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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Isaías»
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Mensaje 21

LAS PALABRAS DE CONSUELO DE JEHOVÁ PARA ISRAEL

  Lectura bíblica: Is. 40; Jn. 1:19-27; 1 P. 1:23-24

  En el Antiguo Testamento, compuesto por treinta y nueve libros, el asunto principal que se abarca es la vieja creación; y en el Nuevo Testamento, compuesto por veintisiete libros, el asunto principal que se revela es la nueva creación de Dios. Por tanto, las dos creaciones efectuadas por Dios marcan el límite entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Ahora debemos ver que los primeros treinta y nueve capítulos de Isaías abarcan la vieja creación, incluyendo la disciplina de Dios para Israel y Su juicio sobre los gentiles, mientras que en los últimos veintisiete capítulos, la profecía de Isaías se centra en la nueva creación.

  La venida de la nueva creación no pone fin a la vieja creación inmediatamente; por el contrario, una vez que la nueva creación está presente, la vieja creación permanece por un tiempo. En el Nuevo Testamento, la nueva creación comienza con la venida de Juan el Bautista. Después, la vieja creación permanece hasta que se le pone fin al final del milenio. El fin del reino de mil años será también el fin de la vieja creación así como la compleción, la consumación, de la nueva creación, lo cual está representado por la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la nueva tierra (Ap. 21:1-2).

  La historia nos dice que Isaías escribió este libro durante dos o tres períodos de tiempo. Creo que la segunda parte de su profecía fue escrita en un período de tiempo distinto al de la primera parte.

  La segunda parte comienza con palabras de consuelo habladas al corazón de Jerusalén (Is. 40:1-2). El hecho de que estas palabras sean habladas al corazón significa que conciernen no al hombre exterior, sino al hombre interior. En este capítulo, hablar palabras de consuelo al corazón de Jerusalén en realidad es anunciar el evangelio. Por tanto, podemos entender que la palabra consuelo se refiere a la predicación del evangelio.

  Lo primero que se anunció en Isaías 40 fue la venida de Juan el Bautista (vs. 3-4). Esto fue seguido inmediatamente por la aparición de Cristo, quien es la gloria de Jehová (v. 5). La gloria de Jehová es el centro del evangelio con miras a la nueva creación (2 Co. 4:4-6). Cristo es el resplandor de la gloria de Dios (He. 1:3), y este resplandor es como el fulgor del sol. El Nuevo Testamento nos dice que la primera venida de Cristo fue como la salida del sol (Lc. 1:78). Por tanto, cuando Cristo apareció, la gloria de Jehová apareció a fin de ser vista por quienes buscan a Dios y por los creyentes de Cristo.

  Después que Isaías 40 habla de la venida de Juan el Bautista y de la aparición de Cristo como gloria de Dios, este capítulo nos dice que, al igual que la hierba y la flor del campo, todo hombre se secará y se marchitará, pero la palabra de Dios permanecerá para siempre (vs. 6-8). La palabra de Dios es en realidad Cristo como evangelio de Dios. Esta palabra permanece y, como palabra de vida, es viva. Todo hombre de carne, todos los seres humanos que se marchitan y desvanecen, deben recibir a Cristo, la gloria de Dios, quien viene a las personas como la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Aquellos que reciben a Cristo como esta palabra de Dios serán regenerados para poseer vida eterna a fin de vivir para siempre (1 P. 1:23).

  Según Isaías 40:29-31, aquellos que recibieron la palabra y fueron regenerados ahora esperan en Jehová. Que esperemos en Dios significa que nos hemos “despedido” a nosotros mismos, esto es, que nos detenemos a nosotros mismos en lo que respecta a nuestro vivir así como en todo cuanto hacemos y todas nuestras actividades, y que recibimos a Cristo como nuestro reemplazo. El versículo 31 dice que la persona que espere así en Él se remontará con alas como las águilas, lo cual representa el poder de resurrección de Cristo. Tal persona no solamente andará y correrá, sino que también se elevará por los cielos, por encima de toda contrariedad terrenal. Ésta es una persona transformada. Por tanto, en este capítulo tenemos la anunciación del evangelio (que corresponde a los cuatro Evangelios), la salvación por medio de la regeneración (que corresponde a Hechos) y la transformación (que corresponde a las Epístolas).

