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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 49

LA VIDA EN RESURRECCIÓN

(4)

VI. OBRA Y ANDA CON LOS CREYENTES

  En Jn. 21:1-14 vimos que, en resurrección, el Señor actuaba y vivía con los creyentes. Ahora, en los versículos Jn. 21:15-25, vemos que Él sigue obrando y andando con ellos.

A. Labora como el buen Pastor, el gran Pastor y el Príncipe de los pastores

  El Señor está trabajando como el Pastor para edificar la iglesia al pastorear Su rebaño (Jn. 21:15-17; 10:16). Hay tres aspectos relacionados con el Señor como Pastor: el buen Pastor (Jn. 10:11), el gran Pastor (He. 13:20) y el Príncipe de los pastores (1 P. 5:4). El pastoreo no es dado a individuos sino al rebaño. El rebaño es la iglesia, y la iglesia es el edificio. Al leer Juan 21 y 1 Pedro podemos ver que el pastoreo tiene como fin la edificación de la iglesia.

1. Despierta el amor de los discípulos para con Él

  En Juan 21:15 el Señor Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?”. Aquí el Señor estaba restaurando el amor que Pedro sentía por Él. Pedro tenía un corazón que amaba al Señor, pero tenía mucha confianza en su propia fuerza natural. Su amor por el Señor era precioso, pero su fuerza natural debía ser negada y quebrantada. El Señor permitió que Pedro fracasara completamente cuando éste le negó en Su presencia tres veces (Jn. 18:17, 25, 27), a fin de tocar la fuerza natural de Pedro y su confianza en sí mismo. Además, Pedro acababa de tomar la iniciativa en abandonar el llamamiento del Señor. Este fracaso, sin duda, trastornó la confianza natural que Pedro tenía con respecto a su amor por el Señor. Puesto que esto debió desanimarlo un poco, el Señor vino a restaurar el amor que Pedro le tenía, al encargarle el pastoreo de Su iglesia y a prepararlo para el martirio, a fin de que le siguiera sin tener confianza alguna en su fuerza natural.

  Cuando el Señor habló con Pedro en Juan 21:15-17, no le llamó “Pedro”, que era el nombre que tenía como persona regenerada, sino “Simón”, el cual era su nombre antiguo y describía a su persona natural. Debido a que Pedro todavía era una persona natural, el Señor le preguntó: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?”. El Señor le preguntó esto primero, debido a que Pedro había declarado audazmente al Señor, en la víspera de la traición, que él nunca lo abandonaría aun si los demás lo hicieran (Mt. 26:33). Pedro había dicho que seguiría al Señor aun hasta la muerte (Jn. 13:37; Mt. 26:35). Al decir esto, se estaba diferenciando de los demás discípulos. Y sí, él era diferente de ellos, pero no en su fuerza, sino en su debilidad. Cuando el Señor le preguntó: “¿Me amas más que éstos?”, le recordaba a Pedro lo que él era: un hombre sumamente confiado en sí mismo y demasiado orgulloso.

  Aunque el amor que Pedro tenía por el Señor era precioso, su fuerza natural debía ser quebrantada. Ésta fue quebrantada por el Señor en dos maneras: cuando Pedro negó al Señor y cuando tomó la iniciativa en apartarse del llamamiento del Señor. Pedro fracasó la primera vez cuando negó al Señor tres veces, y la segunda vez, cuando fue a pescar. Los discípulos fueron a pescar porque no tenían nada que comer. Cuando Abraham estaba en Canaán, él también fue puesto a prueba al confrontar el mismo problema. Descendió a Egipto debido al hambre que había en la tierra. Igualmente, Pedro y los otros discípulos descendieron al mar a pescar; ellos fueron puestos a prueba debido a la escasez de alimento. Pedro pensó que era muy fuerte y capaz de resistir cualquier prueba, incluso la muerte. Por eso le había dicho al Señor que le seguiría hasta la muerte. Así que, el Señor sometió a Pedro a dos pruebas, y Pedro fracasó en ambas.

