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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 20

LA NECESIDAD DE LOS QUE ESTÁN BAJO LA ESCLAVITUD DEL PECADO: SER LIBERTADOS POR LA VIDA

(2)

F. La manera en que el Señor nos libra del pecado

1. Por medio de la luz de la vida

  ¿Cuál es la manera en que el Señor nos libra del pecado? Lo hace al venir a nosotros como la luz de la vida. Esta luz no se encuentra fuera de nosotros, sino que está dentro de nosotros. Cuando recibimos al Señor, Él entró en nosotros como nuestra vida. Esta vida es la que mora en nosotros y ahora brilla dentro de nosotros. Esto es la luz. Poco a poco y espontáneamente el resplandor de esta luz nos libera. Ser libertados de la esclavitud del pecado no ocurre de la noche a la mañana; toma tiempo. Aunque usted puede ser vivificado en un momento, ser libertado del pecado no es tan sencillo.

  Podemos tomar el ejemplo de nuestro mal genio. Todos tenemos la capacidad de enojarnos. Si usted no la tiene, no es un ser humano. Una mesa no puede enojarse. Por mucho que golpee una mesa, ésta nunca perderá su paciencia, pues no tiene paciencia que perder, no tiene esa capacidad. Pero, ¿qué diremos acerca de usted? Toda persona tiene cierta capacidad de enojarse, y ésta es la principal manifestación de la naturaleza serpentina. Satanás se expresa en nosotros principalmente por medio del enojo. Cuando una persona se enoja, tiene la apariencia de una serpiente. Nadie se parece a un ángel cuando se enoja. Cuando usted se enoja con su esposa, se ve como un demonio. Cuando una madre se enoja con su hijito, éste se asustará porque su madre parece un demonio. Cuando nos enojamos se expresa la naturaleza serpentina. Nuestro mal genio nos perturba mucho, nos asedia todo el tiempo. Durante los cincuenta años en que he sido un cristiano que busca del Señor, nada me ha molestado tanto como mi mal genio. ¡Qué difícil es liberarnos de nuestro mal genio! Por mi experiencia puedo testificar que desde el día en que el Señor Jesús entró en mí, Él ha sido mi vida. Esta vida ha estado brillando en mí continuamente. Cuanto más Jesús brilla dentro de mí, más soy libertado de mi mal genio. A veces, cuando estaba a punto de perder la paciencia, esta luz brillaba fuertemente. ¿No ha experimentado usted lo mismo? Mientras usted está a punto de perder la paciencia con su esposa, la luz brilla. Pero los incrédulos, cuanto más se enojan, más furiosos se ponen. Sin embargo, cuando nosotros los cristianos que buscamos al Señor, empezamos a perder la paciencia, descubrimos que cada vez tenemos menos ira. Algunas veces los creyentes son detenidos por el resplandor interior mientras se están enojando. Algo brilla en su interior, matando la naturaleza serpentina. Después de cincuenta años de experiencia, puedo decir que ahora es difícil que yo me enoje, porque durante todos esos cincuenta años la radiación celestial ha estado matando la naturaleza serpentina de mi mal genio.

  El tratamiento de radiación se aplica a ciertas enfermedades, y cuando un paciente se somete a este tratamiento, los rayos son infundidos en él. Nosotros tenemos la radiación celestial dentro de nuestro ser, y ésta mata la naturaleza serpentina. Esta es la luz de la vida, la cual nos liberta de la esclavitud del pecado.

2. Por medio del Hijo como la realidad

  Somos libertados de la esclavitud del pecado no sólo por el resplandor de la luz de la vida, sino también por el Señor como la realidad (Jn 8:32, 36). La palabra traducida “verdad” en este versículo no es lo que se llama la verdad doctrinal, sino la realidad de las cosas divinas, la cual es el Señor mismo (Jn. 14:6; 1:14, 17). En 8:32 dice que “la verdad os hará libres”. El versículo 36 dice que “el Hijo os liberta”. Esto demuestra que el Hijo, el Señor mismo, es la verdad. Ya que el Señor es la corporificación de Dios (Col. 2:9), Él es la realidad de lo que Dios es. Por lo tanto, la realidad es el elemento divino mismo de Dios hecho real y experimentado por nosotros. Cuando el Señor como el gran Yo Soy entra en nosotros como vida, Él brilla en nuestro interior como luz, introduciendo así el elemento divino como realidad en nosotros. Esta realidad, que es el elemento divino impartido en nosotros y experimentado por nosotros, nos libra de la esclavitud del pecado por medio de la vida divina como la luz de los hombres. El Hijo de Dios como la plenitud de la Deidad es la realidad. Mientras Él brilla en nosotros como vida, imparte Su realidad, Su elemento divino, en nuestro ser. Esto no es simplemente resplandecer, sino brillar impartiendo en nuestro ser la realidad de lo que Dios es. Gradualmente, día tras día y año tras año este elemento divino se acumulará en nuestro ser. Así que, dentro de nosotros habrá cierta cantidad de realidad divina. Nadie puede negar esto.

