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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Hebreos»
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Mensaje 32

UN GRAN SUMO SACERDOTE REAL Y PERPETUO

  En el mensaje anterior dijimos que nuestro Cristo es subjetivamente objetivo. Pero ¿qué queremos decir con esto? Este tema es muy emocionante. Cierta noche, en 1968, un hermano me dijo: “Hermano Lee, en todos los Estados Unidos, los predicadores, pastores y ministros, han estado diciendo a la gente por muchos años que deben acudir al Señor que está en los cielos. Pero desde que usted llegó a este país, nos ha estado diciendo que debemos volvernos a nuestro espíritu donde podemos reunirnos con el Señor, lo cual es absolutamente diferente. Tal parece que hay dos direcciones”. Sí, indudablemente existen dos direcciones. Como indicamos en el mensaje anterior, el Señor no está más aquí en la tierra, sino en el trono celestial. No hay ninguna duda al respecto. Pero si el Señor estuviera solamente en el trono en el cielo, ¿cómo podría la gente aquí en la tierra tenerlo como su vida? Si Él estuviera solamente en el cielo, estaría demasiado lejos para tenerlo como nuestra vida y nuestra provisión de vida diaria. ¿Cómo podría el Señor, quien de hecho es objetivo, hacerse subjetivo para nosotros en nuestra vida cotidiana? Ésta es la pregunta que debemos contestar.

  El secreto para poder contestar esta pregunta se halla en el libro de Hebreos. Específicamente, se halla en 4:12, que habla acerca de la separación del alma y el espíritu. Al parecer, el escritor comienza a hablar de este asunto de un momento a otro y sin ningún motivo. El capítulo 4 habla acerca del reposo sabático y, doctrinalmente, no parece haber ninguna relación entre el reposo sabático y nuestro espíritu humano. Una cosa es el reposo sabático y otra cosa es nuestro espíritu. Estas dos cosas no parecen guardar ninguna relación entre sí. Pero Hebreos 4:14 prosigue diciendo que tenemos “un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios”, y luego el versículo 16 nos exhorta a acercarnos “confiadamente al trono de la gracia”. Ya que nuestro gran Sumo Sacerdote se encuentra en el trono celestial, ¿cómo podemos tocarlo? ¿Cómo podemos experimentarlo?

  El escritor de Hebreos nos exhorta diciendo: “Acerquémonos”. Quisiera decir algo respecto a esta palabra. Esta palabra se usa varias veces en el libro de Hebreos: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia” (4:16); “Acerquémonos al Lugar Santísimo” (10:22); “Los que por Él se acercan a Dios” (7:25); y “El que se acerca a Dios” (11:6). Debemos, por tanto, acercarnos a tres cosas: al Lugar Santísimo, al trono de la gracia y a Dios mismo. No retroceda, más bien, acérquese. En griego la palabra acerquémonos es también una sola palabra. La mayoría de la versiones traducen esta palabra como “aproximémonos” o “acerquémonos”. Sin embargo, según el mejor lexicón griego, el significado más básico de este término es el de “venir adelante”.

  Debemos comprender el contexto en que se escribió el libro de Hebreos. Como ya hemos visto, los destinatarios de este libro, los creyentes hebreos, estaban en peligro de retroceder. Puesto que se hallaban indecisos y vacilantes, el propósito de este libro era animarlos a que se acercaran. El escritor no les dijo que avanzaran, sino que se acercaran, lo cual indica que el escritor mismo ya se hallaba en ese lugar particular y que su deseo era que quienes leyeran esta epístola vinieran adonde él estaba. Así que les dijo que se acercaran al Lugar Santísimo, al trono de la gracia y a Dios mismo. ¿Dónde está Dios? Él está sentado en el trono de la gracia. ¿Dónde está el trono de la gracia? En el Lugar Santísimo. Mientras escribía este libro, el escritor estaba en el Lugar Santísimo, llamando a los creyentes hebreos a que se acercaran allí.

