Mensaje 16
Lectura bíblica: Job 10:13a; Mt. 1:18, 20; Jn. 7:39; 1 P. 1:3; Ef. 1:22-23; Col. 3:10-11; Gn. 1:1-2; 2:7; Ap. 22:17; Gá. 3:14; 6:18; 5:25; Ro. 8:4
Hemos visto que el libro de Job nos deja con una pregunta de crucial importancia, la cual tiene dos partes, respecto a la intención que Dios tiene en la creación del hombre y en el trato que Él aplica a Su pueblo escogido. En este mensaje me gustaría decir algo más con respecto a la respuesta a esta pregunta, respuesta que no se halla en el Antiguo Testamento sino en el Nuevo Testamento. Esta respuesta, dada por Dios en Su revelación, se halla estrechamente relacionada con el propio Dios Triuno.
El Nuevo Testamento nos revela que la intención de Dios al crear el universo y los billones de criaturas que lo componen, incluyendo al hombre, es que Él se forje en el hombre. Dios desea entrar en el hombre para ser su contenido intrínseco y ser la vida del hombre, su naturaleza, su suministro de vida y su elemento constitutivo. A fin de lograr esto, Dios mismo tuvo que pasar por un largo proceso.
La Biblia no fue escrita según la lógica humana, sino en conformidad con el mover de Dios. Aunque Dios hizo muchas cosas en el Antiguo Testamento, no llevó a cabo Su mover; más bien, desde Adán hasta Cristo, Dios se quedó en Su divinidad y permaneció en la eternidad. Él todavía no había venido de la eternidad al tiempo para introducirse con Su divinidad en la humanidad. Pero un día, después de un período de cuatro mil años durante los cuales el hombre fue puesto a prueba, examinado y hallado pecador y completamente vano, Dios salió de la eternidad e ingresó con Su divinidad al tiempo, entrando al vientre de una virgen para unirse a la humanidad. Éste fue el primer paso que Dios dio en Su mover. El segundo paso fue nacer de aquella virgen humana para llegar a ser el Dios-hombre. Después de permanecer en el vientre de una virgen por nueve meses, al dejar dicho vientre, Él vino al mundo no solamente poseyendo divinidad, sino también humanidad, para ser el hombre llamado Jesús. Este ser humano es extraordinario, fuera de lo común, pues Él es el Dios-hombre.
Esta persona tan preciosa, este Dios-hombre que es divino y humano, Jesucristo el Hijo de Dios, llevó una vida humana genuina aquí en la tierra. Él comió, bebió, durmió, se regocijó y lloró. Según los cuatro Evangelios, en esta persona podemos ver los atributos divinos expresados en virtudes humanas. Esto quiere decir que, en Su vivir, el Señor Jesús alcanzó el mayor logro del universo, esto es: Él expresó a Dios en Su humanidad.
Al final de Sus días en la tierra, el Señor Jesús fue a la cruz y murió allí. La crucifixión de Cristo efectuó la eterna redención procedente de Dios. Al morir en la cruz, Cristo puso fin a todo lo negativo en la vieja creación y aun a la vieja creación misma, y Él redimió la parte de la vieja creación que Dios había escogido. Además, Él, por medio de la muerte, liberó la vida divina que estaba oculta en Su cuerpo humano.
Después de finalizar Su obra en la cruz, Cristo fue a dormir y descansar (aunque Él realizó una serie de cosas en el lapso comprendido entre Su muerte y Su resurrección). Después, Él se levantó de entre los muertos; Él resucitó. Por medio de Su resurrección, Él introdujo Su humanidad en la divinidad (Ro. 1:3-4). Además, Él nació para ser el Hijo primogénito de Dios a fin de ser el líder de los muchos hijos de Dios. En Su resurrección, Él también llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En otras palabras, por medio de la muerte y la resurrección Él fue consumado para ser “el Espíritu” (Jn. 7:39). Más aún, en la resurrección de Cristo, todos los escogidos de Dios fueron regenerados para ser los muchos hijos de Dios (1 P. 1:3).
