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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 39

LA ORACIÓN POR PARTE DE LA VIDA

(2)

  En el mensaje anterior abarcamos el tema, el pensamiento central, de la oración que el Señor hace en Jn. 17. Ahora llegamos a la segunda parte de esa oración. La primera parte, del versículo Jn. 17:1-5, nos revela el tema de la oración; y la segunda parte, de los versículos del Jn. 17:6-24, trata de la unidad. El propósito de la unidad es glorificar al Hijo a fin de que Él glorifique al Padre. En la unidad están incluidos todos los discípulos, todos aquellos a quienes Dios ha elegido y ha dado al Señor Jesús, todos aquellos a quienes el Señor ha dado vida eterna.

II. LOS CREYENTES SON EDIFICADOS EN UNIDAD

  Para que exista la unidad se requiere que haya edificación. Sin edificación no hay unidad. No piensen que materiales apilados es una unidad. No, esa no es la unidad. Consideren una casa; en ella sí existe una verdadera unidad entre los materiales, y esa unidad constituye la edificación. Cada uno de los materiales ha sido debidamente integrado, y eso precisamente es la unidad. La unidad a la que muchos cristianos se refieren hoy en día es similar a un amontonamiento de materiales. Aún más, en algunas ocasiones el concepto que tienen de la unidad ni siquiera es el conjunto de materiales, sino de un hermano que está lejos de otro y le dice: “Somos uno”. El hermano Nee dice que esta clase de unidad es como darse las manos por encima de una cerca. Y la unidad de hoy en día frecuentemente no es ni siquiera darse las manos por encima de la cerca, sino una súplica de lejos que hace el uno al otro. Un hermano de la costa oriental puede pedirle a uno de la costa occidental que sea uno con él, diciéndole: “Querido hermano, yo soy uno contigo”. El otro le responde: “Yo también soy uno contigo”. Sin embargo, en su corazón se dicen: “Si no mantenemos una distancia segura entre nosotros, inevitablemente nos ofenderemos mutuamente”.

  Si tal fuera la verdadera unidad, ¿dónde estaría el Cuerpo? En realidad lo que sucede entre ellos es que el hombro le tiene miedo al cuello y procura mantener una buena distancia entre ellos. El ojo también se cuida de la nariz, diciendo: “Hermana nariz, tú eres muy fuerte; no me atrevo a estar muy cerca de ti. Voy a ser cortés y amable contigo, pero me mantendré a una distancia prudente de ti”. Los obreros cristianos en su mayoría no están dispuestos a ser uno con los demás. Tal situación no es unidad. La unidad genuina es la edificación. Miren la unidad que tenemos en nuestro cuerpo físico. Esta unidad es un ejemplo de edificación. Es preciso ver que hoy el Señor necesita esta edificación. Hace dos mil años el Señor dijo: “Vengo pronto” (Ap. 22:20). Ya pasaron dos mil años, y Él aún no regresa. ¿Por qué? Porque sería una deshonra para Él venir sin que haya una edificación verdadera. Es necesario que un pequeño remanente responda al deseo del corazón del Señor y esté dispuesto a perder su identidad a fin de ser edificados como una sola entidad. Esto avergonzará al enemigo, Satanás, quien aborrece esta edificación. Así que, en Juan 17, el Señor oró por esto.

  En los versículos del 6 al 24 el Señor oró pidiendo que los creyentes fueran edificados y sean uno. Esta unidad se produce en tres etapas: en el nombre del Padre por medio de la vida eterna (vs. 6-13), en el Dios Triuno mediante la santificación realizada por la palabra santa (vs. 14-21) y en la gloria divina con miras a la expresión del Dios Triuno (vs. 22-24).

