Mensaje 38
El propósito eterno de Dios consiste en forjarse en nosotros y en hacernos iguales a Su Hijo primogénito. El Hijo primogénito de Dios es nuestro prototipo en lo que respecta a la economía de Dios. Este modelo o prototipo posee tanto divinidad como humanidad. Originalmente, Él era únicamente el Hijo unigénito de Dios. Como el Hijo unigénito de Dios, Él era la corporificación misma de Dios, ya que todo lo que está en la Deidad se hallaba corporificado en Él (Col. 2:9). Él era también la expresión de Dios (He. 1:3). Como corporificación y expresión de Dios, Él se encarnó con el propósito de introducir la divinidad en la humanidad, y unir la humanidad con la divinidad. Antes de la encarnación, la divinidad nunca se había unido a la humanidad, pero desde el día en que se encarnó, comenzó a existir en el universo una Persona maravillosa que tenía tanto humanidad como divinidad.
El Señor Jesús vivió en la tierra por treinta y tres años y medio. En algunas ocasiones, Él manifestó Su divinidad, pero la mayor parte del tiempo vivió por Su humanidad. La gente principalmente lo consideró un hombre; un hombre recto, perfecto y extraordinario. Su cualidad más extraordinaria era Su divinidad. Un día Él fue a la cruz para eliminar el pecado. En la cruz, Él también destruyó a Satanás, el origen mismo del pecado. Cuando el Señor destruyó a Satanás, Él gustó la muerte (2:9), y al gustar la muerte, la absorbió. Mediante la muerte todo-inclusiva de Cristo, todas las cosas negativas del universo, incluyendo el pecado, Satanás y la muerte, fueron destruidas y pasaron a ser historia. Después de Su crucifixión, el Señor Jesús descansó por tres días. Según consta en la Biblia, mientras Él descansaba en la tumba, hizo un recorrido turístico por el Hades. Esto le proveyó al Hades una oportunidad para atacarlo por todos los medios, lo cual dejó claro que el Hades no pudo hacer nada para causarle daño. Después que hubo descansado y terminado Su recorrido, Él salió del Hades y se levantó de la tumba para emerger en resurrección. Mediante Su resurrección, Él nació con humanidad en la filiación divina, y de este modo llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. Lo más sorprendente acerca de Cristo como Hijo primogénito de Dios, es que en Él todas las cosas negativas, incluyendo el pecado, Satanás y la muerte, quedaron atrás. Él es una persona que posee divinidad y humanidad; Su divinidad está mezclada con una humanidad elevada, y la humanidad es una sola entidad con la divinidad. Por último, Él entró en la gloria, e incluso en la glorificación. Entrar en la glorificación es mucho mejor que entrar en la gloria, ya que, para entrar en la gloria no se requiere pasar por ningún proceso, mientras que para entrar en la glorificación sí. El Señor Jesús, como Hijo primogénito de Dios, tuvo que pasar por un proceso para entrar en la gloria. Este proceso constituyó Su glorificación.
Como el Hijo unigénito de Dios, Cristo ya estaba en la gloria. Él no requería del proceso de la glorificación. Sin embargo, una vez que vino a la tierra en Su humanidad, se hizo necesario que Él fuera glorificado. Fue por eso que, como lo revela Juan 17:1, durante la última noche de Su existencia en la tierra, Él oró: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Si Él ya estaba en la gloria, ¿por qué entonces necesitaba ser glorificado? Como el Hijo unigénito de Dios Él ya estaba en la gloria, pero, debido a que se vistió de humanidad, la parte humana de Su Ser tenía que ser glorificada, necesitaba pasar por un proceso que la llevara a la gloria. Fue por medio de Su resurrección que Cristo entró en Su glorificación (Lc. 24:26).
Muy pocos cristianos han descubierto que en el Nuevo Testamento la palabra perfección, en última instancia, es sinónimo de glorificación. No importa cuán perfecto sea usted, si no ha sido glorificado, aún no es lo suficientemente perfecto. El libro de Romanos revela que en la economía de Dios tenemos primero la justificación, luego la santificación y, por último, la glorificación. Romanos no menciona la palabra perfección. Sin embargo, en Hebreos encontramos las palabras glorificación y perfección. Por ejemplo, Hebreos 2:9-10, que nos dice que Cristo como el Capitán de nuestra salvación fue coronado de gloria, habla de la perfección así como de la glorificación. La perfección que Él alcanzó fue Su glorificación, la misma que se revela en Romanos 8. De acuerdo con Romanos 8, el último paso de la salvación que Dios efectúa en nosotros es la glorificación y, según Hebreos 2, es por medio del Capitán de nuestra salvación que somos introducidos en la gloria.