Estos muchos hijos de Dios han sido hechos los miembros de Cristo que constituyen Su Cuerpo, el cual es la iglesia de Dios (Ef. 1:22b-23). Este Cuerpo es el nuevo hombre en la nueva creación, y Cristo es todos los miembros de este nuevo hombre (Col. 3:10-11). Este Cuerpo, este nuevo hombre, es un misterioso organismo en pro del Dios Triuno procesado y consumado. Finalmente, esta entidad crecerá y alcanzará su consumación en la Nueva Jerusalén, la cual es la plenitud, la expresión corporativa, de Dios por la eternidad. En la Nueva Jerusalén podemos ver la mezcla de Dios con el hombre, de modo que Dios y el hombre llegan a ser una sola entidad corporativa. En la Nueva Jerusalén también vemos los atributos divinos expresados mediante las virtudes humanas por la eternidad.
Todos estos asuntos están relacionados con el Dios Triuno. En Génesis 1 y 2 vemos que Dios es Jehová Elohim, y también vemos Su Espíritu (1:1-2; 2:7). Pero al final de la Biblia, Aquel que es mencionado en Apocalipsis 22:17 es el Espíritu. Jehová Elohim todavía está presente, pero ahora Él es el Espíritu. El nombre del Espíritu es Jesucristo. Cuando decimos: “Señor Jesús, te amo”, recibimos al Espíritu. Jesucristo es el nombre, y el Espíritu es la persona.
En el Nuevo Testamento encontramos muchos títulos divinos, tales como Padre, Señor, Amo, Redentor, Salvador, Señor de todos y Rey de reyes. Todos estos títulos se refieren a una sola persona, la persona del Espíritu. En un determinado aspecto, el título puede ser Padre, y en otro aspecto el título puede ser Redentor o Salvador. El punto es que todos los títulos divinos se refieren, en algún aspecto, a la persona del Espíritu: el Espíritu vivificante, compuesto y todo-inclusivo, quien es la consumación del Dios Triuno procesado.
Gálatas 3:14 nos muestra que el Espíritu es la suma total, la totalidad, de la bendición divina del evangelio dada a nosotros. Esta bendición es una bendición que todo lo abarca y todo lo incluye. Tal bendición incluye la redención, la regeneración, la vida divina, la justicia, la santificación, la transformación y la renovación.
Hoy en día, en nuestra vida cristiana, nosotros los cristianos debiéramos ocuparnos únicamente con este Espíritu. Puesto que tenemos vida y vivimos por Él, también debemos andar por Él (Gá. 5:25; Ro. 8:4). Todo cuanto hagamos y seamos debe ser realizado por el Espíritu, con el Espíritu, en el Espíritu y por medio del Espíritu. Deberíamos orar por el Espíritu, leer la Biblia por el Espíritu, amar a otros por el Espíritu y predicar el evangelio por el Espíritu.
Gálatas 6:18 indica que el Espíritu como gracia todo-inclusiva está con nuestro espíritu. Debemos valorar los dos espíritus mencionados en Gálatas: el Espíritu divino como la totalidad de la bendición divina para nosotros y el espíritu humano como el órgano que recibe, contiene, guarda, al Espíritu divino. Por tanto, debemos atender a nuestro espíritu, haciéndolo todo al ejercitar nuestro espíritu. Entonces experimentaremos que el Espíritu divino vive en nosotros, hace Su hogar en nosotros y nos transforma. El Espíritu divino vive en nosotros para orar, leer la Biblia, hablar la palabra de Dios, amar a nuestro cónyuge y visitar a los pecadores para predicarles el evangelio. Tal vivir es la mezcla del Dios Triuno procesado con el hombre tripartito regenerado. Ésta es la revelación divina contenida en el Nuevo Testamento que es la respuesta a los sufrimientos de Job y a la gran pregunta respecto al propósito que Dios tiene en la creación del hombre y en el trato que Él aplica a Su pueblo escogido.