Mensaje 55
Aparentemente el libro de Hebreos no dice nada acerca de la iglesia; pero en realidad, el objetivo absoluto de este libro es la iglesia, puesto que ella da consumación a la economía de Dios. En He. 2 vemos claramente que el Cristo resucitado con Su humanidad elevada está dedicado a la iglesia. De acuerdo con 2:12, después de Su resurrección, Cristo volvió a Sus hermanos y en medio de la iglesia cantó himnos de alabanzas al Padre. En este versículo la iglesia se menciona clara y definidamente, y de una manera muy profunda. En esto podemos ver que Hebreos no es solamente un libro que nos habla de Cristo; más bien, es un libro acerca de Cristo para la iglesia.
Hebreos 10:25 nos dice que no debemos dejar de congregarnos. Como hemos mencionado antes, si los creyentes hebreos dejaban de congregarse con los santos, eso quería decir que estaban abandonando el camino del nuevo pacto. En tiempos antiguos, cada vez que los creyentes se congregaban, aquella asamblea era la iglesia práctica y verdadera.
Como hemos visto, en 12:18-24 vemos un contraste entre el cuadro del antiguo pacto y la escena del nuevo pacto. En la escena del nuevo pacto vemos el monte de Sión, la santa ciudad de Dios, las miríadas de ángeles que aclaman y festejan, y la iglesia de los primogénitos. La iglesia es la figura central de esta escena. Después de mencionar la iglesia tenemos al Dios que justifica, los espíritus justificados de los santos de la antigüedad, y a Jesús, el Mediador de un mejor pacto y Su sangre preciosa que habla mejor que la de Abel. Esto nos permite ver que la iglesia es el enfoque de la escena del nuevo pacto.
Ahora en este mensaje llegamos al capítulo trece. Aunque la palabra iglesia no se encuentra en este capítulo, el capítulo entero tiene que ver con la vida de iglesia. Las experiencias que tenemos de Cristo (vs. 8-15) y las diez virtudes prácticas (vs. 1-7, 16-19) que nos son presentadas aquí tienen como objetivo la iglesia. Casi todo lo que se menciona en los versículos 1-7 y 16-19, tal como el amor fraternal y la hospitalidad, tiene como objetivo la vida de iglesia, y no solamente la vida cristiana. Por consiguiente, para tener una vida apropiada de iglesia, requerimos de estas diez virtudes. Ahora examinemos cada una de ellas.
El versículo 1 dice: “Permanezca el amor fraternal”. Nadie puede negar que el amor fraternal tiene como objetivo la vida de iglesia. Si no estuviéramos en la vida de iglesia no necesitaríamos del amor fraternal, ya que, al estar alejados unos de otros, no tendríamos necesidad de amarnos. Pero, puesto que hemos sido reunidos, requerimos que el amor fraternal perdure.
Toda iglesia local pasa primero por un período de luna de miel. Yo creo que todas las iglesias de Estados Unidos y Canadá han tenido su luna de miel. Después de su luna de miel, los recién casados por lo general experimentan algún choque. Así que, para seguir adelante, ellos necesitan del amor matrimonial. En la vida de iglesia requerimos del amor fraternal, y en nuestras familias necesitamos del amor matrimonial.
En 1 Corintios 13:13 dice: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor”. Según este versículo, el amor es la mayor virtud. Éste es también el camino más excelente (1 Co. 12:31). El camino más excelente no son los dones ni las enseñanzas, sino el amor. El amor es el camino más excelente porque es la expresión de la vida (1 Co. 13:1). El amor no es otra cosa que la vida manifestada en otra forma. En 1 Corintios 8:1 Pablo dijo: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica”. Si hemos de ser edificados juntos, es indispensable el amor fraternal.
El versículo 2 dice: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”. ¡Cuánto necesitamos de la hospitalidad en la vida de iglesia en el recobro del Señor hoy en día! Nadie podría determinar cuánto la hospitalidad ha edificado el testimonio del Señor desde que comenzó el recobro en este país. La hospitalidad verdaderamente edifica, pues suministra sangre nueva a la comunión del Cuerpo. ¡Cuánto agradecemos al Señor por esto! Romanos 12:13 nos anima a practicar la hospitalidad, y 1 Timoteo 3:2, Tito 1:8 y 1 Pedro 4:9 nos exhorta a ser hospitalarios. Entre nosotros el amor fraternal debe permanecer y la hospitalidad no debe olvidarse.
