Mensaje 46
En la cuarta advertencia del libro de Hebreos (He. 10:19-39), se mencionan dos asuntos importantes: el mayor castigo (v. 29) y el grande galardón (v. 35). Ambas expresiones conllevan mucho peso y son muy significativas; de hecho, constituyen la clave para entender esta cuarta advertencia. Lo que le preocupaba al escritor de esta epístola no era nuestra salvación, porque según lo que escribió, está eternamente asegurada. El escritor dejó muy claramente establecido que Cristo se ofreció a Sí mismo para quitar el pecado una vez para siempre (He. 7:27; 9:26, 28), y que ha obtenido para nosotros una salvación eterna (He. 5:9). También dijo que Él entró una vez por todas al Lugar Santísimo, obteniendo así una redención eterna para nosotros (He. 9:12). El escritor de Hebreos sabía que nuestra salvación estaba plena, cabal y completamente asegurada, y que éramos salvos para siempre. No obstante, lo que sí le preocupaba profundamente era si los que leyeran esta carta recibirían el grande galardón o sufrirían el castigo.
A través de los siglos, la mayoría de los cristianos ha visto el asunto del galardón pero no el asunto del castigo. Muchos libros hablan acerca del galardón, diciendo que si seguimos al Señor fielmente y hacemos Su voluntad, seremos recompensados con una corona. Sin embargo, es difícil hallar un libro que nos presente la otra cara de la moneda, esto es, el castigo. La mayoría de los escritores cristianos prefieren evitar este tema, porque les acarreará problemas. Sin embargo, la expresión mayor castigo se menciona en He. 10:29, y no podemos pasarla por alto. De manera que, o sufriremos el mayor castigo o recibiremos el grande galardón.
Nuestro Dios es justo, recto y sabio. Él sabe cómo actuar en cada situación y cómo tratar a Sus hijos. Nuestro sabio Padre sabe cuál es la manera perfecta de tratarnos a nosotros Sus hijos: Él recompensará a los que sean fieles y obedientes, y castigará a los infieles y desobedientes. Según la mayoría de las enseñanzas, pareciera que Dios solamente recompensa a los fieles, pero no castiga a los infieles. Esto no es lógico. Nuestro Padre es mucho más sabio que eso. Es más lógico decir que Él recompensará a los fieles y disciplinará a los que no lo sean. Nuestro Padre actúa de una manera lógica y con propósito, y nunca haría nada que no tuviese sentido. Su oráculo nos dice clara y definidamente que si somos fieles, Él nos recompensará, pero que si no lo somos, nos castigará.
No debemos seguir preocupados con respecto a nuestra salvación. Podemos estar seguros de que nuestra salvación está eternamente asegurada según la Palabra santa de Dios. Sin embargo, la pregunta que hay que contestar es: ¿cómo debemos seguir al Señor después de haber sido salvos? ¿Nos conduciremos conforme a la ley de vida? ¿Nos acercaremos al Lugar Santísimo, o retrocederemos al Lugar Santo o incluso al atrio? Esto depende de nosotros. Si nos acercamos, recibiremos un galardón, pero si retrocedemos, sufriremos un castigo por haber quebrantado la administración de Dios y por haber desobedecido a Su voluntad. Todos debemos acercarnos al segundo pacto y sumergirnos en el nuevo pacto de la economía de Dios, olvidándonos de nuestros pecados y centrando toda nuestra atención en la ley de vida, la cual nos hará Su reproducción. Si atendemos a esto, Él ciertamente nos recompensará. Pero si nos descuidamos y retrocedemos, Él nos castigará conforme a Su advertencia. Es muy grave quebrantar la administración de Dios. Si lo hacemos, yendo en contra de la ley de vida, sufriremos mayor castigo que aquellos que quebrantaron la ley escrita. Necesitamos que quede profundamente grabado en nosotros este tema del “mayor castigo” y el “grande galardón”. Tal vez sería bueno subrayar estas palabras en nuestra Biblia para recordarnos lo importantes que son. Estas palabras nos hablan de nuestro destino futuro. ¿Cuál será nuestro destino, sufrir castigo o recibir un galardón?
