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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Jeremías»
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Mensaje 3

EL CONTENIDO INTRÍNSECO DE JEREMÍAS

  Lectura bíblica: Jer. 2:13; Lm. 3:22-25; Jer. 23:5-6; 31:33-34

  En el mensaje anterior hicimos notar que la Biblia entera, incluyendo el libro de Jeremías, fue escrito para la economía de Dios. Mi carga en este estudio-vida de Jeremías es que ustedes vean lo que el Señor me ha mostrado en la Palabra con respecto a la economía de Dios. Si ustedes ven esta visión, su vida será afectada, y el recobro del Señor será enriquecido. En este mensaje, siento la carga de hablarles sobre tres pasajes de Jeremías (2:13; 23:5-6; 31:33-34) y uno de Lamentaciones (3:22-25). La totalidad de los asuntos abarcados en estos versículos es la economía de Dios.

ISRAEL, EL ELEGIDO DE JEHOVÁ, COMETE DOS MALES

  En Jeremías 2:13 tenemos las palabras que Dios habló a Israel, el elegido de Jehová, con respecto a los dos males cometidos por ellos.

Abandonar a Jehová, la fuente de aguas vivas

  Jeremías 2:13 dice: “Dos males ha cometido Mi pueblo: / me han abandonado a Mí, / fuente de aguas vivas, / a fin de cavar para sí cisternas, / cisternas rotas, / que no retienen agua”. La intención de Dios en Su economía es ser la fuente, el origen, de aguas vivas a fin de satisfacer a Su pueblo escogido para su disfrute. La meta de este disfrute es producir la iglesia como aumento de Dios, el agrandamiento de Dios, para que ella llegue a ser la plenitud de Dios con miras a Su expresión. Éste es el deseo del corazón de Dios, Su beneplácito (Ef. 1:5, 9), en Su economía. El pleno desarrollo de este pensamiento está en el Nuevo Testamento, pero es sembrado como una semilla en Jeremías 2:13.

  La economía de Dios consiste en que Él mismo se imparta como agua viva a fin de producir Su aumento, Su agrandamiento, para que sea Su expresión. Este pensamiento es desarrollado en los escritos de Juan. En Juan 1:1 y 14 vemos que la Palabra, la cual era Dios, se hizo carne, llena de gracia y de realidad. El versículo 16 dice más adelante: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. En el capítulo 4 de Juan, el Señor Jesús habló a la mujer samaritana con respecto al agua viva (vs. 10, 14). En Juan 7:38 Él dijo: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. En Apocalipsis 21 y 22 tenemos una visión de la Nueva Jerusalén, la cual es la gran señal que representa el aumento de Dios para Su expresión. Apocalipsis 22:1-2 nos muestra que en la Nueva Jerusalén fluye el río de vida y que, en este río, crece el árbol de la vida como suministro de vida a fin de sostener y sustentar toda la ciudad. Lo que tenemos en los escritos de Juan es ciertamente el crecimiento de la semilla sembrada en Jeremías 2:13.

  Este pensamiento es fortalecido por los escritos de Pablo. Por ejemplo, 1 Corintios 12:13 dice: “En un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo [...] y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Ser bautizados en el Espíritu es entrar en el Espíritu y perderse en Él; beber del Espíritu es recibir al Espíritu en nuestro interior y permitir que nuestro ser sea saturado de Él. En 1 Corintios 10:3-4 Pablo, valiéndose de tipos del Antiguo Testamento, no solamente habla de beber, sino también de comer: “Todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo”. El alimento espiritual se refiere al maná (Éx. 16:14-18), el cual tipifica a Cristo como nuestro diario suministro de vida; la bebida espiritual se refiere al agua viva que fluyó de la roca hendida (Éx. 17:6), la cual tipifica al Espíritu, nuestra bebida todo-inclusiva, quien fluyó del Cristo crucificado y resucitado. El beber de Dios como agua viva tiene por finalidad la iglesia como Su aumento; nuestro beber tiene por finalidad producir Su agrandamiento, Su plenitud, para Su expresión.

