Mensaje 50
En este mensaje hablaremos sobre la carrera cristiana. La vida cristiana es una carrera. Después de ser salvos, todos los cristianos deben correr la carrera para ganar el premio (1 Co. 9:24), no una salvación en un sentido general (Ef. 2:8; 1 Co. 3:15), sino un galardón en un sentido especial (He. 10:35; 1 Co. 3:14). El apóstol Pablo, quien corrió la carrera y ganó el premio, fue prácticamente el único que comparó la vida cristiana con una carrera. En el libro de Hebreos él exhortó a los creyentes hebreos a correr esta carrera, diciéndoles: “Corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (12:1).
Ahora haremos una pregunta difícil de contestar: ¿Qué representa esta carrera? No podemos decir que representa la perfección o la glorificación, ya que esto es la meta de dicha carrera. Tampoco representa la operación interna de la ley de vida, pues esto más bien corresponde al proceso de la carrera. La carrera ni siquiera significa perder el alma, ya que perder el alma denota la manera en que correremos la carrera y no la carrera misma. Para responder esta pregunta, debemos considerar las palabras del Señor en Juan 14:6: “Yo soy el camino”. Una carrera es un camino, un curso. Ya que Cristo es el camino, Él es también la carrera. La carrera que estamos corriendo es Cristo mismo. Nuestro camino es nuestra carrera. No son dos cosas distintas; no debemos pensar que el camino es una cosa y la carrera es otra. No; más bien, el camino por el que andamos es la carrera que estamos corriendo. De manera que, Cristo, quien es el camino, es también la carrera. A pesar de que llevo cuarenta años ministrando sobre este asunto de correr la carrera, nunca antes he estado tan seguro de que la carrera es Cristo mismo.
Siento una gran carga por que todos entendamos claramente cuál es el camino que Dios dispuso para nosotros. En el universo Dios ha preparado el camino único por el que debemos andar. Este camino no tiene principio ni fin; es infinito puesto que va de eternidad a eternidad. Desde Génesis 1 hasta Apocalipsis 22 existe un solo camino, a saber: Cristo. Antes de que Cristo se manifestara, Dios usó algunos tipos para mostrarnos que Cristo es el camino de Dios, de los cuales el más sorprendente es el tabernáculo. Como hemos visto, el tabernáculo se dividía en tres secciones: el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. En estas tres secciones vemos un solo camino, que empezaba en el altar, continuaba en el lavacro, la mesa de los panes de la proposición, el candelero y el altar del incienso, y finalmente, nos conducía hacia el interior del Arca, donde se encontraba la ley de vida. El camino que nos presenta el tabernáculo es un cuadro de Cristo como nuestro único camino. Como veremos más adelante, hay una razón por la que este camino es llamado una carrera.
Génesis 1 y 2 revelan que la intención de Dios era que el hombre, quien había sido creado a Su imagen, estuviera en Su camino. Según 2 Corintios 4:4 y Colosenses 1:15, Cristo es la imagen de Dios. Por tanto, el hecho de que el hombre fuera creado a la imagen de Dios significaba que había sido hecho conforme a Cristo. El hombre fue creado conforme a Cristo para que pudiera estar en el camino de Dios, el cual es Cristo. En Génesis 2 vemos que el hombre fue puesto frente al árbol de la vida, que representaba a Cristo mismo como nuestra vida. Por lo tanto, vemos que el hombre no sólo fue creado según Cristo, sino que además fue destinado para recibir a Cristo como su vida. Si el hombre hubiese hecho esto, inmediatamente habría estado en el camino de Dios. Sin embargo, poco después de la creación del hombre y antes de que el hombre escogiera el camino único de Dios, Satanás intervino para distraer al hombre del camino de Dios hacia otras cosas que no son Cristo. No obstante, Dios en Su misericordia vino a establecer el camino de la redención para que el hombre que había sido distraído pudiera ser traído de regreso al camino de Dios. Abel siguió este camino, pero Caín no. Aunque Abel regresó al camino de Dios, Caín fue distraído aún más por Satanás, y nunca volvió al camino original de Dios. Más adelante, Dios mandó a los hijos de Israel que erigieran el tabernáculo. El tabernáculo nos muestra un camino muy definido por el cual los pecadores podían entrar en la realidad de lo que Dios es. Cuando Dios llamó a los hijos de Israel, todos ellos eran pecadores que se encontraban distraídos del camino de Dios. Pero, Dios les mostró el tabernáculo en el cual había un camino que comenzaba en el altar localizado en el atrio y llegaba a un punto de consumación en el Lugar Santísimo: disfrutar del elemento de Dios, esto es, la ley de vida. En este camino, lo único que vemos son aspectos de Cristo; por ende, el camino que conduce al hombre hacia Dios es Cristo mismo.
