Mensaje 13
El libro de Hebreos es maravilloso tanto en contenido como en la manera en que fue escrito. Ninguna mente humana pudo haber escrito semejante epístola. Ciertamente debió haber sido escrita bajo la inspiración divina. En este mensaje sobre nuestro misericordioso y fiel Sumo Sacerdote, concluiremos nuestro estudio de los primeros dos capítulos del libro de Hebreos. Después de abarcar tantos asuntos en los dos primeros capítulos, el escritor concluye esta sección revelándonos que el Hijo del Hombre nos ministra como fiel y misericordioso Sumo Sacerdote. Si queremos conocer las cualidades que lo hacen apto para ser Sumo Sacerdote, debemos referirnos a los dos primeros capítulos de Hebreos para ver todo lo que Él es y todo lo que Él ha realizado.
¿Por qué el escritor de Hebreos usa las palabras misericordioso y fiel para describir a este Sumo Sacerdote? ¿Por qué no usa un solo término o más de dos? La respuesta es que en los primeros dos capítulos de este libro el escritor ha abordado principalmente dos asuntos: que Cristo es el Hijo de Dios, Dios mismo, y que Él es el Hijo del Hombre, un verdadero hombre. El calificativo “misericordioso” corresponde al hecho de que Él es un hombre, y el adjetivo “fiel” corresponde al hecho de que Él es Dios. Para ser fieles, no solamente requerimos virtud sino también capacidad. Suponga que yo le hago una promesa. Aunque mi virtud sea buena, tal vez no tenga la capacidad para cumplir lo prometido. Aunque deseo ardientemente ser fiel en cumplir mi promesa, no tengo la capacidad para hacerlo ya que carezco de los medios necesarios para cumplir mi palabra. Finalmente, no puedo ser fiel. Pero este Sumo Sacerdote no es solamente un hombre honesto, sino también es el Dios fiel. Dios es fiel (10:23). Él es capaz de cumplir todo lo que promete. Dios nunca miente (6:18). Él es capaz de cumplir lo que ha dicho. Él cuenta con todos los recursos necesarios para cumplir lo que ha dicho. Sólo Dios puede ser plenamente fiel. Ninguno de nosotros puede serlo. Muchas veces sinceramente he deseado cumplir mi palabra, pero me he encontrado imposibilitado de llevarla a cabo. No lo he podido hacer porque no soy el Dios todopoderoso. ¿Qué podría impedirle a Dios cumplir Su palabra? Absolutamente nada. Jesús puede ser un fiel Sumo Sacerdote porque Él es el Dios todopoderoso. Ya que Él como Hijo de Dios es Dios mismo, Él puede ser fiel. Es cierto que como hijos de Dios y hermanos del Primogénito somos tanto divinos como humanos, pero no somos omnipotentes. Somos humanos conforme a nuestra naturaleza humana y divinos conforme a Su naturaleza divina, pero no omnipotentes según Su Deidad. Ya que Él es el Dios todopoderoso, Él puede sernos fiel.
El calificativo “misericordioso” corresponde al hecho de que Cristo es un hombre. Él se hizo hombre y vivió en la tierra, y como tal pasó por todos los sufrimientos humanos. Como resultado, Él ha sido plenamente capacitado para ser misericordioso con nosotros. Él sabe cómo ser misericordioso con los hombres. Él es un hombre que experimentó la vida humana y padeció los sufrimientos de la misma.
¿Cómo es que Cristo puede ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote? Porque Él es el Hijo del Hombre con naturaleza humana y el Hijo de Dios con naturaleza divina. Él llena todos los requisitos para ser tal sacerdote. Aarón era un buen sumo sacerdote, pero solamente tenía humanidad; no tenía divinidad. Aunque él podía ser misericordioso, dudo que haya sido verdaderamente fiel. Pero Jesucristo nuestro Sumo Sacerdote, quien es el Hijo de Dios e Hijo de Hombre, es misericordioso y fiel por ser tanto Dios como hombre.
