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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Hebreos»
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Mensaje 62

LA VARA QUE REVERDECIÓ

(2)

  Como dijimos en el mensaje anterior, son muy pocos los cristianos que prestan la debida atención a la vara que reverdeció mencionada en Hebreos 9:4. Esto se debe a que la vara que reverdeció sólo se puede entender por medio de la experiencia. Aunque podamos entender los diferentes tipos del tabernáculo, es difícil conocer su verdadero significado si no hemos tenido las debidas experiencias. En lo que se refiere a las experiencias que tenemos del tabernáculo, los escritos y mensajes de distintos maestros cristianos se concentran principalmente en el altar del holocausto. Pero si buscamos ir más allá del altar y proseguir hacia el Lugar Santo, nos daremos cuenta de que no muchos han tenido verdaderas experiencias que correspondan a ese lugar. A esto se debe que al cabo de tanto tiempo, los tres elementos que contenía el Arca del Lugar Santísimo sigan siendo un misterio. De hecho, son muy pocos los que han hablado de ellos. ¿Ha llegado a oír alguna vez un mensaje acerca del maná escondido, de la vara que reverdeció o de las tablas de la ley, los cuales estaban dentro del Arca? Esta deficiencia se debe únicamente a la falta de experiencia.

LA VARA QUE REVERDECIÓ Y LA EDIFICACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS

  La vara que reverdeció está relacionada con la edificación del pueblo de Dios. Si sólo contáramos con Hebreos 9:4, no podríamos ver este hecho. Pero si estudiamos el pasaje del Antiguo Testamento, donde por primera vez se menciona la vara que reverdeció, nos daremos cuenta de que esto estaba relacionado con la edificación del pueblo de Dios. En el mensaje anterior hicimos notar que Dios, para cumplir Su propósito, requería de un pueblo que fuera una sola entidad corporativa. En el Antiguo Testamento, este pueblo lo conformaban los hijos de Israel. Ellos eran al menos unos cuantos millones en número y tenían que ser edificados como una sola entidad. Como nos lo muestra la historia de Israel, los hijos de Israel siempre fueron tratados como una sola entidad. La Biblia no nos dice que ellos fueron salvos individualmente. Más bien, nos muestra que fueron salvos corporativamente. Ellos celebraron la Pascua juntos como una entidad corporativa, y cruzaron el mar Rojo de la misma manera. Moisés no cruzó el mar Rojo solo y luego Aarón unos días mas tarde. Incluso mientras vagaron por el desierto lo hicieron como un solo hombre, y no como un grupo de individuos, cada cual siguiendo su propio camino. Aún más, en medio de ellos estaba el tabernáculo, la morada única de Dios. No había varios tabernáculos de Dios, uno de propiedad de Moisés y otro de propiedad de Aarón. Simplemente había un solo tabernáculo el cual, como la morada única de Dios, era el centro para la edificación del pueblo de Dios. Como hemos visto, para que tantas personas pudieran ser edificadas como una sola entidad, se necesitaba el liderazgo. La vara que reverdeció está relacionada con este liderazgo y, por ende, tiene como objetivo la edificación del pueblo de Dios.

  Coré, quien pertenecía a la tribu de Leví, la misma tribu a la que pertenecían Moisés y Aarón, se consideró igual a ellos. Coré posiblemente dijo: “Moisés y Aarón, vosotros sois hijos de Leví, y yo también. Por lo tanto, soy igual a ustedes”. Además de Coré, se mencionan también Datán y Abiram, que eran descendientes de Rubén, el hijo mayor de Jacob. Datán y Abiram probablemente pensaron que porque su tribu era la primera entre todas, ellos también deberían ser líderes. Estos tres hombres provocaron una gran rebelión. De acuerdo con Números 16:2, Coré, Datán y Abiram “se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta hombres de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, miembros del consejo, hombres de renombre”. Como vemos en Números 16, casi toda la congregación de Israel se rebeló contra Moisés y Aarón. Sin lugar a dudas, este caso de rebelión fue obra del enemigo para destruir la edificación del pueblo de Dios. Esto ciertamente impidió que los hijos de Israel pudieran avanzar hacia la meta de Dios. Menciono esto para mostrarles que la vara que reverdeció está relacionada con la edificación del pueblo de Dios.

