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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Hebreos»
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Mensaje 10

EL CAPITÁN DE LA SALVACIÓN

(2)

  Necesitamos dedicar otro mensaje al tema, el Capitán de la Salvación. Éste es un tema muy importante, ya que el Capitán de la salvación es quien nos lleva a la gloria. Creo que no tenemos ningún problema en entender lo que significa el Capitán, pero sí nos cuesta entender lo que significa la gloria. Aunque ya hablamos de la gloria en el mensaje anterior, debido a que muchos de nosotros aún no entendemos el verdadero significado de la palabra gloria según la Biblia, en este mensaje todavía siento la carga de compartir algo básico sobre este tema.

LA GLORIA ES DIOS EXPRESADO

  En la Biblia la gloria es Dios expresado. Siempre que Dios es expresado, eso es gloria; pero cuando Dios está escondido, no hay gloria. Cuando Dios es visto, ahí está la gloria. Usted nunca podrá ver a Dios sin ver Su gloria. El Dios escondido es simplemente Dios, pero cuando se manifiesta, es gloria. La gloria podía ser vista mientras los hijos de Israel peregrinaban de Egipto a la buena tierra (Éx. 13:21). Durante el día, Dios era visto como una nube y durante la noche, era visto como una columna de fuego; esto era la gloria. En el Evangelio de Juan leemos que el Verbo era Dios, que el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, y que todos contemplamos Su gloria (Jn. 1:1, 14). Juan 1:18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. La gloria está presente cuando Dios es declarado. Cuando vemos a Dios, vemos la gloria.

LA EXPRESIÓN CORPORATIVA DE DIOS

  Basándonos en este entendimiento de la gloria, podemos preguntarnos: “¿Cuál es el propósito eterno de Dios?”. El propósito eterno de Dios consiste en expresarse de una manera corporativa. Si ustedes leen detenidamente Apocalipsis, verán que la ciudad de la Nueva Jerusalén en su totalidad tiene la gloria de Dios (Ap. 21:10-11). Esto quiere decir que la ciudad entera será la expresión corporativa de Dios. En la Nueva Jerusalén, Dios está en el Cordero y el Cordero es la lámpara en quien y por medio de quien Dios resplandece como luz (Ap. 21:23, gr.). Finalmente, esta luz resplandecerá a través del muro de la ciudad, un muro de jaspe tan transparente como el cristal, el cual expresa la imagen de Dios. Si me preguntan qué es la gloria, yo les diría que eso es gloria. Así pues, ser conducidos a la gloria simplemente significa ser introducidos en esa expresión gloriosa de Dios.

  Ya que tal vez muchos nuevos creyentes no están familiarizados con este tema, vamos entonces a examinar con mayor detenimiento estos versículos de Apocalipsis. Apocalipsis 21:11, al describir la Nueva Jerusalén, dice: “Teniendo la gloria de Dios. Y su resplandor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal”. El versículo 18 del mismo capítulo dice: “El material de su muro era de jaspe”. Todo el muro de la ciudad es de jaspe y expresa la imagen misma de Dios. Si leen Apocalipsis 4:3, pueden ver que el aspecto de Dios, quien está en el trono, es semejante al jaspe; leamos: “Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe”. El aspecto de Dios es como el jaspe, y el muro de la ciudad es de jaspe, es decir, expresa la imagen de Dios. Ésta es la gloria que la ciudad tiene. Tal gloria no es un resplandor o brillo externo; la gloria aquí se refiere a la expresión de la realidad divina. La realidad divina, expresada por medio del Cuerpo de forma corporativa, es la gloria. Ésta es la gloria a la que vamos a entrar. La gloria en la que hemos de entrar no es un resplandor o brillo externo, sino que es Dios mismo quien resplandece desde nosotros, a través de nosotros y que procede de nosotros.

