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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Hebreos»
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Mensaje 3

EL HIJO

  Dios es misterioso. Él es enteramente un misterio. Pero este misterio ha sido revelado por el hablar de Dios. Sin el hablar divino, jamás podríamos llegar a conocer a Dios. Pero nuestro Dios ha dejado de ser un misterio. Él ya no es un misterio, sino un “relato”. El relato de Dios depende absolutamente de Su hablar. Dios tiene una historia, y Su historia es un relato. Nosotros podemos contar el relato de Dios. El relato de Dios es un hablar continuo; es una historia que no cesa de hablarnos.

  Primeramente, Dios habló por medio de algunos que fueron escogidos y movidos por Él. Él habló de diversas maneras por medio de Adán, Abel, Enós, Enoc, Noé y Abraham. Después de Abraham, Dios habló por medio de Moisés y de muchas otras personas elegidas por Él, como lo fueron los sacerdotes, los reyes y los profetas. Todos aquellos que hablaron por Dios, así fueran reyes o profetas, fueron motivados por el Espíritu Santo. Por consiguiente, la historia de Dios es una historia que gira en torno a Su hablar.

  Dios habló por medio de las más diversas clases de personas. Él habló por medio de nobles como de plebeyos, de cultos como de incultos, de reyes como de pastores; con todo, este hablar no fue suficiente. No importa cuánto ellos fueron utilizados por Dios para hablar por Él, su hablar no era lo suficientemente adecuado. Así que Dios tuvo que hablar por Sí mismo. Para ello, Él vino en la persona del Hijo. Hebreos 1:2 dice que Dios nos ha hablado en el Hijo. Conforme al texto original griego, la palabra “profetas” en 1:1 está precedida por el artículo definido “los”; sin embargo, el sustantivo “Hijo” en 1:2 no está precedido por ningún artículo. En la mayoría de las versiones de la Biblia este artículo fue agregado debido a las limitaciones del idioma, ya que en español no sería muy correcto decir: “Dios nos ha hablado en Hijo”. Algunas de las mejores versiones dicen: “Dios nos ha hablado en la persona del Hijo”. Esto quiere decir que Dios mismo habla en la persona del Hijo. En tiempos pasados, Él habló por medio de los profetas, pero ahora Él nos habla en el Hijo. Es imperativo que veamos que el Hijo es diferente de todos los profetas. Todos los profetas eran hombres que Dios usó para que hablaran por Él, pero el Hijo es Dios mismo hablándonos. El versículo 2 dice que Dios nos ha hablado en el Hijo, y el versículo 8 nos dice que el Hijo es Dios. Esto indica que Dios nos habla por medio de Su propia persona. En el versículo 2 pareciera que Dios y el Hijo son dos, porque dice que Dios habló en el Hijo. Pero en el versículo 8 es evidente que el Hijo y Dios son uno, porque refiriéndose al Hijo dice: “Oh Dios”. Por tanto, decir que Dios ha hablado en el Hijo equivale a decir que Él ha hablado en Sí mismo.

  En los cuatro Evangelios vemos que el Hijo vino. Él vino a hablar Dios, no sólo por medio de palabras, sino también por medio de lo que Él era y todo lo que Él hizo. Su misma persona es la Palabra de Dios y el hablar de Dios. En algunas ocasiones Él habló con palabras y en otras con acciones. Todo lo que Él era y todo lo que Él hacía, expresaba a Dios. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18).

  El Hijo es el Verbo, el hablar, la expresión y la definición de Dios. Y cuando el Hijo habla, Su palabra es el Espíritu (Jn. 6:63). Finalmente, Él es el Espíritu que habla a las iglesias. Al comienzo de cada una de las siete epístolas de Apocalipsis 2 y 3, es el Hijo quien habla, pero al final de cada una de estas epístolas, vemos que es el Espíritu el que habla a las iglesias. Dios habla en el Hijo, y cuando el Hijo habla a las iglesias, Él es el Espíritu que habla. Por medio de Su hablar, las iglesias llegarán a ser uno con Él. Así, vemos que al final de Apocalipsis, el Espíritu y la iglesia hablan como una sola persona (Ap. 22:17). En resumen, Dios habla en el Hijo, el Hijo viene a ser el Espíritu que habla, y el Espíritu que habla llega a ser uno con la iglesia que habla por Dios. Ésta es la historia hablante de nuestro Dios, una historia que es un relato “que habla”.

