Mensaje 69
En el tabernáculo podemos ver una descripción muy clara de la unción y de la ley de vida. La unción estaba sobre el tabernáculo porque el tabernáculo mismo y todo lo que en él se encontraba se ungía con aceite (Éx. 40:9). Como hemos visto, el elemento que se encontraba en lo más profundo del tabernáculo era las tablas de la ley, el testimonio de la ley. Este cuadro nos muestra que la unción se encontraba fuera del tabernáculo, mientras que la ley de vida estaba dentro del tabernáculo. En el Antiguo Testamento la unción se aplicaba antes de que un objeto o una persona pudiera empezar a cumplir su función. Por ejemplo, en el atrio estaba el altar del holocausto; sin embargo, mientras éste no fuera ungido, no se lo podía usar. De la misma manera, aunque el tabernáculo ya había sido erigido, no podía cumplir su función ni se podía llevar a cabo ninguna actividad en él hasta que no fuera ungido. Esto nos muestra que la unción no está relacionada con la vida ni la naturaleza, sino con el hecho de inaugurar algo para su función. Cada vez que usted es ungido, es investido para comenzar a ejercer su función.
La ley, en cambio, no era aplicada sobre el tabernáculo, sino que era puesta en lo más profundo de éste. En medio del pueblo de Dios, es decir, en medio de los hijos de Israel, se encontraba el tabernáculo, el cual estaba cercado por una pared de cortinas de lino. En el interior del tabernáculo estaba el Lugar Santo, y más adentro estaba el Lugar Santísimo, dentro del cual estaba el Arca que contenía el “corazón” del universo, donde Dios mismo moraba. En la antigüedad, Dios no le exigió a Su pueblo que laborara ni que realizara ciertas actividades; en lugar de ello, lo único que le pidió fue que viviera y anduviera conforme a la ley. Si alguien quebrantaba la ley, no estaba bien con Dios. Dios era el Dios de los hijos de Israel en virtud de la ley, y ellos eran Su pueblo también en virtud de dicha ley.
En el Nuevo Testamento la unción se menciona en varias ocasiones. Por ejemplo, en Lucas 4:18 el Señor Jesús dijo que Él había sido ungido para anunciar el evangelio, y en Hebreos 1:9 se nos dice que el Señor fue ungido con óleo de júbilo. El apóstol Juan también habla de la unción en repetidas ocasiones (Jn. 9:6; 1 Jn. 2:20, 27). Asimismo, el Nuevo Testamento menciona la ley interna de vida, la cual procede de la naturaleza de Dios. En el Nuevo Testamento se menciona la vida divina en más de cien ocasiones. Esta vida divina ha sido impartida en nuestro ser. La mayoría de los cristianos dan mucha importancia a la unción externa, pero pasan por alto la ley interna de vida. Muchos de los que participan en el llamado movimiento pentecostal, hablan acerca de la unción. Aunque es probable que experimenten la unción que es aplicada sobre el tabernáculo, no se acercan al interior del Arca que está en el Lugar Santísimo, ni experimentan las tablas de la ley.
Es imprescindible que nuestros ojos sean abiertos para que veamos que el recobro del Señor no tiene tanto que ver con la unción como con la ley de vida. En el Nuevo Testamento la unción se menciona menos de veinte veces, mientras que la vida se menciona en más de cien ocasiones. Muchos cristianos están familiarizados con versículos tales como Gálatas 2:20 que dice: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, y Gálatas 4:19, que dice: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. Aunque muchos cristianos conocen muy bien estos versículos, no les prestan la debida atención. Por el contrario, los cristianos pentecostales centran toda su atención en la manifestación de los dones. En cambio, el Señor en Su recobro una y otra vez nos hace volver de lo externo a lo interno.