  Yo he sido un cristiano que ha buscado al Señor durante más de cincuenta años. No digo que yo no pueda caer o tropezar. Tal vez el día de mañana tropiece por causa de mi querida esposa o de algún hermano. No obstante, a pesar de lo mucho que pueda tropezar, el elemento divino que ha sido forjado en mi ser durante los pasados cincuenta años, nunca podrá perderse. Aún si tropezase, tropezaría con una buena cantidad del elemento divino.

  Somos libertados de la esclavitud del pecado por medio del resplandor de la vida interior y del obrar del elemento divino en nuestro ser. Esto es semejante al tratamiento médico diseñado para curar algunas enfermedades de la sangre. Es muy difícil eliminar enfermedades de la sangre. Para ello necesitamos tomar algún medicamento. Si yo tomo una medicina varias veces al día, esta medicina, por un lado, destruirá los microbios, y por el otro, impartirá orgánicamente un elemento positivo a mi cuerpo. Dicho elemento suministrará nutrimentos a los tejidos de mi cuerpo. Gradualmente, la enfermedad será eliminada. Por medio de este proceso metabólico, el elemento viejo es desechado y reemplazado por un elemento nuevo. Esta es la forma en que la vida divina nos liberta de la esclavitud del pecado. No depende de que nos consideremos muertos conforme al capítulo 6 de Romanos. Muchos intentamos esto en el pasado y comprobamos que no da resultados. Lo que necesitamos es experimentar al Cristo vivo como la luz que brilla y como el elemento divino que obra en nuestro interior. Finalmente, el elemento celestial y divino será añadido a nuestro ser. Esta es nuestra salvación.

  ¿Cómo puede el Señor guardarnos de pecar más? ¿Cómo puede libertarnos de la atadura y la esclavitud del pecado? Simplemente porque el gran Yo Soy a llegado a ser nuestra vida, y ésta vida es la luz. Cuando lo recibimos, Él llega a ser nuestra vida, y tal vida llega a ser la luz que nos rescata de la oscuridad del pecado. Sólo la luz de la vida puede libertarnos de la atadura y esclavitud del pecado. El Señor pudo perdonarnos porque Él es el Hijo del Hombre, quien murió por nosotros al ser levantado en la cruz. Ahora el Señor puede libertarnos y liberarnos de la esclavitud del pecado porque Él es el gran Yo Soy que vive en nosotros. Él ahora es la vida que es nuestra luz interior. Esta luz de vida puede liberarnos de las ataduras y libertarnos de las tinieblas del pecado. Por lo tanto, debemos entender que sólo cuando Cristo viene a ser nuestra vida y luz podemos ser libres. Además, esta vida y luz nos introducirá en la verdad, esto es, en la realidad. Cuando uno disfruta al Señor Jesús como vida y luz, encontrará que éstas lo introducen en la realidad. Después de esto, será librado de la falsedad. La razón por la que los hombres pecan con facilidad radica en que nacieron en falsedad. Ya que nacieron del diablo, el enemigo de Dios, nacieron como mentirosos. El diablo, quien es el padre de los mentirosos, es el mentiroso máximo. Así que, él introdujo a todos los pecadores en las tinieblas de la falsedad. La vida diabólica los introdujo en las tinieblas, y éstas los trajeron a la falsedad. De manera que es muy fácil que el hombre cometa pecado mientras se encuentre en falsedad. Pero alabado sea el Señor, porque nosotros recibimos al Señor como nuestra vida y luz. Esta vida y esta luz nos introducen en la realidad, la cual nos libertará de la atadura y esclavitud del pecado.