El versículo 3 dice: “Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también vosotros mismos estáis en el cuerpo”. Recordar a los miembros que sufren indudablemente está relacionado con la vida de iglesia. Si recordamos a los miembros que sufren, eso significa que estamos viviendo en el Cuerpo y que somos sensibles al Cuerpo. Cuando algún miembro padece, todos los demás miembros se duelen con él (1 Co. 12:26). Ésta es la vida del Cuerpo. Por ende, acordarnos de los que sufren es una de nuestras funciones en el Cuerpo, esto es, en la vida de iglesia.
El versículo 4 dice: “Honroso sea entre todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; porque a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios”. Aparentemente esto no tiene relación alguna con la vida de iglesia. Sin embargo, el matrimonio es un factor muy importante en la vida de iglesia. Si una iglesia ha de estar saludable o ha de perder su elemento y esencia, eso depende en gran parte de la vida matrimonial. No debemos pensar que el asunto del matrimonio sea insignificante. Debemos darle la debida honra. Esto quiere decir que debemos saber poseer nuestro cuerpo, nuestro vaso, en santificación y honor (1 Ts. 4:3-4), de modo “que ninguno se propase y tome ventaja de su hermano en este asunto” (1 Ts. 4:6). En la vida de iglesia, los hermanos y las hermanas deben relacionarse entre sí en una manera santa. De esta manera demostramos que honramos nuestro matrimonio así como el de los demás. Honrar el matrimonio significa poseer nuestro cuerpo en santificación y honor y huir de la fornicación.
En la vida de la iglesia, el contacto entre hermanos y hermanas es inevitable. Por lo tanto, para ser protegidos y no caer en contaminación, debemos tener el matrimonio en honor y no conducirnos de una manera liviana. Esto es un asunto que afecta seriamente nuestra primogenitura en la economía de Dios. Rubén perdió su primogenitura debido a su contaminación (Gn. 49:3-4; 1 Cr. 5:1), y José la recibió por causa de su pureza (1 Cr. 5:1; Gn. 39:7-12). Dios juzgará a los fornicarios y a los adúlteros, y la iglesia también debe juzgarlos (1 Co. 5:1-2, 11-13). Este asunto es lo que más perjudica a los santos y la vida de la iglesia.
El versículo 4 dice que Dios juzgará a los fornicarios y a los adúlteros. Hebreos es un libro que trata de la santidad de Dios. El Dios santo no tolerará ninguna contaminación entre nosotros. Él juzgará a Su pueblo (10:30; 12:23).
El versículo 5 dice: “Sea vuestra conducta sin amor al dinero, satisfechos con lo que tenéis ahora”. Indudablemente, los que aman el dinero no pueden entrar en la realidad de la vida de la iglesia. Todo aquel que ama el dinero es un Judas, un traidor, que traiciona al Señor, el testimonio del Señor y la vida de iglesia. Es imposible que tal persona lleve la vida de iglesia.
El versículo 5 también nos dice que debemos estar satisfechos con nuestras circunstancias, porque el Señor ha dicho: “No te desampararé, ni te dejaré”. Debemos estar satisfechos con lo que tenemos y con nuestras circunstancias, sabiendo que tenemos al Señor y que podemos confiar en Él para nuestro sustento. Siempre debemos estar satisfechos con lo que tenemos para que las riquezas no nos distraigan de la vida de iglesia. Puesto que el Señor es nuestro Ayudador, debemos estar contentos y en paz para ser guardados completamente en el disfrute de la vida de iglesia.
