Mensaje 25
En este mensaje abarcaremos tres asuntos: un corazón malo de incredulidad que hace que el hombre se aparte del Dios vivo; la palabra viva de Dios; y las partes del hombre. Hebreos 3:12 dice: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad que lo haga apartarse del Dios vivo”. Ningún corazón es tan malo como un corazón de incredulidad. Nada ofende más a Dios que nuestra incredulidad. David cometió un pecado horrible al matar a un hombre para quitarle su esposa. Sin embargo, desde la perspectiva gubernamental, este pecado no fue tan grave, porque no ocasionó que Dios abandonara a David. No obstante, la incredulidad de los hijos de Israel en el desierto provocó que Dios los abandonara. La incredulidad constituye un insulto y una ofensa para nuestro Dios. Todo pecado quebranta la justa ley de Dios, pero pocos son los que ultrajan directamente Su persona, como lo hace el pecado de incredulidad.
Nuestro Dios es el Dios vivo. La incredulidad es tan maligna debido a que insulta al Dios vivo, fiel y todopoderoso. Si no creemos en Dios, en Sus obras ni en Sus caminos, lo insultamos. Por esta razón, debemos guardarnos de la incredulidad. El versículo 10 dice: “A causa de lo cual me disgusté contra esa generación, y dije: Siempre andan extraviados en su corazón, y no han conocido Mis caminos”. Los caminos de Dios son diferentes de Sus hechos. Sus hechos son Sus actividades; Sus caminos son los principios por los que Él actúa. Los hijos de Israel sólo conocían los hechos de Dios, pero Moisés conocía Sus caminos (Sal. 103:7). En el desierto los hijos de Israel vieron un milagro cada mañana, el maná. Si tal milagro ocurriera hoy, sería publicado en los periódicos del mundo. No obstante, a pesar de que los hijos de Israel contemplaron tal milagro, ellos, a diferencia de Moisés, vieron solamente los hechos de Dios y no Sus caminos fieles y divinos. No debemos ser como los hijos de Israel; más bien, debemos aprender cuáles son los caminos de nuestro Dios, es decir, los principios por los que Él actúa. Cuando los hijos de Israel tuvieron escasez de alimento y agua, se quejaron y murmuraron. Cuando Dios actuó en favor de ellos, por algún tiempo estuvieron contentos, pero no mucho después volvieron a ofender a Dios. Si nos examinamos a nosotros mismos, no los criticaremos, sino que nos daremos cuenta de que somos igual que ellos. Tal vez en la noche, durante la reunión, exclamemos: “¡Alabado sea el Señor!”, y luego murmuremos en contra de Él la mañana siguiente. ¡Cuánto necesitamos conocer los caminos de Dios! Nuestro Dios es un Dios vivo y se rige por principios. Él nunca se negara a Sí mismo. Él es capaz, omnipotente y fiel, y siempre guarda Sus promesas y cumple Su palabra.
Aunque Dios es viviente y fiel, el corazón malo se endurece contra Él (3:8). Por un lado, un corazón malo tiene la capacidad de razonar, de hecho, razona demasiado; por otro lado, es obstinado e irracional, debido a que se ha endurecido. Un corazón así se aparta de la senda correcta y se extravía, sin llegar a conocer los caminos de Dios, o sea, los principios por los que Él actúa. Un corazón malo pone a prueba a Dios (v. 9), y se engaña a sí mismo y será engañado (v. 13). Ésta es la condición de un corazón malo. Tal corazón siempre proviene de haber sido endurecido. ¡Cuán peligroso es que nuestro corazón se endurezca! Debemos orar una y otra vez para que el Señor ablande nuestro corazón, debemos decirle: “Señor, ten misericordia de mí. Ablanda mi corazón y nunca permitas que se endurezca”.