Sin embargo, el judaísmo, la religión judía, utilizó incorrectamente el tabernáculo y todo lo revelado en el Antiguo Testamento, e hizo de ello una religión. Así, la religión, que fue constituida según la santa palabra de Dios, terminó distrayendo al pueblo del camino de Dios. Tanto el tabernáculo como el templo habían sido construidos con el propósito de mostrar al pueblo de Dios el camino por el cual ellos podían llegar a Dios y entrar en Él. Cuando el Señor Jesús vino, los sacerdotes adoraban a Dios en el templo, ofrecían sacrificios sobre el altar, preparaban el candelero, ofrecían los panes de la proposición y quemaban el incienso. Todo eso lo hacían con el propósito de tener contacto con Dios. Pero el Señor Jesús fue a la casa de Simón el leproso en Betania donde disfrutaba de la comunión con los hermanos y hermanas de aquella casa. Así que, mientras los sacerdotes adoraban a Dios en el templo, Dios estaba en la casa de Simón en Betania. En otras palabras, el camino no estaba en el templo; más bien, el camino, quien es Cristo, estaba en aquella casa de Betania. De manera que la adoración y el servicio que Dios dispuso para mostrar el camino a fin de alcanzar a Dios, fueron utilizados por Satanás para distraer al pueblo de Cristo, el camino único de Dios.
Veamos el ejemplo de Saulo de Tarso, quien promovía celosamente la religión judía. Cuando él se enteró de que algunos de sus compatriotas, tales como Pedro, Juan y Esteban, no seguían esta religión, fue motivado a oponérseles. En aquel tiempo, el camino ya se había convertido en una carrera, y Pedro, Juan, Esteban, y todos los demás creyentes estaban corriendo en ella. Un día, mientras Saulo de Tarso corría al margen de este camino, tratando de estorbar a los que avanzaban por el camino, el Señor Jesús se le apareció, lo derribó y lo puso en este camino (Hch. 9:1-6). Yo creo que una vez que Pablo estaba en Cristo y empezó a andar por este camino, él debió haber considerado su pasado religioso y todas las distracciones que se hallan en este camino. Seguramente pensó en que era hebreo por nacimiento y circuncidado al octavo día, y se preguntó si debía renunciar a todo su pasado. Finalmente, comprendió que tenía que olvidarse de que era un hebreo, y que no solamente debía andar por este nuevo camino, sino que debía correr la carrera. Por lo general, cuando uno va en una autopista, conduce rápidamente a menos que esté buscando una salida. En tal caso, uno disminuye la velocidad. De manera que Saulo empezó a acelerar, y su nombre fue cambiado a Pablo. Debido a que comenzó a correr, el camino se convirtió en una carrera.