  Esta historia hablante se halla registrada en la Biblia. Toda la Biblia es una historia de Dios. Como hemos visto, esta historia es una historia hablada. Cuando Dios creó todas las cosas, Él lo hizo todo por medio de Su hablar. Luego, cuando Él se relacionó con la humanidad en los tiempos del Antiguo Testamento, lo hizo hablando por medio de los profetas. Más adelante, cuando Él vino a la humanidad en los tiempos del Nuevo Testamento, Él habló en el Hijo, en la persona del Hijo, quien era Su Palabra. ¿Cómo viene Él a las iglesias hoy? Viene como el Espíritu que habla. Y al hablar como el Espíritu, Él se hace uno con las iglesias hasta que, finalmente, esta historia “que habla” no sólo lo incluirá a Él mismo, sino también a todas las iglesias. Reunión tras reunión, la vida de iglesia es un relato “que habla” . Nosotros mismos somos un pueblo que habla. Por medio de este hablar Dios se transfunde en Su pueblo. Es mediante este hablar que el elemento divino se infunde en muchos seres humanos hasta saturarlos. Ésta es la vida de iglesia. Éste es el hablar de Dios.

  Hebreos es un libro que se ocupa del hablar de Dios. La esencia de la Epístola a los Hebreos es Dios hablando en el Hijo. Dios habla en el Hijo, el Hijo como el Espíritu habla a las iglesias, y finalmente el Espíritu habla juntamente con la iglesia. Es completamente por medio de esta historia hablante que Dios se introduce en el hombre y el hombre es introducido en Dios. Finalmente, Dios y el hombre, y el hombre y Dios, llegan a ser uno. En esto consiste la maravillosa vida de iglesia.

I. SU PERSONA

  Ahora estamos listos para considerar al Hijo. Hebreos 1 revela dos aspectos principales relacionados con el Hijo: Su persona y Su obra.

A. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios

  El escritor de la Epístola a los Hebreos, que fue absolutamente inspirado por el Espíritu Santo, tuvo la sabiduría de decir que el Hijo es el resplandor de la gloria de Dios (1:3). El resplandor de la gloria de Dios es semejante al resplandor o al brillo de la luz del sol. El Hijo es el resplandor, el brillo de la gloria del Padre. ¿Puede usted separar el resplandor de la gloria misma? Sería como querer separar el brillo del sol de los rayos solares. Es imposible hacer esto porque el resplandor del sol y los rayos solares son uno. Tomemos como ejemplo la luz eléctrica. ¿Podríamos decir acaso que la luz es una cosa y la electricidad otra? Por supuesto que no. La luz es simplemente la expresión de la electricidad. La electricidad es un misterio. ¿Hay alguien que haya visto la electricidad? No obstante, aunque la electricidad es un misterio, no podemos negar que es real. ¿Qué nos permite saber que la electricidad está presente en cierta habitación? Cuando vemos que hay luz en las lámparas. La luz es el resplandor de la gloria de la electricidad. De igual manera, jamás debemos pensar que el Hijo es alguien separado de Dios. El Hijo es la expresión de Dios mismo.