El apóstol Pablo no tuvo la certeza de que recibiría un galardón sino al final de su vida. Cuando escribió 1 Corintios, él estaba muy preocupado de que fuera a ser reprobado en la carrera celestial (1 Co. 9:24-27). Incluso cuando escribió la epístola de Filipenses, él proseguía hacia la meta para alcanzar el premio (Fil. 3:14). No fue sino hasta 2 Timoteo 4:7-8, carta que fue escrita poco antes de su martirio, que tuvo la certeza de que le estaba guardada la corona de justicia. No debemos estar tan seguros de haber alcanzado ya el galardón, pues aún no hemos terminado la carrera.
Todos debemos entender claramente las siguientes cuatro palabras: salvación, perdición, galardón y castigo. El galardón no es sinónimo de la salvación, sino que es algo adicional. La salvación se recibe por gracia mediante la fe, mientras que el galardón depende de nuestra vida y servicio después de haber sido salvos. Así como el galardón difiere de la salvación, también el castigo difiere de la perdición. Como ya hemos dicho, la perdición se aplica a los incrédulos, mientras que el castigo se aplica a los creyentes. De manera que, el castigo aquí mencionado es completamente distinto de la perdición eterna. Nosotros fuimos salvos para siempre y no pereceremos jamás. Los incrédulos, pues, tienen dos alternativas: salvación o perdición; mientras que nosotros, que ya somos salvos, tenemos dos opciones: recibir un galardón o sufrir un castigo. Todos los santos que están en el recobro del Señor deben tener esto claro, ya que tiene que ver con la economía de Dios, con la forma en que Dios trata a Sus hijos.
La salvación eterna, como lo revela claramente Efesios 2:8, es por gracia y mediante la fe, y no tiene nada que ver con nuestras obras. Cualquier cosa que hayamos hecho, estemos haciendo o hagamos no puede afectar nuestra salvación, pues ésta depende absolutamente de la gracia de Dios mediante nuestra fe en el Señor Jesús.
La salvación no depende de nuestras obras (Ef. 2:9; Ro. 11:6). No depende de lo que hagamos, de lo que somos ni de cómo nos comportemos. Ya que la salvación es por gracia y mediante nuestra fe, no depende de nuestras obras, pues, de lo contrario, la gracia dejaría de ser gracia.
Los que son salvos jamás perecerán. No dé oídos a la enseñanza que dice que después de haber sido salvos podemos perdernos una y otra vez. Juan 10:28 y 29 nos aseguran firmemente que una persona salva jamás perecerá. El Señor Jesús dijo: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre”. La vida que hemos recibido es la vida eterna, la cual nada ni nadie puede destruir. Además, hay dos manos que nos sostienen, la mano poderosa del Señor y la mano amorosa del Padre, y nada ni nadie puede arrebatarnos de ellas. Por tanto, nuestra salvación está asegurada eternamente por la vida eterna y por las manos divinas.
En 1 Corintios 3:15 se revela que una persona salva puede perder el galardón y además sufrir pérdida, aunque “él mismo será salvo, aunque así como pasado por fuego”. Debemos poner mucha atención a este versículo y a su contexto. El versículo 8 dice: “Ahora bien, el que planta y el que riega uno son; pero cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor”. En este versículo vemos que no se está hablando de la salvación, sino de una recompensa. En el versículo 12 vemos dos categorías de materiales con los que podemos edificar: oro, plata y piedras preciosas, que son el producto de la ley de vida; y madera, heno y hojarasca, que son el producto de la carne. Los versículos 13 y 14 añaden: “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego es revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego mismo la probará. Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa”. Nuevamente, no se está hablando aquí de la salvación sino de una recompensa. Si la obra de alguno es consumida, sufrirá pérdida, pero no la perdición eterna. “Él mismo será salvo, aunque así como pasado por fuego”. Pablo fue muy cuidadoso al escribir este versículo. Él dijo que es posible sufrir pérdida, y aun así seguir siendo salvos. Pero, para que no pensáramos que podemos seguir siendo salvos sin tener ningún problema, él dijo que seríamos salvos, “aunque así como pasado por fuego”. No es necesario interpretar este versículo, simplemente debemos aceptar lo que dice. Ciertamente no es bueno ser salvos “así como pasado por fuego”. Yo no sé qué clase de fuego será ése, pero ciertamente no quisiera pasar por él.
