Mensaje 12
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Lectura bíblica: Hch. 2:14-47
En Hch. 2:14-47 tenemos el relato del primer mensaje que Pedro dio a los judíos, en el cual explica el llenar económico del Espíritu Santo (Hch. 2:14-21), testifica del hombre Jesús, Su obra, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión (Hch. 2:22:36), e instruye y ruega a los que fueron conmovidos por el Espíritu (Hch. 2, 37-41). Luego, en Hch. 2:42-47 se nos describe el comienzo de la vida de iglesia, de lo cual trataremos en este mensaje.
Leamos Hechos 2:42: “Y perseveraban en la enseñanza y en la comunión de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones”. El primer grupo de creyentes producido cuando los apóstoles predicaron y ministraron a Cristo en el día de Pentecostés perseveraba en cuatro cosas: la enseñanza, la comunión, el partimiento del pan y las oraciones. La enseñanza es la revelación de la economía neotestamentaria de Dios con respecto a Cristo y la iglesia. La comunión es la participación y la comunicación que los creyentes tienen entre sí y con Dios el Padre y Cristo el Hijo; el partimiento del pan es la memoria que se hace del Señor con respecto al hecho de que cumplió la plena redención; la oración es la cooperación de ellos con el Señor que está en los cielos para llevar a cabo la economía neotestamentaria de Dios en la tierra.
Los das primeras, la enseñanza y la comunión, agrupadas por la conjunción “y”, son de los apóstoles, pero el partimiento del pan y las oraciones no lo son, lo cual indica que además de la enseñanza y la comunión de los apóstoles, los creyentes de Cristo no deben tener ninguna otra enseñanza ni comunión. En la economía neotestamentaria de Dios solamente existe una clase de enseñanza revelada y reconocida por Dios —la enseñanza de los apóstoles— y solamente existe una sola clase de comunión que es de Dios y que El acepta: la comunión de los apóstoles, la cual se tiene con el Padre y el Hijo Jesucristo (1 Jn. 1:3) y la cual es la única comunión de la única iglesia, el Cuerpo de Cristo.
Las dos últimas, el partimiento del pan y las oraciones, agrupados también por la conjunción “y”, son prácticas que tienen los creyentes en su vida cristiana, y no están directamente relacionadas con la economía de Dios ni con la unidad de la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Por tanto, estas prácticas no son de los apóstoles, quienes presentaron la revelación neotestamentaria de Dios y Su comunión a todos los creen en Cristo.
Los nuevos creyentes perseveraban en la enseñanza de los apóstoles. La única enseñanza aceptada en el Nuevo Testamento es la enseñanza de los apóstoles. Cualquier otra enseñanza, no es bíblica ni ortodoxa. La única enseñanza ortodoxa es la que los apóstoles escribieron en los veintisiete libros del Nuevo Testamento, desde Mateo hasta Apocalipsis. Por consiguiente, Pablo dijo a Timoteo: “Como te exhorté, al irme a Macedonia, a que te quedases en Efeso, para que mandases a algunos que no enseñen cosas diferentes” (1 Ti. 1:3). Enseñar cosas diferentes es enseñar asuntos que difieren de la enseñanza apostólica. Si damos cabida a diferentes enseñanzas, tendremos divisiones, pero si guardamos solamente la enseñanza de los apóstoles, seremos uno.
Así como la enseñanza de los apóstoles es única, también lo es su comunión. Todos los cristianos deben tener una sola comunión, la comunión de los apóstoles. En 1 Juan 1:3 se menciona esta comunión: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo”. La palabra griega traducida “comunión” es koinonía, la cual significa participación mutua, o común participación. Es el producto de la vida eterna, el fluir de la vida eterna dentro de todos los creyentes, quienes han recibido y ahora poseen la vida divina. Es representada por el fluir del agua de vida en la Nueva Jerusalén (Ap. 22:1). Por tanto, como lo indica Hechos 2:42, todos los verdaderos creyentes están en esta comunión, y el Espíritu la mantiene en nuestro espíritu regenerado. Por ende, es llamada “la comunión del Espíritu Santo” (2 Co. 13:14) y “la comunión de espíritu” (Fil. 2:1). En la comunión de la vida eterna, nosotros los creyentes tenemos parte en todo lo que el Padre y el Hijo son y en todo lo que han hecho a nuestro favor, es decir, disfrutamos el amor del Padre y la gracia del Hijo por virtud de la comunión del Espíritu (2 Co. 13:14).
Esta comunión constituyó primero la porción de los apóstoles al disfrutar ellos al Padre y al Hijo por medio del Espíritu. Por lo tanto, en 2:42 es llamada “la comunión de los apóstoles” y en 1 Jn. 1:3, “nuestra comunión [la de los apóstoles]”, una comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Esta comunión es un misterio divino.
