Mensaje 26
Según la revelación completa hallada en la Biblia, la salvación de Dios se lleva a cabo en tres etapas, es decir, se trata de un proceso gradual.
La salvación que Dios dispuso para los hijos de Israel estaba relacionada con tres lugares: Egipto, de donde fueron liberados; el desierto, en el cual vagaron; y Canaán, adonde entraron. La historia de ellos en estos tres lugares representa las tres etapas de su participación en la plena salvación de Dios. Los hijos de Israel no participaron de toda la salvación de Dios en un solo lugar.
En Egipto los hijos de Israel participaron de la salvación de Dios en su primera etapa. Durante la Pascua ellos experimentaron la sangre redentora del cordero (Éx. 12:7) y fueron nutridos con la carne del cordero (v. 8) y, de este modo, fueron salvos del juicio justo de Dios. Al salir de Egipto y cruzar el mar Rojo, fueron salvos de la esclavitud y la tiranía egipcia. Después que cruzaron el mar Rojo, llegaron a ser un pueblo libre. En este sentido, todos ellos fueron salvos. Nadie puede negar que fueron salvos del juicio de Dios, así como de la opresión, tiranía y esclavitud egipcia. Sin embargo, hasta ese momento, ellos sólo habían participado de un tercio de la salvación de Dios. A pesar de que habían sido salvos del juicio de Dios y de la esclavitud de Faraón, ¿qué sucedía respecto al propósito eterno de Dios? ¿Qué de la expresión y el señorío de Dios? En ese tiempo todavía no se ve que los hijos de Israel tuvieran la expresión y el señorío divinos, pues el tabernáculo aún no había sido erigido ni se había establecido el gobierno divino de Dios sobre la tierra. Así pues, aunque los hijos de Israel habían sido salvos de Egipto, les hacía falta experimentar dos etapas más de la salvación de Dios por causa del cumplimiento del propósito eterno de Dios.
Después que los israelitas fueron salvos de Egipto donde comieron del cordero pascual y los panes sin levadura, ellos experimentaron la salvación en su travesía por el desierto. Aunque ciertamente habían disfrutado a Cristo de una manera muy dulce, quien fue tipificado por el cordero que ellos comieron en Egipto, aquello solamente fue la etapa inicial, el principio. Ellos aún debían disfrutar y experimentar más a Cristo y participar de Él, lo cual estaba tipificado por el maná y la roca de la que brotó el agua viva. Así pues, después de salir de Egipto, Dios los condujo a la segunda etapa, la cual se halla representada por el desierto. En el desierto ellos disfrutaron del maná que los alimentaba (Éx. 16:31-32) y del agua que apagaba su sed (17:6).
Debido a la influencia de las enseñanzas que recibimos en el pasado, siempre que oímos la palabra desierto la asociamos con palabras negativas. Aunque ciertamente no es un término positivo, tampoco es del todo negativo. Si miramos un mapa, nos daremos cuenta de que los hijos de Israel no podían salir de Egipto y entrar a la buena tierra sin antes cruzar por el desierto. El desierto fue un ambiente negativo porque los hijos de Israel no se dirigieron directamente hacia Canaán, sino que vagaron en él por más de treinta y ocho años. Fue este desperdicio de tiempo lo que hizo que el desierto fuera un entorno tan negativo. No obstante, si ellos hubieran cruzado el mar Rojo y hubieran cruzado el desierto directamente hacia la buena tierra, el desierto para ellos habría sido un término positivo. Una prueba de que el desierto no es una palabra del todo negativa es que allí los israelitas disfrutaron del maná y del agua de la roca, los cuales tipifican a Cristo.