Un corazón malo genera incredulidad. La incredulidad consiste en razonar según nuestro concepto natural y no conforme a los principios de Dios. Consideremos la manera en que razonaron los hijos de Israel en Números 13:31-33. Notamos algunas mentiras en sus razonamientos, cuando dijeron que “la tierra que recorrimos y exploramos es tierra que se traga a sus habitantes”. Eso era una mentira. Josué y Caleb dijeron: “No seáis rebeldes contra Jehová ni temáis al pueblo de esta tierra, pues vosotros los coméreis como pan. Su amparo se ha apartado de ellos y Jehová está con nosotros: no los temáis” (14:9). Josué y Caleb dijeron la verdad. Sin embargo, los hijos de Israel no razonaron conforme a la verdad, sino conforme a la mentira, y no tomaron en cuenta los caminos de Dios. Inicialmente, Dios le había prometido a Moisés que conduciría a los israelitas a la buena tierra. Esa palabra debió haberles bastado. Por ejemplo, supongamos que un millonario le firmara un cheque por diez mil dólares. Si usted no creyera, sería un insulto para tal millonario. Usted no debiera decir: “No creo que tenga en mis manos diez mil dólares. No tengo suficiente dinero ni siquiera para comprarme un par de zapatos”. Razonar de esta manera sería un insulto para dicho millonario. Dios habló a Moisés, diciendo: “Ve, reúne a los ancianos de Israel y diles: ‘Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me dijo: En verdad os he visitado y he visto lo que se os hace en Egipto. Y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo [...] a una tierra que fluye leche y miel’” (Éx. 3:16-17). Esta palabra era más fidedigna que un cheque firmado por un millonario. Los hijos de Israel debieron haber creído esta palabra, y debían haber conocido los caminos de Dios y deberían haber dicho: “Dios, sabemos que Tú no permitirás que muramos aquí en el desierto. Si permitieras esto, ¿no estarías faltando a Tu palabra? No nos importa cuántos gigantes puedan haber en la buena tierra, ni siquiera nos importaría que estuviera llena de ángeles malos. Nos los comeremos como pan, porque Tú has prometido llevarnos a la buena tierra”. Ésta es la manera correcta de razonar conforme a los caminos de Dios, o sea, conforme a Sus principios y según Su fidelidad y poder. Pero los israelitas, en lugar de razonar así, dijeron: “Hay gigantes en esa tierra, y nosotros somos para ellos como langostas. Ciertamente nos comerán”. Así es nuestra lógica cuando hay incredulidad, cuando razonamos conforme al concepto natural, sin tomar en cuenta los caminos de Dios ni confiar en Su fidelidad. Josué y Caleb se opusieron a esta clase de razonamiento y declararon que el pueblo era más que capaz de conquistar esa tierra. Josué y Caleb honraron a Dios, y Dios a la vez los honró a ellos por haberle honrado. Nada honra más a Dios que nuestra fe, y nada lo deshonra y lo insulta más que nuestra incredulidad.
La incredulidad conduce a la desobediencia, la obstinación y la rebelión (He. 3:18) y provoca a Dios (vs. 8, 16). Debido a su incredulidad, los israelitas se apartaron del Dios vivo. La palabra griega traducida “apartarse” en 3:12 puede también traducirse alejarse, desertar, irse o mantenerse apartado. Aunque Dios es viviente y fiel, la incredulidad causa que nos apartemos de Él. Una vez que nos apartamos, ¿qué puede hacer Él por nosotros? Debido a la incredulidad, los israelitas no pudieron entrar en el reposo y quedaron postrados en el desierto (vs. 18-19). El Señor juró que ellos no entrarían en Su reposo y sus “cuerpos cayeron en el desierto” (v. 17). ¡Cuán serio es tener un corazón malo de incredulidad! Dios se vio obligado a no hacer nada por los israelitas, ya que Él no podía hacer nada que fuera en contra de Sí mismo ni de Sus principios. Nunca ofenda a Dios al grado en que Él no pueda hacer algo a su favor. Es terrible que eso ocurra.
Después de cierto tiempo, el salmista, inspirado por Dios, profetizó diciendo: “Si oís hoy Su voz, no endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, [lit. en la provocación] como en el día de Masah [lit. de la tentación] en el desierto” (Sal. 95:7-8). El escritor del libro de Hebreos, siendo completamente inspirado por el Espíritu Santo, entendió lo que estaba escrito en el salmo 95. La palabra hoy, aparentemente insignificante, nos abre una ventana amplia al cielo. Debido a la provocación que aconteció en el desierto, la ventana de bendición en el cielo fue cerrada. Los hijos de Israel provocaron a Dios a tal grado que Él no pudo hacer algo por ellos. Después de esperar algún tiempo, Él intervino en Su misericordia para profetizar y aconsejar a Su pueblo por medio del salmista, pidiéndoles que escucharan Su voz y que no endurecieran sus corazones, y después les profetizó acerca del día cuando la ventana celestial volvería a abrirse. Ese día llegó cuando la iglesia comenzó a existir. La bendición del reposo sabático, que fue retirada a causa de la dureza del corazón de ellos, les fue devuelta el día en que la iglesia empezó a existir. Hebreos 4:7 dice: “Otra vez el Espíritu Santo determina un día: hoy, diciendo después de tanto tiempo, en David, como dijo antes: ‘Si oís hoy Su voz, no endurezcáis vuestros corazones’”. Esto fue escrito para los creyentes hebreos, quienes eran los descendientes de aquellos que provocaron a Dios en el desierto al endurecer sus corazones. El escritor parecía decirles: “Hermanos, no endurezcáis vuestro corazón como vuestros padres lo hicieron. Nosotros vivimos en una época distinta, una época a la que el salmo 95 llama ‘hoy’. Aprovechad, pues, mientras que se dice ‘hoy’ para ablandar vuestro corazón y escuchar Su voz. Su voz nos está diciendo que Cristo es superior a los ángeles, a Moisés y a Aarón, y que el nuevo pacto efectuado por Cristo es mucho mejor que el viejo pacto dado por medio de Moisés. Sed, pues, diligentes para entrar en este día prometido, el Sábado en la vida de iglesia”. Si mientras que se dice “hoy”, es decir, si durante la era de la iglesia, escuchamos Su voz y no endurecemos nuestro corazón, jamás provocaremos al Dios vivo ni nos apartaremos de Él. Confiaremos en Él y entraremos en el reposo.