Lo que hemos estado diciendo hasta ahora es conforme a la palabra pura de Dios, y no se trata, como algunos han dicho falsamente, de la doctrina católica del purgatorio. Eso es diabólico. Nosotros simplemente estamos citando la palabra pura de la Biblia. No debemos escoger los versículos de la Biblia que más nos gustan. A todos les gusta Juan 3:16 y muchos exhiben este versículo en las paredes de su casa. Sin embargo, nunca he visto enmarcado 1 Corintios 3:15. El capítulo tres de 1 Corintios habla acerca de la edificación de la iglesia. A Dios sólo le preocupa una cosa hoy en día, a saber: la edificación de la iglesia. Si estamos bien con Dios con respecto a este asunto, recibiremos un galardón; pero si no lo estamos, sufriremos pérdida, aunque seremos salvos “así como pasado por fuego”.
Hebreos 10:35 usa la palabra galardón, mientras que 10:27 habla de hervor de fuego. Además, en 12:29 dice: “Nuestro Dios es fuego consumidor”. Este fuego consumidor está reservado, no para los que son fieles, sino para los infieles, y no será un galardón, sino un castigo. Como hemos visto, tal castigo no tiene nada que ver con la perdición eterna. Siempre debemos distinguir entre castigo y perdición, así como distinguimos entre galardón y salvación.
El galardón mencionado en el versículo 35 es el galardón del reino, porque nos será dado para nuestro deleite en el reino venidero, y no en esta era. Hoy en la vida de iglesia nos estamos ejercitando para el reino. Si somos fieles en ejercitarnos para el reino hoy, nos será otorgado el reino como una recompensa que disfrutaremos en la era venidera. Esto será el galardón del reino.
La salvación eterna se obtiene por gracia, mientras que el galardón del reino se obtiene mediante la justicia. En 2 Timoteo 4:8 Pablo dijo que le estaba guardada la corona de justicia —que simboliza este galardón— y no la corona de gracia. Así que, en el versículo 18 del mismo capítulo, él tuvo la certeza de que el Señor lo salvaría para Su reino celestial. Esto se debía a la fidelidad que mostró al seguir al Señor y servirlo. El Señor, “Juez justo”, lo recompensaría con el reino según Su justicia, y no según Su gracia.
El galardón del reino será conforme a nuestras obras. En Mateo 16:27 el Señor Jesús dijo que a Su regreso Él nos recompensaría conforme a nuestros hechos. Luego, en Apocalipsis 22:12, dijo: “He aquí Yo vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. Finalmente, como ya vimos, en 1 Corintios 3:8 dice que seremos recompensados conforme a nuestra labor. La salvación eterna no tiene nada que ver con nuestras obras, pero el galardón del reino dependerá absolutamente de las obras que hayamos hecho mediante la vida del Señor después de haber sido salvos.
Este galardón será otorgado en el tribunal de Cristo. En 2 Corintios 5:10 dice: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba por las cosas hechas por medio del cuerpo, según lo que haya practicado, sea bueno o sea malo”. El juicio ante el tribunal de Cristo tendrá lugar a Su regreso. En este tribunal el Señor Jesús juzgará a todos Sus creyentes. Ningún incrédulo será juzgado en ese tiempo, ya que todos ellos serán juzgados ante el trono blanco mil años después (Ap. 20:11-15). En el tribunal de Cristo se decidirá qué recompensa hemos de recibir, si el disfrute del reino o algún castigo.
