Mensaje 46
Lectura bíblica: Is. 42:1-7; 49:5-9; Mt. 3:17; Lc. 4:18a; He. 7:22; Mt. 26:28; He. 9:15-17; Col. 2:9; 1:19; Jn. 1:4, 9; 8:12; 9:5; 1 P. 1:23; 2:9b; Hch. 26:18a; Zac. 12:1; Ro. 1:16-17; 5:18b; Tit. 3:7; Lc. 4:18b; Col. 1:13
En este mensaje queremos ver más con respecto a Cristo como Siervo de Jehová. Como Siervo de Jehová, Él es un pacto para el pueblo y luz para las naciones. Cristo mismo es el pacto dado a nosotros por Dios. Él no sólo es el pacto, sino también la luz. El pacto fue dado al pueblo escogido de Dios, Israel, y la luz fue dada a las naciones. Tanto Israel como las naciones son plenamente aptos para heredar a Jesús como pacto y disfrutarle como luz.
El pacto guarda estrecha relación con la justicia conforme a la ley. Un pacto es un asunto legal. De hecho, un pacto es una especie de acuerdo legal; en él se cumplen los requisitos de la ley. Si no se cumplen los requisitos de la ley, el pacto no tiene ningún valor. El pacto también guarda relación con la justicia.
Pablo dijo en Romanos que el evangelio es poder de Dios para salvación (1:16). La expresión para salvación significa que resulta en salvación. Para hacer cualquier cosa se requiere del poder correspondiente. El poder de la electricidad hace posible el funcionamiento de todos nuestros aparatos eléctricos. El evangelio es el poder de Dios que hace posible que nosotros seamos salvos, es decir, redunda en nuestra salvación. Esto es así porque en el evangelio se revela la justicia de Dios (v. 17). Dios nos salvó no solamente por Su amor ni solamente por Su gracia, sino también por Su justicia. Dios está obligado por Su justicia, y Su justicia nos da la base, la posición, para decir: “Dios, tienes que salvarme”. Si Dios no nos salvara cuando nosotros nos arrepentimos y creemos en el Señor Jesús, Él no sería justo. El Hijo de Dios, nuestro Salvador, murió por nosotros para cumplir con todos los requisitos de la justicia de Dios. Esto fue conforme a la justicia, así que la ley fue cumplida. Los requisitos legales de Dios han sido cumplidos por nuestro Salvador conforme a la justicia de Dios. Por tanto, Dios tiene que salvarnos conforme a Su justicia. Él tiene que justificarnos.
Antes de la muerte de nuestro Salvador, Dios podía condenarnos. Antes que ello sucediera, nosotros no teníamos base alguna para reclamar ninguna clase de justificación, perdón y salvación. Pero ahora Su muerte ha cumplido con todos los requisitos de la justicia de Dios conforme a Su ley, así que dicha muerte nos ha dado una base justa. Ahora Dios tiene que perdonarnos, justificarnos y salvarnos.
Durante los primeros años de mi vida cristiana yo no tenía tal denuedo. Siempre estaba rogando. Temía que Dios se arrepintiera pensando que había cometido un error al salvarme. Si Él cambiara Su manera de pensar, mi salvación se perdería. Después, supe que Dios me salvó no solamente por amor ni solamente por gracia, sino también por medio de la justicia. Seamos buenos o malos, Dios tiene que salvarnos porque nuestro Salvador murió por nosotros a fin de cumplir plenamente con la justicia de Dios.
La justificación, el perdón y la salvación que Dios nos provee son, todas ellas, cosas que nos han sido “pactadas”. En Mateo 26 el Señor Jesús promulgó el nuevo pacto diciendo: “Porque esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados” (v. 28). El nuevo pacto es la sangre del Señor, y su sangre representa Su muerte. Él murió por nuestros pecados y transgresiones. El símbolo de Su muerte es la sangre. Fue por medio de esta sangre que, en beneficio nuestro, Cristo hizo el nuevo testamento con Su Padre. Por tanto, la redención, la justificación, el perdón y la salvación nos han sido legados por pacto mediante Su sangre. Hoy en día nuestra salvación es una salvación que nos ha sido legada por pacto.
