Lectura bíblica: Hag. 1; Hag. 2
En este mensaje abordaremos el libro de Hageo, un libro que trata sobre la edificación de la casa de Jehová con relación al bienestar de Israel y a la venida del Mesías.
Las palabras de introducción se encuentran en Hageo 1:1.
En hebreo el nombre Hageo significa “Mi fiesta” o “la fiesta de Jehová”, lo cual indica que el profeta Hageo, nacido durante el cautiverio en Babilonia, esperaba de todo corazón que Israel retornase de su cautiverio para que las fiestas de Jehová pudieran ser restauradas.
El período de tiempo en que transcurrió el ministerio de Hageo fue durante el año 520 a. C., en tiempos de Zacarías (Esd. 5:1).
El lugar donde Hageo desempeñó su ministerio fue Jerusalén.
El ministerio de Hageo tuvo como destinatarios a los israelitas que habían retornado.
El tema de la profecía de Hageo es las medidas que Jehová toma respecto a los cautivos que retornaron con miras a la edificación de Su casa.
El pensamiento central del libro de Hageo es que la edificación de la casa de Jehová guarda relación con el bienestar del pueblo de Dios hoy y con la venida del reino milenario junto con su Mesías en la era de la restauración. En el Antiguo Testamento la casa de Dios, o el templo, fue primero un tipo del Cristo que, individualmente, era la casa de Dios y luego un tipo de la iglesia, el Cuerpo, que es el Cristo agrandado y, como tal, es corporativamente la casa de Dios. Por tanto, debemos considerar que Hageo se refiere a nosotros, puesto que nosotros somos la realidad de este tipo. Las medidas tomadas por Jehová con respecto a los cautivos que retornaron representan las medidas que Él toma con respecto a nosotros en el recobro.
La revelación con respecto a Cristo en el libro de Hageo abarca dos asuntos.
Primero, este libro revela que Cristo es el Deseado de todas las naciones (2:7).
Segundo, este libro revela a Cristo en Su venida como el Mesías (tipificado por Zorobabel, el gobernador) en la era venidera (2:23).
El libro de Hageo tiene tres secciones: palabras de introducción (1:1); la reprensión de Jehová y el encargo que Él hace concerniente a la demora en la edificación de Su casa (1:2-15); y la profecía con respecto a la casa de Jehová en el milenio y la promesa con respecto al Mesías en el reino venidero (2:1-23).
En 1:2-6, 9-11 tenemos la reprensión de Jehová.
“Así dice Jehová de los ejércitos: Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea edificada” (v. 2). Aquí tenemos el pretexto dado por el pueblo para demorar la reedificación de la casa de Jehová. Su pretexto fue que aún no había llegado el tiempo para que la casa de Jehová fuese edificada.
El pretexto del pueblo es seguido por la pregunta de Jehová. “Entonces vino palabra de Jehová por medio del profeta Hageo, diciendo: ¿Es acaso tiempo para que vosotros habitéis en vuestras casas artesonadas, mientras esta casa está en ruinas?” (vs. 3-4). Ellos cuidaban únicamente de sus casas mas no de la casa de Jehová; por tanto, Él intervino a fin de inquirir de ellos con respecto a Su casa.
En los versículos 5, 6 y 9 al 11 tenemos el trato de Jehová con los cautivos que habían retornado, quienes sólo cuidaban de sí mismos y desatendían a Dios.
En Su trato con ellos, lo primero que hizo Jehová fue encargarles que consideraran sus caminos (v. 5).
Jehová les hizo notar que los cautivos que habían retornado habían sembrado mucho, pero recogido poco; que ellos habían comido y bebido, pero sin saciarse; que ellos se habían vestido, pero sin lograr calentarse; y que habían ganado salario, mas lo recibían en bolsa rota (v. 6). Esto nos dice que si en nuestro corazón no tenemos el deseo de cuidar de la casa de Dios para Su satisfacción, no importa cuánto comamos ni bebamos, ni cuán bien nos vistamos, no obtendremos satisfacción. Si descuidamos la iglesia, no tendremos verdadero disfrute ni satisfacción.
