Mensaje 25
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Lectura bíblica: Is. 49; Is. 50; Jn. 14:10; Os. 11:1; Mt. 2:15b; Jn. 13:31b; 31, Ro. 8:33, 34a
Los capítulos 49 y 50 de Isaías presentan a Cristo según es tipificado por Isaías, el profeta de Jehová, para ser un pacto dado al pueblo a fin de restaurar la tierra. En este mensaje consideraremos estos dos capítulos.
A fin de entender Isaías 49, debemos ver las tres personas que tipifican al siervo de Jehová: Cristo (vs. 5-9a), el profeta Isaías (vs. 1-4) e Israel (v. 3). Tanto el profeta Isaías como Israel hallan su consumación en Cristo. Los tres son un solo siervo. Primero, todos ellos son Israel. Israel, por supuesto, es Israel; Isaías era un israelita; y Jesucristo era también un israelita típico. Por tanto, por ser israelitas, todos ellos son uno. Segundo, en conjunto, Israel era siervo de Dios, Su testigo, en el Antiguo Testamento. Isaías, quien formaba parte de Israel, también era un siervo de Dios. En el Nuevo Testamento Cristo es revelado como Siervo de Dios (Mr. 10:45) y Su Testigo (Ap. 1:5). Esto nuevamente nos muestra la unidad que existe entre Isaías, Israel y Cristo como siervos de Jehová. Pero en el Nuevo Testamento, nuestra unidad con Cristo como siervos de Dios es vista con mayor claridad, pues el Nuevo Testamento dice que estamos en Cristo (1 Co. 1:30). Juntos, conformamos el Cristo corporativo. Puesto que estamos en este Cristo corporativo, y Cristo es el Siervo de Dios, nosotros también somos este único siervo de Dios, este único testigo de Dios. Ésta es la perspectiva eterna de Dios, y ésta es la perspectiva que debemos tener a fin de entender Isaías 49—50.
Isaías, el profeta de Jehová (quien tipifica a Cristo como Siervo de Jehová que trae el hablar de Dios, Jn. 14:10), sirvió a Jehová como Su portavoz a fin de proclamar Su palabra, la cual es la corporificación de Dios mismo (Is. 49:1-4). Isaías habló por Dios, pero Cristo habló por Dios mucho más. En Su ministerio terrenal, Su principal actividad consistió en hablar por Dios. Incluso después que Él ascendió a los cielos, Él continuó hablando, pues Él habló en el hablar de los apóstoles. Las epístolas de Pablo, por ejemplo, son una continuación del hablar de Cristo.
La palabra de Dios es la corporificación de Dios. Cuando nosotros proclamamos la palabra de Dios, proclamamos a Dios mismo. No es posible proclamar a Dios sin proclamar la palabra de Dios. Todos debemos aprender a proclamar la palabra de Dios.
Según Isaías 49:2a, Jehová hizo que la boca del profeta fuese “como espada aguda” y, además, lo encubrió a “la sombra de Su mano”.
Jehová hizo que el profeta fuese como flecha bruñida, y en Su aljaba lo escondió (49:2b). Las palabras del profeta eran flechas y, al hablar, él disparaba flechas.
“Y me dijo: Mi siervo eres, / Israel, en quien seré glorificado” (v. 3). Esto indica que Jehová consideró al profeta, quien formaba parte de Israel, como Su siervo para Su glorificación. Isaías, Israel y Cristo tienen por finalidad que Dios sea glorificado.
El profeta consideraba que había trabajado en vano, gastando sus fuerzas en nada y en vanidad (v. 4a). No obstante, tenía la certeza de que su derecho estaba con Jehová, y su recompensa con su Dios (v. 4b).
Puesto que Isaías tipifica a Cristo, lo dicho en el versículo 4 se aplica a Cristo. La gente juzgó equivocadamente a Cristo, pensando que Sus palabras eran nada y vanas. Sin embargo, Cristo estaba seguro de que el derecho que se le debía vendría de Dios. Dios valora la palabra de Cristo y le recompensará por Su hablar.
La segunda de estas tres personas que tipifica al siervo de Jehová es Israel (v. 3). Isaías, el profeta de Jehová, formaba parte de Israel; por ende, era uno con Israel, el siervo de Jehová. Cristo también forma parte de Israel (Os. 11:1; Mt. 2:15b). En el siervo mencionado en Isaías 49:3, Jehová será glorificado. Esto tipifica el hecho de que Dios es glorificado en Cristo, el Israel de Dios (Jn. 13:31b).
En Isaías 49 todo cuanto se dice sobre Isaías e Israel es dicho también con respecto a Cristo. Esto quiere decir que Cristo, en calidad de Siervo de Jehová, cumple todo lo que Isaías e Israel representan como siervo de Jehová.
