Mensaje 33
Hebreos 7 es un capítulo acerca del sacerdocio de Cristo, y en él se revelan dos aspectos de Su sacerdocio. El primer aspecto es el sacerdocio real, y el segundo, es el sacerdocio divino. Como vimos en el mensaje anterior, Cristo es un sacerdote real. Su rango es real, es decir, perteneciente a la realeza. Aunque es Sumo Sacerdote, Él no desciende de la tribu de los sacerdotes, sino de la tribu de los reyes, esto es, de la tribu de Judá. Él pertenece a la realeza, lo cual lo constituye un Sacerdote real.
La realeza se relaciona tanto con la justicia como con la paz, porque implica gobierno o autoridad. A fin de que se mantenga la justicia y la paz, se requiere la autoridad. Si Cristo ha de ministrarnos al Dios procesado como nuestro pan y nuestro vino, es imprescindible que haya un ambiente de justicia y paz. Cada vez que nos acerquemos a la mesa del Señor, debemos tener la profunda sensación de que estamos en un ámbito de justicia y paz. Si, p or el contrario, peleamos continuamente unos con otros, en dado caso no habrá justicia ni paz, ni recibiremos la suministración de pan y vino. Para que el Dios procesado nos sea ministrado como nuestro disfrute, debemos tener una buena relación con Dios y con los demás. Cuando todo esté en armonía, habrá paz y en este ambiente de paz, Cristo nos ministrará al Dios procesado. La justicia y la paz proceden de Su realeza, ya que cuando el Rey está presente nadie se atreve a pelear. Todo está en calma. La realeza de Cristo conserva un orden de justicia y paz. Su condición de Rey tiene como fin mantener este orden de justicia y paz.
El segundo aspecto del sacerdocio de Cristo revelado en Hebreos 7 es el sacerdocio divino. La realeza de Cristo tiene que ver con Su condición, mientras que Su divinidad se relaciona con Su constitución, es decir, con el elemento constitutivo básico que lo hace Sumo Sacerdote. El hecho de que Cristo tenga divinidad tiene que ver con Su naturaleza. Cristo es rey según el estatus de Su realeza, y divino según Su naturaleza divina. Él es real debido a que es Rey, y divino debido a que es el Hijo de Dios. Cristo, el Hijo de Dios, no sólo posee realeza, sino también divinidad. Su realeza garantiza un ambiente de justicia y paz en el que Él puede ministrarnos al Dios procesado como nuestro deleite, mientras que Su divinidad le constituye un Sumo Sacerdote viviente y lleno de vida para que pueda ejercer Su sacerdocio perpetuamente.
La divinidad es la naturaleza y la vida de Cristo. Por ser tal persona divina, llena de divinidad, Él es el Viviente. En Cristo como el Sumo Sacerdote real no hay injusticia ni contiendas, sino justicia y paz. En Él como Sumo Sacerdote divino no existe la muerte. Él ha conquistado, subyugado y sorbido la muerte. ¿Por qué decimos que en nuestro Sumo Sacerdote divino no existe la muerte? Porque Él es vida. Cristo es divino. La divinidad es Su misma esencia, naturaleza, elemento y constitución. Su condición de realeza resuelve todos los problemas y mantiene una atmósfera apacible. Pero Él no sólo es real o regio, sino también divino. Puesto que Cristo es divino, dondequiera que Él está, no puede haber muerte. Dondequiera que Él está, se halla la resurrección y la muerte es sorbida. Donde Cristo está, la muerte está ausente. Donde se ejerce el sacerdocio de Cristo no puede existir la muerte. ¿Había oído usted que donde se ejerce el sacerdocio de Cristo no puede haber muerte? La luz es la ausencia de tinieblas, porque donde la luz está presente, las tinieblas están ausentes. Del mismo modo, la presencia de Cristo significa la ausencia de la muerte.
