Mensaje 18
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Lectura bíblica: Jer. 18; Jer. 19; Jer. 20
El tema de este mensaje es Jehová como Alfarero e Israel como Su objeto de alfarería. Jehová es el Alfarero, y nosotros, Su pueblo escogido, somos Su objeto de alfarería que está en Sus manos.
Por ser el Alfarero, Dios tiene absoluto derecho sobre nosotros. Con respecto a nosotros, Él tiene derecho a hacer como le place. Este pensamiento es hallado no solamente en Jeremías 18—20, sino también en Romanos 9. Creo que Pablo estaba considerando estos capítulos de Jeremías mientras escribía Romanos 9, que trata sobre la soberanía de Dios en Su elección. En el versículo 21 él pregunta: “¿O no tiene autoridad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?”. Dios, el Alfarero, ciertamente tiene tal autoridad. Su elección se realiza en concordancia con Sus derechos absolutos sobre nosotros. Él puede escoger un vaso y rechazar otro. Él tiene pleno derecho a hacer lo que le plazca con el objeto de Su alfarería.
Con base en lo dicho por Jeremías en 15:10—17:27 podemos ver que había algo en Jeremías que era diferente del pensamiento de Dios concerniente a Israel. Creo que Jeremías sentía que el juicio de Dios sobre Israel era demasiado severo. Por lo menos, él no estaba satisfecho con la situación. En cierto sentido, él argumentaba con Dios. En lugar de argumentar directamente con Dios, Jeremías argumentó indirectamente con Él al expresar sus sentimientos a su madre diciendo: “¡Ay de mí, madre mía!, porque tú me diste a luz / como hombre de contienda y hombre de discordia para toda la tierra” (15:10a). Éstas son palabras muy fuertes. Dios no le dio a la madre de Jeremías ocasión de responder, sino que intervino para hablarle a Jeremías e, incluso, para argumentar con él. Al hablarle, Dios le preguntó: “¿Puede alguno quebrar el hierro, / el hierro del norte, o el bronce?” (v. 12). Aquí Dios indica que estaba resuelto a usar a los babilonios como hierro con el cual juzgaría y castigaría a Israel.
Inmediatamente después de esta sección en la que él relata su experiencia de argumentar con Dios, Jeremías escribió la sección de su profecía donde habla de Jehová como Alfarero y de Israel como objeto de Su alfarería. Esta sección deja bien en claro que Dios tiene absoluta libertad para hacer todo cuanto desea con Su pueblo. Él tiene pleno derecho, tal como un alfarero tiene pleno derecho sobre el objeto de su alfarería. Si vemos esto podremos entender estos tres capítulos.
Jeremías 18:1-10 revela que Jehová es el Alfarero soberano, Aquel que posee absoluto derecho sobre el objeto de Su alfarería.
Jehová le dijo a Jeremías que descendiera a casa del alfarero (vs. 1-2). Allí, Jeremías vio que el alfarero, al trabajar sobre la rueda, hacía y rehacía el objeto de Su alfarería transformándolo en otra vasija, según le parecía mejor a él (vs. 3-4). Esto indica que el alfarero tiene pleno derecho a hacer todo cuanto desea con el barro.
Jehová, el Alfarero soberano, puede trabajar con la casa de Israel, como barro en Sus manos, procediendo de diversas maneras según la condición en que se encuentre Israel (vs. 6-10). El versículo 6 dice: “¿No podré Yo hacer de vosotros, oh casa de Israel, como este alfarero?, declara Jehová. He aquí, como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en Mis manos, oh casa de Israel”. Estas palabras dirigidas a Israel también están dirigidas al profeta; son palabras que habrían de esclarecer su concepto. Jehová parecía decirle a Jeremías: “No me impidas hacer lo que me plazca hacer con la casa de Israel. Israel es como barro en Mis manos, y Yo trato con ellos de diversas maneras. Dependiendo de su condición, Yo puedo castigarlos o exaltarlos”.