A. En el nombre del Padre por la vida eterna

  La verdadera unidad, que es la edificación de los creyentes, se lleva a cabo en el nombre del Padre y por la vida eterna, la cual es la realidad del nombre del Padre. El nombre del Padre, a su vez, es el Padre mismo, y la realidad del Padre es la vida divina. Esto se aplica aun en el caso de nuestros padres naturales, porque la realidad de nuestro padre natural es su propia vida. Si nuestro padre natural no hubiera tenido vida que impartirnos, no habría podido ser nuestro padre. Mi padre es mi padre porque tiene la vida que me impartió, la cual es la realidad de su paternidad. La palabra Padre no debe ser simplemente un título, sino una realidad. La vida divina, la vida eterna, es la realidad del título Padre.

1. El Padre

a. La fuente de la vida

  El Padre es la fuente de la vida, lo cual está implícito en lo dicho por el Señor en Juan 5:26: “El Padre tiene vida en Sí mismo”. En todas las Escrituras, especialmente en el Evangelio de Juan, cuando se habla del Padre se habla de la fuente de la vida. Incluso en una familia humana, la vida de la familia procede del padre. Así como el padre es la fuente y el origen mismo de la familia, de la misma manera el nombre del Padre revela que Él es la fuente de la vida.

b. Para propagar y multiplicar la vida

  La función del Padre, la fuente de la vida, es propagar y multiplicar la vida. El padre de familia, quien es el origen de la vida de la familia, es quien propaga la vida. Aunque un hombre sea muy joven, al llegar a ser padre, una fuente de vida, efectúa esta propagación. Inicialmente este hombre quizá haya estado solo, pero llega a tener, por ejemplo, cuatro hijos pequeños. Después de casarse, la vida que tiene el hombre, la cual le da la facultad para ser la fuente de la familia, empieza a propagarse. A medida que la propagación de la vida se extiende, también se multiplica la vida. La vida del Padre tiene como objetivo la propagación y la multiplicación.

c. El Padre engendra muchos hijos, quienes lo expresan

  El Padre, quien es la fuente de la vida y quien desea la propagación y la multiplicación de la vida, engendra muchos hijos que le expresan (1:12-13). Por lo tanto, tenemos una propagación, multiplicación y expresión. Ya vimos que esta oración final es la confirmación del mensaje que el Señor dio en los capítulos del 14 al 16, donde vimos que la propagación de la vida y la multiplicación de la vida sirven para expresar al Dios Triuno. Ahora, aquí tenemos los mismos puntos en esta oración final: el Padre se propaga y produce muchos hijos que son Su expresión.

d. El nombre Padre está relacionado con la vida divina

  El nombre del Padre está muy relacionado con la vida divina. Sin tener la vida divina, Dios no habría podido ser el Padre. ¿Cómo puede un hombre llegar a ser padre? Solamente por su vida. Si uno no tiene vida, no puede llegar a ser padre. El padre es uno que produce, pero no lo hace fabricando en serie, sino que lo hace engendrando; un padre es aquel que engendra vida. Sin esta vida, el hombre no tiene la realidad de la paternidad. Si tenemos presente que el Padre tiene la vida divina para engendrar, propagar, multiplicarse y producir muchos hijos, podremos entender mucho mejor el Evangelio de Juan. Si un hombre es incapaz de procrear, nunca será padre. Lo que lo capacita para ser padre es la facultad de engendrar hijos. Cuantos más hijos tenga, mayor será su paternidad. Supongamos que un hombre pudiera procrear cien hijos. Sin duda, sería el mayor padre de la tierra, porque poseería una vida muy rica en lo que concierne a engendrar. Miremos cuántos hijos tiene nuestro Padre celestial. No son cientos ni miles, sino millones de hijos. ¡Qué gran Padre tenemos! ¡Cuánta propagación de vida tiene Él!

  Siempre que lo llamemos: “Padre”, debemos entender que dicho título se hace realidad en virtud de Su vida divina, sin la cual el nombre del Padre no sería nada más que una palabra hueca y carente de realidad. Ya que la realidad del título Padre es la vida divina, al decir que somos uno en el nombre del Padre, afirmamos que somos uno en la vida divina.

