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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 3

INTRODUCCIÓN A LA VIDA Y A LA EDIFICACIÓN

(2)

  En el mensaje anterior vimos que Cristo, el Verbo, vino como vida y luz con el fin de producir muchos hijos para Dios, que fuesen Su agrandamiento y Su expresión corporativa. Esto se revela en Jn. 1:1-13. Este asunto debe quedar grabado en nuestros corazones.

  En este mensaje estudiaremos la segunda sección de Juan 1, la cual consta de los versículos del Jn. 1:14-18. Esta sección nos muestra que el mismo Cristo quien es el Verbo, y que vino como vida y luz a fin de producir muchos hijos como el agrandamiento y expresión de Dios, se encarnó para que lo disfrutemos. Jn. 1:1-13 dice que Cristo vino con el fin de producir hijos para Dios; y los versículos del 14 al 18 indican que todos los hijos de Dios necesitan el disfrute de Cristo.

  ¿Cómo podemos disfrutar a Cristo? Por medio de Su encarnación. Encarnarse significa consolidarse. Antes de la encarnación, Cristo, el Verbo, era un misterio. Sin embargo, cuando se encarnó, Él se hizo real para nosotros. Antes de Su encarnación, era intangible, invisible, no se le podía tocar, pero al hacerse carne, Él se hizo sólido, real, visible y tangible. El versículo 14 dice: “Y el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros”. Esto representa algo sólido. Cuando Él se hizo carne y fijó tabernáculo entre los hombres, Él se hizo tangible. La gente lo podía ver y tocar. Por esto Juan dice: “Y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre”. En la primera epístola de Juan, él dice que ellos lo palparon (1 Jn. 1:1). Así que, por medio de Su encarnación Cristo se hizo tangible.

  Aunque por medio de Su encarnación Él se hizo tangible, necesitábamos algo más antes de poder disfrutarlo. Por lo tanto, 1:14 dice que Él estaba “lleno de gracia y de realidad”. No dice que Él estaba lleno de doctrinas y de dones. Cuando Él se hizo visible y tangible, estaba lleno de gracia y de realidad. Mientras Cristo estaba físicamente con los discípulos, ellos no sólo lo vieron, sino que también lo disfrutaron. Si pudiéramos preguntarle a Pedro o a María por qué amaban al Señor y por qué les gustaba tanto estar con Él, es posible que dijeran: “No podemos expresarlo con palabras. Cuando estamos con Él, tenemos un cierto disfrute. Sólo podemos testificar que Su presencia es muy agradable, es un gozo y una realidad. No sabemos cómo explicarlo, ni definirlo, pero estamos seguros de que lo disfrutamos”. ¿Qué era lo que ellos disfrutaban? Disfrutaban al Verbo encarnado, lleno de gracia y de realidad.

II. EL VERBO SE ENCARNÓ PARA DAR A CONOCER A DIOS

A. Se hizo carne

  Acabamos de plantear que el Verbo se hizo carne para que lo disfrutáramos. Ahora debemos ver que Él se encarnó a fin de dar a conocer a Dios (v. 18). Dios “fue manifestado en la carne” (1 Ti. 3:16). ¿Cómo Él dio a conocer a Dios? Lo dio a conocer en la carne al presentarse a nosotros para que lo disfrutemos. Él nunca les dijo a los primeros discípulos: “Hijitos, quiero que sepáis que soy el Hijo de Dios y que he venido a vosotros en la carne para manifestarles Dios. Vosotros necesitáis conocer a Dios. Miradme, para que os deis cuenta de quien soy. Si me conocéis a Mí, conoceréis a Dios el Padre”. Si Él hubiese dado a conocer a Dios de esta manera, los discípulos se hubiesen apartado de Él. Tal vez Pedro habría dicho: “Voy a volver a pescar en Galilea”. Y Marta habría dicho: “Señor, yo regreso a mi casa para seguir haciendo mis cosas”. No, Cristo no vino en la carne con el fin de dar a conocer a Dios por medio de enseñanzas, sino que vino lleno de gracia y de realidad. Él no dijo: “Hijitos, debéis buscar a Dios en Mí. Reconoced que vine para dar a conocer a Dios”. Él manifestaba a Dios como un disfrute, al presentarse a Sí mismo como gracia y realidad. Por lo tanto, es posible que Pedro dijera: “Jamás volveré a pescar. Estaré junto a este hombre para siempre. Aunque no sé con seguridad si es el Hijo de Dios, el Padre, el Verbo o el Creador, estoy seguro que Su presencia es muy agradable”. Esta fue la manera en que Jesús, el Hijo de Dios en la carne, dio a conocer a Dios. Él no lo hacía por medio de enseñanzas, sino proporcionando un disfrute. Con sólo mirar a las personas, Él las cautivaba. ¡Cuán disfrutable y agradable era Su presencia! Muchos de los primeros discípulos fueron cautivados por Él. Nadie podía rechazar Su agradable presencia. De esta manera Él dio a conocer a Dios.