Los versículos del 11 al 23 hablan de la condición maligna de Israel. Estas palabras constituyen la vindicación adicional que Dios hace de Sí mismo ante Jeremías. Aunque Dios tenía pleno derecho para hacerlo, Él no castigaría a Israel de modo inapropiado. Aquí Jehová parecía decirle a Jeremías: “Al tratar con Israel no haré nada que no sea sabio ni tampoco haré nada inapropiado. Fíjate en la condición de Israel. Si consideras la condición en la que Israel se encuentra, estarás de acuerdo conmigo en que es necesario castigarlos”.
Israel no se volvió de sus caminos ni los enmendó, sino que anduvo en pos de sus propios planes e hizo según la obstinación de su malvado corazón (vs. 11b-12). Ésta es la vindicación que Dios hace de Sí mismo a la luz de la condición maligna de Israel.
Israel hizo algo muy horrible para una virgen: olvidó a Jehová y quemó incienso a la vanidad, esto es, a los ídolos (vs. 13-15a). Aunque Israel había sido una virgen desposada con Jehová, ella abandonó a Jehová, quien es la realidad, y siendo Su novia se volvió a los ídolos, que son vanidad.
Israel tropezó en sus caminos, apartándose de las sendas antiguas para caminar por desvíos y no por camino alzado (v. 15b). Las sendas antiguas eran las sendas correctas, que sus antepasados habían tomado. Mientras que la senda correcta, la senda antigua, conduce hacia arriba, los desvíos conducen hacia abajo. Tomar los desvíos equivale a descender; tomar las sendas antiguas, un camino alzado, equivale a ascender. Al presente, en el recobro del Señor, tomamos el camino ascendente, las sendas antiguas, que el apóstol Pablo y los demás apóstoles también tomaron.
Debido a su condición maligna, Israel convirtió su tierra en asombro, en objeto de siseo, de desprecio, perpetuo (v. 16).
Además, ellos maquinaron tramas contra Jeremías. “Luego dijeron: Venid, maquinemos tramas contra Jeremías; pues la ley no le faltará al sacerdote, ni el consejo al sabio ni la palabra al profeta. Venid e hirámoslo con la lengua, y no prestemos atención a ninguna de sus palabras” (v. 18). Ellos contendieron con él y cavaron fosa para su vida, escondieron lazos para sus pies e hicieron consejo contra él para darle muerte (vs. 19-20a, 22b-23a). ¡Cuán malvados eran!
Originalmente, el profeta Jeremías intercedía por ellos; sin embargo, la oposición de ellos obligó al profeta a maldecirlos en lugar de interceder por ellos delante de Jehová (vs. 19-23).
Israel también obligó a Jehová a disponer el mal contra ella y a trazar designios contra ella (v. 11a). Por tanto, en el versículo 17 Él dijo: “Como viento solano los esparciré / delante del enemigo; / les mostraré Mi espalda y no Mi rostro / en el día de su calamidad”. Creo que todos estos males deben haber convencido a Jeremías de que el juicio de Dios sobre Israel fue justo.
En 19:1-13 Dios le mostró a Jeremías que Israel era la vasija de barro del alfarero, la cual se había malogrado y debía ser quebrada.
El quebrantamiento de Israel como vasija de barro del alfarero fue ejemplificada en el valle del hijo de Hinom, a la entrada de la puerta del Tiesto (vs. 1-3). Un tiesto es un fragmento de una vasija de barro rota. Israel sería castigado y quebrantado por Dios convirtiéndolo en tiestos en la puerta que conduce al valle de los hijos de Hinom, un lugar donde las personas y cosas malignas eran incineradas.
Este quebrantamiento tendría lugar debido a las maldades de Israel. Sus maldades incluían abandonar a Jehová, enajenar este lugar, quemar allí incienso a otros dioses y edificar los lugares altos de Baal para quemar con fuego a sus hijos en holocaustos a Baal (vs. 4-5).