2. El nombre del Padre

a. Los nombres Dios y Jehová son revelados adecuadamente en el Antiguo Testamento

  En el versículo 6 el Señor le dijo al Padre: “He manifestado Tu nombre a los hombres que del mundo me diste”. El nombre al que aquí se alude es el nombre del Padre. Los nombres Dios y Jehová fueron revelados adecuadamente al hombre en el Antiguo Testamento, mas no el nombre Padre. En los tiempos del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios conoció a Dios principalmente como Elohim, esto es, Dios, y Jehová, o sea, el que existe para siempre; pero no lo conoció mucho con el título de Padre. Dios es Su nombre cuando se relaciona con la creación, y Jehová cuando se relaciona con el hombre. El primer capítulo de Génesis revela el nombre Dios, pero no menciona el nombre Jehová. En el segundo capítulo de Génesis, cuando estaba a punto de establecer una relación con el hombre, Dios revela Su nombre Jehová.

b. El título Padre se menciona muy poco en el Antiguo Testamento

  Los nombres Dios y Jehová son plenamente revelados en el Antiguo Testamento, lo cual no sucede con el nombre del Padre, que sólo se menciona brevemente en Isaías 9:6, 63:16 y 64:8. ¿Qué muestra la revelación del nombre Padre? El nombre denota la relación de vida. Cuando digo: “Mi Padre”, me refiero a que tengo Su vida y a que nací de Él. El Antiguo Testamento no revela que Dios es un Padre que engendra y regenera a innumerables personas. Es en el Nuevo Testamento donde el Señor revela a Dios como el Padre que regenera a muchos hijos. Él es la fuente de la vida; por lo tanto, Él es el Padre. Su intención es producir muchos hijos, regenerándolos con Su vida. Dios es el Padre y engendra a muchas personas con Su vida, haciéndolas Sus hijos. En el Evangelio de Mateo el Señor les enseñó a Sus discípulos a llamar a Dios: “Padre” cuando dijo: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mt. 6:9). Cuando llamamos a Dios: “Padre nuestro”, debemos comprender que Él es en verdad nuestro Padre. No es nuestro suegro, y nosotros no somos Sus hijos adoptivos. Él es nuestro Padre en vida, nuestro Padre legítimo. Lo llamamos Padre porque nacimos de Él y tenemos Su vida.

  ¡Cuán dulce es llamar a Dios, Padre nuestro! Tanto Romanos 8:15 como Gálatas 4:6 hablan de clamar: “Abba, Padre”. En todo el mundo los niños pequeños repiten una misma sílaba dos veces para llamar a sus padres: “papá o mamá”. Decir sólo pá o má no se oye tan íntimo. En cualquier raza los niños llaman a sus padres, papa, baba o algo similar. Si yo no hubiera nacido de mi padre, y de todos modos tuviera que llamarlo papá, sería bastante incómodo. Me sentiría cohibido si tuviera que llamar papá a mi suegro. Eso no sería muy agradable.

  En cierta ocasión un recién convertido se acercó al hermano Nee y le preguntó por qué Romanos 8:15 y 16 dice que clamar “Abba, Padre” da testimonio de que somos hijos de Dios. El hermano Nee le preguntó si él era casado, a lo cual respondió que sí. Entonces el hermano Nee le dijo: “Cuando usted visitó a sus suegros después de casarse, ¿cómo llamó a su suegro?”. Él contestó: “Tuve que hacer un esfuerzo para llamarlo papá”. El hermano Nee añadió: “Cuando usted llama papá a su padre, ¿le cuesta trabajo hacerlo?”. El hermano contestó: “Claro que no; cuando me dirijo así a mi padre, es muy agradable”. El hermano Nee le preguntó por qué se le hacía difícil llamar papá a su suegro, y él respondió: “Porque él no es mi padre”. El hermano Nee dijo: “Correcto. Él no es su verdadero padre; por eso, le cuesta tanto llamarlo papá. Dios es su Padre, su Padre en vida; Dios no es su suegro”. Debido a que Dios es nuestro Padre en vida, es tan agradable clamar “Abba, Padre”. Cuando usted siente ese gusto, sabe que es Su hijo y que verdaderamente Él es Su Padre en vida.

