Mensaje 29
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Lectura bíblica: Hch. 10:1-33
Al final del capítulo nueve, vemos que el Señor obró de diversas maneras para prepararle camino a Pedro a fin de que éste abriera la puerta del reino de Dios a los gentiles. Hechos 9:31 nos habla del éxito que tuvo el ministerio de Pedro: “Entonces la iglesia tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y era edificada; y se multiplicaba andando en el temor del Señor y con el consuelo del Espíritu Santo”. Las iglesias habían sido sólidamente establecidas en las tres provincias de Judea, Galilea y Samaria. Esto indica que el ministerio de Pedro, que consistía en propagar al Cristo resucitado, tuvo mucho éxito en la tierra judía. Esta tierra incluía no solamente a Judea, sino también a Galilea y a la región central llamada Samaria. Mediante el ministerio de Pedro, el territorio conocido como tierra santa se llenó de iglesias.
Según 9:32-43, el Señor movió a Pedro hacia Cesarea, centro importante del gobierno romano en aquel tiempo. En Cesarea vivía un hombre llamado Cornelio. En este pasaje vemos todo lo que el Señor preparó para abrir la puerta a los gentiles a la vida de iglesia.
En Mateo 16:19 leemos que el Señor Jesús le dio a Pedro las llaves del reino. El día de Pentecostés, Pedro usó la primera de estas llaves para abrir la puerta del reino de Dios al pueblo judío. Como veremos en Hechos 10, Pedro usó la segunda llave para abrir la puerta del reino de Dios a los gentiles.
Leamos Hechos 10:1 y 2: “Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte llamada la italiana, devoto y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre”. La palabra “cohorte” representa una de diez divisiones de una antigua legión romana. Estaba compuesta de seiscientos hombres. Cornelio, centurión romano, así como el eunuco etíope, buscaba a Dios, según se menciona en 17:27.
En 10:1, vemos que el Señor dio un paso adicional en Su obra evangélica. Así llegó a otro gentil, un hombre de Italia, del imperio romano en Europa. De esta manera la puerta del evangelio les fue abierta a todos los gentiles. Era difícil que los apóstoles y discípulos judíos, por su cultura y costumbres, se acercaran a los gentiles (v. 28). Por tanto, como éste era un movimiento extraordinario, requería la participación de un ángel de Dios (v. 3), así como cuando Felipe se acercó al etíope, un hombre de Africa, en 8:26. En ambos casos, el Espíritu habló a Felipe y a Pedro de una manera específica (8:29; 10:19).
El Señor es soberano sobre toda la situación del mundo. Lo que sucedió en Hechos 10 ciertamente fue ordenado por el Señor en Su soberanía. En Cesarea, ciudad importante del gobierno romano, se hallaba este centurión llamado Cornelio. Cornelio no era solamente un hombre bueno y ético, sino también devoto de Dios. Desde el principio de la humanidad, siempre han existido hombres devotos que buscan a Dios. Cornelio era un hombre semejante. El y toda su familia temían a Dios y eran devotos. Hechos 10:7 habla también de un soldado devoto. Esto indica que en la casa de Cornelio imperaba un ambiente de devoción. En Hechos 10, vemos la clase de persona que el Señor usó para abrir el camino del reino de Dios al mundo gentil.
Leamos Hechos 10:3 y 4: “Este vio claramente en una visión, como a la hora novena del día, que un ángel de Dios entraba donde él estaba, y le decía: Cornelio. El, mirándole fijamente, y atemorizado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios”. Aunque Cornelio era un ser humano caído, pecaminoso y condenado ante Dios como todos los demás, Dios aceptó sus oraciones y sus limosnas, mientras que rechazó las de Caín (Gn. 4:3, 5). Esto quizá se debió al hecho de que Dios, basándose en la redención eterna de Cristo y en vista de que Cornelio iba a creer en Cristo en los días venideros, lo perdonó (v. 43), conforme a Su presciencia.
