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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Hechos»
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Mensaje 14

LA PROPAGACION EN JERUSALEN, JUDEA Y SAMARIA MEDIANTE EL MINISTERIO DE LA COMPAÑIA DE PEDRO

(9)

  Lectura bíblica: Hch. 3:1-26

  Al leer la Biblia tal vez aún nos encontramos inconscientemente bajo la influencia de la teología tradicional. Por tanto, debemos abandonarla y volver a la Biblia de una manera fresca y nueva. Si leemos Hechos 3 de esta manera, veremos que el Señor es el Siervo de Dios, el Santo, el Justo y el Autor de la vida. Ademas, prestaremos atención a los tiempos de refrigerio mencionados en el versículo 19. Como ya dijimos, en nuestra experiencia, Cristo es el tiempo de refrigerio, porque El es nuestro disfrute, nuestro descanso y nuestra paz.

SABER QUE PODEMOS DISFRUTAR AL SEÑOR

  ¿Ha escuchado alguna vez que puede disfrutar al Señor? ¿Ha llegado a oír a algún predicador que use la palabra “disfrute” para describir la relación que usted puede tener con el Señor? Pocos creyentes han oído que pueden disfrutar al Señor. En la religión se disfruta muy poco al Señor, si es que se le disfruta. Sin embargo, por la misericordia del Señor, puedo testificar que durante años he animado al pueblo del Señor a que se deleite en El.

  En 1965 tuvimos una conferencia en Los Angeles acerca del tema de comer a Jesús. Durante esa conferencia, estudiamos lo que la Biblia dice en cuanto al comer: comer el árbol de la vida, el cordero pascual con los panes sin levadura y las hierbas amargas, el maná y el producto de la buena tierra. Luego, examinamos lo que el Señor dijo en Juan 6 acerca de comerlo a El y el mandato que dio cuando estableció Su mesa, de que cociéramos Su cuerpo. Además, vimos la promesa del Señor en Apocalipsis 2:7, la cual dice que los vencedores comerán del árbol de la vida. Vimos también la promesa mencionada en Apocalipsis 22:14, de que los que lavan sus vestiduras tendrán derecho al árbol de la vida.

  Un predicador asistió a esa conferencia. Después de una de las reuniones, nos dijo que jamás había oído hablar de disfrutar al Señor comiéndolo. El se preguntaba dónde yo había aprendido estas cosas acerca de comer al Señor y de disfrutarle. Uso este ejemplo para que nos demos cuenta de que el Señor Jesús es disfrutable.

  Algunos creyentes no saben que Cristo puede ser su disfrute, porque se encuentran bajo la influencia de la teología tradicional cuando leen la Biblia. Cada vez que la leen, se ponen los “lentes de la tradición”. Tienen que quitarse esos lentes y leer la Biblia sin ninguna distorsión. Si hacemos esto, no pasaremos por alto cuando se habla del Autor de la vida y de los tiempos de refrigerio en Hechos 3.

DISFRUTAMOS TIEMPOS DE REFRIGERIO AL INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR

  Si disfrutamos a Cristo, tendremos tiempos de refrigerio. Simplemente invocando el nombre del Señor Jesús, se experimenta este deleite. Invoque: “¡Oh Señor Jesús!” y experimentará tiempos de refrigerio.

  Debemos disfrutar de tiempos de refrigerio en nuestra vida matrimonial. Por ejemplo, por enojarse una hermana con su marido, puede quedar atada como la mujer de Lucas 13:10-17, a quien Satanás había encorvado. El enojo que siente hacia su esposo a menudo la ata de esta forma. ¿Cómo puede esta hermana ser liberada de dicha esclavitud? Simplemente al invocar: “¡Oh Señor Jesús!”

  Cada vez que estamos atados, necesitamos invocar al Señor. Entonces podremos decir: “¡Amén, Señor Jesús! Estoy ahora disfrutando tiempos de refrigerio”. Les animo a que disfruten tiempos de refrigerio invocando el nombre del Señor.

  Las personas que están llenas de conocimiento teológico son quizá quienes menos están dispuestas a invocar el nombre del Señor. Esto tal vez se deba a que sienten vergüenza de hacerlo, pero es mejor poner a un lado la vergüenza y ganar al Señor Jesús. ¡Cuán disfrutable es invocar Su nombre! A veces me encuentro en un éxtasis de alegría en el Señor cuando le invoco, y así disfruto tiempos de refrigerio. Diariamente y todo el día podemos disfrutar de tiempos de refrigerio simplemente al invocar al Señor.