  Dios no es un Dios de enseñanzas, doctrinas, reglamentos, leyes ni dones. Él es un Dios de disfrute. Dios es nuestra gracia y realidad. Él es nuestro disfrute pleno, y Jesús, el Hijo de Dios, es la corporificación del disfrute de Dios. Cuando Él permanece en nosotros, disfrutamos a Dios. Probamos la dulzura, el amor y la preciosidad de Dios. Con el tiempo, obtenemos Su realidad. No tenemos las palabras adecuadas para expresar esto, pero podemos disfrutarlo hoy. Cuando permanecemos en la presencia del Señor por un periodo de tiempo, invocando Su nombre y diciendo: “Señor Jesús, te amo”, percibimos una dulzura, un consuelo y un descanso, y somos refrescados y fortalecidos. No sólo esto, sino que también recibimos Su realidad. Es posible que otros nos pregunten: ¿Qué clase de realidad tiene usted? Aunque no lo puedo describir, yo sé que tengo realidad. Antes de permanecer en la presencia del Señor, estaba vacío, pero ahora me siento lleno. Tengo realidad, estoy satisfecho y rebosando.

  El Verbo se encarnó con el fin de dar a conocer a Dios, haciéndose carne para nuestro disfrute. El Hijo de Dios lo manifiesta ante los hombres por medio del disfrute. Esto es maravilloso.

  Cuando el Verbo se hizo carne, Él estaba “en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3). En la Biblia, la palabra carne no es un término positivo, ya que denota algo caído y pecaminoso. Romanos 7:18 dice que en la carne no mora el bien. Cuándo la Palabra dice que Cristo se hizo carne, ¿estará diciendo que Él se hizo algo pecaminoso? Absolutamente no. Él se hizo carne “en semejanza de carne de pecado”. Este hecho fue tipificado por la serpiente de bronce en el asta que Moisés levantó en el desierto (Nm. 21:4-9). Aunque la serpiente de bronce tenía la forma de una serpiente, no tenía la naturaleza venenosa de la misma. Su naturaleza era pura, limpia y buena. Tenía esta forma a fin de ser un substituto. Veremos más acerca de esto cuando lleguemos a Juan 3:14. Por ahora es suficiente que veamos que cuando Cristo se hizo carne, Él no tenía la naturaleza pecaminosa de la carne, sino sólo la semejanza. Debido a que se encarnó de esta manera, el hombre podía tocarlo, participar de Él y disfrutar de la plenitud de Dios que estaba en Él. Ya que 2 Corintios 5:21 dice que Dios lo hizo pecado, parecería que en Su carne Él tenía pecado. Pero en realidad, Él no tenía la naturaleza pecaminosa, sino sólo la forma, la semejanza de la carne de pecado.