Después de hablar mucho acerca del salmo 95, el escritor de Hebreos repentinamente dice en 4:12: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. La palabra porque al comienzo de este versículo establece un vínculo con el versículo anterior. ¿Por qué el escritor repentinamente habló de la palabra de Dios? Porque la promesa hecha en el salmo 95 era la palabra de Dios. Siempre que leamos la Biblia, ésta debe ser viviente, vigorizante y lo suficientemente cortante como para partir y discernir todo lo que hay dentro de nosotros. De lo contrario, no habremos tocado la palabra de Dios, sino sólo letras impresas en blanco y negro. Las palabras impresas no son vivientes ni vigorizantes. Cada palabra de la Biblia debe ser la palabra de Dios, la cual siempre es viva y eficaz. ¿Cómo podemos saber que hemos tocado la palabra de Dios y no sólo la letra impresa? Cuando la palabra que hemos tocado es viviente, vigorizante y parte nuestra alma separándola de nuestro espíritu. Éste es un principio importante.
El escritor parecía estar diciendo: “Vosotros, hermanos hebreos, atesoráis el Antiguo Testamento, y en especial el libro de los Salmos. Uno de los salmos dice: ‘Si oís hoy Su voz’. Vosotros habéis leído este versículo una y otra vez, pero no os ha aprovechado. Ahora yo me estoy basando en este salmo para hablaros. Esta palabra de Dios debe ser viva y eficaz, hasta partir vuestra alma de vuestro espíritu. Hermanos, yo sé por qué vosotros estáis vacilantes e indecisos; es porque vuestra alma está mezclada con vuestro espíritu. A veces, cuando estáis tranquilos, muy dentro de vosotros vuestro espíritu os dice que prosigáis y sigáis a Cristo, el Mesías de hoy. Aunque vosotros veis esto claramente en vuestro espíritu, fácilmente os volvéis del espíritu al alma. Vuestra mente, la cual está en vuestra alma, empieza a cuestionarlo todo y esto os hace divagar. Debido a que vuestra alma y espíritu están mezclados, os cito la palabra de Dios, la cual es viva y más cortante que toda espada de dos filos. Esto acabará con vuestra mezcla, partirá vuestro espíritu de vuestra alma y os mostrará cuán insensatos sois. No debéis vagar más en vuestra alma; debéis volveros de vuestra alma a vuestro espíritu. No deben analizar, discutir, vacilar ni titubear más. Cuanto más discutáis y titubeéis, más estaréis vagando en vuestra mente”.
Muchos de nosotros hemos experimentado lo mismo. Antes de que entráramos en la vida de iglesia, estuvimos vagando. Entonces nos sentimos atraídos a la iglesia y en lo más profundo, en nuestro espíritu, algo nos dijo: “¡Ésta es!”. Pero después, empezamos a dudar en nuestra mente, y dijimos: “¿Será que éste sí es el camino correcto? Si es así, ¿por qué entonces los gigantes espirituales no lo practican?”. Así pues, debido a la influencia de nuestro pasado religioso, empezamos a vagar en el desierto. Sin embargo, en la quietud de la noche, algo dentro de nosotros, algo más profundo que nuestra mente, nos siguió diciendo: “La vida de iglesia es el camino correcto”. Durante ese tiempo no pudimos dormir ni trabajar bien. Sólo llegamos a encontrar reposo un día en que la palabra viva de Dios vino para partir nuestro ser, y nos reveló lo que era de nuestro espíritu y lo que era de nuestra alma.