  La mayoría de los cristianos que han leído Hebreos 9, pasan por alto la vara que reverdeció porque entre ellos no hay edificación alguna. Quisiera hacer una pregunta a los que han sido cristianos por muchos años: “¿Han escuchado alguna vez un mensaje que diga que lo que Dios necesita hoy es la edificación de Su pueblo?”. Ciertamente no se escucha nada de esto en el cristianismo de hoy. Debido a que la mayoría de los cristianos no prestan la debida atención a la edificación, no muestran ningún interés por la vara que reverdeció. La mayoría de ellos sólo habla de la espiritualidad, los dones, la conducta y del hablar en lenguas, pero ¿a quién le preocupa la edificación del pueblo de Dios? Si el pueblo de Dios no es edificado Dios no puede cumplir Su propósito. Dios desea obtener un pueblo que haya sido edificado hasta formar una sola y única entidad. Ya que Cristo es la Cabeza, Él requiere del Cuerpo, y no de muchos miembros aislados. Además, lo que Dios necesita es una casa, no un montón de materiales. Esto es lo que Dios busca hoy. Si no nos interesa esto, no tenemos base alguna ni reunimos los requisitos para entender el significado de la vara que reverdeció. Si a usted no le interesa en lo más mínimo el propósito eterno de Dios, sino más bien las cosas del mundo, todo lo que hemos venido hablando en este mensaje serán meramente vanas palabrerías para usted.

  Que el Señor tenga misericordia de nosotros y podamos ver que lo que Él está buscando hoy es la edificación. Lo que importa no es cuán espirituales o buenos seamos ni cuántos dones poseamos, sino si hemos sido verdaderamente edificados con el pueblo de Dios. Hoy en día hay mucha religiosidad y demasiados conceptos humanos, pero muy poca revelación divina. Si hemos de entender el significado de la vara que reverdeció, debemos tener una revelación celestial y divina acerca de la necesidad que Dios tiene hoy en día, a saber, que Su pueblo sea edificado. Lo que a Dios le interesa no es obtener un gran número de personas; Su mayor preocupación es si éstas han sido edificadas o no. Si estamos aquí por el propósito eterno de Dios, entonces debemos comprender que lo que Dios necesita hoy es la edificación.

  Examinemos el tabernáculo. En el altar no vemos ninguna edificación. Todo lo que vemos allí es el sacrificio por la redención. Aunque ciertamente es maravilloso, no es la meta de Dios; es sólo el principio, no el final. Como ya hemos visto, las experiencias del tabernáculo comienzan en el altar y concluyen en el Arca. En el interior del Arca encontramos tres cosas: el maná escondido, la vara que reverdeció y las tablas de la ley. Así que en el altar no vemos nada relacionado con la edificación. Tampoco vemos ninguna edificación en el lavacro. El lavamiento del Espíritu vivificante, el cual se experimenta en el lavacro, tiene como objetivo la edificación pero no es la edificación misma.

  Después del lavacro avanzamos a la mesa de los panes de la proposición, donde hay abundancia de alimento para nosotros. Pero comer no es un fin en sí mismo, pues también debe redundar en la edificación. El término maná escondido sólo aparece una vez en el Nuevo Testamento, en Apocalipsis 2:17, donde dice: “Al que venza, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca”. Este versículo muestra que al comer del maná escondido somos transformados en piedrecitas blancas. Comer del maná escondido nos transforma en piedras que Dios aprueba, y esta transformación tiene como fin la edificación de Dios. Finalmente, como dice Apocalipsis 3:12, los que comen son edificados hasta ser el templo de Dios. Esto nos muestra que el comer redunda en la edificación. Sin embargo, en la mesa de los panes de la proposición aún no vemos la edificación. Por consiguiente, no debemos detenernos allí, sino proseguir a nuestro destino.