Después de vagar por el desierto, los hijos de Israel cruzaron el río Jordán y entraron a la buena tierra de Canaán, lo cual dio inicio a la tercera etapa de su salvación. Aquí, en esta tercera etapa, en la buena tierra, ellos disfrutaron de algo más que el cordero, el pan sin levadura, el maná y el agua de la roca: ellos disfrutaron de los ricos productos de la tierra de Canaán. Durante casi cuarenta años ellos comieron el maná diariamente en el desierto, sin embargo, tan pronto entraron a la buena tierra, el maná cesó y ellos empezaron a disfrutar de los ricos productos de la tierra todo-inclusiva (Jos. 5:11-12). El cordero pascual, el maná celestial, el agua viva y los productos de la buena tierra de Canaán, tipifican diversos aspectos de las riquezas de Cristo. Si los hijos de Israel solamente hubieran sido salvos de Egipto, jamás habrían gustado del maná. Y si ellos no hubieran entrado en la tierra de Canaán, nunca habrían disfrutado de los ricos productos de la buena tierra. ¡Aleluya porque podemos disfrutar a Cristo ricamente en las distintas etapas de la salvación!
En la tercera etapa de su salvación, es decir, en la salvación que experimentaron al entrar en Canaán, los israelitas entraron en el reposo (Dt. 12:9). La manera tan rica en que disfrutamos a Cristo en las tres etapas de la salvación, tiene por objetivo tomar posesión de la buena tierra y edificar el templo, a fin de que Dios pueda obtener una expresión de Sí mismo y establecer Su gobierno divino entre los hombres sobre la tierra. Por consiguiente, la plena salvación que Dios nos brinda, en la cual disfrutamos a Cristo ricamente, tiene como fin que Dios sea expresado y obtenga Su reino. La salvación que se experimenta al salir de Egipto, atravesar el desierto y entrar en la buena tierra, es absolutamente para la expresión y el reino de Dios. Como vimos anteriormente, dondequiera que se halla la expresión y el reino de Dios, allí está también el reposo sabático. Cuando Dios llenó Su casa, el templo, de Su gloria, todo Su pueblo halló reposo en Su presencia. Aquello fue un reposo para Dios y para Su pueblo que Él había salvado. Por consiguiente, vemos claramente que las tres etapas de la salvación de Dios tienen por objetivo Su expresión y Su reino, a fin de que Dios pueda hallar reposo junto con Su pueblo, que Él mismo salvó.
Como hemos mencionado, la plena salvación de Dios, la cual Él quería que los hijos de Israel recibieran, incluía la redención mediante el cordero de la Pascua, el éxodo de Egipto, el alimentarse del maná celestial, el saciar la sed con el agua viva que salió de la roca herida, y la participación de las riquezas de la buena tierra de Canaán. Todos los hijos de Israel participaron del cordero de la Pascua, del maná celestial y del agua viva, pero de todos los que fueron parte del éxodo de Egipto, sólo Josué y Caleb entraron en la buena tierra y participaron de ella; todos los demás cayeron en el desierto (Nm. 14:30; 1 Co. 10:1-11). Aunque todos fueron redimidos, sólo los dos vencedores, Josué y Caleb, recibieron el premio de la buena tierra.
El cordero de la Pascua, el maná celestial, el agua viva y la buena tierra de Canaán tipifican diferentes aspectos de Cristo. Según lo que se describe con las experiencias de los hijos de Israel, no todos los creyentes que hayan sido redimidos por medio de Cristo, participarán de Cristo como premio, como su reposo y satisfacción, en la era de la iglesia y en el reino venidero; sólo aquellos que, después de ser redimidos, busquen a Cristo diligentemente, participarán de Él en tal manera. Ésta es la razón por la cual el apóstol Pablo, aunque había sido completamente redimido, proseguía a la meta para poder ganar a Cristo como premio (Fil. 3:10-14). En Filipenses 3 Pablo nos dijo que él había estado en el judaísmo, pero que lo había dejado por causa de Cristo (vs. 4-9). Aquí, en el libro de Hebreos, el escritor mantuvo el mismo concepto, animando a los creyentes hebreos a abandonar el judaísmo y a extenderse hacia Cristo, de tal manera que no perdieran el premio.