Los versículos del 6 al 13 revelan que Jehová deseaba quebrar la vasija de barro del alfarero, esto es, a Israel, convirtiendo el lugar donde estaba Judá y Jerusalén en un valle de matanza como el valle de Tofet, que sirva para enterrar sus cadáveres. Él haría de Jerusalén causa de asombro y de siseo, y la haría comer la carne de sus hijos, de sus hijas y de sus prójimos.
En Jeremías 19:14-15 vemos que Jeremías repite su profecía respecto a Israel. Esta profecía declara que el Dios de Israel trae males sobre Jerusalén y todas sus ciudades debido a que ellas endurecieron su cerviz para no oír Sus palabras.
En 20:1-2, 7-10 se relata cómo Israel persigue a Jeremías. Ellos azotaron a Jeremías, lo pusieron en el cepo, se burlaron de él, lo reprendieron, lo escarnecieron, lo difamaron y lo aterrorizaron al hacer denuncias contra él y al ponerle trampa. Israel ciertamente cometió muchas maldades en contra del profeta Jeremías.
Jeremías 20:3-6 habla sobre el trato que Jehová aplica a Israel. Jehová entregará a todo Judá con sus riquezas, sus cosas preciosas y todos los tesoros de los reyes de Judá, en manos del rey de Babilonia, quien los llevará cautivos a Babilonia y los matará a espada.
En 20:11-18 vemos que Jeremías acusa a Israel y maldice el día de su nacimiento.
En su acusación en contra de Israel, Jeremías le pidió a Jehová que le permitiera ver Su venganza contra Israel. Jeremías tenía la certeza de que Jehová estaba con él como un valiente temible y que sus perseguidores habrían de tropezar y no prevalecerían. Ellos serían avergonzados en gran manera con humillación eterna que jamás se olvidaría (v. 11). A continuación Jeremías dijo: “Oh Jehová de los ejércitos, que pruebas a los justos, / que ves las partes internas y el corazón, / déjame ver Tu venganza contra ellos, / porque a Ti he expuesto mi causa. / Cantad a Jehová, / alabad a Jehová, / porque ha librado el alma del pobre / de manos de los malhechores” (vs. 12-13).
Inmediatamente después de acusar a Israel, Jeremías maldijo el día de su nacimiento (vs. 14-18). Los versículos 14 y 15 dicen: “Maldito el día / en que nací; / no sea bendecido el día / en que mi madre me dio a luz. / Maldito el hombre que dio nuevas / a mi padre, diciendo: / Hijo varón te ha nacido, / dándole así mucho gozo”. Jeremías concluye su maldición del día de su nacimiento diciendo: “¿Por qué es esto? ¿Salí del vientre / para ver angustia y tristeza / a fin de que mis días se gastaran en vergüenza?” (v. 18). Por ser un hombre de Dios, Jeremías jamás maldeciría a Dios ni tampoco maldeciría al pueblo de Dios, pero sí ejerció su derecho a maldecirse a sí mismo.
¿Por qué Jeremías maldijo el día de su nacimiento? La respuesta es que él se encontraba en un dilema, y ese dilema le obligó a maldecir el día de su nacimiento. El dilema de Jeremías estaba constituido por tres factores. El primero fue la determinación de Dios de castigar severamente a Israel. El segundo factor era la condición maligna de Israel, a causa de la cual merecía el castigo de Dios. El tercer factor fue que Israel rechazó las palabras de Jeremías y le persiguió. Debido a estos tres factores Jeremías no podía avanzar, por lo cual maldijo su nacimiento.
Al considerar la situación en la que se encontraba Jeremías, comprenderemos que hablar por Dios no es tarea fácil. Dios siempre determina qué debemos decir. Si le hacemos caso, ofenderemos a las personas. Con el tiempo, algunos nos difamarán, dirán mentiras en contra nuestra e, incluso, nos pondrán trampas. Un siervo fiel que habla por Dios siempre se encontrará en tales dilemas.