c. El Hijo vino y obró en el nombre del Padre

  Cristo vino como Hijo de Dios y en el nombre del Padre (5:43). También trabajó en el nombre del Padre (10:25). “En el nombre del Padre” significa en la realidad del Padre. Puesto que el Hijo es uno con el Padre (10:30), Él vino y obró en el nombre, es decir, en la realidad, del Padre.

d. El Hijo manifiesta el Padre a Sus discípulos

  Ya que el Hijo es uno con el Padre, cuando estaba con los creyentes les manifestó lo que el Padre era. Cuando ellos veían al Señor, veían al Padre (14:9). El Padre era expresado en Él.

e. El Hijo da a conocer el nombre del Padre a los creyentes

  En Juan 17:26 el Señor dijo: “Y les he dado a conocer Tu nombre, y lo daré a conocer aún”. ¿De qué manera dio el Hijo a conocer el nombre del Padre a los creyentes? No fue por medio de enseñanzas, sino impartiendo Su vida en ellos. El mejor medio por el que un niño conoce a su padre, es la vida misma de su padre que le fue impartida. Es mucho más difícil para un hijo adoptivo conocer a su padre, que para uno que es engendrado con la vida de su padre. Nosotros tenemos la vida del Padre. Debido a que somos iguales al Padre en vida y en naturaleza, nos es fácil conocerle. Ya que el Señor Jesús es el Hijo del Padre, vino a impartirnos Su vida, y puesto que la hemos recibido, espontáneamente esa misma vida, no las enseñanzas, nos da a conocer al Padre. Conocemos al Padre por medio de la vida.

3. La palabra del Padre y las palabras del Padre

  El versículo 6 dice: “Han guardado Tu palabra”, y el versículo 8 dice: “Porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron”. En el griego, estos versículos muestran que las palabras del Padre pueden ser de dos clases: lógos, la palabra eterna (v. 6), o réma, las palabras específicas dadas en un momento particular (v. 8). Tanto lógos como réma los usa el Señor para impartirles vida eterna a los creyentes. El lógos, la palabra constante, nunca cambia, pues es la palabra escrita en la Biblia. Pero cuando uno lee el lógos, el Espíritu usa algún enunciado, alguna cláusula o incluso una sola palabra para inspirarlo, y esa palabra llegará a ser la palabra específica para uno. Tomemos el ejemplo de Juan 3:16, que emplea el lógos, la palabra escrita. Un día, mientras uno lee este versículo, la palabra escrita se convierte en una palabra específica para el momento. Repentinamente las palabras de tal manera amó Dios al mundo resaltan, y uno dice: “¡De tal manera me amó Dios a mí!”. Así la palabra inmutable llega a ser la palabra específica para el momento; el lógos llega a ser el réma.

  La palabra eterna, lógos, y la palabra específica, réma, imparten la vida eterna en los creyentes que las reciben. Las palabras del Padre no tienen como fin primordial dar enseñanza o instrucción, sino impartir vida en los creyentes. Cuando las palabras amó Dios al mundo cobran vida y lo inspiran a uno a decir: “Te alabo Dios, porque me amaste”, la vida es infundida en uno, y recibe la vida del Padre, la cual es la realidad de Él. Cuando tenemos la vida del Padre, lo tenemos a Él y lo podemos disfrutar. ¿Dónde está el Padre? Está en Su vida, porque Su vida divina es la realidad del nombre Padre.

  Cuando recibimos la palabra de Dios, ésta nos regeneró (1 P. 1:23) y nos hizo hijos de Dios. De esta manera, Dios llegó a ser nuestro Padre, y nosotros llegamos a ser Sus hijos. El Señor vino para revelarles a Sus discípulos que Dios el Padre, la fuente de la vida, desea engendrar innumerables hijos. Así que, el Señor trajo la palabra de Dios a Sus discípulos, quienes al recibirla, nacieron de nuevo como hijos de Dios. Llegaron a ser los hijos de Dios, y Dios llegó a ser su Padre. Ahora, pueden llamar Padre a Dios porque tienen Su vida, la que los hace hijos de Dios.

