Mensaje 34
Lectura bíblica: Is. 6:1-10; 5:16b; Jn. 12:39-41
Isaías, un libro que fue citado abundantemente por el Señor Jesús y por los apóstoles en el Nuevo Testamento, revela muchos aspectos maravillosos con respecto a Cristo. En el mensaje anterior vimos a Cristo como Renuevo de Jehová y fruto de la tierra (Is. 4:2). Isaías 7:14 dice que la virgen concebirá, dará a luz un hijo y llamará Su nombre Emanuel. Éste es Cristo como Renuevo de Jehová para que Jehová Dios, en Su divinidad, se ramifique extendiéndose a la humanidad. Éste es un nuevo desarrollo de Jehová Dios con miras a Su aumento y propagación mediante Su encarnación. El Renuevo de Jehová implica la propagación de Jehová al ramificarse con miras a Su aumento. Cristo como fruto de la tierra tiene como finalidad Su reproducción. Cristo, en calidad de único grano que cayó en la tierra y murió, produjo muchos granos, muchos creyentes, en resurrección (Jn. 12:24). La divinidad no puede propagarse ni crecer sin la humanidad. La vida divina es reproducida en la vida humana. Un día el Dios divino se vistió de sangre y carne humanas (He. 2:14). Éste fue Cristo como fruto de la tierra, un hombre de sangre y carne que procede de la tierra.
En el primer mensaje también vimos que Cristo es un dosel de gloria que cubre y un tabernáculo de gracia que brinda sombra (Is. 4:5-6). Cristo como Renuevo de Jehová y fruto de la tierra finalmente se convertirá en un dosel que cubrirá todos los intereses de Dios sobre la tierra. Cuando estemos en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva, percibiremos esto plenamente. Cristo es el dosel universal que cubre todos los intereses de Dios. Él también es el tabernáculo que brinda sombra a los elegidos de Dios a fin de que seamos resguardados de toda clase de problemas, representados por el calor, la tormenta y la lluvia. Espero que profundicemos en estos aspectos de Cristo y tengamos comunión acerca de ellos hasta que formen parte de nuestra experiencia.
En este mensaje queremos ver la visión de Cristo presentada en Isaías 6. En este capítulo Cristo es visto en Su gloria divina con Sus virtudes humanas sostenidas en Su santidad. Su gloria es divina, Sus virtudes son humanas y Su santidad es inconmovible. La Biblia dice que a Dios nadie le vio jamás (Jn. 1:18a). Nuestro Dios es invisible; no obstante, Isaías le vio. Isaías declaró haber visto al Señor, el Rey, Jehová de los ejércitos (Is. 6:1).
Un cuadro claro es presentado en Isaías 6, el cual nos muestra a Cristo en gloria. Sin embargo, este capítulo no hace una descripción detallada de la apariencia de Cristo. Isaías sólo dice: “El año en que murió el rey Uzías, vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de Su manto llenaba el templo” (v. 1). El Señor visto por Isaías tiene que haber tenido la imagen de un hombre, pues el versículo 1 dice que la orla de Su manto llenaba el templo. Su manto es el primer ítem importante en esta escena, pues llena el templo.
El segundo ítem importante en la visión de Isaías es el hecho de que el templo se llenó de humo (v. 4). El tercer ítem importante es los serafines (v. 2). El versículo 2 dice: “Por encima de Él había serafines, cada uno con seis alas”. La expresión por encima de significa literalmente “estaban en pie”. Los serafines estaban en pie por encima de Él. Sabemos que ellos estaban allí a favor de Su santidad porque declaran: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos” (v. 3). El versículo 4 dice: “Los cimientos del umbral se estremecieron ante la voz del que clamaba”. La gloria divina es otro ítem importante en la visión de Isaías. El versículo 3 dice: “Toda la tierra está llena de Su gloria”. Juan 12 dice que Isaías vio la gloria del Señor y habló acerca de Él (v. 41). El humo que llenó la casa, el templo, en Isaías 6:4 es la gloria. Isaías 4:5 también hace referencia a la gloria como nube de humo que está sobre las convocaciones de Israel.