La palabra “comunión” mencionada en Hechos 2:42 y 1 Juan 1:3 indica la idea de dejar a un lado los intereses privados, y unirse a otros con un propósito común. Por consiguiente, tener comunión con los apóstoles, estar en su comunión, y tener comunión con el Dios Triuno en la comunión de los apóstoles significa dejar a un lado nuestros intereses privados y unirnos con los apóstoles y con el Dios Triuno para que el propósito de Dios sea llevado a cabo. Nuestra participación en el disfrute que los apóstoles tenían del Dios Triuno, nos une a ellos y al Dios Triuno con miras a Su propósito divino, el cual es común a Dios, a los apóstoles y a todos los creyentes.
Entre los cristianos de hoy existen enseñanzas diferentes y también distintas comuniones. Permítanme compartir con ustedes la experiencia que tuve con la denominación de los Bautistas del sur. De niño asistí a escuelas bautistas, pues mi madre pertenecía a dicha denominación. Cada vez que iban a tener el servicio de la santa cena, se anunciaba que sólo los que habían sido bautizados con ellos podían participar. Esto significa que esa denominación tenía su propia comunión, y que ésta no era la comunión de los apóstoles.
La comunión de los apóstoles es abierta, pues recibe a todos los verdaderos creyentes de Cristo. Por ejemplo, esta comunión recibe a creyentes que hayan sido bautizados por inmersión o por aspersión. Además, los que se encuentran en esta comunión tampoco exigen que los creyentes hayan sido bautizados por ellos. Ciertos grupos denominacionales alegan que solamente su bautismo es válido. Insisten en que un creyente debe ser bautizado de nuevo si quiere pertenecer a su grupo. Estos son ejemplos de una comunión diferente a la de los apóstoles.
¿Sabe usted cómo determinar si algún grupo cristiano es una división? Una manera de hacerlo es averiguando si ese grupo recibe a todos los creyentes. Por ejemplo, supongamos que un hermano en el Señor es sacerdote de la Iglesia Católica Romana y decide asistir a nuestra reunión de la mesa del Señor. Nosotros ciertamente lo recibiríamos por el hecho de ser nuestro hermano en Cristo. Todo grupo que no reciba a los verdaderos creyentes constituye una división y no practica la comunión de los apóstoles.
En algunos lugares, hay cristianos que no reciben a otros los creyentes por el hecho de pertenecer a otro grupo étnico. ¿Pudríamos decir que tales cristianos están en la comunión de los apóstoles? Claro que no. Su comunión es la de una raza en particular, y no la de los apóstoles. La comunión de los apóstoles ciertamente incluye a creyentes de toda raza y nacionalidad. Vemos un ejemplo claro de esto en Hechos 13:1, donde dice que había creyentes de diferentes razas y nacionalidades entre los profetas y maestros de la iglesia en Antioquía.
Todo aquel que no reciba a otros creyentes debido a su nacionalidad no practica la comunión de los apóstoles. Supongamos que algunos hermanos estadounidenses no están dispuestos a recibir a hermanos de Alemania y digan: “Esos hermanos alemanes son demasiado fuertes, no deberíamos aceptarlos”. En ese caso, tales hermanos constituirían una división. En lugar de tener la comunión de los apóstoles tendrían una comunión al estilo norteamericano. Supongamos también que los hermanos alemanes reaccionaran y dijeran: “Ya que ustedes son tan orgullosos de su nacionalidad y no nos aceptan, nosotros tampoco los aceptaremos a ustedes”. Esto daría por resultado dos “comuniones”, una alemana y otra norteamericana. No obstante, el Nuevo Testamento sólo presenta una comunión, a saber, la de los apóstoles.
Los nombres que los creyentes exhiben en frente de sus locales de reunión indican que ellos no están en la comunión de los apóstoles. Por ejemplo, en China vi un letrero que decía: “Iglesia presbiteriana norteamericana”, y hace poco, en el sur de California vi otra pancarta que identificaba a cierto grupo como: “Iglesia china de Taiwán”. Es bien extraño que en China hubiese una iglesia presbiteriana norteamericana, y en California, una iglesia china de Taiwán. Tales grupos no practican la unidad del Cuerpo de Cristo.
Hechos 2:42 revela que al principio de la vida de iglesia había una sola comunión, la cual pertenecía a los apóstoles. Dicha comunión incluía a todos los verdaderos creyentes. Hoy, en la vida de iglesia, en el recobro del Señor, seguimos y practicamos la comunión de los apóstoles.
La construcción gramatical de 2:42 es muy significativa, pues nos muestra que los nuevos creyentes perseveraban en dos grupos de cosas: primero, en la enseñanza y comunión de los apóstoles; y segundo, en el partimiento del pan y en las oraciones. Si observamos, cada grupo está unido por la conjunción “y”. Esta conjunción une la enseñanza con la comunión de los apóstoles, y el partimiento del pan con las oraciones. Sin embargo, no se usó para unir estos dos grupos. En otras palabras, estos cuatro asuntos —la enseñanza, la comunión, el partimiento del pan y las oraciones— no forman un solo grupo, de cuatro cosas, sino dos: la enseñanza y la comunión, y el partimiento del pan y las oraciones.
