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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Jeremías»
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Mensaje 9

UNAS PALABRAS RESPECTO A LA HISTORIA DE ISRAEL Y LA SITUACIÓN EN QUE SE HALLABA ISRAEL EN EL OCASO DE LA REVELACIÓN DIVINA

  Lectura bíblica: Jer. 5; Jer. 6; Jer. 1:1-8, 18-19

  En este mensaje quisiera decir algo con respecto a la historia de Israel y la situación en que se hallaba Israel en lo que podríamos llamar el ocaso de la revelación divina.

LA HISTORIA DE ISRAEL

En Egipto y en el desierto

  Israel estuvo en Egipto bajo el yugo de los egipcios y la tiranía de Faraón. Dios envió a Moisés para que los liberase de este yugo y tiranía, llevándolos fuera de Egipto al desierto rumbo al monte Sinaí. En el monte Sinaí, los cielos le fueron abiertos a Israel, y Dios les dio la revelación concerniente al tabernáculo y sus enseres. Él también les dio los libros de Éxodo, Levítico y Números, diciéndoles cómo adorar a Dios y dándoles instrucciones detalladas con respecto a la manera en que debían comer, vestirse y conducirse. Desde entonces Israel comenzó a ser un pueblo que en todo aspecto estaba bajo la revelación divina.

  Al principio Israel obedeció hasta cierto punto la revelación divina. Ellos erigieron el tabernáculo conforme a la revelación recibida y, en obediencia a esta revelación, también comenzaron a adorar a Dios por medio del sacerdocio y los sacrificios. Sin embargo, durante su travesía en el desierto, comenzaron a degradarse apartándose de la revelación que habían recibido de Dios por intermedio de Moisés. El libro de Números relata muchos casos que muestran su degradación al apartarse de la ley de Dios, esto es, de la revelación de Dios.

La repetición de la revelación divina

  Cuando el pueblo de Israel estaba a punto de entrar en la buena tierra, Moisés les repitió la revelación divina; él les repitió la revelación de la ley de Dios. Esta repetición es hallada en el libro de Deuteronomio (la palabra Deuteronomio significa “segunda ley” y, por tanto, significa el hablar reiterado de la ley divina). En esta repetición Moisés les encargó que, especialmente cuando entrasen en la buena tierra, debían derribar los ídolos, destruir los lugares dedicados a la adoración de ídolos y matar a los idólatras. Por ejemplo, con respecto a quienes adoraban ídolos, Moisés le dio mandamiento a Israel diciéndole: “Las destruirás por completo; no harás con ellas pacto ni les mostrarás favor [...] Mas así habéis de hacer con ellos: sus altares derribaréis, quebraréis sus estelas, talaréis sus Aseras y quemaréis sus ídolos en el fuego” (Dt. 7:2, 5).

En la buena tierra

  Sin embargo, Israel desobedeció este mandamiento de destruir completamente a los idólatras. En lugar de ello, les perdonaron la vida y no los exterminaron. Como resultado de ello, Israel no pudo poseer completamente la buena tierra.

  Debido a que Israel les perdonó la vida a los idólatras, hubo guerra en reiteradas ocasiones entre Israel y los habitantes de esas tierras. Estas guerras se describen en el libro de Jueces. Los jueces eran los fuertes, los que tomaban la delantera, aquellos que combatían por Israel en contra de los idólatras. Después del período de los jueces, David, quien fue introducido por Samuel, combatió contra todos los pobladores de aquella tierra y conquistó casi todo ese territorio. Aunque a David no se le permitió edificar el templo, él recibió el diseño del templo de parte de Dios y preparó los materiales así como el terreno del templo en el monte Moriah, donde Abraham había ofrecido a Isaac (1 Cr. 28:11-12, 19; 29:1-2; 21:18-26; 2 Cr. 3:1). Siguiendo el diseño que su padre había recibido de Dios, Salomón, hijo de David, edificó el templo aproximadamente en el año 1000 a. C. Esto fue el apogeo de la nación de Israel.

  Salomón era un rey muy sabio, tanto que la reina de Sabá lo visitó a fin de comprobar su sabiduría (2 Cr. 9:1-12). Sin embargo, Salomón no permaneció en una buena condición espiritual por la totalidad de su vida. En su vejez, se dejó llevar por sus muchas esposas paganas para adorar ídolos (1 R. 11:1-8). Él tomó la delantera en apartarse de Dios y degradarse abandonando Su revelación. Casi todos los descendientes de Salomón habrían de continuar en su apostasía.

