Mensaje 3
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Lectura bíblica: Jac. 1:13-27
Después que hayamos estudiado los escritos de Pablo y todos los mensajes del Estudio-vida sobre dichos escritos, esto, sin duda alguna, nos ayudará a recibir luz en cuanto a la economía de Dios y a entregarnos completamente a ella. Sin embargo, existe la posibilidad de que nos comportemos descuidadamente o seamos negligentes en cuanto a la perfección cristiana práctica. Por lo tanto, necesitamos el libro de Jacobo para tener una perspectiva equilibrada.
Lutero dijo que la Epístola de Jacobo era una “epístola de paja”. Al decir esto, Lutero fue injusto y estaba equivocado. Debemos darnos cuenta de que después de la revelación acerca de la economía de Dios presentada en los escritos de Pablo, Dios insertó el libro de Jacobo, uno de los siete libros del Nuevo Testamento que no fueron completamente reconocidos sino hasta en el concilio de Cartago en el año 397 d. de C. Antes de ese tiempo, había incertidumbre si dicha epístola debía ser considerada parte de la Palabra santa, pero finalmente, el libro de Jacobo fue reconocido como parte de las Escrituras.
Una característica muy notable de la Epístola de Jacobo es que ella nos muestra que podemos ser muy celosos por la economía de Dios y, con todo, no ser perfectos ni cabales en nuestro comportamiento cristiano en nuestra vida cotidiana y personal. Muchos de nosotros podemos testificar que hemos visto la visión de la economía de Dios y que nos hemos entregado totalmente a esta visión. Sin embargo, aún debemos estar atentos a la manera en que nos comportamos en nuestra vida diaria. Es posible que un hermano se enoje fácilmente con su esposa, o que una hermana no tenga la debida actitud para con su esposo. En dado caso, ni el hermano ni la hermana son perfectos y cabales. Esto ejemplifica el hecho de que necesitamos ser equilibrados por las palabras que se encuentran en el libro de Jacobo.
Además de ayudarnos a tener una perspectiva equilibrada, la Epístola de Jacobo también nos da una advertencia solemne al mostrarnos que es posible ser piadosos y, al mismo tiempo, no tener claridad acerca de la visión de la economía neotestamentaria de Dios. Según la historia de la iglesia, Jacobo fue reconocido por su vida piadosa. Se dice que Jacobo pasaba tanto tiempo arrodillado en oración, que le salieron callos en sus rodillas. Jacobo ciertamente era un hombre piadoso, un hombre de oración, y en su epístola se recalca la oración; con todo, es posible que él no hubiera tenido una visión clara acerca de la diferencia entre la gracia y la ley; es decir, que no hubiera tenido una visión clara acerca de la economía de Dios. En sus escritos encontramos indicios de esto. Sin embargo, su epístola es notable y extraordinaria en la manera que describe la conducta cristiana y recalca la perfección cristiana práctica. Es por ello que en 1:4 Jacobo señala que los creyentes deben ser “perfectos y cabales, sin que [les] falte cosa alguna”.
Es justo afirmar que el libro de Jacobo nos ayuda tener una vida cristiana equilibrada y también nos da una advertencia. Necesitamos este libro, pues sin él, habría un vacío, una carencia, en la Palabra santa.
Es importante que no tengamos una perspectiva desequilibrada de la Epístola de Jacobo. Por un lado, es necesario ver que esta epístola indica que probablemente Jacobo no tuvo una visión clara de la economía de Dios; pero, por otro lado, este libro señala la necesidad de alcanzar la perfección cristiana práctica. De los veintisiete libros del Nuevo Testamento, catorce fueron escritos por Pablo. Las Epístolas de Pablo tratan de la economía de Dios, la dispensación de Dios. Esta economía es de vital importancia. Sin embargo, para llevar a cabo la economía de Dios, necesitamos la perfección cristiana práctica. Esto significa que no debemos descuidar nuestra vida diaria. Podemos usar como ejemplo a un soldado que está en el ejército. La responsabilidad principal de un soldado es pelear por su país. Pero para ser un buen combatiente, es necesario que el mismo sea una persona apropiada en su vida diaria. De manera semejante, aunque seamos soldados, combatientes, que pelean por la economía de Dios, aún es necesario que seamos perfectos y cabales en nuestra vida cristiana diaria.
