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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Isaías»
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Mensaje 37

LA GRAN LUZ QUE RESPLANDECE EN LAS TINIEBLAS Y NOS LIBERA DE LA ESCLAVITUD

  Lectura bíblica: Is. 9:1-5; Mt. 4:12-16; 4-5, Jn. 1:9; Hch. 26:18; 1 P. 2:9b; Col. 1:13; Lc. 1:78-79; Is. 10:26-27; Jue. 7:24-26

  En los mensajes anteriores vimos muchos ítems de Cristo revelados en el libro de Isaías. Él es el Renuevo de Jehová y el fruto de la tierra (4:2-6). Él es el Cristo en gloria (6:1-5). Como Emanuel, Él fue un niño nacido de una virgen humana y un Hijo dado por el Padre Eterno (7:14; 9:6-7). Él también es un santuario para los positivos, y una piedra contra la cual se golpean, una roca de tropiezo, una trampa y un lazo para los negativos (8:14-15). En este mensaje queremos ver otro aspecto de Cristo. En Isaías 9:1-5 le vemos a Él como la gran luz que resplandece en las tinieblas y que nos libera de la esclavitud.

  La luz es crucial para nuestra existencia. Allí donde hay luz, hay vida. Allí donde hay tinieblas, hay muerte. Según la Biblia, las tinieblas son un castigo. Las tinieblas equivalen a la muerte, y las tinieblas son una prisión. Dios se vale de las tinieblas como muerte y como prisión para castigar a las personas. Éxodo muestra que las tinieblas formaron parte del castigo sobre Egipto (Éx. 10:21-23). Apocalipsis muestra el juicio de las tinieblas sobre el reino del anticristo (Ap. 16:10). En realidad, todo el mundo caído se encuentra bajo el juicio de las tinieblas infligido por Dios (Ef. 5:8a). En toda ciudad e incluso en todo hogar donde mora la humanidad caída, allí hay tinieblas. Podemos testificar que antes de que fuéramos salvos, estábamos en tinieblas. Estábamos en tinieblas hasta que el evangelio genuino vino a nosotros, y entonces vimos la luz.

  En todo el universo, la luz es la clave de la vida. Las plantas, los animales y los hombres necesitan de luz para vivir. En la Biblia nosotros, los cristianos, somos llamados hijos de Dios (Gá. 3:26) e hijos de luz (Jn. 12:36). Por ser hijos de luz, debemos vivir en la luz, andar en la luz, permanecer en la luz y ser personas que están completamente en la luz. Cuando estamos en la luz, tenemos comunión con el Dios Triuno (1 Jn. 1:5-7). Entonces somos partícipes de lo que Él es y le disfrutamos.

I. LA GRAN LUZ: LA LUZ VERDADERA, LA LUZ DE LA VIDA

  Cristo es la gran luz: la luz verdadera, la luz de la vida (Mt. 4:12-16; 4, Jn. 1:9). Isaías 9:1-5, pasaje al que se hace referencia en Mateo 4, revela que Cristo es la gran luz. Después, el versículo 6 muestra que Él era un niño nacido de una virgen humana y un Hijo dado por el Padre Eterno. Cristo como gran luz resplandece en las tinieblas. Cuando tenemos luz, todo está en orden. Si despierto en medio de la noche, no me atrevo a entrar en la cocina a menos que haya luz allí. No podemos ver en las tinieblas y no sabemos qué peligros nos acechan en las tinieblas. Cuando podemos ver todo, entonces tenemos paz.