  En 2 Corintios 5:21 también dice que Él “no conoció pecado”. No podemos explicar esto con palabras. ¿Cómo podemos decir que el Señor Jesús no conoció pecado, si Él conoce todas las cosas? Ya que Él conoce todas las cosas, conoció el pecado perfectamente. No obstante, 2 Corintios 5:21 dice lo contrario. ¿Qué quiere decir esto? Conforme a mi entendimiento, quiere decir que Jesús no tuvo pecado y que no estaba en nada involucrado con el pecado. En Su naturaleza y sustancia no existía el pecado. Aunque Él fue hecho pecado, en Él no estaba la naturaleza del pecado. Todo lo que podemos decir es que Él tenía la forma, la semejanza, de la carne de pecado.

B. Fijó tabernáculo entre los hombres

  Cuando Él vino en la carne, Él era el tabernáculo de Dios entre los hombres. Al encarnarse, el Verbo no sólo introdujo a Dios en la humanidad, sino que también se hizo el tabernáculo de Dios, para ser la habitación de Dios en la tierra entre los hombres. Según el relato del Antiguo Testamento, hubo entre la gente de la tierra un tabernáculo, en el cual Dios estaba presente. Jesús en la carne fue el verdadero tabernáculo. El tabernáculo que se menciona en el Antiguo Testamento era un tipo, una sombra o figura del verdadero tabernáculo, el cual era Cristo mismo en la carne. Dios se encontraba en este tabernáculo, ya que el tabernáculo trajo a Dios a los hijos de Israel. En la época neotestamentaria, fue Jesús en la carne, el que introdujo a Dios en el hombre para que éste disfrutara de la presencia de Dios. Mientras estaba en la carne como el tabernáculo de Dios entre los hombres, Dios estaba corporificado en Él (Col. 2:9). Todo lo que Dios es y tiene está corporificado en Jesús. ¿Con qué propósito se corporificó Dios en la carne de Jesús? A fin de que el hombre pecador pudiera participar de Dios en Cristo. En otras palabras, Dios se corporificó en Cristo para nuestro disfrute.

  Cristo en la carne era la morada de Dios en la tierra. Un día, mientras se encontraba en un monte junto con tres de Sus discípulos, Él se transfiguró delante de ellos (Mt. 17:2; 2 P. 1:17-18). Esto significa que el Dios de gloria que moraba en Él salió del tabernáculo. El Dios de gloria que estaba oculto en la carne y por la carne, se manifestó en el monte. Esta fue la transfiguración de Jesús. La gloria, que era Dios mismo, salió del tabernáculo. Incluso, los hijos de Israel en la antigüedad presenciaron la gloria shekiná que se encontraba dentro del tabernáculo (Éx. 40:34). Lo mismo sucedió en el monte de la transfiguración. Repentinamente en la presencia de tres de los discípulos, la gloria shekiná que estaba en Jesús, se manifestó, brillando sobre Pedro, Jacobo y Juan. Fueron sorprendidos, incapaces en ese momento de disfrutar mucho de esta gloria. Es posible que en ese momento disfrutaran un poco, pero sin duda, al recordarlo, probablemente pensaban lo maravilloso que fue.

C. Con gracia

  Juan nos dice que cuando Cristo, el Verbo, se encarnó y fijó tabernáculo entre nosotros, estaba lleno de gracia. En Cristo había algo que la Biblia llama gracia. ¿Qué es la gracia? Esto es difícil de definir. Podemos decir que la gracia es Dios en Cristo con toda Su plenitud para que le disfrutemos. Esto incluye el descanso, el consuelo, el poder, la fuerza, la luz, la vida, la justicia, la santidad, y todos los otros atributos divinos. Esto es la gracia para que la disfrutemos. Simplemente disfrutamos a Dios en Cristo como todo. Cada vez que estamos en la presencia de Dios, disfrutamos la plenitud de todo lo que Él es. Así, pues, el versículo 16 dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. La plenitud de la Deidad, es decir, todo lo que Dios es, mora en Cristo corporalmente para que lo disfrutemos.

