Mensaje 68
La filiación es el tema central de la revelación divina hallada en la Biblia. Dios se ha propuesto expresarse a Sí mismo. Pero, a fin de expresarse, Él necesita obtener muchos hijos. No debemos pensar que la salvación es el tema central de la revelación divina. No, el tema central de Su revelación es la filiación. Dios desea obtener muchos hijos. Cuando Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, Su deseo era engendrar muchos hijos por medio de Él, y hacer que Su Hijo llegara a ser el Primogénito. Aunque el Señor Jesús vino por primera vez como el Hijo unigénito de Dios, cuando Él venga por segunda vez, vendrá como el Hijo primogénito (He. 1:6). Ser el Hijo primogénito significa que Él es el primero entre muchos hijos, el Primogénito entre muchos hermanos (Ro. 8:29).
En la Biblia, la filiación denota la expresión del Padre. Un hijo expresa siempre a su padre. Cuando uno mira a un niño, puede ver en él la expresión de su padre. Tal vez un padre requiera de un solo hijo que le exprese, pero el Padre divino, quien es infinitamente admirable y maravilloso, necesita de millones de hijos que le expresen. Un día la tierra será llena de los hijos de Dios y adondequiera que vayamos veremos la imagen del Padre, la expresión de Dios. Si usted lee detenidamente el Nuevo Testamento, verá que Dios no desea una compañía de pecadores redimidos y lavados, que hayan sido llevados al cielo. Esto no tiene ningún sentido. Lo que Dios desea es obtener muchos hijos que sean Su expresión corporativa y universal. Así, dondequiera que estos hijos estén, el Padre será expresado. En esto consiste la filiación. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Jn. 3:1). Éste es el concepto fundamental hallado en las Escrituras.
Si usted pasa algún tiempo con un padre y su hijo, descubrirá que el hijo no solamente lleva la imagen de su padre, sino que también posee su naturaleza. Por el hecho de ser el hijo del padre, el hijo posee la naturaleza de su padre. Del mismo modo, si verdaderamente hemos nacido de Dios, entonces poseemos Su naturaleza. La naturaleza que se encuentra en la vida es algo realmente significativo. Cada vida posee su propia naturaleza. La naturaleza de cierta vida es la sustancia misma de esa vida. Si la naturaleza no está presente, tampoco lo está la vida. Sin importar de cuál vida se trate, ya sea la vida vegetal, animal, humana o divina, mientras se trate de una vida, ésta tendrá su respectiva naturaleza. La sustancia y esencia de una vida es su naturaleza. Lo que la naturaleza es, también lo es la vida. Un manzano produce manzanas debido a la naturaleza del manzano. Del mismo modo, un perro tiene la vida de un perro porque ésta tiene una naturaleza canina, y un hombre posee la vida humana porque éste tiene una naturaleza humana. ¿Podríamos nosotros ser humanos sino tuviésemos una naturaleza humana? Por supuesto que no. La razón por la que somos seres humanos es que tenemos una naturaleza humana. Es debido a la naturaleza humana que todo lo que hacemos, pensamos y decimos tiene las características humanas. De la misma manera, todo lo que un perro hace corresponde con su naturaleza canina. Esta naturaleza es la fuente de la ley de la vida.
La ley de vida no solamente concuerda con la naturaleza de la vida, sino que también es la naturaleza misma de dicha vida. La ley que rige cierta vida procede de la naturaleza de esa misma vida. Debido a que determinada vida posee cierta naturaleza, ella tiene cierta ley. Por ejemplo, un manzano posee la naturaleza propia de un manzano; por tanto, la ley de vida que lo regula es la ley de la naturaleza del manzano. ¿Por qué un manzano produce manzanas? Porque la ley de vida lo regula conforme a la naturaleza de su vida. Esto nos muestra que la ley de vida es en realidad el trabajo que efectúa la naturaleza de la vida. Cuando la naturaleza de una vida opera, la ley que regula esa vida también opera. Supongamos que tenemos dos árboles, un manzano y un duraznero. Si estos árboles no producen fruto, no podremos ver su ley de vida. Pero si el manzano espontáneamente produce manzanas, y asimismo el duraznero produce duraznos, entonces podremos ver la operación de la ley de vida que regula a cada árbol según su respectiva naturaleza. Por lo tanto, la ley de vida es simplemente la operación, el funcionamiento, de la naturaleza de esa vida.
