Mensaje 62
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Lectura bíblica: Hch. 22:30; 23:1-35
Hemos visto en Hch. 21:31-39 que el tribuno romano intervino y rescató a Pablo de manos de los judíos que procuraban matarle, y que luego le concedió al apóstol la oportunidad de defenderse ante la turba de los judíos (Hch. 21:40—22:21). Los judíos lo escucharon atentamente hasta cierto punto, y luego empezaron a alborotarse. Posteriormente vimos que los romanos ataron a Pablo (Hch. 22:22-29) y que él, actuando sabiamente, apeló a su ciudadanía romana para evitarse más sufrimientos (vs. 25-29). De ahí que, el tribuno romano le dio la oportunidad de defenderse ante el sanedrín (22:30—23:10). Leamos Hechos 22:30: “Al día siguiente, queriendo saber de cierto la causa por la cual le acusaban los judíos, le desató, y mandó venir a los principales sacerdotes y a todo el sanedrín, y sacando a Pablo, le presentó ante ellos”. Examinemos ahora la defensa de Pablo ante el sanedrín.
Leamos Hechos 23:1: “Entonces Pablo, mirando fijamente al sanedrín, dijo: Varones hermanos, yo me he comportado con toda buena conciencia delante de Dios hasta el día de hoy”. Después de que el primer hombre pecó y fue echado del huerto de Edén (Gn. 3:23), Dios deseaba que el hombre, conforme a esa dispensación, obedeciera su propia consciencia. Sin embargo, el hombre fracasó, pues en vez de vivir y andar conforme a su consciencia, cayó aún más en la maldad (Gn. 6:5). Después del juicio del diluvio, Dios dispuso que el hombre viviese bajo el gobierno humano (Gn. 9:6). Pero el hombre también fracasó en esto. Antes de cumplir la promesa dada a Abraham, según la cual todas las naciones serían benditas en Cristo (Gn. 12:3; Gá. 3:8), Dios sometió al hombre a la prueba de la ley (Ro. 3:20; 5:20). Una vez más el hombre fracasó totalmente. Todos estos fracasos muestran que el hombre cayó gradualmente, de Dios a su conciencia, de su conciencia al gobierno humano, y del gobierno humano a una vida sin ley. Vemos así que el hombre cayó hasta lo más bajo.
Por tanto, el hecho de conducirse “con toda buena conciencia delante de Dios”, como lo hizo Pablo, representaba un regreso definitivo a Dios desde la condición caída del hombre. Pablo dijo esto para justificarse ante los que lo acusaban de ser una persona inicua e irresponsable. Y más adelante, en 24:16, hizo de nuevo referencia a su conciencia al presentar su defensa. Esto mostraba su alto nivel de moralidad, el cual contrastaba con la hipocresía de los judíos fanáticos y con la corrupción de los políticos (gentiles) romanos.
Al defenderse ante el sanedrín en presencia de los representantes del gobierno romano, Pablo afirmó confiadamente que su conducta había sido irreprochable, y que en todo se había conducido conforme a su conciencia, de acuerdo con la norma más elevada de moralidad.
En Hechos 23:2 y 3 leemos: “El sumo sacerdote Ananías ordenó a los que estaban junto a él, que le golpeasen en la boca. Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y quebrantando la ley me mandas golpear?” Este versículo muestra la franqueza y el denuedo con que actuaba Pablo ante sus perseguidores. Los que estaban presentes dijeron: “¿Al sumo sacerdote de Dios injurias?” (v. 4). Entonces Pablo contestó: “No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: ‘No maldecirás a un príncipe de tu pueblo’ ” (v. 5).
Leamos Hechos 23:6: “Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el sanedrín: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga”. Los fariseos eran la secta religiosa más estricta de los judíos (26:5), y se formó por el año 200 a. de C. Ellos se enorgullecían de su vida religiosa superior, de su devoción a Dios y de su amplio conocimiento de las Escrituras. Pero en realidad, ellos se habían degradado, volviéndose pretenciosos e hipócritas (Mt. 23:2-33). Los saduceos eran otra secta del judaísmo. Estos no creían en la resurrección, ni en ángeles, ni en espíritus. Los fariseos eran considerados ortodoxos, mientras que los saduceos eran los modernistas de la antigüedad.
Cuando Pablo declaró que él era fariseo y que se le juzgaba acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos, “se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la multitud se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas. Y hubo un gran vocerío; y levantándose los escribas de la parte de los fariseos, contendían, diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre. ¿Y qué, si le ha hablado un espíritu, o un ángel?” (vs. 7-9). Pablo fue sabio al usar aquella situación para su provecho, sabiendo que los fariseos se pondrían de su lado y terminarían discutiendo con los saduceos.