  ¿De qué manera terminó el Señor con la fuerza natural de Pedro? Lo hizo al retirar temporalmente Su mano de él. En Juan 10:28 el Señor había dicho que nadie podía arrebatar a los creyentes de Su mano. El hecho de que Pedro traicionara al Señor, negándolo tres veces en Su presencia, significa que el Señor había apartado Su mano de él por un tiempo. Pareciera que el Señor dijera: “Pedro, tú tienes demasiada confianza en ti mismo. No sabes que tu firmeza depende de que Yo te sostenga con Mi mano. Si Yo no te estuviera sosteniendo, no podrías mantenerte firme. Tan sólo aparto Mi mano de ti por un momento, y veamos si puedes permanecer en pie”. Entonces el Señor se apartó por un tiempo, y Pedro cayó. No piensen que podemos estar firmes por nuestras propias fuerzas. No; una mano invisible nos sostiene todo el tiempo. Aprecio el hecho de que a través de los años, y aun ahora mismo, muchos santos han orado por mí. En la comunión que tengo con el Señor en el espíritu, tengo un sentir profundo y un aprecio por el hecho de que muchos santos amados están orando por mí. Por mi propia cuenta no puedo permanecer firme; no puedo ministrar. Sé cuál es la fuente de poder del ministerio y estoy consciente de que ésta no se encuentra en mí, sino en Él. Es importante que todos comprendamos esto. Debido a que Pedro era tan fuerte y tenía tanta confianza en sí mismo, el Señor se vio obligado a retirar Su mano de él temporalmente. Como resultado de esto, Pedro cayó y negó al Señor tres veces. Además, no pudiendo soportar la prueba respecto a su sustento diario, tomó la iniciativa en regresar al mar. Tal vez Pedro pensó que era razonable hacer eso, porque en ese momento no veía la provisión del Señor. Sin embargo, al volver a su antiguo oficio Pedro quedó al descubierto. El Señor apartó Su mano por un tiempo, y Pedro fue completamente expuesto. Es así como el Señor lo disciplinó.

  En el capítulo 21 vemos a un Pedro humilde y muy abatido. Indudablemente estaba muy desanimado; así que el Señor vino para levantarlo, fortalecerlo y restaurarlo. Es muy significativo que el Señor le preguntara delante de los demás discípulos: “¿Me amas más que éstos?”. El Señor pareciera estar diciendo: “Simón, ¿has olvidado que hace apenas unos días dijiste en presencia de todos los demás, que aunque ellos me abandonaran, tú me seguirías, incluso hasta la muerte? Éstas fueron tus palabras. Ahora, Simón, Yo te pregunto si tú me amas más que todos éstos”. Si yo hubiera sido Pedro, no me hubiera atrevido a contestarle ni una sola palabra. Pero él simplemente contestó: “Sí, Señor, Tú sabes que te amo” (v. 15). Pedro no pudo contestar al Señor de forma directa, porque se encontraba en una situación desconcertante. No dijo: “Señor, te amo” o “Señor, no te amo”. Si usted hubiera sido Pedro, ¿cómo le habría contestado al Señor? ¿Acaso habría dicho: “Sí, Señor, te amo más que todos éstos!” o “Lo siento, Señor, no te amo” o “Señor, discúlpame por jactarme al decir que te amaba y luego no pude cumplirlo”. Pedro había perdido su confianza en sí mismo y no pudo decir otra cosa que: “Señor, Tú sabes que te amo”. En otras palabras, es como si dijera: “Realmente no sé si te amo o no; Señor, Tú lo sabes. Si dijera que te amo, sé que esto no significaría nada. Anteriormente dije que te amaba, pero fracasé. De hecho, Tú me advertiste que fracasaría y te negaría tres veces, y así sucedió. Ahora, Señor, todo depende de Ti. Tú sabes, yo no”. Aquí vemos a un hombre que fue puesto a prueba y que fue quebrantado.