Podemos usar la compra de una casa para ilustrar esto. Podríamos afirmar que hemos comprado una casa, pero necesitaremos del título de propiedad como prueba de nuestra compra. El título de propiedad es un acuerdo, un pacto. La casa nos ha sido dada en virtud de un pacto, y la garantía de este pacto es el título de propiedad. Nuestra compra ha sido debidamente pactada; ha sido legalizada. En cierto sentido, podríamos afirmar que el título de propiedad, el pacto, equivale a la casa. El título de propiedad de la casa es el pacto, y el pacto es la casa.
Isaías dice en dos ocasiones, en 42:6 y 49:8, que Dios nos dio a Cristo como nuestro pacto. Esto significa que la salvación de Dios, las bendiciones de Dios y todas las riquezas de Dios nos han sido legadas por pacto, y este pacto es simplemente Cristo. Así como el título de propiedad equivale a la casa misma, Cristo equivale a la totalidad de la salvación, las bendiciones, la gracia, la realidad y las riquezas de Dios. Todo esto nos ha sido legado por pacto. Nuestro pacto es Cristo. La salvación de Dios, la justicia de Dios, la justificación de Dios, el perdón de Dios, la redención de Dios, las riquezas de Dios y todo cuanto Dios tiene y hará nos ha sido legado por pacto.
En el idioma griego la palabra para pacto también es la palabra para testamento. Todo pacto apropiado con el tiempo se convierte en un testamento. Antes que la persona que promulgó el pacto muera, es todavía un pacto; pero después que ella muere, se convierte en un testamento. De acuerdo con la terminología actual, un testamento representa la voluntad testada, la última voluntad de una persona. Supongan que su padre tuviera una voluntad testada en la que les lega diez millones de dólares, veinte casas y quince barcos. ¿Acaso no se alegrarían? Nuestro Padre que está en los cielos nos ha otorgado muchas cosas. Tenemos una voluntad testada en la que se nos otorgan cientos de legados. Mi Padre celestial me ha dado todos estos legados, los cuales me han sido pactados en la forma de un testamento. En esto consiste el nuevo testamento. Tenemos el Nuevo Testamento de la Biblia en nuestras manos, pero estos textos no son la realidad misma. La realidad de todos los cientos de legados contenidos en el Nuevo Testamento es Cristo. Sin Cristo, la Biblia sería un libro vacío; así pues, el verdadero testamento, la verdadera voluntad testada, es Cristo. Cristo es nuestro título de propiedad, y este título de propiedad, como Espíritu todo-inclusivo, vivificante y consumado que mora en nosotros, está en nuestro espíritu.
Cristo como Espíritu es uno con nosotros, de modo que somos uno con Él como el testamento. Sabemos que hemos sido perdonados, justificados, redimidos y salvados debido a que la Biblia nos lo dice. La Biblia es el pacto de Dios, y después de la muerte de Cristo este pacto se ha convertido en un testamento, una voluntad testada. Pero sin Cristo, la Biblia es un libro vacío. En realidad, Cristo es el pacto, y este Cristo que es el pacto está en nuestro espíritu y se ha hecho un espíritu con nosotros (1 Co. 6:17).
Este pacto es completamente acorde con la justicia de Dios; no guarda relación con el amor. Una voluntad testada es un asunto legal que no depende del amor o la gracia. Dicha voluntad depende de la ley, y la ley guarda relación con la justicia. Cristo nos ha sido dado como tal pacto legal. Él es nuestro perdón, nuestra justificación, nuestra redención y nuestra salvación. Esto no lo digo yo, sino que es la lógica de Pablo. Pablo dijo que el evangelio es el poder de Dios para salvación porque la justicia de Dios se revela en el evangelio. En 1 Corintios 1:30 se nos dice que Dios hizo de Cristo nuestra justicia. Esta justicia guarda estrecha relación con el pacto de Dios. La salvación que Dios efectúa es una salvación que nos ha sido legada por pacto. Hoy en día la salvación y la redención que hemos recibido nos han sido legadas por el pacto que Cristo Jesús puso en vigencia. En realidad, Él mismo es el pacto.
Cristo, el Siervo de Jehová como pacto para el pueblo de Israel y como luz para las naciones, posee una fuente, un origen. Dicha fuente está en Su divinidad, en Su deidad, en el hecho de ser Dios. Él era Dios desde la eternidad pasada, todavía es Dios hoy y será Dios en el futuro; así, Él es Aquel que era, que es y que será. Éste es Jehová. El capital de Cristo es Su deidad, Su divinidad, el hecho de ser Dios. Si alguno ha de iniciar alguna empresa, necesita capital. La deidad de Cristo es el capital básico para que Él lleve a cabo Su empresa. Jesús, el Siervo de Jehová, es Dios, y Él procede de esta fuente que es Dios mismo. Su fuente está en Su divinidad. Algunas personas tal vez se jacten con respecto a su procedencia, su origen, pero en realidad nuestros orígenes como seres humanos no significan nada. En nosotros mismos no somos nada, e incluso podríamos decir que nuestro origen es la nada. Sin embargo, el origen de Cristo, el Siervo de Jehová, es Dios mismo.