  Creo que Isaías escribió este capítulo para que podamos hacer una comparación entre Ezequías, un varón piadoso que todavía estaba en la vieja creación, y una persona regenerada y transformada que está en la nueva creación. Los capítulos del 36 al 39 indican que no importa cuán bueno era Ezequías, él todavía estaba en la vieja creación, por lo cual fue despedido por Dios. Pero en el capítulo 40 vemos una clase diferente de persona: uno que ha sido regenerado y transformado, que ha sido despedido, que ha tomado a Dios en Cristo como su reemplazo y que ahora espera de continuo en el Señor. Tal persona se remontará “con alas como las águilas”. El apóstol Pablo es el caso más representativo de la clase de persona descrita en Isaías 40. Consideremos la diferencia que existe entre Ezequías y Pablo y preguntémonos si seremos como Ezequías o como Pablo. Que todos seamos como Pablo, quien pertenecía por completo a la nueva creación. En el caso de Pablo la vieja creación había llegado a su fin, había sido despedida y reemplazada, y ahora la nueva creación estaba presente con Cristo.

  Con esta perspectiva de Isaías 40 ante nosotros, procedamos a considerar los detalles de este capítulo.

I. LA VISIÓN DEL PROFETA EN LAS PRIMERAS TRES SECCIONES DE ISAÍAS

  En las primeras tres secciones de Isaías (caps. 1—35) se nos revela adecuadamente la visión del profeta referente a las medidas gubernamentales que Jehová toma con respecto a Israel y Su juicio con el cual castiga a las naciones, lo cual introduce al Cristo todo-inclusivo junto con la esperada restauración de todas las cosas.

II. LA VISIÓN DEL PROFETA PRESENTADA EN LA ÚLTIMA SECCIÓN DE ISAÍAS

  La sección final de Isaías (caps. 40—66) contiene las palabras bondadosas que Jehová habla al corazón de Israel, Su pueblo amado, las cuales presentan la visión del profeta con respecto al Cristo redentor y salvador como Siervo de Jehová y revelan la salvación todo-inclusiva traída por Cristo para Israel y las naciones, junto con la plena restauración de todas las cosas, cuya consumación es el cielo nuevo y la tierra nueva.

III. LAS PALABRAS DE CONSUELO DE JEHOVÁ PARA ISRAEL

A. Las bondadosas palabras de consuelo habladas al corazón de Su pueblo

  En Isaías 40 constan las palabras de consuelo de Jehová para Israel. Estas palabras en realidad constituyen la palabra del evangelio. Los versículos 1 y 2 dicen: “Consolad, oh consolad a Mi pueblo, / dice vuestro Dios. / Hablad al corazón de Jerusalén / y clamad a ella / que ya ha terminado su guerra, / que fue aceptada la sanción impuesta por su iniquidad; / porque ha recibido doble de la mano de Jehová / por todos sus pecados”. Durante siglos Israel ha padecido bajo la disciplina de Dios, pero llegará el día en que estas palabras de consuelo, la palabra del evangelio, serán habladas a Israel.

B. Se hace referencia a Juan el Bautista, quien introdujo al Cristo esperado con miras al Nuevo Testamento

  En Isaías 40 también se hace referencia a Juan el Bautista, quien introdujo al Cristo esperado con miras al Nuevo Testamento (Jn. 1:19-27). Con respecto a Juan el Bautista, Isaías 40:3 y 4 dice: “Voz de uno que clama / en el desierto: Abrid / camino a Jehová; / enderezad en el yermo / calzada para nuestro Dios. / Todo valle será alzado, / y bajado todo monte y collado; / los lugares torcidos serán enderezados, / y los lugares ásperos, allanados”. El versículo 5 procede a hablarnos de la gloria de Jehová, esto es, la gloria de Cristo, quien fue recomendado por Juan. “Entonces se revelará la gloria de Jehová, / y toda carne juntamente la verá, / porque la boca de Jehová ha hablado”. A los ojos de los judíos, Jesús era apenas un nazareno; no obstante, Isaías habla de “la gloria de Jehová”. Cuando Jesús vino, únicamente quienes tenían algún discernimiento supieron que Él era la gloria de Jehová. Debido a que el anciano Simeón poseía tal discernimiento, él pudo decir del niño Jesús, a quien recibió en brazos, que Él era luz para revelación a los gentiles y la gloria de Jehová para el pueblo de Israel (Lc. 2:22-32). Hoy en día, para la gente mundana, Cristo no es nada, pero para nosotros, en quienes Él ha resplandecido (2 Co. 4:6), Cristo es la gloria de Dios y la esperanza de gloria en nuestro ser (Col. 1:27).

C. Revela lo que el hombre verdaderamente es y lo que el hombre verdaderamente necesita

  Isaías 40 revela lo que el hombre verdaderamente es y lo que el hombre verdaderamente necesita. Lo dicho por el profeta en este capítulo ciertamente constituye un excelente ejemplo de la predicación del evangelio.