¿Por qué donde está la presencia de Cristo no puede haber muerte? Porque Él es divino. La divinidad es el elemento constitutivo de Su sacerdocio. Su sacerdocio está constituido de Su divinidad. Así como una mesa está hecha de madera, del mismo modo la divinidad es el elemento constitutivo de Cristo como Sumo Sacerdote. Cuando Su ministerio viene, la muerte desaparece. Por un lado, el sacerdocio de Cristo es la ausencia de la muerte y, por otro, es la presencia de la vida. Por consiguiente, el sacerdocio de Cristo es la ausencia de la muerte y la presencia de la vida. Como Sumo Sacerdote real, Cristo nos ministra al Dios procesado, y como Sumo Sacerdote divino, dondequiera que Él está, la vida está presente. Su sacerdocio es la presencia de la vida.
¿Había notado alguna vez los dos aspectos del sacerdocio de Cristo presentados en este capítulo, el aspecto real y el aspecto divino? Tal vez usted se pregunte cómo podemos demostrar que existen estos dos aspectos. Es muy sencillo. En 7:2 tenemos al Rey de justicia y al Rey de paz, y en 7:28 tenemos “al Hijo, hecho perfecto para siempre”. El Hijo de Dios fue designado como Sumo Sacerdote, y el Hijo de Dios es ciertamente divino. Es por eso que al principio de este capítulo tenemos al Rey, y al final tenemos al Hijo de Dios. Aunque estudié por mucho tiempo en este capítulo, nunca logré comprenderlo hasta que un día descubrí las palabras real y divino. Cuando descubrí que la primera parte trata del aspecto real y la segunda del aspecto divino, pude entender claramente el contenido de este capítulo.
Este maravilloso Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec no fue designado “conforme a la ley del mandamiento carnal, sino según el poder de una vida indestructible” (v. 16), pues “nada perfeccionó la ley” (v. 19). Ya que la ley no pudo perfeccionar nada, debemos decirle: “Ley, tú no eres nada. Nunca has beneficiado a nadie. Ley, apártate de mí”. Nuestro Sumo Sacerdote no fue designado conforme a la ley, sino según el poder de una vida indestructible. ¿Quién es Él? Él es el Hijo de Dios. Así que también podemos decir a la ley: “Querida ley, ¿acaso puedes compararte con el Hijo de Dios? Me tuviste engañado por tantos años, haciéndome pensar que valías algo cuando en realidad no vales nada. Pero ahora, ¡tengo la vida!”. Tenemos la vida del Señor, la vida que es el propio Hijo de Dios.
La persona del Hijo de Dios no es tan sencilla, pues comprende dos aspectos. La mayoría de los cristianos solamente saben que el Hijo de Dios es el Hijo unigénito, pero la Biblia también nos dice que Él es el Hijo primogénito. Conforme al primer aspecto Él es el Hijo unigénito, y conforme al segundo aspecto Él es el Hijo primogénito. El Hijo unigénito, quien ha existido desde la eternidad pasada, únicamente poseía divinidad. Pero el Hijo primogénito quien, según Salmos 2 y Hechos 13:33, nació como tal en el día de la resurrección, posee tanto divinidad como humanidad. El día de la resurrección el hombre Jesús nació como Hijo de Dios. Esto no tiene que ver con el hecho de que Él sea el Hijo Unigénito, sino con el hecho de que Él es el Hijo Primogénito.