  De la mesa de los panes de la proposición avanzamos hacia el candelero, y de allí al altar del incienso. En ninguno de estos dos muebles vemos la edificación. Luego entramos al Lugar Santísimo, nos acercamos al Arca y encontramos en su interior la vara que reverdeció. ¿Por qué no encontramos la vara que reverdeció en el altar del holocausto? Porque si estuviera en ese altar, jamás tendríamos la experiencia del Arca. Si usted entra al Lugar Santísimo y experimenta el Arca, descubrirá que dentro de ella se encuentra un elemento básico: la vara que reverdeció. Después debemos aprender el significado de la vara, el cual está relacionado con la edificación de Dios. Si usted realmente busca del Señor, debe comprender que la meta de Dios es conducirlo a la vara que reverdeció, la cual se encuentra dentro del Arca que está en el Lugar Santísimo.

  Como hemos visto, la vara que reverdeció nos muestra que el Cristo resucitado debe ser nuestra vida, nuestro vivir y la vida de resurrección en nosotros, y que esta vida debe reverdecer, florecer y producir almendras. ¿Está reverdeciendo el Cristo que mora en usted? No conteste que sí de forma doctrinal, sino conforme a su experiencia. ¿Está su Cristo reverdeciendo, floreciendo y llevando el fruto de la resurrección que son las almendras?

LA AMBICIÓN DE TENER UNA POSICIÓN

  Recientemente, un hermano testificó que lo habían asignado a un grupo de servicio. Cuando se enteró que lo habían puesto en ese grupo en particular, se preguntó si allí estaría en primer o en último lugar. Cuando supo que no era el encargado de ese grupo, se sintió un poco desanimado. Ese testimonio me mostró que aún entre nosotros ambicionamos una posición. A todos les gusta ser el primero. Y no sólo ambicionamos llegar a cierta posición sino incluso escalar a una posición más alta. Así que, en el servicio de la iglesia, el que se encuentra en segundo lugar lucha por subir al primer lugar. Asimismo, los que están en primer lugar, temen perder su posición como líderes. Cuando supe de esto, algo dentro de mí dijo: “¿Acaso crees que todos los santos que están en el recobro del Señor son tan espirituales que nos les interesa tener una posición ni ascender? ¿Piensas que ellos sólo aman al Señor y no ambicionan nada en particular? Si piensas así eres demasiado espiritual. Aquí no hay tanta espiritualidad”. Aun entre nosotros está presente la ambición de tener una posición y el deseo de ser promovidos.

EL JUICIO DE DIOS SOBRE LA REBELIÓN

  La ambición, además de no producir nada bueno, trae como consecuencia el juicio de Dios sobre nosotros. En el mensaje anterior dijimos que no debemos considerar a Moisés, Coré, Datán y Abiram como meros individuos, sino como distintos aspectos de un pueblo corporativo. Así mismo, no debemos pensar que somos solamente como Moisés. Yo no sabría decirle si usted es o no como Moisés, pero sí puedo asegurarle que Coré, Datán y Abiram están en usted. Todos tenemos estos elementos de rebeldía en nosotros, pues nacimos con ellos. Todos somos Corés por nacimiento; pero, por la gracia y misericordia de Dios, el verdadero elemento de Moisés está siendo forjado en nosotros. Si no fuera por Su misericordia y Su gracia, sólo seríamos como Coré. Si en Números 16 Coré, Datán y Abiram no hubiesen hecho nada, nada negativo habría sucedido. Pero como hemos visto, ellos fueron muy ambiciosos. Fue como si hubiesen dicho: “Moisés y Aarón, ¿acaso vosotros sois los únicos líderes? ¿No lo somos también nosotros?”. A causa de esto vino el juicio de Dios sobre ellos. La tierra se abrió y se tragó a Coré, a Datán y a Abiram (Nm. 16:31-33), y también vemos que “salió fuego de la presencia de Jehová, que consumió a los doscientos cincuenta hombres que ofrecían el incienso” (Nm. 16:35).

DOS SEÑALES

  Después de juzgar la rebelión, Dios ordenó que los incensarios de bronce de los doscientos cincuenta hombres que fueron consumidos por el fuego, fueran fundidos e hicieran con ellos planchas para cubrir el altar como “señal para los hijos de Israel” (Nm. 16:36-40). Las planchas de bronce que cubrían el altar llegaron a ser una señal del juicio de Dios sobre la rebelión. Esto nos muestra que el altar no es solamente un lugar donde experimentamos nuestra redención, sino también donde somos juzgados. En el altar el elemento natural que está en nosotros es juzgado, y ese juicio permanece como una señal, como un recordatorio y una muestra de que nuestra vida y elemento natural deben ser juzgados y consumidos.