Otra cualidad que le permite a Cristo ser tal Sumo Sacerdote es el hecho de haberse encarnado para ser como nosotros (2:14, 17). Podríamos incluso decir que Él es más humano que nosotros debido a que durante Su vida humana Él experimentó algunos sufrimientos que ninguno de nosotros ha llegado a padecer. Para poder ser un misericordioso Sumo Sacerdote, Él se hizo semejante a nosotros a fin de identificarse con nosotros en todas nuestras debilidades.
El Señor Jesús es apto para ser tal Sumo Sacerdote debido a que fue tentado (2:18). Si ustedes leen los Evangelios de nuevo, comprobarán que ninguna otra persona ha sido objeto de tantos problemas, ataques, malentendidos y rumores como lo fue el Señor Jesús. Muchas personas religiosas son muy buenas para fabricar rumores. En los medios religiosos circulan tantos rumores como en cualquier otro medio. Las personas que fabrican rumores suelen tergiversar las palabras que uno ha dicho. Ellas sacan algunas palabras fuera de contexto y luego le agregan algo más. Algunas veces el Señor Jesús decía algo, y los religiosos distorsionaban Sus palabras buscando levantar acusaciones en Su contra.
Hoy en día la situación es exactamente igual. Cuando el hermano Nee y yo laboramos en China, fui testigo del sinnúmero de mentiras y rumores que se difundieron acerca de él. A menudo el hermano Nee no decía nada, pero en varias ocasiones me dijo: “Witness, los cristianos pueden mentir”. En aquel tiempo él era el blanco de los ataques, y nosotros estábamos bajo su cubierta. Tales ataques no nos afectaban personalmente porque él era como una sombrilla que nos protegía. Pero en 1949, después de mudarme a Taiwán, espontáneamente me convertí en el blanco de tales ataques. Ahora por experiencia propia he comprobado que los cristianos sí mienten. Si ustedes fueran al Señor Jesús y le preguntaran si es cierto que las personas religiosas pueden mentir, Él les contestaría: “Claro que sí. Yo lo he sufrido en carne propia”. Debido a que el Señor Jesús era tan diferente de la religión tenebrosa de aquellos días, fue aborrecido por las personas religiosas. Todos los religiosos lo detestaban. Lo mismo sucedió con Watchman Nee en China. Desde 1932 hasta el día en que fue encarcelado en 1952, ninguna denominación cristiana en China lo invitó a predicar. No obstante, el Señor Jesús es misericordioso y ciertamente es capaz de comprendernos y sufrir tales calumnias. Ningún otro ser humano ha sido tentado, probado, atacado, resistido y malentendido por los religiosos como lo fue Jesús. Por tanto, Él está capacitado para comprendernos y ser misericordioso con nosotros.
Otra razón por la que Cristo está facultado para ser nuestro Sumo Sacerdote es que Él padeció la muerte (2:9). La muerte que el Señor Jesús padeció fue verdaderamente un bautismo. En cierta ocasión el Señor Jesús preguntó a Sus discípulos: “¿Podéis [...] ser bautizados con el bautismo con que Yo soy bautizado?” (Mr. 10:38). El bautismo del que hablaba era Su muerte. Su muerte fue el verdadero río Jordán. Al sufrir la muerte, Él cruzó el río y entró en la región que está llena de la expresión de Dios, llena de la gloria de Dios.
Al sufrir la muerte en la cruz, Cristo hizo propiciación por nuestros pecados (2:17). Esto quiere decir que Él aplacó la ira de Dios a nuestro favor. Él ha aplacado la justicia de Dios y ha cumplido con todo lo que Dios nos exigía. Él ha resuelto todos los problemas que había entre Dios y nosotros.
Al morir en la cruz, Cristo no sólo gustó la muerte por nosotros e hizo propiciación por nuestros pecados, sino que también destruyó al diablo, quien tiene el imperio de la muerte (2:14). Él abolió la muerte, resolvió el problema de nuestros pecados y aniquiló al diablo. Por consiguiente, Él está capacitado para ser un misericordioso Sumo Sacerdote.
Cristo también nos libertó de la esclavitud de la muerte (2:15). Él nos libertó de la esclavitud del pecado, de la esclavitud del temor de la muerte e incluso de la esclavitud de la muerte misma. Ahora ya nada nos esclaviza.