Suponga que en frente de usted están un perro y un hombre. Si el perro y el hombre permanecieran inmóviles, usted no podría ver la función de la ley de vida. Pero si el hombre se comporta de una manera humana, y el perro empieza a ladrar, estas acciones nos darán a conocer la manera en que opera la naturaleza en cada tipo de vida, es decir, la ley que rige a cada una de estas vidas. Suponga que usted le da órdenes al perro y le dice: “Perrito, quiero que imites al hombre. Te ordeno que lo sigas y que seas uno con él, y que hables y lo hagas todo igual que él”. Pero cuanto más le hable usted al perro de esta manera, más éste reaccionará según la ley de su propia naturaleza. Asimismo, si usted le dice al hombre que se comporte como un perro, le será imposible porque él no tiene la naturaleza de un perro.
Hemos visto que el deseo de Dios consiste en obtener muchos hijos. La forma en que Él cumple Su deseo es haciendo que Su Hijo unigénito sea el prototipo. El cristianismo ha pasado esto por alto porque nunca ha visto la diferencia que existe entre el Hijo unigénito y el Hijo primogénito de Dios. La mayoría de los cristianos piensan que significan lo mismo; sin embargo, la diferencia es enorme entre Jesús como el Hijo unigénito y Él como el Hijo primogénito. Como el Hijo unigénito, Él no era el prototipo. Para poder serlo, Él tenía que llegar a ser el Hijo primogénito de Dios. El Hijo unigénito de Dios sólo poseía divinidad pero no humanidad, mientras que el Hijo primogénito de Dios cuenta tanto con humanidad como con divinidad. Además, esta humanidad ha sido “hijificada”, es decir, ha sido engendrada de Dios en la resurrección de Cristo. En Salmos 2:7, Dios dijo acerca del Hijo: “Mi hijo eres Tú; Yo te engendré hoy”. Debido a que la naturaleza humana de Cristo, es decir, Su humanidad, fue “hijificada” en Su resurrección, Él ahora ya no es meramente el Hijo unigénito de Dios, sino el Hijo primogénito de Dios, que posee divinidad y humanidad. Por esta razón, Él es el prototipo.
La manera en que Dios lleva a cabo la reproducción masiva del prototipo difiere de la producción masiva en una fábrica. En una fábrica, primero se elabora un prototipo y luego conforme a éste se producen los artículos de forma masiva. Dios, en cambio, logra su propósito forjando este prototipo viviente, el Hijo primogénito, en nuestro ser, a fin de que sea nuestra vida y nuestra naturaleza. Esta vida es la vida divina, y esta naturaleza es la naturaleza divina. Ahora Dios está laborando para difundir esta vida y esta naturaleza divina, en cada parte de nuestro ser, y así transformar nuestro ser natural en el Hijo primogénito de Dios.
Según Romanos 12:2 y 2 Corintios 3:18, esto es la transformación. En el proceso de la transformación, el prototipo viviente se extiende de nuestro espíritu a cada parte de nuestro ser. La transformación depende enteramente de que la ley de vida sea impartida a nuestro espíritu. La ley que ha sido impartida a nuestro espíritu es la función de la vida divina, y dicha ley procede de la naturaleza de la vida divina. Desde el día en que esta ley entró a nuestro espíritu, ha estado esperando la oportunidad para extenderse a nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Con el tiempo, se propagará en todo nuestro ser. A medida que se extiende, esta ley, que es única, se convierte en varias leyes. Debido a que la ley es la operación de la naturaleza de la vida divina, al operar produce la filiación. Cuando ésta opera siempre produce la imagen de Dios.
Prácticamente todos los cristianos se han desviado de esta ley y se han apartado de ella. De cien cristianos, probablemente menos de cinco conocen esta ley o han llegado a oír de ella. En el cristianismo, no se escucha ningún mensaje o predicación acerca de la ley de vida. Es debido a que tantos cristianos se han apartado de la ley de vida que necesitamos de la unción.