  En Números 16 y 17 encontramos dos señales, una en el altar del holocausto y otra en el Arca. La señal que vemos en el altar se relaciona con el juicio del elemento natural (Nm. 16:38), y la señal que encontramos en el Arca alude a la resurrección de la vida resucitada (Nm. 17:10). En Números 17 Dios le dijo a Moisés que trajera doce varas muertas, una por cada una de las doce tribus, y que las dejara en Su presencia por una noche. El hecho de que las varas fueran trozos de madera inerte quería decir que los líderes de las doce tribus no eran más que trozos de madera seca y sin vida. A la mañana siguiente, sólo una de las doce varas había reverdecido, echado flores e incluso había producido almendras. Dicha vara no obtuvo vida por sí misma sino por la vida de resurrección. Esto indica primeramente que nuestro elemento natural debía ser juzgado y consumido. Nuestra ambición por obtener una posición y por ser promovidos debe ser consumida. Siempre que entremos en el tabernáculo, lo primero que debemos hacer es presentarnos ante el altar y ver allí la señal del juicio de Dios sobre nuestro elemento natural. Tanto nuestro pecado como nuestro elemento natural deben ser juzgados en el altar de bronce. Después de experimentar este juicio en el altar, podemos proseguir al lavacro, y luego a la mesa de los panes de la proposición, al candelero, al altar del incienso y finalmente podemos acercarnos al Arca, que está en el Lugar Santísimo. Allí, en el Arca, encontramos la vara que reverdeció. Ésta es la segunda señal.

  Así pues, la primera señal, las planchas de bronce que cubrían el altar, simboliza el hecho de que nuestro elemento natural debe ser juzgado y consumido. Este elemento negativo no tiene parte alguna en la edificación de Dios. En la edificación de Dios no tiene cabida ningún elemento natural. Si usted desea participar en el liderazgo, su Coré, Datán y Abiram naturales deben ser juzgados y consumidos, y ese juicio debe permanecer como un recordatorio para usted. Así, cada vez que usted participe en el servicio de Dios, inmediatamente verá dicho recordatorio sobre el altar. Si deseamos participar en el servicio de Dios, debemos comprender que nuestro elemento natural debe ser juzgado. Ya sea que usted procure ser el primero o el último, aún tiene que ser juzgado y consumido sobre el altar. De manera que lo primero que experimentamos en la edificación de Dios es Su juicio.

  Aunque usted ame al Señor y cuide de Su testimonio, dentro de su ser están presentes los elementos de Coré, Datán y Abiram. En ocasiones, tal vez el Señor le diga: “Este elemento natural debe ser juzgado. Tú me amas y cuidas de Mi testimonio, lo cual es maravilloso. Pero tu elemento natural tiene que ser juzgado y condenado”. Si esto no les ocurre cada mes, es posible que les ocurra cada seis meses. Cuanto más experimente esto, más resplandecerá el bronce sobre el altar, como un recordatorio de que su hombre natural debe ser juzgado. ¡Aleluya por estas dos señales! Una señal se halla en el altar, y la otra se halla en el Arca. En el Arca está la vara que reverdeció, la cual representa al Cristo resucitado que mora en nuestro espíritu. Esta vara que reverdeció es la autoridad.