No piense que esto es meramente una cuestión doctrinal. Más bien, esto tiene que ver con las características que constituyen a Cristo Sumo Sacerdote. Aunque el Hijo unigénito era maravilloso, Él sólo poseía divinidad pero no humanidad, de la cual requería para ser el Sumo Sacerdote. El versículo 28 dice que el Hijo de Dios fue hecho perfecto para siempre, lo cual demuestra que el Hijo de Dios mencionado aquí no es solamente el Hijo Unigénito, sino también el Hijo Primogénito. El Hijo unigénito de Dios no requería ser perfeccionado puesto que Él ya era eternamente perfecto. No obstante, para ser el Hijo primogénito de Dios, Él requería de mucho perfeccionamiento. En primer lugar, en la encarnación Él tuvo que vestirse de humanidad y luego vivir sobre la tierra por treinta y tres años y medio, para pasar por todas las experiencias de la vida humana. Después de esto tuvo que pasar por la muerte; Él gustó dicha muerte y la venció, la subyugó y la sorbió. Luego Él tenía que salir de la muerte en resurrección. De este modo, después de resucitar, Él, como Hijo primogénito de Dios con humanidad, fue plenamente perfeccionado. Ahora, Él no es solamente el eterno unigénito Hijo de Dios, sino también el perfeccionado primogénito Hijo de Dios. Por consiguiente, Él ha sido completamente perfeccionado, equipado y hecho apto para ser nuestro divino Sumo Sacerdote.
¿Cómo Cristo llegó a ser tal Sumo Sacerdote? En la manera de tener Su divinidad encarnada en la humanidad, al vivir en la tierra, al entrar en la muerte y al salir de la misma en resurrección. ¿Quién es Él ahora? Él es el Hijo de Dios en dos aspectos: el Hijo unigénito y el Hijo primogénito. Ahora Él es humano y también divino. Después de haber pasado por encarnación, vivir humano, muerte y resurrección, Él ahora está plenamente equipado y capacitado para ejercer el sacerdocio divino. Este Sumo Sacerdote no sólo está exento de mundanalidad y pecado, sino que en Él no hay absolutamente nada de muerte. La muerte ha sido completamente tragada por Su vida divina.
Cristo vive para siempre. La muerte no pudo impedirle que continuase como Sumo Sacerdote. Todos los sacerdotes levíticos vivían hasta cierta edad y luego morían. La muerte les impedía continuar su servicio sacerdotal. Después de que el primer sumo sacerdote hubo muerto, fue reemplazado por un segundo, quien a su vez, fue reemplazado por un tercero, debido a que la muerte les impedía continuar su oficio como sumos sacerdotes. Además, tales sacerdotes eran incapaces de salvar a otros; de hecho, ni siquiera podían salvarse a sí mismos. Todos ellos eran un caso perdido. En cambio, el sacerdocio de Cristo es diferente. Mientras que el sacerdocio aarónico estaba todavía sujeto a la muerte, en el sacerdocio según el orden de Melquisedec, es la ausencia de la muerte, puesto que está constituido del elemento de la vida divina. La vida de la cual este sacerdocio está constituido, es una vida que pasó por la muerte y la sorbió. Por tanto, se trata de una vida indestructible. ¿Cómo sabemos que esta vida es indestructible? Porque fue puesta a prueba por todos y en todo tipo de ambientes. Fue probada por la madre del Señor en la carne, por todos los miembros de Su familia carnal, por todos los sufrimientos de Su vida humana y por todas las tentaciones de Satanás, el diablo. Finalmente, pasó por la prueba de la muerte, la tumba, el Hades y el poder de las tinieblas. Esta vida fue probada en todo, y nada pudo destruirla; por ende, es absolutamente indestructible. Dicha vida es el elemento del cual está constituido nuestro Sumo Sacerdote.
El sacerdocio real de Cristo nos ministra a Dios y Su sacerdocio divino nos salva. El versículo 25 dice: “Por lo cual puede también salvar por completo a los que por Él se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos”. ¿Por qué es capaz de salvarnos por completo? Porque Él es viviente y porque Él mismo es la vida indestructible. Nada puede destruirlo. Aunque yo tuviera el deseo de salvarlos a todos ustedes, fácilmente puedo ser destruido y eliminado. Pero Cristo puede salvarnos por completo porque Su sacerdocio está constituido de una vida indestructible. Sea cual fuere la situación o condición en la que nos encontremos, podemos decirle a Satanás: “Satanás, haz lo que quieras. Puedes enviar todos tus ejércitos contra mí. No les temo, porque el sacerdocio divino me protege”. ¿En qué consiste el sacerdocio divino? En el poder salvador de la vida indestructible. Mientras que el ministerio del Sumo Sacerdote real consiste en ministrarnos al Dios procesado como nuestro deleite (no en ofrecer sacrificios a Dios por nuestros pecados), la obra del Sumo Sacerdote divino consiste principalmente en salvarnos.
