Mensaje 43
El libro de Hebreos nos dice repetidas veces que Cristo puso fin al pecado una vez para siempre (He. 1:3; 2:17; 7:27; 9:26; 10:12). Debido a la fuerte influencia de las tradiciones judías de aquel tiempo fue necesario que se repitiera una y otra vez que Cristo quitó el pecado mediante Su sacrificio. Los judíos no sabían otra cosa que acudir al altar para ofrecer sacrificios por el pecado. Todos los días se ofrecían sacrificios por el pecado, y lo hacían también cada año en el día de la expiación. Es por eso que la ofrenda por el pecado ocupaba mucho la mente de los judíos de aquella época. A causa de la fuerte influencia de las tradiciones judías en cuanto a la ofrenda por el pecado, el escritor de Hebreos, después de haber descrito en los capítulos 7, 8 y 9 cómo se llevó a cabo el sacrificio por el pecado, nos dio una conclusión adicional en 10:1-18.
La idea principal de esta conclusión es que los cristianos hebreos tenían que comprender que ninguno de los sacrificios ofrecidos por los sacerdotes levíticos podía quitar el pecado ni perfeccionar a los adoradores. Incluso el Antiguo Testamento que ellos leían, había predicho en Isaías 53:10 y 12 que Cristo vendría con el fin de ser el sacrificio por el pecado, es decir, para reemplazar y poner fin a los sacrificios levíticos. Ya que Cristo, el sacrificio único, había hecho esto, era inútil que los creyentes hebreos regresaran al templo para ofrecer otra vez sacrificios por el pecado. El pecado fue quitado y ha pasado a la historia. Por lo tanto, en 10:18, refiriéndose a los pecados e iniquidades, dice: “Pues donde hay perdón de éstos, no hay más ofrenda por el pecado”. Ésta es una conclusión muy lógica.
En la economía de Dios, Cristo realizó dos hechos muy importantes: quitó el pecado, el cual había venido a estorbar el propósito eterno de Dios, y se impartió a Sí mismo en nosotros como la vida divina que opera en nosotros y se extiende a todas las partes internas de nuestro ser. El pensamiento principal de 10:1-18 es que Cristo quitó los pecados, cumpliendo así todo lo que los sacrificios levíticos no pudieron cumplir. Ahora que Cristo ha quitado el pecado una vez para siempre, se nos imparte como la vida divina, para que por la obra de esta vida divina, lleguemos a ser la reproducción corporativa de Él mismo.
La ley del Antiguo Testamento no era la realidad misma, sino apenas una sombra de los bienes venideros (v. 1). Los bienes venideros denotan todo lo que Cristo es y hace. Lo que la ley tenía no pudo lograr nada. El único que lo cumplió todo para la economía de Dios es Cristo, quien es la realidad de todas las sombras del Antiguo Testamento.
La ley, mediante los sacrificios ofrecidos continuamente año tras año, nunca pudo perfeccionar a los que se acercaban a Dios (vs. 1-2). Los sacrificios que se ofrecían según la ley no podían purificar la conciencia de pecado que tenían los oferentes. No importa cuán frecuentemente ofrecieran el mismo sacrificio por el pecado, su conciencia nunca podía estar en paz y no podían ser perfeccionados ante Dios.
Los sacrificios que se ofrecían según la ley no podían quitar los pecados; en vez de ello, se los recordaban al pueblo. Cada año, en el día de la expiación, los judíos hacían memoria de sus pecados. Lo que pretendía Dios con estos sacrificios, que no eran más que sombras, era recordarles a los judíos que ellos eran pecadores y necesitaban a Cristo, el Mesías, para que Él quitara sus pecados. Dios deseaba que cada vez que ofrecieran los sacrificios por el pecado, ellos pusieran sus ojos en Cristo. Los sacrificios de la ley sólo hacían memoria de sus pecados, pero no los purificaban.
Ya que los sacrificios de la ley eran una sombra y no la realidad, era imposible que la sangre de animales quitara los pecados (v. 4). La única sangre que puede quitar los pecados es la sangre preciosa de Cristo, quien es el verdadero sacrificio por el pecado. Por lo tanto, habría sido inútil que los creyentes hebreos regresaran al judaísmo para seguir ofreciendo sacrificios por el pecado.