Según el tipo que nos fue presentado de la salvación de los hijos de Israel, la salvación de los creyentes del Nuevo Testamento también consta de tres etapas. En primer lugar, experimentamos la salvación que nos libra del mundo. En esta etapa somos justificados por medio de la sangre de Jesús (Ro. 3:22-25) y separados del mundo (Gá. 1:4; 6:14). Si alguien no ha salido del mundo, aún no ha concluido con la primera etapa de su salvación. La salvación que predica el cristianismo es una salvación que principalmente incluye la justificación por la fe por medio de la sangre de Cristo, pero no incluye el éxodo del mundo. Actualmente hay millones de cristianos auténticos, que han sido justificados por la fe mediante la sangre de Cristo, pero que aún permanecen en el mundo. Ellos necesitan experimentar un éxodo. Alabado sea el Señor porque nosotros estamos fuera del mundo, el cual incluye la religión. Estamos fuera del judaísmo, del catolicismo y del protestantismo.
La segunda etapa de nuestra salvación es la salvación que a través del alma, lo cual incluye ser santificados (Ro. 6:19, 22) y transformados (12:2). Hay muchos que piensan que la palabra alma no es una palabra positiva, pero nosotros no debemos decir esto. El alma puede ser muy buena o muy mala. El Nuevo Testamento revela que una vez que somos justificados y regenerados, necesitamos ser santificados y transformados. En años recientes hemos visto claramente que la transformación, que incluye la santificación, tiene que ver con nuestra alma. Nuestra alma, es decir, nuestra persona, debe ser santificada y transformada, o sea, debe ser saturada de todo lo que Cristo es. La propia esencia, elemento y sustancia de Cristo que está en nuestro espíritu, debe extenderse a nuestra alma. Indudablemente, la esencia divina de Cristo ha sido sembrada en nuestro espíritu. Ahora, dicha esencia debe empapar y saturar nuestra alma hasta que ésta sea completamente transformada con Su elemento divino. La transformación no consiste meramente en un cambio, sino en que la esencia divina de Cristo se forje en nosotros. Andrew Murray usó la palabra entretejido, y dijo que algo de Cristo es entretejido, al igual que la fibra textil, en nosotros. Durante los primeros años de nuestro ministerio también usamos esta expresión como ejemplo. Aunque no es incorrecto, esta palabra no se halla en la Biblia. En vez de eso, la Biblia usa las palabras mezclar o mezclado.
En Levítico 2:4 refiriéndose a la ofrenda de harina, dice que la flor de harina debía amasarse o mezclarse con aceite. La palabra amasar o mezclar, es un término que está basado en la Biblia y es mucho mejor que el término entretejido. Consideremos el cuadro de la ofrenda de harina descrito en Levítico 2. La flor de harina debía ser mezclada con aceite, es decir, debía ser empapada y saturada con aceite. Finalmente, la flor de harina era transformada, no porque ésta hubiera cambiado en sí, sino por el aceite con el cual se había mezclado. La flor de harina representa la humanidad, y el aceite representa la divinidad. En Su economía Dios dispuso que nuestra humanidad se mezclara con Su divinidad. Nosotros, la flor de harina, y Él, el aceite, deben mezclarse completamente. Después de que se amasa la flor de harina con el aceite, ambos siguen conservando su propia sustancia. De igual manera, en la mezcla de la divinidad con la humanidad, tanto la sustancia de la humanidad como la de la divinidad aún se conservan, aunque ambas sustancias se hallan mezcladas como una sola entidad. Éste es un cuadro muy claro y maravilloso acerca de la mezcla de Dios con nosotros. Esta mezcla constituye nuestra transformación.
¿Qué es la transformación? La transformación no es el cambio ni mejora que ocurre en el comportamiento moral o ético de una persona. La transformación significa que nuestra humanidad es primeramente purificada con la sangre redentora del Señor, y después es mezclada con el aceite de la unción, o sea, el Espíritu Santo, hasta que seamos santificados, hechos santos, tanto en nuestra posición como en nuestro carácter. Durante esta segunda etapa de la salvación, disfrutamos a Cristo como el maná celestial y como el agua viva, como el Espíritu vivificante que brota de la roca herida, que es Cristo mismo. En la etapa de la transformación, disfrutamos a Cristo de una manera más rica y más subjetiva. Alabamos al Señor porque en años recientes ha habido muchos santos del recobro del Señor que han entrado en la realidad de la transformación. Si bien es notorio que han ocurrido ciertos cambios externos y mejorías en ellos, no confiamos en esto, sino que confiamos en la maravillosa obra de transformación que el Señor realiza. En 2 Corintios 3:18 dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Todos necesitamos experimentar esta transformación. ¡Aleluya! ¡Ahora nosotros estamos pasando a través de la segunda etapa de nuestra salvación!