Tanto en el trono, como también en nuestro espíritu, hay un Hombre glorificado, un Hombre que fue plenamente perfeccionado. Algunos santos, como John Wesley y los que estaban con él, practicaron lo que llamaron la perfección sin pecado. Según este concepto, si uno nunca miente ni se enoja, sino que ama al prójimo y es humilde, ha alcanzado la perfección. Sin embargo, éste es un concepto muy pobre de lo que es la perfección. Comparen este concepto con la perfección que experimentó el Jesús glorificado. La perfección del Jesús glorificado consiste en la mezcla de la divinidad con una humanidad que fue probada, resucitada, elevada y glorificada.
Ahora quisiera usar una nueva palabra: “hijificar”. Después de haber pasado por toda clase de pruebas y haber resucitado y ascendido, la humanidad de Jesús fue “hijificada”. Esto quiere decir que Su humanidad entró en la filiación divina. Aunque Cristo ya era Hijo de Dios, antes de resucitar Él se había vestido de humanidad, la cual no tenía nada que ver con la filiación divina. Así que, un día, Él en Su humanidad, entró en la muerte y salió de ella, y en Su humanidad fue resucitado por el poder de la vida divina, según el Espíritu de santidad (Ro. 1:4). Mediante este proceso, Su humanidad fue “hijificada” y entró en la filiación divina de Dios. De este modo Él, con Su humanidad resucitada y elevada, nació en resurrección y llegó a ser el primogénito Hijo de Dios. A esto se refiere Hechos 13:33, que dice: “Dios [...] resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: ‘Mi hijo eres Tú, Yo te he engendrado hoy’”.
Aquel que ha sido hijificado es ahora nuestro modelo o prototipo. Este modelo alcanzó la perfección, una perfección que incluía la divinidad y una humanidad elevada, y en la cual todas las cosas negativas llegan a ser historia. Debemos levantar nuestra mirada y contemplar a este modelo. Mientras lo contemplamos, vemos Su divinidad y Su humanidad hijificada. Todas las cosas negativas se encuentran al otro lado del río y han quedado atrás. Ahora, este modelo está en glorificación y exaltación en el lado más precioso del río, el lado donde no existe más el pecado, la muerte, Satanás ni ninguna otra cosa negativa. Ahora hay un Hombre en la gloria, un Hombre en la perfección. ¿Qué otra perfección puede compararse con ésta? La llamada perfección sin pecado está en el nivel del sótano, mientras que esta perfección gloriosa está en el Lugar Santísimo.
¿Qué es la perfección? La perfección es la glorificación. En esta perfección se encuentra el Hombre que posee divinidad y humanidad, un hombre que fue hijificado como el Hijo primogénito de Dios y ahora está en Su glorificación. Con respecto a Él, todas las cosas negativas han quedado atrás, han quedado al otro lado del río. En esto consiste la perfección y la glorificación. En el Nuevo Testamento, la palabra glorificación es sinónimo de perfección. Cristo, nuestro modelo, se halla ahora en esta perfección, y nosotros nos encontramos camino a ella.
Cuando este modelo fue resucitado, es decir, cuando Él nació en Su humanidad como el Hijo primogénito de Dios, nos incluyó a todos (1 P. 1:3). Cuando Él fue hijificado en Su humanidad, nosotros también nacimos en Su resurrección como hijos de Dios. Olvidémonos del factor tiempo. En el cielo no hay ningún reloj, ni tampoco lo habrá en la eternidad. Aunque no entendamos este hecho divino, simplemente debemos aceptarlo. La palabra pura de la santa Biblia nos revela que cuando Cristo resucitó, Él se impartió a nosotros como vida y nosotros nacimos de nuevo. Después de impartirse en nosotros como vida, Cristo entró en la perfección, en la gloria, donde ahora intercede por nuestra glorificación.