¿Cuál es la diferencia entre la ley de vida y la unción? Como hemos visto, en el Antiguo Testamento tenemos la ley y los profetas. El Antiguo Testamento incluye estas dos categorías de la palabra divina. Incluso en la antigüedad al Antiguo Testamento se le llamaba “la Ley y los Profetas”. ¿Cuál es la diferencia entre la ley y los profetas? ¿Por qué después de que Dios le dio la ley a Moisés, aún requirió de la ayuda de Elías, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y de los demás profetas? Anteriormente dijimos que la ley fue dada para que fuera el testimonio de Dios, ya que ésta fue promulgada conforme a la naturaleza del Legislador. Ya que las leyes que una persona promulga, manifiestan la clase de persona que ella es, tales leyes son el testimonio de dicha persona. La ley era el testimonio de Dios porque daba testimonio de la clase de Dios que Él es. Testificaba que Él era un Dios santo y justo, un Dios de luz y amor. Ya que Él es tal Dios, Su ley tenía esta naturaleza. En naturaleza, la ley era justa y santa, y estaba llena de luz y amor. Por consiguiente, la ley era el testimonio de Dios. Dios escogió a Israel de entre todas las naciones para que fuera Su pueblo, y deseaba que ellos fueran Su pueblo de acuerdo a lo que Él mismo es. Debido a que la ley revelaba lo que Dios es, los hijos de Israel tenían que ser el pueblo de Dios conforme a Su ley.
En el primer capítulo de Isaías vemos que los hijos de Israel se apartaron de Dios y de Su ley (Is. 1:4, 10). Si los israelitas nunca se hubieran apartado de la ley de Dios, no habrían sido necesarios los profetas. Pero, debido a que el pueblo se apartó, Dios tuvo que enviar los profetas para que los llamaran con reprensiones, y los exhortaran y encaminaran nuevamente hacia el testimonio de Dios. Dios no tenía la intención de hacer del ministerio de los profetas la norma. La norma de Su testimonio era la ley, y el ministerio de los profetas tenía como fin traer a Su pueblo, que estaba extraviado y apartado, a este asunto central: Su testimonio. Por lo tanto, el ministerio de los profetas consistía en recobrar al pueblo de Dios, que se hallaba en una condición caída, conduciéndolo nuevamente a Su ley.
Hemos visto que el Antiguo Testamento se compone de la ley y los profetas. ¿De qué entonces se compone el Nuevo Testamento? Se compone de la ley de vida y de la unción. La ley de vida reemplaza la ley de los mandamientos, y la unción reemplaza a los profetas. En uno de los mensajes anteriores, hicimos notar que la ley fue dada como un testimonio de la naturaleza de Dios y que los profetas fueron enviados como representantes de la Persona de Dios. Es por eso que los profetas cuando hablaban solían decir: “Así ha dicho Jehová”. Así pues, en la ley tenemos la naturaleza de Dios y en los profetas tenemos la Persona de Dios.
Qué prefiere tener usted, ¿la naturaleza de Dios o la presencia de Dios que representa Su Persona? Para todos los cristianos la presencia de Dios es algo muy querido y precioso. En el cristianismo se habla mucho acerca de la presencia de Dios. Hemos oído que la presencia de Dios debe serlo todo para nosotros y que debemos hacerlo todo en la presencia de Dios. En el cristianismo, se les enseña a los creyentes a vivir y andar en la presencia de Dios, y se han escrito muchos libros sobre cómo vivir en la presencia de Dios. Pero, ¿dónde se puede encontrar un libro que nos diga que debemos llevar una vida conforme a la naturaleza de Dios? Si recibimos esta revelación, preferiremos la naturaleza de Dios a la presencia de Dios. Es posible que yo viva en la presencia de cierto hermano, que lo ame y ande con él. Sin embargo, él sigue siendo caucásico y yo sigo siendo un chino que vive en la presencia de un caucásico. ¿Qué sentido tiene eso? Ninguno. Simplemente vivir y andar en la presencia de Dios sin llegar a tener Su naturaleza no tiene mucho valor. Por miles de años, los ángeles han andado en la presencia de Dios, pero nunca han satisfecho Su deseo. Sólo una cosa puede conmover el corazón de Dios: un pueblo que viva y ande según Su naturaleza. El hecho de que una pulga ande en su presencia no significa nada, pero si ella vive según su naturaleza humana, eso sí sería excepcional. De manera que andar en la presencia de Dios no significa mucho, pero vivir por Su naturaleza y conforme a ella es un hecho trascendental. Sin embargo, la mayoría de los cristianos sólo conocen la presencia de Dios, y no conocen Su naturaleza.
