Mensaje 20
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Lectura bíblica: Is. 36; Is. 37; Is. 38; Is. 39
En el mensaje anterior vimos, con base en los capítulos del 36 al 39, qué clase de persona era Ezequías. Vimos que aunque él era una persona piadosa y podía orar de manera piadosa, no era un hombre de Dios. Más aún, él no era una persona reflexiva ni cuidadosa, sino precipitada, y en lugar de preocuparse por Dios y Su reino, él se preocupaba por sí mismo y por sus propios intereses. Por tanto, él no era una persona a la que se le pudiera confiar la realización del propósito de Dios. En este mensaje consideraremos muchos de los detalles contenidos en esos cuatro capítulos.
Isaías 36:1—37:38 habla de cómo Ezequías buscó a Jehová con respecto a su situación.
Aconteció en el año catorce del rey Ezequías, que Senaquerib, rey de Asiria, subió contra todas las ciudades fortificadas de Judá y las tomó. El rey de Asiria envió al Rabsaces con un gran ejército a Jerusalén para combatir contra el rey Ezequías (36:1-2a). El Rabsaces les dijo a quienes vinieron a su encuentro: “Decid ahora a Ezequías: Así dice el gran rey, el rey de Asiria: ¿Qué confianza es ésta en que te apoyas? Yo digo: Es sólo palabra vana que digas: Consejo tengo y fuerzas para la guerra. Ahora, pues, ¿en quién confías, que te has rebelado contra mí? Ahora has puesto tu confianza en este cayado de caña rota, en Egipto, en el cual si alguno se apoya, se le entrará por la mano y la traspasará; tal es Faraón, rey de Egipto, para todos los que en él confían” (vs. 4-6).
El Rabsaces se puso en pie, clamó a gran voz en lengua de los judíos y dijo: “Escuchad las palabras del gran rey, el rey de Asiria: Así dice el rey: No os engañe Ezequías, porque él no es capaz de libraros. Ni os haga Ezequías confiar en Jehová, diciendo: Ciertamente nos librará Jehová, y esta ciudad no será entregada en manos del rey de Asiria [...] ¿Quién entre todos los dioses de estas tierras ha librado su tierra de mis manos, para que Jehová libre de mis manos a Jerusalén?” (36:13-15, 20). Entonces los siervos de Ezequías fueron a Ezequías, rasgados sus vestidos, y le contaron las palabras del Rabsaces (v. 22b).
Cuando el rey Ezequías oyó de esta situación, rasgó sus vestidos, se cubrió de cilicio y entró en la casa de Jehová (37:1). Esto indica que él era una persona piadosa.
Ezequías envió a Eliaquim, que estaba a cargo de la casa, a Sebna, el escriba, y a los ancianos de los sacerdotes, cubiertos de cilicio, al profeta Isaías (37:2). Ellos le dijeron: “Así dice Ezequías: Este día es día de aflicción, de reprensión y de desdén, porque los hijos están a punto de nacer, y no hay fuerzas para darlos a luz. Tal vez oirá Jehová tu Dios las palabras del Rabsaces, a quien el rey de Asiria, su amo, ha enviado para vituperar al Dios viviente, y reprenderá las palabras que Jehová tu Dios ha oído. Por consiguiente, eleva oración por el remanente que aún queda” (vs. 3-4).
En Isaías 37:6 y 7 constan las palabras de Isaías a los siervos del rey Ezequías que habían acudido a él. Isaías les dijo: “Así diréis a vuestro amo: Así dice Jehová: No temas por las palabras que has oído, con las cuales me han blasfemado los siervos del rey de Asiria. He aquí, Yo pondré en él un espíritu, de manera que cuando oiga cierta noticia se vuelva a su tierra. Y haré que en su propia tierra caiga a espada”.
En Isaías 37:9-11 vemos el nuevo ataque del enemigo. El rey de Asiria recibió un informe sobre el rey de Etiopía, que decía: “Él ha salido para hacer la guerra contra ti” (v. 9). Al escuchar esto, envió mensajeros a Ezequías diciéndole: “No te engañe tu Dios en quien tú confías, diciendo: Jerusalén no será entregada en manos del rey de Asiria. He aquí, tú has oído lo que han hecho los reyes de Asiria a todas las tierras, destruyéndolas completamente, ¿y serás tú librado?” (vs. 10-11).