  Supongamos que dos hermanos ambiciosos están contendiendo entre sí por el liderazgo, y que sólo uno de ellos ha pasado la por experiencia descrita en Números 16 y ha sido juzgado y consumido. El bronce sobre el altar le recuerda del juicio que Dios le infligió. Como resultado de esta experiencia, él posee la vara que reverdeció. En un sentido muy real, la vara que reverdeció procede del altar de bronce. De igual manera, la vida de resurrección proviene del juicio de Dios sobre nuestra vida natural. No obstante, el otro hermano que lucha en su contra, no ha experimentado el juicio sobre su hombre natural. Supongamos además, que el hermano que ha experimentado tanto el juicio del altar como la vara que reverdeció no sea alguien importante ni muy brillante, y que el otro hermano diga para sus adentros: “¿No soy yo más competente que él? Ciertamente lo soy. Sin embargo, todo lo que yo hago produce muerte. Es el resultado de una vara inerte. Yo no soy más que un palo seco, mientras que este hermano, que es menos capaz e inteligente que yo, pero reverdece, echa flores y produce almendras”. Si usted le presenta un caso al hermano que es natural, el resultado siempre será muerte, debido a que es una vara inerte, que lo único que hace es matar. En cambio, si usted presenta el mismo caso al hermano que posee la vara que reverdeció, el resultado será brotes nuevos, flores y fruto. Aun si una persona que está en muerte está con él por algún rato, será avivada. Como resultado, el hermano natural dirá: “No logro entender por qué todo lo que llega a mis manos en la vida de iglesia finalmente muere, mientras que todo lo que está en las manos de ese hermano se vuelve tan viviente. Dios no es justo”. Sin embargo, Dios es más que justo.

NO DEBE HABER COMPETENCIA EN EL SERVICIO DE LA IGLESIA

  En la vida de iglesia no debe haber competencia en el servicio. De hecho, la competencia de nada sirve, pues, cuanto más se esfuerce usted por ser el primero, menos apto lo será; de hecho, ni siquiera será apto para ser el último. Cuanto más usted compita, más permanecerá en su condición de muerte. No se trata de competir, sino de que seamos juzgados y de que nuestro yo junto con nuestra vida y elemento naturales sean consumidos. De este modo, en el altar habrá una señal que nos recordará que nuestra vida natural tiene que ser juzgada y eliminada. Muchos podemos testificar que cuando tratamos de competir con otros caímos en muerte. Cada vez que digamos: “¿Por qué Dios lo usa a él y no a mí?”, estaremos acabados. Cuanto más usted siga hablando de esta manera, menos lo usará Dios. Cuanto más luche usted por ser el primero, menos apto será para serlo. En los años pasados no he visto excepción a esta regla entre los hijos del Señor. Por consiguiente, todos debemos decir: “No hay nada bueno en mí; reconozco que en mi ser están Coré, Datán, Abiram, y muchos elementos naturales que deben ser juzgados en el altar de bronce”. Quienes estén dispuestos a ser juzgados, serán conducidos inmediatamente al Lugar Santísimo, y obtendrán la vara que reverdeció, es decir, la vida de resurrección. Cuando usted sea tal persona, no importa el caso que le presenten, aun si se trata de una situación de muerte, el resultado será la vida.

LA VARA QUE REVERDECIÓ ES LA FORMA EN QUE DIOS VINDICA

  Muchos grupos cristianos están descontentos con nosotros. Nos dicen: “¿Cómo se atreven ustedes a declarar que son la iglesia? ¿Acaso no somos nosotros también la iglesia?”. En realidad, lo que importa no es que digamos que somos la iglesia, sino que tengamos la vara que reverdeció. El hecho de que algunos nos aprecien o se opongan a nosotros no significa nada. Lo único que tiene valor es la vara que reverdeció. Si verdaderamente somos la iglesia en Anaheim, el testimonio del Señor en el condado de Orange, reverdeceremos, echaremos flores y produciremos almendras para alimentar a los demás con la vida de resurrección. Siempre que se han difundido rumores acerca de nosotros o se han publicado volantes en contra nuestra, he dicho a los hermanos que dichos rumores y volantes no significan nada, y que no debemos hacerles caso. Lo único que importa es si tenemos o no la vara que reverdeció. La vara que reverdeció es la manera en que Dios vindica a los Suyos. De las doce varas que fueron puestas delante del Señor, sólo una reverdeció, echó flores y produjo almendras. ¿Qué se podía argumentar en contra de este hecho? Sin embargo, a pesar de que la vara de Aarón reverdeció, los rebeldes aún no quedaron convencidos y siguieron murmurando. No piense que cuando se manifieste en este condado la vara que reverdeció, todos quedarán convencidos. Al contrario, cuanto más reverdezca nuestra vara, más murmuraciones habrá.