  En los versículos 16 y 17 vemos que el Señor le preguntó a Pedro dos veces más: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?”. Cuando el Señor le hizo esta pregunta por tercera vez, Pedro se contristó profundamente, y por dos razones. Él se contristó en primer lugar porque el Señor le hizo la misma pregunta tres veces. Si yo le hiciera a usted lo mismo, se sentiría bastante incómodo. En segundo lugar, se contristó porque al hacerle la misma pregunta tres veces, el Señor le recordaba que él le había negado también tres veces. Cuando Pedro negó al Señor estaba calentándose junto a un fuego (18:25). En Juan 21 también había otra fogata. Lo que el Señor hizo fue muy significativo, porque parece que con el fuego le hacía recordar a Pedro su negación. Es como si Él le dijera: “Pedro, ¿te acuerdas de aquel fuego? ¿Recuerdas que junto al fuego me negaste? Cerca de aquel fuego tú me negaste, pero ahora, cerca de este fuego Yo te suministro”. De esta manera el Señor provocó que Pedro recordara lo que había hecho junto a aquel fuego y que comprendiera lo que era y donde estaba. Pedro aprendió bien esta lección. En todo el Nuevo Testamento, el cuadro que mejor describe a Pedro es el de Juan 21. Me gusta el hermano Pedro en este capítulo. Aquí podemos verlo como una persona tierna, mansa y quebrantada, un hombre que verdaderamente había aprendido la lección de ser probado y quebrantado por el Señor.

2. Les encarga que alimenten a los corderos y que pastoreen a las ovejas

  Después de restaurar el amor de Pedro hacia Él, el Señor Jesús le da un encargo diciendo: “Apacienta Mis corderos”, “Pastorea Mis ovejas”, “Apacienta Mis ovejas”. Los primeros veinte capítulos del Evangelio de Juan recalcan la necesidad de creer en el Hijo para tener vida (3:15). Pero en este capítulo el punto principal no es creer, sino amar. En el capítulo 15, llevar fruto es el producto de ser llenos de las riquezas de la vida interior hasta rebosar. Aquí apacentar a los corderos equivale a alimentarlos con las riquezas de la vida interior. Para alimentar a otros, necesitamos primero disfrutar de las riquezas de la vida divina del Señor. Esto requiere que lo amemos. Creer en el Señor es recibirlo; amar al Señor es disfrutarlo. El Señor vino como nuestra vida y nuestro suministro de vida. Necesitamos tener fe en Él y amarlo. Según el Evangelio de Juan, éstos son los requisitos que debemos cumplir para poder participar del Señor.

  Se apacienta a los corderos al alimentarlos con las riquezas de la vida interior y se pastorea a las ovejas para edificar la iglesia. “El rebaño” (10:14, 16), que es la iglesia, se pastorea (Hch. 20:28); de ahí que el pastoreo se relacione con el edificio de Dios (Mt. 16:18). Más adelante, Pedro indica esto en su primera epístola cuando nos dice que el crecimiento, que es producido al alimentarnos con la leche pura de la Palabra, tiene como fin la edificación de la casa de Dios (1 P. 2:2-5), y cuando exhorta a los ancianos a apacentar el rebaño de Dios (1 P. 5:1-4). El crecimiento que resulta de la alimentación tiene como fin la edificación. El Señor continúa trabajando con los discípulos de la misma manera. Hoy en día, el Señor trabaja con nosotros en la edificación de la iglesia al alimentar a los corderos y pastorear a las ovejas.

  Al considerar Juan 10 y 1 Pedro 2 y 5, podemos ver que la alimentación de los corderos y el pastoreo de las ovejas tienen como fin la edificación de la iglesia. Según Juan 10, el Señor entregó la vida de Su alma para que Sus ovejas pudieran tener Su vida divina y así fueran reunidas como un solo rebaño. Reunir a todas Sus ovejas en un solo rebaño es la verdadera edificación. En 1 Pedro 2 se nos dice que nosotros, como niños recién nacidos, debemos ser alimentados con la leche pura de la Palabra a fin de crecer y ser juntamente edificados como una casa espiritual. Finalmente, en 1 Pedro 5 él, como uno de los ancianos, exhorta a todos los ancianos que cuiden de las ovejas alimentándolas y pastoreándolas. Alimentar a las ovejas difiere de pastorearlas. En Juan 21:15 el Señor dijo: “Apacienta Mis corderos”; en 21:16 Él añadió: “Pastorea Mis ovejas”; y en 21:17 dijo: “Apacienta Mis ovejas”. Pastorear significa cuidar de las ovejas, y apacentarlas significa proveerles alimento. Hoy en día mientras servimos al Señor, no solamente debemos cuidar de Sus ovejas, sino también alimentarlas con el alimento espiritual. No es suficiente sólo cuidar y atender a los hermanos y hermanas; también debemos alimentarlos. En el versículo 15 el Señor dijo “Apacienta Mis corderos” y en el versículo 17 añadió: “Apacienta Mis ovejas”. Por esta palabra podemos ver que tanto los creyentes jóvenes como los creyentes más maduros necesitan ser alimentados. Si el Señor nos ha encomendado el cuidado de Su rebaño, debemos encargarnos de hacer dos cosas: alimentar y cuidar a las ovejas.

