Mensaje 72
Lectura bíblica: Hch. 1:8; 27:20-26, 33-37; 28:15-16, 23-31; Fil. 1:19-21a; Ef. 2:14-18; Fil. 3:2-8; Col. 3:10-11; He. 1:1-3; 9:12; 10:9-10, 12, 14; 13:13
En este mensaje de conclusión del Estudio-vida de Hechos abarcaremos dos asuntos. El primero, es la vida de Pablo que se encuentra descrita en Hechos 27—28, y el segundo, gira en torno a la revelación contenida en las Epístolas de Efesios, Filipenses, Colosenses y Hebreos.
Los capítulos veintisiete y veintiocho de Hechos no proporcionan detalles en cuanto a la doctrina. En lugar de ello, vemos el relato de un hombre que vivía a Cristo de forma absoluta. Pablo se hallaba preso, encadenado y rodeado de soldados, en medio de un mar tempestuoso, lo cual hacía muy difícil la navegación. Además, se encontraba lejos de su patria y de sus amigos. Pero a pesar de lo adverso de su situación, él reinaba como un rey.
La narración presentada en estos dos capítulos de Hechos acerca de la vida de Pablo, evoca las palabras que él escribió durante su encarcelamiento en Roma: “Porque sé que por vuestra petición y la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación, conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:19-21a). Estos versículos describen la vida que Pablo llevó en su viaje de Cesarea a Roma. No importa cuál fuera la situación, él magnificaba a Cristo en su cuerpo.
Al examinar el cuadro de Hechos 27—28, podemos ver que Pablo era un testigo excepcional de Cristo. Era la clase de testigo al que se refirió el Señor en 1:8: “Seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”.
En 1:6 los discípulos preguntaron al Señor cuándo restauraría el reino de Israel, y El les respondió que no les correspondía a ellos conocer los tiempos y las sazones que el Padre dispuso por Su propia potestad, sino que en lugar de esto, ellos serían testigos Suyos, cuando recibieran poder del Espíritu Santo, el cual había de descender sobre ellos. Vemos que Pablo era tal testigo en Hechos 27—28. El estaba rodeado de gentiles; en la nave había muy pocos judíos, o tal vez ninguno. Todo lo relacionado con este viaje era gentil: la comida, el entorno y el ambiente. Además, no se veía nada judío en la isla de Malta. Pablo estaba en medio de gentiles y en el ambiente cultural de ellos, no obstante, él vivía “como un rey en su palacio”. Aprecio mucho este cuadro que describe la vida que llevó Pablo en estos capítulos.
Todos debemos vivir a Cristo como lo hizo Pablo en Hechos 27—28. Si sólo vivimos a Cristo en una situación que corresponda a nuestra cultura, carácter, constitución y manera de ser, dicho vivir no será genuino. En estos capítulos, vemos que Pablo vivía a Cristo en una situación totalmente distinta a su cultura y carácter. No obstante, en medio de una situación tan adversa y desalentadora, él mantenía el nivel de vida más elevado. Como hemos indicado, en Pablo vemos que el Dios-hombre maravilloso, excelente y misterioso, que vivió en los evangelios, seguía viviendo por medio de uno de Sus muchos miembros. Este era Jesús viviendo otra vez en la tierra, en Su humanidad divinamente enriquecida. Por tanto, podemos afirmar que la vida de Pablo era la repetición de la vida de Jesús.
Después de llegar a Roma como lo describe el capítulo veintiocho, Pablo escribió las Epístolas de Efesios, Filipenses, Colosenses y Hebreos. Estando allí fue encarcelado dos veces. La primera vez fue aproximadamente por los años 62-64, debido a las acusaciones de los judíos (28:17-20). En aquel tiempo, él escribió las Epístolas de Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón. Después de su primer encarcelamiento, él probablemente visitó Efeso y Macedonia, luego Creta y Mileto, donde probablemente escribió la epístola a los Hebreos. El segundo encarcelamiento de Pablo, que tuvo lugar alrededor del año 65, fue causado por la súbita persecución de los creyentes por parte de Nerón.