El versículo 12 nos dice que hubo un cambio de sacerdocio. En primer lugar, hubo un cambio del orden de Aarón al orden de Melquisedec (vs. 11, 15, 17). En el antiguo pacto, el sacerdocio era según el orden de Aarón, el cual a menudo era interrumpido por la muerte. Pero en el nuevo pacto, el sacerdocio ha cambiado al orden de Melquisedec, el cual es perpetuo.
Hubo también un cambio de sacerdocio de la tribu sacerdotal de Leví, a la tribu real de Judá (vs. 13-14). En el Antiguo Testamento, Leví era la tribu de los sacerdotes, y Judá era la tribu de los reyes. El Señor, por ser descendiente de la tribu de Judá, realizó un cambio al combinar en una sola tribu el sacerdocio y el reinado (Zac. 6:13), como también se manifestó en Melquisedec, quien era tanto sumo sacerdote como rey (v. 1).
El versículo 28 indica que también en el sacerdocio hubo un cambio de los hombres al Hijo de Dios. Todos los hombres que eran sacerdotes en el Antiguo Testamento eran frágiles y estaban sujetos a muerte, pero el Hijo de Dios es eterno y vive para siempre. Él es tanto el Hijo unigénito como el Hijo primogénito de Dios y, como tal, es la vida misma de la cual está constituido el sacerdocio del nuevo pacto. En el sacerdocio ha habido un cambio de los hombres a esta Persona maravillosa, quien es tanto el Hijo unigénito como el Hijo primogénito de Dios. En esta Persona se incluye la divinidad encarnada y la humanidad elevada, así como la vida humana, la muerte todo-inclusiva y la resurrección. También en Él se incluye el nacimiento divino del Hijo primogénito de Dios, el nacimiento que produjo a los muchos hijos de Dios. En el nuevo pacto el sacerdocio ha sido transferido a esta persona.
El versículo 12 dice: “Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley”. En el sacerdocio del antiguo pacto había una antigua ley. Pero ahora, en el sacerdocio del nuevo pacto, debe existir una nueva ley. Por lo tanto, es necesario que haya también cambio de ley.
El cambio de ley consiste en un cambio de la ley de la letra a la ley de vida, según la cual Cristo fue designado viviente y eterno Sumo Sacerdote (v. 16). Cristo no fue designado Sumo Sacerdote según la ley de la letra, sino según el poder de una vida indestructible. El sacerdocio de Cristo según el nuevo pacto no tiene que ver con la letra sino con la vida. Cristo como nuestro Sumo Sacerdote ahora cuida de nosotros con Su vida indestructible. Aun así, muchos cristianos prefieren regresar a la ley de los mandamientos que quedó del otro lado del río. Por la misericordia del Señor hemos cruzado el río, de la orilla de la letra, a la orilla de la vida. Es en esta vida eterna e indestructible que podemos participar y disfrutar hoy del sacerdocio de Cristo.
Los versículos 18 y 19 dicen: “En efecto, por un lado, se ha quitado de en medio el mandamiento anterior a causa de su debilidad e inutilidad (pues nada perfeccionó la ley), y por otro lado, es introducida en su lugar una mejor esperanza mediante la cual nos acercamos a Dios”. El mandamiento o los reglamentos de la ley con respecto al sacerdocio levítico, fue quitado de en medio porque era meramente letra y por lo tanto débil. No estaba relacionado con la vida, sino que era un mandamiento muerto en la letra; y por esto mismo, no traía provecho. Por causa de la debilidad del hombre, la ley no perfeccionó nada (Ro. 8:3).