  ¿Dónde se encuentra la gloria en la Nueva Jerusalén? Ella está en su centro mismo, en el corazón de la ciudad, pues Dios, quien es la fuente de la gloria, está en el trono en el centro de la Nueva Jerusalén. Dios, quien está en el trono, es la sustancia, la esencia y el elemento de la gloria. En Apocalipsis 21 a aquella gloria se le llama luz (Ap. 21:23). Esta luz no es una luz natural, como la del sol, la luna y las estrellas; tampoco es una luz artificial, como la de una lámpara. No, se trata de la luz divina, es decir, de Dios mismo. Ésta es la fuente de la gloria. Dios como luz resplandece en el Cordero y por medio de Él, quien es la lámpara, y finalmente resplandece a través de toda la ciudad, de modo que ésta tiene la apariencia de Dios mismo. Así pues, cuando contemplamos la Nueva Jerusalén, lo que vemos es la expresión de la apariencia de Dios, la luz en la lámpara resplandeciendo a través del jaspe. Esto es la gloria. La gloria es Dios expresado a través de Su pueblo redimido. ¡Oh, cuánto necesitamos ver todos lo que realmente es esta gloria!

  En estos mensajes hemos hablado mucho acerca de la necesidad de cruzar ríos. Debemos cruzar el río e ir al lado de la gloria, a la región de la gloria. Sin embargo, esto no significa entrar en la gloria en un sentido físico y andar por calles de oro. No, todo lo concerniente a Dios y a Su propósito eterno es misterioso, espiritual y divino, y no se puede describir adecuadamente con palabras humanas ni se pueden comprender debidamente con la mente humana. Es por eso que la Biblia se vale de símbolos que representan las realidades divinas. Así pues, cuando la Biblia afirma que Cristo es el Cordero, por supuesto no quiere decir que Él sea literalmente un cordero de cuatro patas y un rabo. Cuando la Biblia dice que Cristo es el Cordero de Dios (Jn. 1:29), está refiriéndose a la redención divina.

  La Biblia en su totalidad revela que el Ser Divino, el Dios todopoderoso y misterioso, desea obtener una expresión plena a través de un pueblo corporativo. Es con este propósito que Él creó el universo, incluyendo los cielos y la tierra. Es para esto que Él, específica y particularmente, creó al hombre como una entidad corporativa que pueda ser llena de Él, contenerle a Él, vivir por Él y tener su ser en Él a fin de expresarle. Finalmente, este hombre corporativo vendrá a ser la Nueva Jerusalén como la expresión corporativa de Dios. Dios será el centro, la esencia, la sustancia, el contenido, la vida y el todo de este hombre corporativo. Allí Dios resplandecerá. Él resplandecerá desde el interior de este hombre corporativo y por medio de él. La gloria de Dios estará allí, y todos los miembros de este hombre corporativo serán introducidos en esta gloria.

  Ahora podemos entender en qué consiste la gloria a la cual estamos siendo conducidos. Esta gloria no es un mero resplandor externo, sino que es Dios mismo expresado. Cuando Dios mismo entra en nosotros, Él es vida; cuando Él opera en nosotros, Él es luz; y cuando Él se expresa en nosotros, Él es gloria. Ésta es la meta eterna de Dios a la cual Él nos está conduciendo. Dios ahora nos está llevando a la región de la gloria, la cual es Dios mismo expresado.

LA NECESIDAD DE CRUZAR EL RÍO

  Si bien Dios creó al hombre con semejante intención y propósito, el hombre ha sido arruinado y corrompido. En cierto sentido, la humanidad arruinada llegó a ser Caldea, Babilonia, una tierra de idolatría. La Biblia a menudo usa territorios y ciudades como figuras para representar al hombre. Así pues, Caldea y Babilonia son un símbolo de la humanidad corrompida y arruinada, que está llena de idolatría. Debido a que el hombre cayó, existe la necesidad de cruzar el río para abandonar el territorio corrupto y entrar en la tierra nueva y elevada, esto es, en la humanidad nueva y elevada. Así que, Dios intervino y llamó a Abraham para que éste saliera de la humanidad arruinada, es decir, de Caldea, y lo puso por cabeza y padre del linaje llamado. Abraham cruzó el río y se convirtió en el primer hebreo, el primer cruzador de ríos. El hecho de que Abraham cruzara el río e ingresara en la nueva tierra, significaba que él entraba a una humanidad nueva y elevada, la cual Dios usaría para obtener Su expresión.