  He aquí un problema: ¿dónde están el Lugar Santísimo y el trono de la gracia? Basándonos en nuestra experiencia, diríamos que estos dos están unidos a nuestro espíritu. Si el Lugar Santísimo así como el trono de la gracia están unidos a nuestro espíritu, entonces indudablemente Dios debe estar en nuestro espíritu, puesto que Él está en el trono de la gracia. Siempre y cuando el Lugar Santísimo y el trono de la gracia estén unidos a nuestro espíritu, Dios estará también en nuestro espíritu.

  Si usted consulta con muchos cristianos, preguntándoles dónde están el Lugar Santísimo y el trono de la gracia, ellos le dirán que están en el cielo. Hay una base sólida en la Biblia que nos permite afirmar esto. Doctrinalmente, es completamente válido decir esto. No obstante, tenemos que hacernos la siguiente pregunta: Si el trono de la gracia está en el cielo y nosotros estamos en la tierra, ¿cómo entonces podemos acercarnos al trono? ¿Existe alguna forma en que nosotros, que estamos en la tierra, podamos tocar el trono de la gracia, que está en el cielo? Según su propia teología, muchos cristianos no tienen ninguna posibilidad de tocar el trono de la gracia hoy. El trono de la gracia se encuentra muy lejos de ellos y, de igual forma, el Lugar Santísimo, que está en el cielo, también está muy distante de ellos. Es cierto que doctrinalmente el Lugar Santísimo y el trono de la gracia están en el cielo. Pero dado que nosotros estamos en la tierra, ¿cómo podemos hoy en día entrar al Lugar Santísimo y tocar el trono de la gracia? Del mismo modo, ya que hoy Cristo está en el trono celestial objetivamente, ¿cómo puede este Cristo objetivo convertirse en nuestra experiencia subjetiva? Según las enseñanzas objetivas esto no es posible.

  La Biblia habla acerca de un lugar llamado Bet-el, que es la casa de Dios (v. 19). En este lugar hay una escalera que une la tierra con el cielo (v. 12), y por esta escalera los ángeles de Dios ascienden y descienden. Esto indica que esta escalera une la tierra con el cielo y el cielo con la tierra. Entre la tierra y el cielo hay un gran tráfico, gran movimiento, tal como lo indica el ascender y descender de los ángeles. Este tráfico no sucede en cualquier lugar de la tierra, sino en este lugar especial llamado Bet-el, la casa de Dios.

  Podemos usar la electricidad como un ejemplo del tráfico que se lleva a cabo entre la tierra y el cielo. La central de energía eléctrica puede estar muy lejos de su casa; pero existe un fluir eléctrico, un tráfico eléctrico entre la hidroeléctrica y su casa. Los cables de energía son los que conducen la electricidad desde la planta eléctrica hasta su casa. De la misma forma, hay mucho tráfico, mucho movimiento entre la tierra y el cielo. Cristo es la escalera que hace posible este tráfico. Sobre esta escalera hay muchas cosas que ascienden y descienden, muchas cosas van y venen. Y esta escalera está en la casa de Dios.

  Sin embargo, todo lo que hemos dicho hasta ahora aún está en el campo de la doctrina. ¿Dónde está la casa de Dios en la tierra hoy? Después de estudiar la Biblia por muchos años, finalmente llegué a la conclusión que hoy en día Bet-el, la casa de Dios, se encuentra en nuestro espíritu. Efesios 2:22 afirma que nosotros somos “juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. La iglesia hoy es la morada de Dios, la casa de Dios, y ésta se halla en nuestro espíritu. Cuando nosotros, quienes conformamos la iglesia, nos reunimos en nuestro espíritu, ciertamente allí está Bet-el, la casa de Dios. Entonces inmediatamente ese lugar se une con el cielo, porque es allí donde está la escalera que une la tierra con el cielo y que trae el cielo a la tierra. Espontáneamente, tenemos un tráfico, un movimiento, entre la tierra y el cielo. Sin embargo, cada vez que nos salimos de nuestro espíritu, y caemos en nuestra mente y en nuestra parte emotiva, Bet-el desaparece. ¿Dónde está Bet-el hoy? Está en nuestro espíritu. Ya que Bet-el, la casa de Dios, está en nuestro espíritu, nuestro espíritu es el lugar donde Cristo, la escalera celestial, nos une con el cielo y trae el cielo a nosotros. Según esta revelación y nuestra experiencia, podemos afirmar con toda confianza que el Lugar Santísimo y el trono de la gracia están unidos a nuestro espíritu.