Pese a que ya somos salvos y estamos en la vida de iglesia, muchos de nosotros aún permanecemos en el “atrio” de la iglesia. Inclusive es posible que algunos ni siquiera estén en el atrio sino fuera de él, en la calle. Otros, en cambio, han avanzado más allá del atrio; han pasado por el altar y el lavacro, y se encuentran en el Lugar Santo, disfrutando a Cristo como los panes de la proposición y el candelero, es decir, como el suministro de vida y la luz de vida. Gracias al Señor, muchos de nosotros disfrutamos a Cristo de esta manera. Sin embargo, esto es solamente el Lugar Santo. Debemos, por tanto, avanzar aún más y entrar al Lugar Santísimo. Es en el Lugar Santísimo donde tenemos contacto con el Arca, que es Cristo mismo. El maná escondido, la vara que reverdeció y la ley de vida, se hayan en Cristo. ¡Cuánto necesitamos tener contacto directo con Cristo! Cristo está hoy en el Lugar Santísimo. El Lugar Santísimo nos habla del hecho de que nuestro espíritu se encuentra unido con el cielo, ya que la Persona misma de Cristo es la escalera que une la tierra con el cielo y trae el cielo a la tierra (Jn. 1:51). Por tanto, si continuamente tenemos contacto con Cristo en nuestro espíritu, le disfrutaremos como el maná escondido y como la vara que reverdeció. Entonces nuestra vida y andar cotidiano no será conforme a ninguna enseñanza, obra, actividad o movimiento, sino de acuerdo con la ley de vida, con la función de la naturaleza del Dios Triuno. La naturaleza de Dios está ahora actuando y operando en nosotros, añadiendo más del elemento de Cristo a nuestro ser, a fin de transformarnos y producir los muchos hijos que Dios desea.
La mayoría de los cristianos han errado el blanco. Cuando yo era joven, leí muchos libros acerca de cómo obtener victoria sobre el pecado. Tales libros exponían diferentes maneras de vencer el pecado. Sin embargo, ninguna de ellas fue efectiva. Finalmente, encontré una frase muy preciosa en 1 Juan 3:9 que dice: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. El hecho de que pequemos o no pequemos, depende de si hemos nacido de Dios. Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado. Además, 1 Juan 5:4 dice: “Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”. Por consiguiente, vencer el pecado y el mundo no depende de un método, sino del hecho de haber nacido de Dios. Cuando nacimos de Dios, la vida divina junto con su naturaleza y su ley, fue impartida a nuestro ser. Mientras tengamos esta vida divina junto con su naturaleza y su ley, todo estará bien.
Nuestros conceptos naturales han influido mucho sobre nuestro entendimiento de la Biblia. En el pasado dije que la función primordial de la ley de vida consistía en regularnos. Según este concepto, si estamos a punto de discutir con nuestra esposa, la ley de vida nos regulará. Esta enseñanza, que concuerda con nuestros conceptos naturales, no es muy acertada. Tomemos como ejemplo un manzano. La vida del manzano posee su respectiva naturaleza, de la cual proviene la ley de la vida del manzano. ¿Creen ustedes que la ley de la vida del manzano regula al árbol para que no cometa errores? ¡Por supuesto que no! La ley de la vida del manzano no opera de esta manera. ¿Cómo opera entonces? A medida que crece la vida del manzano, su propia ley determina la forma que dicha vida debe tener. De manera que cuando un manzano da fruto, dicho fruto tiene la forma apropiada, esto es, la forma de una manzana. Esto mismo se aplica a un duraznero. Por consiguiente, la ley de vida no nos regula para que no hagamos lo malo, sino para que la vida adquiera su forma correspondiente.
Si cierta vida no crece, la ley de esa vida no podrá desempeñar su función. La ley únicamente opera a medida que la vida crece. La ley de vida no cumple una función negativa, diciéndonos lo que no debemos hacer. Más bien, a medida que la vida va desarrollándose, la ley de vida cumple una función positiva al moldearnos, es decir, al conformarnos a la imagen de Cristo. Ésta es la función que cumple la ley de vida.