EL OBJETIVO DE CRUZAR EL RÍO

  El templo de Dios, la habitación de Dios en la tierra, era un símbolo de la expresión de Dios. Dios llamó a Abraham con la intención de obtener tal morada. El llamamiento de Abraham tenía como fin producir, edificar, la morada de Dios. Esto no es nada insignificante. Debemos considerar la Biblia y las personas que se mencionan en ella como una sola unidad, y no como individuos aislados tales como Abraham, Isaac, Jacob y Moisés. ¿Cuál era la intención de Dios al llamar a Abraham? Su intención era que todos sus descendientes pudieran ser edificados como morada de Dios sobre la tierra. Finalmente, el llamamiento de Abraham trajo como resultado el templo. Cruzar el río tenía como fin la edificación del templo. ¿Qué representa la edificación del templo? Representa la expresión corporativa de Dios. El templo, la morada de Dios, es la expresión corporativa de Dios sobre la tierra. El templo estaba lleno de la gloria de Dios (1 R. 8:10-11). Cuando el templo fue erigido durante el reinado de Salomón, la gloria shekiná lo llenó completamente. En ese momento todos los hijos de Israel fueron conducidos a la gloria. El templo físico simbolizaba al pueblo de Israel. La morada de Dios sobre la tierra no era una casa de piedra; aquello era solamente un símbolo. La verdadera morada de Dios sobre la tierra en aquella época era el pueblo de Israel. Cuando la gloria de Dios llenó el templo, eso significaba que la gloria de Dios había llenado a los hijos de Israel. Los hijos de Israel fueron introducidos en la gloria. Éste es el verdadero objetivo de cruzar el río, la verdadera meta de ser un hebreo.

EL SIGNIFICADO DE CRUZAR EL RÍO

  Si ustedes conocen la esencia de la Biblia, comprenderán que en todo lugar hay un río que el pueblo de Dios debe atravesar. Como ya mencioné, a la entrada del tabernáculo había un río: el lavacro (Éx. 40:30-32). Cada vez que un sacerdote quería entrar en la presencia de Dios, tenía que cruzar ese pequeño río. Sería absurdo decir que a los sacerdotes les bastaba lavarse una vez y para siempre. ¿Cuántas veces tenían que lavarse los sacerdotes? Esto dependía de cuántas veces entraran a la presencia de Dios. De igual manera, nosotros necesitamos lavarnos más de una vez. ¿Cuántas veces necesitamos lavarnos? Cada vez que estemos sucios. Lavarse es simplemente cruzar el río. Y no cesaremos de lavarnos hasta que estemos sobre el mar de vidrio (Ap. 15:2-3). Cuando entremos en la Nueva Jerusalén, no habrá más polvo sino únicamente oro, perlas y piedras preciosas. Allí no volveremos a ensuciarnos. En la entrada de la Nueva Jerusalén no se hallará ningún lavacro ni mar de vidrio. No obstante, sí estará el lago de fuego, y todo lo que ha sido quitado por el lavamiento irá allí. Ahora podemos entender lo que significa cruzar el río: significa lavarnos de todo lo viejo, de todo lo que fue arruinado y de todo aquello que no concuerda con la gloria de Dios.

