y el sacerdocio a Leví (Dt. 33:8-10). Esto significa que hoy día, si nos contaminamos, perderemos la doble porción del disfrute de Cristo, el reinado y el sacerdocio.

(6) En cuanto a Simeón y a Leví

(a) No recibieron ninguna bendición por causa de su crueldad

  Vimos que Simeón y Leví no recibieron ninguna bendición a causa de su crueldad (34:25-30). Su crueldad fue la masacre y el saqueo de la ciudad de Siquem, que atemorizó a su padre al punto de no darles ninguna bendición. El desenfreno de su inclinación natural hizo que perdieran la bendición del padre.

(b) Esparcidos en Israel

  Jacob tenía temor de la tendencia a la crueldad de Simeón y de Leví. Por lo tanto, no permitió que moraran juntos. El juicio pronunciado sobre ellos los esparció entre los hijos de Israel para que no pudiesen obrar cruelmente según la manera de ser de ellos.

(c) Se omite a Simeón en la bendición de Moisés

  Se omitió a Simeón en la bendición de Moisés que consta en Deuteronomio. Según la justa ley de Dios, Simeón no tenía ninguna base para ser bendecido. Omitir a alguien del registro de Dios no es algo insignificante. Simeón era demasiado natural y nunca ejerció ninguna restricción sobre su disposición natural. Yo creo que él fue quien inició la conspiración de matar a José. Por consiguiente, cuando los hermanos de José bajaron por primera vez a Egipto, José hizo que Simeón quedase preso. En la cárcel Simeón debe de haber pensado: “No debí hacer lo que le hice a José”. El debe de haber tenido una marcada tendencia a la crueldad. Cualquiera que sea nuestra disposición natural, no debemos entregarnos a ella. Simeón perdió todo el disfrute de Cristo por el desenfreno de su disposición. El tuvo que participar de la rica porción de Cristo asignada a otro, a Judá. Simeón fue esparcido entre el pueblo de Judá puesto que “la parte de los hijos de Judá era excesiva para ellos” (Jos. 19:1, 9).

(d) Leví recibió el sacerdocio por su fidelidad al Señor

  Simeón y Leví eran compañeros, pero, con el tiempo, Leví aprovechó la oportunidad y permitió que su disposición natural cambiase. Tanto Simeón como Leví tenían la tendencia a matar. No obstante, cuando los hijos de Israel adoraron el becerro de oro, Dios usó la tendencia a matar que tenía Leví (Éx. 32:29). Cuando Moisés bajó del monte con las tablas y vio que el pueblo adoraba al becerro de oro, dijo: “¿Quién está por Jehová? Júntense conmigo” (Éx. 32:26). De entre todas las tribus, sólo una, la tribu de Leví, se juntó a Moisés. ¿Por qué no se unió Simeón a Leví? Ambos tenían la misma inclinación natural; pero cuando vino el llamado de Dios, uno respondió, y el otro se negó a recibirlo. Esto indica que, aunque tengamos una disposición muy mala, aun así podemos ser útiles al propósito de Dios. No obstante, deben cumplirse ciertas condiciones para que esto suceda. Primero, debemos consagrarnos; segundo, debemos levantarnos en contra de nuestros gustos y disgustos naturales; y tercero, debemos usar nuestra disposición de una manera renovada y transformada. Puesto que los habitantes de la ciudad de Siquem eran enemigos de Leví, les resultó fácil matarlos, pero es bastante diferente matar a padres, hermanos, hijos y parientes. Para hacer eso, uno debe valerse de su inclinación natural a pesar de su deseo personal y usarla de una nueva manera, una manera entregada a Dios y con Dios. Simeón y Leví, con su disposición homicida, podían matar a los demás. Pero la masacre de los hombres en Siquem no requirió que ejercitaran su disposición en contra de su propio deseo. Simeón no se unió a Leví para llevar a cabo el mandato de Moisés porque no estuvo dispuesto a pagar el precio. Simeón pudo haber dicho: “Está bien haber dado muerte al pueblo de Siquem, pero es una locura matar a nuestros hermanos, nuestros hijos y nuestros parientes. Es cierto que todos ellos adoraron al ídolo, pero Dios es misericordioso y los perdonará. ¿Por qué hemos de matarlos?”. En esa ocasión, los dos compañeros se separaron. Uno usó su disposición natural para Dios y con Dios, de una nueva manera, mientras que el otro no lo hizo. Leví usó su disposición a modo de transformación; así que la disposición natural de Leví, es decir, su tendencia a matar, fue transformada.