Pablo pasó por muchas situaciones adversas en los capítulos del quince al veintiocho de Hechos, pero si no hubiese pasado por ellas, no habría podido escribir Efesios, Filipenses, Colosenses y Hebreos, o por lo menos no lo habría hecho de forma tan completa.
En Efesios 2:14-15, Pablo declara: “Porque El mismo es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno y derribó la pared intermedia de separación, la enemistad, aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. Creo que lo que Pablo vio y experimentó en Hechos 15—28 lo motivó a escribir estas palabras tan enfáticas. Mientras las escribía, seguramente pensaba: “Todas las ordenanzas de la ley han sido abolidas. La circuncisión, el voto nazareo, incluso el voto que hice, han sido abolidos”.
Es probable que Pablo se haya arrepentido del voto que hizo en Hechos 18, y también de haber circuncidado a Timoteo en Hechos 16. Si yo hubiera estado con Pablo cuando escribió la epístola a los Efesios, le habría preguntado: “Hermano Pablo, quisiera hacerle una pregunta. Ya que Cristo abolió todas las ordenanzas, ¿por qué circuncidaste a Timoteo en Listra?” Y tal vez él me hubiera respondido: “Eso sucedió hace mucho tiempo y estoy arrepentido por ello. Nunca más volveré a circuncidar a nadie”.
Cuando Pablo escribió Efesios 2, fue más fiel a su visión que cuando circuncidó a Timoteo en Hechos 16. Sus experiencias en los capítulos quince al veintiocho de Hechos hicieron que asumiera una posición más drástica en cuanto al tema de la circuncisión. Sin dichas experiencias, no hubiera podido escribir un capítulo como Efesios 2.
Sería provechoso si comparamos lo que Pablo dijo en Gálatas acerca de la circuncisión, con lo que él declaró en Efesios 2 sobre de la abolición de las ordenanzas. Pablo probablemente escribió Gálatas antes de Hechos 16. En Gálatas 6:15, él declaró: “Porque ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”. En realidad, estas palabras todavía dan lugar a que se continúe practicando la circuncisión, pero en Efesios 2, las palabras de Pablo son claras y definitivas, y no dejan cabida alguna para la circuncisión.
Pablo aprendió de todo lo ocurrido en Hechos 15—28. Pienso que durante los dos años que pasó bajo custodia en Cesarea, él reflexionó sobre todo lo sucedido. En ese tiempo quizás haya pensado: “Tan pronto tenga oportunidad, quisiera escribir otra carta para abarcar el tema de la circuncisión más a fondo de como lo hice en Gálatas. Esta vez no diré simplemente que ni la circuncisión ni la incircuncisión valen algo, sino que todas las ordenanzas fueron abolidas, y en especial, la ordenanza de la circuncisión. Si pudiera volver a escribir la epístola a los Gálatas, diría que la circuncisión fue abolida en la cruz. Les diría que no deben practicar más la circuncisión, ya que ofende al Señor y es un insulto para El. No debemos seguir practicando algo que ya fue abolido por el Señor en la cruz”.
Si comparamos Efesios y Gálatas en cuanto a la ordenanza de la circuncisión, veremos que lo que Pablo dice en Gálatas no es tan enfático ni tan completo como lo que dijo en Efesios. En Efesios 2, Pablo no deja ningún lugar a la práctica de la circuncisión.
En Filipenses 3, Pablo usa una expresión muy severa y despectiva para referirse a los que aún practicaban la circuncisión, llamándolos: los mutiladores del cuerpo. En Filipenses 3:2, él declara: “Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los mutiladores del cuerpo”. La expresión “mutiladores del cuerpo” es un término despectivo para la circuncisión. Puesto que en este versículo no se usa ninguna conjunción entre las tres cláusulas, éstas deben de referirse a la misma clase de personas. Los perros son inmundos (Lv. 11:4-8), los malos obreros son malignos, y los mutiladores del cuerpo son aquellos que merecen desprecio. Los “perros” mencionados aquí, son los judaizantes. En naturaleza, los judaizantes son perros inmundos, en conducta, son obreros malignos, y en religión, son los mutiladores del cuerpo, gente de la cual uno debe avergonzarse. Ciertamente, Pablo fue muy estricto al advertirles a los Filipenses en contra de los perros, de los obreros malos y de los mutiladores del cuerpo. Aquí él declara que los judaizantes, es decir, aquellos que promueven la circuncisión, son perros.