  Hay algunos que llamándose cristianos no creen que Cristo es Dios. No creer en esto es la más grande blasfemia contra el Señor Jesús. Nuestro Señor no es nada menos que Dios. Él es Dios mismo. En 1950, mientras me hallaba en Manila, supe de un grupo bastante influyente de “cristianos” que no creía que Cristo fuera Dios. Debido a que algunos de sus miembros vinieron al recobro del Señor, un día algunos delegados de ese grupo vinieron a visitarme: dos abogados, un médico y un maestro de escuela. Vinieron con sus Biblias para tratar de derrotarme. La primera pregunta que me hicieron fue: “Señor Lee, ¿cómo puede usted afirmar que Cristo es Dios?”. Yo les contesté: “¿Cómo pueden ustedes decir que Cristo no es Dios? Contéstenme ustedes primero, y luego yo les daré mi respuesta. Muéstrenme dónde dice en la Biblia que Cristo no es Dios”. Ellos me dijeron: “No podemos mostrarle ningún versículo que diga que Cristo no es Dios. Pero tampoco usted debiera suponer que sí lo es”. Yo les dije que no estaba suponiendo nada, y procedí a citarles Juan 1:1. Inmediatamente ellos dijeron: “Ese versículo dice que el Verbo era Dios, pero no dice que Cristo sea Dios”. Les contesté: “¿Qué clase de personas son ustedes? ¿Están cuerdos? ¿Díganme, quién es el Verbo?”. Ellos respondieron, “El Verbo es el Verbo. El Verbo no es Cristo”. Entonces les dije: “¿No tienen en su Biblia el versículo 14 que dice que el Verbo se hizo carne?”. Ellos dijeron: “Ese versículo dice que el Verbo se hizo carne, y no que el Verbo se hizo Cristo”. Yo dije: “No tengo tiempo para esta clase de pláticas tergiversadas. Lo que ustedes dicen no tiene ningún sentido”. Ellos, tratando de mostrar cierta clase de humildad, que más bien era diabólica, me pidieron que fuera más paciente con ellos. Entonces les dije: “No deseo escucharlos más; ustedes sólo hablan disparates, sino que no tienen una mente sobria. Cualquiera que tenga cordura entiende que en el principio era el Verbo, que el Verbo era Dios, que el Verbo se hizo carne, y que dicha carne fue llamada Jesús y que, por tanto, Jesús es Dios. Pero lo que ustedes dicen carece de todo sentido”. Ellos fueron puestos en evidencia y salieron derrotados. Algunos de los miembros de ese grupo llegaron ver que no andaban conforme a la verdad y que todo lo que tenían era una falsedad.

  Todos debemos entender que nuestro Señor Jesús es Dios. No debemos pensar que Él sea alguien distinto de Dios, pues Él es Dios. Es por eso que Hebreos 1:3 dice que Él es el resplandor de la gloria de Dios.

B. El Hijo es la impronta de la sustancia de Dios

  El Hijo es también la impronta de la sustancia de Dios (1:3). La gloria es la expresión externa y la sustancia es la esencia interna. Dios tiene Su esencia, Su sustancia, como también tiene Su expresión externa. La esencia de Dios es Su sustancia. Por ejemplo, una mesa tiene una sustancia, que es la madera. La madera es la esencia de la mesa. De igual modo, nuestro Dios posee una sustancia. Él tiene sustancia como también gloria. No tenemos las palabras adecuadas para explicar estas cosas; sólo podemos decir que nuestro Dios es glorioso y que tiene una sustancia. En cuanto a la gloria de Dios se refiere, el Hijo es el resplandor de esta gloria. En cuanto a la sustancia de Dios se refiere, el Hijo es la impronta de esta sustancia.

  La impronta de la sustancia de Dios es semejante a la impresión de un sello. Todo sello tiene una imagen. Cuando el sello se presiona contra el papel, deja una imagen impresa que corresponde con la del sello. Supongamos que el sello tiene las letras USA. Cuando el sello se presiona contra el papel, lo que queda impreso es la misma imagen del sello. El Hijo no es sólo el resplandor de la gloria de Dios, sino también la impronta de la sustancia de Dios. Eso significa que el Hijo es Dios que viene a nosotros. Cuando sostengo un sello en mi mano, el sello no tiene nada que ver con usted, pero si yo le pongo el sello, eso significa que el sello “ha venido” a usted. Entonces, adondequiera que usted vaya, llevará consigo la impronta del sello. Si Dios no viene a usted, Él es solamente Dios; cuando Dios llega a usted, Él viene como el Hijo que es la impronta de la sustancia de Dios.