En la verdadera vida de iglesia hay mucha transformación. Me siento muy animado con la transformación que está ocurriendo entre los jóvenes de las iglesias. Las iglesias están avanzando. No es necesario corregir mucho a los santos; más bien, lo que necesitamos es cuidar de los jóvenes en el camino de la vida divina. Estamos viendo cómo los jóvenes que están en la vida de iglesia, están siendo transformados por la vida divina. ¡Cuán maravillosa es esta transformación!
La tercera etapa de nuestra salvación es la salvación que experimentamos al entrar en nuestro espíritu. Todos debemos abandonar el desierto y cruzar el río para entrar en nuestro espíritu, donde disfrutamos a Cristo como nuestra vida (Ro. 8:10; 2 Ti. 4:22) y donde debemos vivir y andar (Ro. 8:4; Gá. 5:16, 25). Aquí, en el espíritu, es donde se encuentra la morada de Dios, la escalera celestial y la puerta del cielo. Por lo tanto, en nuestro espíritu se halla la expresión de Dios y el reino de Dios. Es aquí donde disfrutamos el Sábado del reposo celestial.
Las tres secciones en las que estaban divididos el tabernáculo y el templo, corresponden también a las tres etapas de la salvación de Dios. En primer lugar, tenemos las experiencias que corresponden al atrio, donde somos redimidos en el altar (Lv. 4:7) y lavados en el lavacro (Éx. 30:18-21). El lavamiento en el lavacro corresponde totalmente a la experiencia de cruzar el río, lo cual tiene que ver con nuestra salvación del mundo.
En segundo lugar, tenemos las experiencias que corresponden al Lugar Santo, donde somos alimentados con el pan de la proposición (Éx. 25:30), iluminados por el candelero (v. 37) y aceptados mediante el altar del incienso (30:7). Todo esto corresponde a la transformación en nuestra alma.
En tercer lugar, tenemos las experiencias que corresponden al Lugar Santísimo, donde disfrutamos de la presencia de Dios (Éx. 25:22) y participamos de la gloria shekiná de Dios. Aquí, en el Lugar Santísimo, estamos en la morada de Dios. Es aquí donde nos hallamos en el reposo sabático. Esto corresponde a la salvación en nuestro espíritu.
Los creyentes hebreos habían experimentado la salvación conforme a la primera etapa, pero se hallaban vacilantes en la segunda etapa. Ellos se encontraban vagando en el alma debido a dudas que tenían en su mente y corrían el peligro de regresar a la primera etapa. Así que el libro de Hebreos fue escrito con el propósito de darles advertencia y motivarlos a seguir adelante para que entraran en la tercera etapa: en el reposo de la buena tierra (4:11) y en el Lugar Santísimo en el espíritu (10:19-20). Entrar en el reposo de la buena tierra equivale a entrar en la vida de iglesia con la expectativa de obtener entrada en el reino venidero. Entrar en el Lugar Santísimo significa estar en el espíritu. Entrar en el reposo sabático y en la vida apropiada de iglesia es algo que depende totalmente de nuestro espíritu. Hoy en día el trono de Dios y el Lugar Santísimo, los cuales están en los cielos, están conectados con nuestro espíritu. Por consiguiente, nuestro espíritu es un lugar sumamente crucial. Aquí, en nuestro espíritu, tenemos la morada de Dios, la escalera celestial, la puerta del cielo, el trono de Dios y el Lugar Santísimo. Aquí, en el espíritu, disfrutamos de la vida de iglesia y estamos en el reposo actual, el cual nos conducirá al reposo sabático en el reino venidero.