La gloria divina es representada por el humo, la santidad es representada por los serafines y las virtudes humanas del Señor son representadas por la orla de Su manto. Las virtudes humanas tienen como base principalmente la justicia. Una persona injusta no posee virtudes humanas; ella carece completamente de virtudes humanas debido a que es una persona injusta. Las virtudes humanas dependen de la justicia. Cuando Cristo efectuó la redención en la cruz, Él cumplió con los requisitos de la gloria de Dios, la santidad de Dios y la justicia de Dios. Por ser pecadores caídos, nosotros no podemos cumplir con los requisitos de la gloria de Dios, la santidad de Dios y la justicia de Dios; pero Cristo satisfizo tales requisitos. Necesitamos ver en Isaías 6 la visión de Cristo en Su gloria, Su santidad y Su justicia con Sus virtudes humanas.
La visión de Cristo en gloria fue vista por Isaías en medio de su desilusión (Is. 6:1, 5). Isaías amaba a Dios y amaba a Israel, los elegidos de Dios. Al observar la situación en la que se encontraba Israel, Isaías comprendió que la expresión de la gloria de Dios no estaba allí. Además, Israel había violado la santidad de Dios y se había corrompido en cuanto a sus virtudes humanas. Más aún, el rey Uzías había muerto. Entre los reyes de Israel, él había sido un rey muy bueno, pero había muerto. En tal clase de entorno, Isaías ciertamente se sentía muy desilusionado. El Señor se le apareció en medio de su desilusión.
El Señor, el Rey, Jehová de los ejércitos, se apareció a Isaías. Él vio al Señor sentado sobre un trono alto y sublime (Is. 6:1a). Isaías vio la gloria de Dios y la orla del manto del Señor que llenaba todo el templo. Él también vio los serafines, cada uno de los cuales tenían seis alas. Con dos alas cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Estos serafines daban voces unos a otros diciendo: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; / toda la tierra está llena de Su gloria” (v. 3). En esto consistía su mutua comunión, lo cual indica que ellos denotan o representan la santidad de Cristo. Ellos estaban allí a favor de la santidad de Cristo. Tal visión ciertamente debió haber alentado al profeta que estaba desilusionado, pero él no nos dice que se sintió alentado. Más bien, él dice: “¡Ay de mí, porque soy muerto! / Pues soy hombre de labios inmundos, / y habito en medio de un pueblo de labios inmundos” (v. 5). Entonces, uno de los serafines voló hacia Isaías con un carbón encendido procedente del altar, con el cual tocó su boca para purificarlo (vs. 6-7). Éste es el cuadro presentado en Isaías 6.
En Isaías 6 Cristo, el Dios-hombre, es visto en Su gloria divina. Este Dios-hombre es revelado en el capítulo 4 como: el Renuevo de Jehová, el fruto de la tierra, un dosel que cubre los intereses de Dios en todo el universo y un tabernáculo que brinda sombra a los elegidos de Dios para protegerlos de toda clase de problema. Isaías 6 nos muestra otro aspecto de esta misma Persona. En Isaías 6 Él es el Dios en gloria que se sienta sobre el trono; puesto que viste un manto muy largo, Él también es un hombre. Esta Persona es el Dios-hombre con la gloria divina y las virtudes humanas.
Sus virtudes humanas están representadas por la larga orla de Su manto. Esto indica que la visión aquí hace énfasis en las virtudes humanas de Cristo. Los cuatro Evangelios nos muestran a Cristo como Dios y como hombre, pero nos muestran más con respecto a Cristo como hombre. En los Evangelios podemos ver más de Cristo en cuanto a Su condición de hombre y a Su humanidad que en cuanto a Su divinidad. Cristo es expresado en Sus virtudes humanas mucho más que en Su gloria divina. Sin embargo, Sus virtudes humanas requieren de la gloria divina como fuente. Cristo es una persona poseedora de la gloria divina expresada en Sus virtudes humanas.