La palabra viva de Dios debe penetrar en nuestro ser y separar toda mezcla del alma y el espíritu. La vida de iglesia se lleva a cabo absolutamente en el espíritu. Es muy cómodo estar en la religión. Pero para entrar en la vida de iglesia es necesario que la palabra viva de Dios penetre en nosotros y parta nuestro ser. La palabra de Dios es lo único que puede partir nuestra alma de nuestro espíritu. Nuestra alma es tan pegajosa como el papel que se usa para atrapar moscas y, debido a ello, nuestro espíritu se “pega” fácilmente a nuestra alma. Es por eso que requerimos que la palabra viva de Dios penetre y corte. Hemos experimentado esto, no solamente cuando vinimos a la vida de iglesia por primera vez, sino muchas veces. Muchas veces Dios intervino y nuestro espíritu respondió. Sin embargo, también nuestra alma reaccionó, principalmente a través de nuestra mente. El Señor puede hablarnos en nuestro espíritu y decirnos: “Sujétate a la iglesia”, pero nuestra alma pegajosa, nos dirá por medio de nuestra mente: “Ten cuidado, no prestes mucha atención a la iglesia. Los hermanos que toman la delantera tienen faltas igual que cualquier otra persona. Considera al hermano fulano; es cierto que es bueno, pero no es absolutamente bueno”. Cuando pensamos de esta manera, rápidamente empezamos a divagar. Es sólo cuando el Dios misericordioso y fiel viene y nos da Su palabra viva y penetrante, que podemos ser liberados de nuestras mentes errantes. Es por eso que necesitamos la Biblia. Si cuando la leemos no experimentamos que ella es viva y vigorizante, algo anda mal. Aunque muchos cristianos tomen la Biblia sólo como un libro impreso, nosotros debemos aprender a tomarla cada día de una manera viviente.
La palabra viva de Dios es el fluir del Dios viviente. Dicha corriente nos trae en su fluir la vida de Dios (Jn. 1:4), la luz de Dios (Sal. 119:105, 130) y aun a Dios mismo (Jn. 1:1). Ya que las Escrituras son dadas por el aliento de Dios (2 Ti. 3:16), la palabra de Dios contenida en las Escrituras es el fluir de Dios, que nos imparte la vida de Dios, la luz de Dios y aun a Dios mismo en nuestro ser.
Puesto que la palabra de Dios es Su fluir, el cual es espíritu y vida (Jn. 6:63), la palabra de Dios es viviente. En nuestra experiencia la Biblia no debe ser simplemente letras muertas, sino vivientes, debe ser espíritu y vida.
La palabra de Dios es eficaz. La palabra griega traducida “eficaz” en el versículo 12 es la misma de la cual se deriva la palabra vigorizar. Por tanto, la palabra eficaz aquí significa “vigorizante”. La palabra viva de Dios nos vigoriza interiormente, a fin de producir algo para Dios.
La palabra de Dios es más cortante que toda espada de dos filos (Ef. 6:17), y penetra en nuestro ser, hasta partir nuestra alma de nuestro espíritu, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Muchas veces la palabra de Dios discierne nuestros pensamientos confusos. No piense que todos los pensamientos provienen del infierno y que todas las intenciones se derivan del yo. Algunos pensamientos provienen de los cielos, y algunas intenciones tienen por objeto a Dios. Pero la mayoría de las veces hay mezcla en nuestros pensamientos e intenciones y, por tanto, se requiere que la palabra de Dios, que es viva, eficaz y cortante, penetre en nosotros y discierna nuestros pensamientos e intenciones, y nos revele cuáles provienen del yo y cuáles son de Dios y para Dios. Por nosotros mismos no podemos discernir estos asuntos. Pero una vez que experimentamos la palabra viva de Dios, es fácil discernir los pensamientos que no se originan en Dios y las intenciones que proceden de Satanás.
Ahora veamos las partes que componen al hombre. Este asunto es presentado adecuadamente en el libro La economía de Dios, y también en el folleto The Parts of Man [Las partes componentes del hombre].
Nuestro cuerpo es el órgano externo por medio del cual tenemos contacto con el mundo físico y exterior. Está compuesto por todos sus miembros, y está representado en Hebreos 4:12 por las coyunturas y los tuétanos.
El alma no es otra cosa que nuestro yo. Esto lo comprobamos al comparar Mateo 16:26 con Lucas 9:25. Mateo 16:26 dice: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si gana todo el mundo, y pierde la vida de su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de la vida de su alma?”. Lucas 9:25 dice: “Pues ¿qué aprovechará al hombre, si gana todo el mundo, y se pierde o se malogra él mismo?”. Aquí vemos que nuestra alma es simplemente nuestro yo, nuestro ser, nuestra personalidad. Al seguir al Señor, tenemos que negar nuestra alma, nuestro yo (Mt. 16:24; Lc. 9:23).