B. Camina con los discípulos, que son aquellos que lo siguen

1. Los instruye a seguirle hasta la muerte

  En Juan 21:18-23 vemos al Señor Jesús caminando con los discípulos, aquellos que lo siguen. El Señor, después de restaurar el amor de Pedro hacia Él, y de encargarle que apaciente a los corderos y pastoree a las ovejas, predijo el martirio de Pedro, con lo cual instruía a los discípulos a que le siguieran hasta la muerte. En el versículo 18 el Señor le dijo a Pedro: “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, y andabas por donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará adonde no quieras”. Al decir esto a Pedro, estaba “dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios”. Más tarde, en 2 Pedro 1:14, Pedro hizo mención de esto. En este capítulo el Señor preparaba a Pedro para que le siguiera hasta la muerte, pero no por sus propios méritos ni por su propia voluntad. Es como si el Señor le dijera: “Pedro, aunque tú no cumpliste tu palabra, Yo sí cumpliré la Mía. Declaraste que aun morirías por Mí, pero no lo cumpliste. No obstante, un día tú morirás por Mí, pues morirás para glorificar a Dios. Mientras seas joven, serás libre, pero llegará el día en que serás viejo. Entonces serás atrapado, atado y llevado a un lugar adonde no querrás ir”. Después de oír esto Pedro comprendió que moriría como mártir por causa del Señor. En ese tiempo Pedro no dijo ni sí ni no.

  El Señor, después de predecir el martirio de Pedro, le dijo: “¡Sígueme!”. Todos debemos seguir al Señor, quien mora en nuestro interior. Aquel a quien debemos seguir mora en nosotros. Según lo indica el versículo 18, no debemos seguir al Señor por nuestra propia voluntad, sino según Su dirección. Le seguimos aun hasta la muerte para glorificar a Dios (v. 19). Además, debemos seguirle sin hacer caso a los demás. Después de que el Señor dijo a Pedro que le siguiera, Pedro volteó hacia Juan y dijo a Jesús: “Señor, ¿y qué de éste?” (v. 21). El Señor le contestó: “Si quiero que él quede hasta que Yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú” (v. 22). El Señor le decía a Pedro que lo que pasara con Juan no era de su incumbencia y que él tenía que seguirlo.

  Este capítulo nos muestra que después de haber sido regenerados y comisionados por el Señor, debemos amarle a cualquier precio y seguirle hasta el fin haciendo cualquier sacrificio. Al seguir al Señor de esta forma, cumpliremos el propósito del Señor de apacentar a Sus corderos y de alimentar y pastorear a Sus ovejas.

2. Declara que algunos de Sus seguidores vivirán hasta que Él venga

  El versículo 23 hace referencia a lo que el Señor dijo a Pedro acerca de Juan: “Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que Yo venga, ¿qué a Ti?”. Por esta palabra el Señor indica que algunos de Sus seguidores vivirán hasta que Él venga.

3. Los discípulos le siguen y viven con Él en Su presencia invisible y esperan que Él venga en Su presencia visible

  Parece que en esta porción de la Palabra se hallan algunos elementos contradictorios. Cuando el Señor dijo: “Sígueme”, Él estaba con los discípulos. ¿Cómo pues podía decir: “Hasta que Yo venga?”. Puesto que Él estaba allí, no necesitaba venir. Si Él quería decir que los iba a dejar y que después regresaría, ¿cómo entonces les dijo: “Sígueme tú”? ¿Cómo iban a seguirlo? Cuando era joven fui perturbado por esto y pensé: “Si el Señor está aquí para que le sigamos, entonces no hay necesidad de que venga, pues Él ya se encuentra aquí. Pero si Él va a venir, entonces debe de estar lejos de nosotros. ¿Cómo entonces puede pedirnos que le sigamos?”. La respuesta a todas estas preguntas se relaciona con Su presencia invisible. En cuanto a Su presencia visible, Él dejaría a los discípulos y más tarde regresaría; pero en cuanto a Su presencia invisible, Él estaría con ellos todo el tiempo. Por un lado, Él estaría con ellos y, por otro, estaría ausente de ellos. Así que, por una parte, ellos podían seguirlo, pero por otra, tenían que esperar Su regreso.

