Mensaje 14
En este mensaje llegamos a He. 3. Este capítulo empieza diciendo: “Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial”. Me gustan estos dos títulos: hermanos santos y participantes del llamamiento celestial. Ningún otro libro del Nuevo Testamento nos llama hermanos santos. El título hermanos santos implica principalmente dos cosas: que somos santos y que somos hermanos. No sólo somos hermanos, sino hermanos santos. ¿Se atrevería a decir que usted es un hermano santo? El escritor de este libro sólo pudo llamarnos hermanos santos después de haber escrito en los primeros dos capítulos los muchos requisitos tanto para Cristo como para nosotros mismos. Es por eso que, al llegar al capítulo 3, ya puede llamarnos hermanos santos. Mediante Su muerte y resurrección, Cristo nos hizo Sus hermanos. Inicialmente éramos pecadores, víctimas de la muerte, prisioneros y cautivos. Alabado sea Él porque Su muerte hizo propiciación por nuestros pecados y nos libertó de la esclavitud de la muerte. Además, en Su resurrección fuimos engendrados como Sus hermanos. Por tanto, ahora podemos ser llamados hermanos santos. En el capítulo 2 vemos que los hermanos que fueron engendrados en la resurrección del Señor, están ahora en el proceso de ser santificados. Es por eso que somos hermanos santos. No somos meramente perfectos y sin pecado; somos divinamente santos.
En 1:9 vemos la relación que tenemos con el Ungido de Dios. Este versículo, refiriéndose a Cristo, dice: “Te ungió Dios, el Dios Tuyo, con óleo de júbilo más que a Tus compañeros”. La palabra griega que aquí se tradujo “compañeros” conlleva más el sentido de ser socios. Podemos ser compañeros sin ser socios, pero si somos socios ciertamente seremos compañeros. En la economía de Dios, Él ha designado a Cristo para que lleve a cabo Su plan, y nosotros hemos llegado a ser los socios en los intereses divinos. Él fue ungido por Dios y nosotros participamos de tal unción para el cumplimiento del propósito de Dios. Cristo es el Heredero designado por Dios, y en 1:9 vemos que este Heredero ha sido ungido. La unción confirma Su designación. Primero Dios designó al Hijo, y luego lo ungió. Como compañeros de Cristo, todos participamos de Su unción. Somos compañeros del Ungido de Dios y participamos de Su unción. Esto forma parte del evangelio y se incluye en el evangelio completo. Muchas personas hablan acerca del evangelio completo, el cual incluye nuestra asociación con Cristo. Este maravilloso asunto está incluido en el evangelio completo. Es importante que todos veamos que somos compañeros de Cristo y que participamos de Su unción. Debido a esto, cuando llegamos a 3:1 tenemos todo lo que necesitamos para ser hermanos santos; tenemos la posición, reunimos los requisitos, tenemos la realidad, la vida, la naturaleza, la fuente y todo lo necesario. Ahora somos hermanos santos.
Si usted comprendiera que es un hermano santo, ¿cómo se comportaría? ¿Seguiría fumando? Cuando veo a un hermano fumar, todo mi ser se entristece y me digo: “Oh, hermano, usted ha vendido su primogenitura a un precio más bajo que el de Esaú”. ¿Cómo podría un hermano santo seguir fumando? Aunque no nos regimos por normas ni preceptos, aun así, poseemos cierta majestuosidad. No sólo somos santos, sino que también poseemos cierta majestuosidad. Consideremos nuestra posición; somos hermanos del Hijo primogénito de Dios y compañeros del Ungido de Dios. Esto no es cualquier cosa. Si usted fuera hermano del presidente de los Estados Unidos, ciertamente se sentiría muy orgulloso de ello y tendría cierto aire de majestuosidad. Ahora bien, ¿de quién es hermano usted? Usted es hermano del Hijo primogénito de Dios y compañero del Ungido de Dios, para el cumplimiento del plan de Dios. Fumar es un insulto para el Ungido de Dios. Es cierto que la Biblia nunca nos dice que no debemos fumar; el Nuevo Testamento no es un código de leyes, sino un libro de los hermanos santos. No obstante, creo que si el Señor abriera nuestros ojos y nos impresionara con este aspecto maravilloso del evangelio completo, seríamos personas muy diferentes. Seríamos más que receptivos a que nuestro Sumo Sacerdote nos ministre, impartiéndose a Sí mismo en nuestro ser. Esto cambiaría nuestros gustos, y nunca más se nos antojaría volver a fumar.