  Por ser todo-inclusivo, Cristo es la luz. Si Él no fuese la luz, no podríamos avanzar espiritualmente. El Evangelio de Juan es un libro que habla sobre la vida. Juan 1 recalca que Cristo vino como luz y vida. Esta luz es la luz verdadera y la luz de la vida (vs. 9, 4; 8:12). Esta luz “en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (1:5). Las tinieblas no pueden prevalecer contra la luz. Allí donde entra la luz, las tinieblas se disipan. La luz doblega a las tinieblas, las derrota y prevalece sobre ellas. Un hermano podría estar discutiendo con su esposa, pero cuando la luz resplandece en su interior, dejará de discutir. Él tuvo un intercambio de palabras con su esposa debido a que estaba en tinieblas; pero cuando la luz resplandece, las tinieblas desaparecen y él deja de discutir. Cuando las tinieblas están presentes, todo está en desorden. Pero cuando la luz está presente, todo está en orden y todos están en paz.

  Isaías revela a Cristo como luz de una manera muy bella y poética. Isaías 9:1 y 2 dicen: “Pero no habrá siempre lobreguez donde había angustia: en tiempos pasados Él trató con desprecio a la tierra de Zabulón y a la tierra de Neftalí, pero después trata con gloria el camino del mar, que está al otro lado del Jordán, Galilea de las naciones. / El pueblo que andaba en tinieblas / vio gran luz; / sobre los que moran en tierra de sombra de muerte, / luz ha resplandecido”. Él trata con gloria aquella tierra al ser la gran luz en medio de ella. Había lobreguez, angustia y desprecio en la tierra de Zabulón y de Neftalí —Galilea de las naciones— debido a que allí imperaban las tinieblas. Sin embargo, el pueblo que andaba en estas tinieblas vio gran luz. Ellos moraban en tierra de sombra de muerte. Las tinieblas son la sombra de muerte. Cuando las personas andan en tinieblas, ellas están sumidas en sombra de muerte. Pero sobre aquellos que estaban en tierra de sombra de muerte, luz ha resplandecido.

II. A FIN DE RESPLANDECER EN LAS TINIEBLAS

  Cristo es revelado como la gran luz a fin de resplandecer en las tinieblas. Él resplandece sobre el pueblo que anda en tinieblas (Is. 9:2a; Jn. 1:5; Hch. 26:18; 1 P. 2:9b; Col. 1:13), resplandeciendo sobre los que moran en sombra de muerte (Is. 9:2b; Lc. 1:78-79).

  Cristo como la gran luz, en primer lugar, resplandece. Nuestra salvación consistió en que Cristo, como la gran luz, resplandeció sobre nosotros. Cuando Él resplandeció en nuestro ser, fuimos salvos. El resplandecer de Cristo equivale a nuestra salvación, y al seguir resplandeciendo, Él sigue salvándonos. Por Su resplandor, las tinieblas se disipan. Una vez que las tinieblas se disipan, todo lo negativo se disipa. Antes que yo fuera salvo, durante mi adolescencia, a mi madre le era muy difícil relacionarse conmigo; pero cuando yo tenía unos diecinueve años, Cristo resplandeció sobre mí. Mi amor por las cosas de este mundo se desvaneció. Mi madre se preguntaba qué me había pasado. Aunque fui librado de muchas cosas negativas externas, muchas cosas negativas internas todavía permanecían en mi ser. Ésta es la razón por la cual necesitamos de más resplandor. El resplandecer de Cristo en nuestro interior equivale a Su obra de salvación.

  Las personas que están en tinieblas andan o se sientan. Ellos andan en tinieblas (Is. 9:2) y están asentados en tierra de sombra de muerte (Mt. 4:16). Cuando una persona está en tinieblas, está limitada a andar un poco y luego sentarse. Antes que fuéramos salvos, nosotros andábamos en tinieblas y estábamos asentados en las tinieblas. Entonces Cristo, como la gran luz, resplandeció en las tinieblas y nos introdujo en Su luz admirable (1 P. 2:9).