La construcción gramatical de este versículo nos deja ver que la enseñanza y la comunión pertenecen a los apóstoles, y que el partimiento del pan y las oraciones no son de ellos. La enseñanza y la comunión pertenecían a los apóstoles, mientras que el partimiento del pan y las oraciones no eran de ellos. Esto implica que aunque tengamos la libertad de orar en todo lugar y en cualquier momento, no podemos tener más que una comunión, ya que sólo existe una: la de los apóstoles. Asimismo, aunque podamos partir el pan en cualquier momento y en cualquier lugar, no podemos tener ninguna otra enseñanza que no sea la de los apóstoles, pues como creyentes que somos, sólo debemos tener una sola: la enseñanza de los apóstoles.
Leamos Hechos 2:43: “Y sobrevino temor a toda alma; y muchos prodigios y señales eran hechos por medio de los apóstoles”. Los prodigios y las señales no son parte del testimonio central de Dios, el cual es el Cristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido; tampoco son parte de la salvación plena. Solamente son evidencias de que lo predicado y ministrado por los apóstoles y el modo en que actuaban provenían absolutamente de Dios y no del hombre (He. 2:3-4).
Hechos 2:44-45 declara: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno”. Lo mismo se repite en 4:32. Tener en común todas las cosas no era una señal de amor, sino de la salvación dinámica efectuada por Cristo, lo cual salvó a los creyentes de la avaricia y del egoísmo. Esto sólo se practicó por un breve tiempo al principio de la economía neotestamentaria de Dios, es decir, no continúo por mucho tiempo como práctica obligatoria en la vida de iglesia durante el ministerio de Pablo, como lo comprueban sus palabras en 2 Corintios 9 y en otros pasajes.
Hechos 2:45 declara que los creyentes vendían sus propiedades y sus bienes y los repartían según la necesidad de cada uno. Esto también es una evidencia de la salvación dinámica que el Señor efectuó, la cual permitió que los creyentes pudieran vencer el poder de sus posesiones terrenales, que ocupan, poseen y usurpan a toda la humanidad caída (Mt. 19:21-24; Lc. 12:13-19, 33-34; 14:33; 16:13-14; 1 Ti. 6:17). Aunque los creyentes habían recibido una salvación dinámica de parte de Dios, la cual los llevó a perder todo apego por las posesiones terrenales, el hecho de tener todas las cosas en común no llegó a ser una práctica establecida en la vida de iglesia.
Leamos Hechos 2:46-47a: “Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan de casa en casa, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y manifestando gracia a los ojos de todo el pueblo”. Al principio de la economía neotestamentaria de Dios, ni los primeros cristianos ni el primer grupo de apóstoles entendían claramente que Dios había abandonado el judaísmo con sus prácticas y todo lo relacionado con ellas, incluyendo el templo (Mt. 23:38: “vuestra casa”, refiriendose al templo abandonado por Dios). Por lo tanto, conforme a su tradición y costumbre, seguían acudiendo al templo a celebrar sus reuniones neotestamentarias.
Según 2:46, los creyentes partían el pan cada día y de casa en casa. El hecho de que los primeros cristianos recordaran al Señor de esta forma, demuestra su amor y entusiasmo para con el Señor.
Las palabras griegas traducidas “de casa en casa” significan también “en el hogar”, lo cual contrasta con la frase “en el templo”. La manera cristiana de reunirse en casas concuerda con la economía neotestamentaria de Dios y difiere de la manera judía de reunirse en las sinagogas (6:9). Las reuniones de hogar llegaron a ser una práctica continua y general en las iglesias (cfr. Ro. 16:5; 1 Co. 16:19; Col. 4:15; Flm. 1:2).
En 2:46, vemos que los creyentes “comían juntos con alegría y sencillez de corazón”. La palabra griega traducida “sencillez” significa también simplicidad. Esto describe un corazón sencillo, simple y puro que tiene un solo amor y deseo, y un solo propósito al buscar al Señor. Por tanto, los primeros creyentes eran sencillos, sinceros y puros de corazón.
Conforme a 2:47a, los creyentes de la vida de iglesia primitiva alababan a Dios y manifestaban gracia a los ojos de todo el pueblo. Ellos llevaban una vida que expresaba los atributos de Dios en las virtudes humanas, tal como lo hizo Jesús, el Salvador-Hombre (Lc. 2:52).
Leamos Hechos 2:47b: “Y el Señor incorporaba día tras día a los que iban siendo salvos”. La oración “el Señor incorporaba ... a los que iban siendo salvos” significa que El los añadía a la iglesia. El Señor añadía a los salvos y este conjunto formaba la iglesia. Esto indica que desde el principio mismo de su vida cristiana, los primeros creyentes eran llevados a la vida corporativa de iglesia; no vivían individualmente como cristianos separados unos de otros. Damos gracias al Señor por este primer cuadro de la vida de iglesia.