  Por esta razón, el escritor de Hebreos nos dijo en 4:12 que primero nuestro espíritu debía ser separado de nuestra alma, y que después podríamos acercarnos al Lugar Santísimo, al trono de la gracia y al propio Dios, quien está en el trono de la gracia en el Lugar Santísimo. El secreto de esta experiencia es la separación entre el alma y el espíritu.

  ¿Es Cristo una persona objetiva para nosotros? Sí, es un hecho que Él es objetivo. No obstante, en nuestra experiencia, Él es subjetivamente objetivo. Él es objetivo porque está en el cielo. Pero nosotros no necesitamos ir al cielo para experimentarlo. Mientras estamos en la tierra hoy, podemos experimentar en nuestro espíritu al Cristo que está en el cielo. Ciertamente Cristo es objetivo, pero la experiencia que tenemos de Cristo es subjetiva. Tenemos la experiencia subjetiva del Cristo objetivo. ¿Cómo puede el Cristo objetivo transmitirse a nuestra experiencia subjetiva? Por medio de la escalera celestial que nos une con el cielo y que trae el cielo a nosotros. ¿Cómo puede la electricidad “objetiva” que está tan lejos en la planta eléctrica, llegar a ser la electricidad “subjetiva” que usamos en nuestros hogares? Por medio de los cables que conducen la electricidad desde la central de energía hasta nuestras casas. En realidad, la electricidad “objetiva” se encuentra en la hidroeléctrica, pero es “subjetiva” en el momento de usarla cuando se encuentra en nuestros hogares. Es así como podemos experimentar subjetivamente al Cristo objetivo. Mientras estamos en la tierra podemos experimentar al Cristo que está en el cielo. Esto es maravilloso. Día tras día, yo puedo experimentar al Cristo que está en el cielo. Así, aunque Él es una persona objetiva, en mi experiencia, Él es subjetivo.

  ¿Dónde está Cristo hoy? No podemos contestar esta pregunta de una manera sencilla. Debemos decir que, de hecho, Cristo está de forma objetiva en los cielos, pero que, según nuestra experiencia, Él está en nuestro espíritu de forma subjetiva. De este modo, el Cristo objetivo que está en los cielos llega a ser nuestra experiencia subjetiva en nuestro espíritu. En el mensaje anterior vimos que necesitamos estar en el “segundo piso” a fin de experimentar a Cristo. ¿Dónde está este segundo piso? Se encuentra unido a nuestro espíritu. Ya que este segundo piso está unido a nuestro espíritu, debemos volvernos a nuestro espíritu para experimentar al Cristo mismo que está en los cielos.

I. UN SUMO SACERDOTE REAL

  El Cristo que está en el cielo, a quien podemos experimentar subjetivamente en nuestro espíritu, es principalmente el Sumo Sacerdote. El libro de Hebreos se enfoca principalmente en el Cristo celestial, y el aspecto principal de este Cristo es que Él es el Sumo Sacerdote. Lo primordial no es el hecho de que Cristo sea el Salvador o el Redentor, sino el hecho de que Él, como el Cristo celestial, es el Sumo Sacerdote. Es por eso que el libro de Hebreos se ocupa principalmente del sacerdocio de Cristo. Por favor recuerden las siguientes declaraciones: el enfoque de Hebreos es el Cristo celestial; el aspecto principal acerca del Cristo celestial es que Él es el Sumo Sacerdote; y Hebreos se ocupa principalmente del sacerdocio de Cristo.