Como Siervo de Jehová, Cristo fue escogido por Jehová (Is. 42:1b; 49:7b). Nuestro presidente fue elegido y escogido por el pueblo, pero esto no puede compararse con ser elegido y escogido por Dios.
Además, Cristo fue formado desde el vientre por Jehová para ser Su Siervo (Is. 49:5a). Formar algo requiere el material, los elementos. Podríamos dar forma a un estante valiéndonos de dos elementos: acero y plástico. ¿Con qué formó Jehová a Jesús? Isaías 49:5 no dice que Jehová creó a Jesús, sino que lo formó. Crear es hacer algo de la nada, pero formar es laborar con ciertos elementos. Génesis 2:7 dice que Dios formó el cuerpo humano del polvo de la tierra y que formó un espíritu en el hombre con Su aliento (Zac. 12:1). La palabra hebrea que se tradujo “aliento” en Génesis 2:7 es neshamah. Ésta es la misma palabra hebrea que se tradujo “espíritu” en Proverbios 20:27, donde dice que el espíritu del hombre es la lámpara del Señor. Por tanto, el aliento de vida es el espíritu del hombre. Es así como Dios formó al hombre. La revelación divina nos muestra que Dios formó a Jesús desde el vientre para que fuese Su siervo, formándolo con Su divinidad saturada y mezclada con Su humanidad. Por tanto, cuando Él salió del vientre de Su madre, Él era un Dios-hombre.
Él también fue llamado en justicia por Jehová (Is. 42:6a). Debemos considerar qué significa la expresión en justicia. Esto quiere decir que en todo aspecto, en todas sus formas, en todo sentido y desde todo ángulo, el llamamiento hecho por Jehová a Jesús era justo. Todo aspecto de este llamamiento fue hecho en justicia.
Por ejemplo, los entrenantes en el Entrenamiento de Tiempo Completo han sido aceptados por el entrenamiento en justicia. Supongamos que uno de los entrenantes únicamente hubiera estudiado por dos años y medio en la universidad, pero que en su solicitud hubiese declarado haber completado los cuatro años de universidad. Esto significaría que él no fue aceptado en el entrenamiento conforme a la justicia. Los anteojos que uso fueron comprados por mí, por lo cual los poseo en toda justicia. Si los hubiera hurtado, los poseería en injusticia. Dios llamó a Jesús en toda justicia. Los fariseos, al declarar que eran siervos de Dios, lo hacían en injusticia. Durante el tiempo de Jeremías hubo muchos profetas falsos. Jeremías fue uno de los pocos profetas genuinos. Todos esos profetas falsos no eran profetas en justicia, pero Cristo fue llamado por Dios en justicia.
Cristo no solamente fue llamado por Jehová, sino que Él también lo tomó por la mano (Is. 42:6b). Podría existir cierta distancia entre el que es llamado y aquel que lo llamó, pero Dios tomó a Cristo por la mano. Quien le toma es Jehová, y Aquel que es tomado es Jesús.
Él también fue sostenido (sustentado) por Jehová (42:1a). Debemos considerar la diferencia entre tomar y sostener. Cuando alguien está de pie, es posible que lo tomemos por la mano; pero si tal persona empieza a caerse, nos veremos obligados a sostenerlo. Aquí, sostener a alguien es sustentarlo sin dejar que esta persona se caiga, sino manteniéndolo de pie. Esto es lo que Dios hace en relación con Cristo.
Cristo también fue socorrido por Jehová (49:8b). Es posible que para nosotros socorrido no sea un término muy significativo, pero en realidad, el socorro que Jehová le proveyó a Jesús consistía en realizarlo todo por Él. Dios realizó todo por Jesús. Jesús no podía levantar a los muertos por Sí mismo, separado de Dios. Dios lo hizo por Él y por medio de Él.
Él fue guardado (resguardado) por Jehová (42:6c; 49:8c). Guardar a alguien es resguardarlo.