  Algunos critican la práctica de invocar el nombre del Señor Jesús y alegan que es algo que hemos inventado. Invocar el nombre del Señor es una práctica bíblica; ciertamente no es un invento nuestro. Invocar al Señor tampoco era una nueva práctica en el Nuevo Testamento. Empezó con Enós, la tercera generación de la humanidad (Gn. 4:26) y siguió con muchos otros (véase la nota sobre el versículo 2:21 de Hechos en la Versión Recobro).

  Cuando algunos oyen que invocar al Señor empezó con Enós, tal vez digan que él no invocó como lo hacemos hoy. Entonces preguntaría: “¿Cómo invocó Enós el nombre del Señor? ¿Acaso dijo: Oh Señor, ten misericordia de mí. Señor, me encuentro en una situación lamentable y tengo muchos problemas. Señor, ¿qué haré?”

  No podemos saber cómo invocar el nombre del Señor sólo con leer un versículo. Debemos considerar este tema usando toda la Escritura. Si leemos el Antiguo Testamento, de Génesis 4 a Isaías 12, veremos cómo debemos invocar al Señor. Isaías indica particularmente que necesitamos invocar al Señor con gozo: “Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación. Y diréis en aquel día: Cantad a Jehová, aclamad su nombre, haced célebres en los pueblos sus obras, recordad que su nombre es engrandecido” (Is. 12:3-4). Sacamos aguas de las fuentes de la salvación al invocar alegremente el nombre del Señor.

  Supongamos que un hermano enfrenta muchos problemas. Su esposa está en el hospital, su hijo mayor se quedó sin empleo y su hijo menor no anda muy bien en la escuela. Este hermano no debe decir: “Señor, ten misericordia de mí, porque estoy pasando por muchas necesidades. Señor, mi esposa está en el hospital, mi hijo mayor perdió su trabajo y el menor tiene problemas en la escuela. Señor ayúdame”. En lugar de orar de esta manera, el hermano debe invocar al Señor y declarar: “Señor Jesús, ¡Tú eres el Señor! Tú eres soberano. Señor Jesús, te doy las gracias porque Tú conoces mi situación. Tú sabes que mi esposa se encuentra en el hospital, que mi hijo mayor ha perdido su trabajo y que el menor tiene problemas en la escuela. ¡Oh Señor Jesús!” Esto es invocar al Señor con fuerza y alegría. No hay duda que fue así como invocaron los santos de los Antiguo Testamento y del Nuevo.

  La palabra griega traducida “invocar” en 2:21 es epikaléo, que se compone de epi, que quiere decir sobre, y kaléo, llamar por nombre, es decir, llamar en voz alta como lo hizo Esteban (7:59-60). Así vemos que invocar el nombre del Señor significa llamarlo en voz alta. No se trata de una enseñanza o una práctica que hayamos inventado, sino de un hecho bíblico. Si estudia la nota de la Versión Recobro que explica el tema de invocar al Señor, verá cuán bíblica es esta práctica. Invocar el nombre del Señor tiene un firme fundamento en la revelación del Antiguo Testamento y del Nuevo. Además, sabemos por experiencia que cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, disfrutamos de tiempos de refrigerio. Este es un hecho patente en la Palabra y que hemos comprobado en nuestra experiencia. Le animo a que lo haga.

ASPECTOS DE CRISTO COMO EL SANADOR

  En 3:22-23 Pedro señala que el Señor Jesús es un profeta: “Moisés dijo: ‘El Señor vuestro Dios os levantará Profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a El oiréis en todas las cosas que os hable; y sucederá que toda alma que no oiga a aquel Profeta, será totalmente desarraigada de entre el pueblo’”. Como Profeta, Cristo habla por Dios, y proclama a Dios.

  En 3:25, leemos que el Señor Jesús es también la simiente de Abraham: “Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con vuestros padres, diciendo a Abraham: ‘En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra’”. En este versículo la “simiente” se refiere a Cristo (Gá. 3:16). Pedro parecía decir: “El hombre Jesús, el nazareno, Aquel que despreciaron los líderes judíos, es la simiente de Abraham en la cual todas las naciones de la tierra serán benditas. El no es solamente el Siervo de Dios, el Santo, el Justo, el Autor de la vida y el Profeta; también es la simiente de Abraham, en quien toda la tierra será bendita”.