En Hebreos 4:11 el escritor dice: “Procuremos, pues, con diligencia entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia”. Puesto que el reposo mencionado en esta porción de la palabra es el Cristo todo-inclusivo, caer de este reposo significa caer de Cristo mismo (Gá. 5:4 dice: “Habéis sido [...] separados de Cristo”). En Gálatas el peligro era que los creyentes de Galacia se volvieran de la libertad de la gracia a la esclavitud de la ley (vs. 1-4). Pablo les aconsejó que permanecieran firmes en la libertad de la gracia, esto es, que no fueran reducidos a nada, separados de Cristo. En Hebreos el peligro era que los creyentes hebreos no abandonaran su antigua religión, la cual concordaba con la ley, y no se extendieran al disfrute de Cristo como su reposo. Si ellos continuaban titubeando en la antigua religión, es decir, en el judaísmo, quedarían privados de Cristo, su reposo. El escritor de este libro los animó sinceramente como compañeros de Cristo, a que avanzaran con Cristo y entraran en el reposo, para que ellos, quienes participaban de Él, pudieran disfrutar a Cristo como su reposo.
Hebreos 3:7—4:11 describe a los hijos de Israel como los que no alcanzaron a entrar en el reposo de la buena tierra. En cuanto a ellos había tres lugares: Egipto, de donde fueron liberados; el desierto, en el cual vagaron; y Canaán, adonde entraron. La historia de ellos en estos tres lugares representa las tres etapas de su participación en la plena salvación de Dios. Esto es un tipo de nosotros, los creyentes neotestamentarios, en nuestra participación de la plena salvación de Dios. En la primera etapa recibimos a Cristo y somos redimidos y liberados del mundo. En la segunda etapa empezamos a vagar en nuestra búsqueda del Señor; y nuestro vagar siempre ocurre en el alma. En la tercera etapa participamos de Cristo y le disfrutamos de una manera plena; esto lo experimentamos en nuestro espíritu. Cuando vamos en pos de placeres materiales y pecaminosos, estamos en el mundo, tipificado por Egipto. Cuando vagamos en nuestra alma, estamos en el desierto. El desierto en el cual los israelitas vagaron representa nuestra alma. Cando disfrutamos a Cristo en nuestro espíritu, estamos en Canaán. Cuando los israelitas vagaban por el desierto, no dejaban de murmurar, argumentar y echar reprimendas. Esto ocurrió indudablemente en su alma, y no en su espíritu. Pero Josué y Caleb creyeron en la palabra de Dios, obedecieron al Señor y prosiguieron hacia la meta. Esto lo hicieron sin duda en su espíritu, y no en su alma. En aquel entonces los destinatarios de este libro, los creyentes hebreos, se preguntaban qué debían hacer con su antigua religión judía. El interrogante que tenían en su mente constituía un vagar en su alma, y no una experiencia de Cristo en su espíritu. Así que, el escritor de este libro dijo que la palabra de Dios, es decir, lo citado del Antiguo Testamento, podía penetrar en su incertidumbre como una espada cortante de dos filos, y hacer una división entre el alma y el espíritu de ellos.
Así como el tuétano está escondido en lo profundo de las coyunturas, el espíritu está en lo profundo del alma. Para que el tuétano sea dividido de las coyunturas se requiere principalmente que las coyunturas sean quebradas. Según el mismo principio, para que el espíritu sea dividido del alma se requiere que el alma sea quebrantada. El alma de los creyentes hebreos, con su mente llena de preguntas, con sus dudas respecto al camino de la salvación de Dios, y con su preocupación por sus propios intereses, tenía que ser quebrantada por la palabra de Dios que es viva y eficaz, y que penetra hasta hacer una separación entre el espíritu y el alma de ellos. Por lo tanto, el escritor de este libro les aconsejó a los creyentes hebreos que no titubearan en su alma errante, a la cual ellos se tenían que negar, sino que prosiguieran a su espíritu para participar del Cristo celestial y disfrutarle para que así pudieran participar del reposo del reino durante Su reinado en el milenio. Si ellos titubeaban en su alma errante, no llegarían a la meta de Dios y sufrirían la pérdida del pleno disfrute de Cristo y del reposo del reino.