  Abraham fue llamado a cruzar el río. Después de este cruce inicial, ¿cuántas veces más tuvieron que cruzar ríos? Tuvieron que cruzar el mar Rojo y también tuvieron cruzar el río Jordán. Cuando cruzaron el mar Rojo, el ejército egipcio fue sepultado (Éx. 14:28). Entonces ¿qué quedó sepultado en las aguas del Jordán? El ego. Cuando los hijos de Israel cruzaron el río Jordán, doce piedras, que representaban al viejo Israel, fueron sepultadas allí, y otro grupo de doce piedras, que representaban al nuevo Israel, fue sacado del lecho del río y erigido en la buena tierra (Jos. 4:8-9). Es necesario cruzar el río para salir de Egipto. Necesitamos cruzar el río para escapar del ejército egipcio y de la tiranía egipcia. Debemos cruzar el río para abandonar los centros comerciales egipcios y las modas modernas. Finalmente, debemos cruzar para salir de nosotros mismos. Debemos cruzar el mar Rojo y el río Jordán. Sólo entonces el templo será edificado.

  No debemos pensar que una vez que cruzamos el mar Rojo y el río Jordán, ya no nos quedan más ríos que cruzar. Cada vez que deseemos entrar en el templo, debemos cruzar el río, el lavacro. Además, todavía nos falta cruzar el mar de vidrio. Así pues, día tras día y a cada momento tenemos que cruzar el río para ingresar al Lugar Santísimo, para entrar en la presencia de la gloria shekiná, donde Dios mora. Esto es lo que significa ser llevado a la gloria. La acción de cruzar todos estos ríos es lo que nos conducirá a la gloria, la cual es Dios mismo expresado.

EL SEÑOR JESÚS COMO EL EJEMPLO TÍPICO

  En cuanto a esto, no sólo contamos con tipos tan claros como Abraham y sus descendientes quienes llegaron a su consumación en la edificación del templo, sino que además tenemos un ejemplo típico: el Señor Jesús. El Señor como el Pionero y Precursor es el ejemplo, el modelo, de una persona que cruzó el río y entró en la gloria de Dios. Él cruzó el río Jordán y entró plenamente en la gloria divina. Él padeció sufrimientos y entró en la gloria (Lc. 24:26; 1 P. 1:11).

  ¿En qué consiste la gloria en la que entró Jesús? Esta gloria es la plena expresión de Dios. Mientras el Señor estaba en la carne, Dios estaba oculto en Él. Dentro de Él se encontraba la semilla de la gloria divina. En Jesús, el nazareno de carne y hueso, estaba la semilla de la gloria divina. Pero esta gloria estaba escondida en Él, al igual que la gloria de un clavel se halla escondida dentro de su semilla. Después que la semilla de clavel cae en la tierra, muere, después brota y se desarrolla hasta llegar a la etapa en que florece, entonces la semilla es introducida en la gloria. Jesús fue tal semilla. Él cayó en tierra, murió y creció en resurrección (Jn. 12:23-24). Al crecer en resurrección, Su ser completo, incluyendo Su humanidad y Su naturaleza humana, fue introducido en la expresión gloriosa de Dios. Ésta fue Su gloria. El Señor sufrió la muerte y de este modo cruzó el río de la muerte y entró en la gloria, esto es, en la expresión plena del Ser Divino. Lo tipificado por Abraham y sus descendientes en el momento de edificar el templo, se cumplió en el Señor Jesús. Después de vivir en la tierra por treinta y tres años y medio, Jesús cumplió este tipo. Él cruzó el río. Él primero cruzó el río en el momento de Su bautismo. Luego, durante los siguientes tres años y medio, Él estuvo cruzando ríos continuamente. Finalmente, en Su crucifixión cruzó el río de la muerte. Al cruzar este último río, Él entró en la gloria. La gloria en la que Él entró es la realidad de la expresión del Ser divino de Dios. Después de Su resurrección, Él era la expresión gloriosa de Dios. Ésta fue la gloria en la que Él entró. Debido a que Él inauguró el camino a la gloria, el que preparó este camino, Él es el ejemplo, el modelo.