Por la misericordia y la gracia del Señor, yo, siendo ya anciano, puedo dar un testimonio muy firme a los jóvenes. Puedo asegurarles que no tienen por qué preocuparse por su subsistencia. Dios es nuestro Padre, y Él sabe lo que necesitamos. Aún recuerdo el día en que el Señor me obligó a dejar mi trabajo para servirle en Su ministerio. Estuve luchando con el Señor al respecto por casi tres semanas. En el último día, el 23 de agosto de 1933, acudí al Señor a la medianoche. Antes de ese momento, el Señor me había hablado sobre Mateo 6:33, donde dice que si buscamos el reino de Dios y Su justicia, Él nos añadirá todo lo que necesitemos para nuestra vida diaria. Esa noche fui al Señor para tener una comunión muy franca y sincera con Él respecto de si era Su voluntad que yo dejara mi trabajo para servir tiempo completo en el ministerio. Pero Él ni siquiera me dio tiempo para orar, sino que me reprendió diciéndome que ya me había hablado en Mateo 6. Me dijo: “Si crees a Mi palabra, entonces recíbela. Pero si no la crees, entonces no tengo nada más que decirte”. De repente, sentí que el Señor me había dejado y que Su presencia se había ido. Así que, no pude orar más. Ni siquiera pude concluir: “En el nombre del Señor Jesús, Amén”. Mientras estaba allí arrodillado, lloré y dije: “Está bien, Señor, acepto Tu palabra”. Desde ese día hasta hoy nunca me ha faltado nada. El Señor sabe lo que necesitamos. Podemos tener paz para sacrificarlo todo por el Señor y por la vida de iglesia, sin preocuparnos por nuestro sustento. Mientras entremos hasta dentro del velo y salgamos fuera del campamento, el Señor se ocupará de nuestras necesidades. Él es nuestro Ayudador y nunca nos abandonará. Nuestra responsabilidad es vivir en el Lugar Santísimo. Nuestra vida está en Él, y nuestro vivir está en Sus manos. ¡Alabémosle por ser tan viviente y real!
El versículo 7 dice: “Acordaos de vuestros guías, que os hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imitad su fe”. Esto es esencial en la vida de iglesia. El versículo 7 es la continuación de los versículos 5 y 6. La palabra conducta debe de referirse a la vida y al comportamiento que los ministros de la palabra de Dios procuraban llevar, en la cual ellos no amaban el dinero y estaban satisfechos con lo que tenían. “Su fe” debe de referirse al hecho de que confiaban en que el Señor, su Ayudador, los sustentaría. La palabra que ministraban y la vida que llevaban, debieron de haber sido únicamente Cristo, y su fe debió de haber sido la fe en Cristo, de la cual Cristo es el Autor y Perfeccionador (12:2). Tal conducta y tal fe eran indudablemente dignas de ser imitadas por los creyentes.
Los ministros de la palabra de Dios deben tener una conducta que sea un ejemplo de fe, la cual pueden imitar los miembros de la iglesia, los que reciben la palabra de Dios. Luego los miembros de la iglesia no solamente recibirán la palabra que los ministros compartan, sino que también imitarán la fe de éstos, la cual se expresa en su conducta. Su conducta es una que refleja confianza en el Señor para todas sus necesidades. ¡Cuán diferente es esto de la manera en que vive la gente del mundo! A medida que los creyentes consideren el resultado de la conducta de aquellos que les han ministrado la palabra de Dios, serán influenciados y motivados a imitar su fe en Dios.
El versículo 16 dice: “Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios”. Este versículo habla de hacer bien. Éste no es el bien del bien y el mal, sino el bien en lo que se refiere a la economía de Dios. Hacer bien en conformidad con la economía de Dios, lo cual es un sacrificio agradable a Dios, es algo que resulta de la obra que Dios realiza en nosotros (Ef. 2:10; Fil. 2:13), es decir, de la operación de la ley de vida. Nuestro hacer bien de manera exterior debe ser hecho en conformidad con el trabajo interno que ejecuta la ley de vida.
El versículo 16 también habla de la ayuda mutua, o de compartir con otros. Esto es necesario para tener una vida apropiada de iglesia. Sería verdaderamente impropio que en la iglesia a algunos santos necesitados no se les cuidara bien ni se les ministrara. Esto significaría que no hay comunión con los demás o que es inadecuada. Compartir con otros es también un sacrificio agradable a Dios, pues suple la carencia de los santos necesitados para que haya igualdad (2 Co. 8:14-15). Quienes tienen más de lo que necesitan deben ayudar a aquellos que tienen menos de lo que necesitan. Cuando los que tienen más compartan sus bienes con los que tienen menos, habrá igualdad entre nosotros. Esto es semejante a la manera en que los hijos de Israel recogían el maná en el desierto. En aquellos días, “al que recogió mucho, no le sobró, y al que poco, no le faltó” (2 Co. 8:15; Éx. 16:18). Como resultado, hubo igualdad entre los hijos de Israel.
