Mensaje 64
La revelación divina contenida en el Nuevo Testamento gira en torno a la filiación. La filiación es el deseo que Dios tiene; y Él sólo puede satisfacer este deseo haciendo de Su Hijo el modelo o prototipo. Además, este prototipo debe ser forjado en nuestro ser. De manera que lo que está siendo forjado en nosotros no es meramente el Salvador o la vida divina, sino también el prototipo mismo de la filiación, a saber: el Hijo primogénito de Dios. Como ya hemos dicho, existe una gran diferencia entre el Hijo unigénito de Dios y el Hijo primogénito de Dios. El Hijo unigénito de Dios no contaba con humanidad; Él era divino, pero no humano. En cambio, el Hijo primogénito posee tanto divinidad como humanidad, pues no solamente es el Hijo de Dios, sino también el Hijo del Hombre. Es el Hijo del Hombre que fue introducido en la filiación mediante Su resurrección. Ahora este Hijo primogénito, constituido tanto de divinidad como de humanidad, ha sido forjado en nuestro ser.
Efesios 1:5 dice que fuimos predestinados para filiación. La filiación es nuestro destino. Nuestro destino no es solamente ser salvos. La salvación denota un proceso, es decir, no es la meta sino la manera de llegar a esa meta. La meta de Dios es la filiación. De manera que el perdón, la justificación, la salvación y la regeneración, los cuales provienen de Dios, tienen como objetivo la filiación. Dios nos perdonó, justificó, salvó y regeneró, a fin de que llegásemos a ser hijos Suyos.
La filiación tiene un punto de partida y una compleción. Ésta empieza con la regeneración y culmina en la glorificación. Entre la regeneración y la glorificación está el proceso de la santificación, la transformación, la conformación. Muchos cristianos han oído acerca de la santificación. Sin embargo, el concepto que predomina en el cristianismo acerca de la santificación es muy distinto del que la Biblia nos presenta. Aunque el vocabulario, la terminología, es la misma, el concepto detrás de ella es completamente diferente, debido a que el “diccionario” de la cristiandad de hoy difiere del “diccionario” de la Biblia. Según la palabra pura de la Biblia, la santificación implica el hecho de ser saturados con el elemento del prototipo. Cuanto más saturados somos del elemento del Hijo primogénito, quien es el prototipo, más nos apartamos del mundo para Dios. Es mediante la santificación que somos separados del mundo; no es por medio de enseñanzas y milagros, sino al ser empapados del elemento de la naturaleza divina y humana del prototipo.
Todo nuestro ser era como una mancha negra. Un día, el elemento maravilloso del prototipo entró en nuestro espíritu y lo santificó. ¿Pero qué podemos decir del resto de nuestro ser? Tenemos que reconocer que todavía sigue siendo muy oscuro. Aunque usted se considere una persona buena, moral, correcta e incluso “espiritual”, sigue siendo oscura. Tal vez sea tan oscura como una tumba. Aunque usted sea bueno o malo, justo o injusto, moral o inmoral, ético o no muy ético, “espiritual” o natural, su ser sigue siendo oscuro. Cuando otros tienen contacto con usted, pueden percibir su opacidad. Usted habita en el sombrío calabozo de su religión y moralidad, y nada es transparente con respecto a usted. Debido a que usted es una persona tan oscura y opaca, necesita ser santificado, es decir, necesita ser saturado del elemento maravilloso del prototipo. Cuanto más se logre difundir Cristo en usted, más será usted santificado y se apartará del mundo. En esto consiste la santificación.
La transformación está relacionada con la santificación. Cuanto más somos saturados del elemento de Cristo, más somos santificados, y cuanto más somos santificados, más somos transformados. En varias ocasiones hemos dicho que la transformación no denota un cambio externo, ni se trata de que seamos corregidos o enmendados. Más bien, la transformación implica un cambio metabólico interno, un cambio en cuanto a vida, naturaleza y forma. La santificación tiene como fin la transformación, y la transformación tiene como fin la conformación. Necesitamos ser transformados a fin de ser conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29). Por la misericordia del Señor, estamos en la vida apropiada de iglesia donde somos santificados, transformados y conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Esto es mucho más profundo y elevado que ser personas morales y correctas, o incluso personas “espirituales”. Algunas enseñanzas acerca de la llamada espiritualidad son pura vanidad. La verdadera espiritualidad es la conformación. Ser espirituales depende de que seamos conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Ningún esfuerzo, labor ni imitación humanos pueden producir esto. Esto únicamente lo puede producir el prototipo que mora en nosotros, es decir, el Hijo primogénito de Dios, quien es real y viviente, y opera automáticamente es nosotros. A medida que opera en nosotros por medio la ley de vida, Él nos unge continuamente desde nuestro interior.
