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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Isaías»
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Mensaje 40

LOS MANANTIALES DE SALVACIÓN

  Lectura bíblica: Is. 12; Jn. 1:14a; Col. 2:9; Mt. 1:21; He. 5:9; 9:12; Jn. 4:14; Ap. 21:6

LA FUENTE DE SALVACIÓN, LOS MANANTIALES DE SALVACIÓN Y LA CORRIENTE DE SALVACIÓN

  En este mensaje queremos ver los manantiales de salvación en Isaías 12. Debemos conocer la diferencia que existe entre las palabras fuente y manantiales. Deuteronomio 8:7 habla de la buena tierra como “tierra de arroyos de aguas, de manantiales y de fuentes, que brotan en valles y montes”. La fuente es el origen, el manantial es lo que mana de la fuente, y los arroyos de aguas, o el río, es la corriente que fluye. La fuente del río Jordán está en el monte Hermón. Algunos de nosotros hemos visitado ese lugar y hemos podido ver el manantial de agua que brota procedente de aquella fuente para luego convertirse en un río. En su forma verbal manantial tiene el significado de manar o brotar hacia arriba. Éxodo 15 habla sobre los hijos de Israel que llegaron a Elim durante su travesía por el desierto. En Elim había doce manantiales de agua y setenta palmeras (v. 27). Es posible que el origen de estos manantiales haya sido una sola fuente.

  Isaías 12 no usa la palabra manantial en su forma singular, sino manantiales en su forma plural. El versículo 3 dice: “Por tanto con regocijo sacaréis aguas / de los manantiales de salvación”. La expresión los manantiales de salvación implica que la salvación es la fuente. El origen de los manantiales de salvación es una fuente, y esta fuente es la salvación misma. El origen, la fuente y la salvación son sinónimos. ¿Quién es el origen, la fuente, la salvación, en Isaías 12? El versículo 2 dice: “Dios ahora es mi salvación; / confiaré y no temeré; / porque Jah Jehová es mi fortaleza y mi cántico, / y Él se ha hecho mi salvación”. Jah es una forma abreviada del nombre Jehová. Esto es parecido al diminutivo del nombre de una persona, como cuando, por ejemplo, a Benjamín se le llama Ben.

  La principal palabra que se recalca en Isaías 12 es la palabra salvación. Dios es nuestra salvación, y Jah Jehová es nuestra fortaleza y nuestra canción. Tanto fortaleza como cántico indican experiencia. Cuando la salvación de Dios es experimentada por nosotros, ella se convierte en nuestra fortaleza y, a la postre, llegará a ser nuestro cántico, nuestra alabanza. Tal fortaleza y canción son experiencias de la salvación. En nuestras experiencias, nuestro Dios es JAH y Jehová. En el Nuevo Testamento, a nuestro Dios se le llama Jesús y Cristo. Él es el Señor Jesucristo. Cuando le invocamos, podemos decir de manera muy íntima: “Mi Señor Jesucristo”. A veces incluso podemos ser más afectuosos aun al decir: “Mi querido Señor Jesucristo”. En el Nuevo Testamento, Jah Jehová es nuestro Señor Jesucristo.

  De la fuente de salvación proceden los manantiales. Esta salvación es Jah Jehová. En el Nuevo Testamento, Jah Jehová es Jesús, el Dios encarnado. El nombre Jesús significa la salvación de Jehová. Esta salvación es la fuente de todos los manantiales. En Juan 7:38 el Señor Jesús dijo que de nuestro interior correrían ríos de agua viva. No solamente un río, sino que ríos brotarían de nuestro ser. Cuando era joven, me incomodaba esto porque sabía que los ríos, en plural, hacen referencia al Espíritu, el cual es uno solo. En aquel tiempo no veía que el libro de Apocalipsis habla de los siete Espíritus (1:4; 4:5; 5:6). El único Espíritu de Dios ha sido intensificado siete veces. En Juan 7 los ríos de agua viva son las muchas corrientes de los diferentes aspectos de la vida (cfr. Ro. 15:30; 1 Ts. 1:6; 2 Ts. 2:13; Gá. 5:22-23) que se originan en un solo río, el río de agua de vida (Ap. 22:1), el cual es el Espíritu de vida de Dios (Ro. 8:2).

  Los manantiales proceden de la fuente. Los manantiales son Cristo. Estos manantiales se convierten en ríos, que son el Espíritu. La salvación es el origen, la fuente, de la cual emana Cristo. El Dios Triuno procesado es la fuente, los manantiales y el río de agua de vida. El Padre es la fuente, el Hijo es los manantiales, y el Espíritu es el río de agua de vida.