Este galardón nos será otorgado cuando el Señor regrese. En 1 Corintios 4:5 Pablo dice: “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a luz lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios”. El Señor a Su regreso juzgará todas las cosas, y recompensará a cada uno de Sus creyentes. Debemos prestar atención a la advertencia que se nos hace en este versículo. Cuando el Señor regrese, Él “sacará a luz lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones”. Hoy podemos mantener ocultas cosas relacionadas con las tinieblas y las intenciones de nuestro corazón, pero cuando el Señor regrese todo esto será revelado y hecho manifiesto. Entonces cada uno de nosotros recibirá la recompensa que merece.
El galardón del reino lo disfrutaremos en el reino venidero. Mateo 25:21, 23 dice: “Bien, esclavo bueno y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. Según el contexto de Mateo, entrar en el gozo del Señor es entrar en el reino venidero. El galardón que será dado a los siervos fieles será participar en el gozo del Señor en el reino.
Disfrutar del galardón del reino significa participar del reposo sabático venidero. Como hemos visto en mensajes anteriores, este reposo venidero será participar en el gozo y reino de Cristo en el milenio (He. 4:9; Ap. 20:4, 6). Allí, en el reino milenario, compartiremos el gozo de Cristo y participaremos en Su reino como reyes.
Pablo se esforzó por obtener este galardón. En 1 Corintios 9:24-27, él nos dice que estaba en una carrera para obtener este galardón. Más tarde, en Filipenses 3:13 y 14, él aún seguía corriendo esta carrera. Sólo poco antes de su martirio él supo con certeza que le estaba reservado un galardón y que una corona de justicia había sido preparada para él y para todos los que aman la manifestación del Señor (2 Ti. 4:7-8).
Ya que Moisés estuvo dispuesto a sufrir el vituperio de Cristo, recibirá el galardón del reino (He. 11:26). A él no se le permitió entrar en el reposo de la buena tierra debido a su fracaso en Meriba (Nm. 20:12-13; Dt. 3:26-27; 32:50-52), pero estará con Cristo en el reino (Mt. 16:28—17:3). Al referirse a esto, sin lugar a dudas el escritor tenía la intención de animar a sus lectores, quienes sufrían la persecución por causa de Cristo, a que siguieran a Moisés teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que las cosas que habían perdido y poniendo la mirada en el galardón.
El galardón del reino es una bendición adicional a la salvación eterna mencionada en Hebreos 5:9. Gracias a la redención eterna efectuada por Cristo (9:12), nos fue otorgada la salvación eterna gratuita y eternamente, conforme a la elección eterna de Dios. Esto ya está eternamente asegurado. Sin embargo, después de haber recibido esta salvación eterna, lo que aún queda en juego es cómo nos comportaremos. Por lo tanto, además de esta salvación eterna, Dios en Su sabiduría nos prometió un galardón como un incentivo para que seamos fieles en vivir por causa del Señor y en laborar para Él.
La salvación eterna se obtiene por la fe, y no tiene nada que ver con nuestras obras (Ef. 2:8-9), mientras que el galardón es dado por lo que hacemos después de ser salvos (1 Co. 3:8, 14). Aunque seamos salvos, es posible que no recibamos un galardón sino que suframos pérdida, por carecer de obras que el Señor apruebe (1 Co. 3:15). Aquí a los creyentes hebreos se les exhortó a no perder el galardón, el reposo sabático venidero, el disfrute de Cristo y el reinado con Cristo en el reino venidero.