  El Sanador del que habla Hechos 3 es maravilloso. Debemos quitar nuestra atención de la sanidad y centrarla en el Sanador. Apreciamos la sanidad, pero apreciamos mucho más al Sanador. Este Sanador es la persona en la cual serán benditas todas las familias de la tierra, los hombres de todas las razas, colores y nacionalidades.

  Cuando leemos el capítulo tres de Hechos, debemos prestar especial atención a todos los puntos que se relacionan con Cristo como el Sanador. El es el Siervo de Dios y el Santo, Aquel que se consagró absolutamente a Dios. Como Justo, El se relaciona rectamente con Dios, con los hombres y con todas las cosas en los cielos y en la tierra. Además, El es el Autor de la vida. El no es solamente la vida, sino también el Originador, la fuente y el origen de la vida. Ademas, El nos trae tiempos de refrigerio. Cuando tenemos contacto con El, experimentamos tiempos de refrigerio. Este Sanador es también el Profeta que proclama a Dios. Por último, El es la simiente en la cual serán benditas todas las familias de la tierra.

  Es posible que leamos Hechos 3 sin prestar ninguna atención a los aspectos que se presentan de Cristo, el Sanador, revelados en este capítulo. ¿Cómo es posible leer este capítulo y no ver estas cosas? Esto se debe a la influencia de la teología tradicional, la cual no nos deja ver los diferentes aspectos relacionados con Cristo el Sanador, que se presentan en Hechos 3. Debemos ver que el Sanador es el Siervo, el Santo, el Justo, el Autor de la vida, el Profeta y la simiente en la cual serán benditas todas las familias de la tierra. ¡Cuán grande es este Sanador! En lugar de preocuparnos por la sanidad, debemos disfrutar al Sanador. Mientras tengamos al Sanador, disfrutaremos tiempos de refrigerio.

DIOS ENVIO AL CRISTO ASCENDIDO

  Después de presentar a Cristo como el Sanador en muchos aspectos, Pedro presenta una conclusión en el versículo 26: “A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a Su Siervo, lo envío para que os bendijese, a fin de cada uno se convierta de sus maldades”. Dios devolvió al Cristo ascendido primeramente a los judíos al derramar sobre ellos Su Espíritu el día de Pentecostés. Por tanto, este Espíritu es el Cristo a quien Dios levantó y exaltó a los cielos. Cuando los apóstoles predicaban y ministraban a este Cristo, el Espíritu era ministrado al pueblo.

  Cuando Pedro pronunció las palabras del versículo 26, el Siervo de Dios ya había ascendido a los cielos y estaba todavía allí. No obstante, Pedro le dijo al pueblo que Dios había enviado a Cristo para bendecirlos. ¿Qué significa esto? Dios había recibido a Cristo en los cielos, pero en este versículo Pedro declara que Dios ha enviado al Cristo ascendido al pueblo. ¿De qué manera lo envió a ellos? Dios lo envió al derramar el Espíritu. Así envió Dios el Cristo ascendido al pueblo. Esto implica que el Espíritu vertido es en realidad el Cristo ascendido. Cuando el Espíritu derramado descendió sobre el pueblo, El era el Cristo ascendido enviado por Dios. Así vemos que el Espíritu derramado es el mismo Cristo ascendido. En la economía de Dios, y conforme a la experiencia de Su pueblo, el Cristo ascendido y el Espíritu derramado son uno solo; Cristo y el Espíritu son uno para nuestro disfrute.

  Al presentar a Cristo, Pedro se refirió a El como el Siervo de Dios, el Santo, el Justo, el Autor de la vida, el Profeta y la simiente en la cual recibimos las bendiciones de Dios. Por ultimo, Pedro concluye: “A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a Su Siervo, lo envió para que os bendijese...” Pedro parece decir: “Dios lo envío a vosotros primeramente para bendeciros. ¿Cómo lo envió? El lo envió al derramar Su Espíritu sobre vosotros con el fin de bendeciros. Ahora vosotros necesitáis recibir a esta persona. El no está lejos de vosotros. Aunque El está en los cielos en el sentido económico, El se encuentra entre vosotros como el Espíritu que fue vertido para bendeciros. Si invocáis Su nombre, recibiréis Su persona, el Espíritu Santo. El nombre es Jesús pero la persona es el Espíritu. Invocad el nombre del Señor Jesús y recibiréis el Espíritu. Así obtendréis la bendición de Dios”. De esto modo recibimos la bendición que Dios desea proporcionarnos al enviarnos al Cristo ascendido como Espíritu vivificante.

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