Ahora que usted está en el recobro del Señor, ¿está simplemente andando por el camino o corriendo la carrera? Si solamente vamos andando, tarde o temprano nos saldremos del camino. En otras palabras, si andamos lenta y pausadamente, nos distraeremos y terminaremos yéndonos por otro camino. Pero si corremos la carrera, sin detenernos a mirar a nuestro alrededor y sin quitar nuestra mirada de la meta, no seremos distraídos. Pablo estaba muy motivado a proseguir y correr la carrera; él no perdía el tiempo mirando a su alrededor ni considerando nada. Aunque tal vez Pablo nunca titubeó, como un creyente hebreo típico, sí debió haber considerado su pasado. Creo que después de que el Señor lo derribó a tierra, mientras iba camino a Damasco, él debió haber recordado su vida en la religión judía. Seguramente pensó: “Yo contaba con muchas cosas buenas. ¿Acaso el templo es falso? ¿Qué tiene de malo el sacerdocio? ¿No fueron ambos ordenados por Dios mismo?”. Si Pablo no hubiera considerado su pasado religioso, no habría podido escribir tan claramente Gálatas 1 o Filipenses 3, ni tampoco el libro de Hebreos. Si él no hubiese sido un típico creyente hebreo que pasó por todas estas cosas, no habría podido ayudar a los creyentes hebreos, quienes se hallaban vacilando. Pero él había estado en la misma situación que ellos; había padecido de la misma enfermedad, y ahora era un paciente experimentado. Hay un proverbio que dice que todo paciente experimentado llega a ser un buen doctor. Como veremos más adelante, Pablo era un doctor capaz de curar a los que estaban en peligro de quedar lisiados. Él mismo había estado antes en el mismo peligro, pero había sido sanado. Como resultado, él sabía cuál era el remedio para los vacilantes creyentes hebreos y podía darles la medicina que necesitaban. En el libro de Hebreos, Pablo les suministró la mejor medicina a los que estaban lisiados, para que pudieran reintegrarse a correr la carrera.
La intención de Dios es introducirnos en Cristo y forjar a Cristo en nuestro ser; Él quiere hacer de Cristo el prototipo y que todos nosotros seamos la reproducción de este prototipo. Como hemos visto, esto dará por resultado nuestra perfección y glorificación. Cuando se escribió el libro de Hebreos, muchos creyentes hebreos estaban considerando su pasado; en lugar de correr estaban caminando, e incluso algunos ya se habían detenido por completo. Estaban en peligro de ser distraídos por el templo, el sacerdocio y las ofrendas, y corrían el peligro de estancarse o de retroceder al judaísmo, en lugar de avanzar al Lugar Santísimo. En otras palabras, estaban en peligro de desviarse de la meta de Dios y de seguir algo que el enemigo estaba usando para distraerlos del camino de Dios. Así que, el escritor de esta epístola, después de presentarles a los creyentes hebreos una clara visión del camino en los primeros once capítulos, pareció decirles: “Corramos la carrera. No os detengáis, ni miréis atrás ni a vuestro alrededor. Os insto no sólo a que andéis sino a que corráis”. No solamente debemos rechazar el pensamiento de abandonar a Cristo y regresar al judaísmo, sino también el hecho de detenernos y quedarnos inmóviles en Cristo. Ni siquiera andar en Cristo es adecuado. Tenemos que correr la carrera. No pierda su tiempo considerando o mirando lo que está a su alrededor; tampoco se detenga ni camine lentamente. Es preciso que corra la carrera. Creo que ahora ya todos entendemos claramente lo que significa esta carrera: es Cristo mismo como nuestro camino. Pero no debemos tomar este camino simplemente como un camino, sino como una carrera que tenemos que correr.
En el capítulo seis Pablo nos exhortó a huir. Debemos huir de todo y refugiarnos en el Lugar Santísimo, adonde Jesucristo, nuestro Precursor, entró detrás del velo. Esto es lo que significa correr la carrera.
Hebreos 12:1 dice: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante”. La palabra griega traducida “peso”, puede traducirse también como “estorbo”, “carga” o “impedimento”. Los que corren una carrera se despojan de todo peso innecesario, es decir, de toda carga que estorbe, para que nada les impida ganar la carrera. Observemos que aquí Pablo dijo “despojémonos” y no “despojaos”, lo cual indica que él también se incluía en este asunto.