El galardón del reino es la promesa mencionada en 10:36, la cual difiere de la promesa hecha en 9:15. La promesa de 10:36 es la promesa del reposo sabático hallado en 4:9, un reposo en el cual reinaremos con Cristo en el reino venidero. Ése será el gran galardón mencionado en el versículo 35, que consiste en ganar el alma, como lo menciona el versículo 39. Esta promesa depende de nuestra perseverancia y nuestra obediencia a la voluntad de Dios. La promesa mencionada en 9:15 se refiere a la promesa de la herencia eterna, la cual se basa en la redención eterna de Cristo, no en nuestro esfuerzo. Aquí la herencia eterna incluida en la promesa de 9:15 se obtiene por la redención eterna de Cristo, mientras que el gran galardón (v. 35) de la promesa en 10:36 depende de nuestra perseverancia y nuestra obediencia a la voluntad de Dios.
Con respecto a los creyentes hebreos la voluntad de Dios, mencionada en 10:36, consistía en que ellos siguieran el camino del nuevo pacto (vs. 19-23) y permanecieran en la iglesia (v. 25), que no retrocedieran al judaísmo (vs. 38-39), sino que sufrieran persecución por parte del judaísmo (vs. 32-34). Al hacerlo, recibirían la promesa de un gran galardón (v. 35) al regreso del Señor (v. 37). La promesa de la herencia eterna está incluida en la salvación eterna que Dios ha provisto. Así pues, la promesa hallada en 10:36 es el galardón que recibirán los vencedores, mientras que la herencia eterna será para todos los creyentes, que ya han recibido la salvación eterna.
El versículo 34 habla de “una mejor y perdurable posesión”. Esta posesión mejor y perdurable es la “herencia eterna” y la “herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos” (1 P. 1:4). Bajo el antiguo pacto el pueblo judío heredó las cosas terrenales como su posesión; pero bajo el nuevo pacto, los creyentes heredan las riquezas celestiales como su posesión. Esta posesión mejor y perdurable era un gran incentivo para que los creyentes hebreos soportaran la pérdida de las cosas terrenales.
El versículo 39 habla de retroceder para ruina. Para los creyentes hebreos, retroceder al judaísmo equivalía a regresar a la ruina, lo cual no es la perdición eterna, sino el castigo infligido por el Dios vivo. La ruina mencionada aquí es el castigo mencionado en 10:27-31, que vendrá sobre aquellos que abandonen el nuevo pacto y regresen al judaísmo, pisoteando así al Hijo de Dios, considerando la preciosa sangre de Cristo como algo común, como la sangre de un animal, y ultrajando al Espíritu de gracia. De modo que, el galardón del reino será una recompensa positiva, mientras que el castigo será una recompensa negativa.
En el versículo 39 encontramos la expresión ganar el alma. La palabra griega traducida como “ganar” puede también traducirse “salvar”, “preservar” o “poseer”. Muy pocos cristianos entienden lo que significa esta frase. Algunos creen que esto significa ser salvos del infierno, pero esto no es acertado. Ganar o salvar el alma no es lo mismo que ser salvos en nuestro espíritu. En 1 Corintios 5:5, refiriéndose a un hermano pecaminoso que debía ser echado de la iglesia, Pablo dijo: “El tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor”. Aun tal hermano pecaminoso y caído era salvo en su espíritu, ya que la salvación del espíritu es eterna. Sin embargo, la salvación del alma es condicional. El alma no sólo puede perderse siendo pecaminosos; con tan sólo apartarnos de la economía de Dios, podemos perderla. La mayoría de los cristianos sólo piensan en una cosa: ir al cielo o al infierno, o ser salvos o perecer. Pero ni la Biblia ni nuestro sabio Padre es tan simple. Nuestro Padre tiene muchas formas de tratar con nosotros. Como veremos, ganar el alma está en cierto modo relacionado con el galardón del reino.
