Mensaje 38
Lectura bíblica: Ef. 1:10; 3:8-10; 1 Ti. 1:4; Gá. 1:15-16; Col. 3:4a; Jn. 12:24; 19:34; Ro. 5:10; Jn. 3:3, 5-6; Tit. 3:5; 1 P. 2:2; Ef. 4:12-13; 1 Co. 14:3; Ef. 4:15-16; Ro. 8:2; 1 Co. 15:45; Fil. 1:19b; 1 Co. 12:13b; Jn. 7:37-39; Gá. 5:16, 25
Hay dos grandes asuntos en la Biblia: la impartición divina y la economía divina. En este mensaje abordaremos ambos asuntos.
La palabra economía procede del término griego oikonomía, que significa “administración de familia, manejo doméstico o gobierno familiar, y por derivación, una distribución, un plan o una economía para la administración”. La economía divina es el plan eterno de Dios de impartir a Cristo en Su pueblo escogido a fin de producir, constituir y edificar el Cuerpo orgánico de Cristo (Ef. 1:10; 3:8-10; 1 Ti. 1:4). Puesto que Cristo es la corporificación del Dios Triuno, el que Dios imparta a Cristo en Su pueblo escogido significa, en realidad, que Dios mismo en Cristo se imparte en Su pueblo escogido. En pocas palabras, la economía de Dios consiste en obtener un Cuerpo para Cristo. Este Cuerpo es el agrandamiento del Dios Triuno para Su expresión con miras a que Él sea satisfecho.
La impartición divina consiste en impartir a Cristo como vida y como suministro de vida en Sus creyentes (Gá. 1:15-16; Col. 3:4a).
Tal impartición de Cristo como corporificación del Dios Triuno se realiza primero en la redención efectuada por Dios (Jn. 12:24; 19:34). El asunto central, la meta, de la redención efectuada por Dios no es simplemente que nosotros seamos redimidos de nuestros pecados y de la condenación que el pecado acarrea (la perdición eterna), sino la liberación, esto es, la impartición, de Dios mismo como vida divina en Sus redimidos. Juan 12:24 dice que Cristo en Su encarnación, como grano de trigo, cayó en tierra y murió. De la misma manera que la vida vegetal está contenida en un grano de trigo, también la vida divina estaba contenida en el cascarón humano del cuerpo físico de Cristo. Mientras Él estuvo en la tierra, en la carne, la vida divina dentro de Él se hallaba oculta dentro del cascarón de Su cuerpo humano. Él fue a la cruz y murió, y la muerte de cruz quebró ese cascarón humano y liberó la vida divina a fin de producir muchos granos. Ésta fue la liberación de la vida divina para ser impartida en los muchos granos. Además, Juan 19:34 dice que cuando Cristo murió en la cruz, dos elementos, la sangre y el agua, brotaron de Él. La sangre tiene como fin la redención, y el agua tiene como fin que la vida divina sea liberada. Por tanto, la muerte redentora de Cristo vino a ser una muerte que liberó la vida divina.
La impartición divina también se realiza en la salvación provista por Dios (Ro. 5:10). La redención efectuada por Dios es el fundamento de Su salvación. Con base en Su obra redentora, Dios nos salva por la vida de Cristo. El primer paso para salvarnos consiste en regenerarnos, lo cual conlleva que la vida divina sea impartida en nosotros. Por tanto, la salvación que Dios efectúa está centrada en la impartición de vida.
La impartición divina también se realiza en la salvación de los pecadores (Jn. 3:3, 5-6; Tit. 3:5). Cuando Dios salva a los pecadores, Él los regenera al impartirse en ellos como vida. Cuando salgamos en busca de los pecadores a fin de ganarlos para Cristo, debemos hacerles notar que ellos requieren de la vida de Dios y que la manera de recibir la vida de Dios consiste en nacer de Dios, esto es, ser regenerados.
Dios ha dispuesto que primero seamos regenerados y que, después, seamos nutridos. En 1 Pedro 2:2 se nos dice que como niños recién nacidos debemos desear la leche de la Palabra a fin de que crezcamos para salvación.