Jehová se deleitó en Él (Is. 42:1; Mt. 3:17). Dios se deleitó en Cristo Jesús como Siervo de Dios. Dios se alegra en Él.
Jehová puso Su Espíritu sobre Él (Is. 42:1; Lc. 4:18). En realidad, el Espíritu de Jehová es Jehová mismo. Cuando Jehová puso Su Espíritu sobre Jesús, esto significaba que Él mismo se entregó a Jesús.
Él fue glorificado (honrado) a los ojos de Jehová (Is. 49:5c). Aunque Él fue menospreciado por la gente, aborrecido por la nación de Israel y estuvo sujeto a tiranos, Él también fue respetado por reyes y adorado por príncipes (49:7). Cristo fue glorificado, honrado, a los ojos de Jehová. Aquí los tiranos hacen referencia, sin duda alguna, a los funcionarios romanos. Pilato y Herodes eran tiranos que maltrataron a Jesús, y Jesús estuvo sujeto a ellos. Los Evangelios nos dicen que Pilato hizo que golpearan a Jesús y lo entregó para que fuera crucificado (Mt. 27:26). Aquello fue un maltrato severo. Aunque Él fue maltratado por tiranos y estuvo sujeto a ellos, hubo reyes que le mostraron respeto y príncipes que le adoraron. Desde Su resurrección hasta el presente, muchos reyes le han mostrado respeto y muchos príncipes le han adorado. Él no solamente ha sido glorificado, honrado, por Dios, sino que también ha sido respetado por reyes humanos y adorado por príncipes humanos.
Como Siervo de Jehová, Cristo también fue fortalecido por Su Dios (Is. 49:5c). Dios era Su fuerza.
Ahora debemos ver Su aptitud hallada en Su humanidad. En cuanto a Su aptitud, ésta se halla en Su humanidad. En cuanto a Su aptitud, Isaías dice que Él no quiebra la caña cascada ni apaga el pábilo mortecino (42:3a). Debido a que, en el Antiguo Testamento, las plantas tipifican a Cristo en Su humanidad, Cristo también es tipificado por la caña y el pábilo. En Éxodo 30, Moisés se valió de la vida vegetal y de sus extractos para representar la humanidad de Cristo. Cristo es la mirra, la canela, el cálamo y la casia (vs. 22-25). Su aptitud no depende de Su divinidad, sino de Su humanidad. ¿Cómo es que Jesucristo fue apto para ser el Siervo de Jehová? Contemple Sus virtudes humanas.
En Su humanidad, Él no clamó, ni alzó Su voz ni hizo oír Su voz en la calle (Is. 42:2). Estar calmado indica cierta especie de victoria. Si una persona es condenada y reprendida pero, aun así, permanece calmada y no argumenta, esto es una victoria. Si no alzo mi voz, esto es una victoria. Esta clase de victoria hace de mí una persona apta. En términos generales, los jóvenes desean hacer que su voz sea oída por todos. Sin embargo, Isaías nos dice que Cristo, en Su humanidad, no hizo oír Su voz en las calles.
Isaías 42:3 dice que Cristo no quebró la caña cascada ni apagó el pábilo mortecino. Los judíos solían hacer flautas de caña. Cuando una caña estaba cascada, la quebraban, porque jamás podría dar un sonido adecuado. Pero Jesucristo jamás quebró ninguna caña cascada. En el pueblo del Señor algunos son como cañas cascadas, las cuales no pueden producir un sonido musical, pero el Señor no quebrará estas cañas cascadas. Él es bondadoso y compasivo.
Él tampoco apaga el pábilo mortecino. Los judíos hacían mechas de lino que quemaban aceite. Estas mechas eran usadas como lámparas. Si el lino de estas mechas no era el apropiado y humeaba, sería apagado y arrojado fuera. Pero Jesús jamás haría esto. En el pueblo del Señor algunos son como pábilos humeantes, los cuales no pueden producir una luz resplandeciente; no obstante, el Señor no apagará estas mechas humeantes.
El propio Señor no desmayará (mortecino) ni se desalentará (cascada), hasta que establezca en la tierra el derecho (Is. 42:4a). La palabra hebrea para “desmayar” procede de la misma raíz traducida “mortecino”. Esto quiere decir que Él era como una mecha de lino que no ardía débilmente. Arder débilmente equivale a desmayar. Cristo jamás desmayó. Él no apaga el pábilo mortecino, pero Él mismo jamás arde débilmente. Desalentarse significa estar cascado. Cristo jamás se desalentó.