El versículo 17 dice: “Obedeced a vuestros guías, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con gozo, y no quejándose, porque esto no es provechoso”. He escuchado de muchas personas, que se consideran espirituales, decir que mientras tengamos al Espíritu, todos somos guías y no necesitamos que nadie nos guíe. Tales personas dicen que no está bien que haya guías entre nosotros. Según ellas, tener líderes equivale a tener una organización, con una jerarquía y un papa. Pero, tenemos que ser equilibrados en este asunto. Agradecemos al Señor porque en Su recobro en los pasados cincuenta años siempre ha habido los guías apropiados entre las iglesias, que han ayudado a guardar la casa de Dios en buen orden.
En cada hogar, además de los padres, están los hermanos y hermanas mayores. Imaginémonos a una familia que tiene seis hijos. Espontáneamente, cada uno de ellos sabe cuál es el lugar que le corresponde. Cuando el hermano mayor habla, todos los demás le escuchan. Pero si el tercer hermano pretende ser el mayor de todos, todos los demás se negarán a escucharlo. Asimismo, para mantener un buen orden en la casa de Dios, debemos tener guías, y todos los santos deben obedecerles y sujetarse a ellos. Esto es necesario por causa de la edificación de la iglesia.
Sin embargo, el asunto del liderazgo no debe ser tan formal. Por ejemplo, en una familia no es necesario que el hermano mayor diga: “Yo soy el hijo mayor, y todos deben entender que soy el líder entre los hijos de esta familia. Ya que ésta es mi posición, yo soy la autoridad delegada por Dios”. Lamento que los líderes de muchos grupos cristianos hayan utilizado incorrectamente el libro Spiritual Authority [Autoridad espiritual] del hermano Nee. Ellos han usado este libro para edificar su propio imperio, y han dicho: “Yo soy la autoridad espiritual aquí. De acuerdo con el libro de Watchman Nee, todos ustedes deben escucharme a mí”. Hace algún tiempo, vinieron tres jóvenes de cierto lugar a visitar a los ancianos de la iglesia en Anaheim. Ellos reprendieron a los ancianos, diciendo: “¿Son ustedes ancianos? No saben ejercer el cargo de anciano. Nosotros sí somos ancianos”. Estos jóvenes, ninguno de los cuales tenía más de veinticinco años, eran sólo niños que jugaban a ser ancianos, y que habían sido nombrados por alguien que se había proclamado a sí mismo rey. En realidad, no eran verdaderos ancianos, sino meros actores.
Si algún hermano es verdaderamente un anciano, todos lo reconocerán como tal, sin que él tenga que asumir ninguna autoridad. Si usted es el hijo mayor de una familia, todos sus demás hermanos reconocerán este hecho, sin que usted tenga que adoptar una actitud de autoridad. En lugar de ello, usted debe cuidar tiernamente a sus hermanos y hermanas menores. Del mismo modo, los ancianos de las iglesias no deben adoptar una actitud de autoridad, sino cuidar a los santos con ternura. Ancianos, olvídense de su autoridad. Por parte de los santos, ellos deben obedecerles y sujetarse a ustedes, pero, por parte de ustedes, no deben reasumir una posición de autoridad. Nada es más grotesco que adoptar una postura de autoridad. Simplemente debemos ser lo que somos sin presumir que somos algo. No obstante, en la casa de Dios y por el bien de la edificación del Cuerpo de Cristo, debemos conservar un hermoso orden entre nosotros.
Los versículo 18 y 19 dicen: “Orad por nosotros, porque estamos convencidos de tener buena conciencia, deseando conducirnos honorablemente en todo. Y más os exhorto a hacerlo así, para que yo os sea restituido más pronto”. Orar por los apóstoles es otro aspecto de la vida de la iglesia. Orar por los apóstoles no significa orar por ellos de una manera personal y privada, sino más bien orar por el ministerio y participar en el mover del Señor para que el propósito de Dios se cumpla. Doy gracias a Dios por las reuniones de oración de la iglesia en Anaheim. Cada semana dedicamos buen tiempo para orar por el mover del Señor en la tierra y por el cumplimiento de Su propósito.
Al considerar estas diez virtudes, nos damos cuenta que todas ellas son necesarias para la vida de iglesia y que deben ser practicadas entre nosotros.