  Debemos comprender la tremenda importancia del resplandor de la luz. Si el sol dejara de resplandecer por un solo día, toda la tierra sufriría. Si el sol no resplandeciera por tres semanas, muchas cosas en la tierra morirían. Todos los días los organismos vivos de la tierra viven bajo el resplandor del sol. En Lucas 1:78-79, Zacarías hizo referencia a lo dicho por Isaías cuando habló sobre Cristo como sol naciente que desde lo alto viene a visitarnos para dar luz a los asentados en tinieblas y en sombra de muerte. Nosotros, los cristianos, éramos aquellos que andaban en tinieblas y que estaban asentados en sombra de muerte. Entonces, recibimos el resplandor del Señor, y tal resplandor nos salvó.

III. A FIN DE LIBERARNOS DE LA ESCLAVITUD

  Isaías también habla sobre Cristo como gran luz que nos libera de la esclavitud. El resplandecer de la luz es la liberación, y las tinieblas son el cautiverio. En 9:2 Isaías habla de la gran luz; después, en el versículo 3, él le habla directamente al Señor: “Has multiplicado la nación; / has aumentado su alegría; / se alegran delante de Ti como se alegran en la siega, / como se regocijan los hombres cuando reparten el botín”. La nación aquí mencionada es el pueblo de Dios. El Señor ha multiplicado al pueblo de Dios, aumentó su alegría, y ellos se alegran delante del Señor. Su alegría es como la alegría de quienes siegan y como la alegría de quienes reparten el botín después de haber triunfado en la batalla.

  El versículo 4 dice: “Porque Tú quiebras el yugo de su carga, / y el bastón de sobre su hombro, / la vara de su opresor, / como en el día de Madián”. La alegría del pueblo de Dios fue aumentada porque el Señor quebró el yugo de su carga, el bastón de sobre sus hombros y la vara de su opresor. Él hace esto como lo hizo en el día de Madián, cuando el ejército de Gedeón derrotó a los madianitas (Jue. 7:24-25). El rey de Asiria vino a invadir Judá y a oprimirlo, pero el Señor los destruyó tal como destruyó a los madianitas por medio de Gedeón.

  Isaías 9:5 dice: “Porque todas las botas / de los que con ellas pisotean en medio del tumulto de la batalla, / y las vestiduras / revolcadas en sangre, / serán quemadas, / serán combustible para el fuego”. Este versículo muestra que Cristo como gran luz destruye a nuestros enemigos y destruye sus armaduras. Las botas y las vestiduras que viste el enemigo son sus armaduras para el combate. Cristo como gran luz las echa en el fuego y las quema. Cuando el Señor Jesús combate por nosotros, tenemos el sentir de que Él ha destruido a Satanás y toda su armadura. Él no solamente ha derrotado a Satanás, sino que además ha quemado sus “botas” y sus “vestiduras”, su armadura. Satanás está acabado. Las botas y las vestiduras del enemigo son quemadas; éstas son combustible para el fuego. El Señor Jesús combate contra Su enemigo por medio del fuego.

  Cuando Isaías profetizó esto, aún no se había cumplido. Isaías 10:26 y 27 dicen: “Y levantará Jehová de los ejércitos azote contra ellos como cuando hirió a Madián en la peña de Oreb; Su bastón estará sobre el mar, y Él lo levantará como lo hizo en Egipto. Y en aquel día su carga será quitada de tu hombro, y su yugo de tu cerviz; y el yugo será quebrado a causa de la grosura”. Éste sería el juicio de Dios sobre los opresores asirios y la liberación de Israel de la esclavitud.

  Al resplandecer, el Señor libera a los prisioneros de la esclavitud. Esta liberación de la esclavitud es, en realidad, la multiplicación del pueblo de Dios. Cuanto más el pueblo de Dios es liberado de la esclavitud, más se multiplica. Cuando salimos a predicar el evangelio, llevamos el resplandor de Cristo a los que están en tinieblas (Hch. 26:18a). Cuando ellos son iluminados y reciben este resplandor, reciben a Cristo. Entonces ellos son liberados de su esclavitud, de su encarcelamiento, y del yugo, del bastón y de la vara de su opresor. Cuando ellos son liberados de este modo, el pueblo de Dios es multiplicado.