  Nuestro Cristo es Dios que viene a nosotros; es Dios que llega a nosotros. ¿Cómo puede llegar el sol hasta nosotros? Por medio del resplandor de sus rayos. Si usted dijera que el sol no existe, bastaría con que permaneciera quince minutos bajo el sol ardiente del mediodía y vería cómo los rayos solares lo queman. De este modo, podríamos decir que el sol llegó a usted. Entonces, ¿quién es el Hijo? El Hijo es Dios mismo que llega hasta nosotros y que viene a ser uno con nosotros. La gente comúnmente habla de “ir a darse un baño de sol”, y mientras se exponen al sol, algunos de los elementos del sol se transfunden en ellos. Eso significa que el sol ha llegado a ellos. De igual modo, Cristo, el Hijo de Dios, es Dios mismo que llega a nosotros, que entra en nosotros. Nuestro Dios es un Dios que llega a nosotros, que entra en nosotros. Ésta es nuestra salvación, la gran salvación que se revela en el capítulo 2. Nuestra gran salvación es Dios que llega a nosotros, que entra en nosotros. Éste es el Hijo de Dios.

C. El Hijo es Dios mismo

  Hebreos 1:8 revela que el Hijo, quien es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia, es Dios mismo. El versículo 8, refiriéndose al Hijo, dice: “Tu trono, oh Dios”. Esto revela que el Hijo es Dios mismo.

D. El Hijo es el Señor

  El versículo 10 revela que el Hijo es el Señor, el Creador: “Y: ‘Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de Tus manos’”. Cristo, el Hijo de Dios, es Dios mismo, como también el Señor, el Creador. No debemos pensar que Él sea alguien distinto del Señor mismo, el Creador. Él es Dios y también el Señor, el Creador.

II. SU OBRA

  Ahora examinaremos la obra del Hijo. En 1:2-3 se revela que las obras que el Hijo realiza son de dos categorías: Su obra en la creación y Su obra en la redención.

A. En la creación

1. En el pasado el Hijo creó el universo

  Hebreos 1 revela que el Hijo creó los cielos y la tierra (1:2, 10). Todas las cosas llegaron a existir por medio del Hijo (Jn. 1:3; Col. 1:16; 1 Co. 8:6). El Hijo es el Creador del universo.

2. En el presente el Hijo sustenta todas las cosas

  Después de crear todas las cosas, el Hijo vino a ser el Sustentador de todas ellas (1:3). La tierra se halla suspendida en el espacio; no hay columnas que la sostengan. Después de que el Hijo la creó, empezó a sustentarla; Él la sustenta con la palabra de Su poder. Si les preguntáramos a los científicos qué es lo que sostiene la tierra, ellos dirían que efectivamente hay algo que la sostiene. Asimismo, los astrónomos hablan de cómo los planetas se desplazan cada uno de acuerdo con su propia órbita y que si éstos llegaran a salirse de su órbita, se produciría una catástrofe de proporciones universales. ¿Quién es Aquel que sustenta el universo? El Hijo. Él sustenta el universo sin esfuerzo alguno. Él no tiene que hacer nada, sino que simplemente habla. Él sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder.

  Hebreos es un libro que trata sobre la palabra de Dios. En 11:3 se nos dice que el universo fue constituido por la palabra de Dios, y en 1:3 vemos que el universo es sustentado con la palabra de Su poder. La Palabra divina es muy rica en significado. Nos muestra que el Hijo no sólo es el Creador de todas las cosas, sino también Aquel que las sustenta. Él creó el universo por medio de Su palabra y ahora lo sustenta con la misma.

3. En el futuro el Hijo heredará todas las cosas

  En el pasado, Él fue el Creador; en el presente, Él es quien sustenta todas las cosas; y en el futuro, Él será el Heredero de todo (1:2). El sol, la tierra, el sistema solar, las estrellas, las galaxias, todo es Suyo. Todas las cosas son para Él; Él lo heredará todo. Así, pues, con respecto a la creación, Él es el Creador, el Sustentador y el Heredero. Todas las cosas son de Él, por Él y para Él (Ro. 11:36).