No piense que la ley de vida siempre lo corregirá. Por ejemplo, cuando usted esté a punto de discutir con su esposa, la ley de vida no meramente lo regulará para que no argumente con ella. La operación de la ley de vida no cumple un propósito tan bajo como hasta ahora hemos pensado. Debido a nuestra mentalidad religiosa, natural y humana, hemos tenido un concepto muy pobre acerca de la función que realiza de la ley de vida. Al parecer todos estamos centrados en cuanto al pecado, muy conscientes de ellos pero esto no debe ser así. Mientras nosotros nos esforzamos por vencer el pecado, el mundo, nuestra carne detestable y nuestros malos hábitos, Dios nos dice: “¡Desiste de todos estos esfuerzos! ¿No te das cuenta de que el día en que fuiste regenerado fuiste trasladado a otra esfera? ¿Por qué no te olvidas de la esfera pasada?”. ¡Alabado sea Dios porque hemos nacido de Él! Este nacimiento divino nos ha trasladado a una nueva esfera, a una esfera donde no existe el pecado, el mundo ni la carne. En esta esfera está operando la ley de vida. Recuerde que la ley de vida no tiene como fin primordial regularnos, sino moldearnos y conformarnos a la imagen de Cristo.
En el pasado, llegué a ver lo que es la ley de vida, pero, debido a mi mentalidad natural, pensé que la función principal de la ley de vida era regularnos. Este concepto natural me impidió recibir la visión sobre la función que cumple la ley de vida. Hace poco, el Señor me reprendió y me dijo: “¿Quién te dijo que la función principal de la ley de vida es regular al creyente? No hay ningún versículo en la Biblia que implique eso. ¿Por qué mejor no usas las palabras de Romanos 8:2 y 29?”. La ley de vida en Romanos 8:2 no nos regula ni corrige nuestro comportamiento. Tal concepto proviene de nuestro entendimiento ético, religioso, natural y humano. Necesitamos recibir la visión que se nos presenta en Romanos 8:29. Ahora nos encontramos en otra esfera y no requerimos de regulaciones. En esta esfera no existe el pecado, la carne, el mundo ni el yo. Recordemos nuevamente el ejemplo del manzano y el duraznero. Ninguno de estos árboles tiene nada que ver con el pecado, el mundo, la carne ni el yo. No obstante, ambos poseen una ley de vida que determina la forma de su fruto. Esta acción moldeadora de la ley de vida está implícita en la expresión hechos conformes de Romanos 8:29. La ley del Espíritu de vida nos conforma a la imagen del Hijo primogénito de Dios. A medida que la vida se desarrolla, su ley nos conforma a la imagen de Cristo. ¿Cómo puede Cristo ser formado en nosotros? Sólo por la operación de la ley de vida, la cual nos moldea a la imagen de Cristo. ¡Cuánto difiere esta realidad de nuestros conceptos naturales!
Satanás es muy sutil. Aunque la Biblia es bastante explícita con respecto a la función que cumple la ley de vida, nosotros hemos estado cegados por nuestros conceptos naturales. Muchos cristianos que buscan sinceramente al Señor, han escrito muchos libros acerca de cómo vencer el pecado, debido a que aún están cegados por sus conceptos naturales. Si usted no trata de vencer al pecado, éste estará inactivo en usted. Pero tan pronto usted trate de vencerlo, el pecado dirá: “¿Qué es lo que haces? ¿Pretendes derrotarme?”. Muchos tenemos ciertas debilidades. Si no les prestamos atención, éstas permanecerán inactivas. Pero si estamos conscientes de ellas y tratamos de vencerlas buscando ser más santos, éstas inmediatamente se activarán y nos derrotarán. Así que, es mejor no hacer nada al respecto. Alabado sea el Señor porque hemos experimentado un nuevo nacimiento, un nacimiento divino. En este nuevo nacimiento no existen las debilidades. Únicamente existe la vida divina junto con la naturaleza divina y la ley divina, las cuales nos moldean y conforman a la imagen de Cristo. Sin embargo, para ser moldeados se requiere que crezcamos en vida, ya que la ley de vida solamente opera a medida que la vida crece y se desarrolla. La ley de vida no nos regula para que no pequemos, debido a que ésta no se encuentra en la esfera del pecado, sino en la esfera de la vida divina, donde no existe el pecado, el mundo, la carne ni el yo. De manera que, a medida que la vida crece, la ley de esta vida opera, principalmente no para regularnos o corregirnos, sino para moldearnos y conformarnos a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Finalmente, la ley de vida operará en nosotros hasta hacernos hijos de Dios plenamente maduros, y Dios así tendrá Su expresión corporativa y universal.