Cristo está intercediendo por nosotros, para que seamos salvos por completo. Aunque he escuchado muchos mensajes que dicen que Cristo intercede por nosotros, nunca he escuchado ninguno que diga que Él está intercediendo para que nosotros entremos en la perfección. Muchos pastores se basan en Romanos 8:34 y Hebreos 7:25, que hablan de la intercesión de Cristo, con el propósito de consolar a quienes que se encuentran en dificultades. Pero Cristo no está meramente intercediendo por nosotros para traernos consuelo. Este concepto de la intercesión de Cristo es demasiado pobre. El motivo por el cual Cristo intercede por nosotros es que nosotros seamos glorificados y también seamos salvos para entrar en Su perfección.
¿Qué significa entrar en la perfección de Cristo? Significa eliminar todos los efectos secundarios producidos por la muerte, es decir, absorber toda la vanidad, la corrupción, el deterioro y el gemir de la vieja creación. Cristo está intercediendo para que todo esto se lleve a cabo. La intercesión que Él ofrece desde el trono propicia el desarrollo de la semilla de vida que Él sembró en nosotros en la resurrección.
Supongamos que usted haya vencido todos los pecados, y que sea una persona muy apacible y tranquila, sin tener ningún conflicto con nadie ni con nada. Si usted alcanzara este nivel, ¿cree que estaría feliz, contento y satisfecho por ello? Al menos yo no lo estaría. ¿De qué sirve vencer el pecado y estar libre de problemas? Si lo único que logramos es esto, cuando mucho seremos como una hoja de papel en blanco. ¿Acaso es este el sentido y la meta de nuestra existencia? Esta clase de perfección carece de todo sentido. Sin embargo, la perfección que se revela en el Nuevo Testamento consiste en que todo nuestro ser pase por un proceso que lo lleve a la glorificación de Cristo, y nuestra persona sea empapada y saturada de la persona elevada y glorificada de Cristo. Vencer el pecado, tener paciencia y amar a otros son cosas que se encuentran en una categoría muy diferente a la perfección que el Nuevo Testamento nos revela. Cristo está intercediendo para que la vida que Él sembró en nuestro espíritu pueda crecer, desarrollarse y saturar todas nuestras partes internas hasta que seamos completamente impregnados de Su Ser glorificado y elevado. Cuando esto suceda, en ese momento nuestro cuerpo será redimido, los hijos de Dios serán manifestados y todo el universo conocerá la libertad de la gloria. Ese día cesará la vanidad, la esclavitud, la corrupción y el gemir de la vieja creación. En esto consiste la glorificación.
Ahora regresemos al tema de la ley de vida. La ley de vida está forjando a Cristo, el modelo, en cada una de las partes de nuestro ser, saturándolas de todo lo que Él es. Esto es lo que el Nuevo Testamento llama transformación. Romanos 12:2 dice: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable y lo perfecto”. ¿Cómo puede ser renovada nuestra mente? Sólo mediante la operación de la ley de vida, la cual nos satura de lo que el modelo excelente es, y hace de nosotros una réplica o copia de Él. Asimismo, 2 Corintios 3:18 dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Éste es el resultado de la operación que realiza la ley de vida en nosotros. Finalmente, como dice Romanos 8:29, la ley de vida nos conformará a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Todos los hermanos del Primogénito serán conformados a Él. El Hijo primogénito de Dios, quien es nuestro modelo, está hoy en perfección y glorificación, pero nosotros aún no hemos llegado allí. Todavía nos encontramos en el camino y en el proceso. Sin embargo, mediante la intercesión del Hijo primogénito, la semilla de vida que está nuestro interior se desarrollará y crecerá en nuestro ser hasta saturarlo, y entonces seremos transformarnos y conformarnos a la imagen del Hijo primogénito para finalmente entrar en Su perfección y glorificación. Todo esto lo lleva a cabo la ley de vida.