DENTRO DEL VELO

  Este Pionero, este Precursor, penetró hasta dentro del velo (He. 6:19-20). ¿Qué es el velo? El velo es aquello que nos separa de la expresión de Dios. Todo río es un velo que nos separa de la expresión de Dios. Al cruzar el río Jordán, el río de la muerte, Jesús penetró hasta dentro del velo. Allí, detrás del velo, no existe otra cosa que la expresión de Dios. Ahora Él está allí en la gloria. Hay un hombre en la gloria. Esto quiere decir que hay un hombre en la expresión de Dios. Aún más, significa que hay un hombre que es la expresión de Dios, un hombre que es la gloria de Dios.

CRISTO, LA GLORIA EN NOSOTROS

  Este hombre maravilloso llamado Jesús, quien es el modelo, el ejemplo, el Precursor, el Pionero y el Capitán, un día entró en nosotros. Puede ser que no estuviéramos conscientes de ello, pero Él entró en nosotros. Tal vez sepamos que Jesús entró en nosotros, pero probablemente no sepamos qué clase de Jesús es Él, ya que la mayoría de creyentes lo conocen solamente según la deficiente predicación que recibieron. ¿Quién es este Jesús que ha entrado en nosotros? Él no solamente es el Salvador; Él fue el primero en correr la carrera que conduce a la gloria, Aquel que entró en la plena expresión de Dios, Aquel que incluso hoy mismo es la plena expresión de Dios. El Jesús que ha entrado en nosotros es Aquel que es la expresión de Dios, el resplandor de la gloria de Dios (He. 1:3). Es por eso que Colosenses 1:27 dice: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. En el pasado, probablemente lo máximo que podríamos afirmar era que Cristo es la vida eterna en nosotros. Si no fuera por Colosenses 1:27, jamás nos habríamos imaginado que el Jesús que está en nosotros es la esperanza de gloria. Nuestra esperanza de gloria es Cristo mismo.

  Esta gloria sigue siendo una esperanza para nosotros, porque hasta el momento no se ha manifestado. Una vez que se siembra una semilla de clavel, la esperanza que se tiene es que ella florezca. Aunque todavía no haya florecido, uno tiene la convicción de que tarde o temprano florecerá. Cristo en nosotros es la esperanza de gloria. Ya que la semilla de gloria ha sido sembrada en nosotros, todos tenemos la esperanza de verla florecer.

  Por una parte, esta Persona maravillosa está dentro del velo, morando allí en la expresión de Dios y siendo la propia expresión de Dios. Pero por otra parte, Él ha entrado en nosotros. No deberíamos tratar de entender esto con nuestra mente limitada y decir: “Cristo estaba dentro del velo y ahora Él está en mí. Puesto que ahora está en mí, ya no está más allá”. Ése es nuestro pensamiento natural. No deberíamos permanecer en nuestra mente limitada; debemos cruzar el río. Podemos usar el ejemplo de la electricidad para mostrar cómo Cristo puede estar dentro del velo y a la vez en nosotros. La electricidad está tanto en la central eléctrica como en nuestras habitaciones. Cuando la electricidad llega a nuestra habitación, eso no significa que haya dejado de estar en la central eléctrica. De igual manera, por un lado Cristo está allá, dentro del velo, y por otro está en nosotros. Él no tiene que dejar la gloria para entrar en nosotros. Mientras está dentro del velo y en nosotros, Él está ministrándonos de allá a acá. Él entró detrás del velo como el Pionero, el Precursor, y así ingresó a la gloria, que es la expresión plena y gloriosa del Ser Divino. Ahora Él está en la gloria como el Capitán de nuestra salvación. Un día este Capitán de la salvación entró en nosotros. Pero al entrar en nosotros, Él nunca dejó la gloria; antes bien, Él introdujo la gloria en nosotros. ¡Esto es maravilloso! Cuando el Capitán de la salvación entró en nosotros, la gloria vino con Él. En otras palabras, el Capitán de la salvación entró en nosotros para ser la gloria. Por lo menos, Él entró para ser la semilla de gloria. Ahora todos tenemos esta semilla de gloria, esto es, al Capitán mismo de la salvación, en nuestro ser. ¿Por qué se le llama el Capitán? Porque Él fue el primero en abrir el camino a la gloria. Puesto que Él fue el primero en entrar en la gloria, Él como nuestro Precursor está plenamente capacitado para ser nuestro Capitán.