4. Guardados en el nombre del Padre

a. Por la vida del Padre

  En el versículo 11 el Señor dijo: “Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y Yo voy a Ti. Padre santo, guárdalos en Tu nombre, el cual me has dado, para que sean uno, así como Nosotros”. Ser guardados en el nombre del Padre significa ser preservados por Su vida, porque sólo aquellos que nacieron del Padre y tienen Su vida pueden participar del nombre del Padre. El Hijo dio la vida del Padre a los que el Padre le dio (v. 2); ellos son partícipes del nombre del Padre al ser guardados en ese nombre y son uno en ese nombre. El primer aspecto de esta unidad consiste en ser uno en el nombre del Padre por Su vida divina.

b. En el mundo

  Los creyentes del Hijo viven en el mundo. Por lo tanto, necesitan ser guardados, o sea, separados del mundo, para ser santificados. En el versículo 11 el Hijo pide al Padre, quien es santo, que lleve a cabo esto.

c. Por el Padre santo

  En el versículo 11 el Señor llama al Padre: “Padre santo”. La vida del Padre es santa y separada del mundo. Aunque tenemos esta vida, si nos alejamos del Padre santo, tendremos problemas. Todos necesitamos ser guardados en el nombre del Padre por la vida del Padre santo.

5. Uno en el nombre del Padre

a. Así como los tres del Dios Triuno son uno

  Los tres del Dios Triuno son uno. Ésta es la verdadera unidad y el modelo de nuestra unidad. Los tres del Dios Triuno son uno en la vida, la naturaleza y la gloria divinas. Los muchos hijos de Dios también debemos ser uno en la vida divina, la naturaleza divina y la gloria divina. Debemos ser uno en la misma forma que los tres del Dios Triuno son uno.

b. Por la vida eterna

  Los creyentes son uno en el nombre del Padre por medio de la vida eterna. Ser uno en el nombre del Padre no consiste en mantener la unidad por medio de un título. Tomemos, por ejemplo, a cinco hermanos de sangre; puesto que son hijos del mismo padre, tienen la misma vida. La vida que ellos recibieron de su padre es la realidad de su padre. Su padre es real a ellos debido a que tienen su vida. Es posible que esos hermanos se disgusten entre sí y se menosprecien mutuamente. ¿Qué deben hacer? ¿Acaso deben separarse y permanecer divididos? No; pues aunque estén molestos entre ellos y se menosprecien, dentro de ellos hay algo que los mantiene unidos y los hace decir: “Tenemos el mismo padre y no debemos estar divididos. Debemos ser uno”. Es así como ellos se mantienen en unidad en el nombre de su padre. En realidad, ellos son guardados por la vida de su padre. Aunque se disgusten y quieran separarse, la vida de su padre, la cual llevan por dentro, los mantiene unidos. En lo más recóndito de su ser ellos se aman. Si uno de ellos es atacado, los demás lo defienden y pelean contra el atacante. Del mismo modo, el nombre del Padre, la realidad del cual es la vida del Padre, guarda a Sus hijos en unidad.

  No obstante, si los hijos del Padre permiten que su mentalidad venza y domine su vida interior, permanecerán divididos. La vida del Padre los une y los hace uno, pero su modo de pensar los divide. Los cristianos de hoy están divididos porque le dan mucha importancia a su mentalidad, la cual se ha desarrollado exageradamente, mientras que su estatura en vida es muy baja. Cuanto más desarrolle uno su mentalidad, más enano será en lo que respecta al crecimiento en vida. El desarrollo exagerado de la mentalidad es la causa de la división. Pero si permitimos que la vida interior se desarrolle, todos estaremos unidos en la vida del Padre. Y si permanecemos en la vida del Padre, seremos uno.