Ganar el alma tiene como fin que todo nuestro ser disfrute del reposo sabático venidero, es decir, que participe en el gozo y gloria de Cristo en la era venidera (4:9). Nuestro ser consta de tres partes: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23), y nuestra alma es diferente de nuestro espíritu. En el momento en que creímos en el Señor Jesús y fuimos salvos, nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu de Dios (Jn. 3:6). Sin embargo, debemos esperar hasta que regrese el Señor Jesús para que nuestro cuerpo sea redimido, salvo y transfigurado (Ro. 8:23-25; Fil. 3:21). Con respecto a salvar o ganar el alma, todo depende de la manera en que la tratemos al seguir al Señor después de ser salvos y regenerados. Si hoy en día perdemos nuestra alma por causa del Señor, la salvaremos (Mt. 16:25; Lc. 9:24; 17:33; Jn. 12:25; 1 P. 1:9) y será salva, o ganada, cuando el Señor regrese (He. 10:37). Así que ganar nuestra alma será el galardón (v. 35) del reino para los seguidores del Señor que sean vencedores (Mt. 16:22-28).
Ganar nuestra alma en la era venidera será un gran galardón (v. 35) que recibiremos por los sufrimientos que hayamos padecido al seguir a Cristo en esta era. Si nos dedicamos a proporcionarle deleite a nuestra alma, es decir, si nos entregamos a los placeres psicológicos, y no seguimos fielmente a Cristo en esta era, sufriremos la disciplina del Señor en nuestra alma en la era venidera. Pero si estamos dispuestos a permitir que nuestra alma pierda su deleite en esta era por causa del Señor, disfrutaremos plenamente al Señor en todo nuestro ser, particularmente en nuestra alma, en la era venidera. Éste será el galardón que recibiremos por los sufrimientos presentes.
Para ganar el alma se requiere que estemos dispuestos a perder nuestra alma por causa del Señor. En los evangelios el Señor dice repetidas veces que si perdemos o negamos nuestra alma en esta era por causa Suya y del evangelio, la ganaremos a Su regreso en la era venidera (Mt. 16:25; Lc. 9:24; 17:33). Aunque muchos santos están familiarizados con estos versículos, muy pocos saben lo que realmente significan. Como seres humanos tenemos un espíritu, pero somos un alma. Un ser humano es un alma. Así que, perder nuestra alma en esta era significa sufrir por causa del Señor y del evangelio. Cuando sufrimos, todo nuestro ser sufre. Esto es lo que significa perder el alma. Aquellos que son ricos y prósperos hoy, y disfrutan de esta vida, están proporcionándole deleite a su alma. No muchos creyentes están dispuestos a seguir al Señor de una manera estricta, porque no quieren sufrir en su alma; más bien, prefieren disfrutar su vida hoy, codiciando autos lujosos, grandes casas y muchas cosas mundanas. No están dispuestos a perder su alma.
Perder nuestra alma en esta era significa sufrir por causa del Señor. Si seguimos al Señor hoy ciertamente sufriremos por Su causa. Debido a que usted sigue fielmente a Jesucristo sin distraerse, puede ser que su maestro no le dé la calificación más alta o no reciba un ascenso en su trabajo. Muchas cosas como éstas se relacionan con perder el alma. Nuestro destino en esta era es perder nuestra alma y todo deleite humano. Perder nuestra alma hoy de esta manera es la condición para ganarla en la próxima era. Ganar nuestra alma en la próxima era significa entrar en el gozo y reino del Señor. Según la parábola de Mateo 25, el Señor dijo a los siervos que fueron fieles: “Entra en el gozo de tu señor”. Entrar en el gozo del Señor es entrar en Su reinado, en el reino venidero. Así pues, esta era para nosotros es de sufrimiento, mientras que la próxima era será para nuestro disfrute y regocijo.
