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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Jeremías»
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Mensaje 25

EL PECADO QUE ISRAEL COMETE CONTRA JEHOVÁ Y EL CASTIGO QUE JEHOVÁ INFLIGE A ISRAEL

(16)

LA PROMESA DE JEHOVÁ CON RESPECTO A LA RESTAURACIÓN DE ISRAEL

(2)

  Lectura bíblica: Jer. 30; Jer. 31

  En este mensaje continuaremos considerando la promesa de Jehová con respecto a la restauración de Israel. Enfocaremos nuestra atención en un asunto crucial: el nuevo pacto.

VII. JEHOVÁ, SU MARIDO, HACE NUEVO PACTO CON ISRAEL

  Jeremías 31:31-34 revela que Jehová, su Marido, hará nuevo pacto con Israel. “He aquí que vienen días, declara Jehová, en que haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá, no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, pacto Mío que ellos rompieron, aunque fui Yo un Marido para ellos, declara Jehová” (vs. 31-32). Este nuevo pacto fue promulgado por el Señor Jesús cuando iba a morir en la cruz para efectuar la redención. Al instituir Su cena, Él dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lc. 22:20). Sin duda, el nuevo pacto aquí es el nuevo pacto del que se habla en Jeremías 31:31. Pablo recalca este nuevo pacto en Hebreos 8, donde cita Jeremías 31 de una manera particular.

  En toda la Biblia Dios hizo ocho pactos con el hombre, siete en el Antiguo Testamento y uno en el Nuevo Testamento. El primero fue el pacto de Dios con el hombre creado (Gn. 2:8-9, 15-17), y el segundo fue Su pacto con el hombre caído (3:8-21). Después del diluvio, Dios hizo un pacto con Noé (9:1-17). Posteriormente, Dios hizo un pacto con Abraham (12:2-3, 7-8; 15:4-18; 17:1-2; 22:17-18), y este pacto fue repetido con Isaac (26:3-5) y con Jacob (28:13-15). El quinto pacto fue hecho con los hijos de Israel en el monte Sinaí (Éx. 20—23); el sexto fue hecho con quienes habrían de heredar la tierra (Dt. 28—29); y el séptimo fue hecho con David (2 S. 7:8-16). El octavo pacto es el nuevo pacto.

  Sin embargo, en la Biblia únicamente dos de estos pactos son designados con números. El pacto hecho con Israel en el monte Sinaí es llamado el primer pacto (He. 8:7, 13; 9:1), y el nuevo pacto es llamado el segundo pacto (He. 8:7). Después del nuevo pacto, Dios ya no hará más pactos, pues el nuevo pacto es la consumación de los pactos de Dios con Su pueblo.

  El primer pacto es llamado el pacto de la ley, y el segundo pacto guarda relación por completo con la divinidad de Dios. La ley es un retrato, un cuadro, de Dios, la cual lo describe. Pero la ley no es Dios mismo. Los Diez Mandamientos nos dan un cuadro completo de lo que Dios es, pero no nos dan a la persona misma de Dios. En contraste con ello, el contenido del nuevo pacto es Dios mismo.

A. Jehová pone Su ley en las partes internas de ellos y la escribe sobre sus corazones

  El primer ítem del nuevo pacto es hallado en Jeremías 31:33a. “Éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, declara Jehová: Pondré Mi ley en sus partes internas, y sobre su corazón la escribiré”. ¿Qué clase de ley puede ser puesta dentro de las personas y escrita sobre sus corazones? Tal ley debe ser la ley de vida, y esta ley en sí misma debe ser una vida. De otro modo, no podría ser puesta dentro de nosotros. Más aún, esta ley será escrita sobre nuestros corazones, lo cual indica que se propagará desde el centro de nuestro ser, nuestro espíritu, a la circunferencia del mismo, nuestro corazón. Por tanto, esta ley tiene que ser la vida de Dios, la vida divina, y la vida de Dios es Dios mismo. En el nuevo pacto Dios se pondrá a Sí mismo dentro de Su pueblo escogido como la vida de ellos, y esta vida es una ley.

  Toda vida es una ley. Por ejemplo, la vida canina es la ley que rige a los perros, y la vida aviar es la ley que rige a las aves. Asimismo, la vida de un árbol de durazno es la ley del árbol de durazno. Este principio también se aplica a los seres humanos. Como seres humanos tenemos una vida humana, y esta vida humana es una ley que nos regula en todo aspecto. En particular, la ley de la vida humana regula el crecimiento y desarrollo de un ser humano y hace que todas las partes de nuestro cuerpo estén en el lugar correcto y cumplan de manera correcta su función respectiva.

