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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Jeremías»
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Mensaje 32

EL PRINCIPIO DE SER UNO CON DIOS SEGÚN ES REVELADO EN EL LIBRO DE JEREMÍAS

  Lectura bíblica: Jer. 42:1-22; 43:1-7; 2:13; 17:9; 13:23; 23:5-6; 31:33

  En este mensaje quisiera decir algo sobre el principio bíblico de ser uno con Dios según es revelado en el libro de Jeremías.

DIOS LLEVA A CABO SU ECONOMÍA AL IMPARTIRSE EN SU PUEBLO ESCOGIDO

  El libro de Jeremías revela cómo Dios lleva a cabo Su economía al impartirse en Su pueblo escogido. Éste es el principio que Dios desea que veamos en los primeros cuarenta y cinco capítulos de este libro, capítulos que abarcan muchos puntos y dan muchos ejemplos.

LOS DOS PECADOS BÁSICOS DEL PUEBLO DE DIOS

  En 2:13 Jehová habla acerca de dos pecados básicos cometidos por los hijos de Israel. El primer pecado fue abandonar a Jehová como fuente, el origen, de aguas vivas; el segundo pecado fue cavar para sí cisternas rotas que no pueden retener agua. Este segundo pecado consistió en no confiar en Dios, sino en ellos mismos a fin de hacer algo para su propio disfrute. Estos dos pecados gobiernan todo el libro de Jeremías.

  El principio en la Biblia es que Dios no desea que Su pueblo escogido tome como fuente ninguna otra cosa que no sea Él mismo. Después que Dios creó al hombre, lo puso frente al árbol de la vida, el cual representa a Dios como vida. Al hacer esto, Dios indicaba que Él deseaba que el hombre participase del árbol de la vida y no de ninguna otra cosa. Participar del árbol de la vida equivale a tomar a Dios como nuestra única fuente, como nuestra fuente de todo.

  ¿Qué es pecado? El pecado consiste en dejar a Dios y hacer algo por nosotros mismos y para nosotros mismos. Esto es exactamente lo que los hijos de Israel hicieron. Ellos abandonaron a Dios como fuente de aguas vivas para su suministro y, según su opinión, hicieron todo cuanto pudieron a fin de lograr algo por sí mismos para su propio disfrute. Deseo enfatizar que el pecado es abandonar a Dios y hacer algo por nosotros mismos y para nosotros mismos. Éste es el principio presentado a lo largo de toda la Biblia, y Jeremías repitió este principio una y otra vez a fin de que seamos impresionados.

  Jeremías 34—45 es una sección de doce capítulos que nos muestra la obstinación de Israel al pecar contra Jehová. En estos capítulos se deja en claro una cosa: que Israel ha abandonado a Dios como origen, la fuente, de aguas vivas. Consideren, por ejemplo, la situación con Gedalías. Aunque Gedalías cuidó fielmente de Jeremías, el profeta de Dios (40:5-6), él mismo no buscó la palabra del Señor (vs. 13-14), debido a que éste no era su hábito. Él no tomó a Dios como su fuente a fin de ser uno con Él y recibir todo cuanto fluyera procedente de Él. Si él hubiera sido tal clase de persona, lo primero que hubiera hecho habría sido recibir la palabra de Dios.

SER UNO CON DIOS PARA RECIBIR LA PALABRA DE DIOS

  Para tomar, recibir y guardar la palabra de Dios es indispensable que seamos absolutamente uno con Dios. Tenemos que poner nuestra confianza en Él, depender de Él y no dar lugar a ninguna opinión procedente de nuestro yo. Debemos simplemente disfrutar lo que Dios ha hecho y lo que Él hará por nosotros. Ésta es la manera de llevar a cabo la economía de Dios, y éste es el nuevo pacto. En el nuevo pacto somos uno con Dios y permitimos que Él se inscriba en nosotros como nuestra vida y como nuestra ley de vida con su capacidad a fin de que ejerzamos nuestra función. Todos debemos ver esto.

  El principio bíblico, especialmente del Nuevo Testamento, es que Dios se abre a nosotros a fin de que podamos entrar en Él, recibirle y llegar a ser uno con Él. Entonces Él estará en nosotros, y nosotros estaremos en Él tomándole como nuestro todo. Lo primero que tenemos que recibir es Su palabra para expresar Su pensamiento, Su voluntad, el deseo de Su corazón y Su beneplácito; no importan nuestras propias opiniones o preferencias. De este modo llegamos a ser Su portavoz a fin de hablar impartiéndole a otros para suministro de ellos.