El deseo de Dios es producir muchos hijos que le permitan obtener una expresión plena y corporativa de Sí mismo. Ésta es la meta única de Su economía divina. Su Hijo unigénito, quien es el resplandor de Su gloria y la impronta de Su sustancia (1:3), se hizo hombre para declarar y expresar a Dios por medio de Su vivir humano. En Su humanidad, Cristo como el Hijo unigénito de Dios expresó a Dios. En Su humanidad, Él también fue engendrado de Dios mediante Su resurrección y llegó a ser el Hijo primogénito de Dios, que posee tanto divinidad como humanidad. Ahora, como el Hijo primogénito de Dios que cuenta con humanidad y divinidad, Cristo es el modelo o prototipo para que se efectúe la reproducción en serie de Sí mismo. A través de Su resurrección, todos aquellos que creen en Él fueron también regenerados y vinieron a ser los muchos hijos de Dios. Nosotros, los muchos hijos de Dios, que somos también los muchos hermanos del Hijo primogénito de Dios, somos los constituyentes de la iglesia.
El Hijo primogénito de Dios ha sido perfeccionado y glorificado, y ahora es el Pionero, que ha entrado en la esfera de la gloria. Él es también el Capitán de nuestra salvación, quien ha peleado la batalla y va adelante para llevarnos a nosotros, Sus muchos hermanos, a Su gloria. Ahora en los cielos, como nuestro Sumo Sacerdote, Él está ministrando a Sus creyentes todo lo que Él es, ha realizado y obtenido. Su ministerio celestial es un mejor y más excelente ministerio (8:6), pues mediante éste Él nos ministra en Su vida de resurrección todo lo que Él es y todo lo que ha realizado. Por un lado, Él está en los cielos en calidad de Sumo Sacerdote para ministrarnos la vida, y por otro, Él está ahora en nuestro espíritu como el Espíritu vivificante para ser nuestra vida. En esta vida, que está dentro de nosotros y que es el Cristo maravilloso, se haya la ley de la vida divina que constantemente opera y actúa en lo más profundo de nuestro ser.
De acuerdo con la tipología, la ley era el testimonio de Dios debido a que expresaba lo que Dios es. Esta ley fue puesta dentro del Arca que estaba en el Lugar Santísimo del tabernáculo, la morada de Dios. El libro de Hebreos nos dice que somos los muchos hermanos del Hijo primogénito de Dios (2:11), la iglesia (2:12), los compañeros del Aquel a quien Dios designó y ungió (1:9; 3:14) y también la casa de Dios (3:6). La casa de Dios significa lo mismo que la morada de Dios, la cual es tipificada por el tabernáculo dentro del cual estaba el Lugar Santísimo. Por lo tanto, nosotros, como los muchos hermanos del Hijo primogénito de Dios, la iglesia, los compañeros de Aquel a quien Dios designó y ungió, y la casa de Dios, somos la verdadera habitación de Dios hoy. En esta morada se encuentra el Lugar Santísimo. Este Lugar Santísimo es nuestro espíritu humano regenerado, que está unido a los cielos, donde está el glorificado Hijo primogénito de Dios.