Otra de las cualidades que hacen de Cristo Sumo Sacerdote es que en la resurrección Él engendró muchos hermanos para conformar la iglesia (2:10-12). Él es el Hijo primogénito de Dios en resurrección, y nosotros en resurrección somos Sus muchos hermanos que conforman la iglesia. Él y nosotros compartimos la misma vida y naturaleza; tanto Él como nosotros estamos en resurrección. Él es la Cabeza de la iglesia y nosotros somos los miembros. Esto le otorga a Él la prerrogativa para ser nuestro Sumo Sacerdote.
El hecho de que Cristo haya sido coronado de gloria y de honra, constituye otra de las cualidades que lo hacen apto para ejercer Su sacerdocio. Su exaltación, gloria y honra le otorgan la posibilidad de ministrarnos como Sumo Sacerdote. Ya que tiene tal posición y posibilidad, Él puede ser tan misericordioso y fiel como desee.
Finalmente, Cristo fue perfeccionado y hecho apto para ser el Capitán de nuestra salvación (2:10). Esto lo vimos en los dos mensajes anteriores. Como Capitán de nuestra salvación, Él está plenamente capacitado para ser nuestro Sumo Sacerdote.
En el pasado muchos de nosotros tuvimos la experiencia de ser ministrados por Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, sin que llegáramos a percatarnos de ello. Hebreos es un libro que se ocupa del tema del sacerdocio. Como veremos más adelante, el sacerdocio que se menciona en los capítulos del 4 al 6, es un tema que se trata a profundidad en los capítulos del 7 al 10. Cuando lleguemos a esa sección de Hebreos veremos más al respecto. En este mensaje dedicaremos el debido tiempo para sentar las bases que nos permitan entender apropiadamente lo que es el sacerdocio.
¿Qué es un sacerdote? Ya hemos dicho que un sacerdote es uno que sirve a Dios. Si bien es correcto afirmar esto, no es del todo adecuado, pues un sacerdote no es únicamente uno que sirve a Dios, sino también alguien que ministra Dios al hombre. Todos los cristianos saben que un sacerdote es uno que sirve a Dios, pero no muchos saben que en última instancia un sacerdote es uno que ministra Dios al hombre. En cierto sentido, servir a Dios es algo secundario, mientras que lo primordial es ministrar Dios al hombre. Esencialmente, el sacerdocio no tiene la finalidad de servir a Dios sino de ministrar Dios al hombre. Si lo único que hacemos como sacerdotes es rendir servicio a Dios pero no ministramos Dios al hombre, nuestro sacerdocio será muy deficiente.
La primera vez que se menciona la palabra sacerdote en la Biblia se refiere a Melquisedec (Gn. 14:18-20). Melquisedec fue el primer sacerdote en la Biblia. Como hemos indicado en otras ocasiones, la primera vez que se menciona algún asunto en la Biblia, establece el principio bajo el cual éste deberá ser interpretado. Por consiguiente, la primera mención de la palabra sacerdote, en este caso Melquisedec, establece el principio que define lo que es un sacerdote. Si examinamos el caso de Melquisedec como sacerdote del Dios Altísimo, veremos que él no fue a Dios de parte del hombre, sino que vino al hombre de parte de Dios. Él no fue a Dios para servirle, sino que más bien vino de parte de Dios y ministró algo de Dios a Abraham, quien buscaba a Dios. Después del caso de Melquisedec, el tema del sacerdocio continúa desarrollándose en la Biblia. Pero no debemos olvidar que el relato que establece el principio fundamental del sacerdocio es el de un sacerdote que vino de parte de Dios para ministrar algo de Dios a Su pueblo.