  Ahora ya estamos preparados para entender en qué sentido Jesús fue perfeccionado por los sufrimientos (2:10). ¿Por qué Sus sufrimientos le hicieron apto para ser el Capitán? Porque si no hubiera pasado por sufrimientos, Él no podría estar en la gloria, y sin estar en la gloria, no podría haber sido perfeccionado ni capacitado. Pero al pasar por los sufrimientos, Él entró en la gloria, y ahora está plenamente capacitado y perfeccionado para cumplir Su oficio de Capitán. Por tanto, Él puede entrar en nosotros como el Capitán y como la gloria.

  En este mismo momento, Él está ministrándonos desde allá acá. Al ministrarnos de este modo, Él no sólo es el Capitán sino también el Sumo Sacerdote. Él es el Sumo Sacerdote que nos ministra Su ser a nosotros como pan y vino. El Señor continuamente nos ministra Su propio Ser como gracia. En 1 Pedro 5:10 hallamos la expresión “el Dios de toda gracia”. Cuando Pablo estuvo sufriendo a causa del aguijón en su carne, rogó a Dios tres veces que este aguijón le fuera quitado (2 Co. 12:7-8), pero el Señor le contestó: “Bástate Mi gracia” (v. 9). Era como si el Señor le dijera: “No cometeré la torpeza de quitar el aguijón. Más bien, te suministraré Mi gracia, la cual te bastará. Te ministraré mi propio Ser para que éste sea el suministro, la gracia, el pan y el vino, que habrán de sustentarte y sostenerte mientras pasas por todos estos sufrimientos. Estos sufrimientos producirán gloria en ti.”

EL ETERNO PESO DE GLORIA

  Puesto que Pablo sabía que los sufrimientos nos ayudan para llevarnos a la gloria, él pudo decir: “Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:16-17). En 2 Corintios 4:17 Pablo comparó “esta leve tribulación momentánea” con “un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. Él estaba diciendo que el eterno peso de gloria era muy superior a la tribulación leve y momentánea. Aquí podemos observar tres contrastes: entre tribulación y gloria, entre leve y peso, y entre momentánea y eterno. Todos los sufrimientos por los que pasamos pueden calificarse como leves. Esta leve tribulación momentánea no tiene comparación con el peso eterno de gloria. No debemos dejarnos turbar por los sufrimientos. Antes bien, debemos decirle a Satanás: “Satanás, a pesar de los sufrimientos por los que estoy pasando, estoy feliz. No son nada pesados, sino más bien leves”. Hermanos y hermanas, ¿sienten que algún peso los agobia? Muchas hermanas se me han acercado a decirme: “Hermano, usted no tiene idea de cuán difícil y pesada es mi situación. No se imagina el peso que llevo encima”. Hermanas, no está bien que digan esto. Su sufrimiento no es pesado sino leve. Lo que realmente tiene peso es la gloria. Todos nuestros sufrimientos en realidad son leves; son la leve tribulación momentánea que produce en nosotros un eterno peso de gloria.