El cambio de ley anula la antigua ley e introduce una esperanza mejor. ¿A qué se refiere esta mejor esperanza? Al sacerdocio en vida. Esta esperanza depende principalmente de la vida, de la vida indestructible. Ya que el sacerdocio que cuida de nosotros se lleva a cabo en dicha vida, estamos llenos de esperanza. Si cuando usted se siente débil considera una mentira ese sentimiento, eso indica que usted está lleno de esperanza. Si su esposa le dice que usted está débil, debe contestarle: “Eso es una mentira, querida esposa. Espera un poco y verás que soy un guerrero poderoso como lo era Abraham. Yo estoy lleno de esperanza debido al sacerdocio de mi Melquisedec”. Si usted declara esto, eso significa que lo llena una mejor esperanza. Esta mejor esperanza es el sacerdocio en vida. Mientras haya vida, hay esperanza. Sólo una persona muerta no tiene esperanza. En tanto que estemos vivos, tenemos cierta medida de esperanza. El cambio de ley anula la letra muerta y trae consigo la esperanza en vida. No nos desanimemos jamás, pues tenemos una mejor esperanza. Tenemos el sacerdocio de la vida indestructible.
Muchas veces me han dicho: “Hermano Lee, nunca lo hemos visto preocupado. ¿Acaso nunca enfrenta pruebas ni problemas en su vida cristiana?”. Yo tengo tantos problemas como cualquiera de ustedes. La única diferencia es que yo no creo en mis problemas; yo creo en mi esperanza. Dentro de mí, reside una mejor esperanza. Todos tenemos tal esperanza porque la ley conforme a la cual ha sido constituido el sacerdocio que nos cuida, ha cambiado del mandamiento débil e inútil a una vida indestructible.
El hecho de que Cristo sea tanto el Hijo unigénito como el Hijo primogénito de Dios lo constituyen a Él Sumo Sacerdote (v. 28). Él vino a ser nuestro Sumo Sacerdote debido a reúne estos dos requisitos. Para que Cristo pudiera ser nuestro Sumo Sacerdote era necesario que Él fuera tanto el Hijo unigénito como el Hijo primogénito de Dios.
Cristo fue designado Sumo Sacerdote no según la impotente ley de la letra, sino conforme al potente elemento de una vida indestructible (v. 16), la cual no puede ser disuelta. Esta vida no tiene fin, ya que es la vida eterna, divina e increada, la vida de resurrección, que pasó a través de la prueba de la muerte y el Hades (Hch. 2:24; Ap. 1:18). Cristo ministra hoy como nuestro Sumo Sacerdote por medio de tal vida. Por lo tanto, Él puede salvarnos por completo (v. 25). Cristo como nuestro Sumo Sacerdote es el viviente Hijo de Dios mismo. Él es poderoso. Por un lado, Él está en el cielo, y por otro, Él está en nuestro espíritu. Entre estos dos, entre el cielo y nuestro espíritu, hay un tráfico sobre la escalera celestial, debido a que Su sacerdocio está fluyendo continuamente del trono a nuestro espíritu. No es el fluir del conocimiento, sino el fluir del poder de una vida indestructible.
Cristo, como Hijo unigénito e Hijo primogénito de Dios, fue designado Sumo Sacerdote con el juramento de Dios (vs. 20-21, 28). Ninguno de los sacerdotes levíticos fue jamás establecido con el juramento de Dios. Según el salmo 110, Dios juró hacer a Cristo Sumo Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. En Hebreos 7 el escritor cita el juramento emitido en el salmo 110. Esto es muy importante, pues demuestra que la designación de Cristo como Sumo Sacerdote se consumó con el juramento de Dios.
En el versículo 28 vemos que Cristo fue hecho perfecto para siempre. Ya hemos mencionado que Cristo, como Hijo unigénito de Dios, no necesitaba ser perfeccionado. No obstante, Él sí necesitaba ser perfeccionado para llegar a ser el Hijo primogénito de Dios. Fue después de Su resurrección que Él fue perfeccionado para siempre. Ahora Él ha sido completado, equipado y hecho apto para ser nuestro Sumo Sacerdote por la eternidad. Podemos confiar en Él plenamente debido a que ha sido perfeccionado.