En estos dos últimos mensajes hemos visto claramente en qué consiste el castigo dispensacional, el galardón del reino, y lo que significa ganar el alma. El castigo para los cristianos que sean derrotados será perder el alma. Si en esta era usted gana su alma, no estando dispuesto a pagar el precio de seguir al Señor, usted la perderá al regreso del Señor. Eso será un verdadero castigo. Mientras los vencedores entran en el gozo y reino del Señor, usted será puesto a un lado. Sin embargo, perder nuestra alma en la próxima era no significa que nosotros mismos nos perderemos; más bien, significa ser excluidos del disfrute y reino de Cristo cuando Él gobierne sobre las naciones en el reino milenario. Aquellos que ganen su alma en esta era y la pierdan en la próxima, no reinarán con Cristo en la era venidera, la era del reino. Pero si perdemos nuestra alma en esta era por causa del Señor, la ganaremos en la próxima era y entraremos en el gozo y reino del Señor, donde disfrutaremos nuestra vida humana en plenitud mientras reinamos juntamente con Él sobre las naciones. Esto será un gran galardón.
Quisiera añadir algo acerca del tema del galardón. La Biblia es muy coherente. Recibir el galardón no consiste meramente en hacer buenas obras, glorificar a Dios y finalmente recibir algún premio al regreso del Señor. Esto es más bien un entendimiento natural acerca del galardón. Ahora debemos ver este asunto desde otra perspectiva.
Ganar el alma significa alcanzar la perfección, y la perfección es equivalente a la glorificación. Ser glorificados, ser perfeccionados y ganar nuestra alma en la próxima era, se refieren a una misma cosa: el galardón. ¿Cuál es entonces el galardón? Es la meta de la salvación de Dios. La meta de la salvación de Dios no es que vayamos al cielo, sino más bien, que lleguemos a ser iguales al Hijo primogénito. Romanos 8:29 dice que fuimos predestinados para ser “hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos”. Aquí podemos ver que la meta de Dios es que Sus muchos hijos, quienes son los muchos hermanos de Cristo, sean conformados a la imagen de Su Hijo primogénito. Dios está trabajando hoy para llevar a Sus muchos hijos a la gloria, es decir, para introducir a todos los que son salvos en la glorificación del Hijo primogénito de Dios. Dios no nos salvó con la meta de que fuéramos al cielo, sino para que fuésemos transformados y conformados a la imagen de Su Hijo, a fin de que Dios pueda obtener una expresión corporativa de Sí mismo por la eternidad. Ésta es la meta de la salvación de Dios.
Dios en Su presciencia vio que muchos de Sus escogidos no cooperarían con Él, ni le permitirían llevar a cabo la meta de Su salvación. Así que, Él en Su sabiduría, determinó que la meta de Su salvación fuera un galardón para los que escogió y salvó. Si no hubiese debilidad, carencia ni falla alguna en los que son salvos, no habría sido necesario que Dios hiciera de la meta de Su salvación un galardón, ya que todos aquellos que serían salvos llegarían a esta meta. Únicamente los que cooperen con Él llegarán a esta meta, y dicha meta será un galardón para ellos.
Consideremos el ejemplo de los hijos de Israel. Cuando Dios los llamó, salvó y sacó de Egipto, Su intención era hacer de ellos un reino de sacerdotes (Éx. 19:4-6). Cada israelita debía ser un sacerdote. Pero cuando ellos llegaron al Monte Sinaí, se desviaron de la meta de Dios al adorar al becerro de oro. De inmediato, esta meta, que era el sacerdocio, llegó a ser un galardón para una sola tribu, la tribu de Leví, la cual estuvo del lado de Dios. Aunque las once tribus restantes no perecieron, ninguna de ellas logró la meta de la salvación de Dios. Así que el sacerdocio, que era la meta dispuesta para todas las tribus, se convirtió en el galardón de una sola tribu.