Él jamás desmayará ni se desalentará hasta finalizar Su comisión de establecer en la tierra el derecho. Aquí el derecho hace referencia a la salvación como resultado del juicio. Nuestra salvación, la salvación que hemos recibido, es resultado del juicio de Dios sobre Cristo. Cristo como nuestro sustituto fue juzgado por Dios conforme a la justa ley de Dios, con lo cual cumplió completamente con todas las exigencias de esa ley. El resultado fue la salvación para nosotros. Establecer derecho en la tierra significa establecer la salvación de Dios como fruto del juicio de Dios sobre Cristo. Su comisión consistía en establecer tal salvación en toda la tierra. Cristo vendrá otra vez cuando termine de establecer el derecho de Dios, la salvación de Dios, aquí en la tierra.
El derecho es justicia que ha pasado por el juicio. Una persona puede ser justa sin haber sido sometida a juicio. Cuando alguien es llevado a los tribunales, el juez emite un juicio afirmando que esa persona es justa. Por tanto, el derecho es resultado de la justicia que ha pasado por el juicio. Isaías 42:1 dice que “Él traerá derecho a las naciones”. El versículo 3 dice que Él “traerá el derecho en verdad”, es decir, traerá el derecho en realidad. El versículo 4 dice: “Hasta que establezca en la tierra el derecho”. Juicio y derecho son una misma palabra hebrea, la cual se repite en estos tres versículos.
El derecho es justicia que ha sido sometida a juicio. Cuando la justicia ha sido debidamente juzgada, el resultado es el derecho. El derecho es el veredicto resultante de haber sometido la justicia a juicio. Es posible que yo tenga justicia pero que nunca haya sido juzgado, por lo cual mi derecho no ha sido establecido. Una vez que mi justicia ha sido sometida a juicio, el resultado de tal juicio será el derecho. En Isaías, el derecho equivale a la salvación. Establecer derecho en esta tierra significa establecer la salvación de Dios en la tierra. Traer el derecho a la tierra significa traer la salvación de Dios a la tierra.
El derecho es la salvación de Dios y el veredicto del juicio al que fue sometida la justicia. La justicia es el cumplimiento de la ley de Dios. Si algún aspecto de su persona no cumple con la ley, usted no es justo. Si su ser y su comportamiento cumple con toda la ley, usted es justo. Ahora bien, si esto es sometido a juicio, su justicia se convierte en su derecho, y este derecho es su salvación. Sin tal derecho, usted será condenado. ¡Hoy podemos proclamar que en toda la tierra hay derecho! Este derecho es el veredicto del juicio de Dios al que fue sometido el Justo, Jesús. La proclamación de este derecho es la predicación del evangelio.
La salvación en el evangelio de Dios es conforme a la ley y muy justa. Hace cincuenta años en China yo predicaba mucho. Los chinos son personas muy lógicas. Algunos de ellos solían preguntarme: “¿Quiere usted decir que si yo fuera un ladrón de bancos, podría ser salvo? Si es así, entonces su Dios no es justo”. Esto es bastante lógico. ¿Cómo es posible que un ladrón de bancos pueda ser salvo? Si usted afirmara que Confucio puede ser salvo, eso podría ser lógico para estos chinos, pero ¿qué acerca del ladrón de bancos? Yo les respondí del siguiente modo. Un ladrón de bancos debiera ser sentenciado a muerte. Pero este ladrón de bancos tiene un Salvador, y el Salvador murió por él. Este Salvador no solamente murió por él, sino que también restituyó todas las cosas que este ladrón había robado del banco. Ahora el juez tiene que perdonar al ladrón. ¿No es esto justo? Esto no solamente es la justicia, sino también el derecho proclamado por el veredicto del juez en un tribunal. Mi explicación sirvió para convencer a estos chinos con una mente tan lógica. Ellos se convencieron de que el Dios que predico es un Dios justo, un Dios recto, un Dios que juzga con justicia.
Los pecadores han sido redimidos por Aquel que era apto para morir por ellos y pagar todas sus deudas. Con base en la muerte de Cristo, Dios nos perdona a todos nosotros, los creyentes. Esto es lógico y justo, y este perdón es una especie de derecho. Si Dios no nos perdonase ahora que nuestra deuda ha sido pagada por Cristo, no habría derecho. Podemos afirmar que este derecho es el perdón y la salvación. Ahora la salvación, o el evangelio que predicamos, es esta clase de derecho que procede del juicio de Dios al cual fue sometida la justicia de Cristo.