Ya que somos hijos de Dios según la ley de vida y la unción, somos el pueblo de Dios. Dios es nuestro Dios de acuerdo con la ley de vida y según la unción. En la antigüedad, Dios llamó a Su pueblo, a los hijos de Israel, de entre los gentiles, y les dio la ley. Dios era su Dios y ellos eran Su pueblo según la ley de mandamientos externos. Mientras ellos cumplieran la ley, estarían bien con Dios. Pero, debido a que el pueblo se apartó de la ley, surgieron los profetas. Por lo tanto, el Antiguo Testamento se compone de la ley y los profetas.
La ley concuerda con la naturaleza inmutable de Dios. Tanto en el tiempo como por la eternidad, la naturaleza de Dios permanecerá igual. No obstante, aunque la ley no cambia, los profetas sí. Un profeta de Dios puede decirle a usted una cosa hoy, y mañana decirle algo completamente distinto. Si usted le consulta a un profeta si debe ir a cierto lugar, es posible que le diga que está bien que vaya; pero si le hace la misma pregunta mañana, tal vez le advierta que no debe ir. Dios es viviente. Como el Dios viviente que es, Él es la Persona más sublime, y como tal, tiene plena potestad para decirnos algo hoy, y decirnos todo lo contrario mañana. Es por eso que la palabra de un profeta puede cambiar. La ley está de acuerdo con la naturaleza de Dios, pero los profetas se rigen por las actividades de Dios, por Su mover. Dios quizás quiera que usted esté en cierto lugar hoy, y que mañana vaya a otro lugar. Pero la ley siempre es la misma para todos. Por ejemplo, la ley nos manda que honremos a nuestros padres. Dios nunca le diría que honre a sus padres hoy, y que los odie mañana. No, la ley permanece igual. En cambio si lee el Antiguo Testamento, descubrirá que los profetas difieren unos de otros. En la antigüedad, Dios era Dios para Su pueblo en conformidad con la ley y los profetas, y el pueblo de Dios era Su pueblo también en conformidad con la ley y los profetas.
¿Qué encontramos en el Nuevo Testamento que corresponde a la ley y los profetas del Antiguo Testamento? Lo que corresponde a la ley del Antiguo Testamento es la ley de vida, y lo que corresponde a los profetas es la unción. Hoy Dios es nuestro Dios de acuerdo con la ley de vida y conforme a la unción, y nosotros somos Su pueblo conforme a la ley interna de vida y de acuerdo con la unción. La ley interna de vida corresponde a la naturaleza de Dios, y la unción corresponde al mover de Dios. La ley de vida es siempre la misma. En cuanto a la ley de vida se refiere, se aplica igual tanto a usted como a los demás. Si usted piensa ir al cine en la noche, la ley interna se lo prohibirá. No sólo se lo prohibirá hoy, sino también mañana y cualquier otro día. Sin embargo, la unción puede cambiar. Es posible que hoy la unción no le permita ir a los almacenes comerciales, pero quizás mañana le diga que vaya. Así que, mientras que la ley de vida jamás le permitiría comprar una lámpara lujosa, es posible que la unción le permita o no le permita salir de compras. Aún más, es posible que la unción le permita a un hermano ir de compras, y a otro se lo prohíba. Esto nos muestra que la unción cambia. Si yo trato de juzgarlo a usted y condenarlo con mis palabras, la ley de vida siempre me dirá: “¡No hagas eso!”. Pero el hecho de que yo hable o no sobre del libro de Hebreos esta noche en la reunión, depende de la unción. Tal vez la unción me guíe a hablar esta noche sobre el libro de Hebreos por cuarenta y cinco minutos, y en la próxima reunión me diga: “No hables nada en esta reunión, más bien descansa”. Todos estos ejemplos nos muestran que la ley no cambia, mientras que la unción cambia constantemente. Es de acuerdo con esta ley y esta unción que somos el pueblo de Dios y que Dios es nuestro Dios. ¡Cuán diferente es esto de la religión! Nada de esto tiene que ver con ordenanzas, ritos, formalismos ni ninguna clase de control. Lo único que nos guía es la ley de vida y la unción.
