Mensaje 3
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Lectura bíblica: Is. 1:5-9, 1:16-20, 24-25, 26-27, 28-31; 3:1-7, 3:17-18, 24-26; 4:1; 5:5-6, 9-10, 13-17, 24-30; 2:6
En este mensaje veremos que Jehová disciplina a Israel, Sus amados hijos, y exhorta amorosamente y le hace una promesa a Su pueblo que había sido disciplinado.
Después que Dios puso al descubierto la verdadera situación en la que se encontraba Su pueblo, Él intervino para aplicar Su trato a ellos, para disciplinarlos. Su disciplina puede ser considerada como una medida gubernamental.
Aunque el pueblo de Dios es diferente de los gentiles y pese a que en Isaías Dios manifiesta un amor triple por Su pueblo, el amor de un Padre, una Madre y un Marido, todavía es necesario que Él aplique Su trato a ellos. Dios suele ser mucho más severo al disciplinar a los Suyos que al ejecutar Su juicio. Él podría tolerar a los incrédulos, pero a nosotros no nos dará tregua. Él es muy estricto, rígido y franco al tratar con nosotros debido a que tiene Su gobierno divino. Él no es un Dios que opere sin principios rectores que lo regulen y rijan.
Parte del título de este mensaje usa las palabras Jehová disciplina a Israel, Sus amados hijos. He querido usar la expresión amados hijos para indicar que al tratar con nosotros, Él no lo hace con una motivación negativa; más bien, Él aplica Su trato a nosotros como hijos amados con una motivación muy positiva. Aunque nos disciplina, Él no nos juzga ni nos castiga. Sin embargo, algunos santos tal vez sienten que Dios los castiga y que ellos no pueden soportar este castigo. No obstante, permítanme asegurarles que, lejos de castigarnos, Dios nos disciplina en amor. Él es como un padre amoroso que disciplina a sus hijos por su propio bien. Una vez que el niño llegue a ser un adulto, probablemente se dará cuenta de que aquello que él veía como un castigo era, más bien, manifestación del amor de su padre.
Jehová disciplinó a los hijos de Israel a causa de su apostasía. La palabra apostasía significa abandonar a Dios y volverse a otro dios para servirlo. La apostasía de Israel fue muy seria, y Dios los disciplinó debido a ello.
Jehová los golpeó de modo que toda la cabeza estuviese enferma, y todo el corazón desfallecido (Is. 1:5). Desde la planta del pie hasta la cabeza, no hay en él cosa sana, sólo moretones, golpes y heridas en carne viva, que no habían sido exprimidas, ni vendadas ni suavizadas con aceite (v. 6). Hubo golpes, pero no sanidad ni consuelo.
Debido a la apostasía de ellos, Jehová hizo que su tierra fuese desolación. Además, hizo que sus ciudades fuesen puestas a fuego, que sus campos fuesen devorados por extranjeros, aun delante de sus propios ojos, y que fuesen derribados por extranjeros hasta llegar a ser desolación (1:7).
Jehová dejó a la hija de Sion como enramada en una viña, como cabaña en un pepinar, como ciudad sitiada (1:8). Si Jehová de los ejércitos no les hubiese dejado algunos sobrevivientes, habrían sido como Sodoma, semejantes a Gomorra (v. 9). A fin de que ellos no fueran completamente destruidos, Dios dejó un pequeño número de sobrevivientes.
El Señor Jehová de los ejércitos, el Fuerte de Israel, se deshizo de Sus adversarios y se vengó de Sus enemigos (1:24). Estos adversarios y enemigos fueron los propios hijos de Israel. Ellos se habían rebelado contra Dios a tal grado que no sólo se habían convertido en Sus adversarios, que están dentro de la nación de Dios, sino también en Sus enemigos, que están fuera de la nación de Dios. Dios se deshizo de Sus adversarios y se vengó de Sus enemigos al disciplinar a Sus hijos rebeldes; más aún, Dios volvió Su mano contra Israel. Él limpió a Israel de su escoria, como con lejía, y les quitó toda su impureza (v. 25).
Jehová quebrantó a los rebeldes y pecadores y consumió a quienes lo abandonaron (1:28). Él causó que fuesen como terebinto (o encina) marchito y como huerto al que le faltan las aguas (vs. 29-30). Dios también habría de causar que el hombre fuerte fuese como estopa y su obra como centella; ambos, el fuerte y sus obras, arderían juntos (v. 31).