Nuestra alma se compone de la mente, la voluntad y la parte emotiva. Proverbios 2:10 indica que el alma requiere de conocimiento. Ya que la mente tiene la capacidad de conocer, podemos deducir que la mente es una de las partes del alma. Salmos 139:14 dice que el alma sabe. Saber o conocer es una de las funciones de la mente, lo cual también demuestra que la mente es una parte del alma. Salmos 13:2 dice que el alma guarda consejos o consideraciones, lo cual se refiere a la mente. Lamentaciones 3:20 relaciona la memoria con el alma. Todos estos versículos nos muestran que hay una parte en el alma que tiene la capacidad de conocer, considerar y recordar. Esa parte es la mente.
La segunda parte del alma es la voluntad. Job 7:15 dice que el alma escoge. Escoger es una decisión, un acto de la voluntad, lo que comprueba que la voluntad es una parte del alma. Job 6:7 dice que el alma puede negarse a hacer algo. Tanto negarse a hacer algo como escoger, son funciones de la voluntad. En 1 Crónicas 22:19 dice: “Aplicad [...] vuestras almas a buscar a Jehová”. Tal como disponemos nuestra mente para pensar, así disponemos nuestra alma para buscar a Jehová. Esto nuevamente nos muestra que el alma toma decisiones, lo cual implica que la voluntad es una parte del alma. Salmos 27:12; 41:2; y Ezequiel 16:27 traducen como voluntad la palabra hebrea que significa “alma”. Por ejemplo, el salmista en su oración dice: “No me entregues a la voluntad de mis enemigos”. En el texto original eso significa: “No me entregues al alma de mis enemigos”. Esto demuestra claramente que la voluntad debe ser una parte del alma.
La parte emotiva es la tercera parte del alma. La parte emotiva encierra muchos aspectos, como por ejemplo: amor, odio, gozo y aflicción. En 1 Samuel 18:1, Cantares 1:7 y Salmos 42:1 se hace referencia al amor. Estos versículos muestran que el amor pertenece al alma, lo que comprueba que el alma incluye un órgano o función llamado la parte emotiva. Con relación al odio podemos citar 2 Samuel 5:8, Salmos 107:18 y Ezequiel 36:5. El gozo, como otro elemento de la parte emotiva, corresponde al alma según Isaías 61:10 y Salmos 86:4. Por último, la aflicción es otra expresión del alma, que se menciona en 1 Samuel 30:6 y Jueces 10:16. Todos estos versículos proveen la base suficiente para afirmar que el alma se compone de tres partes; la mente es la parte principal, seguida por la voluntad y la parte emotiva.
Tal como nuestro cuerpo es nuestro órgano externo con el que tenemos contacto con el mundo físico, el espíritu es nuestro órgano interno con el que podemos tener contacto con Dios (Zac. 12:1; Job 32:8 Prov. 20:27; Jn. 4:24; Ro. 1:9; Ez. 36:26). Somos una persona, un alma, que posee dos órganos: por fuera tenemos el cuerpo, y por dentro, tenemos el espíritu. El espíritu es una sola entidad que a la vez se compone de tres partes, cada una con su función: conciencia, comunión e intuición. Creo que ya todos conocemos muy bien la función de nuestra conciencia, que consiste en distinguir entre el bien y el mal, y en condenarnos o justificarnos. También es fácil entender en qué consiste la comunión. La comunión se refiere a nuestra comunicación con Dios. Nuestro espíritu cuenta con una función que hace posible que tengamos contacto con Dios. Sin embargo, no es fácil entender en qué consiste la intuición. La intuición es un sentir o conocimiento que recibimos de forma directa. Existe tal sentir directo en nuestro espíritu independientemente de la razón, nuestras circunstancias o la formación que tuvimos. La intuición es, pues, un sentir o conocimiento que recibimos directamente de Dios. Así que, podemos conocer el espíritu por medio de la conciencia, la comunión y la intuición.
Si comparamos Romanos 9:1 con Romanos 8:16, comprobamos que la conciencia es una de las partes del espíritu. Por un lado, el Espíritu Santo da testimonio juntamente con nuestro espíritu; por otro, nuestra conciencia nos da testimonio en el Espíritu Santo. Esto comprueba que la conciencia debe ser una función de nuestro espíritu. Salmos 51:10 habla de “un espíritu recto dentro de mí”, esto es, un espíritu correcto. Ya que la capacidad para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto es una de las funciones de la conciencia, este versículo también sirve para demostrar que la conciencia forma parte de nuestro espíritu.