Hace aproximadamente catorce años, me invitaron a la casa de un hermano judío en Nueva York. Él había sido educado como un típico judío ortodoxo. Me dijo que los judíos ortodoxos todo lo hacen basándose en algún versículo del Antiguo Testamento. Incluso cuando se van a acostar, acomodan sus zapatos de cierto modo siguiendo las instrucciones de algún versículo. Ellos son muy religiosos y en todo se apegan a las Escrituras. Tienen demasiados preceptos, pero carecen de la vida divina. Los judíos ortodoxos creen que ellos son el pueblo de Dios y que Dios es su Dios según su religión. Pero la realidad es que Dios está muy lejos de ellos. Él no es su Dios ni ellos son Su pueblo según la religiosidad de ellos. Sin embargo, hoy en día Dios es nuestro Dios de acuerdo con la ley de vida y según la unción.
Aunque tal vez entendamos estos asuntos desde una perspectiva doctrinal, es posible que no los comprendamos desde la perspectiva de la experiencia. En la vida de iglesia debiéramos vivir regidos por la ley de vida y movernos según la unción; sin embargo, en lugar de eso hemos caído en una condición en la cual vivimos regidos por normas o preceptos, y nos movemos conforme a los principios de la organización humana. La vida de iglesia no era así en sus comienzos, por el contrario, era viviente. Nosotros vivíamos regidos por la ley interna de vida y procedíamos como nos guiaba la unción. Sin embargo, la práctica de regirnos por la ley interna de vida vino a ser con el tiempo una mera costumbre, y esta costumbre se volvió una norma. Consecuentemente hoy en día vivimos regidos por estas normas y procedemos siguiendo los principios de la organización humana. Es debido a la organización humana que hemos descuidado la unción. Cuánto me gustaría que los santos vinieran a limpiar el salón de reuniones porque la unción los guía a hacerlo, y no porque eso fue lo que se dispuso y planeó. Si en los grupos de servicio nos preocupa todavía quién es el primero, el segundo y el último, ciertamente vendremos a ser una organización más. En una organización no hay necesidad de orar, de tener contacto con el Señor, ni necesitamos movernos según la unción, debido a que todo se planea con anticipación, y simplemente se nos dice qué hacer y cuándo hacerlo. Un hermano que no es líder de ningún grupo, tal vez diga: “Yo no soy ni el primero ni el último. Así que supongo que lo que haga estará bien. No necesito preguntarle al Señor cuándo debo venir a limpiar el salón, porque ya se anunció la hora en que hay que hacerlo. Incluso da igual si llego unos minutos tarde”. Así que, cuando este hermano llega, se queda esperando a que alguien le dé instrucciones. Si el que está encargado del grupo no se presenta, este hermano no sabrá lo que debe hacer. Éste no es el servicio que vemos en el Nuevo Testamento.
Conforme al Nuevo Testamento, la ley de vida ha sido escrita en nuestro ser, e incluso el escritor mismo está dentro de nosotros. Cuando Él entró en nosotros, introdujo Su naturaleza así como Su Persona. Su naturaleza opera en nosotros y Su Persona nos guía. Por lo tanto, debemos vivir regidos por Su naturaleza y dejarnos guiar por Su persona. Debemos limpiar el salón de reuniones siguiendo Su dirección. No se preocupe por la posición que usted ocupe en el servicio de la iglesia, más bien preste atención a la Persona viviente que está en usted. Éste es el vivir que encontramos en el Nuevo Testamento. Comparado con el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento es más bien breve. El Antiguo Testamento puede tener más de mil páginas, mientras que el Nuevo Testamento tiene menos de trescientas. La cristiandad se ha convertido en una religión de enseñanzas y milagros. Espero que en el recobro del Señor entendamos que no necesitamos las enseñanzas ni los milagros de la religión. Todo lo que tenemos que hacer es vivir regidos por la maravillosa naturaleza de Cristo y permitir que Su maravillosa Persona guíe todas nuestras acciones. No se guíe por ciertas normas, planes ni ningún método organizativo. Permita más bien que la Persona viviente que está en usted lo guíe. Si todos hacemos esto, disfrutaremos a Dios y seremos Su pueblo, y Dios será para nosotros muy viviente, rico y disfrutable. Él será nuestro Dios, no según ciertos preceptos, sino conforme a la ley interna de vida y según la unción. Ésta es la obra que realiza la naturaleza divina y humana de esta Persona maravillosa.