A la luz de lo que Pablo escribió en Filipenses 3:2, ¿qué creen que él hubiera dicho si le preguntaran acerca de Jacobo? Creo que habría dicho: “No considero que Jacobo sea un perro, pero definitivamente actuó como si lo fuera. Aprecio mucho a mi hermano. De hecho, porque lo respeto, fui a verlo, pero cuando me habló, me parecía oír los ladridos de un perro”.
Al leer Filipenses 3, vemos que las experiencias por las que Pablo pasó en Hechos 15—28 lo fortalecieron, y particularmente, el tiempo que estuvo en Cesarea. Puesto que se hallaba fortalecido pudo escribir a los creyentes a que se guardaran de los perros, es decir, de los mutiladores del cuerpo. En esta epístola ni siguiera Pablo se atrevía a usar la palabra circuncisión, sino que en lugar de ello usó un término despectivo: “los mutiladores del cuerpo”. ¡Qué firmeza mostró al escribir esta epístola!
Al escribir Filipenses 3, Pablo fue más severo que cuando escribió Gálatas y Romanos. En Romanos 2:28-29, declaró: “Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni la circuncisión la que lo es en lo exterior, en la carne; sino que es judío el que lo es interiormente, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios”. Estas palabras de Pablo acerca de la circuncisión no son tan fuertes, pues, como dijimos, dejaban lugar a que se continuara practicando la circuncisión. No obstante, en Filipenses 3:2, él no dejó ninguna puerta abierta para la circuncisión o mutilación del cuerpo, una práctica promovida por “perros”.
En Filipenses 3:8, Pablo declara: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. La palabra “basura” se refiere a la escoria, la basura, el desecho, lo que se echa a los perros, por extensión, se refiere a comida para perros, algo repulsivo. En primer lugar Pablo exhorta a los creyentes a que se guarden de los perros, y luego indica que estos perros, estos judaizantes, ministraban comida para perros. Una vez más, vemos un firme progreso en los escritos de Pablo.
En Cesarea, mientras que Pablo recordaba sus experiencias pasadas, debe de haberse lamentado por su falta de firmeza en cuanto a las prácticas judaicas, en sus escritos anteriores. El debe de haber pensado: “¿Por qué escribí en un tono tan general? ¿Por qué no fui más claro y firme en cuanto a las prácticas judías? Estas son en realidad comida de perros; la circuncisión no es otra cosa que la mutilación del cuerpo, y los que la promueven no son más que ‘perros’ ”. Como hemos visto, al escribir Filipenses, Pablo fue mucho más firme que cuando escribió Gálatas. En Gálatas, él habla de “falsos hermanos” (2:4), pero en Filipenses exhorta a los santos a que se guarden de los perros. Es como si dijera: “¡Estos no son hermanos, ni siquiera hombres, son perros!” ¡Cuan estricto era Pablo en esta posterior epístola!
En Colosenses 3:10-11, Pablo declara: “Y vestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Estos versículos revelan que en el nuevo hombre no hay ninguna persona natural, ni tampoco cabida para que exista alguna. En el nuevo hombre sólo hay lugar para Cristo. El es todos los miembros del nuevo hombre, y está en todos los miembros. El es el todo en el nuevo hombre. En realidad, El mismo es el nuevo hombre, Su Cuerpo (1 Co. 12:13).
Al escribir estas palabras, Pablo debe haber pensado: “No debí haber usado los términos ‘judíos’ y ‘gentiles’ cuando hablé con los ancianos de Jerusalén, pues en realidad, no fui a los gentiles sino al pueblo escogido de Dios. Todos los que fueron salvos por mi ministerio forman parte del pueblo de Dios. El los escogió desde antes de la fundación del mundo, y por tanto, ninguna falta he cometido al ir a ellos. En el nuevo hombre, no hay judío ni griego, sino solamente Cristo”. En Colosenses 3:10-11, Pablo muestra claridad, exactitud y entereza. Esto quizás se debió a los dos años que estuvo en Cesarea bajo custodia.