Todos los sacrificios ofrecidos conforme a la ley eran una sombra de Cristo. En la plenitud de los tiempos Cristo vino en un cuerpo de sangre y carne para reemplazar los sacrificios de la ley. En la carne, Él se ofreció a Sí mismo a Dios una vez para siempre para quitar los pecados. Los versículos 7, 9 y 10 nos dicen que la voluntad de Dios era quitar lo primero, esto es, los sacrificios de animales del Antiguo Testamento, para que lo segundo, esto es, el sacrificio de Cristo en el Nuevo Testamento, pudiera ser establecido y reemplazara los sacrificios del Antiguo Testamento. De manera que habría sido una necedad que los creyentes hebreos volvieran a ofrecer sacrificios de animales, los cuales ya habían sido reemplazados por Cristo.
Cristo, el verdadero sacrificio por el pecado que quitó los pecados, nos santificó por medio de la ofrenda de Su cuerpo una vez para siempre (v. 10). El pecado nos había separado de Dios, pero Cristo, por medio de Su redención, nos separó del pecado y nos trajo de regreso a Dios. Esto es lo que significa ser santificados para Dios. De esta manera Cristo nos santificó una vez para siempre.
El versículo 11 dice: “Todo sacerdote está de pie, día tras día, ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados”. En el antiguo pacto, los sacerdotes permanecían de pie diariamente y ofrecían los mismos sacrificios una y otra vez, pues lo que ofrecían nunca podría quitar los pecados. El hecho de que ellos estuvieran de pie indica que los pecados no había sido quitados. Fue mediante la ofrenda de Cristo mismo que los pecados ya fueron quitados.
Mientras que los sacerdotes del antiguo pacto permanecían de pie día tras día y ofrecían los mismos sacrificios una y otra vez, Cristo si quitó el pecado (9:26) al ofrecerse a Dios como el único sacrificio por los pecados. Por eso el versículo 12 dice que Él “se ha sentado para siempre a la diestra de Dios”. El hecho de que Él esté sentado en los cielos es una señal y una prueba de que los pecados ya fueron quitados. Él está sentado allí para siempre. Por consiguiente, Él no necesita hacer nada más por el pecado, lo hizo de una vez para siempre. El hecho de que Él esté sentado por siempre después de haber ofrecido un solo sacrificio por los pecados, está en contraste con el hecho de que los sacerdotes estuvieran de pie diariamente para ofrecer muchas veces los mismos sacrificios.
El versículo 14 dice que “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”. Aunque los sacrificios de animales nunca pudieron perfeccionar a nadie, el único sacrificio de Cristo nos hizo perfectos para siempre. Por medio de Su ofrenda, Cristo no sólo nos santificó una vez para siempre, sino que también nos hizo perfectos para siempre. Así pues, mediante el único sacrificio de Cristo no sólo hemos sido separados del pecado y traídos de regreso a Dios, sino que además hemos sido hecho perfectos ante Dios mismo.
Leamos Hebreos 10:15-17: “Nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: ‘Éste es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré’, añade: ‘Y nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades’”. En este pasaje de la Palabra, el escritor estaba haciendo todo lo posible por demostrar a los creyentes hebreos que ya no había necesidad de ofrecer más sacrificios por el pecado, porque Cristo ya los había quitado. El problema del pecado ya había quedado resuelto. Ahora él subrayaba este hecho indicando que en Jeremías 31:33 y 34, que ya había citado en el capítulo ocho donde hablaba de la ley interna de la vida divina, el Espíritu Santo también atestiguaba acerca de este hecho. En Jeremías 31:33 y 34, después de haber dicho el Espíritu Santo que Dios pondría Sus leyes en nuestro corazón, añadió que Él nunca volvería a acordarse de nuestros pecados. Esto comprueba que el Espíritu Santo testifica que nuestros pecados han sido quitados y que el problema del pecado ha quedado resuelto. No sólo en Isaías 53:6, 11 y 12 se predijo que Cristo llevaría nuestros pecados, sino también en Jeremías 31 encontramos el testimonio del Espíritu Santo de que nuestros pecados serían quitados y que Dios no se acordaría más de ellos.
Según nuestro entendimiento natural, el perdón de los pecados debería mencionarse primero entre los asuntos incluidos en el nuevo pacto. Pero, en lugar de ello, se menciona de último, e incluso se presenta como un asunto suplementario. El nuevo pacto principalmente tiene que ver con tres asuntos: la ley de vida que está inscrita en nuestro ser; el hecho de que Dios sea nuestro Dios y nosotros seamos Su pueblo; y nuestra capacidad interna de conocer a Dios. Estos tres asuntos son eternos. Sin embargo, es probable que algunos hermanos y hermanas, aún acordándose de sus pecados, preguntaran: “¿Y qué de nuestros pecados?”. Así que necesitan oír una palabra adicional que les diga que pueden estar en paz con respecto a sus pecados, ya que Dios no se acordará más de ellos, pues el sacrificio de Cristo los quitó de en medio. En el capítulo diez, después de mencionar el elemento principal del nuevo pacto, que es la ley interna de vida descrita en el capítulo 8, el Espíritu añade que el Señor no se acordará nunca más de nuestros pecados e iniquidades. Ya que el Señor de ninguna manera se acordará más de nuestros pecados, nosotros tampoco debemos recordarlos. No obstante, nos es difícil olvidar nuestros pecados. A pesar de que Dios perdona y olvida nuestros pecados, y aunque comprendamos que Él ya nos perdonó, es posible que nosotros no podamos olvidarnos de ellos. Tal parece que, subconscientemente, en lo profundo de nuestro ser, nosotros seguimos acordándonos de nuestros pecados.