Cavar para sí cisternas rotas que no retienen agua

  En Jeremías 2:13 no solamente vemos algo positivo —la fuente de aguas vivas—, sino también algo negativo: que los hijos de Israel abandonasen esta fuente a fin de cavar para sí cisternas rotas, que no retienen agua. Este aspecto negativo indica que Israel, al igual que Adán en Génesis 3, había caído. Adán cayó al abandonar el árbol de la vida y volverse a otro árbol: el árbol del conocimiento del bien y del mal. Israel cayó al abandonar a Dios como fuente de aguas vivas y volverse a una fuente que no era Dios. Esta fuente es representada por las cisternas, las cuales fueron fruto de la ardua labor de Israel al cavarlas para sí.

  Dios tenía la carga de que Israel bebiera de Él para llegar a ser Su aumento como Su plenitud a fin de que pudieran expresarle. Israel debería haber bebido de Dios como fuente de aguas vivas, pero en lugar de ello cometió dos males. El primer mal fue abandonar a Dios; el segundo mal fue cavar para sí cisternas que fuesen otra fuente para ellos. Sin embargo, estas cisternas estaban rotas y no podían retener agua. Esto indica que aparte de Dios mismo como fuente de aguas vivas, nada puede aplacar nuestra sed, nada puede satisfacernos. Nada aparte de Dios mismo impartido en nosotros como agua viva puede hacer de nosotros el aumento de Dios para Su expresión.

LAS COMPASIONES DE JEHOVÁ NUNCA FALLAN, SINO QUE SON NUEVAS CADA MAÑANA

  Lamentaciones 3:22-25 dice: “Por la benevolencia amorosa de Jehová no hemos sido consumidos, / pues no fallan Sus compasiones. / Nuevas son cada mañana; / grande es Tu fidelidad. / Mi porción es Jehová, dice mi alma; / por tanto, en Él espero. / Bueno es Jehová a los que en Él esperan, / al alma que le busca”. Aunque Israel abandonó a Dios, Dios no los echó. Los elegidos de Dios podrían fallarle, pero Sus compasiones jamás les fallarían a ellos; más bien, Sus compasiones son nuevas cada mañana. Debido a Sus compasiones, a Su benevolencia amorosa y a Su amor imperecedero, Dios jamás abandonará a Su pueblo elegido aunque éste se haya distraído.

  No debiéramos pensar que somos mejores que Israel y no debiéramos leer la Biblia señalando a otros, sino a nosotros mismos. Todos los libros de la Biblia tienen algo que guarda relación con nosotros. Si aplicamos este principio, veremos que no solamente Israel tenía ídolos, sino que nosotros también tenemos ídolos. Jeremías dijo: “Según el número de tus ciudades, / oh Judá, son tus dioses” (Jer. 2:28b). ¿Acaso nosotros también no tenemos ídolos en nuestra vida diaria? Todos los días ofendemos a Dios al adorar ídolos. Atesorar algo que no es Dios mismo equivale, en realidad, a adorar un ídolo. Todos los días atesoramos algo que no es Dios mismo. Nosotros tenemos ídolos, pero Dios tiene compasiones. Nosotros somos malvados, pero Dios es compasivo. Es por Su benevolencia amorosa que no hemos sido consumidos. Si no fuera por las compasiones de Dios, Él nos habría abandonado hace mucho tiempo. Pero Él no nos ha abandonado, pues Sus compasiones siguen siendo renovadas cada día. Sus compasiones nos guardan en Su mano para Su economía.

JEHOVÁ LEVANTA A DAVID RENUEVO JUSTO, CUYO NOMBRE ES JEHOVÁ, JUSTICIA NUESTRA

  En medio del largo y detallado relato en que Jeremías habla de la maldad de Israel (caps. 2—45), él nos dice que Jehová levantará a David Renuevo: “He aquí, vienen días, / declara Jehová, / en que levantaré a David Renuevo justo; / Él reinará como Rey, / actuará con prudencia / y hará derecho y justicia en la tierra. / En Sus días será salvo Judá, / e Israel habitará seguro; / y éste es Su nombre con el cual será llamado: / Jehová, justicia nuestra” (23:5-6). Este Renuevo justo es el Cristo que se encarnó para ser el descendiente de David. En Mateo 1:1 Cristo es llamado “el hijo de David”. Él es el nuevo vástago, el nuevo retoño, de David. Al ser tal vástago, Él es un Renuevo justo. Desde Su infancia, Él ha sido por completo justo.

