Mensaje 13
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Lectura bíblica: Jer. 11; Jer. 12; Jer. 13
En este mensaje consideraremos Jeremías 11—13. Estos capítulos hablan sobre el quebrantamiento del pacto por parte de Israel. En cierto modo ya abordamos este asunto, pero aquí Jeremías nos proporciona un cuadro más completo del quebrantamiento del pacto.
El pacto de Jehová con Israel fue hecho el día en que Jehová sacó a Israel de Egipto y lo llevó al monte Sinaí (11:4, 7; Éx. 24:3-8; He. 9:18-20). Con respecto a este pacto, en Jeremías 11:3 y 4 Jehová dice: “Maldito el varón que no escuche las palabras de este pacto, el cual mandé a vuestros padres el día que los saqué de la tierra de Egipto, del horno de hierro, diciendo: Escuchad Mi voz y cumplid estas cosas conforme a todo lo que os mando; y vosotros seréis Mi pueblo, y Yo seré vuestro Dios”.
El pacto de Jehová con Israel, llamado el primer pacto y también el viejo pacto, fue el pacto de la ley de los Diez Mandamientos.
Los primeros cinco mandamientos, basados en la unicidad y celo de Jehová Dios, exigen del hombre que honre, sirva y ame a Dios, quien es el único y celoso Dios (Éx. 20:3-12). La unicidad y celo de Dios exige de nosotros que le honremos, sirvamos y amemos.
Es muy significativo que en la disposición de los Diez Mandamientos, el mandamiento con respecto a honrar a nuestros padres, el quinto mandamiento, tenga el mismo rango que los mandamientos con respecto a Dios y a guardar el Sábado. Esto indica que, como hijos, debemos entender que nuestros padres son nuestra fuente, por lo cual ellos deben ser considerados representantes de Dios. Por tanto, el mandamiento con respecto a honrar a nuestros padres es considerado dentro del mismo rango con los primeros cuatro mandamientos respecto a Dios y Su Sábado. Desobedecer a nuestros padres así como deshonrarlos, menospreciarlos y hacerles algún mal significa que rechazamos a Dios.
Los últimos cinco mandamientos, basados en los atributos de amor, luz, santidad y justicia de Jehová Dios exigen del hombre que, en sus relaciones con los demás, manifieste virtudes que concuerden con los atributos divinos (Éx. 20:13-17). Estos mandamientos indican que Dios desea que nosotros lo expresemos a Él en nuestra vida diaria.
La ley de los Diez Mandamientos fue dada para poner a prueba al hombre y poner al descubierto su verdadera naturaleza y condición (Ro. 3:20b; 5:20a; 7:7b). Si los Diez Mandamientos no nos hubieran sido dados, nuestra situación y condición actuales no podrían haber sido puestas al descubierto para nosotros y no estaríamos claros con respecto a nosotros mismos. Pero mediante la prueba de guardar los mandamientos de la ley, nuestra naturaleza y condición son puestas al descubierto y quedan claras para nosotros.
La ley de los Diez Mandamientos fue hecha débil por la carne del hombre (Ro. 8:3a). La ley en sí misma es buena y espiritual, pero fue hecha débil “por la carne”. Fue debido a que somos tan carnales que la ley se hizo débil.
Aunque la ley se hizo débil por la carne del hombre, en sí misma la ley es santa, justa, buena y espiritual (Ro. 7:12, 14, 16a).
Mientras que la ley es santa, justa, buena y espiritual, el hombre es carnal e, incluso, es de carne. Por esta razón, Pablo dice: “Yo soy de carne, vendido al pecado” (Ro. 7:14b). Pablo comprendió que él era contrario a todo cuanto estaba retratado en la ley. Él también presentó al hombre como alguien de carne y que, habiendo perdido su libertad, está vendido al pecado.
El pacto de Jehová con Israel era un pacto basado en las obras del hombre en procura de cumplir la ley. Al respecto, Pablo dice en Gálatas 2:16: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, nosotros también hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada”.
El pacto con Israel no es como el pacto de la promesa dado a Abraham ni como el pacto de gracia dado a los creyentes neotestamentarios (Ro. 6:14b). En realidad, el pacto de la promesa dado a Abraham y el pacto de gracia dado a los creyentes neotestamentarios son el mismo pacto. En lo referente a Abraham, este pacto guarda relación con la promesa; en lo referente a los creyentes, guarda relación con el cumplimiento.