Jehová lo formó desde el vientre para que fuese Su Siervo, para que hiciera volver a Él a Jacob, de modo que Israel se congregara en torno a Él. Él será glorificado a los ojos de Jehová, y Su Dios será Su fuerza (v. 5).
El versículo 6 es la palabra de Dios dada a Cristo como Siervo de Jehová. En este versículo, Dios dice: “Poco es que Tú seas Mi Siervo / para levantar las tribus de Jacob / y hacer volver a los salvaguardados de Israel; / también te pondré por luz de las naciones, / para que seas Mi salvación hasta los confines de la tierra”. Hemos visto, y continuamos viendo, que Cristo es la gran luz que alumbra a las naciones y que Él es la salvación de Dios que se extiende hasta los confines de la tierra.
En el versículo 7 encontramos la palabra de Jehová a Cristo, el Despreciado, el Abominado de la nación, Aquel que estaba sujeto a los tiranos. Jehová le dice: “Lo verán reyes y se levantarán, / los príncipes se postrarán, / por causa de Jehová, quien es fiel, / del Santo de Israel que te ha escogido”. Cristo estuvo sujeto a tiranos cuando tuvo que comparecer ante Pilato y se sujetó a él. Cristo, el Creador, estuvo sujeto a un ser humano creado por Él. Ante Él, que estuvo sujeto a tiranos como Herodes y Pilato, los reyes se levantarán y los príncipes se postrarán, por causa de que Jehová, quien es fiel, lo escogió.
“Así dice Jehová: / En tiempo aceptable te he respondido, / en día de salvación te he socorrido; / te guardaré y te daré por pacto al pueblo, / para restaurar la tierra, para repartir las heredades asoladas, / para decir a los encarcelados: Salid, / y a los que están en tinieblas: Mostraos” (vs. 8-9a). Aquí vemos que Cristo, el Siervo de Jehová, fue dado por pacto al pueblo. Un pacto es un acuerdo firmado por dos partes, en el que se hacen ciertas promesas. Un pacto se convierte en un testamento cuando ocurre la muerte de la parte que estableció dicho pacto. En un testamento alguien promete dar todas sus riquezas a otra persona. Tal testamento, entonces, se convierte en un título de propiedad para el heredero de todas esas riquezas. Pero si no hay ninguna riqueza, ese testamento carece de todo significado. Cristo es nuestro testamento, nuestro pacto, y Él es todas las riquezas que nos son dadas en tal testamento. La Biblia es un testamento en el que se mencionan muchos ítems maravillosos que deberán ser nuestra porción. Pero sin Cristo como la realidad, la Biblia sería como un libro carente de contenido. Cristo es la realidad de todos los ítems que nos son legados en la Biblia.
Cristo es dado por pacto para restaurar la tierra. Restaurar la tierra equivale a llevar a cabo parte de la economía de Dios referente a Su reino. La restauración de la tierra es efectuada principalmente con miras al establecimiento del reino de Dios que, a la postre, tendrá por consumación la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva.
En nuestra experiencia de Cristo hoy, restaurar la tierra significa hacer que la tierra sea ensanchada o expandida. Cristo es la tierra. Experimentar a Cristo como tierra que se expande es ocupar a Cristo, quien es la tierra, con miras a la edificación del reino de Dios para que, así, Su templo, Su testimonio, pueda ser establecido. Si solamente tenemos la Biblia, pero no experimentamos a Cristo como realidad, no tendremos el sentir de que Cristo como tierra se expande. Cuanto más experimentemos a Cristo, más percibiremos que Cristo se expande en nuestro interior. Cuanto más experimentemos a Cristo de este modo, más el reino de Dios será establecido junto con el templo de Dios como Su testimonio.
Isaías 49:9b-13 habla sobre el bendecido retorno de los cautivos. A causa de que Cristo fue hecho un pacto para el pueblo de Israel, los cautivos retornarán.
Los encarcelados junto a los caminos serán apacentados, y en todas las alturas peladas estarán sus pastos. No tendrán hambre ni sed, ni el calor abrasador ni el sol los herirá, porque Aquel que tiene de ellos compasión los guiará y los conducirá junto a manantiales de aguas (vs. 9b-10). Hoy en día el Señor no solamente nos guía de una manera general, sino que también nos conduce de una manera específica.
En el versículo 11, Jehová dice: “Y convertiré en camino todos Mis montes, / y Mis calzadas serán levantadas”. Esto puede ser aplicado de modo espiritual a nuestra experiencia. Antes de volver al Señor, estábamos perdidos y no sabíamos dónde estábamos ni dónde debíamos estar. Pero cuando volvimos al Señor, de inmediato encontramos caminos y calzadas, y supimos qué hacer y adónde ir.