  Cualquier persona de una iglesia local que se considere mentalmente superior a los demás, causará divisiones. Nunca se considere a usted mismo muy inteligente. Tenga temor de su mente sagaz como se teme a una serpiente venenosa. ¡Oh, cuánto necesitamos ser guardados en la vida del Padre! Muchos hermanos de sangre se aman entre sí, no por tener la misma condición externa, sino por llevar la misma sangre. Yo tuve cuatro hermanos, y aunque en ocasiones reñíamos, siempre que alguien trataba de hacernos daño, inmediatamente nos uníamos porque llevábamos la misma sangre. De igual manera, la vida del Padre, que es la realidad de la unidad verdadera, nos mantiene unidos. No se preocupe por sus preferencias. Sus sentimientos pueden hacer que se enfade conmigo, y mi temperamento puede ocasionar que yo me enfade con usted; debemos olvidarnos de tales cosas y obedecer a la vida interior. La vida del Padre se halla dentro de usted y también dentro de mí. Todos nosotros tenemos la vida del Padre, y por esa vida eterna de nuestro Padre, somos uno.

c. Disfrutan el nombre del Padre, al Padre mismo

  Somos uno en el nombre del Padre al disfrutar al Padre mismo. Todos los hijos de Dios tenemos el mismo Padre. Pero cuando no somos unidos los unos con los otros, perdemos la sensación de disfrutar al Padre. Cuanto más somos uno por la vida del Padre, más tenemos el sentir de que lo podemos disfrutar. Cuando estamos juntos y clamamos: “Oh, Padre”, experimentamos algo muy dulce. Supongamos, por otro lado, que peleamos y nos dividimos en muchos grupos. En tal caso, cuando tratamos de clamar: “Oh, Padre”, no saboreamos la dulzura de Su nombre, pues ésta depende de la unidad de Sus hijos. Cuando somos uno, disfrutamos al Padre.

d. El primer aspecto de la unidad

  El primer aspecto de la unidad, que es la edificación de los creyentes, es la unidad en el nombre del Padre mediante Su vida divina. En este aspecto de la unidad, los creyentes, quienes nacieron de la vida del Padre, disfrutan Su nombre, al Padre mismo, como el factor de su unidad. Somos uno porque tenemos un mismo Padre. No sólo tenemos un mismo Dios, sino también un mismo Padre. Hemos experimentado plenamente este título tan agradable, Abba Padre, porque tenemos Su vida. Somos uno en Él por medio de Su vida.

  La base principal y el motivo primordial de nuestra unidad es que todos somos hijos de Dios y tenemos la misma vida divina; es decir, Dios es el Padre de todos nosotros. Ya que Dios es su Padre y el mío, somos de la misma familia, la familia de Dios. Aunque usted sea estadounidense y yo chino, podemos llamarnos hermanos. Esto es muy afectuoso e íntimo. De hecho, yo no siento tanta cercanía con mi propio hermano de sangre. El Señor es testigo de que esto es cierto. ¿A qué se debe esto? A que todos nosotros nacimos del mismo Padre y tenemos la misma vida; esa vida nos hace hermanos. No somos hermanos políticos, sino hermanos en vida. ¡Alabado sea el Señor porque somos hermanos por la vida del Padre! Ésta es la razón por la cual debemos ser uno. No existe ninguna razón por la que no podamos ser uno; somos una familia, pues tenemos el mismo Padre y la misma vida. Por lo tanto, tenemos la verdadera hermandad en vida, en la cual todos podemos y debemos ser uno.

e. Llenos de gozo

  En el versículo 13 el Señor dijo al Padre: “Pero ahora voy a Ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan Mi gozo cumplido en sí mismos”. La plenitud de gozo se halla en la verdadera unidad. Cuando somos uno en el nombre del Padre y por la vida del Padre, disfrutamos al Padre juntos, y el gozo del Señor es cumplido en nosotros. Es por eso que cuando verdaderamente somos uno, rebosamos de alabanzas al Padre. Estas alabanzas son simplemente el rebozar del gozo interior. Rebozando de alegría, nos regocijamos en la unidad.

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