LA TERQUEDAD DE LOS HIJOS DE ISRAEL SE DEBE A QUE NO ERAN UNO CON DIOS

  Si vemos esto, comprenderemos que la terquedad de los hijos de Israel se debía a que ellos no eran uno con Dios. Por ejemplo, Johanán, el líder del remanente, tomó la firme determinación de ir a buscar refugio en Egipto. Él temía que los babilonios vendrían a vengar el asesinato de Gedalías. Pero Dios quería que ellos permanecieran en la Tierra Santa a fin de ser un remanente de Su pueblo. Dios habría de visitarlos, agraciarlos e incluso usarlos para que fuesen Su pueblo y, como tal, un testimonio del Dios viviente sobre la tierra. Sin embargo, ellos malentendieron por completo a Dios regidos por sus propias consideraciones y opiniones. No obstante, todos los capitanes de las tropas y todo el pueblo le rogaron al profeta Jeremías que orase por ellos con respecto al camino que debían tomar y lo que debían hacer, prometiéndole que fuese esto bueno o malo escucharían la voz de Jehová (42:1-6). Ellos dijeron que obedecerían porque esperaban que Jeremías estuviera de acuerdo con ellos. Su expectativa era que él les daría una palabra “acaramelada”. Jeremías, quien no era alguien que diese tal clase de palabras, les dijo que oraría a Jehová en conformidad con lo que ellos le habían dicho.

  En lugar de apresurarse a hablar, Jeremías esperó durante diez días. Después de diez días la palabra de Jehová vino a ellos por intermedio de Jeremías instándoles a no ir a Egipto, sino a quedarse en Judá. Jehová les dijo: “Si os quedáis en esta tierra, os edificaré y no os derribaré, os plantaré y no os arrancaré” (v. 10a). Esto indica que Él los bendeciría y que ellos le disfrutarían. Sin embargo, si ellos no prestasen oído a estas palabras y fuesen a tierra de Egipto, morirían allí. Al respecto, Jehová les dijo: “Si en realidad ponéis vuestros rostros para ir a Egipto, y vais a peregrinar allí, entonces la espada que teméis, os alcanzará allí en la tierra de Egipto, y el hambre que os preocupa allí en Egipto os seguirá de cerca; y allí moriréis. Todos los hombres que han puesto sus rostros para ir a Egipto a fin de peregrinar allí, morirán por la espada, el hambre y la peste; y no habrá de ellos quien sobreviva, ni quien escape delante del mal que traeré Yo sobre ellos” (vs. 15b-17).

  Cuando Jeremías terminó de hablar las palabras de Jehová, todo el pueblo, incluyendo a Johanán, le acusaron de estar mintiendo. Le dijeron: “Hablas falsedad; no te ha enviado Jehová nuestro Dios para decir: No iréis a Egipto para peregrinar allí” (43:2). Habiéndose rehusado a prestar atención a las palabras de Jeremías que les instaba a permanecer en la tierra de Judá, Johanán y todos los capitanes de las tropas tomaron al remanente y fueron a Egipto.

  Una vez que llegaron a Egipto, se suscitó una discusión entre una gran asamblea conformada por quienes sabían que sus mujeres habían quemado incienso a otros dioses así como por todas las mujeres allí presentes, y el profeta Jeremías (44:15-30). Ellos le dijeron a Jeremías que no le escucharían y que, más bien, quemarían incienso a la reina del cielo (la esposa de Nimrod) y le derramarían libaciones, tal como hicieron en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén. Ellos incluso llegaron al extremo de decir que cuando quemaban incienso a la reina del cielo, tenían abundancia de alimentos, prosperaban y no veían mal alguno, pero desde que habían dejado de hacerlo les faltaba todo y eran consumidos por la espada y por el hambre (vs. 17-18). Al decir esto, ellos mentían. Cuando estuvieron en Jerusalén, ellos fueron sitiados e incluso obligados a comerse a sus hijos. No obstante, le dijeron falsamente a Jeremías que habían prosperado y que no habían experimentado calamidades.

  Los hijos de Israel eran un pueblo que no era uno con Dios. Si ellos hubieran sido uno con Dios, no habría habido problemas. Si ellos hubieran sido uno con Dios, habrían recibido la palabra de Dios y habrían conocido Su corazón, Su naturaleza, Su mente y Su propósito. Si ellos hubieran sido uno con Dios, entonces espontáneamente habrían vivido a Dios y habrían sido constituidos con Él a fin de ser Su testimonio sobre la tierra.