  Ya vimos que la gracia no es nada menos que Dios en el Hijo para nuestro disfrute. Cuando comparamos Gálatas 2:20 con 1 Corintios 15:10, vemos claramente a Cristo como la gracia; por ejemplo: “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” y “pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. La gracia no consiste en dones materiales, ni siquiera en dones espirituales, sino en Dios mismo en Cristo como nuestro disfrute. El apóstol Pablo dijo que todo lo que no es Cristo es basura (Fil. 3:8). Para el apóstol, fuera de Cristo y de Dios, hasta las mejores cosas no eran nada más que basura. Aquí esta palabra en griego significa comida para los perros, las sobras, o basura que se tiraba a los perros en la antigüedad. Si alguien busca algo que no sea Dios en Cristo, en realidad está buscando basura. Todo lo que no es Dios en Cristo es basura. Sin embargo, Dios en Cristo es nuestra gracia, la cual vino mediante la encarnación de Dios. La gracia simplemente es el Dios que disfrutamos en Cristo como nuestro único y pleno disfrute.

  Disfrutar a Dios y participar de Él, es la gracia. Repito, la gracia es Dios en el Hijo como nuestro disfrute. La gracia es Dios, no en doctrina, sino en la experiencia. Cuando experimentamos a Dios como nuestra fuerza, vida, descanso, poder, justicia y santidad, esto es la gracia. Cristo nos da a conocer a Dios el Padre en forma de disfrute, es decir, diariamente Él nos provee una porción del disfrute de Dios.

  Cuanto más disfrutamos de Dios, más le conocemos. Por ejemplo, la única forma de conocer un alimento es comerlo. Aunque usted me diga que algo es delicioso, si no lo pruebo esto no me consta. Pero, cuando como esa comida, ella se me ha dado a conocer por medio de mi disfrute de ella. Ahora la conozco, pero no se lo puedo explicar. Si usted desea conocerlo, también tiene que comerla. Así pues, Dios se nos da a conocer cuando lo probamos. Debemos probar a Dios. Debemos disfrutarle como nuestra gracia, ya que esta es la manera en que Cristo da a conocer a Dios. Este asunto va más allá de nuestra capacidad de expresarlo. El disfrute es real, pero es difícil explicárselo a otras personas. Supongamos que usted prueba un pastel y me dice: “Está delicioso”. Si le pidiera más detalles, usted me diría: “No se lo puedo decir. Usted tiene que probarlo”. Debemos probar a Dios. Cristo vino con la plenitud de la gracia de Dios. Debemos disfrutar de Su presencia y permanecer en Él. Entonces participaremos de lo que Dios es. De este modo Dios nos es dado a conocer, y lo experimentamos.

D. Con la realidad

  Cada vez que disfrutamos a Dios, no sólo recibimos la gracia, sino también la realidad. Cuando disfrutamos a Dios, recibimos la gracia, y a raíz de esto, Dios es hecho real para nosotros. El último punto que se relaciona con la encarnación de Dios es la realidad. La palabra verdad que se menciona en el Evangelio de Juan significa realidad, y se refiere a que nos demos cuenta de quién es Dios y la realidad de Dios. Pablo dijo en el Nuevo Testamento que todo era basura (Fil. 3:8), y Salomón declaró que todo era vanidad (Ec. 1:2), carente de realidad. Nada de lo existente es realidad; todo es vanidad. Para el apóstol todas las cosas eran basura, y para el rey Salomón todo era vanidad. Sólo Dios es realidad. Si tenemos a Dios, tenemos la realidad. Cuanto más experimentamos a Dios, más disfrutamos de la gracia y más aprehendemos la realidad.

  La gracia es Dios disfrutado por nosotros en el Hijo; la realidad es Dios hecho real para nosotros en el Hijo. La gracia es el disfrute, y la realidad es la aprehensión. Usted puede declarar que Dios es luz, simplemente en doctrina sin tener la realidad. Sin embargo, cuando usted participa de Dios, y lo experimenta como luz, entonces usted conoce a Dios como luz. De igual modo, si decimos que Dios es vida, estas pueden ser sólo palabras. Pero, si disfrutamos a Cristo como nuestra porción, nos daremos cuenta de que Dios es nuestra vida. Por lo tanto, la gracia es Dios disfrutado por nosotros, y la realidad es Dios hecho real para nosotros en ese disfrute.

