Mensaje 21
Capítulos 21—31
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Lectura bíblica: Job 29; Job 30
En este mensaje continuaremos considerando las palabras finales de Job a sus tres amigos.
El capítulo 29 es un relato en el que Job añoró su pasado excelente. Job recordó los días de su apogeo, cuando el íntimo consejo con Dios estaba sobre su tienda, el Todopoderoso estaba con él y sus hijos lo rodeaban. Recordó que él solía librar al pobre que clamaba y al huérfano que carecía de ayudador. Él también hacía que el corazón de la viuda gritase de júbilo. Por tanto, Job pudo declarar: “Me vestía de la justicia, y ella me revistió; / como manto y turbante era mi equidad” (v. 14). Job prosiguió diciendo que, durante su pasado excelente, él era ojos al ciego, pies al cojo y padre a los menesterosos. Los demás guardaban silencio para oír su consejo y no replicaban tras sus palabras. Job les escogía su camino y se sentaba entre ellos como jefe, morando “como rey entre las tropas, como uno que consuela a los que lloran” (v. 25).
Después de añorar su pasado excelente, en el capítulo 30 Job suspira lamentando su presente deplorable. Job dijo que era objeto de la burla de los más jóvenes y servía de refrán a los demás, quienes le aborrecían, se alejaban de él y, delante de él, se comportaban desenfrenadamente. Después, Job dijo que los terrores se volvían contra él, que su prosperidad había pasado como una nube, que en él se derramaba su alma y que días de aflicción se habían apoderado de él. Job continuó diciendo que él clamó a Dios, pero que Dios no le respondía. A Job le parecía que Dios se había vuelto cruel con él. Job le dijo a Dios: “Yo sé que Tú me conducirás a la muerte, / y a la casa destinada a todos los vivientes” (v. 23). Además, Job suspiró lamentándose debido a que, cuando esperaba el bien, vino el mal, y cuando esperaba luz, vino la oscuridad. Finalmente Job concluye diciendo que sus entrañas se agitaban, que días de aflicción se le habían acercado, y que su lira se había convertido en luto y su flauta era voz de lamentadores. Aquí vemos un cuadro de los sufrimientos de Job.
Job no conocía el motivo de sus sufrimientos, pero hoy sí lo conocemos. Es verdad que Job padeció mucho, pero tal sufrimiento fue permitido por Dios con un propósito. Dios deseaba despojarlo de todos sus éxitos. Job había tenido mucho éxito, tanto en términos materiales como éticos. Él había conseguido alcanzar un nivel muy alto de perfección y rectitud. Ésta era su integridad propia, de la cual Job se sentía orgulloso. Job consideraba que su perfección e integridad eran como una vestidura que lo cubría y como un turbante que le traía gloria (29:14). Sin embargo, Dios lo despojó de todo ello a fin de que Job buscase a Dios mismo en lugar de otras cosas; pero Job no entendió esto. Él pensaba que estaba en lo cierto y que era Dios quien había sido injusto con él. Por tanto, él esperaba poder presentar su caso delante de Dios. Así pues, podemos ver que Job se encontraba por completo en otra esfera, una esfera contraria al deseo de Dios.
A la postre, Job reconoció que él apenas conocía a Dios “de oídas” (42:5a). Él había escuchado acerca de Dios y había creído en Él, pero jamás le había visto. Sin embargo, después de haber sido despojado y consumido, Job pudo ver a Dios (42:5b).
Mateo 5:8 dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. Aquí, ver a Dios es un gran galardón en el reino. Según la visión clara presentada en el Nuevo Testamento, ver a Dios equivale a recibir a Dios en nuestro ser. Si ver a Dios simplemente fuese verlo objetivamente y nada más, ello no tendría mayores repercusiones. Pero ver a Dios equivale a recibir a Dios, y esto significa que Dios entra en nosotros como nuestro elemento intrínseco que nos renueva, nos transforma, pues al recibir a Dios, Su elemento divino es añadido a nuestro ser. Este elemento divino opera sobre nosotros y en nosotros para renovarnos, eliminando gradualmente todo nuestro viejo elemento. Finalmente, todo nuestro ser será hecho nuevo. En esto consiste la transformación.
En 2 Corintios 3:18 se nos dice: “Nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Primero, contemplamos a Dios, esto es, le vemos; después, le reflejamos y somos transformados. Al ver a Dios somos transformados a Su imagen gloriosa, de un grado de gloria a otro grado de gloria mayor. Esto procede del Señor Espíritu.
El Dios a quien Job vio, era también el Espíritu, pero en aquel tiempo Dios todavía estaba en Su estado original. Dios poseía Su elemento divino con Sus atributos divinos, pero no poseía nada que se relacionara con la encarnación, la humanidad y el vivir humano. Según 2 Corintios 3:18, el Dios al que contemplamos hoy es diferente, pues Él es mucho más rico en cuando a Sus ingredientes. Por tanto, cuanto más le veamos, más recibiremos Sus ingredientes en nuestro ser, los cuales constituirán nuestro suministro interno que operará en nosotros, eliminará lo viejo y nos renovará. En esto consiste ser transformados a la imagen de Dios.
Ver a Dios deberá resultar en la transformación de nuestro ser a la imagen de Dios. No creo que Job haya comprendido esto cuando vio a Dios. Es un hecho que sus sufrimientos dieron como resultado esto: él vio a Dios. Sin embargo, no podríamos afirmar de qué manera Job vio a Dios, ya sea de forma física o a manera de revelación espiritual.
En nuestro caso, la manera en que contemplamos a Dios está íntegramente relacionada con nuestro espíritu. El Dios al que podemos contemplar es el Espíritu consumado, y podemos contemplarlo en nuestro espíritu. A veces estamos demasiado ocupados o somos demasiado descuidados, de modo que no aprovechamos las oportunidades que tenemos de contemplar al Señor. En nuestro avivamiento matutino, aun cuando sólo sea por quince o veinte minutos, tenemos la oportunidad de pasar un tiempo con el Señor, pasar un tiempo en el Espíritu. En tales momentos, podemos orar-leer Su palabra, conversar con Él o elevar breves oraciones a Él. Entonces, tendremos la sensación de que estamos recibiendo algo del elemento de Dios, que estamos absorbiendo las riquezas de Dios en nuestro ser. Es de esta manera que, día a día, la transformación divina tiene lugar en nuestro ser.
Nuestra vida cristiana no es una vida de meros cambios externos, sino una vida en la que somos transformados desde adentro en virtud de que el elemento divino sea añadido a nuestro ser interior y reemplace nuestro viejo elemento. Todo esto se lleva a cabo al contemplar nosotros al Dios Triuno procesado y consumado, quien es el Espíritu todo-inclusivo.
Al leer las palabras finales de Job a sus amigos en el capítulo 30, podemos comprender que Job y sus amigos andaban en el camino propio del árbol del conocimiento del bien y del mal. Ellos eran ajenos a la esfera de quienes procuran ver a Dios a fin de aprender de Él y, especialmente, recibir a Dios mismo para ser transformados con Su elemento y esencia a fin de llegar a ser igual a Dios en vida y naturaleza. Todos debemos ver el claro contraste que existe entre el camino elegido por Job y sus amigos y el camino revelado en el Nuevo Testamento.