Mensaje 4
Lectura bíblica: Job 3
En el capítulo 3 Job maldijo el día de su nacimiento. Job era un buen hombre y se esforzaba por conservar su propia perfección, rectitud e integridad; pero, debido a su irritación, le fue imposible contenerse y no sabía cómo reaccionar. Sin duda, él esperaba poder discutir esto con Dios, pero no se atrevía a dar inicio a tal conversación. Como tampoco quería dejar de ser perfecto, encontró una válvula de escape para su irritación al maldecir el día en que nació.
Job rompió el silencio que había guardado por siete días y siete noches e inició el debate al maldecir el día de su nacimiento debido al gran dolor que sufría (2:13; 3:1-3).
Job estaba turbado, perplejo y enredado en gran manera a causa del sufrimiento que le infligían los desastres que le sobrevinieron sobre sus posesiones y sus hijos así como por la plaga que afectaba su cuerpo, todo ello pese a su perfección, rectitud e integridad. Cuando Job maldijo el día de su nacimiento, ciertamente no fue perfecto ni recto. Al hacer esto, él no retuvo su integridad; más bien, al maldecir el día de su nacimiento, fracasó por completo en cuanto a ser íntegro. El hecho de que Job maldijera el día en que nació equivalía a maldecir a su propia madre.
Job prefirió las tinieblas y aborreció la luz (vs. 4-10). Con respecto al día en que nació, Job dijo: “Sea aquel día tinieblas; / no lo busque Dios desde lo alto, / ni brille sobre él la luz”. Hallo difícil creer que Job realmente prefiriera las tinieblas y aborreciera la luz.
Job indicó que prefería la muerte en vez de la vida (vs. 11-23). Es difícil creer que Job realmente prefería morir en vez de vivir. Si él realmente hubiese elegido la muerte, ¿por qué, entonces, no puso fin a su vida y acabó así con su problema? Tal vez Job no hizo esto porque todavía se aferraba a su integridad.
Job dijo que su suspirar era su alimento y que sus gemidos se derramaban como agua en su sufrimiento (v. 24). Le sobrevino lo que temía (v. 25), y no tenía tranquilidad, ni quietud ni reposo, sino que le vino turbación (v. 26).
La experiencia que tuvo Job en el Antiguo Testamento de ser consumido y despojado por Dios estaba muy rezagada con respecto a la experiencia que tuvo Pablo en el Nuevo Testamento. Somos consumidos por Dios para llegar al final de nuestras propias fuerzas, y somos despojados por Dios a fin de perder todas nuestras riquezas. Dios primero despojó a Job de sus posesiones, y después lo consumió. Al padecer una plaga en su cuerpo físico, Job fue consumido. Día tras día y hora tras hora, Job era consumido. En el Nuevo Testamento, ser consumido y despojado por Dios llega a ser algo placentero. Desde el día de su conversión, Pablo fue alguien a quien Dios consumió y despojó (2 Co. 4:16).
Pablo nació destinado a ser crucificado, y renació crucificado a fin de no ser más él quien viva, sino que sea Cristo quien viva en él (Gá. 2:20a). Cuando fuimos regenerados, al igual que Pablo, renacimos crucificados con el propósito de que, a partir de entonces, ya no vivamos nosotros, sino que Cristo viva en nosotros.
Al ser consumido y despojado por Dios, Pablo no era estrecho pese a estar oprimido en todo aspecto ni tampoco fue destruido pese a haber sido derribado (2 Co. 4:8-9). Aunque estaba oprimido en todo aspecto, Pablo no era estrecho. Todos los días él era derribado, pero no destruido. Pablo no maldijo el día de su nacimiento, ni tampoco dijo que prefería morir en vez de vivir. Por el contrario, después de mucha consideración, Pablo dijo que prefería vivir en vez de morir debido a que, para él, el vivir era Cristo (Fil. 1:21-25). Pablo vivía a Cristo con el fin de magnificarlo. Su deseo era magnificar a Cristo, ya sea por vida o por muerte (v. 20). A él no le importaba la vida o la muerte; lo único que le importaba era magnificar a Cristo.
Cuando Pablo padecía necesidades por amor a Cristo (2 Co. 12:10), se complacía en ello, estaba feliz e incluso se regocijaba en el Señor por sus experiencias (Col. 1:24). La reacción que tuvo Pablo a sus sufrimientos fue muy diferente de la que manifestó Job ante los suyos. Job no se regocijaba, sino que estaba constantemente irritado.
Pablo procuraba ser conformado a la muerte de Cristo en la comunión de Sus padecimientos (Fil. 3:10). Él tomó la muerte de Cristo como un molde para su vivir. Para Pablo era un gran placer ser moldeado a la muerte de Cristo.
Pablo dijo que él llevaba en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús y que siempre era entregado a muerte por causa de Jesús, para que la vida de Jesús también se manifestara en su carne mortal (2 Co. 4:10-11). Todos los días de su vida cristiana, Pablo era puesto a muerte. La única manera en la que él podía manifestar la vida de Cristo consistía en experimentar la muerte de Cristo.