Debido a que la mayoría de cristianos conoce solamente la presencia de Dios, y no Su naturaleza, entienden fácilmente lo que significa la unción. Sin embargo, les es muy difícil profundizar en lo que significa la naturaleza. Hace poco, muchos santos testificaron que antes servían en la iglesia porque se les había designado hacerlo, pero que ahora sirven siendo guiados por la unción. Por ejemplo, algunos han dicho que ahora vienen a limpiar el salón de reuniones guiados por la unción. Esto es maravilloso. Sin embargo, después de que la unción los envía a limpiar el salón de reuniones, ¿con qué clase de vida ustedes realizan su servicio? Tal vez lo hagan de acuerdo con su viejo hombre. Así que, mientras que la unción nos guía a hacer ciertas cosas, la ley de vida está relacionada con nuestro vivir. Muy pocos cristianos prestan atención a este asunto de la vida. De manera que cuando oyen mensajes acerca de la vida, responden como lo hacían los judíos de la antigüedad: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (Jn. 6:60). Sin embargo, cada vez que se hacen campañas de avivamiento, se entusiasman mucho. Así que, mientras que la unción está relacionada con actividades, la ley de vida tiene que ver con nuestra persona.
A Dios no le interesa lo que hacemos, sino lo que somos. Un ejemplo de esto lo vemos en la vida de Jacob, la cual consta en el libro Génesis. En el transcurso de su vida Jacob no hizo nada sobresaliente. No obstante, él estuvo continuamente en el proceso de la transformación divina. Aun mientras estaba en el vientre de su madre, Dios usó a Esaú para disciplinarlo. Como hemos mencionado en alguno de los mensajes del Estudio-vida de Génesis, su familia actuó coordinadamente para transformarlo. Después de huir de su propia casa, Jacob llegó a la casa de su tío Labán, y la mano de Labán estuvo sobre él. ¿Cree usted que Jacob desperdició su vida? Considera usted que alguien debió haber ido a la casa de Labán para hablar con Jacob y decirle: “Jacob, ¿por qué estás desperdiciando tu vida? ¿Por qué no te vas a los campos misioneros a establecer una iglesia? ¿Por qué no estableces en tu casa una reunión para estudiar la Biblia? ¡Tú estás perdiendo el tiempo viviendo aquí en la casa de Labán!”. En realidad, esos años no fueron desperdiciados. Dios no quiere que laboremos. Él puede lograr lo que quiere simplemente por Su palabra. Él llama las cosas que no son como existentes (Ro. 4:17). Si Él desea algo, todo lo que tiene que hacer es decir la palabra e inmediatamente lo que Él desea llega a existir. Él no necesita de nuestra ayuda. Sin embargo, Dios no podía decir simplemente: “Jacob, tú debes convertirte en Israel”. Para que Jacob llegara a ser Israel, se requería de un largo proceso. Es así como la vida opera.