  Entre la mayoría de los cristianos, se tiene muy en poco el sacerdocio de Cristo. Por lo general, cuando la mayoría de ellos habla acerca de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, todavía conservan el concepto de que Él es un Sumo Sacerdote que ofrece sacrificios a Dios por nuestros pecados. Esto por supuesto es correcto, pero sólo presenta el lado negativo. Cristo como el Sumo Sacerdote que ofrece sacrificios a Dios por nuestros pecados es tipificado por Aarón. Esto es con respecto al pasado. Hoy en día Cristo no está ofreciendo más sacrificios a Dios por nuestros pecados, sino que está ministrándonos a Dios como nuestro suministro. En el pasado, Cristo ofreció sacrificios a Dios por nuestros pecados según está tipificado por Aarón. Pero ahora Él está ministrándonos a Dios como nuestro suministro según el orden de Melquisedec.

  Este hecho se ve claramente cuando Melquisedec vino al encuentro de Abraham (Gn. 14:18-22). La primera vez que se menciona la palabra sacerdote en la Biblia se refiere a Melquisedec. Melquisedec era el sacerdote del Dios Altísimo. Como tal sacerdote, Melquisedec no ofreció sacrificios a Dios por los pecados de Abraham, sino que le ministró pan y vino. En la Biblia, el pan y el vino que se exhiben en la mesa del Señor representan al Dios procesado para ser nuestro suministro. Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, no ofrece sacrificios a Dios según el orden de Aarón, sino que nos ministra al Dios procesado según el orden de Melquisedec.

  ¿Quiénes somos nosotros? Nosotros ya no somos miserables pecadores, sino guerreros victoriosos. Cuando Melquisedec vino a Abraham, éste no le habló como un pobre pecador, ni le rogó diciendo: “Oh, sacerdote Melquisedec, apiádate de mí. Mira cuán pecaminoso soy. Encárgate de mis pecados. Mi condición es muy lamentable. Tienes que presentar todas las ofrendas a Dios por mí”. Ésta no era la condición en que se encontraba Abraham. Al contrario, en el momento en que Melquisedec vino, Abraham era un guerrero victorioso que había dado muerte a todos sus enemigos. Abraham acababa de eliminar a Quedorlaomer y a los otros reyes (Gn. 14:17); era un guerrero victorioso que había tomado muchos despojos. ¿Qué son ustedes? ¿Son miserables pecadores o guerreros victoriosos? Estoy muy contento de poder decir que en la vida de iglesia no somos pecadores miserables, sino guerreros victoriosos.

  Ya no estamos con Aarón en el libro de Levítico, sino con Melquisedec en Génesis 14. Aarón ya no está porque es cosa del pasado. Ahora estamos con Melquisedec. Nuestro Cristo hoy es muy superior a Aarón. En el libro de Levítico apreciamos mucho a Aarón, pero cuando llegamos a Hebreos, debemos declarar que Aarón es cosa del pasado. En el libro de Hebreos Melquisedec es nuestro Sumo Sacerdote. No deseamos quedarnos en Levítico, sino más bien, remontarnos a los comienzos de Génesis. Esto es un verdadero recobro. Regresemos a Génesis 14 donde vemos que el sacerdote allí no ofreció sacrificios por miserables pecadores, sino que ministró pan y vino a los gloriosos vencedores.

  Qué felices seríamos si, antes de ir a acostarnos, Melquisedec viniera a ministrarnos pan y vino por haber aniquilado a muchos Quedorlaomeres durante el día. Durante el día tenemos que matar a algunos Quedorlaomeres. Debemos matar al Quedorlaomer del judaísmo, del catolicismo, del protestantismo y de muchas cosas negativas. Si durante el día damos muerte a estos enemigos, por las noches tendremos los mejores despojos. Entonces nuestro Melquisedec vendrá a nosotros y nos dirá: “¿Estás cansado después de haber obtenido la victoria? Toma, te he traído pan y vino, es decir, al Dios procesado para tu satisfacción”. Éste es el ministerio del sacerdote del Dios Altísimo quien viene no para presentar ofrendas por el pecado en favor de miserables pecadores, sino para ministrar a Dios a los guerreros victoriosos. Francamente díganme, ¿habían visto antes que tenemos tal Sumo Sacerdote? Yo nunca vi esto mientras estuve en la religión.