  La gracia y la realidad vinieron con Jesús. El versículo 17 dice: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. La ley hace exigencias al hombre conforme a lo que Dios es, pero la gracia le suministra al hombre lo que Dios es para satisfacer lo que Él exige. A lo más la ley era solamente un testimonio de lo que Dios es (Éx. 25:21), pero la realidad es la aprehensión de lo que Él es. Por medio de la ley nadie puede participar de Dios, pero la gracia es el disfrute de Dios para el hombre, y la realidad es Dios hecho real para el hombre. Por ende, la gracia es Dios disfrutado por el hombre, y la realidad es Dios hecho real para el hombre. Ya que la gracia y la realidad vinieron con Jesús, cuando Él está con nosotros, tenemos gracia y realidad. Aunque carecemos de las palabras para describir esto, lo sabemos, hasta cierto punto, por medio de nuestra experiencia. Hemos disfrutado a Dios en Cristo como la gracia muchas veces, y lo hemos recibido como la verdadera vida, luz, descanso, paciencia, humildad y muchas otras cosas. Esto es Dios hecho real para nosotros.

  Cuando disfrutamos a Dios en Cristo como la gracia y lo asimos en Cristo como la realidad, descubrimos cuán inescrutables son Sus riquezas. De Su plenitud hemos recibido gracia sobre gracia. En el Cristo encarnado habitaba toda la plenitud de Dios (Col. 2:9). Mediante la encarnación de Dios en Cristo, podemos recibir las riquezas de la gracia y la realidad que surgen de Su plenitud divina.

  La gracia y la realidad no tienen límite. Siempre hay plenitud. Cualquier cosa que disfrutemos fuera de Dios en Cristo tiene un límite; sin embargo, cuando disfrutamos a Dios en Cristo como la gracia y la realidad, nos damos cuenta de que no existen límites, sólo hay plenitud. Esta plenitud es ilimitada. Cuanto más disfrutamos de esta plenitud, más nos damos cuenta de cuán ilimitada es. La gracia nunca se mermará por nuestro disfrute y la realidad nunca se agotará por nuestra experiencia. Cuanto más la experimentamos, más hay; ésta aumenta de acuerdo a nuestra capacidad de poder experimentarla. Nuestra capacidad determina nuestra medida de la plenitud de la Deidad. ¿Cuán grande es Dios para usted? Si su capacidad es de ocho onzas, la plenitud de Dios para usted será de ocho onzas. Si su capacidad aumenta a ochocientos galones, la plenitud de Dios lo llenará hasta rebosar. Si su capacidad es como el Océano Pacífico, usted conocerá la plenitud de Dios hasta ese grado. Sin embargo, aún la cantidad del Pacífico no es suficiente, necesitaríamos la capacidad de un océano eterno. Pero, incluso si nuestra capacidad aumentara hasta ese grado, Dios lo llenaría hasta rebosar. Por lo tanto, el disfrute de Dios en Cristo es ilimitado. Nuestro disfrute de Su plenitud depende de nuestra capacidad.

E. En el Hijo unigénito de Dios

  Dios es dado a conocer en el Hijo unigénito de Dios, quien estaba en el seno del Padre desde la eternidad pasada y que aún está allí después de la encarnación. Por lo tanto, el versículo 18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. El Hijo unigénito estaba, está y estará para siempre en el seno de Dios el Padre. Lo que el versículo 18 dice es muy simple, pero su significado es profundo. ¿Me podría decir qué es el seno del Padre? Hasta ahora no he escuchado una respuesta satisfactoria. Este asunto es algo muy íntimo, hondo y profundo. Yo no puedo decirles lo que significa por que carezco del entendimiento y las palabras para hacerlo. Sin embargo, sabemos que el amado Unigénito del Padre, está continuamente en el seno del Padre con el fin de manifestarlo. De esta manera Él da a conocer al Padre y nos introduce al disfrute del Padre.