En tiempos de Jeremías

  Esta apostasía continuó hasta los tiempos en que Jeremías recibió de parte de Dios el encargo de profetizar. Jeremías comenzó a profetizar en el año 629 a. C., veintitrés años antes que Jerusalén fuese capturada por Nabucodonosor. Dios encargó a Jeremías que condenase los pecados cometidos por Israel al abandonar a Dios y tornarse malvado en su conducta. Ellos habían abandonado a Dios, fuente de aguas vivas, y, habiendo cavado para sí cisternas rotas, se volvieron a los ídolos para adorarlos (Jer. 2:13). Además, en la sociedad de aquel entonces abundaban los asesinatos, la fornicación, la codicia, la mentira y el hurto. Incluso el rey mismo era codicioso pues, como veremos, ordenó al pueblo que le edificase un palacio pero no les pagó por su labor. El pueblo no era fiel a Dios ni los unos con los otros. Por ejemplo, en 5:7 y 8 Jehová dice: “¿Por qué he de perdonarte? / Tus hijos me han abandonado / y han jurado por los que no son dioses. / Cuando Yo los sacié, cometieron adulterio, / y fueron en tropel a casa de las rameras. / Como caballos bien alimentados andan errantes, / cada cual relinchando tras la mujer de su prójimo”.

  Antes de los tiempos de Jeremías, Isaías había profetizado contra Israel diciendo que Israel se había vuelto como Sodoma y Gomorra (Is. 1:9-10). Sin embargo, Israel no cambió, sino que perseveró en su maldad hasta los tiempos de Jeremías. No obstante, Dios, por intermedio de Jeremías, le habló a Israel mostrándose como su Marido amoroso, conmiserativo y compasivo, al decirle que Él todavía recordaba el amor de su noviazgo (Jer. 2:2). Dios suspiraba por Israel y anhelaba que ella retornase a Él. Israel había abandonado a Dios, quien era su único Marido, y había ido en pos de muchos otros maridos; además, las personas eran malvadas unas con otras, matando, fornicando, mintiendo y hurtando.

  Israel era tan corrupto que Dios difícilmente pudo encontrar un profeta que hablase por Él. Los príncipes, sacerdotes y profetas eran todos corruptos. ¿Dónde podría Dios encontrar un profeta fiel y honesto? Al no poder hallar tal profeta en Jerusalén, Dios fue a la ciudad de Anatot, en territorio de la pequeña tribu de Benjamín, y allí llamó a un joven llamado Jeremías y lo comisionó para que hablase por Él. Cuando Jeremías dio pretextos diciendo que era apenas un joven y que no sabía hablar, Jehová le dijo: “No digas: Soy un joven; / porque adondequiera que te envíe, irás; / y hablarás todo lo que te mande. / No tengas temor de sus rostros, / porque contigo estoy para librarte” (1:7-8). Después, Jehová le dijo a Jeremías que lo pondría por ciudad fortificada, por columna de hierro y por muros de bronce contra toda aquella tierra. Los reyes, príncipes, sacerdotes y el pueblo de la tierra habrían de pelear contra él, pero no prevalecerían (vs. 18-19). Aquellos que combatieron contra Jeremías en realidad combatían contra Jehová. Él era el ejército de Jehová conformado por una sola persona. Nadie habría de derrotarlo debido a que Jehová estaba con él. Por tanto, Jeremías no pudo escapar de la comisión de Dios, sino que fue constreñido a aceptarla.

EL OCASO DE LA REVELACIÓN DIVINA

  Al salir a cumplir con la comisión que Dios le dio, Jeremías habló al rey, a los príncipes, a los sacerdotes y al pueblo. Jeremías le dijo al rey que era pecaminoso y que si no se arrepentía y se volvía a Dios, sería hecho prisionero. Él reprendió a los príncipes y gobernantes por engañar a la gente y por quitarles injustamente sus bienes. Él puso al descubierto a los profetas por profetizar falsamente y a los sacerdotes por gobernar con su propia autoridad y no regidos por la revelación divina. Él le dijo al pueblo que ellos no hacían justicia ni buscaban fidelidad; más bien, trataban injustamente a los menesterosos. En lugar de prestar oído a la palabra de Jeremías, ellos le aborrecieron e, incluso, lo arrojaron en prisión. Los sacerdotes arrestaron a Jeremías y lo entregaron a los príncipes, quienes lo arrojaron en prisión. Esto indica que Israel no tenía la menor consideración por la ley de Dios, por Su revelación.