A. Rey de justicia

  Este Sumo Sacerdote pertenece a otro orden, no al orden de Aarón, sino al orden de Melquisedec. Melquisedec era rey, y su nombre significa rey de justicia. En Isaías 32:1 vemos que el título rey de justicia también se le atribuye al Señor Jesús. Cristo es el Rey de justicia, el Melquisedec actual. Como el Rey de justicia, Cristo ha hecho que todo esté bien con Dios y con los hombres. Él reconcilió al hombre con Dios y apaciguó a Dios. La justicia trae como resultado la paz (Is. 32:17). Con Su justicia, Cristo produjo el fruto de la paz.

B. Rey de paz

  Melquisedec es además rey de Salem, que significa rey de paz. Esto quiere decir que Cristo es también el Rey de paz (Is. 9:6). Como el Rey de paz —y la paz viene por medio de la justicia— Cristo ha instaurado la paz entre Dios y nosotros. Es en este ambiente de paz que Él cumple Su ministerio como sacerdote, al ministrarnos a Dios como nuestro deleite.

C. Él desciende de una tribu de realeza

  Aarón jamás fue rey ni tampoco lo fueron ninguno de sus descendientes. Ellos solamente fueron sacerdotes. No pertenecían a la tribu de la realeza, sino a la tribu sacerdotal. La tribu de la realeza era la tribu de Judá, y la tribu sacerdotal era la tribu de Leví. Cristo era un descendiente de la tribu de Judá (7:13-14). De manera que, no debemos asociarlo con Aarón, ya que Él no pertenece a la tribu de Aarón. Cristo es un Sacerdote real.

D. En Él se combinan tanto el reinado como el sacerdocio

  Cristo es Sumo Sacerdote, pero Su posición es la de un rey. Al ejercer Su función como Sacerdote, Él es un Rey. Él es Rey con el fin de ser Sacerdote; por tanto, Su sacerdocio es real, regio (1 P. 2:9). En Él se combinan el reinado y el sacerdocio (Zac. 6:13) con miras a la edificación de Dios y Su gloria. La realeza de Cristo conserva todas las cosas en un orden pacífico por medio de la justicia. Este orden pacífico es necesario para que la edificación de Dios se lleve a cabo. La edificación de la casa de Dios sólo se lleva a cabo en un ambiente de paz. Así que el sacerdocio de Cristo ministra todo lo necesario para que la edificación de Dios se pueda llevar a cabo. En esto Su gloria se manifiesta.

  Un sacerdote que ofrece sacrificios en favor de un grupo de miserables pecadores no necesita ser rey. Para ser esta clase de sacerdote, no se requiere ser un rey de justicia ni un rey de paz. Sin embargo, para que nuestro Sumo Sacerdote pueda ministrar al Dios procesado a los guerreros victoriosos, es requisito indispensable que Él sea tanto Rey de justicia como Rey de paz.

  ¿Creen ustedes que antes que Melquisedec viniera a Abraham y le ministrara al Dios procesado, Dios no había venido a Abraham? Aunque ciertamente les dije que antes de irnos a dormir necesitamos pasar un tiempo con Melquisedec, no excluí el hecho de que Dios pueda venir a visitarnos en la mañana o en la tarde. Génesis 14:20 dice: “Bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos”. No debemos pensar que Abraham era capaz de matar a Quedorlaomer y a los otros reyes por sí mismo. Él no lo hizo por sí mismo. De acuerdo con Génesis 14:22, antes de que Abraham saliera a la batalla, él alzó su mano al Dios Altísimo. Esto quiere decir que antes de enfrentarse con sus enemigos, él tuvo comunión con Dios. Así que no fue Abraham quien los derrotó y mató, sino Dios.

  Cuando Abraham alzó su mano a Dios, no había justicia ni paz. No había justicia porque Lot y todos sus bienes habían caído en manos de sus enemigos. Tampoco había paz porque sus enemigos no habían sido derrotados. Pero cuando Abraham salió a la batalla, él confió plenamente en Dios. Después que hubo dado muerte a sus enemigos y después que Melquisedec vino a él, entonces hubo justicia y paz. ¿Quién trajo esta justicia y esta paz? Melquisedec, el sacerdote del Dios Altísimo. Mientras Abraham peleaba contra Quedorlaomer y los otros reyes, seguramente Melquisedec estaba orando. Debe de haber sido por su intercesión que la justicia y la paz fueron instauradas.

