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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Isaías»
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Mensaje 2

LA SALVACIÓN DE JEHOVÁ PARA SU AMADO PUEBLO Y PARA LAS NACIONES

(1)

JEHOVÁ EL PADRE PRESENTA SU RECLAMO CONTRA ISRAEL, SUS HIJOS

  Lectura bíblica: Is. 1:1-4, 10-15, 21-23; 3:8-9, 14-16, 18-23; 5:1-4, 7-8, 11-12, 18-20, 22-23, 24b

  La primera sección del libro de Isaías (caps. 1—12) abarca la salvación de Jehová para Su amado pueblo y para las naciones. En este mensaje consideraremos el reclamo presentado por Jehová el Padre contra Israel, Sus hijos, prestando atención al relato de Isaías referente a lo que Jehová dijo acerca de ellos.

I. LA VISIÓN DE ISAÍAS ACERCA DE JUDÁ Y DE JERUSALÉN

  Isaías 1:1 habla de la visión que Isaías vio acerca de Judá y de Jerusalén. Antes del período correspondiente al ministerio de Isaías, los hijos de Israel habían estado divididos en dos naciones: la nación de Israel al norte y la nación de Judá al sur. Al principio, Isaías no nos presenta los fracasos de Israel, sino los de Judá. La razón para ello es que a Judá se le atribuye mayor responsabilidad que a Israel. Por tanto, Dios vino a Isaías con una visión respecto a Judá y Jerusalén.

II. JEHOVÁ EL PADRE INVOCA LOS CIELOS Y LA TIERRA PARA QUE OIGAN SU RECLAMO CONTRA ISRAEL, SUS HIJOS

  En 1:2a Jehová el Padre invocó los cielos y la tierra para que oyeran Su reclamo contra Israel, Sus hijos. Es muy significativo que Jehová hiciera esto.

III. JEHOVÁ CRÍA A ISRAEL Y LO EDUCA, PERO ELLOS SE REBELAN CONTRA ÉL

  Jehová crió a Israel y lo educó, pero ellos se rebelaron contra Él (1:2b). Dios hizo muchas cosas buenas en beneficio de Israel; no obstante, ellos aún actuaron de manera rebelde contra Él.

  Ahora quisiera ayudarles a entender cuál es la diferencia que existe entre la disciplina de Dios y Su juicio. Estos dos asuntos involucran dos categorías de personas: Israel y los gentiles, las naciones. Ambos grupos guardan relación con Dios debido a que fueron creados por Él. Israel es el pueblo elegido de Dios, Su pueblo escogido, y las naciones son aquellos que, aparentemente, Dios desechó. En realidad, Dios no ha desechado a las naciones, pues entre ellas hay muchos que han sido escogidos por Él. En el Antiguo Testamento, Israel era el pueblo escogido de Dios, pero la mayoría de los escogidos en el Nuevo Testamento proceden de los gentiles. Por tanto, aunque temporalmente Dios desechó a las naciones, Él no lo hizo de manera definitiva, sino que, a la larga, Él ha escogido a muchos gentiles para que sean creyentes y que constituyan el Cuerpo de Cristo, lo cual es mucho más crucial para Dios de lo que es Israel.

  Dios toma medidas con respecto a Israel y con respecto a las naciones, los gentiles, pero de diferente manera en cada caso. Al tomar medidas con respecto a Israel, Su pueblo amado, Dios siempre actúa en amor. Por este motivo no podemos considerar tales medidas como la ejecución de un juicio, sino como una especie de disciplina. Las medidas que Dios toma con respecto a Israel son como las medidas que un padre toma con respecto a sus hijos a fin de corregirlos, hacer que ellos mejoren y conducirlos al camino correcto. Esto es disciplinar.

  En el libro de Isaías, el amor de Dios hacia Israel es manifestado de tres maneras: como un Padre (1:2-3; 63:16; 64:8), como una Madre que amamanta (66:13) y como un Marido (54:5). Dios era el Padre de Israel, su Madre y su Marido. Puesto que Dios amorosamente toma medidas con respecto a Su amado Israel, éstas son medidas disciplinarias y no la ejecución de un juicio sobre ellos.