Cristo está ahora tanto en los cielos como en nuestro espíritu. En los cielos, Él, como el Sumo Sacerdote que ejerce un sacerdocio real y divino, está ministrándonos todo lo que Él es y todo lo que ha hecho. En nuestro espíritu, Él está operando interiormente como Espíritu vivificante, con la ley de vida. Por lo tanto, el ministerio que Él lleva a cabo en el cielo así como la obra que realiza en nuestro espíritu, se corresponden mutuamente. Él lleva a cabo Su ministerio en los cielos al operar en nuestro espíritu. Todo lo que Él es y todo lo que ha hecho está forjándose en nuestro ser a medida que opera la ley de vida en nuestro espíritu.
Los muebles del tabernáculo son un cuadro claro que nos muestra que las experiencias que tenemos de nuestro maravilloso Cristo nos conducen siempre al Lugar Santísimo, para que allí la ley de vida pueda operar en nosotros plenamente. Como hemos visto, primeramente experimentamos a Cristo como nuestra redención en el altar que está en el atrio. Después de esto, le experimentamos como el lavamiento y la limpieza del Espíritu, en el lavacro. Esto nos da acceso al Lugar Santo donde podemos disfrutar a Cristo como los panes de la proposición, es decir, como nuestro pan de vida, y como nuestro candelero, es decir, como la luz de la vida. Después, podemos disfrutarle como el altar del incienso, por el cual tenemos acceso al Lugar Santísimo. En el Lugar Santísimo, disfrutamos a Cristo como el maná escondido y como la vara que reverdeció, y este disfrute nos hace aptos para participar plenamente de la ley de vida. Es sólo en el Lugar Santísimo, es decir, en nuestro espíritu humano regenerado, que podemos disfrutar de la operación de la ley de vida de una manera plena. Además, la ley de vida no opera primordialmente para corregir nuestro comportamiento, sino para conformarnos a la imagen, es decir, para que adquiramos la forma, del Hijo primogénito de Dios, y lleguemos a ser iguales al modelo original.
El libro de Hebreos es muy profundo. Es profundo en cuanto a la revelación que nos presenta acerca de Cristo como Aquel a quien Dios designó y ungió, como el Pionero que entró en la esfera de la gloria, como el Capitán de la salvación que lleva a Sus muchos hermanos a Su misma gloria, y como el Sumo Sacerdote que ejerce un sacerdocio real y divino. Como tal Sumo Sacerdote, Él ministra a Sus hermanos todo lo que Él es en Su divinidad y humanidad, y todo lo que ha hecho, a fin de hacer de ellos una reproducción de Sí mismo con miras a que Dios obtenga Su expresión corporativa. Hebreos es también un libro profundo debido a que nos revela que este Cristo maravilloso está ahora unido a nuestro espíritu, el cual corresponde al Lugar Santísimo de la morada actual de Dios, con el propósito de ser nuestra vida y nuestra ley de vida, la cual opera para conformarnos a Su imagen. Éste es el tema más crucial de todo el libro de Hebreos. Éste es también el enfoque vital de las experiencias que tenemos de Cristo las cuales se revelan en este libro. Es por eso que Hebreos 4:12 nos dice que es necesario que haya una separación entre nuestro espíritu humano y nuestra alma, a fin de que entremos en el Lugar Santísimo para tocar el trono de la gracia y recibir gracia para el oportuno socorro. Es por eso también que en 10:22 se nos exhorta a acercarnos confiadamente al Lugar Santísimo, a fin de participar de la operación de la ley de vida. A medida que la ley de vida opera en nosotros, el propio Cristo, quien ahora ministra en los cielos, puede impartirnos todo lo que Él es, ha realizado y obtenido, no meramente con el fin de transformarnos sino más bien con el propósito de conformarnos a Su imagen, para que nosotros, Sus muchos hermanos, lleguemos a ser exactamente iguales a Él. De esta manera, Dios podrá obtener los muchos hijos que le expresarán en plenitud. Ésta es la meta de la economía divina de Dios. Esta meta sólo la puede realizar Cristo al ministrar en los cielos como Sumo Sacerdote, y al operar en nuestro espíritu como Espíritu vivificante, mediante la ley de vida.