Tal vez usted se pregunte porqué me opongo a la religión. La razón es que en el pasado tuve muchas experiencias relacionadas particularmente con las enseñanzas y con el hablar en lenguas. Yo mismo les enseñé a muchos a hablar en lenguas. Pero después comprendí que el hablar en lenguas despertaba sólo el entusiasmo de las personas por algún tiempo, pero no producía mucha vida. También estuve en el cristianismo fundamentalista donde aprendí las enseñanzas de la Biblia. Hace más de cuarenta y cinco años, llegué a conocer muy bien todo lo relacionado con los tipos, enseñanzas y profecías. Tales enseñanzas me tuvieron amortecido durante siete años y medio. Es debido a esto que puedo asegurarles que no necesitamos de enseñanzas de la letra. Luego, después de cierto tiempo, empecé a participar en el movimiento pentecostal. Ahora el Señor me ha comisionado y ha puesto en mí la carga de ministrar a Cristo como vida a Su pueblo. Únicamente cuando ustedes hayan sido totalmente rescatados de otras cosas me sentiré aliviado de mi carga. Sólo el Espíritu sabe cuánto necesitamos ser librados de estas cosas. No solamente aquellos que están en el cristianismo sino también los que estamos en la iglesia necesitamos saber lo que es la filiación. Es necesario que veamos que la vida es la única forma en que la filiación puede llegar a su compleción en nuestro interior. La obra que efectúa la ley de vida en nosotros tiene como objetivo que se lleve a cabo la filiación.
Hebreos 2:10 dice que Dios está llevando muchos hijos a la gloria. ¿Cómo llevará Dios muchos hijos a la gloria? ¿Será que todos los cristianos permanecerán en la misma condición día tras día hasta que repentinamente sean trasladados a la gloria? ¡Por supuesto que no! En 1 Corintios 15 Pablo dice que la resurrección se asemeja al crecimiento de una planta. Después de que la semilla es sembrada en la tierra, ésta muere y empieza a germinar. Al principio, la planta es sólo un brote muy tierno. Luego, este brote debe crecer hasta ser una planta madura y florecer. El florecimiento es su glorificación. Las plantas, a diferencia de los hongos, no son “glorificadas” de un momento a otro, sino más bien ocurre a medida que van creciendo. Asimismo, todos hemos sido regenerados y estamos creciendo. Muchos creyentes son como tiernos brotes a los que les falta mucho para ser glorificados. Entre la regeneración y la glorificación se lleva a cabo el proceso de la santificación, la transformación y la conformación a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Son muy pocos los que entre nosotros han crecido en vida a través de los años al grado de estar listos para ser glorificados. Tales hermanos ya están a punto de florecer. ¿Y como le va a usted? Si todavía sigue siendo un brote tierno, entonces no está listo para florecer. Así que, debe continuar creciendo hasta llegar a la madurez. Entonces, una vez que llegue a la madurez, florecerá y, de ese modo, entrará en la glorificación. Es así como Dios lleva muchos hijos a la gloria.
Ahora leamos Romanos 8:29 y 30, que dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. El versículo 30 no dice: “A los que justificó, a éstos también llevó al cielo”, sino que dice: “A los que justificó, a éstos también glorificó”. Debemos leer también Romanos 8:16 y 17, donde dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados”. El versículo 17 tampoco dice que seremos llevados al cielo, sino que seremos glorificados juntamente con Él. De manera que la meta es la glorificación. La glorificación es la perfección y consumación de la conformación. En otras palabras, la glorificación es la perfección y consumación de la filiación. Aunque la filiación ya ha tenido su inicio en nosotros, ésta aún no ha sido perfeccionada ni se ha llevado a cabo por completo. Actualmente nos encontramos en el proceso de ser santificados, transformados y conformados. Diariamente estamos siendo saturados por esta Persona maravillosa que mora en nosotros. Él anhela poder extenderse a todas las partes de nuestro ser. Él desea saturarnos completamente hasta que seamos santificados, transformados y conformados a Su imagen, y así nuestra filiación sea perfeccionada y consumada. Esto es lo que Dios desea hoy.