Jehová quitó de Jerusalén y de Judá toda clase de sustento: todo sustento de pan y todo sustento de agua (3:1). Además, Él quitó de sobre ellos a todos los líderes, tales como el juez, el profeta y el anciano, dejándolos sin gobernantes (vs. 2-4). Entonces, el pueblo fue oprimido, uno por el otro, y no se hallaba quién estuviese dispuesto a ser líder, debido a la falta de pan y ropa (vs. 5-7; 4:1).
Como parte de la disciplina que Dios aplicó a Su pueblo, Él quitó de sobre ellos a todos sus líderes, dejándolos sin gobernantes. Carecer de gobernantes es una disciplina de parte de Dios. Si una familia carece de gobernante, estará sumida en el caos. En una familia así no habrá padre ni madre, ni hermano o hermana mayor. Nadie será capaz de ejercer gobierno alguno, y la familia se encontrará en una situación lamentable. Asimismo, si una iglesia carece de aquellos que llevan la delantera, estará sumida en el caos.
Es muy significativo que Isaías vincule al gobernante con el suministro alimenticio. Para ser un gobernante, uno tiene que alimentar al pueblo. Si usted no les da de comer, la gente se rebelará. En la iglesia, si no se provee alimento, no habrá gobierno; y si no hay gobierno, se carecerá de alimento. Gobernar y alimentar van juntos como un par. Gobernar redunda en alimentar, y alimentar redunda en gobernar. Si una iglesia está bien nutrida, ello es indicio seguro de que en esa iglesia existe el gobierno adecuado. Pero cuando en una iglesia hay peleas, ello indica que se carece de alimentos y del gobierno apropiado. Gobernar y alimentar no sólo van juntos como un par, sino que también operan conjuntamente en un ciclo y lo uno hace surgir lo otro. Por tanto, si se proveen alimentos, también habrá gobierno; y si hay gobierno, se proveerán alimentos. En la iglesia, siempre que haya la provisión alimenticia adecuada, todo estará en orden.
Jehová hirió con sarna el cráneo de las hijas de Sion, descubrió sus vergüenzas y les quitó sus lujosos ornamentos (3:17-18). En lugar del olor dulce había podredumbre; soga en lugar de cinturón; calvicie en lugar de compostura de cabello; ceñimiento de cilicio en lugar de vestiduras finas; y cicatriz de fuego en lugar de hermosura (v. 24).
Jehová hizo que los varones de Sion cayesen a espada, y sus valientes en batalla. A causa de ello, sus puertas hicieron duelo y lamentaron; y ella, desolada, se sentó en tierra (3:25-26).
Jehová quitó el seto de Israel, Su viña, de modo que fuese consumida; y derribó su muro, de modo que fuese hollada (5:5). La convirtió en desolación, sin ser podada ni escardada, y también mandó a las nubes no derramar lluvia sobre ella (v. 6). Más aún, Jehová hizo que muchas casas quedasen desoladas, que casas grandes y hermosas quedasen sin habitantes (v. 9). El producto de la vid y de los cultivos fue reducido a una cantidad mínima (v. 10).
En 5:13-17 vemos que Jehová desterró a Su pueblo. Sus nobles estaban muertos de hambre, y sus multitudes, resecas de sed. Por eso, el Seol ensanchó su apetito y abrió sin medida su boca. Al Seol descendió el esplendor de Jerusalén, su bullicio, su alboroto y el que en ella se regocijaba. Así el hombre común fue humillado, y el hombre distinguido y los ojos de los altivos fueron abatidos. Pero Jehová de los ejércitos fue exaltado en juicio, y el Dios santo se mostró santo en justicia. Entonces, allí pacieron los corderos como en su pastizal, y extraños devoraron los campos desolados de los hombres gordos.
Al ejecutar juicio sobre las naciones, Jehová de los ejércitos es exaltado, y el Dios santo se muestra santo en justicia (5:16). Si nosotros no somos justos, no podemos ser santos. Sin justicia carecemos del fundamento necesario para ser santos. La justicia es la base de la santidad, y sobre esta base se manifiesta la santidad. Por tanto, la santidad es más elevada que la justicia. Teniendo como base Su justicia, Dios se manifiesta como Dios santo. Él manifiesta Su santidad en justicia.