El punto principal de Cristo como Sumo Sacerdote, no es que Él sirve a Dios, sino que nos ministra a Dios mismo. Debemos profundizar y no quedarnos en el concepto superficial de que un sacerdote es alguien que sirve a Dios. Todos, incluso los incrédulos, tienen el concepto de que un sacerdote católico es alguien que sirve a Dios, quema incienso y cumple con sus deberes “santos”. Incluso las religiones paganas tienen sus sacerdotes. Pero nosotros debemos cruzar el río y abandonar este concepto tan bajo para llegar a uno más elevado. Dios no necesita nuestro servicio, pero Él sí desea que ministremos Su Persona misma al pueblo. La función principal de Cristo como Sumo Sacerdote es el ministrarnos a Dios. Cristo principalmente nos ministra a Dios dentro de nuestro ser. Éste es nuestro Sumo Sacerdote. Él continuamente está haciendo una sola cosa: ministrándonos a Dios. Tal vez algunos argumenten que Melquisedec no ministró Dios. Pero entonces ¿qué dicen del pan y el vino que Melquisedec sirvió a Abraham? ¿Qué significan? El pan y el vino representan a Dios como nuestro disfrute, o sea, Dios mismo impartido a nosotros para refrescarnos, sustentarnos, sostenernos, fortalecernos y nutrirnos a fin de que podamos crecer con todas las riquezas de Dios. Ésta es la tarea primordial de un sacerdote. En principio, los que servimos a Dios hoy somos Sus sacerdotes y, como tales, nuestra principal responsabilidad consiste en impartir a Dios mismo en las personas.
Necesitamos ver esta clase de ministerio sacerdotal en la vida práctica de la iglesia, ya que hoy en día en la vida de iglesia hay muchos grupos que se encargan de servicios específicos. No deberíamos considerar estos grupos simplemente como parte del servicio levítico; todos los grupos de servicio deben ser un sacerdocio. Un grupo de servicio no debe ser solamente para su servicio respectivo. Los hermanos y hermanas que sirven en cada uno de estos grupos deben constantemente ministrar a las personas las riquezas de Dios contenidas en Cristo. Cada uno debe ministrar a Dios mismo en los demás miembros de su grupo. De este modo, gradualmente todo el grupo se convertirá en un sacerdocio que imparte Dios de un miembro a otro. Tomemos como ejemplo un grupo que se encarga de limpiar y organizar el salón de reuniones. La tarea principal de este grupo no es simplemente la de limpiar el salón, acomodar las sillas y mantener todo en orden. Esto ciertamente constituye una ayuda, pero no es un sacerdocio. El verdadero sacerdocio se cumple cuando usted imparte Dios a las personas mientras limpia el salón y ordena las sillas.
A medida que ministramos a Dios en las personas, finalmente éstas llegan a tener la expresión de Dios. Cristo ministra a Dios en Sus creyentes hasta que ellos expresan a Dios. Ya vimos que la gloria es la expresión de Dios. En la Biblia la gloria de Dios es la expresión de Dios. Cuando Dios es expresado, tenemos la gloria. Pero ¿cómo puede Dios ser expresado? Por medio de Cristo quien como el Sumo Sacerdote nos suministra a Dios continuamente. Este asunto ya lo abarcamos en los dos mensajes anteriores, que tratan del Capitán de la salvación.
Ahora podemos ver tres aspectos de Cristo. En primer lugar, Él es el Capitán de la salvación; en segundo lugar, Él es la semilla de gloria; y en tercer lugar, Él es Aquel que ministra, el Sumo Sacerdote. Como Sumo Sacerdote, Cristo nos suministra a Dios. Ésta es Su labor sacerdotal y esto también es lo que el Capitán de la salvación está haciendo. Aunque Él es el Capitán de la salvación, Él cumple Su cargo al ser Sumo Sacerdote. En 2:10 se nos dice que Cristo es el Capitán de nuestra salvación, y en 2:17 vemos que este Cristo, quien es el Capitán de nuestra salvación, es también nuestro Sumo Sacerdote. ¿Cómo puede Él ejercer Su función como Capitán de nuestra salvación? Solamente al ser el Sumo Sacerdote. Según nuestro razonamiento humano, un capitán es un líder, un guerrero que va al frente del combate. No es que sea errado este concepto, pero si Cristo sólo fuera Capitán en este sentido, no podría desempeñar Su cargo.