El versículo 22 dice: “Tanto más Jesús es hecho fiador de un mejor pacto”. Cristo ha sido hecho fiador de un mejor pacto basado en el hecho de que Él es el viviente y eterno Sumo Sacerdote. La raíz de la palabra griega traducida “fiador” es una extremidad, una parte del cuerpo. El significado aquí es que un miembro del cuerpo se compromete a servir al cuerpo. Por ejemplo, supongamos que mi mano se compromete a servir al brazo en todo. Este compromiso es una especie de garantía. De igual forma, la palabra fiador en este versículo implica que Cristo se ha comprometido a ser el fiador del nuevo pacto y de todos nosotros. Él es el fiador, la garantía, de que hará todo lo necesario para cumplir el nuevo pacto.
Una vez que mi mano se compromete con mi brazo, se convierte en el fiador que garantiza que servirá al brazo. Aun si la mano no quisiera hacer nada por el brazo, de todos modos está obligada a hacerlo por haberse comprometido con él. Por supuesto, Cristo nunca se negaría a hacer algo que nos sea de provecho. Pero aun si quisiera negarse, no podría hacerlo puesto que ya se comprometió a ser fiador del nuevo pacto y de todos los que nos hemos acogido a este pacto. Por tanto, Él está obligado a actuar a nuestro favor.
Éste es un pensamiento muy profundo y está totalmente relacionado con la vida. ¿Se ha dado cuenta de que su vida física ha hecho un compromiso con usted? Sea que su vida física quiera servirlo o no, tiene que hacerlo, porque lo ata este compromiso. Por consiguiente, nuestra vida física es en sí mismo el fiador que nos promete que todo lo que haga, lo hará en beneficio nuestro. Ha hecho un compromiso para hacer eso.
De la misma manera, Cristo ha firmado un contrato. ¿De que manera lo firmó? En el momento en que Cristo se comprometió a ser fiador del nuevo pacto y de nosotros. Ya Él no puede retractarse, pues es demasiado tarde para eso. Sea que entendamos esto o no, y sea que Él esté dispuesto o no, de todos modos Él está obligado a cumplir lo que se comprometió a hacer. Por tanto, Él es el fiador del nuevo pacto. El hecho de que Él sea fiador depende absolutamente de Su sacerdocio divino.
Ahora bien, mi mano puede haberse comprometido con mi brazo; sin embargo, tiene sus limitaciones. Tal vez sea capaz de cargar un libro, pero no una mesa pesada. No obstante, Cristo no tiene ninguna clase de limitaciones. Por lo tanto, no hay nada que le impida guardar Su compromiso. El Cristo que se ha comprometido con nosotros es ilimitado. Él lo hará todo y es capaz de hacerlo todo por nosotros. Como fiador, Él es poderoso, competente y capaz. Él está siempre disponible y es poderoso para cumplir todo lo que ha prometido.
Supongamos que un amigo le pidiera servir de fiador en un préstamo bancario. Si el gerente del banco supiera que usted tiene muy poco dinero, no le permitirá ser fiador, aun cuando usted le prometa cumplir fielmente su compromiso. En cambio, Cristo tiene billones de recursos. Cuando Él prometió ser fiador, eso lo incluía todo. Por lo tanto, el nuevo pacto, el pacto establecido conforme a la ley de vida, nunca puede fallar, puesto que tiene a Cristo por Fiador. Por tanto, todo lo que se incluye en este pacto será cumplido. No tendremos que cumplirlo nosotros, sino nuestro Fiador. Cristo no sólo da consumación al nuevo pacto, sino que además es el Fiador o la garantía de que todo lo que este pacto incluye será cumplido.
Cristo es tan competente debido a que es viviente (v. 25). Él está disponible y es tan eficaz debido a que es viviente. Todo lo que Él puede hacer depende de una sola cosa: de que Él es viviente.