Una visión semejante cambiaría nuestra manera de predicar el evangelio. Hoy en día se predica un evangelio muy bajo. Al predicar el evangelio, no solamente deberíamos decirles a las personas que son pecadoras, que están bajo condenación y que van a perecer. Nosotros tenemos que predicar el evangelio de una manera mucho más elevada, diciéndoles que Dios las está llamando a creer en Su Hijo primogénito a fin de que lleguen a ser Sus hermanos y aun Sus compañeros, sus socios, en la tarea de llevar a cabo el plan eterno de Dios.
Hoy en día existe la necesidad de esta clase de predicación. Espero que algunos de nuestros jóvenes sientan la carga de predicar de esta manera. No deseo escuchar una predicación del evangelio con la misma antigua tonada en la que se le dice a la gente que son pecadores y que se irán al infierno. Esto no es incorrecto, pero es muy bajo. Debemos predicar el evangelio conforme a Hebreos 3:1, y decirles a los pecadores cómo pueden convertirse y ser transformados en hermanos santos. Si los jóvenes predican este evangelio, muchos de sus compañeros de estudio serán atraídos al Señor.
Hace más de treinta y nueve años, siendo aún joven, estuve por algún tiempo en Pekín, la antigua capital de China. En Pekín había un hospital muy destacado llamado “Universidad de la Unión Médica de Pekín”, el cual era subsidiado por la fundación Rockefeller. Era un hospital excelente del más alto nivel. Muchas de las enfermeras que trabajaban allí, así como algunos doctores, fueron cautivados para la iglesia mediante la predicación del evangelio de una manera elevada. Todos ellos llegaron a ser muy fervientes. Hoy en día necesitamos esta clase de predicación.
Siento mucha carga al respecto debido a que he visto algo más elevado. Deseo que las personas reciban algo mejor. No deberíamos predicar el evangelio de una manera baja. ¿Cuál es el tema central, o lo más prominente, del evangelio? ¿Acaso se trata de rociar a un pobre pecador con unas cuantas gotas de sangre y enviarlo al cielo? ¿Cree usted que eso es todo lo que el evangelio de Dios puede hacer? No, el evangelio es mucho más elevado que eso. El evangelio de Dios tiene como objetivo hacer que las personas lleguen a ser hermanos santos. Este concepto no es mío, sino el que se revela en el libro de Hebreos. En Su resurrección Cristo hizo de todos nosotros Sus hermanos y entró en nosotros para anunciarnos al Padre. Ahora como Aquel que santifica, Él está capacitado para llevar a cabo la obra de santificación, la cual nos hace santos. Somos Sus hermanos santos y Sus compañeros, aquellos que participan de Su unción para el cumplimiento del plan de Dios. ¿No se halla esto en la Biblia? ¿No son éstas las buenas nuevas? El mundo necesita oír estas buenas nuevas. Las personas más reflexivas de las mejores universidades de todo el país desean saber cuál es el verdadero significado de la vida humana. Muchos de ellos se preguntan: “¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Qué sucederá después que me gradúe?”. Nadie en las universidades puede contestarles. Por tanto, nosotros debemos ir y decirles cuál es el verdadero significado de la vida. Vayan y díganles que ellos pueden ser los hermanos santos del Hijo primogénito de Dios. Si el Señor tarda en venir, espero que en unos cuantos años esta clase de predicación sea la que prevalezca en todas las universidades de los Estados Unidos.