El versículo 1 habla acerca del “pecado que tan fácilmente nos enreda”. Aquí el pecado se refiere principalmente a lo que nos enreda y nos impide correr la carrera, tal como el pecado voluntario mencionado en 10:26 que podría impedir que los creyentes hebreos siguieran el camino del nuevo pacto en la economía de Dios. Tanto el peso que estorba como el pecado que enreda habrían estorbado a los creyentes hebreos y les habrían impedido correr la carrera celestial en el camino del nuevo pacto, que consiste en seguir a Jesús, quien fue rechazado por el judaísmo. La idea de retroceder y regresar al judaísmo era un pecado que enredaba a los vacilantes creyentes hebreos. El pecado mencionado en este versículo es particular y único, ya que Pablo empleó el artículo definido en la expresión “del pecado”. Este pecado único, el cual nos enreda, era el pecado de dejar de congregarse con los santos, el pecado de abandonar el camino del nuevo pacto para regresar al judaísmo.
Puesto que existe mucha oposición en esta carrera, tenemos que correrla con perseverancia (12:1). Esto significa que para correr la carrera de Cristo, debemos sufrir la oposición con perseverancia, sin cansarnos ni desanimarnos.
En el versículo 2 Pablo exhortó a los creyentes hebreos a poner los ojos en Jesús, el Autor y Perfeccionador de la fe. La palabra griega traducida “puestos los ojos”, denota mirar fijamente apartando la mirada de cualquier otro objeto. Los que corren en una carrera, como por ejemplo en el esprint de cien metros, se olvidan de todo lo demás, y fijan su mirada únicamente en la meta. Así que en este versículo, era como si Pablo les estuviera diciendo: “Hermanos hebreos, no os detengáis a mirar ni a considerar nada de lo que os rodea. Debéis apartar la mirada de todo lo que no sea Cristo, y poner la mirada sólo en Él. Es así como debéis correr la carrera”. Los creyentes hebreos tenían que volver la mirada de todas las cosas de su ambiente, de su antigua religión, o sea, el judaísmo, y su persecución, y de todas las cosas terrenales, para poner los ojos en Jesús, quien ahora está sentado a la diestra del trono de Dios en los cielos.
Pablo les dijo a los creyentes hebreos que pusieran los ojos “en Jesús, el Autor y Perfeccionador de nuestra fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. A partir de 1:3 este libro nos dirige continuamente al Cristo sentado en el cielo. Pablo, en todas sus otras epístolas, nos presenta principalmente al Cristo que mora en nuestro espíritu (Ro. 8:10; 2 Ti. 4:22) como el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) para ser nuestra vida y nuestro todo. Sin embargo, en este libro Pablo nos dirige particularmente al Cristo que se ha sentado en los cielos, y que tiene tantos aspectos que nos puede cuidar en todo. En las demás epístolas de Pablo, el Cristo que mora en nosotros está en contraste con la carne, el yo y el hombre natural. En este libro el Cristo celestial está en contraste con la religión terrenal y con todas las cosas terrenales. Para experimentar al Cristo que mora en nosotros, necesitamos volvernos a nuestro espíritu y tocarle. Para disfrutar al Cristo celestial, necesitamos apartar nuestra mirada de todo lo terrenal y contemplarlo sólo a Él, quien está sentado a la diestra del trono de Dios. Por medio de Su muerte y resurrección, logró todo lo que era necesario para Dios y el hombre. Ahora en Su ascensión está sentado en los cielos, en la persona del Hijo de Dios (1:5) y del Hijo del Hombre (2:6), en la persona de Dios (1:8) y del hombre (2:6), como el designado Heredero de todas las cosas (1:2), el Ungido de Dios (1:9), el Autor de nuestra salvación (2:10), el Santificador (2:11), el Socorro constante (2:18), el Apóstol enviado por Dios (3:1), el Sumo Sacerdote (2:17; 4:14; 7:26), el Ministro del verdadero tabernáculo (8:2) que tiene un ministerio más excelente (8:6), el fiador y Mediador de un mejor pacto (7:22; 8:6; 12:24), el Albacea del nuevo testamento (9:16-17), el Precursor (6:20), el Autor y Perfeccionador de la fe (12:2) y el gran Pastor de las ovejas (13:20). Si ponemos los ojos en Él, en Aquel que es todo-inclusivo y maravilloso, Él nos ministrará los cielos, la vida y la fortaleza, impartiéndonos e infundiéndonos todo lo que Él es, para que podamos correr la carrera celestial y vivir la vida celestial en la tierra. De esta manera nos llevará por todo el camino de la vida y nos guiará y nos llevará a la gloria (2:10).