  Una vez más debemos preguntarnos: “¿Qué es la gloria?”. La gloria es la expresión de Dios. No es necesario que esperemos llegar a la eternidad para tener la expresión de Dios. Aun hoy, después de que los santos han pasado por alguna tribulación momentánea, podemos ver la gloria en ellos. Puedo testificar que he conocido muchos queridos santos que son así. Ellos han pasado por sufrimientos y, con el tiempo, han llegado a manifestar la expresión de Dios. Cuanto más sufren, más son introducidos en la expresión de Dios. Así pues, no solamente en el futuro sino ahora mismo, los sufrimientos nos conducen a la expresión de Dios. En esto consiste el peso de gloria.

CRISTO VIENE DESDE AFUERA Y DESDE ADENTRO

  Romanos 8:30 dice que “a los que justificó, a éstos también glorificó”. Esto no se refiere al hecho de ser introducidos en la gloria. Ser introducidos en la gloria es una cosa, y ser glorificados es otra. Más adelante, en 2 Tesalonicenses 1:10 leemos: “Cuando venga en aquel día para ser glorificado en Sus santos”. Un día, en el tiempo señalado, Cristo vendrá para ser glorificado en nosotros. Esto quiere decir que Él vendrá al ser manifestado de nuestro interior. Si usted conoce la Biblia, comprenderá que por un lado Cristo vendrá desde arriba, por fuera, y por otro que Cristo viene al manifestarse desde nuestro interior. Él fue sembrado en nosotros como la semilla de gloria. Esta semilla crecerá hasta llegar a la etapa de su florecimiento. Entonces, la gloria se manifestará. Yo sí creo que el Señor vendrá literalmente por segunda vez; pero en la Biblia el concepto de Su venida no es tan superficial. ¿Por qué el Señor aún no ha venido? Para Él es muy fácil venir de lo alto; Él puede hacerlo en cualquier momento. Pero no le es nada fácil manifestarse desde nuestro interior. Aunque Él puede descender de lo alto en cualquier momento, ¿dónde está el pueblo del cual Él puede manifestarse? A Él le es muy fácil resplandecer sobre nosotros, pero le es muy difícil ser glorificado en nosotros. A Él le es muy fácil llevarnos a la gloria, pero no le es tan fácil glorificarnos. Por ejemplo, si una persona tiene una tez pálida, es fácil cambiarle su aspecto exterior con maquillaje. Pero para que esa palidez sea transformada interiormente en un color más saludable, requiere tiempo. La Biblia en efecto dice que Dios está llevando muchos hijos a la gloria, pero también afirma que Él nos glorificará. Glorificarnos implica que la gloria que fue sembrada en nosotros llegará a saturar todo nuestro ser. Cuando todo nuestro ser haya sido impregnado y saturado del elemento de la gloria, ésta será irradiada desde nosotros; saldrá de nuestro interior. Esto es lo que significa que seamos glorificados. Cuando experimentemos esta glorificación, estaremos en la expresión de Dios. Entonces, habremos llegado completamente a la otra orilla y entrado plenamente en la expresión de Dios. Ésta es nuestra gloria.

  Ahora podemos entender lo que significa entrar en la gloria, lo que significa que Dios nos conduzca a la gloria. ¡Alabado sea el Señor porque estamos cruzando el río! Todavía seguimos cruzando el río. Cruzamos el río al pasar del cristianismo viejo a la novedad de la vida de iglesia; al pasar del viejo yo a la novedad del espíritu; al pasar de todo lo que no es Dios a la expresión de Dios mismo. Todos los días somos los verdaderos cruzadores de ríos. Día tras día estamos cruzando el río. Nuestro Capitán ha cruzado todos los ríos; Él ha abierto el camino y ahora es el Pionero, el Precursor y el Capitán que nos conduce a la gloria. Con este fin, Él ha entrado en nosotros como el Capitán y como la semilla de gloria. Aun en este mismo instante, Él nos está ministrando desde la gloria de Dios; nos está ministrando Su propio Ser como el pan y el vino que nos sustenta y nos sostiene. Éste es el Capitán de nuestra salvación. Así que, mientras nos dirigimos a la gloria, la gloria está en nuestro interior. ¡Alabado sea Él!

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