Los Estados Unidos, Europa y todos los países líderes necesitan escuchar una predicación elevada del evangelio completo, el evangelio que produce a los hermanos santos del Hijo primogénito de Dios. Si los jóvenes tomaran esta carga y fueran a las universidades predicando este evangelio, muchos jóvenes entre los más pensadores serían ganados. Ellos quedarán satisfechos. Espero que muchos de los que lean este mensaje hagan un trato con el Señor y le digan que están dispuestos a tomar la carga de predicar el evangelio elevado. Si ustedes toman esta carga, estoy seguro de que el Señor aprobará su predicación. “¡Señor, necesitamos más predicadores jóvenes, más predicadores del evangelio completo!”.
Antes de proseguir, quisiera compartir algo a los jóvenes. Yo fui plenamente cautivado por el Señor y sé lo que estoy haciendo aquí. He recibido la visión. En todo el universo no hay nada más sublime que esto. La obra que llevo a cabo es la más gloriosa que existe en la humanidad, y ustedes debieran hacer lo mismo. Es por eso que los centros comerciales no me llaman la más mínima atención, pues son muy poca cosa. Jamás cambiaría lo que tengo en mis manos por ninguna cosa de este mundo. Lo que tengo es supremamente elevado y glorioso. Lo que el mundo necesita hoy en día es una cruzada en la que se predique el evangelio más elevado y completo que existe.
Los hermanos santos son los herederos de la salvación (1:14), los cuales heredan “una salvación tan grande” (2:3), que no sólo los hace hermanos santos que participan en la santidad de Dios, sino que también los introduce en la gloria.
Los hermanos santos son también compañeros del Heredero designado por Dios (1:9, 2). El Hijo de Dios es el Heredero que Dios designó para heredar todas las cosas. Este Heredero ha sido ungido por Dios para el cumplimiento de Su plan eterno. Los hermanos santos están asociados con tal Heredero.
Los hermanos santos son también los seguidores del Capitán de la salvación (2:10). El Capitán de la salvación es el Hijo primogénito de Dios, quien inauguró el camino a la gloria de Dios. Los hermanos santos son los seguidores de tal Capitán, los cuales serán introducidos en la gloria divina.
Asimismo, los hermanos santos son los hermanos del Hijo primogénito de Dios. Como vimos en un mensaje anterior, Cristo es el Hijo primogénito de Dios, quien posee tanto divinidad como humanidad. Los hermanos santos, seres humanos regenerados con la vida divina, son los hermanos de Cristo, quienes poseen también tanto humanidad como divinidad. Ellos son iguales a Cristo tanto en vida como en naturaleza.
Finalmente, los hermanos santos constituyen la iglesia en resurrección (2:12). Como individuos, ellos son los hermanos de Cristo; corporativamente conforman la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Esto es absolutamente un asunto en resurrección, pues antes de la resurrección de Cristo, la iglesia no existía. Fue por medio de la resurrección de Cristo que la iglesia llegó a existir, constituida por los hermanos de Cristo. Es por eso que después de Su resurrección, los hermanos de Cristo, la iglesia, fueron producidos. Hoy la iglesia en el recobro del Señor debe ser la iglesia en resurrección.