El Jesús maravilloso, quien está entronizado en los cielos y coronado con gloria y honor (2:9), es la mayor atracción que existe en el universo. Él es como un enorme imán, que atrae a todos los que le buscan. Al ser atraídos por Su belleza encantadora, dejamos de mirar todo lo que no sea Él. Si no tuviéramos un objeto tan atractivo, ¿cómo podríamos dejar de mirar tantas cosas que nos distraen en esta tierra?
El versículo 3 dice: “Considerad a Aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra Sí mismo, para que no os canséis ni desfallezcan vuestras almas”. Este breve versículo nos remite a los cuatro evangelios, donde vemos cómo Cristo sufrió tal contradicción de pecadores. La palabra “pecadores” aquí se refiere específicamente a todos los religiosos, judaizantes, sacerdotes, escribas y ancianos del pueblo. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, tuvo que confrontar a todos estos opositores, quienes hacían todo lo posible por estorbarle e impedirle seguir el camino del nuevo pacto de Dios. Con todo, nada pudo detenerlo; pese a toda la oposición, Él abrió el camino al sufrir la muerte de cruz.
El versículo 4 dice: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. Aquí el pecado debe de referirse a algo que es maligno ante Dios, lo cual estorba a los creyentes y les impide seguir el camino del nuevo pacto, por lo cual es necesario resistirlo, incluso hasta la sangre.
Ya que la formación de Pablo era exactamente la misma que la de los creyentes hebreos, él podía servir de ejemplo respecto a cómo había que correr la carrera. En Gálatas 2:2 y 1 Corintios 9:26-27 vemos la manera en que él empezó a correr la carrera. En Filipenses 3:5-8 y 12-14 vemos que él aún proseguía, corriendo la carrera. En Filipenses 3 vemos que Pablo era un típico creyente hebreo que corría la carrera, muy lejos de la antigua religión judía. En 2 Timoteo 4:7 y 8, escrito poco antes de su martirio, él declaró que había acabado la carrera.
Mientras Pablo aún corría la carrera, dijo: “Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado” (1 Co. 9:27). Si bien es cierto que una persona salva jamás puede perecer, sí puede ser reprobada. Ser reprobado significa fracasar en la carrera y perder la oportunidad de llegar a la meta. Pablo temía ser reprobado. La palabra griega traducida “reprobado” también significa descalificado o rechazado. Pablo parecía estar diciendo a los creyentes hebreos: “Hermanos hebreos, debéis tener cuidado. Aunque hayáis sido salvos, aún es posible que seáis reprobados o descalificados”. Este concepto concuerda con la noción de llegar a la meta o recibir un premio como recompensa. De manera que es posible que un corredor sea reprobado y no obtenga el galardón. Por consiguiente, Pablo, en Hebreos 12, estaba advirtiendo y animando a los hermanos hebreos, al proveerles un gran incentivo para correr la carrera. Nosotros, al igual que ellos, no sólo debemos andar por este camino, sino también debemos correr la carrera.