Al volver a buscar a Jehová, Ezequías tomó la carta de manos de los mensajeros y la leyó. Después, subió a la casa de Jehová, extendió la carta delante de Jehová y oró a Él con relación al nuevo ataque del enemigo (vs. 14-20). Ezequías finalizó su oración diciendo: “Ahora pues, oh Jehová, Dios nuestro, sálvanos de sus manos, para que sepan todos los reinos de la tierra que sólo Tú eres Jehová” (v. 20).
En Isaías 37:22-29 consta lo dicho por Jehová sobre Senaquerib. Los versículos 22 y 23 dicen: “La virgen hija de Sion / te ha despreciado y se ha reído de ti; / la hija de Jerusalén / detrás de ti ha meneado su cabeza. / ¿A quién has vituperado e injuriado? / ¿Y contra quién has alzado la voz, / y levantado con altivez tus ojos? / Contra el Santo de Israel”. En el versículo 29 Jehová le dice a Senaquerib: “Por cuanto te has airado contra Mí, / y tu arrogancia ha subido a Mis oídos, / Yo pondré Mi garfio en tu nariz / y Mi freno en tus labios, / y te haré volver por el camino por el que has venido”.
Ezequías confió en Jehová conforme a la respuesta que Él le dio y obtuvo la victoria al Jehová hacer cumplir Su respuesta.
Jehová dijo que Él salvaría a Jerusalén por amor a Sí mismo y por amor a David, Su siervo (37:33-35). Estas palabras develan que Ezequías no era una persona de peso, valiosa ni preciosa a los ojos de Dios. Dios respondería a la oración no por amor a Ezequías, sino por amor a Sí mismo y por amor a David.
El ángel de Jehová atacó el campamento de los asirios, matando a ciento ochenta y cinco mil. Cuando los sobrevivientes se levantaron muy de mañana, he aquí que todo era cuerpos de muertos (v. 36). Luego Senaquerib, rey de Asiria, partió y regresó para habitar en Nínive. Y mientras él adoraba en la casa de su dios, sus hijos le mataron a espada (vs. 37-38).
En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. El profeta Isaías fue a verlo y le dijo: “Jehová dice así: Ordena tu casa, porque estás a punto de morir, y no vivirás” (38:1).
Ezequías volvió su rostro a la pared y oró a Jehová. En su oración él dijo: “Ahora, oh Jehová, te ruego que te acuerdes de que he andado delante de Ti en verdad y con corazón perfecto, y que he hecho lo bueno ante Tus ojos”. Y lloró Ezequías con abundantes lágrimas (38:3).
Entonces vino palabra de Jehová a Isaías diciendo: “Ve y habla a Ezequías: Así dice Jehová, el Dios de David, tu padre: Yo he oído tu oración; he visto tus lágrimas. Ahora añadiré a tu vida quince años” (38:5). Como una señal, Jehová hizo que la sombra del sol retrocediera diez escalones atrás por los cuales ya había descendido (vs. 8-9).
Es muy significativo que al responder a la oración de Ezequías, el Señor se refiriera a Sí mismo como “el Dios de David tu padre”. Esto indica que a los ojos de Dios Ezequías poseía poco mérito. Todo el mérito fue atribuido a Dios mismo o al antepasado de Ezequías, esto es, a David.
En Isaías 38:10-20 consta lo escrito por Ezequías, rey de Judá, cuando estuvo enfermo y fue sanado de su enfermedad. En el versículo 21 Isaías dijo: “Tomen una masa de higos y úntenla en la llaga, y él vivirá”.