  ¿Cree usted que mientras Abraham combatía Melquisedec estaba durmiendo? ¿Cree que cuando Abraham obtuvo la victoria, Melquisedec se despertó súbitamente y se apresuró para ministrarle pan y vino? No lo creo. Más bien, creo que mientras que Abraham peleaba contra sus enemigos, Melquisedec oraba por él. El Dios Altísimo contestó las oraciones de Melquisedec y entregó a los enemigos de Abraham en sus manos. Después de esta intercesión y de la victoria de Abraham, se apareció Melquisedec. Tal vez le dijo: “Abraham, ¿cómo te va? Sé que estás bien porque he estado orando por ti. ¿Te sientes cansado? He venido para ministrarte pan y vino”.

  Si lee Hebreos 7 de nuevo, descubrirá que el Cristo que ministra como Sumo Sacerdote es el Intercesor. Mientras usted pelea durante el día contra todas las cosas negativas, Cristo, el Sumo Sacerdote, estará intercediendo por usted. Esto se menciona claramente en 7:25. Al final del día, después que usted haya peleado la batalla y Él haya concluido Su intercesión, Él vendrá a usted con pan y vino para pasar un tiempo juntos. Tal es nuestro Sumo Sacerdote. Mientras que el vencedor pelea en la batalla, Melquisedec observa y ora. Él vio la victoria de Abraham y supo en qué momento venir a él con pan y vino. La Biblia no necesita proveernos todos los detalles. Si analizamos los hechos, automáticamente podremos inferir lo que está detrás ellos. Con tan sólo ver mi cara, usted ya tiene una idea de cómo es la parte de atrás. El Melquisedec que salió a ministrar debe también haber sido el sumo sacerdote que intercedía. Ésta es la clase de Sumo Sacerdote que tenemos hoy en Cristo.

  Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, no pertenece al orden de Aarón, sino al orden de Melquisedec. Aarón quedó en el pasado. Siento decir que muchos cristianos aún se aferran al Aarón del pasado. ¿Cuántos son los que tienen al Melquisedec del presente? Muy pocos. Debemos centrar nuestra atención en el Melquisedec actual. El propósito que cumple Melquisedec como Sumo Sacerdote no es el de ofrecer sacrificios a Dios por nuestros pecados, sino el de ministrarnos al Dios procesado como gracia. El pecado ya ha sido abolido y la gracia está aquí con nosotros. El pecado se ha ido y el disfrute de Dios ha llegado. Lo principal ahora no son los sacrificios que se ofrecen por el pecado, sino el pan y el vino que nos son ministrados para nuestro deleite. Éste es el sacerdocio del que nos habla el libro de Hebreos.

  Mientras que tantos cristianos aún se adhieren a Aarón, nosotros necesitamos ser recobrados y volver a Génesis 14. Hebreos es una continuación de Génesis 14. Entre estos dos libros encontramos un puente: el salmo 110. El salmo 110 es un puente que conecta Génesis 14 con el libro de Hebreos y que se extiende por encima del libro de Levítico. Puesto que el libro de Hebreos se ocupa del Cristo celestial como nuestro Sumo Sacerdote, el escritor cita este salmo en varias ocasiones.

  Antes de ministrarnos al Dios procesado, nuestro Melquisedec intercede por nosotros, para que podamos tomar nuestra espada y traspasar a nuestros enemigos. Debemos dar muerte al yo, a nuestra mente natural, a nuestra parte emotiva indómita, a nuestra terca voluntad y al resto de nuestros enemigos. Mientras aniquilamos a estos enemigos, nuestro Melquisedec intercede por nosotros. Después de terminar dicha matanza, Él cesará de interceder y nos ministrará pan y vino. La vida cristiana apropiada es una vida en la que se extermina a los enemigos durante el día y en la que al caer de la tarde se disfruta del pan y el vino que nuestro Melquisedec nos ministra. Al final de cada día, cuando la batalla y la intercesión concluyen, Él y nosotros, nosotros y Él, podemos pasar tiempo juntos disfrutando del pan y el vino en justicia y paz.