  La vida de Dios es la vida más elevada, y la ley de esta vida es la ley más elevada. El Nuevo Testamento le llama a esta vida la vida eterna, una vida que es divina, increada e indestructible. Esta vida eterna está corporificada en Cristo (1 Jn. 5:11) y en realidad es Cristo mismo (Jn. 14:6). La ley de esta vida guarda relación por completo con el Espíritu vivificante, quien en Romanos 8:2 es llamado “el Espíritu de vida”. Por tanto, Dios, Cristo y el Espíritu son esta vida, y mediante nuestra regeneración dicha vida está ahora dentro de nosotros a fin de cumplir su función como ley para nosotros. Esta ley es justa y santa, y es una ley de amor y luz. Debido a que la vida eterna dentro de nosotros es una ley, ella nos controla, gobierna, regula y restringe en todo. ¡Qué ley tan maravillosa tenemos dentro de nuestro ser!

  La ley de vida dentro de nosotros tiene por finalidad la economía de Dios. Si Dios no nos hubiera dado Su vida como ley interna, Él no podría llevar a cabo Su economía. La economía de Dios consiste en que Él se imparte en nosotros para que seamos constituidos con Su ser a fin de que seamos una sola constitución intrínseca con Su ser. Esto puede ser logrado únicamente por medio de que Dios mismo se ponga dentro de nosotros como vida divina.

  Hoy en día prácticamente ningún cristiano le presta la debida atención a la vida divina en calidad de ley interna. ¿Dónde podría oír algún mensaje sobre este asunto en la Iglesia Católica, en la Iglesia Ortodoxa o en las denominaciones protestantes? Incluso la Asamblea de los Hermanos habla respecto de este tema únicamente de manera limitada. En el pentecostalismo hay mucho interés por las cosas externas, pero no por la ley interna de vida. Sin embargo, en el recobro del Señor ponemos gran énfasis en la vida eterna y en la ley interna, la función que cumple esta vida.

  La vida divina tiene una función, y con esta función hay cierta capacidad, cierta habilidad. Podemos ser santos porque tenemos la capacidad de la santidad. Podemos ser justos porque tenemos la capacidad de la justicia. Podemos amarnos unos a otros, incluso a nuestros enemigos, debido a que la vida divina dentro de nosotros tiene la capacidad de amar.

  Las enseñanzas en el Nuevo Testamento simplemente tienen por finalidad desarrollar esta capacidad, fomentar el crecimiento de esta capacidad. Asimismo, todos los mensajes dados por este ministerio tienen por finalidad fortalecer y desarrollar la vida divina en su capacidad inherente para el cumplimiento de su función. El objetivo de tal función es que Dios se imparta a Sí mismo en nosotros a fin de llevar a cabo Su economía, esto es, producir el aumento de Dios para Su expresión, cuya consumación será la Nueva Jerusalén.

B. Jehová es su Dios, y ellos son Su pueblo

  En Jeremías 31:33b vemos el segundo ítem del nuevo pacto: “Yo seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo”. Desde el día en que fuimos salvos hemos tenido el deseo de que Dios sea nuestro Dios. Que Él sea nuestro Dios es de grandes consecuencias. Esto significa que Él sea conocido por nosotros, entendido por nosotros, aprehendido por nosotros y vivido por nosotros. Esto también significa que seremos constituidos con Él a fin de ser completamente uno con Él.

C. Ninguno enseñará más a su prójimo, ni ninguno a su hermano, pues todos ellos conocerán a Dios

  “Ninguno enseñará más a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el pequeño de ellos hasta el grande, declara Jehová” (v. 34a). Esta palabra indica que conoceremos a Dios a tal grado que no será necesario que nadie nos enseñe.

  Cuando era un joven cristiano tenía problemas para entender este versículo. No entendía cómo podríamos vivir sin recibir enseñanza. Con el tiempo comencé a ver que esta palabra sobre conocer a Dios y no tener necesidad de que otros nos enseñen se relaciona con la función automática y espontánea que cumple la vida divina en nosotros. A manera de ilustración, supongamos que le damos a un niño dos bocados distintos para que los pruebe: uno de ellos amargo y el otro dulce. El niño automáticamente rechazará lo que es amargo y recibirá lo que es dulce y lo disfrutará. Esta reacción no es producto de la enseñanza, sino del sentido del gusto. Es por el sentido del gusto, el cual es un aspecto de la función propia de la vida humana, que el niño sabe rechazar lo amargo y recibir lo dulce. La enseñanza apropiada que el niño reciba con respecto al sentido del gusto servirá para desarrollar la capacidad de vida dentro de este niño, pero no para reemplazarla.