  Jeremías 23:5 dice que Cristo, el Renuevo justo, “reinará como Rey, actuará con prudencia”. Esto requiere que Él esté en resurrección y ascensión. Si Cristo no estuviera en resurrección y ascensión, Él no podría ser el Rey. El uso del término Rey en este versículo implica la resurrección y ascensión de Cristo. Cuando Cristo era un niño, Él no podría ser el Rey; pero habiendo pasado por la resurrección y habiendo entrado en la ascensión, Él ahora es el Rey de reyes, el Señor de señores y el Soberano de los reyes de la tierra (Ap. 17:14; 19:16; 1:5). Más aún, en Su resurrección y ascensión, Él actúa con prudencia.

  Jeremías 23:6 continúa diciendo que Su nombre será llamado: “Jehová, justicia nuestra”. Este nombre se repite en 33:16: “En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura; y éste es el nombre con el cual ella será llamada: Jehová, justicia nuestra”. Como elegidos de Dios, al igual que Israel, no tenemos justicia en nosotros mismos. Nuestro corazón es engañoso más que todas las cosas e incurable (17:9), y tenemos una naturaleza pecaminosa imposible de cambiar (13:23). Somos casos perdidos, pero nuestra esperanza está puesta en Él. La situación irremediable en la que nos encontramos —nuestra condición inalterable de maldad, perversidad y engaño— prepara el camino para que Cristo venga a ser nuestra justicia. Dios no nos ha abandonado ni desamparado; más bien, Dios hizo de Cristo nuestra justicia. Debido a que Cristo es nuestra justicia, todavía estamos aquí disfrutando de Él.

JEHOVÁ HACE UN NUEVO PACTO CON LA CASA DE ISRAEL

Pone Su ley en sus partes internas

  El último pasaje que tomaremos en consideración es Jeremías 31:33-34: “Éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, declara Jehová: Pondré Mi ley en sus partes internas, y sobre su corazón la escribiré; y Yo seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo. Y ninguno enseñará más a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el pequeño de ellos hasta el grande, declara Jehová, porque perdonaré la iniquidad de ellos y no me acordaré más de su pecado”. Al hablar del nuevo pacto que Él haría con Sus elegidos, Dios dijo que Él pondría Su ley en sus partes internas. Ésta no es la ley de la letra, sino que es la ley de vida. Si la ley de Dios no fuera la ley de vida, Él no podría poner Su ley dentro de nuestro ser. La ley que Dios pone en nosotros es la ley de Su propia vida. La ley es en realidad la vida. Esto quiere decir que Dios se pone a Sí mismo como vida dentro de nosotros, y esta vida es la ley que Él ha puesto en nosotros.

  La vida de Dios, la cual es Dios mismo, es una ley que nos regula. Tal como un gato es regulado por la ley de la vida gatuna y un ser humano es regulado por la ley de la vida humana, así también nosotros somos regulados por la ley de la vida divina.

Escribe Su ley en sus corazones

  En el versículo 33 Dios, refiriéndose a Su ley, dice que “sobre su corazón la escribiré”. Dios no solamente pone Su ley en nuestras partes internas, sino que también la escribe sobre nuestros corazones. Aquí, escribir significa inscribir. Dios escribe Su ley en nuestro corazón al extenderse desde nuestro espíritu a nuestro corazón a fin de inscribir en nuestro ser todo cuanto Él es. Esto indica que en el nuevo pacto Dios no nos pide hacer nada, pues en el nuevo pacto Él lo hace todo.