Los hermanos santos están siendo santificados por Aquel y con Aquel que es tanto el Hijo de Dios como el Hijo del Hombre (2:11). El que santifica es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Como vimos en el mensaje 11, hemos sido hecho aptos para participar de la santidad divina. La santidad divina es sencillamente la naturaleza santa de Dios. Santidad es la naturaleza de Dios. Como el que santifica, Cristo nos está santificando en nuestro carácter al impartir la naturaleza santa de Dios a nuestro ser. A menudo he usado el ejemplo de la “teificación”. Un vaso de agua pura es “teificado” al poner en él una bolsita de té; es de este modo que el agua llega a ser completamente “teificada”. La manera de “teificar” el agua consiste en añadir a ella el elemento del té, hasta saturarla e impregnarla de dicho elemento. Entonces toda el agua es “teificada” y adquiere la apariencia, el color y el sabor del té. Esto es lo que llamamos “teificación”. Nosotros somos el vaso de agua, y Cristo es la esencia de la santidad divina, de la naturaleza divina. Cristo ha sido añadido a nosotros, el vaso de agua, a fin de saturarnos y empaparnos, hasta santificarnos plenamente con Su naturaleza santa. En esto consiste la santificación.
Los hermanos santos también son participantes de la santidad divina (12:10). Somos participantes de la santidad divina, que no es nada menos que la naturaleza santa de Dios. Cuando somos santificados, somos saturados de esta naturaleza santa de Dios. Al ser saturados podemos participar de la santidad divina.
Como hermanos santos, tenemos que seguir la santidad (12:14). Por un lado, hemos sido santificados por la sangre de Cristo (10:29); por otro, hemos sido regenerados con la naturaleza santa de Dios (2 P. 1:4). Ahora como personas que han sido santificadas, debemos seguir la santidad en nuestra vida diaria. Sin santidad nadie verá al Señor. Sin santidad nuestra comunión con el Señor será interrumpida. Necesitamos una vida santa a fin de guardarnos en continua comunión con el Señor y así poder verle todo el tiempo.
Como hermanos santos, mientras estamos en el proceso de ser hechos santos, vamos camino a la gloria (2:10). Ser hechos santos, o ser santificados, es una preparación para ser glorificados. Mientras vamos en el camino a la gloria, Cristo está santificándonos, ministrándonos como Sumo Sacerdote conforme a nuestras necesidades, y conduciéndonos hacia la gloria como nuestro Capitán.
Ahora llegamos al tema: los participantes del llamamiento celestial. El escritor de esta epístola usa la frase llamamiento celestial para compararlo con el llamamiento terrenal. Todos los que habían estado en el judaísmo participaron de un llamamiento terrenal en el que recibían bendiciones terrenales. El judaísmo no tiene nada que sea celestial. Pero en la economía de Dios, en Su salvación completa, Dios nos ha llamado desde los cielos para participar de todas las cosas celestiales. Por consiguiente, éste es un llamamiento celestial. Todo lo relacionado con él tiene una naturaleza celestial. Nosotros, los hermanos santos, somos participantes de este llamamiento celestial. ¿Quiere usted quedarse con el llamamiento terrenal, o desea cruzar el río para ser un verdadero hebreo y participar del llamamiento celestial?
La idea principal del libro de Hebreos está centrada en la naturaleza celestial de las cosas positivas. Primero nos muestra que hoy Cristo está sentado en los cielos (1:3). Él entró en los cielos (9:24), traspasó los cielos (4:14) y fue encumbrado por encima de los cielos (7:26). Más adelante este libro nos revela el llamamiento celestial (3:1), el don celestial (6:4), las cosas celestiales (8:5), la patria celestial (11:16) y la Jerusalén celestial (12:22). También nos dice que estamos inscritos en los cielos (12:23) y que hoy Dios nos amonesta desde los cielos (12:25). En el Antiguo Testamento todo lo que el judaísmo sustentaba tenía naturaleza terrenal. En este libro el escritor desea mostrar a los cristianos hebreos el contraste entre la naturaleza celestial del Nuevo Testamento y la naturaleza terrenal del Antiguo Testamento para que pudieran abandonar lo terrenal y adherirse a lo celestial.
El llamamiento celestial primeramente nos llama a fijar nuestra atención en el Cristo celestial (1:3, 13; 4:14; 6:20; 7:26; 9:24; 10:12). ¿Dónde está Cristo hoy? Él está en los cielos. Él estuvo en la tierra y regresará a ella, pero ahora está en los cielos. Él es el Cristo celestial que nos ministra continuamente la vida celestial, el suministro celestial y las riquezas celestiales para que podamos llevar una vida celestial mientras estamos en la tierra.