Hechos 10:3 nos revela que un ángel de Dios se presentó a Cornelio y le habló. En el caso del eunuco etíope vemos que “un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto” (8:26). La mención de ángeles en ambos pasajes indica que fueron casos extraordinarios. En la historia del eunuco etíope, el evangelio llegó a un gentil. Asimismo, en el relato de la casa de Cornelio el evangelio fue predicado a una familia gentil. Un ángel tuvo que participar porque se trataban de casos excepcionales. No obstante, debemos notar que en ninguno de los dos casos, el ángel había sido comisionado para predicar el evangelio. Esto se debe simplemente a que sólo los seres humanos, quienes han creído en el Señor Jesús, tienen el privilegio de llevar a otros las buenas nuevas.
Después de la visión de Cornelio (10:1-8), tenemos la visión de Pedro (10:9-16). Leamos Hechos 10:9: “Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta”. Cornelio recibió una visión cuando oró (v. 30), y Pedro recibió otra visión (v. 17, 19), también mientras oraba. Por medio de la oración el plan y el mover de Dios fueron llevados a cabo. Esto nos enseña que la oración del hombre es necesaria como medio de cooperación con el mover de Dios.
El capítulo diez de Hechos recalca claramente la importancia de la oración. Primero se relata la oración de Cornelio, luego la oración de Pedro. Las oraciones de estos dos hombres llegaron a ser el medio que usó el Señor para abrir la puerta a los gentiles. Mientras Cornelio, hombre devoto, estaba orando, tuvo una visión. Asimismo, mientras Pedro oraba, tuvo la visión mencionada en este capítulo. Por consiguiente, todos debemos aprender a llevar una vida de oración, pues ésta le prepara siempre el camino al Señor para que El se mueva y se propague. Nosotros, quienes nos hemos consagrado al recobro del Señor, debemos aprender que el Señor sólo puede usar a aquellos que llevan una vida de oración, una vida dedicada a tener contacto con El por medio de la oración.
No sabemos qué pedían Cornelio y Pedro en sus oraciones. Sin embargo, leemos que ellos tenían ciertos momentos designados para la oración, que tenían un itinerario de oración. Hechos 10:3 declara que Cornelio oraba en la hora novena, o sea las tres de la tarde, y 10:9 muestra que Pedro oraba cerca de la hora sexta, la del mediodía. Por tanto, vemos que ellos llevaban una vida de oración y que incluso separaban un tiempo específico para orar. Si nosotros en el recobro del Señor llevamos una vida de oración con tiempos designados, El nos usará para abrir un camino a la propagación de Su recobro.
Hechos 10:10 declara que Pedro “tuvo gran hambre y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis”. El hambre de Pedro indica que buscaba las cosas de Dios (Mt. 5:6). Dios colma de bienes a los hambrientos (Lc. 1:53). La palabra griega traducida “comer” se traduce generalmente “saborear”.
La palabra griega traducida “éxtasis” es ékstasis, la cual significa sacar algo de su lugar; por lo tanto, se refiere a un estado en el cual un hombre se sale de sí mismo y desde el cual regresa a sí mismo (12:11), como en un sueño, pero sin dormir. Difiere de una visión, como en los versículos 3, 17 y 19, en la cual objetos definidos son visibles a los ojos humanos. Sin embargo, en este éxtasis o trance, Pedro recibió una visión (11:5).
En este trance, Pedro “vio el cielo abierto, y que descendía un objeto semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; en el cual había de todos los cuadrúpedos y reptiles de la tierra y aves del cielo” (vs. 11-12). En el versículo 11, el cielo abierto indica que el mover evangélico del Señor en la tierra está bajo Su administración en el trono en el cielo (véase He. 8:1; Hch. 7:56). Todos los apóstoles y evangelistas estaban y todavía están llevando a cabo la comisión celestial en la tierra para que el evangelio del reino de Dios sea propagado.