El apóstol Pablo escribió Efesios, Filipenses y Colosenses durante su primer encarcelamiento en Roma, y después de éste, escribió Hebreos. En dicha epístola profundiza aún más. Es posible que haya pensado: “¿Por qué fui tan breve al decir en Efesios que Cristo abolió las ordenanzas? Debí haber incluido más detalles. Además, creo que lo que dije en Filipenses y Colosenses tampoco fue suficiente. Siento que debería escribir una epístola más extensa, mostrando que todo lo relacionado con el judaísmo ha terminado, y que Cristo es superior”.
En los trece capítulos de Hebreos, Pablo deprecia las cosas del judaísmo, e incluso derriba todo lo que el judaísmo considera importante. En esta epístola, él afirma que los judíos tienen a Dios, pero que los creyentes tienen al Dios-hombre, Jesucristo. Luego, añade que los ángeles sólo son siervos, y que Cristo es superior a Moisés, Aarón y Josué.
En Hebreos, el apóstol también declara que la ofrenda por el pecado ya cesó, y que conforme a la voluntad de Dios, Cristo, quien lo incluye todo, es la ofrenda única. Así que, él afirma que sólo existe una ofrenda en el universo que es conforme a la voluntad de Dios. En Hebreos 10:9-10, él declaró: “Y diciendo luego: ‘He aquí que vengo para hacer Tu voluntad’; quita lo primero, para establecer lo segundo. Por esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”. Esto indica que todas las ofrendas del Antiguo Testamento fueron abolidas y reemplazadas con Cristo, la única ofrenda. En Hebreos 10:12 y 14, Pablo declara: “Este, en cambio, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado para siempre a la diestra de Dios ... porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”.
Luego, en Hebreos 13:8, declara: “Jesucristo es el mismo, ayer, y hoy, y por los siglos”. Antes de 13:8, Cristo cambió en el sentido de haber pasado por la encarnación y la resurrección. Al encarnarse, El se vistió de la naturaleza humana, lo que significa que en lugar de poseer solamente la naturaleza divina, llegó a ser una persona de dos naturalezas, la divina y la humana. Originalmente era solamente Dios, pero posteriormente cambió y llegó a ser el Dios-hombre. Además, en la resurrección, Cristo, el postrer Adán, cambió y se hizo Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Sin embargo, desde que Cristo pasó por los procesos de la encarnación, vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión, El no ha cambiado ni cambiará más. Por tanto, el apóstol pudo afirmar con denuedo que Cristo es el mismo hoy, ayer y por la eternidad.
En Hebreos 13:13, Pablo agrega: “Salgamos, pues, a El, fuera del campamento, llevando Su vituperio”. Este “campamento” representa la organización humana, y en particular se refería al judaísmo. En este pasaje, Pablo se basa en el hecho de que Cristo fue crucificado fuera de la ciudad, es decir, fuera del campamento. Puesto que Cristo fue rechazado y padeció fuera del campamento, nosotros debemos salir a El, fuera del campamento. Al escribir este pasaje, Pablo tal vez pensaba: “No debí haber regresado a Jerusalén, al campamento. No había ninguna necesidad de que hiciera esto en favor del judaísmo, pues volver a Jerusalén implica volver al campamento. Por tanto, debemos olvidarnos de Jerusalén y salir del campamento, llevando el vituperio de Cristo”.
Pablo salió fuera del campamento y llevó el vituperio del Señor. Cuando emprendió el viaje de Cesarea a Roma, él estaba fuera del judaísmo llevando el vituperio en cadenas; sin embargo, de este modo magnificaba a Cristo.
Espero que dediquemos tiempo a reflexionar sobre los dos asuntos que abarcamos en este mensaje, a saber: la vida de Pablo, un admirable testigo de Cristo, y la forma tan completa en que él presentó la revelación divina en las epístolas de Efesios, Filipenses, Colosenses y Hebreos. En dichas epístolas vemos que no hay cabida para ningún tipo de mezcla, y que sólo hay lugar para Cristo.