Ahora abordaremos la comisión del Cristo todo-inclusivo como Siervo de Jehová.
En primer lugar, la comisión de Cristo consiste en levantar las tribus de Jacob (Is. 49:6a). En el tiempo de los profetas, todas las tribus habían sido abatidas. Ellas estaban abatidas, pero Cristo recibió la comisión por parte de Dios de levantarlas. Nosotros también nos encontrábamos en la misma situación. Antes de ser salvos, estábamos abatidos. Nos encontrábamos en una condición muy pobre, pero Cristo vino a levantarnos.
Cristo también recibió la comisión de hacer que Jacob vuelva a Jehová, de modo que Israel se congregue en torno a Él (49:5b; 6a). Jacob es un título negativo, e Israel es un título positivo que hace referencia a la misma persona. Jacob era un impostor, pero Israel es uno que ha sido transformado. Génesis 32 relata que una noche Jacob luchó con Dios. Jacob se rehusaba a dejarlo ir hasta que Dios lo bendijera. Dios tocó su muslo y cambió su nombre a Israel (vs. 24-30). Israel significa príncipe de Dios. Dios le decía a Jacob que sería transformado en un príncipe de Dios. Por tanto, Cristo levantó a Jacob y lo hizo volver a Jehová. Así, Jacob pudo convertirse en Israel, de modo que Israel se congregara en torno a Dios.
Asimismo, Dios nos levantó y nos hizo volver a Sí mismo. Una vez que volvemos a Dios, nos convertimos en creyentes, en santos. Cristo levanta a los pecadores, los hace volver a Dios, y estos pecadores que han vuelto a Dios se convierten en santos.
Isaías 49:6 dice que estas dos cosas —que Cristo levante a las tribus de Jacob y haga que Israel vuelva a Dios— es poco en comparación con las cosas más grandiosas a continuación. ¿Qué son las cosas más grandiosas? Todas las cosas relacionadas con el hecho de que Cristo sea un pacto para el pueblo de Israel.
Jesucristo se convirtió en un pacto para nosotros (Is. 42:6d; 49:8d). Como pacto, Él es la garantía de que Dios será la herencia de Su pueblo (He. 7:22). Este pacto constituye una garantía; dicho pacto garantiza que Dios mismo es nuestra herencia. Efesios 1:14 dice que el Espíritu es las arras de nuestra herencia, la cual es Dios mismo; más aún, el Espíritu nos sella como herencia de Dios (vs. 13, 11). El Espíritu se puso sobre nosotros como sello para indicar que pertenecemos a Dios. Dios nos heredará. Después de sellarnos así, el Espíritu Santo permanece en nosotros como las arras de nuestra herencia para garantizarnos que tenemos el derecho de heredar a Dios como nuestra herencia.
Somos la herencia de Dios, y no pobres pecadores. Como meros pecadores no tenemos nada y no somos nada. Somos herencia de Dios porque hemos sido redimidos al ser puestos en Cristo como elemento. Debido a que Cristo es nuestro elemento, hemos sido hechos excelentes, un tesoro digno de ser heredado por Dios. Además, Dios mismo es nuestra herencia. Sus atributos divinos han llegado a ser las inescrutables riquezas de Cristo, las cuales heredaremos. Para esto, Cristo es el fiador, y el Espíritu es las arras.
En términos legales, nosotros los pecadores, habiendo ofendido a Dios al máximo, no podríamos heredar nada de Dios. Pero Cristo cumplió con todos los requisitos de la justicia de Dios por nosotros. El cumplimiento de todos las requisitos justos de Dios vino a ser el derecho en virtud del cual somos perdonados y redimidos. Ahora ya no somos pecadores, sino santos. Como santos, en términos legales, fuimos hechos aptos. Estamos en una posición de justicia, una posición legítima, ¡la cual nos permite heredar todas las cosas de Dios! En realidad, todas las cosas de Dios son Dios mismo. Dios es vida; Dios es amor; Dios es justicia; Dios es santidad; Dios es poder; Dios es fortaleza; y Dios es fuerza. Él lo es todo. Nosotros lo heredamos a Él, quien lo es todo, como nuestra herencia. Cristo es el fiador, la garantía, que heredaremos todas las cosas de Dios corporificadas en Cristo.