Si bien los hermanos santos participan del llamamiento celestial, todavía se encuentran en la tierra. Ellos han sido inscritos en los cielos (12:23), pues sus nombres se hayan registrados allí. Actualmente no estamos en los cielos, pero nuestros nombres ya están inscritos allí. Puesto que somos partícipes del llamamiento celestial, participamos también de la inscripción celestial. Por ende, somos un pueblo celestial (Fil. 3:20).
Nosotros los participantes del llamamiento celestial hemos sido llamados a gustar del don celestial (6:4). El don celestial se refiere a las cosas celestiales que Dios nos dio cuando nos arrepentimos y creímos en el Señor, cosas tales como Su perdón, justicia, vida divina, paz y gozo. Como participantes del llamamiento celestial, todos hemos gustado de estas cosas celestiales.
Como participantes del llamamiento celestial, también es necesario ofrecer adoración celestial (8:5; 9:23-24). Aunque estamos en la tierra, nuestra adoración a Dios debe ser celestial. Los hermanos santos han sido llamados a rendir adoración celestial en la tierra. Nuestra adoración debe ser resguardada de todo elemento terrenal. Tanto nuestro vivir como nuestra adoración deben ser celestiales.
En tiempos del Antiguo Testamento la gente acudía a la Jerusalén terrenal. Pero nosotros los participantes del llamamiento celestial nos acercamos a la Jerusalén celestial (12:22). La Jerusalén terrenal representa la ley con su esclavitud (Gá. 4:25), mientras que la Jerusalén celestial representa la gracia con su libertad (Gá. 4:26). Los creyentes hebreos no deben permanecer bajo la ley como hijos de esclavitud que acuden a la Jerusalén terrenal. Antes bien, ellos deben renunciar a la Jerusalén terrenal y acercarse a la Jerusalén celestial como hijos de libertad que están bajo la gracia.
Nosotros los participantes del llamamiento celestial hemos sido llamados a la patria celestial (11:16). Ahora somos peregrinos en esta tierra, pero llegaremos a la patria celestial.
Como participantes del llamamiento celestial, somos también participantes del Espíritu Santo (6:4). Dios en Su evangelio prometió dar el Espíritu Santo al hombre (Gá. 3:14). En Su evangelio Dios nos llamó desde los cielos a las cosas celestiales para que fuéramos partícipes de Su Espíritu Santo. Es por el Espíritu Santo de Dios que hemos gustado del don celestial. Es por Su Espíritu Santo que podemos vivir una vida celestial en la tierra y es también por el Espíritu Santo de Dios que podemos participar de la santidad divina. El Espíritu Santo es Dios mismo. Como partícipes del Espíritu Santo, participamos de Dios y le disfrutamos. Es también por el Espíritu Santo de Dios que podemos ofrecer la adoración celestial.
Nosotros los participantes del llamamiento celestial también participamos de la disciplina divina (12:8). He escuchado que en Gran Bretaña el príncipe sucesor de la corona debe recibir mucha disciplina. Un príncipe necesita ser disciplinado para poder asumir el trono y ejercer el reinado. Ésta es la clase de disciplina de la que ahora somos participantes. Como sucesores del trono, todos estamos bajo la disciplina divina. Como hermanos santos necesitamos participar de la santidad divina que el Espíritu Santo produce en nosotros. Como participantes del llamamiento celestial, debemos participar de la disciplina divina que el Espíritu Santo nos administra a través de nuestro entorno. Nosotros los hermanos santos somos participantes no sólo del llamamiento celestial, sino también del Espíritu Santo, de la santidad divina y de la disciplina divina a fin de ser perfeccionados, equipados y capacitados para ser los compañeros, los socios, apropiados del Ungido de Dios.