El versículo 11 declara que un objeto semejante a un gran lienzo descendía del cielo. Este objeto simboliza el evangelio y su propagación a los cuatro confines de la tierra habitada para reunir toda clase de personas inmundas (pecaminosas) (Lc. 13:29). Los animales cuadrúpedos, los reptiles y los pájaros mencionados en el versículo 12 simbolizan a toda clase de personas.
Leamos Hechos 10:13: “Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come”. En esta señal, comer significa asociarse con la gente (v. 28).
En el versículo 14, Pedro contestó: “Señor, de ninguna manera; porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás”. Pedro no comía cosas profanas o inmundas conforme a las enseñanzas de Levítico 11. La circuncisión, la observancia del sábado y la abstención de ciertos alimentos son las tres ordenanzas principales de la ley de Moisés que hacían de los judíos personas distintas y separadas de los gentiles, a quienes aquéllos consideran inmundos. Todas estas ordenanzas bíblicas de la dispensación del Antiguo Testamento obstaculizaban la predicación del evangelio entre los gentiles conforme a la dispensación neotestamentaria de Dios (15:1; Col. 2:16).
Hechos 10:15 continúa: “Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo tengas por común”. Esto se refiere a la gente, a quienes Dios limpió mediante la sangre redentora de Cristo (Ap. 1:5).
En el capítulo diez de Hechos, vemos un asunto importante relacionado con la economía de Dios: la necesidad de experimentar un traslado de dispensación. En el Antiguo Testamento, la economía de Dios se encontraba en forma de figuras, tipos y profecías, y por consiguiente, no se cumplió en esa dispensación. Finalmente el Dios Triuno vino y cumplió todo lo que exigía Su justicia, Su santidad y Su gloria, con el fin de llevar a cabo Su economía. No fue solamente el Hijo quien vino, sino el Hijo con el Padre a través del Espíritu. Dios lleva a cabo Su economía al impartirse a Sí mismo en Su pueblo escogido y al mezclarse completamente con la humanidad a fin de edificar una morada eterna para El y para Su pueblo escogido con miras a expresarse plenamente en la eternidad.
Desde que Dios vino en Su trinidad para hacer todo lo necesario para cumplir Su economía, ocurrió un traslado de dispensación. Por una parte, Dios tenía que usar al pueblo judío para efectuar este traslado. Por otra, el judaísmo representaba el mayor obstáculo. Notamos esto en la confrontación que hubo entre el judaísmo y el Señor Jesús en los cuatro evangelios. El Señor vino para iniciar el traslado, es decir, iniciar el cambio, pero el judaísmo intentó frustrar este cambio. Esta contienda que comenzó en los evangelios continuó en Hechos.
Ni siquiera Pedro, ni Juan ni Jacobo, quienes habían sido escogidos por el Señor, entendieron claramente la necesidad de experimentar un traslado completo y definitivo. Esto lo revela la respuesta que tuvo Pedro ante la visión del gran lienzo que descendía del cielo. Pedro no tenía problema alguno en guardar su tiempo de oración, pero cuando el Señor le indicó que fuese a los gentiles y se asociara con ellos, esto representó un gran problema para él.
Debido a su trasfondo judío, Pedro no quería asociarse con los gentiles. Para un judío, asociarse con gentiles equivalía a comer cosas inmundas. Comer algo significa ingerirlo y hacernos uno con ello. El hecho de que Pedro se negara a comer de las cosas inmundas que había en la visión del gran lienzo, demuestra cuán renuentes eran los judíos a recibir a los gentiles y ser uno con ellos. Un judío que se asociaba con los gentiles y unía a ellos era considerado por otros como una persona que comía cosas inmundas.