El apóstol vio que le convenía recurrir a su ciudadanía romana, y al hacerlo, atemorizó a los oficiales romanos. Vemos que él declaró que era fariseo, sabiendo que con esto causaría una disensión entre los fariseos y los saduceos. Una vez más, vemos que Pablo actuó con sabiduría, para evitar recibir más persecución. El se enfrentó a sus opositores de una manera distinta que Cristo. Cuando el Señor fue juzgado por los hombres, a fin de cumplir la redención, El no abrió Su boca (Is. 53:7; Mt. 26:62-63; 27:12, 14), pero Pablo, un apóstol fiel y valiente, quien había sido enviado por el Señor, actuó con sabiduría para preservar su vida y poder concluir su ministerio. Puesto que su meta era llevar a cabo su ministerio, procuró vivir lo máximo que le fuera posible.
En Hechos 23:10 leemos: “Y habiendo grande disensión, el tribuno, teniendo temor de que Pablo fuese despedazado por ellos, mandó bajar la tropa para que le arrebatasen de en medio de ellos, y le llevasen al cuartel”. Esto ocurrió por la soberanía del Señor, a fin de rescatar a Pablo de las manos de los judíos.
Hechos 23:11, dice: “A la noche siguiente, se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, pues como has testificado solemnemente de Mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma”. El Señor vivía en Pablo, lo cual alude al aspecto esencial (Gá. 2:20). Pero esta vez, a fin de fortalecerlo y animarlo, el Señor se le manifestó, lo cual tiene que ver con el aspecto económico. Esto mostró la fidelidad y el buen cuidado que el Señor tuvo para con Su siervo.
En 23:11, el Señor afirmó que el apóstol había testificado solemnemente acerca de El en Jerusalén. Un testimonio difiere de una simple enseñanza. Para testificar es necesaria la experiencia de ver y disfrutar lo relacionado con el Señor o con asuntos espirituales.
El Cristo ascendido no desea usar un grupo de predicadores entrenados por la enseñanza humana para efectuar una obra de predicación, sino un cuerpo de testigos Suyos, mártires Suyos, que sean un testimonio vivo del Cristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido, a fin de llevar a cabo Su ministerio celestial de propagarse para que el reino de Dios sea establecido, y se lleve a cabo la edificación de las iglesias como Su plenitud. Los testigos son aquellos que dan un testimonio vivo del Cristo resucitado y ascendido en vida; son muy distintos de los predicadores, quienes simplemente predican doctrinas según la letra. Cristo, en Su encarnación, según consta en los evangelios, llevó a cabo Su ministerio en la tierra solo, que consistía en sembrarse en tierra judía como semilla del reino de Dios. En Su ascensión, según se narra en el libro de Hechos, El llevaría a cabo Su ministerio en los cielos por medio de estos mártires, en Su vida de resurrección y con el poder y autoridad de Su ascensión. Su ministerio consistiría en propagarse como desarrollo del reino de Dios, comenzando desde Jerusalén y extendiéndose a lo último de la tierra, dando así consumación a Su ministerio neotestamentario. Todos los apóstoles y discípulos que se mencionan en el libro de Hechos fueron tales testigos de Cristo.
Como veremos más adelante, en 26:16 Pablo testificó que Dios lo había puesto por ministro y testigo. Un ministro está relacionado con el ministerio, mientras que un testigo lo está con el testimonio. El ministerio está relacionado principalmente con la obra, es decir, con lo que un ministro hace; en tanto que un testimonio tiene que ver con la persona, esto es, con lo que un testigo es.
Satanás podía instigar a los judíos fanáticos y utilizar a los políticos gentiles para atar a los apóstoles e impedirles llevar adelante su ministerio, pero no podía suprimir a los testigos vivientes de Cristo, ni neutralizar sus testimonios vivientes. Cuanto más se oponían a los apóstoles y a su ministerio evangélico, más fuertes y resplandecientes llegaban a ser estos mártires de Cristo, y sus testimonios se hacían más vivientes. En 23:11, cuando el Señor se le apareció al apóstol, no le indicó que lo rescataría de sus cadenas, sino que, en su condición de prisionero, lo llevaría a Roma para que testificara acerca de El, tal como lo había hecho en Jerusalén. El Señor animó a Pablo para este fin.
En 23:11 el Señor dijo a Pablo que lo llevaría a Roma para que testificara acerca de El, lo cual satisfizo el deseo expresado por el apóstol en 19:21, de ver a Roma. Finalmente vemos que se cumplió la promesa del Señor y el deseo de Pablo.
Pablo fue fortalecido y animado con las palabras del Señor en el versículo 11. Esto le dio a Pablo la confianza de que el Señor lo sacaría de Jerusalén y lo llevaría a Roma, a salvo. Confortado con estas palabras tan claras que procedieron de la boca del Señor, Pablo tuvo la seguridad de que iría a Roma, donde testificaría del Señor Jesús.