  Dios se expresa en Cristo, y con Él recibimos la gracia y la realidad. Por lo tanto, cuando vamos a Cristo, disfrutamos de la gracia y participamos de la realidad. El versículo 18 nos dice que Cristo, como el Hijo unigénito de Dios, está en el seno de Dios el Padre. Por lo tanto, cuando disfrutamos a Cristo de una manera muy íntima, este íntimo disfrute nos llevará a Dios el Padre. Es decir, este disfrute de Cristo nos lleva al seno del Padre. En el Padre tenemos amor y luz. Cristo es la expresión de Dios del mismo modo que la gracia es la expresión del amor, y la realidad es la expresión de la luz. Cuando disfrutamos a Cristo como la gracia y la realidad, somos llevados al seno del Padre donde disfrutamos del amor y la luz. El amor es la fuente secreta de la gracia, y la luz es la fuente secreta de la realidad. Por esta razón en el Evangelio de Juan tenemos la gracia y la realidad, pero en la Primera Epístola de Juan vemos el amor y la luz (1 Jn. 1:5; 4:7-8). El Evangelio de Juan nos trae a Dios, y lo disfrutamos como la gracia y la realidad. La Primera Epístola de Juan nos lleva a Dios, y lo disfrutamos como el amor y la luz. Si sólo disfrutamos de la gracia, este disfrute no es lo suficientemente profundo. Cuando la gracia nos introduce al amor, alcanzamos la fuente de donde fluye la gracia. Si nos remontamos al origen de la gracia, la gracia llega a ser el amor. De igual modo, la luz es la fuente de la cual brota la realidad. Si nos remontamos al origen de la realidad, llegamos a la luz, ya que la luz representa una experiencia más profunda de la realidad.

F. Para dar a conocer a Dios

  Ya vimos que el Verbo se encarnó a fin de dar a conocer a Dios, es decir, expresarlo (He. 1:3), explicarlo y definirlo. El Hijo unigénito del Padre dio a conocer a Dios por medio del Verbo, la vida, la luz, la gracia y la realidad. También vimos que estas cinco cosas están relacionadas con la encarnación de Dios. Todas éstas se encuentran y se cumplen en Dios mismo. El Verbo es Dios expresado, la vida es Dios impartido, la luz es Dios brillando, la gracia es Dios disfrutado, y la realidad es Dios hecho real, es decir, aprehendido. Por medio de estas cinco cosas, el Hijo da a conocer por completo a Dios. La esencia de todas ellas es Dios. Aunque nadie ha visto a Dios jamás, Su Hijo le ha dado a conocer como el Verbo, la vida, la luz, la gracia y la realidad. Cuanto más recibamos la palabra, cuanto más Dios llegue a ser nuestra vida, cuanto más permitamos que la luz de dicha vida nos ilumine, y cuanto más lo disfrutemos como la gracia y lo aprehendamos como la realidad, más conoceremos a Dios. Dar a conocer a Dios significa expresarlo, explicarlo y definirlo. Cristo dio a conocer a Dios, lo expresó, lo explicó y lo definió al encarnarse como el Verbo, quien trae la vida, la luz, la gracia y la realidad.

  Los primeros dieciocho versículos del capítulo uno se pueden resumir en las siguientes palabras: Verbo, Dios, vida, luz, gracia y realidad. Juan 1:1-18 nos dice cómo por medio del Verbo todas las cosas llegaron a la existencia, y cómo el Verbo, Dios mismo, se hizo carne para traer gracia y realidad al hombre. En Él estaba la vida, la cual era la luz de los hombres, para que ellos la recibieran. Todos los que le recibieron como tal, nacieron de Él, y lo tuvieron como su vida y luz. Luego participaron de Él como gracia y realidad. De este modo, Dios en el Hijo se dio a conocer a los hombres. Cristo, al ser el Verbo, la vida, la luz, la gracia y la realidad, nos expresó, explicó y definió a Dios.

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