Todos debemos ser liberados de hacer obras a la vida. En realidad, lo que cuenta no es si nos quedamos en nuestra casa o si vamos a limpiar el salón de reuniones. No estoy diciendo que no deba limpiarse el salón de reuniones. Lo que quiero decir es que no tiene mucha importancia que nos quedemos en la casa o que vengamos al salón de reuniones, o incluso que vayamos al cielo. Lo que cuenta verdaderamente es lo que somos. Si nos quedamos en casa, debemos quedarnos no sólo según la unción sino también conforme a la ley de vida. Quizá la unción guíe a algunos hermanos a quedarse en casa, pero, mientras están en casa, pelean con sus esposas porque ellos no viven conforme a la ley de vida. Es posible que mientras están en casa, sus esposas se sientan obligadas a orar, diciendo: “Señor, ten misericordia de mí y rescatame. Envía a mi esposo al local de reuniones. No quiero que se quede en casa porque me causa muchas molestias”. Cuando este hermano se queda en casa, le causa dificultades a su esposa; y cuando va a limpiar el salón de reuniones, es un problema para los hermanos. Adondequiera que va, le causa molestias a los demás debido a que no experimenta ningún cambio en vida. Tomemos un perro como ejemplo. Adondequiera que un perro va, fastidia a la gente. No piense que los perros que fastidian a la gente son solamente los que viven en lugares sucios y no los que viven en lugares limpios. El ambiente puede ser distinto, pero el perro sigue siendo el mismo. Del mismo modo, no importa si me quedo en casa o vengo a limpiar el salón de reuniones, sigo siendo lo que soy. Es posible que mi esposa tema que me quede en casa, y que los hermanos sientan lo mismo si voy al local. Tal vez digan: “Tengan mucho cuidado con ese hermano. No se metan con él, pues es muy frágil. Si lo tocan, puede quebrarse”. Así que, quizás este hermano sepa guiarse por la unción, pero no se rige por la ley de vida. La ley de vida, y no la unción, es la que opera un cambio en nosotros.
Pese a que la unción no produce un cambio interno en nosotros, sí cumple una función muy positiva. En primer lugar, nos amonesta, y en segundo lugar, nos dice que regresemos de nuevo a la ley de vida. Tal vez todos nosotros hayamos entendido incorrectamente 1 Juan 2:27, que dice: “Su unción os enseña todas las cosas”. La unción no nos enseña a hacer todas las cosas, sino que nos enseña a permanecer en Cristo. Quizás algunos hermanos y hermanas se pregunten si deben ir de compras y oren al Señor, diciendo: “Oh, Señor, ¿debo ir de compras o debo quedarme en casa? Señor, concédeme la unción”. Pero el Señor le dirá: “A mi unción no le interesa si te vas de compras o si te quedas en casa; lo único que le interesa es que tú permanezcas en Mí. Mientras permanezcas en Mí, puedes ir a cualquier parte. Si permaneces en Mí, todo lo que hagas estará bien”. Si permanecemos en Cristo, podemos ir a cualquier parte. Pero no olvide esta frase crucial: “si permanecemos en Cristo”. Mientras que permanezcamos en Cristo, a Dios no le interesa adónde vamos ni lo qué hacemos. A muchos hermanos les preocupa el asunto del matrimonio y oran al Señor, diciendo: “¿Señor, debo casarme con esta hermana?”. Algunos pueden testificar que aunque oraron de esa manera, el Señor nunca respondió sus oraciones. Algunos hermanos jóvenes han orado, diciendo: “Señor, muéstrame si esta querida hermana es la que has escogido para mí”. Pero cuanto más oran de esta manera, más confundidos se sienten. Sé de algunas hermanas que han orado por diez años acerca de este asunto sin recibir ninguna respuesta. Si el Señor les respondiera, probablemente les diría: “Lo que me interesa no es con quién te casarás sino que permanezcas en Mí. Si permaneces en Mí, puedes casarte; de lo contrario, no deberías casarte ni siquiera con el mejor hermano del mundo”. Lo único que cuenta es si permanecemos o no en el Señor. En la economía de Dios, lo que importa no es lo que hacemos, sino lo que somos. Esto es lo que realmente cuenta. Y lo que somos depende de la vida conforme a la cual vivamos día tras día.
En la antigüedad, el pueblo de Israel se desvió de lo más central, de la ley de Dios, y Dios envió profetas para regresarlos. Hoy la mayoría de los cristianos están lejos de lo que Dios considera lo más crucial: la ley de vida. Por esta razón se escribió la epístola de 1 Juan a los cristianos que habían caído en degradación, a fin de volvieran a ser guiados por la unción. La ley de vida es un asunto fundamental. Es por eso que se menciona en el libro de Romanos, un libro que contiene enseñanzas fundamentales. La unción, por el contrario, no se menciona en ninguno de los libros que abordan temas fundamentales, sino en un libro que confronta la degradación, debido a que muchos cristianos se habían distraído con las enseñanzas que fomentaban los anticristos. El apóstol Juan, en su primera epístola, les dijo a los creyentes que prestaran atención a la unción. Era como si les estuviese diciendo: “La unción os dirá qué hacer y adónde ir. No prestéis atención a las enseñanzas de los anticristos; más bien, obedeced la unción. La unción os traerá de regreso a la ley de vida”. Así pues, el segundo capítulo de 1 Juan nos trae de regreso a Romanos 8. Por supuesto, si viviéramos conforme a Romanos 8, no necesitaríamos del capítulo dos de 1 Juan. Asimismo, si los israelitas nunca se hubieran desviado de la ley de Dios, no habrían sido necesarios los profetas. De aquí en adelante, debiéramos vivir conforme a la ley de vida y no simplemente proceder de acuerdo con la unción.