  No crea que Dios no puede usar la inclinación natural de uno. Dios la puede utilizar si uno la usa contra su deseo natural y de una manera transformada. Yo he conocido algunos hermanos que tenían una voluntad férrea. Se diría que ellos eran muy obstinados. Pero la obstinación de ellos fue usada por Dios, de una nueva manera, y ellos fueron útiles a El. Dios no puede usar a alguien cuya voluntad es como una gelatina. Esta voluntad debe ser transformada en acero. Aquí el principio radica en que nuestra disposición natural sea cambiada y usada por Dios. Leví no sólo mató a los hombres de Siquem, sino que también les desjarretó el ganado. Por medio de la obra de transformación, Dios pudo usar la tendencia a matar para con los adoradores de ídolos, y también para con los sacrificios que se ofrecían a Dios. Nuestra inclinación natural será útil si se cumplen tres condiciones: nos consagramos, la usamos contra nuestro deseo natural y obramos de una manera renovada y transformada.

  Puesto que la disposición de Leví fue cambiada, él se convirtió en una gran bendición. El Tumim y el Urim de Dios estaban con Leví (Dt. 33:8), y él tenía el privilegio de acudir a la presencia de Dios para servirle. La doble porción de la tierra es rica, mientras que el privilegio de entrar en la presencia de Dios es algo íntimo. El sacerdocio puede considerarse la porción agradable de la primogenitura. Leví recibió esta porción.

(e) La dispersión de Leví fue una bendición para los hijos de Israel

  En Génesis 49:7 Jacob dijo que Leví sería esparcido entre los hijos de Israel. Según Josué 21, esa profecía se cumplió cuando echaron suertes. Ya que Leví era fiel e incondicional fue esparcido entre los hijos de Israel. Moisés, un Dios-hombre, estaba muy contento con Leví. No obstante, no podía anular la profecía de Jacob y tenía que cumplirla. Por tanto, el Señor dijo a Moisés: “Manda a los hijos de Israel que den a los levitas, de la posesión de su heredad, ciudades en que habiten; también daréis a los levitas los ejidos de esas ciudades alrededor de ellas” (Nm. 35:2). Cada una de las doce tribus tenía que apartar algunas ciudades para los levitas. La selección de estas ciudades se hacía echando suertes. No había ninguna reglamentación al respecto, pues la suerte no permite que se ejerza ninguna manipulación. En total se les dio a los levitas cuarenta y ocho ciudades (Nm. 35:6).

  Entre estas cuarenta y ocho ciudades, seis debían ser ciudades de refugio (Nm. 35:6; Jos. 20:7-9). Estas ciudades estaban ubicadas estratégicamente en la tierra de Israel. Tres se encontraban en el lado oriental del Jordán, y tres en el lado occidental. Un homicida podía fácilmente huir a una de estas ciudades de refugio. Por consiguiente, el esparcimiento de Leví, según la maldición, se convirtió en realidad en una bendición. Los levitas llevaban el pueblo a Dios y traían a Dios al pueblo. Por consiguiente, en la antigüedad, era una bendición tener levitas en la ciudad y en el territorio de uno (Jue. 17:7-13).

  Las ciudades de refugio tipifican a Cristo. Todos somos homicidas, y Cristo es nuestra ciudad de refugio. ¿Cree usted realmente que jamás ha matado a nadie? Todos hemos matado a nuestros padres, a nuestro cónyuge o a nuestros hijos. Los que viven en la casa de hermanos se han matado mutuamente. Después de matar a alguien, debemos huir a una ciudad de refugio, es decir, debemos correr a Cristo.

  Los levitas dispersos no sólo llevaban el pueblo a Dios, sino que también llevaban el refugio de Dios al pueblo pecaminoso. Debemos aplicar eso a nuestra situación actual. Si nosotros somos verdaderos levitas, dondequiera que estemos Cristo estará presente como ciudad de refugio para los demás. Nuestra morada será una ciudad de refugio a la cual los pecadores pueden huir para obtener salvación. De esta manera llevamos el refugio de Dios al pueblo pecaminoso. Los pecadores no deben correr a una catedral; simplemente necesitan huir al refugio de Dios, a las ciudades donde moran los sacerdotes de Dios. En estos días los santos de Anaheim se agrupan conforme a sus respectivos vecindarios. Yo espero que cada grupo sea una ciudad de refugio y que muchos incrédulos huyan allí. En dicho refugio los que cometan pecados encontrarán el amparo que necesitan. Puesto que hay tan pocos levitas, casi no hay lugares de refugio en la ciudad de Anaheim. Nosotros debemos ser los levitas de hoy. Debemos ser incondicionales y fieles y matar nuestros deseos carnales para ser los levitas de Dios, Sus sacerdotes. Si somos levitas, entonces dondequiera que vivamos, nuestra morada será una ciudad de refugio a la cual los pecadores podrán correr en busca de salvación.

  En los casos de Rubén, Simeón y Leví vemos que es posible tanto perder como ganar. Ganamos o perdemos, dependiendo de nuestra actitud y de nuestra reacción a las situaciones. Que Dios tenga misericordia de nosotros para que nuestra reacción nos haga ganar y no perder.

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