Cristo promulgó el nuevo pacto (el cual se convirtió en el nuevo testamento, la voluntad testada) con Su sangre para redimir al pueblo de Dios de sus transgresiones (Mt. 26:28; He. 9:15). Supongamos que Cristo no hubiera muerto ni derramado Su sangre. Entonces, Él no tendría base alguna para promulgar un pacto. Pero Él murió por nosotros conforme a los justos requisitos de Dios, y la sangre que Él derramó mediante tal muerte valió para dar forma a un pacto. Incluso Él mismo dijo que la copa de la mesa del Señor era símbolo del nuevo pacto en Su sangre (1 Co. 11:25). Él nos redimió llevándonos de regreso a Dios y nos hizo aptos para heredar todo lo que pertenece a Dios. En esto consiste el nuevo pacto. En realidad, este nuevo pacto es Cristo mismo.
En resurrección, Cristo se convirtió en todos los legados del nuevo testamento así como en el Mediador, el Albacea, encargado de hacer cumplir el nuevo testamento (He. 9:15-17). Esto implica que Cristo mismo es el pacto. Suponga que su padre le entrega el documento que contiene su voluntad testada, el cual dice que él le dará diez millones de dólares y muchas propiedades. Él tiene el certificado de que ese dinero está depositado en el banco y también tiene los títulos de propiedad de aquellas propiedades. Si la voluntad testada no incluyera todos esos documentos legales, dicha voluntad no tendría valor alguno. Por tanto, en realidad, todos esos documentos legales son la voluntad testada. El nuevo testamento es el pacto que Dios nos dio. Pero ¿qué valor tendría ello sin Cristo? Sin Cristo, todos los legados contenidos en el nuevo testamento —la voluntad testada— no tendrían valor alguno. Cuando Dios nos dio la Biblia como voluntad testada, esto significa que Dios nos dio a Cristo. Cristo es la centralidad y universalidad como realidad del nuevo testamento. Puesto que Cristo nos ha sido dado, esto significa que Él es el pacto. No sólo tenemos los ítems del nuevo testamento en nuestra mente, sino que también poseemos la realidad de este pacto, quien es Cristo, en nuestro espíritu. Cristo en nuestro espíritu es la realidad del nuevo testamento, así que Él es el pacto.
Cristo, como corporificación de las riquezas de la Deidad y como Aquel que fue crucificado y resucitó, ha llegado a ser el pacto de Dios dado a Su pueblo (Col. 2:9; 1:19). Él es el pacto de Dios dado a nosotros, la realidad de todo lo que Dios es y de todo lo que Dios nos ha dado.
Como tal pacto, Él restaura la tierra (Is. 49:8e). Israel perdió la tierra, y Cristo, en cumplimiento de Su comisión, vino para restaurarla.
La comisión de Cristo también consiste en ser luz a las naciones (42:6e; 49:6c). Él es la luz de la vida, la luz verdadera, que resplandece sobre el mundo e ilumina a todo hombre (Jn. 1:4, 9; 8:12; 9:5). Esta luz es la luz de vida que vivifica al hombre para su regeneración (1 P. 1:23). Él es la luz divina y maravillosa que libra al pueblo escogido de Dios de las tinieblas de la muerte, el ámbito de muerte, la autoridad de Satanás, introduciéndolo en el ámbito de Dios, un ámbito de vida lleno de luz (1 P. 2:9b; Hch. 26:18a). Cristo, como pacto, sirve al propósito de que el pueblo de Dios gane a Dios con Sus riquezas como su herencia, mientras que Cristo, como luz, sirve al propósito de que el pueblo de Dios reciba a Dios como vida con miras a una nueva germinación. El pacto tiene por finalidad la herencia, la luz tiene por finalidad la vida, y Cristo es ambas cosas. Por tanto, cuando recibimos a Cristo, poseemos la garantía de nuestra herencia y la vida con miras a una nueva germinación. Poseemos a Cristo como nuestra herencia y como la vida que nos hace germinar.