¿Qué base bíblica tenemos para afirmar que la comunión se halla en el espíritu? Juan 4:24 dice que debemos adorar a Dios en nuestro espíritu. Adorar a Dios significa tener contacto con Dios, tener comunión con Él, lo cual demuestra que la adoración y la comunión tiene lugar en nuestro espíritu. En Romanos 1:9 el apóstol Pablo dice: “Dios, a quien sirvo en mi espíritu”. Servir a Dios puede considerarse también un tipo de comunión con Dios. Esto también comprueba que el órgano de la comunión está en nuestro espíritu. Lucas 1:47 dice: “Mi espíritu ha exultado en Dios”, lo cual significa que el espíritu humano ha tenido contacto con Dios. Una vez más, vemos que la comunión que tenemos con Dios es una de las funciones del espíritu. En 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. La comunión verdadera implica que llegamos a ser un solo espíritu con el Señor. Tal comunión se lleva a cabo en el espíritu.
¿Y qué podemos decir de la intuición? En 1 Corintios 2:11 se revela que el espíritu del hombre es capaz de conocer lo que el alma no puede. Esto demuestra que hay algo más en nuestro espíritu. Nuestra alma puede adquirir conocimiento mediante la razón y las experiencias circunstanciales, pero el espíritu humano no depende de estas cosas para discernir las situaciones. Este sentir, que recibimos directamente de Dios, demuestra que la intuición está en nuestro espíritu. Marcos 2:8 dice que el Señor conoció en Su espíritu. Podemos conocer en nuestro espíritu cuando recibimos un sentir directamente del Señor, el cual nos permite discernir las cosas independientemente de la razón. Esto es la intuición, la tercera facultad de nuestro espíritu. Por lo tanto, sí tenemos una base bíblica para afirmar que la conciencia, la comunión y la intuición son tres funciones del espíritu humano.
Nuestro espíritu es la parte más profunda de nuestro ser, el órgano espiritual con el cual tocamos a Dios. En nuestro espíritu somos regenerados (Jn. 3:6). En nuestro espíritu mora y obra el Espíritu Santo (Ro. 8:16). En nuestro espíritu disfrutamos a Cristo y Su gracia (2 Ti. 4:22; Gá. 6:18). Por lo tanto, el escritor del libro de Hebreos les aconsejó a los creyentes hebreos que no titubearan en su alma errante, sino que prosiguieran a su espíritu para participar y disfrutar del Cristo celestial.
Nuestro espíritu es el órgano con el cual tenemos contacto con Dios, mientras que nuestro corazón es el órgano con el cual amamos a Dios (Mr. 12:30). Nuestro espíritu toca, recibe, contiene y experimenta a Dios. Sin embargo, esto requiere que nuestro corazón ame primero a Dios.
Nuestro corazón no está separado de nuestra alma y espíritu, pues se compone de todas las partes de nuestra alma más la conciencia, que es la parte principal de nuestro espíritu. Nuestro corazón se compone de la conciencia, la mente con los pensamientos, la voluntad con las intenciones y la parte emotiva. El hombre no tiene más que tres partes principales en todo su ser. Como seres humanos, tenemos un cuerpo, un alma y un espíritu. No tenemos otra cuarta parte llamada el corazón.
¿Cuál es la base bíblica para decir que la mente, la voluntad, la parte emotiva y la conciencia constituyen el corazón? Hebreos 4:12 y Génesis 6:5 hablan de los pensamientos del corazón. Ya que los pensamientos están en la mente, la mente debe ser una de las partes del corazón. También comprobamos que la voluntad es parte del corazón al leer Hechos 11:23, donde aparece la frase “propósito de corazón”. Los propósitos son una función de la voluntad, lo cual comprueba que ésta también constituye una parte del corazón. Asimismo, Hebreos 4:12 habla de las intenciones del corazón. Las intenciones corresponden a los propósitos los cuales son de la voluntad. Esto demuestra nuevamente que la voluntad es una parte del corazón. Juan 16:22 dice que el corazón se regocija. Regocijarse es ciertamente un elemento de la parte emotiva en nuestra alma, pero aquí se nos dice que es el corazón el que se regocija. Por consiguiente, la parte emotiva también forma parte del corazón. En Juan 16:6 el Señor dijo de la tristeza había llenado el corazón de los discípulos, lo cual reafirma que la parte emotiva se localiza en el corazón. En cuanto a la conciencia, Hebreos 10:22 dice que nuestro corazón ha sido purificado de mala conciencia. La conciencia guarda estrecha relación con el corazón. Si deseamos tener un corazón puro, debemos mantener una conciencia libre de ofensa. Nuestra conciencia debe ser purificada con la aspersión de la sangre de Cristo para que podamos tener un corazón puro. En 1 Juan 3:20, donde dice que nuestro corazón nos reprende, también comprueba esto. Ya que reprender es una de las funciones de la conciencia, este versículo nos demuestra que la conciencia es indudablemente una parte del corazón. Por consiguiente, contamos con un buen fundamento bíblico para afirmar que las tres partes del alma y la parte principal del espíritu, conforman el corazón.