La importancia del libro de Jacobo lo indica el lugar donde fue ubicado dentro de la secuencia de los libros del Nuevo Testamento; es decir, este libro se halla inmediatamente después de las catorce epístolas escritas por Pablo. Las Epístolas de Pablo, desde Romanos hasta Hebreos, abordan el tema principal de la economía de Dios. Quizás podríamos decir que estas epístolas son semejantes a la entrada principal de un edificio, mientras que la Epístola de Jacobo es comparable a una puerta lateral. Aunque la “entrada” de las epístolas de Pablo es crucial, aún necesitamos la “puerta” de la Epístola de Jacobo.
El libro de Jacobo brinda ayuda a aquellos que tienden a llevar una vida cristiana desequilibrada. Tal vez usted, en lo que respecta a su vida cristiana, esté totalmente entregado a la economía de Dios, pero en su vida personal tenga deficiencias en su forma de expresarse y tratar los asuntos. Es posible que en algunos asuntos le falte sabiduría, y que, a pesar de ser un buen soldado que combate en pro de la economía de Dios, no sea perfecto ni cabal en su vida diaria. Tal vez no confíe mucho en Dios ni ore a Él con respecto a sus necesidades. Ya que usted es un buen hermano en cuanto a los asuntos importantes, pero tiene deficiencias en cuanto a ciertos asuntos prácticos, necesita ser equilibrado en su vida cristiana. Así que la Epístola de Jacobo nos ayuda primeramente a ser equilibrados, lo cual es muy necesario.
Como hemos mencionado, el libro de Jacobo también nos sirve de advertencia. Jacobo fue notable en cuanto a la perfección cristiana práctica; él era un hombre piadoso que conocía a Dios, amaba a Dios y oraba a Él. Pero su piedad fue un estorbo para él, y su religión fue un velo que le impidió recibir una visión completa de la economía neotestamentaria de Dios.
En 1:27 Jacobo habla de “la religión pura e incontaminada delante de nuestro Dios y Padre”. En lo referente a la conducta humana adecuada, tal vez debamos ser religiosos. Es posible que estemos absolutamente entregados a la economía de Dios y al mismo tiempo actuemos mal en la manera en que hablamos a las personas o nos relacionamos con ellas. Supongamos que un hermano dice: “¿Acaso no saben que yo me he entregado completamente a la economía de Dios? Lo he sacrificado todo por esto. Cada día le entrego mi futuro al Señor por amor a Su economía. ¿No valoran esto?”. Efectivamente, tal vez este hermano esté a favor de la economía de Dios, pero aún necesita la perfección cristiana práctica en su vida diaria. Así, pues, vemos una vez más la necesidad de ser equilibrados: necesitamos tanto una visión clara de la economía de Dios, así como también la perfección cristiana práctica.
Asimismo, debemos recibir la advertencia que nos hace la Epístola de Jacobo, respecto a que es posible ser muy piadosos y aún así carecer de una visión clara de la economía de Dios. Tal vez alguien sea piadoso, humilde y manso en su vida diaria, pero no sea capaz de combatir por la economía de Dios. Si hemos de combatir por la economía de Dios, debemos aprender la estrategia correcta. Pablo era una persona muy equilibrada; por un lado, era un guerrero excelente y, por otro, era una persona piadosa. Pablo incluso animó a Timoteo, su joven colaborador, a que se ejercitara para la piedad (1 Ti. 4:7). Por lo tanto, mientras prestamos atención a los asuntos más importantes de la economía de Dios, no debemos descuidar los detalles prácticos de nuestra vida diaria.