  En este pasaje vemos una comparación entre dos padres distintos. Uno es el padre de los mentirosos, el padre de falsedad, homicidio y adulterio. Originalmente nacimos de este padre. No debemos pensar que hemos nacido meramente de nuestros padres terrenales. Por un lado, nacimos de ellos, pero por otro, nacimos del padre maligno de mentira. Él es el mentiroso mayor y nosotros nacimos como mentirosos menores. “Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (8:44). Nacimos de este padre de mentira; por lo tanto, nacimos como hijos de mentiras. No debemos pensar que nacimos estadounidenses o chinos, pues cada uno de nosotros nació como un mentiroso.

  Pero alabado sea el Señor que existe otro padre, el Padre celestial, el Padre de luz y de verdad. Él es el gran Yo Soy, quien se encarnó como hombre. Como Hijo del Hombre, Él fue levantado en la cruz por nuestro pecado y murió por nosotros. Ahora, si creemos en Él y en lo que Él ha realizado por nosotros, Él, como el gran Yo Soy, el Padre de vida, entrará en nosotros para ser nuestra vida y nuestra luz. Entonces nos librará de la falsedad y de las tinieblas y nos introducirá en la realidad y en el reino de la luz, donde estaremos libres de la atadura y esclavitud del pecado.

IV. LA PERSONA DEL SEÑOR

  Todavía hay más en éste capítulo, porque en él se revela la Persona del Señor. Este capítulo nos muestra quién es Él.

A. Él es el gran Yo Soy

  El Señor es Jehová, el gran Yo Soy (8:24, 28, 58). “Yo soy” es lo que significa el nombre Jehová (Éx. 3:14). Jehová es el nombre de Dios en Su relación con el hombre (Gn. 2:7). Por lo tanto, Su nombre indica que el Señor es el Dios que siempre existe y que tiene una relación con el hombre. El Señor como el gran Yo Soy es el eterno, quien existe de eternidad a eternidad y no tiene principio ni fin. Como el gran Yo Soy Él existe en Sí mismo y siempre existirá por la eternidad. Él no sólo es Jesús, un hombre de Nazaret, sino el gran Yo Soy.

  Decir que el Señor es el Yo Soy significa que Él es todo lo que necesitamos. Tenemos, lo que podría considerarse como un cheque en blanco en el que uno puede escribir cualquier cantidad que necesite. Si necesitamos luz, simplemente escribimos luz, y el Señor será nuestra luz. Si necesitamos consuelo, el Señor será nuestro consuelo. Este tipo de cheque nunca rebota, porque nunca hay escasez de fondos en la cuenta celestial. Sea valiente para escribir una cantidad grande. Lo que usted escriba en ese cheque depende de usted. El Señor es todo lo que usted necesita. Ahora depende de usted el girar la cantidad que necesite. Él es el gran Yo Soy.

B. Antes que Abraham y mayor que él

  El Señor es el gran Yo soy, el Dios eterno que existe para siempre. Como tal, Él es antes que Abraham y es mayor que él (Jn 8:53). Los judíos no entendieron esto y argumentaron con el Señor. “Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo Soy” (vs. 57-58). La gramática aquí es complicada, porque el Señor dijo: “Antes de que Abraham fuese, Yo Soy”. Según la gramática, Él debería haber dicho: “Yo era”. Pero Él siempre es presente; Él es el Yo Soy. Sea el pasado, el presente o el futuro, Él siempre está en el presente.

C. El Hijo como la realidad

  Como ya hemos hecho notar, basándonos en lo que se menciona en los versículos 32 y 36, el Hijo es la realidad. El Señor es el Hijo como realidad; como tal, imparte el elemento divino en Sus creyentes.

D. El Hijo del Hombre

  Otro aspecto del Señor consiste en que Él es el Hijo del Hombre. Por un lado, Él es el gran Yo Soy; por otro, es el Hijo del Hombre (8:28). Los judíos levantaron al Hijo del Hombre en el madero, pero no pudieron levantar al gran Yo Soy. Esto es muy extraño, pero conforme al versículo 28, es sólo cuando ellos levanten al Hijo del Hombre, que le conocerán como Jehová, el gran Yo Soy. Él fue levantado en la forma de serpiente por causa de los pecadores envenenados por la serpiente, para echar fuera a la serpiente antigua (3:14; 12:31-34; Ap. 12:9; 20:2). Fue levantado para eliminar la naturaleza serpentina y a la serpiente misma.