Ellos llegan a ser Su pueblo, y todos ellos le conocen, desde el pequeño de ellos hasta el grande

  Bajo el nuevo pacto de Dios, Israel será Su pueblo, y Él será su Dios. Hoy en día nosotros, como creyentes en Cristo, somos el pueblo de Dios, y Él es nuestro Dios.

  En el versículo 34 Dios dice: “Todos me conocerán, desde el pequeño de ellos hasta el grande”. Conocer a Dios no solamente significa que sabemos que Él es triuno y que Él es santo y justo. Conocer a Dios es vivir a Dios, y vivir a Dios es conocer a Dios. Por ejemplo, tal vez nosotros odiemos, pero Dios ama. Por tanto, si conocemos a Dios, le viviremos al amar a los demás. Además, Dios es compasivo. Conocerle es vivirle como Aquel que es compasivo. Esto es algo que los ancianos en particular necesitan hacer. Un anciano compasivo es un anciano que conoce a Dios. Más aún, Dios es considerado con las personas. Conocerle es vivirle como Aquel que es considerado con las personas.

  Podemos conocer a Dios de este modo únicamente porque Él puso Su vida en nosotros, y esta vida es Dios mismo. Esta vida es nuestra ley interna de vida junto con su capacidad inherente. Todos nosotros, como creyentes en Cristo, del menor al mayor, tenemos esta capacidad de conocer a Dios al vivirle.

Dios perdona la iniquidad de ellos y no se acuerda más de su pecado

  En la última parte del versículo 34 Dios dice: “Perdonaré la iniquidad de ellos y no me acordaré más de su pecado”. Como dijimos en el mensaje anterior, esto implica la redención (Ef. 1:7). Puesto que Dios perdona, conocer a Dios es perdonar a los demás y no recordar su pecado. Esto es expresar en nuestro vivir la redención de Cristo.

  Todos los asuntos hallados en Jeremías 31:33-34 son desarrollados en el Nuevo Testamento. En Hebreos 8 Pablo cita estos versículos a fin de mostrarnos que hoy en día tenemos la ley interna, la ley de vida. En el nuevo pacto, que es el mejor pacto (He. 7:22), Dios se puso a Sí mismo en nosotros como vida, y esta vida es nuestra ley interna. Esta ley interna es nuestra capacidad de vivir a Dios a fin de ser el pueblo de Dios. Por tanto, podemos vivir y tener nuestro ser del mismo modo en que Dios lo hace. Él es perdonador y no recuerda los pecados de Su pueblo, y nosotros podemos ser iguales.

EL MÁXIMO RESULTADO DE LA REVELACIÓN DE JEREMÍAS

  Lo descrito en Jeremías 31:33 y 34 en realidad es la nueva creación. El máximo resultado de la revelación de Jeremías es la nueva creación, la cual consumará en la Nueva Jerusalén. Por tanto, en lo referido a su aspecto intrínseco, el libro de Jeremías es igual al Nuevo Testamento. El contenido intrínseco del libro de Jeremías es la base del Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento, por tanto, es el desarrollo de Jeremías.

  El libro de Jeremías, el cual habla abundantemente sobre el pecado de Israel así como sobre la ira de Dios, Su disciplina y Su castigo, revela que Dios desea ser la fuente de aguas vivas para nuestra satisfacción a fin de producir Su aumento con miras a Su expresión. Aunque le hemos fallado, Él no nos falla. Es a causa de Su benevolencia amorosa que no somos consumidos, y Sus compasiones no fallan, sino que son nuevas cada mañana. Las compasiones de Dios sobre nosotros en medio de nuestro fracaso preparan el camino para que Cristo venga a ser, primero, nuestra justicia y, después, nuestra redención y nuestra vida. La justicia, la redención y la vida con su ley y capacidad inherentes: todo ello es Cristo. Es mediante tal justicia, redención y vida que Dios hace que Cristo lo sea todo para Sus elegidos. Cristo es el centro y circunferencia del pueblo de Dios, y Él es también la centralidad y universalidad del trato que Dios aplica a todos los pueblos de la tierra. Éste es el contenido intrínseco del libro de Jeremías.

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