Ya mencionamos que las tres ordenanzas principales que separaban y distinguían a los judíos de los gentiles eran la circuncisión, la observancia del sábado y la abstinencia de ciertos alimentos. En cuanto a estas ordenanzas, los judíos conservadores son muy estrictos. Según Efesios 2:15, las ordenanzas de la ley fueron abolidas por la muerte del Señor en la cruz. El abolió la circuncisión, la observancia del sábado y la abstinencia de comer ciertos alimentos. Pese a que el Señor Jesús ya había abolido estas enseñanzas, Pedro aún se aferraba a ellas.
En Hechos 10, el Señor Jesús puso a Pedro a prueba. Mientras Pedro estaba orando, le sobrevino un éxtasis. Esto significa que Pedro estaba fuera de sí mismo. Mientras él se encontraba en éxtasis, tuvo una visión. El vio un objeto semejante a un gran lienzo que descendía, y en este lienzo, se encontraban toda clase de cuadrúpedos y reptiles de la tierra y aves del cielo. Pedro debe de haberse quedado muy sorprendido con esta visión. Luego una voz le dijo: “Levántate, Pedro, mata y come” (v. 13). Pedro respondió así: “Señor, de ninguna manera; porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás” (v. 14). Con esto Pedro parecía decir: “Señor, no puedo comer estas cosas. Nunca he comido cosa profana. Todo lo que como, Señor, debe ser santificado. Sólo puedo comer cosas santificadas”.
Su respuesta revela que no le era fácil al Señor trasladarlo. Por esta razón el Señor tuvo que repetirle la visión tres veces: “Esto se hizo tres veces; y el objeto volvió a ser recogido en el cielo” (v. 16). Es posible que nosotros al igual que Pedro, enfrentemos dificultades al experimentar este traslado hoy en día, debido a la influencia que ejercen las tradiciones religiosas sobre nuestros pensamientos.
En 10:17-33, tenemos el relato de la visita de Pedro a la casa de Cornelio en Cesarea. Leamos los versículos 19 y 20: “Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, baja y vete con ellos sin dudar, porque Yo los he enviado”. Esto indica que el Espíritu se movió y actuó por medio de Cornelio aún antes de que él se convirtiera (vs. 7-8). En 8:29, el Espíritu le habló a Felipe, y en 10:19, el Espíritu le habló a Pedro. Tanto en el caso del eunuco etíope como en el de Cornelio y su casa, primero habló un ángel y luego habló el Espíritu.
Pedro recibió a los que Cornelio mandó y los hospedó. “Y al día siguiente, levantándose, se fue con ellos; y le acompañaron algunos de los hermanos de Jope” (v. 23). Pedro, en este caso estratégico, no obró de manera individual, sino llevó consigo a algunos hermanos conforme al principio del Cuerpo de Cristo, a fin de que éstos vieran lo que Dios haría con los gentiles mediante la predicación del evangelio al quebrantar Pedro la tradición y las costumbres judías (11:12).
Leamos Hechos 10:24: “Al otro día entraron en Cesarea. Y Cornelio los estaba esperando, habiendo convocado a sus parientes y amigos más íntimos”. Cornelio estaba preparado para recibir a Pedro y oír lo que les iba a decir. Con este propósito, Cornelio había invitado a sus parientes y sus amigos íntimos. Esto nos muestra un buen modelo para nuestra predicación del evangelio. Conforme a este modelo, debemos abrir nuestras casas e invitar a nuestros parientes y a nuestros amigos íntimos a escuchar el evangelio.
En 10:28, Pedro dijo a los que estaban congregados en la casa de Cornelio: “Vosotros sabéis que le está prohibido a un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame profano o inmundo”. Las palabras de Pedro indican que a la larga él entendió el significado de la visión que recibió durante su éxtasis (v. 11, 17, 19), es decir, que los animales mostrados en el gran lienzo representaban hombres. En el siguiente mensaje estudiaremos el contenido del mensaje que Pedro dio a los que se encontraban en la casa de Cornelio.