  La situación entre los cristianos es la misma en la actualidad. Como cristianos, también hemos transgredido el principio según el cual debemos ser uno con Dios. Tal vez no tengamos el deseo de ser uno con Dios, pero nos gusta ser Su pueblo. El resultado es que no concordamos con la voluntad de Dios ni con la mente de Dios, sino que expresamos nuestras opiniones y atendemos a lo que nos gusta y no nos gusta. Ésta es la razón por la cual carecemos de unidad entre los creyentes actualmente. Si no somos uno con Dios, no podemos ser uno los unos con los otros. Aquellos que no son uno con Dios no acatan Su voluntad y beneplácito, sino que expresan sus opiniones y van en pos de sus preferencias. Hacer esto es cavar para uno mismo cisternas rotas que no pueden retener agua.

SOMOS JUSTIFICADOS POR DIOS Y RECONCILIADOS CON ÉL MEDIANTE CRISTO COMO RENUEVO JUSTO, Y EL DIOS TRIUNO ENTRA EN NOSOTROS A FIN DE SER NUESTRA VIDA Y NUESTRO TODO PARA LA REALIZACIÓN DE LA ECONOMÍA ETERNA DE DIOS AL IMPARTIRSE ÉL MISMO EN NUESTRO SER

  Debido a que nosotros, al igual que los hijos de Israel, no fuimos uno con Dios y no deseábamos de corazón hacer la voluntad de Dios ni tomar Su beneplácito, ofendimos a Dios, violamos sus ordenanzas y cometimos pecados contra Sus mandamientos. Éramos un pueblo cuyo corazón era engañoso e incurable (17:9). Se puso en evidencia que tenemos una naturaleza pecaminosa y rebelde, una naturaleza que, como la piel del etíope y como las manchas de un leopardo, no pueden cambiarse (13:23). Puesto que ésta era la situación en la que nos encontrábamos, ¿cómo podríamos ser reconciliados con Dios? ¿Cómo podríamos ser justificados por Él y tomados por Él para ser Su pueblo?

  Jeremías nos da la respuesta en 23:5 y 6: “He aquí, vienen días, / declara Jehová, / en que levantaré a David Renuevo justo; / Él reinará como Rey, actuará con prudencia / y hará derecho y justicia en la tierra. / En Sus días será salvo Judá, / e Israel habitará seguro; / y éste es Su nombre con el cual será llamado: / Jehová, justicia nuestra”. La única manera en que podemos ser reconciliados con Dios y justificados por Él es mediante Cristo, el Retoño nuevo, el Renuevo justo, quien es llamado Jehová, justicia nuestra. En calidad de Renuevo justo, Él vino en la carne como descendiente de David a fin de morir en la cruz y derramar Su sangre a fin de efectuar la redención para nuestra justificación.

  Con base en la redención de Cristo fuimos justificados, y el Dios Triuno ha entrado en nosotros para ser nuestra vida, nuestra persona y nuestro todo. Esto crea una situación en la cual Dios tiene plena libertad para realizar Su economía eterna en nosotros al impartirse Él mismo a nuestro ser. Si vemos este principio y lo aprehendemos, entenderemos todo el libro de Jeremías.

LA SECUENCIA ESPIRITUAL EN LO ESCRITO POR JEREMÍAS

  El libro de Jeremías no fue escrito siguiendo una secuencia histórica, sino que este libro ciertamente tiene una secuencia espiritual. Primero, Jeremías nos muestra los pecados básicos cometidos por el pueblo de Dios: abandonar a Dios y cavar para sí sus propias cisternas. Luego, se pone en evidencia gradualmente que el corazón humano es engañoso e incurable. Somos malvados y casos perdidos, quienes tienen una naturaleza caída que no puede ser cambiada. A fin de poder ser uno con Dios, necesitamos que Cristo como Renuevo de David sea nuestra redención y nuestra justificación. Esto introduce al Dios Triuno en nuestro ser a fin de que sea nuestra vida, nuestra ley interna de vida, nuestra capacidad y nuestro todo. Éste es el nuevo pacto (31:33). En el nuevo pacto, no hacemos nada; más bien, somos simplemente uno con Dios a fin de permitirle a Él inscribirse en nuestro ser como ley de vida. Esta ley de vida implica al propio Dios Triuno con la capacidad más elevada para nuestra función. Dios vive en nosotros y tiene plena libertad, en asuntos pequeños y grandes, para impartirse Él mismo en nuestro ser a fin de llevar a cabo Su economía. Esta impartición introducirá la restauración de todas las cosas y llegará a su consumación en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva. La Nueva Jerusalén es la consumación de la economía de Dios realizada por Su impartición eterna.

  En Jeremías vemos que somos redimidos, que somos justificados y que hemos llegado a ser uno con Dios. A la postre, conoceremos a Dios, viviremos a Dios y seremos constituidos con Dios en Su vida y naturaleza a fin de que podamos ser Su expresión corporativa. Ésta es la enseñanza completa de la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento, y ésta es la esencia del libro de Jeremías.

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