  Pero las medidas que Dios toma con respecto a las naciones consisten en juzgarlos. Este juicio no es ejecutado con base en el amor de Dios, sino con base en la justicia de Dios, en Su equidad.

  Cuando Dios interviene para tomar medidas con respecto a las personas, Él trata con ellas conforme a lo que Él es. La Biblia revela que Dios es santo y justo. Él es el Santo y el Justo. Como el Santo, Él toma medidas con respecto a Su pueblo, y como el Justo, Él toma medidas con respecto a las naciones.

  Dios toma medidas con respecto a Sus elegidos en amor a fin de que ellos sean santos. Debido a que los hijos de Israel fueron llamados por Dios y han sido apartados para Él, ellos tienen que ser santos, como Dios es santo. La disciplina que Dios aplicó a Israel tenía como fin la santidad (He. 12:10). Puesto que ellos se habían convertido en personas comunes, mundanas y completamente disímiles a Dios en Su naturaleza santa, Él tuvo que intervenir a fin de disciplinarlos. Él disciplinó a Israel a fin de que Israel aprendiera las lecciones de santidad y fuese santo.

  Las medidas que Dios toma con respecto a las naciones son diferentes a las que Él toma con respecto a Israel. Mientras que Dios disciplina a Israel conforme a Su santidad, Él juzga a las naciones conforme a Su justicia. Dios juzga a las naciones debido a que ellas no son justas ni rectas. Por tanto, con base en lo que Dios es en Su justicia, Él interviene a fin de juzgar a las naciones.

  Al leer el libro de Isaías, debemos tener en cuenta que Dios trata con las personas en dos aspectos: el aspecto de Su santidad y el aspecto de Su justicia. La santidad es lo que Dios requiere de Su pueblo escogido, y la justicia es lo que Dios requiere de las naciones. Dios desea que Su pueblo sea santo, y Él desea que las naciones sean justas. Es con base en Su santidad y Su justicia respectivamente que Dios toma medidas con respecto a estas dos categorías de personas. Él disciplina a Israel en amor con miras a la santidad, y Él juzga a las naciones con miras a la justicia.

  Habiendo hecho esta distinción entre la disciplina de Dios y Su juicio, procedamos a considerar los detalles del reclamo presentado por Jehová el Padre contra Israel, Sus hijos.

A. Israel no conoce a Jehová

  Según Isaías 1:3, Israel no conoce a Jehová, ni siquiera como el buey conoce a su dueño ni como el asno conoce el pesebre de su amo. Si Israel no conoce a su Amo de una manera personal, debería por lo menos conocer Su pesebre como lugar donde puede comer. Incluso un animal como el asno sabe esto. Israel, sin embargo, se había convertido en un pueblo que no conocía a Dios en absoluto, y Dios hace un reclamo con respecto a esto.

B. Las iniquidades y corrupción de Israel

  En los capítulos 1, 3 y 5, Isaías habla sobre las iniquidades y corrupción de Israel.

1. Una nación pecadora, un pueblo cargado de iniquidad

  Israel era una nación pecadora, un pueblo cargado de iniquidad y deficiente en cuanto a la santidad. Ellos también eran descendencia de malhechores e hijos que obraban corruptamente (1:4a).

2. Abandonan a Jehová

  Ellos habían abandonado a Jehová y habían menospreciado al Santo (1:4b). Ellos habían sido llamados a ser santos, pero menospreciaron al Santo, quien los había llamado a santidad; además, se habían apartado de Él y se habían vuelto atrás. Todo esto significa que ellos dejaron a Dios.

3. Los gobernantes de Sodoma y el pueblo de Gomorra

  Isaías 1:10 habla sobre los “gobernantes de Sodoma” y del “pueblo de Gomorra”. Esto indica que los gobernantes de Israel eran como los de Sodoma y que el pueblo de Israel era como el de Gomorra.