  En aquel entonces Israel se hallaba en el ocaso de la revelación divina. Cuando Israel estaba en el monte Sinaí, ello fue el amanecer de la revelación divina; pero después, con respecto a la revelación divina, Israel se encontraba en una situación de decadencia. Con el paso del tiempo, para los tiempos de Jeremías, Israel estaba en el ocaso. Ellos habían abandonado todo lo relacionado con Dios y Su revelación, y finalmente vinieron a estar en una noche oscura.

Jehová, el Marido, disciplina a Israel, la esposa infiel

  La situación en la que se hallaba Israel obligó a Dios a disciplinarlos, a castigarlos. Al disciplinar a Israel, Dios se consideraba a Sí mismo como el Marido y a Israel como la esposa que había caído en fornicación. Por esta razón, en los capítulos del 2 al 6 el tono de Dios al reprender a Israel es el de un marido que habla con una esposa infiel.

El caso de Sedequías

  El caso de Sedequías, el último rey, es una ilustración de la disciplina de Dios para Su pueblo. Un día Sedequías hizo llamar a Jeremías, quien estaba preso, y cuando lo tuvo en su casa le preguntó en secreto: “¿Hay palabra de parte de Jehová?” (37:17a). Sedequías indagaba respecto de Israel y de él mismo en calidad de rey. Jeremías le dijo a Sedequías que había palabra de parte de Jehová, la cual era de que Sedequías sería entregado en manos del rey de Babilonia (v. 17b).

  En otra ocasión, Sedequías hizo que le trajeran a Jeremías a fin de hablarle en privado (38:14). Le dijo a Jeremías que quería preguntarle algo y que Jeremías no debía esconderle nada; Jeremías le respondió: “Si te lo cuento, ¿no es cierto que me matarás? Y si te doy consejo, no me escucharás” (v. 15). Cuando el rey le aseguró que no lo mataría, Jeremías procedió a decirle: “Así dice Jehová, Dios de los ejércitos, Dios de Israel: Si te entregas a los príncipes del rey de Babilonia, vivirás, y esta ciudad no será quemada a fuego, y vivirás tú y tu casa. Pero si no te entregas a los príncipes del rey de Babilonia, esta ciudad será entregada en manos de los caldeos, y le prenderán fuego, y tú no escaparás de sus manos” (vs. 17-18). El rey sabía que debía obedecer estas palabras; sin embargo, tenía miedo de lo que le harían los judíos que se habían pasado a los caldeos. Aunque Jeremías le dijo que ellos no le dañarían, Sedequías no hizo caso de las palabras de Jeremías, sino que lo despidió encargándole que no dijera a nadie lo que le había dicho al rey.

  En lugar de prestar atención a Jeremías, Sedequías continuó resistiendo al ejército babilónico que asediaba Jerusalén. Después que la ciudad fue capturada, Sedequías huyó (39:4). El ejército babilónico lo persiguió y lo tomaron preso. Sedequías fue traído delante de Nabucadonosor, quien pronunció sentencia contra él. Entonces el rey de Babilonia degolló a los hijos de Sedequías ante los ojos de éste; después, le sacó los ojos y lo ató con grillos de bronce a fin de llevarlo a Babilonia (vs. 5-7).

Jerusalén es destruida, y Jeremías es conservado con vida

  Finalmente, el ejército babilónico quemó la ciudad de Jerusalén y destruyó el templo. Jeremías fue testigo de estas cosas. Con respecto a Jeremías, Nabucadonosor ordenó que velaran por él y no le hicieran mal alguno (vs. 11-12). Jeremías fue atado con cadenas junto con los desterrados de Jerusalén y de Judá que eran llevados al destierro a Babilonia (40:1). Sin embargo, él fue liberado de sus cadenas. El capitán de la guardia le dijo: “Ahora, he aquí, hoy te libro de las cadenas que tenías en tus manos. Si te parece bien venir conmigo a Babilonia, ven, y yo velaré por ti; pero si te parece mal venir conmigo a Babilonia, déjalo. Mira, toda la tierra está delante de ti; ve a donde mejor y más recto te parezca ir” (v. 4). Así, el profeta Jeremías fue puesto en libertad.

  Jeremías 6:9 dice: “Así dice Jehová de los ejércitos: / Del todo rebuscarán como a vid / al remanente de Israel; / vuelve a pasar tu mano entre los sarmientos / como vendimiador”. Estas palabras se cumplieron. Algunos años después que Sedequías fue hecho prisionero y Jeremías fue puesto en libertad, los babilonios vinieron nuevamente para efectuar la “rebusca” de la tierra de Israel, llevando más personas al cautiverio. Ésta fue la situación en que se hallaba Israel en el ocaso de la revelación divina.

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