B. En la redención

1. En el pasado el Hijo efectuó la purificación de los pecados

  Con relación a la redención divina también hay tres etapas. En primer lugar, en el pasado el Señor efectuó la purificación de nuestros pecados (1:3). Él no sólo hizo propiciación por nuestros pecados, sino que también efectuó la purificación de ellos. Propiciar significa cubrir, pero purificar significa que nuestros pecados han sido lavados. En la tipología del Antiguo Testamento, la propiciación solamente podía cubrir los pecados (Sal. 32:1); no podía quitarlos. Así que, los sacerdotes que hacían propiciación estaban de pie, día tras día, ofreciendo siempre los mismos sacrificios (10:11), y nunca podían sentarse. Pero el Hijo quitó el pecado (Jn. 1:29) y logró la purificación de los pecados de una vez por todas. Entonces se sentó para siempre (10:10, 12) A los ojos de Dios, el problema del pecado ha sido resuelto; para Él, el pecado ha sido eliminado del universo. El pecado no debe encontrarse en nosotros ni en la iglesia ni en nuestros hogares. El pecado ya fue lavado, y la purificación del mismo se ha consumado. El Hijo concluyó esta obra en el pasado.

2. Actualmente el Señor está sentado a la diestra de Dios

  ¿Qué está haciendo el Hijo hoy? Él está sentado, descansando. Él está deleitándose en un panorama excelente. Él está sentado a la diestra de Dios, viendo cómo aquellos que le aman y le buscan experimentan la purificación de los pecados que Él efectuó. Él no está haciendo nada más excepto estar sentado. Por lo menos en cinco ocasiones el libro de Hebreos nos dice que el Señor Jesús está sentado (1:3, 13; 8:1; 10:12; 12:2). Él no tiene ningún trabajo pendiente. Él no necesita lavarlo a usted otra vez, pues ya lo lavó por completo. Aun antes de que usted confesara sus pecados, ya Él lo había lavado. De hecho, usted fue lavado aun antes de nacer. Ahora al Señor no le queda nada más que hacer. La obra que Él ha realizado es muy superior a la de los sacerdotes.

3. Con relación al futuro, el Señor está esperando a que Sus enemigos sean subyugados

  El Señor está esperando a que Sus enemigos sean subyugados. Esto sucederá en el futuro. Lo único que al Señor le falta es un estrado para Sus pies. Él ya posee el trono y la corona, pero aún no tiene un estrado. Esto es lo único que Él está esperando obtener. Pueden estar plenamente seguros de que Él obtendrá este estrado para Sus pies.

  El libro de Hebreos subraya el hecho de que Cristo ya efectuó todo lo que Dios requería y lo que nosotros necesitábamos, y no dejó ningún trabajo pendiente para nosotros. El hecho de que Él esté sentado a la diestra de Dios, significa que Su obra ha sido consumada y que Él ahora está en reposo en los cielos, esperando sólo una cosa: que Dios ponga a Sus enemigos por estrado de Sus pies. Él está sentado ahí en los cielos esperando obtener tal estrado que le permita entrar en un reposo completo.

  En el Antiguo Testamento Dios habló en los profetas, en hombres movidos por Su Espíritu (2 P. 1:21). Pero en el Nuevo Testamento Él habla en el Hijo, en la persona del Hijo. El Hijo es Dios mismo (1:8); es Dios manifestado. Dios el Padre está escondido; Dios el Hijo es expresado. Nadie jamás ha visto a Dios; el Hijo, como el Verbo de Dios (Jn. 1:1; Ap. 19:13) y el hablar de Dios, lo ha declarado y ha sido la expresión, explicación y definición plena de Él (Jn. 1:18). El Hijo es el centro, el enfoque, del libro de Hebreos. En la Deidad, Él es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia. En la creación, Él es el medio por el cual el universo fue hecho, el poder que sustenta todas las cosas y el Heredero designado para heredar todas las cosas. En la redención, Él efectuó la purificación de los pecados y ahora está sentado a la diestra de Dios en los cielos, esperando que Sus enemigos le sean sometidos.

  El libro de Hebreos nos revela el contraste que existe entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento estaba fundado en la ley de la letra y en formalismos; era del hombre, terrenal, temporal y visible, y produjo una religión: el judaísmo. El Nuevo Testamento está fundado en la vida; es espiritual, celestial y permanente, se rige por la fe, y está centrado en una sola persona: el Hijo de Dios.

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