Aunque a Dios le importa más Su naturaleza, de todos modos Su presencia es nuestra salvaguarda. La naturaleza divina está en nosotros, y debemos vivir conforme a ella. En otras palabras, debemos vivir regidos por la ley de vida. Sin embargo, frecuentemente nos distraemos. En esos momentos, la presencia de Dios nos guardará, nos vigilará y amonestará. Si nos desviamos de la ley de vida, la unción nos dirá: “¡No te apartes!”. Después que decimos: “Señor, me arrepiento”, entonces la unción nos dirá que debemos regresar nuevamente a la ley de vida. En un mensaje anterior, dije que debemos vivir conforme a la ley de vida y proceder de acuerdo con la unción. La unción representa la presencia de Dios, la cual nos guía, nos corrige y nos conduce de nuevo a Su naturaleza. Debemos vivir de acuerdo con la ley de vida, es decir, debemos vivir y andar conforme a la naturaleza de Dios.
¿Por qué es tan fácil para nosotros entender el tema de la unción y tan difícil profundizar en el significado de la ley de vida? Es fácil conocer a un hermano por su presencia. Incluso con una ligera mirada, podemos reconocer fácilmente su presencia. Pero requerimos mucho tiempo para conocer su naturaleza. Tal vez su esposa, que lleva muchos años viviendo con él, pueda haber llegado a conocer su naturaleza. Tal vez conocemos el rostro de ese hermano pero no conocemos su naturaleza. De la misma manera, es fácil comprender la presencia de Dios, pero es muy difícil reconocer Su naturaleza, la cual está en nuestro ser. Simplemente decirle a la gente que ande en la presencia de Dios es algo más bien natural y religioso. Esto no tiene que ver con la vida. Pero conocer la naturaleza de Dios en nuestro ser interior, y vivir conforme a ella es algo extremadamente profundo. Sin embargo, esto es lo que Dios desea.
A Dios no le importa lo que hacemos, sino lo que somos conforme a Su naturaleza, la cual está en nosotros. A Él no le interesa tanto lo que le digamos a nuestras esposas, sino la vida por la cual les hablamos. ¿Conforme a cuál naturaleza le habla usted a su esposa? Tal vez a veces usted diga: “Te amo querida esposa”. Aunque esto suena bien, es posible que usted sólo esté siendo diplomático. Todo lo que digamos por quedar bien, aun si son palabras afectuosas, son como miel fermentada porque proceden de nuestra naturaleza corrupta, no de la naturaleza divina que está en nuestro ser. Asimismo, a Dios no le importa si usted emigra a los campos misioneros, sino la vida por la cual usted decide hacerlo. Yo no voy a ningún sitio pecaminoso, porque la naturaleza divina, que está en mí, no me lo permite. Yo no vivo regido por preceptos religiosos, sino conforme a la naturaleza divina que está en mí. Si vivimos conforme a la naturaleza divina día tras día, seremos saturados de Cristo y seremos transformados a Su imagen. Durante los veinte años en que Jacob estuvo en la casa de Labán, no hizo nada; sin embargo, él experimentó mucha transformación. Jacob no fue transformado de un momento a otro; más bien, este proceso tardó más de veinte años.