El pacto de Jehová con Israel no opera por la fe del hombre en Dios, sino por las obras que el hombre pudiera realizar en sí mismo (Gá. 2:16). Este pacto dependía por completo del yo del hombre y no de Dios. El nuevo pacto es diferente. El nuevo pacto se basa en la fe en Dios y depende por completo de Dios. Si no tenemos a Dios, no tenemos el nuevo pacto. Sin Dios, es imposible para nosotros experimentar el nuevo pacto.
Israel llegó a ser un completo fracaso al ser puesto a prueba por la ley. Ellos llegaron a ser tal fracaso con la finalidad de que pudieran comprender ciertas cosas.
Mediante su fracaso al ser puesto a prueba por la ley, Israel debía aprender que eran incapaces de cumplir la ley y que no poseían justicia alguna por medio de la ley (Ro. 8:3a; 9:31; 10:3). A todo aquel que es una persona carnal le es imposible poseer justicia por medio de la ley.
La naturaleza pecaminosa del pueblo de Israel no puede ser cambiada, tal como un cusita no puede cambiar su piel ni el leopardo sus manchas (Jer. 13:23).
Jeremías 17:9a dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, / e incurable”. Puesto que el corazón de Israel era engañoso e incurable y su naturaleza era pecaminosa, era imposible para ellos cumplir la ley.
A través de su completo fracaso en cumplir la ley, Israel también debía saber que necesitaban que Cristo fuese para ellos Jehová como su justicia (Jer. 23:6b; 33:16b; 1 Co. 1:30). Cristo, quien es Dios mismo y el Salvador, tiene que llegar a ser para ellos su justicia.
Finalmente, a través de su fracaso en cumplir la ley, Israel debía saber que ellos tenían necesidad de la vida divina con su ley en el nuevo pacto de Dios (Jer. 31:31-34; He. 8:8-12; 10:16-17).
Los capítulos del 11 al 13 de Jeremías hablan del quebrantamiento del pacto de la ley por parte de Israel y del castigo que Jehová les inflige.
“La casa de Israel y la casa de Judá han quebrantado Mi pacto, el cual Yo hice con sus padres” (Jer. 11:10c). Esto revela claramente que Israel quebrantó el pacto de la ley.
Israel quebrantó el pacto de la ley mediante su adoración idólatra (11:10b, 13, 15a, 17b; 13:10b, 27a). Tal adoración es contraria a los primeros cinco mandamientos de la ley.
Israel quebrantó el pacto también mediante su conducta malvada (11:8, 10a, 19; 12:2b, 4a, 14a; 13:27a). Tal conducta fue contraria a los últimos cinco mandamientos de la ley. Mediante su conducta y comportamiento en su diario vivir, Israel quebrantó por completo los mandamientos con respecto al asesinato, el adulterio, el hurto, la mentira y la codicia. Por tanto, mediante su adoración idólatra y su malvada conducta, ellos anularon completamente la ley. En cuanto concernía a ellos, la ley no tenía efecto alguno.
Aunque la intención de Dios al darle Su ley a Israel era probarlos y ponerlos al descubierto, Él todavía tenía que castigarlos por causa de Su justicia y santidad. La santidad se refiere a la naturaleza, y la justicia, a los actos de Dios. Debido a la idolatría (11:8, 10b-11, 13-14, 17; 13:10b, 27) y a la malvada conducta de ellos (11:10a, 11, 15b-16, 19-23; 13:9), Dios tenía que castigar a Israel. Su santidad y justicia requerían este castigo.
Jeremías 12:15 revela que a la postre Dios volverá a ellos y tendrá compasión de ellos y los hará volver de su cautiverio.
Finalmente, en 13:17, vemos la reacción del profeta Jeremías al hecho de que Israel quebrantó el pacto y de que Dios castigó a Israel. Allí, Jeremías dijo que su alma lloraría en lugares secretos a causa de la soberbia de Israel y que su ojo lloraría amargamente y derramaría lágrimas porque el rebaño de Jehová fue hecho cautivo.