Al ser consumido y despojado por Dios, Pablo no se desanimaba. Aunque su hombre exterior se iba desgastando, su hombre interior era renovado de día en día. Él dijo que su leve tribulación momentánea produjo en él un eterno peso de gloria (2 Co. 4:16-17).
La expectativa de Pablo era ser consumido todos los días. Él fue tal clase de persona porque deseaba ser renovado. La renovación puede ser efectuada únicamente si somos consumidos. Si usted no es consumido, no podrá ser renovado. Esta clase de renovación, al ser consumidos, añade un eterno peso de gloria del cual seremos partícipes en las eras venideras. Compartiremos la gloria del Señor, pero el peso de gloria será diferente entre los creyentes. Al ser consumidos por Dios, la gloria de la cual compartiremos llegará a ser un eterno peso de gloria.
Job consideraba que sus sufrimientos eran muy pesados, pero Pablo consideraba que su aflicción era momentánea y leve. En lugar de fijarnos en nuestra aflicción, lo que debe importarnos es que el peso de gloria aumente en nosotros. Cuánto peso de gloria tengamos dependerá de cuánto hayamos sufrido por el Señor en el presente. A Pablo no le importaba mucho cuánto sufriera. Él sabía que cuanto más sufriera, mayor sería el peso de gloria del cual podría ser partícipe en la eternidad.
Pablo magnificó a Cristo al vivirle, ya sea por vida o por muerte, mediante la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19-21a). En esto consiste la vida cristiana. Cuando Dios creó al hombre, ésta era la clase de vida que Él quería que el hombre viviera.
La intención de Dios para Job era consumir a esta persona “perfecta y recta” y despojarla de sus logros, sus éxitos, relacionados con el nivel más alto de ética en perfección y rectitud (Job 1:1).
La intención de Dios era también demoler al Job natural en cuanto a su perfección y rectitud para poder edificar un Job renovado con la naturaleza y los atributos de Dios.
La intención de Dios no era obtener un Job que estuviera en la línea del árbol del conocimiento del bien y del mal, sino un Job en la línea del árbol de la vida (Gn. 2:9).
Por último, la intención de Dios era hacer de Job un hombre de Dios (1 Ti. 6:11; 2 Ti. 3:17), lleno de Cristo, la corporificación de Dios, que fuese la plenitud de Dios para la expresión de Dios en Cristo; no era Su intención hacer de Job una persona con el nivel más alto de ética en su propia perfección, rectitud e integridad naturales, las cuales Job procuraba mantener y a las cuales él se aferraba (Job 2:3, 9a). Tal persona, cuyo elemento constitutivo —en conformidad con la economía divina— sería Dios mismo, jamás se vería enredado por dificultad o problema alguno al punto de maldecir su nacimiento y preferir morir antes que vivir.
Después que Dios creó a Adán, lo puso frente a dos árboles: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios entonces le encargó a Adán que no comiera del árbol del bien y del mal, pues si comía de ese árbol, habría de morir (Gn. 2:9, 16-17). Dios deseaba que Adán comiese del árbol de la vida. Si Adán hubiese comido del árbol de la vida, este árbol habría entrado en él y crecido dentro de él. Sin embargo, en lugar de ello, Adán comió del árbol del conocimiento del bien y del mal. Por tanto, este árbol fue sembrado en Adán y comenzó a crecer en él y ha continuado creciendo en todos los descendientes de Adán. En tiempos de Job, el árbol del conocimiento del bien y del mal había crecido por lo menos dos mil años, pero ahora este árbol tiene más de seis mil años. Hoy en día todo el linaje humano se halla constituido por el árbol del conocimiento del bien y del mal. En toda sociedad, independientemente de las normas éticas que ella adopte, el árbol del conocimiento del bien y del mal sigue creciendo. Mientras este árbol siga creciendo entre el linaje humano, no habrá paz.
Antes de ser regenerados, estábamos en la línea del árbol del conocimiento del bien y del mal. Cuando fuimos regenerados, Cristo se sembró en nosotros como árbol de la vida. Sin embargo, en nuestra vida diaria práctica, ¿estamos en la línea del árbol del conocimiento del bien y del mal o estamos en la línea del árbol de la vida? En nuestra vida matrimonial, por ejemplo, es posible que estemos en la línea del árbol del conocimiento, y por la manera en que hablamos con nuestro cónyuge quizás no sólo hacemos que este árbol siga creciendo, sino que también lo regamos y le abonamos la tierra. ¿Qué debemos hacer entonces? Debemos recordar las palabras de Pablo en Gálatas 2:20: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, y debemos volvernos del árbol del conocimiento al árbol de la vida. Si hacemos esto, viviremos a Cristo y cultivaremos a Cristo como árbol de la vida.