Todos tenemos que ver la visión completa de Cristo en Isaías 6. Cristo, quien está sentado sobre un trono alto y sublime, es el Señor, el Rey, Jehová de los ejércitos. Él es Dios mismo sobre el trono. El apóstol Juan nos dijo en Juan 12 que Isaías vio la gloria de Cristo. Esto quiere decir que Jehová de los ejércitos, el Rey, el Señor, era Cristo. En esta visión, Cristo vestía un largo manto. Esto significa que la humanidad de Cristo es “larga”. La orla del manto de Cristo llena el templo. El Señor que se le apareció a Isaías estaba sentado sobre un trono alto y sublime en Su gloria divina (Jn. 12:39-41), representada por el humo, y con Sus virtudes humanas, representadas por la orla de Su manto. Su santidad es sostenida por los serafines (Is. 6:2-3).
Cristo es visto en Isaías 6 como Dios en Su divinidad, representada por el humo, y como hombre en Su humanidad, representada por la orla de Su manto.
La gloria divina de Cristo llena toda la tierra (Is. 6:3b), mientras que Sus virtudes humanas llenan el templo (v. 1b). La gloria que llena la tierra es universal, y el manto que llena el templo es local.
Isaías 6:8-10 nos muestra que Isaías fue enviado. Él fue enviado por el Cristo que está lleno de la gloria divina y las virtudes humanas sostenidas en Su santidad (vs. 1-4). La santidad de Cristo está basada en Su justicia. Isaías 5:16 dice: “Jehová de los ejércitos es exaltado en juicio, / y el Dios santo se muestra santo en justicia”. Dios es santificado en Su justicia. Alguien que es justo está separado de la gente común. Una persona justa es una persona santificada; no es una persona común, sino una persona santa, apartada para Dios. La justicia es el cimiento del trono de Dios (Sal. 97:2), y nosotros esperamos cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia (2 P. 3:13). Puesto que Dios es justo, Él es santo, santificado, separado de la gente común. En los cuatro Evangelios, Jesús ciertamente era una persona separada, única y particular, debido a que fue justo todo el tiempo. Por tanto, Él es santo, santificado.
Isaías fue enviado por Cristo a un pueblo carente de la gloria divina, que violaba la santidad divina y que era corrupto en cuanto a las virtudes humanas (Is. 6:5). Él fue enviado por el Señor para guiar a Israel a que expresara la gloria divina de Cristo mediante Sus virtudes humanas sostenidas en Su santidad (Is. 5:16b). En otras palabras, Dios quería que Israel fuese un pueblo santo, completamente separado de las naciones. La santidad de ellos debía estar basada en su justicia; entonces ellos podrían expresar la gloria de Dios. Hoy en día vivir a Cristo es expresar la gloria de Dios. Vivir a Cristo equivale a ser justos. La justicia es la base, el fundamento, de la salvación que Dios efectúa. La salvación de Dios en primer lugar nos justifica, nos hace justos. Sólo entonces podremos ser santos, santificados, separados. Espontáneamente, seremos introducidos en la expresión de la gloria divina de Cristo, que es vivir a Cristo.
Todo aquel a quien el Señor envía, lo envía para hacer esto mismo. En primer lugar, Dios envió a los profetas. En segundo lugar, Dios envió a Su Hijo. En tercer lugar, Dios envió a los apóstoles del Nuevo Testamento. Él envió a todos ellos en procura de conducir a Su pueblo escogido a un estado en el que vivieran a Cristo. Él deseaba que ellos expresaran la justicia en su vivir, manifestando que eran personas santas, un pueblo diferente y distinto de las naciones. Entonces ellos expresarían la gloria divina de Cristo. Vivir a Cristo es expresar la gloria divina de Cristo en Su santidad con Su justicia. Tenemos que ser personas justas, personas santas y personas llenas de la gloria divina. Entonces seremos personas que vivan a Cristo.