La gran mayoría de los cristianos de hoy presta más atención a los pequeños detalles de su vida diaria que a los asuntos más importantes de la economía neotestamentaria de Dios. De hecho, muchos de los cristianos que son más serios en su búsqueda espiritual se preocupan tan sólo por unos cuantos de los asuntos que son más importantes. Tal vez estos cristianos sean religiosos y piadosos, y oren mucho; y tal vez tengan fe y perseverancia, y amen a Dios. Es posible que en lo que a su vida cristiana se refiere, ellos sean imitadores de Jacobo, pero no hayan visto la economía de Dios.
Ya que es posible ser este tipo de cristianos, necesitamos recibir la advertencia de que podríamos ser piadosos y aun así no ver la economía de Dios. Podríamos ser perfectos y cabales en cuanto a nuestra conducta cristiana, y al mismo tiempo no saber cómo librar la batalla para llevar a cabo la economía de Dios. Es por ello que siento la carga de resaltar la importancia de mantener el equilibrio en nuestra vida cristiana. Necesitamos ver la economía de Dios y también ser perfeccionados en nuestra vida diaria, a fin de poder ser perfectos y cabales. Por consiguiente, necesitamos ser equilibrados por el libro de Jacobo y también necesitamos recibir la advertencia que se halla en el mismo. Con respecto a este libro, debemos ser justos y reconocer que la “entrada” de las epístolas de Pablo necesita aún la ayuda de la “puerta” del libro de Jacobo.
En 1:2-12 consideramos la primera de las virtudes prácticas de la perfección cristiana que se abarcan en este libro: soportar por fe las pruebas. En 1:13-18 llegamos a la segunda virtud: resistir la tentación como personas que han nacido de Dios.
En los versículos del 13 al 18, el primer asunto que encontramos es resistir la tentación, y el segundo es que Dios nos engendró por medio de la regeneración. Dios ha hecho posible que experimentemos un nuevo nacimiento. En un nacimiento siempre hay impartición de vida. Cuando Dios nos regeneró, lo cual hizo que experimentáramos el nacimiento divino, nos fue impartida la vida divina. En estos versículos se nos da a entender que resistimos la tentación por medio de la vida divina que recibimos en nuestro nacimiento divino. Por lo tanto, el título de esta sección es: “Resistir la tentación como nacidos de Dios”.
Puesto que hemos nacido de Dios, ahora somos hijos de Dios que poseen Su vida. Esta vida divina es el medio, el “capital”, que nos capacita para resistir la tentación. Debido a que la vida divina fue depositada en nosotros, tenemos la capacidad, la energía, la fuerza y el poder necesarios para resistir la tentación.
Jacobo 1:13 dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni Él tienta a nadie”. Aquí la palabra griega traducida “tentado” también significa “probado”. La palabra griega traducida “pruebas” y “prueba” en los versículos 2 y 12 es peirasmós, y la palabra traducida “tentado” es peirázo. Las dos palabras son muy parecidas en cuanto a la raíz y ambas se refieren a evaluar, examinar, poner a prueba. Ser probado por el sufrimiento externo causado por el entorno es una prueba (v. 2), mientras que ser probado por la seducción interna de la concupiscencia es una tentación (v. 14). En los versículos del 2 al 12 se habla de la prueba, y en los versículos del 13 al 21 se habla de la tentación. En cuanto a la prueba, debemos soportarla amando al Señor a fin de obtener la bendición, que es la corona de vida. Pero en cuanto a la tentación, debemos resistirla recibiendo la palabra implantada a fin de obtener la salvación, esto es, la salvación de nuestras almas (v. 21).
En el versículo 13 Jacobo dice que Dios no puede ser tentado por el mal, y que Él mismo no tienta a nadie. Aquí la palabra griega traducida “no puede ser tentado” es apeirastos y significa “no probado”, por tanto, no susceptible de ser probado, o sea, que no puede ni ha de ser tentado. La palabra griega traducida “tienta” aquí es peirázo. El tentador es el diablo, no Dios (Mt. 4:3; 1 Ts. 3:5).
En los versículos 14 y 15 Jacobo añade: “Sino que cada uno es tentado cuando es atraído y seducido por su propia concupiscencia. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, engendra la muerte”. El tentador, el diablo, es el padre del pecado, el que lo engendra (1 Jn. 3:8, 10), y el que tiene el imperio de la muerte (He. 2:14) por medio del pecado (1 Co. 15:56). Él inyectó el pecado en Adán, y por medio del pecado, la muerte pasó a todos los hombres (Ro. 5:12).