Las tres partes del hombre corresponden a las tres secciones del templo de Dios. El templo de Dios, al igual que el tabernáculo de Dios, se dividía en tres secciones: el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. En 1 Corintios 3:16 afirma que nosotros somos el templo de Dios. Nuestro cuerpo corresponde al atrio; nuestra alma, que es una parte más profunda, corresponde al Lugar Santo; y nuestro espíritu, la parte más profunda de nuestro ser, corresponde a la sección más interna del templo de Dios, el Lugar Santísimo.
En nuestro corazón están la mente con los pensamientos y la voluntad con las intenciones. Los pensamientos afectan las intenciones, y las intenciones llevan a cabo los pensamientos. La palabra viva de Dios discierne los pensamientos de nuestra mente y las intenciones de nuestra voluntad. Lo que el escritor citó de la palabra de Dios en los capítulos 3 y 4, pudo exponer cuáles eran y dónde estaban los pensamientos y las intenciones de los creyentes hebreos, mientras ellos titubeaban en el proceso de su salvación.
Ahora podemos entender por qué el escritor de Hebreos dijo en 4:12 que la palabra de Dios es viva, y que penetra en nosotros hasta partir nuestro espíritu y nuestra alma, y es capaz de discernir los pensamientos y las intenciones de nuestro corazón. Él comprendía que los creyentes hebreos se hallaban indecisos, vagando en su alma, y que habían desatendido a su espíritu. Pero el Nuevo Testamento requiere que estemos absolutamente en nuestro espíritu, y no en nuestra alma. El Nuevo Testamento es completamente celestial, no terrenal. Las cosas terrenales corresponden al cuerpo físico y a la mente. El judaísmo es terrenal. Como religión terrenal que es, el judaísmo coincide muy bien con los pensamientos de nuestra mente natural. En cambio, el Nuevo Testamento es celestial y corresponde al espíritu. Si queremos percibir las cosas celestiales, es imprescindible que estemos en nuestro espíritu. Efesios 2:6 dice que estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales. No obstante, cuando estamos en nuestra mente nos es imposible experimentar los lugares celestiales. Tal vez con nuestra mente podamos viajar a distintos lugares de la tierra, pero no podremos tocar los lugares celestiales. Para tocar los lugares celestiales debemos estar en nuestro espíritu.
Algunos nos critican porque gritamos mucho en nuestras reuniones, pero nosotros, por experiencia, sabemos por qué gritamos. Si no gritáramos, permaneceríamos en la mente. Después de gritar un poco, estamos en los cielos, debido a que nos hemos vuelto de la mente al espíritu. Aunque no soy una persona que se emociona fácilmente, a veces siento la necesidad de gritar. Si no lo hiciera, permanecería encerrado en la cárcel profunda del yo y de mis propios razonamientos. ¿Cómo podemos impedir que surjan en nosotros razonamientos diabólicos? Liberando nuestro espíritu al dar gritos de alabanzas al Señor. Algunas veces, cuando no logro conciliar el sueño en la noche, grito silenciosamente y soy liberado de mis pensamientos y poco después me quedo dormido. La mejor forma de tocar los cielos es gritar.
En el libro de Hebreos encontramos la puerta del cielo. En este libro se nos presenta la iglesia como Bet-el, la casa de Dios en la cual Cristo es la escalera celestial. Donde esté Bet-el allí también estará la puerta del cielo y Cristo como la escalera celestial que une la tierra con el cielo y trae el cielo a la tierra. ¿Dónde podemos disfrutar tal visión tan maravillosa? En nuestro espíritu. Hoy en día la puerta del cielo está conectada con nuestro espíritu. Efesios 2:22 dice que la habitación de Dios en la tierra está hoy en nuestro espíritu; y 2 Timoteo 4:22 dice que Cristo, la escalera celestial, está en nuestro espíritu. Por lo tanto, nuestro espíritu es la puerta del cielo. No debemos fluctuar más en nuestra mente, sino entrar en nuestro espíritu donde está la casa de Dios, el Cristo celestial y la puerta del cielo.