  Este principio también se aplica al hecho de conocer a Dios mediante la función propia de la vida divina, la vida eterna, que está dentro de nosotros. La vida eterna posee una función especial, y esta función es conocer a Dios (Jn. 17:3). Para conocer a Dios, la persona divina, necesitamos de la vida divina con su respectiva función. Con el tiempo, ya no será necesario que recibamos enseñanzas externas, pues conoceremos a Dios mediante la función propia de la vida divina.

  Ninguna religión sobre la tierra puede reemplazar al nuevo pacto, ni siquiera podría compararse con él. Confucio y Sócrates eran buenos, pero no podían ponerse ellos mismos como vida dentro de sus seguidores. Únicamente Jesucristo, la corporificación de Dios, puede hacer esto. A lo largo de los siglos, Él ha puesto Su vida dentro de millones de personas. Como creyentes, todos hemos recibido Su vida eterna. Esto es claramente indicado en Juan 3:16. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. Al creer en Cristo hemos recibido la vida eterna, la vida divina. Esta vida divina es la centralidad y universalidad de nuestra vida cristiana. Esta vida no es otra cosa que Cristo mismo, y Cristo es Dios mismo. Puesto que tenemos a Dios dentro de nosotros como vida, podemos conocerlo, aprehenderlo, vivirlo y ser constituidos con Él. Además, al impartirse a Sí mismo en nuestro ser como vida, Dios lleva a cabo Su economía a fin de que Él pueda obtener una expresión corporativa de Sí mismo por la eternidad.

  Hoy en día conocemos a Cristo como nuestra vida (Col. 3:4). Él es la vida divina, la vida eterna, la vida increada, la vida que es todo-inclusiva. Puesto que conocemos la vida divina, podemos experimentar la impartición divina, esto es: la impartición de Dios mismo en nosotros a fin de que lleguemos a ser Su aumento, Su agrandamiento, para Su expresión. Ésta es la intención de Dios, la meta de Dios, el propósito de Dios, la economía de Dios con Su amada impartición.

  El Dios Triuno ha sido procesado y consumado con el fin de impartirse en nuestro ser. Ahora, por medio de tal impartición, tenemos la capacidad de conocer a Dios y de ser Su pueblo.

D. Jehová perdona la iniquidad de ellos y no se acuerda más de su pecado

  En Jeremías 31:34b tenemos otro aspecto del nuevo pacto. Aquí Jehová dice: “Perdonaré la iniquidad de ellos y no me acordaré más de su pecado”. Nuestro pecado e iniquidad son grandes problemas, pero han sido resueltos. Antes de hablar sobre el nuevo pacto, Jeremías habló de Cristo como el Renuevo justo de David, como Aquel que sería llamado: “Jehová, justicia nuestra” (23:5-6). Es Él quien ha logrado la redención; Él ha quitado nuestro pecado. “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). Él ha resuelto el problema del pecado, y ahora Él es nuestra redención y justificación. En Él fuimos justificados por Dios, y Dios ha perdonado nuestra iniquidad y nuestro pecado. Debido a que hemos sido justificados, ya no hay obstáculo ni impedimento que nos prive de tener comunión con Dios y que le impida a Él impartir Su propio ser en nosotros. Debido a que fuimos redimidos, justificados, perdonados y lavados, somos libres para contactar a Dios, y Él es libre para forjarse en nuestro ser.

  Dios ha perdonado nuestro pecado, y Él ya no se acuerda de él. Como resultado de ello, ahora es posible que haya comunicación, comunión, entre nosotros y Dios. Día tras días podemos conversar con Él, disfrutar de Él y recibir Su impartición.

VIII. ISRAEL SIRVE A JEHOVÁ SU DIOS Y A DAVID SU REY

  Una promesa adicional de Jehová en relación con la restauración de Israel se encuentra en Jeremías 30:9. Aquí dice que Israel servirá a Jehová su Dios y a David su Rey, a quien Jehová levantará para ellos en el tiempo del milenio.

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