Debido a que Cristo es viviente, puede continuar Su sacerdocio para siempre sin que la muerte se lo impida (vs. 23-24). En tiempos del Antiguo Testamento, la muerte impedía a todos los sacerdotes continuar su sacerdocio. Sin embargo, la muerte nunca puede interrumpir el sacerdocio de Cristo, puesto que Él vive para siempre.
El sacerdocio de Cristo es inmutable, es decir, no puede ser alterado. Lo que Él es, permanece igual por siempre. Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (13:8), y así también es Su sacerdocio.
El versículo 25 nos dice que Cristo es capaz de salvarnos por completo. La frase por completo también puede traducirse íntegramente, enteramente, perfectamente, hasta el fin y por la eternidad. Ya que Cristo vive para siempre y es inmutable, puede salvarnos por completo en grado, tiempo y espacio. Su salvación es completa en estas tres dimensiones.
Cristo puede salvarnos porque intercede por nosotros. Cristo como nuestro Sumo Sacerdote toma nuestro caso intercediendo por nosotros. Él se presenta delante de Dios a nuestro favor y ora por nosotros para que seamos salvos e introducidos completamente en el propósito eterno de Dios. Quizás digamos que nunca hemos sentido Su intercesión por nosotros. No obstante, no es necesario que nos percatemos de este hecho. ¿Qué provecho sacaríamos? Así que no tratemos de percatarnos de su intercesión. Simplemente descansemos en este hecho, confiemos en que es así y disfrutemos de esta realidad. Tengamos la certeza de que nuestro divino Sumo Sacerdote no cesa de interceder por nosotros. Por experiencia, me he dado cuenta de que muchas veces he sido salvo por Su intercesión. Tenemos un intercesor perpetuo, inmutable y eterno.
Nuestro divino Sumo Sacerdote intercede por nosotros constantemente, pues sabe cuán fácilmente podemos caer y permanecer en nuestra condición caída. Tarde o temprano Su intercesión nos derrotará, nos subyugará y nos salvará. Si esto no ocurre hoy ni mañana, sucederá el próximo año o en la era siguiente o, a más tardar, sucederá cuando venga el cielo nuevo y la tierra nueva. Finalmente, todos seremos completamente subyugados y salvos por Su intercesión. Dios le ha designado para que cuide de nosotros, y ahora mismo Él nos está cuidando al interceder por nosotros. Aunque tal vez usted se olvide de que invocó Su nombre, Él no lo olvidará. Él está intercediendo por usted y lo salvará por completo.
El versículo 26 nos dice que “tal Sumo Sacerdote también nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores”. Cristo es santo, inocente, incontaminado y apartado de los pecadores. Puesto que es tan perfecto, Él ciertamente nos convenía. Debido a que tenemos una naturaleza caída y corrupta, necesitamos de tal Sumo Sacerdote para que nos salve en todo momento.
El versículo 26 también dice que Él ha sido “encumbrado por encima de los cielos”. Cristo, en Su ascensión, traspasó los cielos (4:14), así que ahora Él no sólo está en el cielo (9:24), sino que también está “por encima de los cielos”, muy “por encima de todos los cielos” (Ef. 4:10). ¿Cuán grandes son nuestros problemas? ¿Tiene usted algún problema que sea más alto que los cielos? Ya que nuestro Sumo Sacerdote está por encima de todos los cielos, Él es capaz de rescatarnos y salvarnos por completo.
El versículo 27 dice que nuestro Sumo Sacerdote “no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a Sí mismo”. Esto no se refiere a algo que Cristo esté haciendo hoy, sino a lo que Él hizo en el pasado. Este versículo nos garantiza que el pecado no nos perturbará más, debido a que Cristo se ofreció a Sí mismo por nuestros pecados una vez y para siempre. En la cruz Él resolvió el problema del pecado una vez y para siempre. Ahora, desde el trono, Él lleva a cabo Su sacerdocio perpetuamente. ¡Cuán maravilloso es tener tal Sumo Sacerdote real y divino!