El versículo 12 dice: “Sí, éstos vendrán de lejos; / y he aquí, éstos del norte y del occidente, / y éstos de la tierra de los sinitas”. Aquí la palabra sinitas probablemente se refiere a los chinos.
En el versículo 13 se ordena a los cielos que den un grito resonante, a la tierra que se regocije y a los montes que prorrumpan en gritos, porque Jehová ha consolado a Su pueblo y de Sus afligidos tendrá compasión.
Isaías 49:14-21 revela cuánto valora Jehová a Sion.
Debido a que Jehová valora a Sion, Él no la olvidará. “Pero Sion ha dicho: Me ha abandonado Jehová, / y el Señor se ha olvidado de mí. / ¿Puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, / de modo que no tenga compasión del hijo de su vientre? / Aunque olviden ellas, Yo nunca me olvidaré de ti” (vs. 14-15).
En el versículo 16a Jehová le dice a Sion que en las palmas de Sus manos la ha grabado.
Delante de Jehová están siempre sus muros (v. 16b).
Los hijos de Sion se apresurarán a retornar a ella. Ella como adorno se los pondrá a todos ellos, y de ellos se ceñirá como novia (vs. 17-18).
En cuanto a sus lugares arruinados y desolados y su tierra devastada, será demasiado estrecho por causa de los cautivos que retornan (vs. 19-21).
Jehová alzará Su mano a las naciones y levantará Su estandarte a los pueblos para congregar a los dispersos cautivos de Sion (vs. 22-26a). Entonces sabrá toda carne que Jehová es el Salvador de Sion y su Redentor, el Fuerte de Jacob (v. 26b).
En 50:1-3 encontramos la razón por la cual Sion fue abandonada.
Isaías 50:4-9 describe la instrucción que recibió el siervo de Jehová (Isaías, que tipifica a Cristo) y la vida que llevó.
En referencia a Isaías, quien tipifica a Cristo como Siervo de Jehová, los versículos 4 y 5 dicen: “El Señor Jehová me ha dado / lengua de discípulo, / para que sepa sostener con una palabra al cansado. / Mañana tras mañana me despierta; / despierta mi oído / para que escuche como discípulo. / El Señor Jehová me abrió el oído; / y yo no fui rebelde, / ni me volví atrás”. Cristo como Siervo de Jehová fue instruido no por el hombre, sino por Dios. Cristo no habló Sus propias palabras, sino que habló conforme a las instrucciones de Dios. Así pues, Él aprendió a sostener al cansado, al débil, con una palabra. Jehová lo despertaba cada mañana. Esto indica que todos los días el Señor Jesús tenía un avivamiento matutino. Además, el Señor jamás fue rebelde; más bien, Él siempre fue obediente, atento a la palabra de Dios.
El siervo de Jehová dio sus espaldas a los que le herían, y sus mejillas a los que le mesaban el cabello. No escondió su rostro de injurias y de esputos. El Señor Jehová le ayudó; por eso no fue avergonzado. Puso su rostro como pedernal, y sabía que no sería avergonzado (vs. 6-7). Según los versículos 8 y 9, él dijo: “Cerca está de mí el que me justifica; ¿quién contenderá conmigo? / ¡Comparezcamos juntos! / ¿Quién es mi adversario en el juicio [Ro. 8:33a]? / Acérquese a mí. / He aquí, el Señor Jehová me ayuda [Ro. 8:31] / ¿quién hay que me condene [Ro. 8:34a]? / He aquí, todos ellos como una vestidura se desgastarán; / la polilla se los comerá”. Ésta fue la vida que Cristo como Siervo de Jehová llevó en la tierra.
Por último, en los versículos 10 y 11 se nos relata cómo aquel que teme a Jehová y oye la voz de Su siervo tiene luz al andar en tinieblas. Con respecto a esta persona, el versículo 10b dice: “Que confíe en el nombre de Jehová, / y se apoye en su Dios”. El versículo 11 procede a hacer una advertencia referente a la luz manufacturada por el hombre. “He aquí, todos vosotros que encendéis fuego, / que os rodeáis de teas, / andad a la luz de vuestro fuego / y entre las teas que encendisteis. / De Mi mano os vendrá esto: / en tormento yaceréis”. Aquellos que fabrican su propia luz y andan según dicha luz en lugar de la luz de Dios, padecerán tormento. Ésta debe ser una advertencia para que nosotros andemos en la luz dada por Dios, no en la luz que podamos producir nosotros mismos.