En nuestra vida cristiana somos probados por dos categorías de cosas. La primera categoría es positiva, y la segunda es negativa. La primera categoría incluye las pruebas y los sufrimientos que nos examinan y nos ponen a prueba. La persecución, el sufrimiento y un entorno difícil, nos examinan y nos prueban, para que se manifieste nuestra condición delante de Dios. La segunda categoría, la cual es negativa, incluye la tentación. Por ejemplo, Satanás podría usar a sus compañeros de trabajo para tentarlo a participar en cierta forma de actividad mundana. También usted podría ser tentado de muchas otras maneras. Quizás su vecino compra un auto nuevo, y cuando usted lo ve, desea tener uno igual. Esto es una tentación.
Al igual que las pruebas, las tentaciones también nos prueban y nos examinan. Ser probado por un sufrimiento provocado por el entorno es una prueba, pero ser probado por la seducción de la concupiscencia interna es una tentación. La invitación a participar en actividades mundanas o el hecho de ver el auto nuevo de alguien podría despertar la concupiscencia en nuestro interior. Esto no sería una prueba, sino una tentación. Las pruebas las debemos soportar, mientras que la tentación la debemos resistir. Para soportar las pruebas, necesitamos sabiduría; pero la sabiduría no es suficiente para resistir la tentación. Si hemos de resistir la tentación, necesitamos la vida divina.
En nuestra vida cristiana, las tentaciones son más frecuentes que las pruebas. Tal vez tengamos pruebas periódicamente, pero las tentaciones las tenemos a diario, aun a cada hora. A veces las tentaciones vienen una tras otra. Por ejemplo, en la escuela, un joven puede sentirse tentado cuando ve que uno de sus compañeros de clase tiene un bolígrafo especial. De inmediato, él se siente tentado y desea tener un bolígrafo igual.
La razón por la que algo como un bolígrafo puede ser una tentación para nosotros es que tenemos los “gérmenes” de la concupiscencia dentro de nosotros. Si no tuviéramos estos gérmenes, nada podría tentarnos. Es la concupiscencia que está en nosotros la que hace que muchas cosas nos sean tentaciones. Lo que debemos resistir no es aquello que nos tienta, sino la concupiscencia que está en nosotros. Como ya señalamos, la sabiduría no es suficiente para ello. Tal vez tengamos sabiduría, mas no el poder para resistir nuestra concupiscencia. Por tanto, si hemos de resistir la concupiscencia que está en nosotros, requerimos de otra vida, la vida de Dios.
Como veremos, el versículo 18 dice que nuestro Padre nos engendró, nos regeneró, por la palabra de verdad, que es la palabra de la realidad divina. Cuando oímos el evangelio, oímos la palabra de la realidad de Dios, y cuando recibimos esta palabra, volvimos a nacer. Por medio del nacimiento divino, la vida divina fue impartida a nuestro ser. Ahora no sólo poseemos la vida divina, sino que también disfrutamos de dicha vida junto con su naturaleza divina. Esta vida es la fuerza, el poder interno, por el cual podemos resistir los gérmenes de concupiscencia presentes en nosotros.
En los versículos 16 y 17 Jacobo dice además: “Amados hermanos míos, no os engañéis. Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, y desciende del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni oscurecimiento causado por rotación”. En este versículo dádiva se refiere al acto de dar, y don se refiere a lo dado. Aquí las luces se refieren a los luminares celestiales. El Padre es el Creador, el origen, de estos cuerpos luminosos. En Él no hay oscurecimiento causado por rotación (en contraste con los cuerpos celestiales, tales como la luna que crece y mengua con su rotación, y el sol que puede ser eclipsado por la luna), porque Él no fluctúa ni cambia. Como tal, Él no puede ser tentado por el mal ni tampoco tienta a nadie.