¿Qué significa olvidar nuestros pecados? Significa considerarnos a nosotros mismos como si nunca hubiésemos pecado. Desde que usted creyó en el Señor Jesús, ¿ha llegado a considerarse exento de pecado? Es así como Dios lo ve a usted. Si usted acude a Él y le dice: “Padre, quiero arrepentirme de mis pecados”, tal vez le conteste: “¿De qué estás hablando? ¿No eres tú uno de Mis hijos? Ninguno de Mis hijos ha pecado jamás”. Así pues, perdonar los pecados significa olvidarlos, como si éstos nunca hubiesen existido. Dios no sólo perdona nuestros pecados, sino que jamás se vuelve a acordar de ellos. No solamente nuestros pecados han sido quitados conforme a Su administración, sino que además han sido borrados de Su memoria. En la eternidad el Padre dirá: “Yo tengo muchos hijos, los cuales nunca han pecado. En Mi mente divina no hay tal cosa como el pecado”. Sólo Dios es capaz de olvidar hasta tal grado. Nosotros, en cambio, cuanto más tratamos de olvidar nuestros pecados, más los recordamos. Tal vez usted todavía se acuerde del día en que le robó dinero a su padre. Si acudimos a nuestro Padre y le mencionamos pecados como éstos, descubriremos que Él verdaderamente los ha olvidado. ¡Aleluya! ¿Se habían dado cuenta ustedes de que hemos sido perdonados de esta manera tan maravillosa? ¡Cuán maravilloso es esto! Con todo, éste es solamente un asunto suplementario a los tres elementos principales del nuevo pacto, de los cuales el más importante es la ley de vida. Dios es nuestro Dios y nosotros, Su pueblo, poseemos una capacidad interna que nos permite conocerle. De ahora en adelante, debemos olvidarnos del pecado y no hablar más de él. Toda iglesia local que aún hable acerca del pecado, no está al día. No debemos ser una iglesia que continuamente habla del pecado, sino una iglesia que habla de la ley de vida. El pecado ha pasado a la historia y ahora la vida está disponible. Ahora tenemos la ley de vida dentro de nosotros.
Ya que Cristo efectuó el sacrificio por el pecado y le puso fin al pecado, no se necesita más ofrenda por el pecado (v. 18). Esto no significa, como algunos cristianos han mal interpretado este versículo, que si pecamos después de haber sido salvos, no queda más ofrenda por nuestro pecado, y que no podemos ser perdonados. En lugar de ello, quiere decir que ya que Cristo presentó la ofrenda por el pecado una vez para siempre y lo anuló definitivamente, no es necesario ofrecer más sacrificios por el pecado. Ésta fue una fuerte amonestación para aquellos creyentes hebreos, quienes estaban considerando regresar a sus antiguas costumbres de ofrecer sacrificios por el pecado. Ellos debían ya saber que Cristo se había ofrecido a Sí mismo por el pecado y que ya había terminado con él, y que, por tanto, no necesitaban regresar a las sombras de las ofrendas de animales, sino más bien acercarse para participar del Cristo resucitado y disfrutar todo lo que Él logró por ellos al ofrecerse a Sí mismo a Dios.
Hoy en día nosotros también necesitamos ver que nuestros pecados fueron quitados por la muerte de Cristo y que el problema del pecado quedó definitivamente resuelto. Ya que el pecado ha sido anulado y ha pasado a la historia, no debemos permitir que éste nos perturbe más. Nuestra atención no debe estar puesta en el Cristo que está en la cruz sino en el Cristo que está en los cielos. Es preciso que disfrutemos del Cristo celestial como nuestra vida, y todo lo que necesitemos mientras corremos la carrera celestial. Cuando disfrutamos al Cristo que está en los cielos, verdaderamente nos hallamos bajo el nuevo pacto, participando de todos los legados del testamento nuevo. Ésta es la meta de este libro.