  Lo que nosotros necesitamos, y también lo que la iglesia necesita, es que la vara reverdezca. Las rivalidades, la ambición y el deseo de ser promovidos y de alcanzar cierta posición, no significan nada. De ahora en adelante, en el servicio de la iglesia no habrá número uno, número dos, ni ningún otro número. Todos somos el número nada. No habrá ninguna posición para nadie, debido a que no somos nada ni nadie. Todos debemos ser juzgados para que después todos podamos obtener la vara que reverdeció.

  Tener autoridad no es algo que depende de lo que hagamos o podamos hacer, sino de cuánto florecemos. Es posible que usted realice muchas obras, sin que experimente ningún florecimiento. En lugar de reverdecer, puede ser que se esté secando; en lugar de florecer, puede ser que esté matando a otros; y en lugar de llevar fruto, es posible que imparta muerte a aquellos con quienes usted tiene contacto. Esto demuestra que usted no tiene autoridad. Sin embargo, si usted tiene la vara que reverdeció y alguien que está en muerte tiene contacto con usted, él será avivado y vivificado. Esto comprobará que usted tiene autoridad. La autoridad no proviene de nuestra capacidad o habilidad. Lo que realmente nos vindica es nuestro florecimiento, no nuestras obras. Las obras no significan nada, lo único que tiene valor es que florezcamos. En nuestra vida de iglesia y en el servicio de la iglesia, todos debemos reverdecer, echar flores y llevar fruto. Ésta es nuestra necesidad actual.

LA MANERA DE OBTENER LA VARA QUE REVERDECIÓ

  Ahora llegamos a un asunto muy crucial: cómo obtener la vara que reverdeció. La vara que reverdeció es una experiencia que sigue al maná escondido. Esto significa que si disfrutamos del maná escondido, reverdeceremos, porque el resultado de disfrutar del maná escondido es la vara que reverdeció. Cuánto usted reverdezca en vida depende de cuánto coma del maná escondido. Todos debemos ejercitar nuestro espíritu para tener contacto con el Cristo escondido y disfrutar de la mejor porción del Cristo escondido en la naturaleza divina. Cuanto más disfrutemos del Cristo escondido como la porción más sublime que se halla en la naturaleza divina, más reverdecerá nuestra vara. No es necesario competir por una posición, ni preocuparnos por ninguna otra cosa. Simplemente disfrutemos del maná escondido, el cual nos nutrirá y nos hará florecer. Mientras estemos reverdeciendo, tendremos autoridad. Si usted reverdece, florece y produce almendras, los demás reconocerán su autoridad.

  La autoridad entre el pueblo de Dios hoy no depende de la capacidad o posición que tengamos, sino de que reverdezcamos, florezcamos y llevemos fruto. Olvidémonos de nuestro pasado en el que competíamos, procurábamos una posición y tratábamos de ser promovidos, y tengamos un nuevo inicio. Entre los que estamos en el recobro del Señor no debemos estar preocupados por nuestra posición. Lo único que debe interesarnos es disfrutar de la porción más excelente del Cristo escondido, a fin de que podamos florecer aun en medio de la noche oscura. Así, aunque la noche sea muy oscura, estaremos reverdeciendo, floreciendo y produciendo almendras para alimentar a los demás. Aquel que reverdece, florece y produce almendras ciertamente tiene autoridad entre el pueblo de Dios.

  El libro de Hebreos nos muestra que tenemos que experimentar a Cristo en el altar, en el lavacro, en la mesa de los panes de la proposición, en el candelero, en el altar del incienso y en el Arca que está en el Lugar Santísimo. Es en el Lugar Santísimo donde podemos disfrutar a Cristo en presencia de Dios. Este disfrute nos hace florecer, no con nuestra capacidad sino con la vida de resurrección. De esta manera, Dios puede ejercer Su autoridad para que Su pueblo sea edificado. Tengo la plena certeza de que esto es exactamente lo que Dios esta haciendo entre nosotros. Él nos está llevando a comprender que nuestro elemento natural necesita ser juzgado, y también nos está llevando a participar en la vida de resurrección, a fin de que podamos reverdecer, florecer y producir almendras.

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