El servicio en la vida de iglesia, no es solo un asunto de servir según la unción y no de servir conforme a métodos humanos. Si realizamos nuestro servicio de esta manera, en poco tiempo terminaremos peleándonos unos con otros. Incluso disputaremos acerca de la limpieza de las sillas. Un hermano tal vez diga: “¿Acaso no sabes que este es mi territorio? No vengas aquí y déjame tranquilo. Vete a limpiar otro lugar”. La manera en que este hermano limpia las sillas es conforme a su naturaleza corrupta. Aunque quizás la unción lo haya guiado a hacerlo, él limpia conforme a su naturaleza caída. Seguir la unción no es tan importante como vivir conforme a la ley de vida. Tal vez la unción nos haya enviado a todos a limpiar el salón, pero no habrá ninguna edificación entre nosotros. Es posible que todos tengan una actitud independiente y digan: “No me molesten. El servicio de la iglesia ahora se lleva a cabo de una manera nueva. Anteriormente se llevaba un orden y una secuencia. Y como yo era el último, no podía opinar nada; pero ahora soy igual que todos. No me digan lo que debo hacer. Yo no estoy más bajo su supervisión, sino que sigo la unción”. Si esta actitud no se manifiesta inmediatamente, se manifestará después de unas cuantas semanas. Un hermano que dice seguir la unción, pero no vive según la ley de vida, quizás diga: “No somos parte de una organización; somos parte de un organismo”. En realidad, se trata del “organismo” que tiene una naturaleza corrupta. Si procedemos de esta forma, no habrá edificación. Hasta ahora no he encontrado ningún versículo del Nuevo Testamento que diga que la edificación se produce por medio de la así llamada unción. Pero en Romanos y Efesios podemos ver que la edificación se produce por medio del crecimiento de vida. Cuanto más crezcamos, más se verá la edificación.
¿Cómo podemos crecer en vida? Obedeciendo la unción, la cual nos enseña a permanecer en Cristo. Y permanecer en Cristo significa vivir de acuerdo con Su naturaleza. Su naturaleza está operando dentro de nosotros. Como hemos visto, la ley de vida es la operación de la naturaleza de esa vida. Cuanto más vivamos de acuerdo con esta ley de vida, más llegaremos a ser la clase de personas que Dios desea.
La Biblia nos revela que la obra que Dios realiza a través de los siglos llegará a Su consumación como la Nueva Jerusalén. La consumación de Su obra no será una obra más, porque en la Nueva Jerusalén no se llevará a cabo ninguna labor. La Nueva Jerusalén será un organismo que tiene la imagen de Dios. Por ende, el ser mismo de la Nueva Jerusalén será la expresión de Dios. La vida de iglesia hoy en día debe ser una miniatura de la Nueva Jerusalén.
No debemos darle tanta importancia a lo que hacemos; más bien, debemos prestar atención a lo que somos, es decir, a lo que somos en conformidad con la naturaleza divina que mora en nosotros. Me gustaría mucho que un hermano o hermana pudiera testificar, diciendo: “Le doy gracias a Dios porque en estos días he estado viviendo conforme a la ley de vida. Anoche me distraje de la ley de vida, pero la unción me detuvo y me dijo que regresara a la naturaleza divina que está en mí. Unos minutos después lo hice y ahora, una vez más, estoy viviendo conforme a la ley de vida”. También me gustaría escuchar a un hermano decir: “Esta mañana comencé a hablar con mi esposa de una manera amable, mas diplomática y, debido a que mis palabras no concordaban con la naturaleza divina que está en mí, no pude ni siquiera terminar lo que había empezado a decir”. Aprendamos a vivir conforme a la ley de vida. La unción es la presencia de Dios que nos dirige, corrige y nos trae de vuelta a la ley de vida. Pero la ley de vida es la que opera una transformación en nosotros. Si los hermanos y hermanas que están en las iglesias viven de acuerdo con la naturaleza divina que está en Su ser, el Señor obtendrá un testimonio prevaleciente en la tierra hoy. Este testimonio avergonzará al enemigo y traerá al Señor de regreso. Esto es lo que el Señor anhela. Todos debemos ver que no simplemente se trata de seguir la unción, sino que es absolutamente un asunto de vivir conforme a la ley de vida, esto es, conforme a la operación de la naturaleza divina, la cual Dios ha depositado en nuestro ser. A medida que opera en nosotros, la naturaleza divina nos transforma y conforma a la imagen del Hijo primogénito de Dios, hasta hacernos exactamente iguales a Él. De esta manera, Dios obtendrá la filiación completa para Su expresión corporativa.