Esto no tiene que ver con tener o no la razón, con ser orgullosos o humildes, ni con un comportamiento ético o no muy ético. Ni siquiera tiene que ver con el hecho de ser “espirituales” o naturales. A Dios no le interesan estas cosas. Hace treinta años yo me relacioné con algunas personas que procuraban la espiritualidad. Parecía que cuanto más procurábamos alcanzarla, más ésta nos eludía. Incluso tratar de “ser espirituales” es vanidad. El deseo de Dios es conformarnos a Su Hijo. Su Hijo, quien es el prototipo, ha sido forjado en nosotros y Su mayor anhelo es poder saturarnos de Su elemento. Debemos, por tanto, cooperar con Él, viviendo de acuerdo con Su naturaleza y dejándonos guiar por Su persona. Debemos decirle: “Señor, no me interesa la espiritualidad; lo único que quiero es vivir regido por Tu naturaleza y proceder según me guíe Tu persona”. Por la misericordia del Señor, he estado viviendo y dejándome guiar de esta manera por muchos años. Esto me ha costado las críticas de los demás. He sido criticado por mi intolerancia hacia las cosas religiosas. Pero después de haber conocido lo que son las enseñanzas y las prácticas pentecostales, puedo testificar que ninguna de estas cosas son eficaces ni nos suministran vida. Si bien pueden ser de alguna pequeña utilidad, no nos proporcionan vida en absoluto. En cambio, si usted en su vida diaria se rige por la naturaleza de Aquel que es tan maravilloso y es guiado por Su persona, será abastecido ricamente y otros serán suplidos por usted. Esto es lo que la vida de iglesia necesita hoy.
La vida de iglesia en el recobro del Señor es completamente distinta del cristianismo. Debido a que somos diferentes, se nos condena de ser heréticos. Admito que somos diferentes, pero no que seamos heréticos, pues nuestro entendimiento de la Biblia concuerda con la Palabra pura, bajo la iluminación celestial. No nos interesan en lo más mínimo las enseñanzas tradicionales. Únicamente seguimos la Palabra pura de Dios tal y como se revela en la Biblia. Así, aunque somos completamente diferentes del cristianismo tradicional, nos ceñimos de forma absoluta a la Biblia.
La ley de vida que opera en nosotros y la unción que se mueve en nosotros, llevará a cabo la filiación en nosotros. Todos nosotros fuimos predestinados para filiación y actualmente estamos en el proceso de llegar a ser hijos de Dios en plenitud. Hoy en día, la ley para nosotros es la ley de vida y nuestro “profeta” es la unción. Como hemos visto, esta ley concuerda con la naturaleza de Cristo y este “profeta” es según Su persona. De este modo, vivimos regidos por Su naturaleza y procedemos siendo guiados por Su persona. Ésta es nuestra base donde estamos firmes. Ruego al Señor para que todos podamos ver esto. Esto debe ser ministrado a todos lo santos que están en la vida de iglesia. No nos interesan las enseñanzas a manera de letra muerta, ni nos interesan los milagros externos. Lo único que nos interesa es la ley interna de vida y la unción interior.
Nuestro Dios es real y viviente. Él es muy real y vive en nosotros, no conforme a preceptos religiosos ni según nuestros conceptos humanos. Después que Dios en el Hijo pasó por la encarnación y resucitó con una naturaleza divina y humana, Él entró en nosotros como una persona viviente y nos impartió una naturaleza maravillosa. Su naturaleza está ahora operando en nuestro interior. Hemos visto que todo lo que Su naturaleza hace en nosotros corresponde a la operación de la ley de vida, y que el mover de Su persona corresponde a la unción misma. En la vida de iglesia no nos interesan las doctrinas, las enseñanzas, los milagros ni los “dones”. Antes bien, cada día estamos en constante comunión con una Persona viviente y somos regidos por Su maravillosa naturaleza. Su naturaleza nunca cambia, y opera en nosotros con el fin de propagar Su elemento en nuestro ser. Y Su unción continuamente nos guía en todas nuestras acciones, actividades y en toda nuestra conducta. Su naturaleza y Su persona es la que rige nuestro modo de vivir y todas nuestras acciones. De este modo, Él se forja gradualmente en nuestro ser. Cuanto más Él se forja en nosotros, más llegamos a ser hijos de Dios en perfección y en glorificación. Si vemos esto, no nos dejaremos distraer por ninguna otra cosa. El cristianismo es una religión, pero la iglesia depende de la vida divina. Esta vida es sencillamente una persona maravillosa que pasó por la encarnación y la resurrección, y que ahora es el Espíritu vivificante que posee divinidad y humanidad. Si vivimos regidos por Su naturaleza y nos dejamos guiar por Su unción, creceremos y seremos saturados, transformados y conformados a Su imagen hasta madurar en la filiación, y estaremos listos para ser arrebatados. De este modo, estaremos preparados para encontrarnos con Él.