En el versículo 9 Jehová procede a decirles que ellos buscaron mucho y obtuvieron poco. Cuando lo trajeron a casa, Él lo disipó con un soplo debido a que Su casa estaba en ruinas mientras cada uno de ellos corría a su propia casa. Por tanto, los cielos sobre ellos retuvieron el rocío, y la tierra retuvo sus frutos (v. 10). Ciertamente Jehová había llamado la sequía sobre aquella tierra, sobre los montes, sobre el trigo, sobre el vino nuevo, sobre el aceite fresco, sobre lo que la tierra produce, así como sobre el hombre, sobre la bestia y sobre todo trabajo de sus manos (v. 11).
El uso de la palabra corre aquí indica que la gente estaba ocupada en el cuidado de sus propias casas. Hoy en día algunos santos están tan ocupados cuidando de sus propias casas que no tienen tiempo de asistir a las reuniones. Al considerar estos asuntos, debemos comprender que en el universo no existe la llamada neutralidad. Nuestra entrega tiene que ser absoluta, ya sea para atender primero al cuidado de nuestras propias casas o para atender primero al cuidado de la casa del Señor. Lo que deseo recalcar aquí es que debemos aprender a reservar ciertos períodos de tiempo para atender a los intereses del Señor. ¿Cuántos pecadores están a la espera de que los visitemos? ¿Cuántos santos, especialmente los más jóvenes, esperan ser alegrados y nutridos por nosotros? Tal vez al presente busquemos pretextos para disculparnos, pero debemos considerar cómo le responderemos al Señor Jesús cuando Él venga. Es posible que tengamos muchos parientes que no son salvos. El hecho de que no sean salvos podría ser culpa nuestra y no culpa de ellos mismos. De ser así, cuando el Señor venga a arreglar cuentas con nosotros (Mt. 25:19), Él ciertamente nos reprenderá. Nos ha sido difícil obtener el aumento numérico, y esto se ha debido principalmente no a nuestro entorno, sino a nuestros pretextos.
Al hacer Su encargo, Jehová le dijo al pueblo que considerasen sus caminos y subiesen al monte para traer madera y edificar la casa; entonces, Él se complacería en ella y sería glorificado (Hag. 1:7-8). Hoy en día, nuestra predicación del evangelio consiste en reunir material para la edificación de la casa de Dios.
La respuesta de Zorobabel, el gobernador, y Josué, el sumo sacerdote, junto con todo el remanente del pueblo, consistió en escuchar la voz de Jehová su Dios y las palabras del profeta Hageo, y el pueblo temió delante de Jehová (v. 12). Entonces Hageo, mensajero de Jehová, alentó al pueblo con la declaración de Jehová: “Yo estoy con vosotros” (v. 13). Y despertó Jehová el espíritu de Zorobabel, el espíritu de Josué y el espíritu de todo el remanente del pueblo; entonces ellos vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos (vs. 14-15). ¡Qué maravillosa respuesta!
Espero que todos los queridos santos estén ocupados saliendo a visitar personas y contactando a sus parientes, compañeros de clase y colegas para predicarles el evangelio. Todos los santos debemos ocuparnos, por el Señor Jesús, en la obra de predicar el evangelio, alimentar a los nuevos creyentes y cuidar de los demás. Espero que, a este respecto, toda la atmósfera y el ambiente entre nosotros experimente un cambio revolucionario.
Hageo 2:1-23 es la profecía con respecto a la casa de Jehová en el milenio y la promesa con respecto al Mesías en el reino venidero.
En los versículos del 1 al 9 se le encarga al profeta Hageo hablar al pueblo con respecto a la casa de Jehová. “Así dice Jehová de los ejércitos: Una vez más, de aquí a poco, haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, dice Jehová de los ejércitos. Mía es la plata y Mío es el oro, declara Jehová de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, dice Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, declara Jehová de los ejércitos” (vs. 6-9). Esta profecía sobre la casa de Jehová en el milenio fue motivo de aliento para la edificación de la casa de Dios emprendida en tiempos de Zorobabel.