Hechos 23:12-15 narra el complot que los judíos tramaron contra Pablo. Leamos los versículos 12 y 13: “Venido el día, algunos de los judíos tramaron un complot y se juramentaron bajo maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hubiesen dado muerte a Pablo. Eran más de cuarenta los que habían hecho esta conjuración”. El complot descrito en este pasaje puso de manifiesto la falsedad y el odio satánico (Jn. 8:44; Mt. 23:34) de los judíos hipócritas que promovían su religión.
Estos versículos revelan el odio tan intenso que los judíos le tenían a Pablo. Los cuarenta que habían hecho esta conjuración probablemente eran jóvenes. Ellos acudieron a los principales sacerdotes y a los ancianos, y dijeron: “Nosotros nos hemos juramentado bajo maldición, a no gustar nada hasta que hayamos dado muerte a Pablo. Ahora pues, vosotros, con el sanedrín, dad aviso al tribuno que os lo baje, como que queréis indagar alguna cosa más cierta acerca de él; y nosotros estaremos listos para matarle antes que llegue” (vs. 14-15). Las palabras griegas traducidas “nos hemos juramentado bajo maldición” significan literalmente “nosotros nos hemos maldecido con una maldición”. Esta era una expresión muy severa. Era como si los cuarenta conspiradores hubiesen determinado que si no mataban a Pablo, ellos mismos dejarían de vivir. Es muy probable que quienes tramaron este complot, tuvieran la intención de matar a Pablo en un término de veinticuatro horas. Su plan consistía en tenderle una emboscada al apóstol cuando éste fuera traído a los principales sacerdotes y ancianos, quienes tenían el pretexto de hacerle una investigación más profunda.
En 23:16—24:17, vemos que Pablo fue trasladado y enviado a Félix, el gobernador romano de Cesarea. Según 23:16-25, este traslado se llevó a cabo en secreto. Leamos Hechos 23:16-18: “Mas el hijo de la hermana de Pablo, oyendo hablar de la asechanza, fue y entró en el cuartel, y dio aviso a Pablo. Pablo, llamando a uno de los centuriones, dijo: Lleva a este joven ante el tribuno, porque tiene cierto aviso que darle. El entonces tomándole, le llevó al tribuno, y dijo: El preso Pablo me llamó y me rogó que trajese ante ti a este joven, porque tiene algo que hablarte”. Este relato muestra la providencia ejercida por el Señor para rescatar a Pablo.
Cuando el tribuno romano oyó del complot contra Pablo, ejerció su autoridad y sabiduría para enviarlo de Jerusalén a Cesarea, donde se encontraba el gobernador de la provincia de Judea. Los versículos 23 y 24 dicen al respecto: “Y llamando a dos centuriones, mandó que preparasen para la hora tercera de la noche doscientos soldados, setenta jinetes y doscientos lanceros, para que fuesen hasta Cesarea; y que también proveyesen cabalgaduras en que poniendo a Pablo, le llevasen en salvo a Félix el gobernador”. Estos lanceros eran probablemente honderos, soldados ligeramente armados. La tercera hora de la noche eran las nueve. Félix, quien recibiría a Pablo a salvo, era el gobernador romano de la provincia de Judea.
El tribuno romano ejerció su autoridad hasta el punto de usar doscientos soldados, setenta jinetes y doscientos lanceros para trasladar a Pablo desde Jerusalén hasta Cesarea. Los que habían tramado el complot contra Pablo jamás sospecharon que el tribuno romano tomaría esta decisión. Ellos tenían la esperanza de matarlo al día siguiente. Sin embargo, durante la noche, el tribuno romano sacó a Pablo de Jerusalén en medio de una cuadrilla de cuatrocientos setenta soldados. Esto nos muestra nuevamente la providencia del Señor.
Leamos Hechos 23:31: “Y los soldados, tomando a Pablo como se les ordenó, le llevaron de noche a Antípatris”. Antípatris se encontraba a unas cuarenta millas romanas de Jerusalén, y a veintiséis millas de Cesarea.
Hechos 23:33-35 relata lo que sucedió cuando Pablo llegó a Cesarea: “Cuando aquéllos entraron en Cesarea, y dieron la carta al gobernador, presentaron también a Pablo delante de él. Y el gobernador, leída la carta, preguntó de qué provincia era; y habiendo entendido que era de Cilicia, le dijo: Te oiré cuando vengan tus acusadores. Y mandó que le custodiasen en el pretorio de Herodes”. El pretorio, edificado por Herodes el grande, era el palacio de los reyes anteriores, el cual después se convirtió en la residencia oficial del gobernador de la provincia romana de Judea. Pablo fue custodiado allí con clemencia, en vez de estar confinado en una cárcel común. En el siguiente mensaje veremos lo que le sucedió a Pablo cuando se presentó ante Félix, el gobernador romano de Cesarea.