Efesios 4:12-13 habla sobre el perfeccionamiento de los santos, algo que todos los creyentes deben experimentar. Perfeccionar a los santos significa impartir a Cristo en ellos para que crezcan hasta alcanzar la madurez. Cuando predicamos el evangelio, impartimos a Cristo en los pecadores. Cuando nutrimos a los nuevos creyentes, impartimos a Cristo en ellos como alimento, como elemento que los nutre. Asimismo, al perfeccionar a los santos, les ministramos a Cristo, impartiéndoles Cristo no solamente como leche, sino como alimento sólido (1 Co. 3:2; He. 5:13-14).
La impartición divina también se realiza en el profetizar (1 Co. 4:3). Cuando profetizamos en nuestras reuniones, nuestro profetizar debe ministrar Cristo a otros. No sólo debiéramos hablar sobre algún pasaje bíblico o sobre ciertas doctrinas, sino que debemos hacer todo lo posible por poner a Cristo en nuestro profetizar. Entonces, la realidad de nuestro ministerio será el propio Cristo.
Todos los asuntos mencionados anteriormente —salvar a los pecadores, nutrir a los nuevos creyentes, perfeccionar a los santos y profetizar— tienen como finalidad edificar el Cuerpo de Cristo (Ef. 4:15-16).
Debemos ver que la economía de Dios consiste en que Dios mismo, en Cristo, sea impartido a nuestro ser; esto se inicia con nuestra regeneración y continúa cuando somos nutridos y perfeccionados hasta que alcancemos la madurez. Entonces seremos edificados para formar parte del Cuerpo de Cristo.
La impartición divina es llevada a cabo por el Espíritu de vida como Espíritu vivificante con Su abundante suministro (Ro. 8:2; 1 Co. 15:45; Fil. 1:19b).
La manera en que recibimos la impartición divina consiste, primeramente, en beber del Espíritu (1 Co. 12:13b; Jn. 7:37-39) en nuestro espíritu al ejercitar nuestro espíritu.
La manera en que recibimos la impartición divina consiste, además, en vivir y andar por el Espíritu (Gá. 5:16, 25). Esto requiere que ejercitemos nuestro espíritu.
Dios ha hecho todo lo necesario para alcanzar Su consumación como el Espíritu, quien es uno solo. Hoy, este Espíritu es la totalidad del Dios Triuno procesado y consumado. Cuando fuimos atraídos por Cristo, creímos en Él e invocamos el nombre del Señor Jesús, una Persona viviente entró en nosotros. Esta Persona es el Espíritu, la consumación del Dios Triuno procesado y consumado. Cuando Él, como el Espíritu, mora en nosotros, el que mora en nosotros es Cristo, y Cristo es el Dios Triuno. Esta Persona es todo-inclusiva y, hoy en día, en calidad de Espíritu consumado, Él mora en nuestro espíritu.
Cuando fuimos salvos, el Espíritu entró en nuestro espíritu para regenerar nuestro espíritu, vivificar nuestro espíritu y mezclarse con nuestro espíritu. La vida cristiana es la historia de este Espíritu mezclado. Llevar una vida cristiana normal consiste en atender a los dos espíritus: el Espíritu divino que está en nuestro espíritu humano regenerado.
Todas las veces que contactamos al Señor, oramos a Él y le alabamos, la parte que a nosotros nos corresponde es la de recibir Su impartición, y la parte que le corresponde a Él es la de impartirse a nosotros. Cuanto más le recibimos, más Él se imparte a nosotros. De este modo, obtenemos todos los elementos del Dios Triuno en Su persona, en Su naturaleza y en Su vida. Como resultado de todo ello, el Dios Triuno crece en nuestro ser. Cuando Él crece en nosotros, nosotros crecemos en Él. Todo esto forma parte de la historia de la impartición de vida.
Al recibir abundantemente la impartición divina, nosotros obtenemos el abundante suministro del Espíritu de Jesucristo y crecemos en la vida divina. Ésta es la vida cristiana, y esta vida cristiana depende completamente de la impartición divina de la economía divina.