  El agua en una fuente procede de los cielos. Esta agua desciende a la tierra y penetra profundamente en ella. Finalmente, se convierte en la fuente escondida bajo tierra, y esta fuente brota para convertirse en manantiales. Éste es un cuadro. El agua es el Dios Triuno procesado que llega a ser una fuente, de la cual podemos obtener los manantiales de salvación para nuestro disfrute y experiencia. Cuando bebemos de esta agua, ella se convierte en un río que fluye en nuestro interior. Dios, como nuestra salvación, es la fuente; Cristo es los manantiales de salvación que nosotros disfrutamos y experimentamos; y el Espíritu es la corriente que fluye de esta salvación en nosotros.

  En Juan 4 el Señor Jesús le mostró a la mujer samaritana que esa misma agua de vida sería en ella una fuente de agua que brotaría para vida eterna (v. 14). En Apocalipsis 21:6 el Señor dice: “Al que tenga sed, Yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida”. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento muestran que el agua viva es la salvación de Dios en términos prácticos. Esta salvación, en términos prácticos, es el propio Dios Triuno procesado.

RECIBIR AL DIOS TRIUNO COMO NUESTRA SALVACIÓN AL BEBERLE

  La mayoría de las personas no considera que la salvación de Dios sea algo tan subjetivo para nosotros. La mayoría piensa en Su salvación de una manera objetiva. Algunos piensan que ellos necesitan que el Señor Jesús extienda Su mano para rescatarlos y librarlos de la caída. En realidad, la salvación del Señor no tiene nada que ver con esto. Si queremos que el Señor nos salve, tenemos que beberle. La manera en que recibimos al Dios Triuno procesado consiste en beberle. Al entrar en nosotros, el agua satura todo nuestro ser. La manera en que somos nutridos, transformados, conformados y glorificados consiste en beber a Cristo. Ésta es la manera en que podemos recibir a Dios como nuestra salvación. El origen de estas aguas es una fuente, la cual es inmensurablemente profunda y ancha, y esta fuente tiene muchos manantiales.

  Los manantiales de las cataratas del Niágara no sirven para beber porque son demasiado caudalosos y torrentosos, pero Jesús es un manantial apacible. En tiempos antiguos, en el Medio Oriente, la gente acudía a un manantial al cual se tenía acceso mediante un pozo, y del pozo ellos sacaban agua para sí mismos y para otros. Asimismo, podemos acudir al Señor a fin de sacar agua viva de Él para nosotros y para otros. Esto muestra que el Dios Triuno procesado como nuestra salvación es muy subjetivo. El agua que bebemos fluye por todo nuestro ser, es asimilada por nosotros e incluso llega a convertirse en nosotros mismos.

  En el Antiguo y en el Nuevo Testamento, el agua sirve como ilustración de nuestro Dios Triuno. Al final de la Biblia, en Apocalipsis 22, encontramos el cuadro de un trono, sobre el cual está sentado el Dios-Cordero. Desde ese trono, por debajo de donde el Cordero está sentado, fluye un río de agua de vida. En este río crece el árbol de la vida, y este río recorre toda la ciudad santa. El río en realidad desciende en espiral desde el trono por en medio de la calle de oro a fin de regar toda la ciudad. Todas las áreas de la ciudad son nutridas y regadas por este río. Éste es un cuadro completo del Dios Triuno que llega a ser nuestra salvación. Todos los días necesitamos beber de Él.

RESPIRAR Y BEBER AL INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR

  Además de beber al Señor, también tenemos que respirarle. Conforme a la realidad espiritual, respirar es beber. En uno de sus himnos, M. E. Barber dijo: “Respirar, Jesús, Tu Nombre / Me da vida en verdad” (Himnos, #41, estrofa 2). Inhalar el nombre de Jesús es beber del agua de la vida. Al invocar: “¡Oh Señor Jesús!”, le respiramos y, al inhalarle, le bebemos.

  Isaías 12 habla de sacar aguas (v. 3). Sin duda alguna, esto es para beber de dicha agua. Ahora debemos considerar dónde en este capítulo se nos revela esta clase de respiración. El versículo 4 dice: “Y diréis en aquel día: / Dad gracias a Jehová; invocad Su nombre”. Alabar a Jehová e invocar Su nombre son mencionados aquí como una sola cosa. Siempre que invocamos el nombre del Señor, ello implica alabarle. Cuando decimos: “¡Oh Señor Jesús!”, eso no solamente es invocarle, sino también alabarle. Cuando decimos: “¡Oh Señor Jesús, te amo!”, esto es alabarle y respirarle. Muchos cristianos están como muertos porque no practican esta respiración espiritual. Si no respiramos físicamente, en breve tiempo moriremos. Esto nos muestra cuán crucial es invocar al Señor.