Tal como revela lo escrito por él, la oración de Ezequías con respecto a su enfermedad era encomiable. No obstante, orar es una cosa, pero es posible que en nuestra manera de ser seamos distintos. Por ejemplo, en Isaías 38:15 Ezequías dijo: “Andaré juiciosamente todos mis años”. En el hebreo, la palabra traducida juiciosamente significa calmadamente, dócilmente y humildemente, con mucha consideración. El hecho de que Ezequías haya usado esta palabra indica que él había aprendido algunas lecciones a raíz de la invasión de Asiria y de la enfermedad que padeció. Él comprendía que se había comportado precipitadamente en el pasado y que su andar no había sido el apropiado a los ojos de Dios. Por tanto, en su oración él dijo que andaría juiciosamente todos sus años. Pero cuando los visitantes de Babilonia vinieron (39:1-2), él no anduvo conforme a esta oración; en lugar de conducirse juiciosamente, se condujo precipitadamente. Esto nos muestra que orar es una cosa, pero andar es otra cosa. Con frecuencia elevamos oraciones celestiales, espirituales y buenas; pero después de haber orado así, cuando la prueba viene, no andamos del mismo modo en que oramos.
Ezequías estaba en pro de Dios, pero de manera egoísta. Él hizo una buena oración, pero en su oración percibimos cierto sabor a egoísmo. En Isaías 38:18 y 19 él dijo: “Porque el Seol no puede darte gracias [...] / El que vive, el que vive, éste te alabará, / como yo hoy”. Aquí Ezequías le pidió egoístamente a Jehová que lo pusiera entre los vivos para poder alabarle. Esto indica que él estaba en pro de Dios de manera egoísta, no de una manera apropiada. Éste es el sabor que nos deja la oración de Ezequías.
Isaías 39 muestra el fracaso de Ezequías cuando disfrutaba de una situación apacible y de buena salud.
Después que obtuvo la victoria al ser sanado por el Señor, Ezequías enfrentó la prueba, la tentación, de los obsequios del hombre. En aquel tiempo, el rey de Babilonia envió cartas y un presente a Ezequías, por cuanto había oído que Ezequías había estado enfermo y se había recuperado. El versículo 2 dice: “Se alegró por ellos Ezequías y les mostró la casa de su tesoro: la plata y el oro, y las especias y el aceite precioso, y todo su arsenal y todo lo que fue hallado en sus tesoros; ninguna cosa quedó que Ezequías no les mostrase, así en su casa como en todo su dominio”. Aunque Ezequías había pasado victoriosamente por los padecimientos de las otras pruebas, aquí él fracasó. Él fracasó con relación a los obsequios de los hombres y a la glorificación de sí mismo. No es fácil vencer la tentación de un obsequio. Tampoco es fácil vencer sobre la glorificación de nuestra propia persona. Tenemos que ser muy cuidadosos en lo referente a recibir obsequios y en lo referente a glorificarnos a nosotros mismos.
Según Isaías 39:3 y 4, Isaías interrogó a Ezequías con respecto a los visitantes procedentes de Babilonia. En primer lugar, Isaías le preguntó: “¿Qué dijeron estos hombres? ¿y de dónde han venido a ti?”. Cuando Ezequías le respondió que ellos habían venido de Babilonia, Isaías le preguntó: “¿Qué han visto en tu casa?”. Ezequías respondió: “Han visto todo lo que hay en mi casa; nada quedó en mis tesoros que yo no les haya mostrado”.
Isaías encargó a Ezequías oír la palabra de Jehová de los ejércitos. Jehová le dijo a Ezequías: “Vienen los días cuando todo lo que está en tu casa, y todo lo que tus padres han atesorado hasta hoy, será llevado a Babilonia; nada quedará [...] Y tomarán algunos de tus hijos, que saldrán de ti, que tú has de engendrar, y los convertirán en eunucos en el palacio del rey de Babilonia” (39:6-7).
En el versículo 8 consta la respuesta de Ezequías a lo dicho por Jehová. Ezequías dijo a Isaías: “La palabra de Jehová que has hablado es buena. Dijo además: Ciertamente habrá paz y verdad en mis días”. Esto indica que Ezequías era egoísta, que se preocupaba únicamente por sí mismo.
Los factores causantes del fracaso de Ezequías incluyen: 1) exhibir lo que tenía, según la carne, 2) no velar, 3) no buscar al Señor, 4) no orar, 5) no considerar el resultado de sus acciones y 6) preocuparse únicamente por sí mismo y no por el reino de Dios sobre la tierra. Que todos nosotros aprendamos de estos factores causantes del fracaso de Ezequías.