A medida que la ley de vida opera en nosotros, vamos tomando más conciencia de la vida divina. La intercesión de Cristo propicia el desarrollo de la semilla que está en nuestro interior. ¿Cómo podemos saber que esta semilla está creciendo? Porque tenemos un sentir interior, una percepción interior. Por muy cansado que usted se sienta para asistir a una reunión de la iglesia, la semilla en su interior no lo dejará quedarse en su cama. Interiormente usted sentirá el “pum, pum, pum” de la energía de la intercesión celestial, y entenderá que debe ir a la reunión. En ocasiones, si nos sentimos atraídos por ciertas cosas mundanas, el “pum, pum, pum” que percibimos en nuestro interior no nos dejará tranquilos, y terminaremos haciendo lo que el Señor desea. ¡Qué gran misericordia! Estoy seguro de que en los próximos años el “pum, pum, pum” celestial realizará muchas cosas en el recobro del Señor. Nunca nos contentaremos con lo que hemos visto en el pasado. Este ministerio será cada vez más alto y más rico. El Señor usará las iglesias y los mensajes para reunir a todos aquellos que verdaderamente le buscan, a fin de que sean Su testimonio para toda la tierra habitada. Todo lo que la Biblia habla con respecto a la iglesia se cumplirá antes de que el Señor regrese. Muy en el fondo, todos nosotros sabemos que lo único que puede satisfacernos es este modelo. Es por eso que nos sentimos insatisfechos si no somos plenamente saturados de Él. Ésta es una prueba irrefutable de que Él está intercediendo para que nosotros seamos glorificados, para que entremos en Su perfección.
El propósito eterno de Dios consiste en obtener un grupo de hijos como Su expresión corporativa. Así que, en primer lugar, Su Hijo unigénito tenía que pasar por un proceso y entrar en la gloria. Dicho proceso lo perfeccionó plenamente para ser el prototipo, esto es, el Hijo primogénito de Dios, con miras a la expresión de Dios. Desde la ascensión de Cristo, Dios ha estado obrando con el fin de obtener una reproducción masiva de este modelo, que es Su Hijo primogénito. Muy pocos cristianos a través de los siglos han visto esto y, como resultado, el Señor ha tenido que retrasar Su venida. Aunque en la actualidad hay millones de creyentes sobre la tierra, no vemos muchas “copias” de este prototipo. Pero en Su recobro, el Señor está reproduciendo este modelo; Él está laborando con gran empeño entre nosotros, para que todos seamos iguales a Su Hijo primogénito. Esto es lo que significa ser perfeccionados. A fin de ser perfeccionados necesitamos de la divinidad, de una humanidad elevada y resucitada, y de la crucifixión que pone fin a todo. Necesitamos de la crucifixión de Cristo debido a que Su muerte todo-inclusiva anuló todas las cosas negativas y las dejó del otro lado del río. También necesitamos que cada parte de nuestro ser sea impregnada de todo lo que Él es. Aun la parte más pequeña de nuestro ser tiene que ser saturada por Él. Todos estos elementos son necesarios para nuestra perfección. Cuando todos estos elementos hayan sido forjados en nosotros, habremos sido completamente transformados y conformados a Su imagen. En esto consiste la glorificación, la perfección, y es así como llegamos a ser la reproducción o réplica del Hijo, nuestro modelo.
Lo más crucial de todo esto es la ley de vida, es decir, lo que la vida divina opera dentro de nosotros. La ley de vida, que se refiere a todo lo que la vida divina hace de forma natural y espontánea, está llevando a cabo dentro de nosotros la labor de perfeccionarnos gradualmente, al infundir en nosotros la divinidad, al eliminar todas las cosas negativas y al impartirnos todo lo que Cristo es. En otras palabras, por medio de la ley de vida, el Señor está renovándonos, transformándonos y conformándonos a Su imagen. Cuando este proceso culmine, Él vendrá para redimir nuestro cuerpo vil y lo transfigurará en un cuerpo glorioso (Fil. 3:21). Por ahora todavía nos encontramos en el proceso en el cual la ley de la vida divina está operando en nosotros.
La ley de vida está en este momento operando en nosotros para renovarnos desde nuestro interior. Efesios 4:22-24 nos dice que debemos ser renovados en el espíritu de nuestra mente, de modo que podamos despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo. De acuerdo con Efesios 2:15, el nuevo hombre es la iglesia. Por tanto, vestirnos del nuevo hombre significa “vestirnos” de la iglesia. El nuevo hombre es la vida de iglesia práctica, la reproducción corporativa del modelo o prototipo. Ahora nos encontramos en proceso de ser renovados en el espíritu de nuestra mente, y gradualmente estamos vistiéndonos del nuevo hombre, que es la iglesia. Estos dos asuntos son el resultado de la operación que realiza la ley de vida en nosotros.