  ¿Cómo es posible que el Señor no tuviera pecado? Es posible porque Él es Jehová, el gran Yo Soy. ¿Cómo pudo Él condenar el pecado? También porque Él es el gran Yo Soy. Pero, ¿cómo puede Él como Jehová perdonar el pecado? Debemos recordar que Jehová nunca pudo perdonar el pecado. Si Jehová lo hiciera, se haría a Sí mismo injusto. Sólo había una manera en la que Él podía perdonar el pecado, y ésta era hacerse el Hijo del Hombre y ser crucificado. En otras palabras, únicamente podía perdonar el pecado por medio de la redención. Sin tal redención, Dios mismo habría sido incapaz de perdonar los pecados. Sin esta redención no habría base para el perdón. Pero, debido a que Él fue levantado en la cruz como Hijo del Hombre, pudo cargar nuestros pecados y redimirnos de todos ellos. De esta manera Él tuvo la debida posición para perdonar los pecados.

  Todo el Evangelio de Juan también revela que el Señor es la Palabra y el Espíritu. Encontramos tal pensamiento a través de todo este Evangelio. Una vez que uno vea la maravillosa Persona de Cristo en este Evangelio, se preguntará: “¿Dónde está Él y cómo puedo tener contacto con Él?”. Alabado sea el Señor que Él está en la Palabra y en el Espíritu, porque es la Palabra y el Espíritu. Ahora tenemos tanto la Palabra como el Espíritu. Si tenemos contacto con el Espíritu y recibimos la Palabra, entonces tendremos al Señor mismo. Tenemos todo al permanecer y al continuar en la Palabra del Señor (8:31). Mantenernos en contacto con la Palabra del Señor significa que permanecemos en el Señor mismo. Mediante el contacto con la Palabra, mantenemos contacto con la fuente de la vida que es eterna y que perdura para siempre.

  Por lo tanto, por estar siempre en contacto con el Señor mismo nunca veremos muerte (v. 51). Esto ha sido probado por la historia. Cuando algunos de los santos estaban a punto de morir, ellos no gustaron la muerte aunque estaban al borde de ella. Por ejemplo, cuando D. L. Moody estaba en su lecho de muerte, murió valientemente y sin gustar la muerte, porque permaneció en el Señor y se mantuvo en contacto con la fuente de la vida. De la misma manera, si nosotros permanecemos en la Palabra del Señor y nos mantenemos en contacto con ella, también permaneceremos en contacto con la fuente de la vida en todo momento. De esta manera no probaremos la muerte. Pasaremos por la muerte sin gustarla.

  El Evangelio de Juan es un libro de vida. En este evangelio muchas veces las personas le hicieron preguntas al Señor con la intención de recibir un sí o un no como respuesta. Sin embargo, Él nunca les dio un sí o no. Por ejemplo, en el capítulo 4 la mujer samaritana le dijo: “Nuestros padres adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (v. 20). En otras palabras, ella estaba preguntándole cuál era el lugar correcto para adorar. El Señor Jesús no le dijo cuál era el lugar correcto. Él le dijo que Dios es Espíritu y que debemos adorarle en espíritu (v. 24). No depende de aquí o de allá, sino que se trata de estar en el espíritu, donde tenemos contacto con Dios, quien es el árbol de la vida. El Señor Jesús no le contestó con un sí o un no, sino que la dirigió a su espíritu humano para que tuviera contacto con Dios, quien es el árbol de la vida. El mismo principio se encuentra en el capítulo 8, cuando los fariseos le trajeron al Señor una mujer pecadora y le preguntaron si debía ser apedreada o no. De nuevo el Señor no les contestó con un sí o un no. Él dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (v. 7). La respuesta del Señor los regresó a Él mismo, esto es, al árbol de la vida. Más tarde, cuando lleguemos al capítulo 9, veremos que los discípulos le hicieron al Señor una pregunta acerca del hombre que era ciego de nacimiento, inquiriéndole acerca de quién había pecado, si él o sus padres, para que hubiera nacido así. El Señor les contestó: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino que nació así para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 3). Una vez más el Señor les contestó guiándolos a Dios, el árbol de la vida. El Evangelio de Juan es un libro de vida, por lo tanto, nunca ofrece respuestas conforme al árbol del conocimiento del bien y del mal, sino que siempre dirige a la gente al árbol de la vida. No se puede dar respuestas de bien o mal, correcto o incorrecto, sí o no. Solamente hay una cosa: la vida. No es necesario que estemos correctos, así como no es necesario que estemos equivocados. Lo único que debe interesarnos es la vida. Mientras tengamos la vida, todo estará bien.

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