1. Lo que el hombre verdaderamente es

a. Toda carne es hierba, y toda su gloria es como flor del campo

  Los versículos del 6 al 8 dicen: “Toda carne es hierba, / y toda su gloria es como flor del campo; / la hierba se seca, la flor se marchita, / porque el aliento de Jehová sopla en ella. / Ciertamente el pueblo es hierba. / La hierba se seca, la flor se marchita, / mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”. Aquí Isaías compara la palabra de Dios con los hombres de carne que se desvanecen. ¿Qué será lo que perdure entre el linaje humano? Todo se marchitará y se desvanecerá a excepción de la palabra de Dios. Esta palabra es en realidad Cristo, la gloria de Jehová. Todo hombre se desvanecerá, pero Cristo, la palabra viva, permanecerá.

b. Los hombres de carne reciben la palabra de Dios, la cual es viviente y permanece, para ser regenerados

  Isaías 40:6-8 indica que todos los hombres de carne deben recibir la palabra de Dios, la cual es viviente y permanece, para ser regenerados a fin de poseer la vida eterna y vivir para siempre (1 P. 1:23-24).

c. Todos los hombres son como la gota que cae del cubo

  Isaías 40 también revela que todos los hombres son como la gota que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas son estimados (v. 15a). Todos los hombres son como nada delante de Dios; como menos que nada y como vanidad son por Él estimados (v. 17). Todos los habitantes de la tierra son como langostas (v. 22a).

d. El hombre no puede compararse con Dios

  Este capítulo también indica que el hombre no puede compararse con Dios, quien es grande, levanta las islas como al polvo fino, está sentado sobre el círculo de la tierra, extiende los cielos como una cortina y los despliega como una tienda para morar, y quien reduce a nada a los príncipes y convierte en nada a los jueces de la tierra (vs. 15b-18, 22-26).

2. Lo que el hombre verdaderamente necesita

  Este capítulo nos dice no solamente lo que el hombre es, sino también lo que el hombre necesita.

a. El Dios incomparable

  En primer lugar, el hombre necesita al Dios incomparable (vs. 18-26). El hombre que se desvanece necesita al Dios eterno, quien es el único que jamás se marchita ni se desvanece, sino que permanece para siempre.

b. El Cristo que viene

  En segundo lugar, el hombre necesita al Cristo que viene, quien debe ser anunciado como las buenas nuevas. El Cristo que viene deberá ser anunciado como Jehová nuestro Dios (v. 3) y como Jehová de la gloria, para ser revelado y visto por toda carne juntamente (v. 5). Más aún, el Cristo que viene deberá ser anunciado como el Señor Jehová, quien viene con poder para reinar con Su brazo, trayendo consigo Su galardón y delante de Él Su recompensa (vs. 9-10). Finalmente, el Cristo que viene deberá ser anunciado como Pastor que apacienta Su rebaño, recoge en Sus brazos a los corderos, los lleva en Su seno y conduce a las que están criando (v. 11).

c. Regeneración por la palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre

  Los versículos del 6 al 8 indican que el hombre también necesita ser regenerado por la palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre (1 P. 1:23). Dios es invisible, abstracto y misterioso; pero Él está corporificado en Su palabra. Ahora, al tocar la palabra como corporificación de Dios, recibimos para nuestra regeneración una palabra que es viviente y que permanece para siempre.

d. Esperar en el Dios eterno, Jehová

  Finalmente, según Isaías 40, el hombre necesita esperar en el Dios eterno, Jehová. Esperar en Dios equivale a ser aniquilado y reemplazado por el Dios Triuno. Con respecto a Él, el versículo 28 dice: “¿No sabes, / o no has oído, / que el Dios eterno, Jehová, / el Creador de los confines de la tierra, / no desfallece ni se fatiga con cansancio? / Insondable es Su entendimiento”. Su entendimiento es insondable.

  Jehová, el Dios eterno, da fuerzas al cansado: “Él da poder al desfallecido, / y multiplica las fuerzas al que no tiene vigor. / Los muchachos desfallecerán y se cansarán, / y los jóvenes caerán exhaustos; / pero los que esperan en Jehová renovarán sus fuerzas; / se remontarán con alas como las águilas; / correrán y no desfallecerán; / caminarán y no se cansarán” (vs. 29-31). Aquí las alas representan el poder de la resurrección de Cristo. Quienes se detengan a sí mismos y esperen en Jehová experimentarán el poder de la resurrección, serán transformados y se elevarán por los cielos.

  Cuando esperamos en el Dios eterno, somos aniquilados y reemplazados por Él, y entonces, le tenemos como nuestra vida y poder, que es el poder de la resurrección. Este poder nos fortalece y nos permite remontarnos con alas como las águilas y elevarnos por encima de la tierra. En esto consiste la plena experiencia de la salvación que Dios efectúa revelada en el capítulo cuarenta de Isaías.

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