El mismo principio se aplica a nosotros hoy en día. La meta que Dios tiene es que todos lleguemos a ser iguales a Su Hijo primogénito. Si cooperamos con Dios, Él operará en nosotros día tras día, y cada día disfrutaremos a Cristo al máximo. Éste es el mayor disfrute. Si disfrutamos a Cristo de esta manera hoy, cuando Él venga a reinar, nosotros entraremos a Su reinado siendo reyes juntamente con Él, y seremos Sus compañeros. Ésta es la meta de Dios. No obstante, hoy muchos de los escogidos de Dios no cooperan con Él a tal grado. Por ende, no están disfrutando a Cristo de forma plena como podrían estar haciéndolo. Aunque han sido salvos, no disfrutan a Cristo en absoluto, sino que viven cada día igual que aquellos que no tienen a Cristo. Aunque pertenecen a Cristo, y lo tienen como su vida y Salvador, no le dan la oportunidad de vivir dentro de ellos. Como resultado, no disfrutan a Cristo hoy y ciertamente no tendrán el gozo de reinar con Él en el reino milenario. Debido a su negligencia hoy, no llegarán a la meta de la salvación de Dios en la era venidera.
Los escogidos de Dios que rehúsen cooperar con Él, no sólo dejan de disfrutar ricamente a Cristo hoy y perderán el privilegio de reinar con Cristo en la era venidera, sino que además, por haber quebrantado la voluntad de Dios y no haber seguido Su economía, serán disciplinados por Él. Esta disciplina o castigo debe ser una advertencia para aquellos que procuren alcanzar la meta de Dios. No debemos pensar: “Si soy descuidado y no llego a la meta de Dios, estoy listo para sufrir Su disciplina. Al cabo, cuando esa disciplina termine, todo estará bien”. Esto no es así. Después de que usted haya recibido el castigo de Dios, todavía necesitará llegar a la meta que Él trazó. Tarde o temprano todos los escogidos de Dios deberán llegar a Su meta. Supongamos que yo tengo dos hijos en la escuela. Uno de ellos recibe excelentes calificaciones y se gradúa, pero el otro fracasa y no logra graduarse. Debido a esto, él es disciplinado y encerrado en su cuarto durante todo un día. ¿Piensa que después de haber sufrido ese castigo ya no tendrá que estudiar? No, ciertamente él aún tendrá que volver a ver las clases que perdió. El propósito de la disciplina es obligarlo a estudiar. Por tanto, después de haber sido castigado, él todavía tendrá que leer, estudiar y terminar sus estudios, pues, de lo contrario, jamás podrá graduarse. La escuela es paciente; si él no aprueba en el próximo semestre, tendrá que hacerlo en el siguiente. El deseo de todos los padres es que sus hijos hagan sus tareas y reciban un galardón al final de cada semestre, y se regocijen con ellos por el logro obtenido. Pero los hijos desobedientes no recibirán este galardón, serán disciplinados y, finalmente, tendrán que terminar sus estudios. Los padres nunca desistirán hasta que sus hijos terminen sus estudios y se gradúen. El director de la escuela celestial es muy paciente. Él esperará hasta que todos los estudiantes de Su escuela se gradúen y sean edificados como la Nueva Jerusalén. Todo creyente debe llegar a la Nueva Jerusalén, que es la meta final de Dios.
Ahora podemos entender claramente en qué consiste el galardón y el castigo. La salvación de Dios tiene una meta, a la cual todos debemos llegar. La mayoría de los cristianos no ven la meta que Dios ha dispuesto en Su salvación. Pero por Su misericordia, la visión y revelación de la meta de la salvación nos ha sido presentada muy claramente. Todos debemos llegar a este altísimo logro, a la meta que es el galardón que Dios tiene preparado para Sus fieles seguidores. Si no somos fieles para con Dios, no llegaremos a Su meta en la era venidera y seremos castigados y disciplinados para que alcancemos dicha meta. Para aquellos que lleguen a la meta de esta manera, esto no será un galardón. Cuánto debemos agradecer al Señor por Su sabiduría al hacer de la meta de Su salvación sea un galardón. Esto es un gran incentivo para que sigamos al Señor. Que todos podamos seguirle a Él de tal forma que seamos conducidos a la meta de Dios, y dicha meta llegue a ser nuestro galardón.