Según el versículo 17, tanto la dádiva como el don vienen de lo alto, descienden del Padre de las luces. Años atrás, yo pensaba que las luces del versículo 17 eran luces espirituales, y que aquí Jacobo decía que Dios es el Padre de esas luces. Pero en años recientes descubrí que ésas no eran luces espirituales, sino cuerpos celestes, tales como el sol, la luna, los planetas y las estrellas.
¿Cómo es que a Dios se le llama el Padre de estos cuerpos celestes? A Él se le llama el Padre de estas luces por cuanto fueron creadas por Él. Según Hechos 17, todas las cosas que fueron creadas por Dios han sido producidas por Él. En este sentido, Él es el Padre de todo lo que Él ha producido. Así, puesto que los cuerpos celestiales fueron creados por Dios, Él es el Padre de las luces, de los luminares.
Jacobo dice que en el Padre de las luces no hay mudanza, no hay variación, ni oscurecimiento causado por rotación. Años atrás, yo pensaba que esto quería decir que debido a que Dios es inmutable, debido a que Él nunca cambia, no hay sombra de oscuridad. Sin embargo, aun cuando sostenía este entendimiento, seguía dudando de si éste era el verdadero significado. ¿Estaba diciendo Jacobo que debido a que Dios nunca cambia, en Él no hay oscuridad? Con el tiempo aprendí que en este versículo Jacobo está refiriéndose al movimiento de los cuerpos celestiales, tal como el movimiento de los planetas sobre su órbita o el movimiento de rotación. Tales movimientos pueden causar períodos de oscuridad, como sucede durante un eclipse de sol. Pero Dios no cambia; en Él no hay variación como sucede con los cuerpos celestes.
Ahora podemos entender que aquí Jacobo se refiere a los cuerpos celestes del sistema solar para mostrarnos que el Padre, Aquel que nos engendró, es estable. En Él no hay variación. Por lo tanto, no debemos decir que somos tentados por Dios. Ya que Dios es estable, Él no tienta a nadie ni tampoco puede ser tentado. Jacobo, basándose en el conocimiento de que Dios es estable, recalcó el hecho de que nuestro Padre, el cual nos engendró, nunca nos tienta; más bien, cada vez que somos tentados, somos tentados a causa de nuestra concupiscencia. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, engendra la muerte. La concupiscencia es el factor de tentación que produce el pecado, y el pecado engendra la muerte.
En el versículo 18 Jacobo, refiriéndose a Dios el Padre, dice: “Él, de Su voluntad, nos engendró por la palabra de verdad, para que seamos en cierto modo primicias de Sus criaturas”. De Su voluntad, es decir, por Su intención o con miras a cumplir Su propósito, Dios nos engendró para que fuésemos primicias de Sus criaturas.
El pecado, la fuente de las tinieblas, engendra la muerte. En cambio, el Padre de las luces nos engendró a nosotros para que fuésemos primicias de Sus criaturas y fuésemos llenos de la vida vigorosa que madura primero. Esto se refiere al nacimiento divino, a nuestra regeneración (Jn. 3:5-6), lo cual se lleva a cabo conforme al propósito eterno de Dios.
Según el versículo 18, Dios nos engendró por la palabra de verdad. La palabra de verdad es la palabra de la realidad divina, la palabra de lo que el Dios Triuno es (Jn. 1:14, 17). Esta palabra es la simiente de la vida, mediante la cual fuimos regenerados (1 P. 1:23).
Jacobo dice que Dios nos engendró por medio de la palabra de verdad para que fuésemos primicias de Sus criaturas. Dios renovará toda Su creación para obtener un cielo nuevo y una tierra nueva, donde la Nueva Jerusalén será el centro (Ap. 21:1-2). Primero, Él nos regeneró para que fuésemos las primicias de Su nueva creación, lo cual hizo al impartir Su vida divina en nuestro ser mediante la palabra de vida que fue implantada, a fin de que nosotros pudiéramos llevar una vida de perfección. Ésta debe de ser la semilla de la perfección cristiana práctica. Esta vida tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén, el centro viviente del nuevo y eterno universo de Dios.