  Entonces, este pueblo liberado tendrá alegría. Cristo aumentará la alegría de ellos, y esa alegría es la alegría propia de la cosecha. Al ser predicadores del evangelio, somos como agricultores que cosechan al pueblo de Dios. Siempre que hay una cosecha, hay gozo. Si hoy saliéramos a visitar a otros llevándoles el evangelio y hubiera tres personas que se bautizaran, esto sería una cosecha, lo cual nos llenaría de gozo y alegría. Esa alegría es también la alegría de la victoria. Por un lado, somos agricultores; por otro, somos guerreros, combatientes. Experimentamos la alegría de la cosecha y la alegría de los guerreros que se reparten el botín producto de su victoria. La revelación que presenta Isaías de Cristo, la gran luz, es una descripción de nuestra vida cristiana.

  Al resplandecer, Él quiebra el yugo de nuestra carga, el bastón de sobre nuestro hombro y la vara de nuestro opresor. Antes que fuéramos salvos, estábamos bajo el yugo de una pesada carga. También teníamos un bastón sobre nuestros hombros, y el enemigo nos oprimía con su vara. Él puso su yugo sobre nosotros, nos cargó y nos puso en la prisión de las tinieblas. Pero el Señor quebró el yugo que pesaba sobre el pueblo de Dios, quebró el bastón que estaba sobre sus hombros y quebró la vara de su opresor, como en el día de Madián, cuando Gedeón obtuvo una gran victoria sobre los madianitas. Después, en la historia de Israel, el rey de Asiria vino a amenazar a Israel. Aquel rey se convirtió en una carga, un yugo, un bastón y una vara para ellos. Isaías describió cómo el rey de Asiria castigó a los hijos de Israel. Después Cristo, como gran luz, vendría para quebrantar todo cautiverio al resplandecer.

  Podemos ver la vida cristiana en Isaías 9:1-5 con el disfrute de Cristo como gran luz, y esta gran luz es la luz verdadera, la luz de la vida. El resplandor de la luz es nuestra salvación. Cristo nos salva al resplandecer en nosotros. Si dos personas son compañeros de habitación, tendrán la tendencia de discutir y estar en desacuerdo el uno con el otro, molestándose entre sí. ¿Qué podría poner fin a esta situación tan desagradable entre compañeros de habitación? Cristo, la luz, puede poner fin a esto. Ésta es la razón por la cual necesitamos un avivamiento matutino con el Señor. Es posible que hayamos discutido con alguien al anochecer, pero a la mañana siguiente, cuando permanecemos en la Palabra y en el Señor, el Señor tendrá ocasión de resplandecer en nuestro ser. Es posible que apenas le abramos “una rendija” al Señor, pero Él resplandecerá en nosotros a través de esa estrecha “rendija”. Debido a Su resplandor, somos iluminados, y es posible que entonces digamos, con lágrimas en los ojos: “¡Señor, perdóname!”. Éste es un ejemplo del Cristo que nos salva al resplandecer en nosotros.

  Además de nuestro tiempo dedicado al avivamiento matutino, debemos andar en Cristo como luz. Así como nos lavamos las manos muchas veces al día, necesitamos ser lavados con Su sangre al confesar nuestros pecados bajo el resplandor de Su luz muchas veces al día. Este continuo resplandor y lavamiento es nuestra salvación. Esta salvación nos libera de toda esclavitud. Entonces seremos agricultores y combatientes apropiados con miras a la multiplicación del pueblo de Dios, y disfrutaremos de gozo, regocijo y alegría. Dondequiera que Cristo es predicado, allí hay luz, resplandor y salvación; allí también serán quebrados el yugo que pesa sobre el pueblo de Dios, el bastón que está sobre sus hombros y la vara de su opresor. Todo esto se debe a que Cristo es la gran luz.

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