  Melquisedec era rey de justicia y rey de paz. Después de que él vino, hubo justicia y paz. Fue en este ambiente y condición de justicia y de paz que Melquisedec ministró pan y vino al vencedor. Sucede lo mismo hoy en día. Debemos pelear por la justicia, y la justicia redundará en la paz. Finalmente nuestro ambiente y condición estarán llenos de justicia y paz, y entonces nuestro Melquisedec aparecerá para pasar un tiempo placentero con nosotros. Éste es el ministerio de nuestro Sumo Sacerdote real.

II. PERPETUO

  Nuestro Sumo Sacerdote real es perpetuo, eterno, sin principio ni fin. Hebreos 7:3, refiriéndose a Melquisedec, dice: “Sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre”. Según el relato de Génesis 14, Melquisedec apareció inesperadamente y luego desapareció. No obstante, tal parece que Él nunca vino y nunca se fue, y tal parece que no tuvo principio de días ni fin de vida. Debido a que nuestro Melquisedec es eterno, no tiene genealogía. Todas las personas importantes mencionadas en Génesis tienen una genealogía, excepto Melquisedec. En los escritos divinos, vemos cómo el Espíritu Santo de manera soberana no dejó ninguna constancia del comienzo de los días de Melquisedec ni del final de su vida, para que éste pudiera ser un tipo apropiado de Cristo, Aquel que es eterno, como nuestro perpetuo Sumo Sacerdote. Esto concuerda con la presentación del Hijo de Dios en el Evangelio de Juan. Por ser eterno, el Hijo de Dios no tiene genealogía (Jn. 1:1). No obstante Cristo, como Hijo del Hombre, sí tiene genealogía (Mt. 1:1-17; Lc. 3:23-38). Tal es Cristo quien, como Sumo Sacerdote real, nos suministra al Dios procesado como nuestro suministro diario. Él es el Perpetuo, el Inmutable y el Eterno que no tiene principio de días ni fin de vida. Él puede venir a nosotros al anochecer, y mientras estamos experimentándole, parece desaparecer. Él nunca se despide de nosotros ni nosotros de Él. Y cuando nos despertamos al día siguiente, sentimos que todavía está con nosotros, pues Él nunca viene y nunca se va. Él permanece Sumo Sacerdote para siempre.

III. ÉL ES UN GRAN SUMO SACERDOTE

A. Abraham dio los diezmos a Melquisedec

  Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, es grande, mucho más grande que Aarón y que todos los sacerdotes levíticos. Él es también más grande que Abraham. Esto lo demuestra el hecho de que Abraham le dio a Melquisedec los diezmos de lo mejor del botín (7:4, 6; Gn. 14:20). Cuando Abraham pagó los diezmos a Melquisedec, los sacerdotes levíticos, quienes por ser descendientes de Abraham estaban en los lomos de éste, también pagaron los diezmos en Abraham. Por consiguiente, todos los sacerdotes levíticos son inferiores a Melquisedec, y aun el orden de Aarón es inferior al de Melquisedec.

B. Melquisedec bendijo a Abraham

  Melquisedec bendijo a Abraham (7:6). El versículo 7 dice: “Sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor”. Esto también nos habla de la grandeza de Melquisedec. Él era mayor que Abraham, y la bendición con que lo bendijo era Dios mismo (Gn. 14:19).

C. Melquisedec era antes que Abraham

  Cristo es muy antiguo, ya que existió mucho antes que Abraham. Juan 8:58 comprueba esto, cuando dice: “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo soy”. Esto nos muestra que Cristo es mayor que Abraham, pues antes que Abraham fuese, Cristo ya existía. No obstante, esto no quiere decir que Cristo sea viejo, sino más bien antiguo. Cristo, nuestro Melquisedec, es más antiguo que Abraham y superior a éste. Por lo tanto, Él es superior a todos los sacerdotes aarónicos. Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, hoy no se dedica a ofrecer sacrificios por el pecado, sino a ministrar al Dios procesado a los guerreros victoriosos. Éste es el sacerdocio real que nos describe el libro de Hebreos.

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