Examinemos la relación entre Moisés y Aarón en el Antiguo Testamento. Sin Aarón, Moisés no hubiera podido ejercer su liderazgo. El liderazgo de un apóstol necesita el ministerio del sacerdocio. Josué, al igual que Moisés, también requería del sumo sacerdote. No debemos pensar que Aarón era una persona y Moisés otra. Como personajes históricos, ellos son dos; pero como tipos de Cristo, ellos son uno. Por un lado Jesús es nuestro Moisés, y por otro Él es nuestro Aarón. Cuando estudiemos el capítulo 3, veremos más acerca de Jesús como nuestro Apóstol y Sumo Sacerdote. El liderazgo y el sacerdocio siempre deben ir juntos. En Cristo ambos ministerios pertenecen a la misma persona. Él jamás podría ejercer Su función como nuestro Capitán si no fuera nuestro Sumo Sacerdote. Yo no podría seguir a Cristo si Él no fuera el Sumo Sacerdote. Por un lado Él es el Capitán que va adelante conduciéndonos y combatiendo, y por otro Él es el Sumo Sacerdote que nos suministra a Dios mismo y las riquezas de la vida divina.
Voy a usar mi cuerpo físico a manera de ejemplo. Yo alabo al Señor por haberme dado un cuerpo fuerte y saludable; sin embargo, después de dar un mensaje quedo muy agotado. Así que me voy a casa y disfruto de una buena merienda. Esto me reanima. Después de comer, me siento capaz de ministrar nuevamente por otra hora y media. Después regreso a casa y disfruto de otra buena comida. Hace poco, después de haber compartido en una reunión por la noche, regresé a casa sintiéndome todavía lleno de energías. Al día siguiente me desperté antes de las seis todavía lleno de energía e hice muchas cosas esa misma mañana. ¿De dónde provino toda esa energía? Provino de la alimentación que había recibido. Asimismo yo tengo un verdadero Sumo Sacerdote que me suministra pan y vino, y esto me permite realizar mi trabajo sin agotarme. Cuanto más disfruto ese suministro, más energías tengo.
Si ustedes leen Hebreos 1 y 2, podrán ver que esta Persona asombrosa, misteriosa y maravillosa es ahora nuestro Sumo Sacerdote. No piensen que este sumo Sacerdote solamente se ocupa de servir a Dios; eso es algo secundario. Este Sumo Sacerdote es Aquel que continuamente nos suministra a Dios mismo. Si usted fuera un sacerdote que se limita a servir a Dios, Él le diría: “No te necesito. ¿Por qué vienes aquí a perder el tiempo? Debes ir conmigo a las personas y ministrarles lo que Yo soy. Eso es lo único que Yo deseo”.
Como hemos visto, Cristo está plenamente facultado para ser nuestro Sumo Sacerdote. Él, siendo el Hijo de Dios, Dios mismo, se hizo hombre y padeció como tal. Como Hijo de Hombre, Él pasó por toda clase de experiencias y obtuvo toda clase de logros. Ahora Él está capacitado para ministrarnos como nuestro Sumo Sacerdote. No importa en qué situación nos encontremos, Él siempre tiene algo que ministrarnos. A menudo encuentro que disfrutar de Su ministerio sacerdotal es semejante a respirar. No es necesario entender cómo es que respiramos ni analizar el aire que inhalamos. Con tal de que respiremos, recibiremos todo lo que el aire contiene. De igual modo, en nuestro espíritu suceden muchas cosas que no entendemos. Jesús está en medio nuestro de la misma manera que el aire que respiramos. Siempre y cuando tengamos contacto con Él y lo inhalemos, tendremos todo lo que necesitamos. No obstante, es de mucha ayuda conocer bien al Señor. Este disfrute que tenemos de Cristo es muy real; no es una superstición.
A medida que nuestro Sumo Sacerdote nos suministra a Dios dentro de nuestro ser, obtenemos más de Dios y entramos en Su expresión. Finalmente, nos acercaremos a Dios para servirle. Es aquí donde tenemos que dar un giro. Cuando nos acerquemos a Dios para servirle, Él nos infundirá al máximo y después nos dirá: “Ve y minístrame a otros”.