4. Jehová no se complace en sus sacrificios y ofrendas

  Jehová no se complacía en sus sacrificios y ofrendas, y su incienso era abominación para Él (1:11-13a). Debido a que ellos rechazaron a Dios por completo, el incienso que hacían arder para Dios era considerado una abominación por Él. Él no aceptaría tales sacrificios y ofrendas ni se complacería en tal incienso. Más aún, Su alma aborrecía sus Sábados y fiestas señaladas (vs. 13b-14a). La manera en que ellos observaban estos días era una ofensa para Dios, y Él estaba cansado de soportarlos (v. 14b). El pueblo había agotado Su tolerancia. Por tanto, Él escondería Sus ojos de ellos y no escucharía sus oraciones que se multiplicaban. Además, las manos de ellos estaban llenas de sangre (v. 15).

5. La ciudad de Jerusalén se convierte en ramera

  En 1:21-23 vemos que la ciudad de Jerusalén se había convertido en ramera. La justicia y la equidad estaban ausentes, pero había homicidas en abundancia. Su plata se había convertido en escoria, y su vino había sido adulterado con agua. Sus gobernantes eran rebeldes y compañeros de ladrones; todos amaban el soborno e iban tras las recompensas, y no defendían al huérfano ni atendían a la causa de la viuda. Esto revela que Israel se había hecho maligno en todo sentido.

6. Jerusalén tropieza, y Judá cae

  Jerusalén tropezó, y Judá cayó, pues sus palabras y sus obras estaban contra Jehová para rebelarse contra los ojos de Su gloria. El semblante de sus caras daba testimonio contra ellos, y, como Sodoma, ellos anunciaban su pecado; no lo disimulaban (3:8-9).

7. Los ancianos y gobernantes del pueblo de Jehová devoran la viña

  Los ancianos y gobernantes del pueblo de Jehová devoraron la viña, y el despojo del pobre estaba en sus casas. Ellos majaron al pueblo de Jehová y molieron las caras de los pobres (3:14-15).

8. Las hijas de Sion son altivas

  Las hijas de Sion, las mujeres jóvenes, eran altivas, ensoberbeciéndose. Ellas andaban con cuello erguido y con ojos desvergonzados, adornándose con objetos lujosos y caros (3:16, 18-23). Ellas no pensaban en Dios, sino que su único interés era satisfacer su concupiscencia.

9. Jehová, quien hizo de Israel una viña e hizo por ella todo cuanto era necesario, esperaba equidad, pero Sus ojos contemplaban derramamiento de sangre

  Jehová hizo de Israel una viña e hizo por ella todo cuanto era necesario. Él esperaba que Su viña produjera uvas, pero sólo produjo uvas silvestres. Él esperaba equidad, pero Sus ojos contemplaron derramamiento de sangre. Él esperaba justicia, pero escuchó gritos de angustia. Las personas en aflicción clamaron, y Dios las escuchó. Algunas personas juntaron casa a casa y unieron campo con campo, hasta que no quedó sitio, y ellas habitaron solas en medio de la tierra (5:1-4, 7-8).

10. Algunos del pueblo de Israel se levantan muy de mañana para correr tras el licor y trasnochan para que el vino los encienda

  Algunos del pueblo de Israel se levantaban muy de mañana para correr tras el licor y trasnochaban para que el vino los encendiera. Ellos se entretenían con lira, arpa, pandero y flauta, así como con vino en sus banquetes, y no consideraban lo que había realizado Jehová ni miraban la obra de Sus manos (5:11-12). Debemos examinarnos a nosotros mismos a la luz de estas palabras. ¿Cómo nos comportamos en la mañana y en la noche?

11. Algunos del pueblo de Israel arrastran la iniquidad con cuerdas de vanidad y el pecado como con coyundas de carreta

  Algunos del pueblo de Israel arrastraban la iniquidad con cuerdas de vanidad y el pecado como con coyundas de carreta (5:18). Ellos llegaron al colmo de ridiculizar a Jehová diciendo: “Que se dé prisa, / que apresure Su obra, / para que la veamos; / que se acerque y acontezca / el consejo del Santo de Israel, / para que lo conozcamos!” (v. 19). Estas palabras malignas e injuriosas indican que ellos no tenían temor de Dios. Ellos incluso no creían en Dios; se habían convertido en ateos.