Para cualquiera de nosotros es muy difícil no ser afectado por los gérmenes contagiosos del mundo actual. Pero tenemos un lugar donde podemos refugiarnos de estos gérmenes: nuestro espíritu. En cierto sentido, nuestro espíritu hoy es nuestro refugio, nuestra fortaleza. Como mencionábamos en el mensaje anterior, la vida de iglesia es nuestro refugio porque ella es la habitación de Dios en nuestro espíritu. Mientras navegamos por un mar tempestuoso, muchos pensamientos nos sobrevendrán. ¿Cómo podremos escapar la tempestad y encontrar refugio? Solamente volviéndonos a nuestro espíritu. ¿Cómo podremos resistir los rumores y el hablar negativo? Solamente entrando en nuestro espíritu, donde se encuentran la iglesia, la casa de Dios y la escalera celestial. La iglesia es un hospital. En un hospital se exterminan todos los microbios y todo es purificado. De la misma manera, en la iglesia todos los gérmenes demoníacos son aniquilados. Las iglesias del recobro del Señor son muy saludables. Si queremos conservarnos en dicha condición saludable, debemos ejercitar nuestro espíritu continuamente. Si usted llega a ser afectado por pensamientos negativos y permanece en su mente, se enfermará. Pero si se vuelve a su espíritu, todos lo gérmenes serán eliminados y usted volverá a estar saludable y fuerte en la vida de iglesia. El escritor de Hebreos parecía decir: “Mis queridos hermanos hebreos, vosotros os tenéis que volver de vuestra alma a vuestro espíritu con la ayuda de la palabra viva de Dios. Si vosotros os volvéis a vuestro espíritu mediante la palabra viva, estaréis saludables y no tendréis ningún problema. Hermanos, vosotros estáis indecisos en vuestra alma y debéis entrar en vuestro espíritu. Una vez que entréis en vuestro espíritu, estaréis en la casa de Dios y disfrutaréis de todas las riquezas de la puerta del cielo”.
No es fácil entender este pasaje de la Palabra santa porque se requiere de mucha experiencia de nuestra parte. Por muchos años me intrigó por qué el escritor de un momento a otro empezó a decir que la palabra de Dios es viva y que ésta penetra hasta partir el alma y el espíritu. No lograba entender esto. Finalmente, examiné mi propia experiencia y pude comprender que cada vez que tenemos problemas con la iglesia, siempre se debe a pensamientos que invaden nuestra mente. Por consiguiente, necesitamos que la palabra viva penetre en lo más profundo de nuestro ser, y parta nuestra alma de nuestro espíritu. Entonces no permaneceremos en el alma diabólica, sino que nos volveremos al espíritu celestial. Si hacemos esto, de inmediato nos encontraremos en la vida de iglesia.
Todos los que están en la vida de iglesia han tenido problemas en la iglesia. Tal vez no nos caiga bien alguno de los ancianos o algún otro hermano o hermana, y pensemos que ellos no son competentes, o que son demasiado fuertes o muy gritones. ¿Qué nos puede librar de tales pensamientos? La palabra viviente que penetra hasta lo más profundo de nuestro ser y parte nuestro espíritu de nuestra mente. Cuando nuestra mente diabólica quede al descubierto, declararemos que amamos a todos los hermanos y hermanas porque todos ellos en su espíritu son encantadores. Cuando estamos en nuestra mente y comenzamos a considerar a nuestros hermanos y hermanas, ninguno de ellos nos parece encantador y pensamos que nosotros somos los únicos que somos algo buenos. ¡Cuánto necesitamos que la palabra viviente separe nuestra alma de nuestro espíritu a fin de que podamos estar en la vida de iglesia! Es así como entramos en el reposo sabático, y también es así como permanecemos en dicho reposo sin llegar a quebrantarlo. Quebrantar el Sábado equivale a abandonar la vida de iglesia. Aquellos que han abandonado la vida de iglesia, los que han dejado el Sábado actual, pueden testificar que no existe reposo alguno fuera de la iglesia. Es en nuestro espíritu que disfrutamos el reposo del Sábado de la iglesia. Ésta es la razón por la cual Hebreos 4:12 está en el lugar que está en el libro de Hebreos.
Nada puede discernir los pensamientos y las intenciones del corazón como la palabra viva de Dios. Antes de que la palabra viva comience a operar en nosotros, pensamos que somos nosotros quienes tienen la razón y que somos personas totalmente consagradas al Señor. Pero cuando la palabra penetra en lo más profundo de nuestro ser, nos damos cuenta de que nuestros pensamientos e intenciones son totalmente egoístas y nos juzgamos a nosotros mismos. Si no contamos con la palabra viva, la cual tiene la capacidad de discernir nuestros pensamientos e intenciones, nos será muy difícil permanecer en el Sábado de la iglesia. El Sábado de la iglesia requiere que la palabra viva de Dios actúe al penetrar, partir y discernir. Es así como podemos entrar, permanecer y guardar el Sábado de la vida de iglesia.