Ahora podemos entender la manera en que el Señor Jesús como el Capitán de nuestra salvación nos conduce a la gloria. Él lo hace como el Sumo Sacerdote que nos suministra a Dios continuamente. Tan pronto como Cristo nos suministra a Dios, se produce una reacción en cadena. Dios se infunde en nosotros hasta que llegamos a ser sacerdotes también. Nuestra función principal como sacerdotes no es simplemente servir a Dios sino ministrarlo en otros a fin de introducirlos en la expresión de Dios. A su vez, quienes reciban nuestro ministerio, recibirán también una infusión de Dios, lo cual hará que ellos sigan acudiendo a Dios con el fin de obtener más de esta infusión. Finalmente, Dios les dirá que vayan y que lo impartan a otros. Es así como el Capitán de nuestra salvación nos está conduciendo a la gloria. Lamento no tener las palabras adecuadas para expresar esto. Esto no es solamente una especie de edificación cristiana; más bien es la manera en que el Padre está conduciendo muchos hijos a la gloria. Recalco nuevamente, el Señor nos conduce a la gloria siendo nuestro Capitán, y nuestro Capitán cumple Su tarea al ser nuestro Sumo Sacerdote.
Cuando era joven, tuve oportunidad de estudiar Hebreos 2:17. En aquel tiempo se me enseñó que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, puede compadecerse de nosotros; sin embargo, esto me fue enseñado de una manera muy pobre. Me dijeron que siempre que me encontrara en dificultades, Cristo podía compadecerse de mí. Aunque tuve muchas experiencias en las que vi cómo el Señor se compadeció de mí, en ninguna de ellas recibí la ministración de la vida divina. Solamente me sentí confortado y nada más. Lo que experimento ahora es muy diferente. Las experiencias que ahora tengo de Cristo como el Sumo Sacerdote que me comprende, son muy superiores y mucho más ricas. Cada vez que experimento lo compasivo que es el Señor, recibo el suministro divino. Lo que he aprendido de todas estas experiencias es que Cristo como Sumo Sacerdote principalmente sirve a Dios al impartirnos a Dios mismo.
A esta clase de ministerio se le llama socorro, un rescate oportuno. A fin de entender la palabra socorrer, que aparece en Hebreos 2:16 y 18, debemos examinar su significado en el griego original. Según el griego esta palabra significa brindar ayuda, rescatar, mas no como quien rescata a alguien que se está ahogando. No quiere decir rescatar a alguien asiéndole y sacándolo de una situación peligrosa, sino más bien entrar en esa persona, ponérsela sobre sí mismo y cargarla. Éste es el tipo de rescate al que la Biblia se refiere. Así pues, el significado completo de esta palabra es ayudar o rescatar a alguien viniendo adonde él está, y luego echándoselo encima y cargándolo. Por ejemplo, cuando usted atraviesa momentos difíciles, el Sumo Sacerdote no simplemente extiende Su mano para rescatarlo de esa dificultad. Más bien, cuando usted sufre, Él viene a usted, lo pone sobre Sus hombros y lo lleva a través de las dificultades. Ésta es la labor de nuestro Sumo Sacerdote. Después que usted haya experimentado esto varias veces, jamás volverá a sentirse atemorizado ante ninguna dificultad. La próxima vez que enfrente alguna dificultad, usted dirá: “Cuantas más dificultades tenga, más disfrutaré a Cristo, más disfrutaré a Dios y de Su elemento divino, y mayor será el grado en el que habré entrado en la gloria”.
Ahora sabemos cuál es el verdadero significado de Hebreos 2:17-18. Cristo es muchas cosas: Él es el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, el Creador, el que sustenta todas las cosas, el Heredero, el que padeció la muerte, el que hizo propiciación por nuestros pecados, el que destruyó a Satanás y el que nos libertó de la esclavitud de la muerte. Como tal, Él reúne todos los requisitos necesarios para ser el Capitán de nuestra salvación. Como nuestro Capitán, Él nos salva de toda clase de situaciones negativas y nos introduce en la gloria de Dios. Él nos salva, no de una manera externa, sino al impartir a Dios mismo en nosotros y al socorrernos de una manera muy subjetiva, tomándonos sobre Sus hombros, cargándonos y llevándonos. Cuando disfrutamos de semejante auxilio, participamos del elemento de Dios y somos introducidos en la expresión del Dios glorioso. Es de esta manera que el Señor nos está conduciendo a la gloria.