12. Algunos del pueblo de Israel llaman bueno a lo malo, y a lo malo llaman bueno

  Algunos del pueblo de Israel llamaban bueno a lo malo, y a lo malo llamaban bueno (5:20). Ellos hacían de la luz tinieblas, y hacían de las tinieblas luz. También ponían lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo. Ellos volteaban todo boca abajo.

13. Algunos del pueblo son héroes para beber vino y hombres de valor para mezclar licor

  Algunas personas eran héroes para beber vino y hombres de valor para mezclar licor (5:22). Estas personas, por soborno, absolvían al malhechor, pero le negaban al justo su justicia (5:23). Ellos rechazaron la instrucción de Jehová de los ejércitos y despreciaron la palabra del Santo de Israel (5:24b). Se habían convertido en gente que olvidaron a Dios y lo abandonaron. A ellos no les importaba la palabra de Dios; tampoco les importaba la moral o ética, pues llamaban a lo bueno malo, y a lo malo, bueno. Según la descripción hecha por Isaías, ellos se encontraban en una situación desastrosa.

  Nosotros mismos debemos guardar silencio y examinar nuestra propia situación, no solamente antes de ser salvos, sino incluso nuestra condición actual. Aunque buscamos más del Señor, a veces ciertas cosas malignas se manifiestan en nuestra vida diaria. Por esta razón, debemos velar y orar (Mt. 26:41). Si oramos pero no velamos, nuestra oración no será grata al Señor. Si somos descuidados en nuestra vida diaria y estamos mal con el Señor, con otras personas e incluso con nosotros mismos, nuestras oraciones no son gratas al Señor.

  En el capítulo 6, Isaías vio una visión del Señor en gloria. Había serafines que daban voces diciendo: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos” (v. 3a). Esto indica la preocupación de Dios por Su santidad. Él desea que Su pueblo llamado sea santo como Él es santo. Cuando Isaías vio esta visión, comprendió que todavía era una persona pecaminosa, que era hombre de labios inmundos y habitaba en medio de un pueblo de labios inmundos (v. 5).

  La experiencia de Isaías nos ayuda a comprender cuál es nuestra situación hoy en día. No importa cuánto hayamos sido santificados, renovados, transformados e incluso conformados a la gloriosa imagen de Cristo, tenemos que recordar que todavía estamos en la carne y en la vieja creación, que todavía tenemos la naturaleza pecaminosa en nosotros y que todavía habitamos en la tierra, la cual es sumamente inmunda. Por tanto, diariamente tenemos que confesar nuestros pecados, defectos, fracasos, carencias, maldades y errores. Con frecuencia no solamente estamos mal con Dios, sino con otras personas, incluyendo a los santos y a los miembros de nuestra familia. Es posible que también estemos mal con nosotros mismos, como cuando, por ejemplo, nos enojamos de tal modo que causamos daño a nuestro propio cuerpo, el cual es el templo santo del Señor. Cuanto más iluminados seamos por el Señor, más nos daremos cuenta de nuestra condición, confesaremos nuestros pecados y le pediremos al Señor que nos perdone. Si queremos tener la experiencia real de Cristo, tenemos que conocer nuestra propia pecaminosidad.

  En el Antiguo Testamento, siempre que el pueblo de Dios quería ofrecer algo al Señor, se requería de ellos que añadieran a dicha ofrenda una ofrenda por el pecado o una ofrenda por las transgresiones. El mismo principio se aplica a nosotros, los creyentes, en la actualidad. Si ofrecemos al Señor un holocausto o una ofrenda de paz, también tenemos que presentar una ofrenda por el pecado y una ofrenda por las transgresiones, con lo cual indicamos que no olvidamos que todavía somos pecaminosos. Siempre y cuando vivamos en la tierra en la vieja creación, debemos comprender que somos pecaminosos y confesar nuestros pecados. Si hacemos esto, Dios podrá favorecernos y agraciarnos. De otro modo, Él se quejará de nosotros, tal como se quejó de Israel en tiempos de Isaías.

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