El versículo 7 revela que Cristo es el Deseado de todas las naciones. Siento aprecio por aquella frase en el himno de Charles Wesley que dice: “¡Ven, Deseado de las naciones, ven!”. Verdaderamente Cristo es lo que la humanidad entera desea. Toda persona desea tener vida, luz, paz, bondad y justicia; sin embargo, no comprenden que lo que desean en realidad es a Cristo. Cristo es vida, luz y paz. Si no le tenemos a Él, no tenemos vida, luz, paz ni ninguna de las virtudes humanas. Cristo es la realidad de toda virtud humana. Por tanto, desear tales virtudes es, en realidad, desear a Cristo.
Según lo dispuesto por Dios en Su creación del hombre, las virtudes humanas —tales como amor, bondad, paciencia y humildad— tienen por finalidad la expresión de los atributos divinos. Es la intención de Dios que los atributos de Su ser sean expresados por el hombre en sus virtudes. A manera de ilustración, consideren un guante, el cual ha sido diseñado en la forma de una mano humana. La mano del hombre es el contenido del guante, y el guante es la expresión de la mano. Asimismo, las virtudes humanas son el “guante” para la expresión de los atributos divinos, que son la “mano”. Así como un guante que no tiene una mano carece de contenido, también las virtudes humanas carentes de los atributos divinos no poseen realidad.
Génesis 1:26 nos dice que Dios hizo al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza. No obstante, el hombre estaba vacío, pues tenía únicamente la forma externa, mas no tenía a Dios mismo como su contenido interno. Por tanto, la intención de Dios era que el hombre creado a Su imagen hiciera uso de su propia voluntad para escoger a Dios, representado por el árbol de la vida, como su contenido. Escoger a Dios de este modo significa que recibimos la vida de Dios con Sus atributos dentro de nuestro ser para que sea expresada por nosotros a través de nuestras virtudes. Por ejemplo, uno de los atributos de Dios es el amor. Podríamos afirmar que este amor forma parte de la “mano” y que la virtud humana de nuestro amor forma parte del “guante”. Incluso los incrédulos tienen un amor natural y humano. Por supuesto, ellos carecen del amor que es un atributo divino. Por ser creyentes, hemos recibido a Dios como nuestra vida y, en la medida que Él vive en nuestro interior, Su atributo de amor es expresado mediante la virtud de nuestro amor humano. De este modo, Cristo llega a ser la realidad de esta virtud humana.
Hoy en día las personas en todo lugar desean tener vida, luz, amor, paciencia y perseverancia, sin comprender que desear todas estas virtudes es, en realidad, desear a Cristo. Todas las personas, incluyendo a los incrédulos, desean a Cristo sin darse cuenta de ello. Esto es lo que significa afirmar que Cristo es el Deseado de todas las naciones.
En los versículos del 10 al 19 el profeta habló sobre la inmundicia del pueblo, las medidas que Jehová tomó con respecto a ellos y Su posterior bendición. La inmundicia aquí no era algo físico, sino algo moral y espiritual, lo cual atañe a la relación que ellos tenían con Dios. Una vez que tal inmundicia fuese quitada, ellos serían bendecidos por Dios.
Finalmente, en los versículos del 20 al 23, tenemos una promesa con respecto al Mesías (tipificado por Zorobabel) en el reino venidero. Se le encargó a Hageo que hablase a Zorobabel y le dijera: “Yo haré temblar los cielos y la tierra; trastornaré el trono de los reinos y destruiré la fuerza de los reinos de las naciones; trastornaré los carros y a los que en ellos suben, y caerán los caballos y sus jinetes, cada cual por la espada de su hermano. En aquel día, declara Jehová de los ejércitos, te tomaré, oh Zorobabel, hijo de Salatiel, siervo Mío, declara Jehová, y te pondré como sello; porque Yo te escogí, declara Jehová de los ejércitos” (vs. 21-23). Que Jehová hiciera de Zorobabel un anillo de sello indica que Jehová lo consideraba Su representante, que lo amaba y que confiaba en él. Zorobabel ciertamente era tal clase de persona. Él representó a Dios, y Dios lo amó y confió en él.
En este aspecto Zorobabel tipifica a Cristo, pues el sello de Dios le ha sido dado a Cristo. Él representa a Dios y es Aquel a quien Dios ama y en quien Dios confía. Por ser tal persona, Él es apto para velar por la edificación de la casa de Dios, la iglesia.