Dios podía esperar de las naciones únicamente justicia debido a que ellas no son hijos de Dios. Es en Sus hijos que Dios espera ver santidad (He. 12:5-11). La disciplina y corrección de Dios tienen por finalidad elevarnos de la justicia a la santidad. En Su salvación, Dios primero nos justifica para hacernos justos en Cristo. Después de esto, es necesario que seamos santificados, que seamos hechos santos. Ser justos consiste en corresponder externamente al modo en que Dios hace las cosas, pero ser santos consiste en corresponder internamente a la naturaleza de Dios. Puesto que somos hijos de Dios, debemos avanzar de la justicia a la santidad, esto es, debemos mostrarnos santos en justicia.
Así como la lengua del fuego consume el rastrojo, y el tamo cae ante la llama, la raíz de los injustos y malignos será como podredumbre, y su flor se desvanecerá como polvo (Is. 5:24a). Debido a que el pueblo de Dios rechazó la instrucción de Jehová de los ejércitos y despreció la palabra del Santo de Israel, la ira de Jehová se encendió contra ellos, y Él extendió Su mano contra ellos y los hirió (vs. 24b-25a). Se estremecieron los montes, y los cadáveres yacían como basura en medio de la calle. Con todo esto, la ira de Jehová no se apartó de Su pueblo, sino que Su mano todavía estaba extendida para disciplinarlos (v. 25b).
Finalmente, Jehová levantó bandera a nación lejana y le silbó a fin de que viniese con fuerza, veloz y aterradoramente para apoderarse de Israel como presa suya (5:26-30a). Cuando uno mire la tierra, he aquí, habrá tinieblas y angustia, y por sus nubes se oscurecerá la luz (v. 30b). Los babilonios hicieron precisamente lo que se describe en estos versículos.
Según 2:6, Jehová abandonó a Su amado pueblo, la casa de Jacob, debido a que estaba lleno de costumbres traídas del oriente (las naciones). Su pueblo había desechado la ley de Dios y las instrucciones dadas por intermedio de Moisés, y adoptó muchas costumbres de las naciones, de los gentiles.
Después de la disciplina aplicada por Jehová a Sus amados hijos, Él exhorta amorosamente y le hace una promesa a Su pueblo que había sido disciplinado.
La exhortación amorosa de Jehová tiene tanto un aspecto negativo como un aspecto positivo (1:16-17).
En el aspecto negativo, Dios exhortó al pueblo a lavarse, a limpiarse, a apartar la maldad de sus obras de delante de Sus ojos y a dejar de hacer lo malo (v. 16).
En el aspecto positivo, Dios exhortó a Su pueblo a aprender a hacer el bien, a buscar lo justo, a corregir al despiadado, a defender al huérfano y a abogar por la viuda (v. 17). Los despiadados eran personas que oprimían a los demás. La gente debía ser liberada de sus opresores despiadados. Dios se preocupa por los oprimidos, los huérfanos y las viudas. Por tanto, Él le dijo a Su pueblo que debía dejar ir a los oprimidos, defender a los huérfanos y abogar por la viuda.
La promesa amorosa de Jehová es una promesa de perdón y de restauración.
Con respecto a la promesa de perdón, Jehová primero extiende una invitación: “Venid ahora, y razonemos juntos” (1:18a). Dios invita al pueblo a razonar con Él respecto a sus pecados.
Esta invitación es seguida por el perdón de Jehová en virtud del lavamiento. Isaías habla de esto en 1:18b: “Aunque vuestros pecados sean como la escarlata, / quedarán tan blancos como la nieve; / aunque sean rojos como el carmesí, / quedarán como la lana”. Aunque Su pueblo era tan pecaminoso, Dios estaba dispuesto a perdonarlos.
En 1:19 y 20 vemos el resultado de la obediencia del pueblo. Si estaban dispuestos y escuchaban, comerían lo bueno de la tierra; pero si rehusaban y se rebelaban, serían devorados por la espada.
En Isaías 1:26-27 consta la promesa de restauración.
En primer lugar, para salvar a las personas de la situación caótica en la que se encontraban, Dios restauraría a los líderes. Él prometió restaurar sus jueces como al principio y sus consejeros como al comienzo (v. 26a). Tal misericordia de parte de Dios haría que su condición fuese como al principio.
También se les prometió la restauración de la ciudad de Sion y su pueblo. La ciudad sería llamada ciudad de justicia, ciudad fiel (v. 26b). Sion será rescatada con equidad, y los de ella que regresan, con justicia (v. 27). Ellos estaban sumidos en el caos debido a que habían abandonado toda equidad y justicia. Pero la restauración efectuada por Dios habría de llevarlos de regreso al principio.