  Hechos 2:21 dice: “Y sucederá que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo”. La nota de este versículo en la Versión Recobro indica que invocar el nombre del Señor comenzó con Enós, la tercera generación de la humanidad, en Génesis 4:26. El nombre Enós significa hombre frágil y mortal. Los seres humanos somos personas débiles, endebles, frágiles y mortales. Separados del Señor, nada podemos hacer. Debido a que le necesitamos en todo, necesitamos invocarle. Al invocarle, le inhalamos, y al respirar así, le bebemos.

  El aire que respiramos incluye agua. Cuando el agua se evapora, forma parte del aire. El aire envía agua a la tierra en forma de lluvia, y el agua de la tierra se evapora y retorna al aire. Hay unos aparatos llamados vaporizadores que convierten el agua en vapor para que pueda ser inhalado. El agua contenida en el vaporizador se evapora en el aire; cuando respiramos este aire, el agua es ingerida por nosotros, pues el agua está en el aire que respiramos. Esto sirve de ilustración para mostrarnos que al respirar también bebemos. En términos espirituales, invocar al Señor equivale a respirarle, y respirarle equivale a beberle. Cuando decimos: “¡Oh Señor Jesús!”, le inhalamos, y somos regados y refrescados.

CRISTO, COMO DIOS ENCARNADO, ES LA CORPORIFICACIÓN DEL DIOS TRIUNO

  Cristo es los manantiales de salvación para nuestro disfrute. Cristo, como Dios encarnado, es la corporificación del Dios Triuno (Jn. 1:14a; Col. 2:9). El nombre de este Cristo es Jesús: Jehová el Salvador que llega a ser Jehová la salvación (Mt. 1:21). Jesús, Jehová nuestro Salvador, ha llegado a ser la fuente de nuestra salvación eterna mediante el proceso de Su muerte vicaria, cuya finalidad fue lograr la eterna redención (He. 5:9; 9:12). A fin de que el Señor Jesús fuese desde el trono que está en los cielos hasta la cruz en el monte Calvario, Él tuvo que pasar por muchos procesos. Él vino desde Su divinidad y con ella a la humanidad. Él nació de una virgen humana y pasó por el vivir humano. Él pasó por toda clase de sufrimientos.

  No debiéramos pensar que Él fue arrestado y puesto en la cruz en contra de Su voluntad. Él se entregó voluntariamente para morir en la cruz. Cuando Él fue arrestado, declaró: “¿Acaso piensas que no puedo rogar a Mi Padre, y que Él no pondría a Mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles? ¿Cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que suceda así?” (Mt. 26:53-54). Él se ofreció voluntariamente presentándose al Padre en la cruz. Él hizo esto con la finalidad de efectuar nuestra redención eterna, la cual es la base de nuestra salvación eterna. La salvación se basa en la redención. El Dios Triuno puede ser nuestro Salvador debido a que Él pasó por los procesos necesarios a fin de efectuar la redención. Con base en Su redención, Él, en calidad de Redentor nuestro, ha llegado a ser tanto nuestro Salvador como nuestra salvación.

  El origen de la salvación es la fuente misma de la salvación provista por el Dios Triuno, de donde brotan muchos manantiales (Is. 12:3b). Por tanto, el Dios Triuno procesado se ha convertido en nuestra salvación (v. 2) con Cristo, el pnéuma vivificante, como muchos manantiales de los cuales nosotros, los creyentes, sacamos el agua de vida (v. 3a; Jn. 4:14; Ap. 21:6). El disfrute de esta salvación con los manantiales de agua de vida llega a ser nuestra fortaleza y nuestra canción (Is. 12:2).

LA MANERA EN QUE SACAMOS AGUA DE LOS MANANTIALES DE LA SALVACIÓN DIVINA

  Ahora queremos considerar la manera en que sacamos agua de los manantiales de la salvación divina. En primer lugar, debemos ser aquellos que se arrepienten a fin de apartar la ira de Dios y recibir el consuelo de Su perdón (Is. 12:1). También debemos ser aquellos que alaban a Jehová invocando Su nombre (v. 4a). Más aún, a fin de sacar aguas de los manantiales de salvación, debemos dar a conocer entre los pueblos Sus obras y hacer recordar entre ellos que Su nombre es exaltado (v. 4b). También debemos cantarle a Dios porque Él ha hecho algo majestuoso, lo cual tenemos que dar a conocer por toda la tierra (v. 5).

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