Para que Su pueblo escogido reciba a Cristo como tal pacto y tal luz, Dios, el Creador de los cielos y la tierra y quien da el aliento a todo hombre, también le dio espíritu a los hombres a fin de que éstos pudieran disfrutar de Él, el Dios Triuno, como su heredad y vida (Is. 42:5; Zac. 12:1). Isaías 42:5 dice que Dios es Aquel “que creó los cielos y los desplegó, / que extendió la tierra y lo que de ella brota; / que da aliento al pueblo que mora sobre ella, / y espíritu a los que por ella andan”. Este versículo es similar a Zacarías 12:1, el cual dice que Dios extiende los cielos, pone los cimientos de la tierra y forma el espíritu del hombre dentro de él. ¿Por qué Dios, después de crear los cielos y la tierra, formó el espíritu del hombre dentro de él? Para que el hombre tuviera un recipiente, un receptáculo, con el cual pudiese recibir a Dios, quien es Espíritu, como su herencia y vida. No fue sino hasta hace poco que pude comprender por qué el versículo 5 de Isaías 42 estaba colocado entre los versículos 4 y 6. Los versículos 4 y 6 indican que hay muchas riquezas destinadas para ser recibidas por nosotros. Pero, ¿cómo podríamos recibir estas riquezas sin un receptáculo apropiado? Si estuviéramos frente a una mesa repleta de alimentos, pero careciéramos de estómago, ¿podríamos acaso ingerir esos alimentos? Nuestro espíritu es nuestro estómago espiritual a fin de que recibamos todas las riquezas de Dios corporificadas en Cristo.
La comisión de Cristo como Siervo de Jehová consiste también en traer derecho (resultado de someter a juicio la justicia) para salvación en la verdad a las naciones (Is. 42:1, 3b; 49:6d). El derecho —resultado de someter a juicio la justicia— tiene como finalidad la justificación efectuada por Dios en Su salvación con base en la obra redentora de Cristo lograda mediante el justo juicio de Dios; la luz de la vida tiene como finalidad la impartición de vida efectuada por Dios en Su salvación. La salvación de Dios tiene dos aspectos: la justificación y la impartición de vida. Primero, en Su salvación, Dios nos justifica; así, tenemos Su justicia. Después, en Su salvación, Dios imparte Su vida en nosotros. Ahora poseemos justicia y vida.
La justicia conforme a la equidad de Dios y la vida mediante la luz de Dios son los dos factores básicos de la salvación provista por Dios (Ro. 1:16-17; 5:18b; Tit. 3:7). Romanos 1:16 y 17 dicen que el evangelio es el poder de Dios para salvación, porque en el evangelio se revela la justicia de Dios. Romanos 5:18 dice que por un solo acto de justicia, el cual fue efectuado por Cristo, resultó la justificación de vida para todos los hombres. La justificación está en el pacto. La vida está en la luz. Por tanto, Dios nos da a Cristo como pacto para justificación, y Dios nos da a Cristo como luz para vida. Tito 3:7 dice que habiendo sido justificados, hemos venido a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. La justificación nos trae la vida, la justificación se efectúa por el pacto y la vida es impartida por la luz.
Cristo recibió la comisión de abrir los ojos de los ciegos para que puedan ver los asuntos divinos y espirituales respecto a la economía eterna de Dios (Is. 42:7a; Lc. 4:18b; Hch. 26:18a). Si nuestros ojos espirituales no son abiertos, no podemos ver la economía de Dios. Necesitamos ojos espirituales para ver todos los asuntos divinos y espirituales respecto a la economía eterna de Dios.
El último ítem de la comisión recibida por Cristo consiste en sacar de la cárcel a los presos, de casas de prisión a los que moran en tinieblas. Me gusta mucho un himno de Charles Wesley con respecto a ser justificados en Cristo (Himnos, #141). En la primera estrofa de este himno, Wesley dice: “¿Y puede ser que gane yo / En la sangre un interés?”. Al cantar este himno, bien podríamos declarar: “Sí, ciertamente hemos de interesarnos en la sangre derramada por el Salvador”. En este himno Wesley dice que estaba en un calabozo, en una prisión y en tinieblas. Pero un día fue reavivado por un rayo de luz que resplandeció en su ser. Él fue salvo y salió de la prisión para seguir al Señor (véase la cuarta estrofa). Cristo nos saca de la casa de prisión para que seamos liberados del reino tenebroso de Satanás e introducidos al reino del Hijo amado de Dios.
Este mensaje nos comunica la lógica y la realidad de la salvación provista por Dios en sus dos aspectos: el aspecto de Cristo como pacto para justificación y el aspecto de Cristo como luz para vida. Somos justificados para vida. En esto consiste la salvación provista por Dios.