  La presencia del Señor tiene dos aspectos: la visible y la invisible. Debido a Su presencia invisible, podemos seguirle. El Señor está aquí invisiblemente; por lo tanto, podemos seguirle. Pero no se encuentra aquí visiblemente, y por eso, debemos esperar hasta que Él venga. La clave de todo esto es Su maravillosa presencia. En esta era, Su presencia invisible es mejor que Su presencia visible, pues es más valiosa, prevaleciente, rica y real. Espero que todos podamos entender estos dos aspectos de la presencia del Señor. En cuanto a la visible, esperamos Su venida; pero con respecto a la invisible, Él está siempre con nosotros y nosotros le seguimos. Después de Su resurrección, el Señor permaneció con los discípulos durante cuarenta días (Hch. 1:3-4) con el fin de entrenarlos para que conocieran Su presencia invisible, la pusieran en práctica y vivieran por ella. En el versículo 23 el Señor indicó que algunos de Sus creyentes lo seguirían hasta la muerte y que algunos permanecerían, es decir, vivirían hasta que Él regresara.

  Juan 21 es un capítulo muy práctico. Hemos visto que fuimos regenerados como hijos de Dios y que tenemos Su vida y Su naturaleza. Así que, somos la manifestación de Dios. Dios nos ha dado una comisión divina y celestial, y debemos laborar para cumplir Su propósito, es decir, debemos alimentar a Sus ovejas y pastorear a Su rebaño, hasta que todas las ovejas sean reunidas como un solo Cuerpo para formar una casa espiritual. Aunque debemos hacer estas cosas, todavía existe el asunto práctico de nuestro sustento. En este capítulo vemos que el Señor suplirá nuestras necesidades y se ocupará de nuestro sustento. Nosotros simplemente debemos confiar el asunto de nuestro sustento diario a Él y dejarlo en Sus manos. Si estamos sometidos a Su voluntad, Él ciertamente nos sustentará. Además, debemos comprender que el testimonio del Señor requiere de nuestro sufrimiento y sacrificio, y de seguirle incluso hasta la muerte.

  Lo abarcado en Juan 20 y 21 es muy amplio. Comienza con el descubrimiento de la resurrección del Señor y concluye con Su regreso. Entre estos dos eventos encontramos todo lo que se relaciona con la vida de los creyentes durante la era de la iglesia tal como: buscar al Señor movidos por nuestro amor hacia Él, especialmente en nuestro tiempo personal durante la vigilia matutina; ver al Señor en resurrección; recibir la revelación de lo que produjo Su resurrección, o sea, que Su Padre es nuestro “Padre” y nosotros somos Sus “hermanos” al experimentar Su manifestación; reunirnos con los creyentes para disfrutar la presencia del Señor; recibir al Espíritu Santo al soplarse el Señor en nosotros; ser enviados por Él con Su comisión y autoridad para representarlo; aprender a vivir por la fe en el Señor y a confiar en Él en cuanto a nuestro sustento diario; amar al Señor después de que nuestra fuerza natural sea quebrantada y después de haber aprendido la lección del quebrantamiento, esto es, de haber perdido la confianza en nosotros mismos y confiar absolutamente en Él; pastorear el rebaño para que la iglesia sea edificada; practicar el vivir en la presencia invisible del Señor, en el cual algunos siguen al Señor hasta la muerte para glorificar a Dios —no por nuestra propia voluntad sino según la dirección del Señor— y otros vivirán hasta Su regreso.

  Como ya vimos, el Evangelio de Juan comienza con el Verbo en la eternidad pasada. Después de pasar por el largo proceso de la encarnación, crucifixión y resurrección, este Verbo llegó a ser el Espíritu vivificante, el pnéuma santo, el soplo santo (20:22). En el griego, la palabra pnéuma se traduce “aliento” y también “espíritu”. El Verbo eterno llegó a ser este aliento, este Espíritu. Éste es el Dios que pasó por un proceso a fin de ser nuestro disfrute. Él es ahora la vida y el Espíritu en resurrección quien actúa, vive, obra y anda con nosotros. Además, Él se reúne con nosotros todo el tiempo. En resurrección Él, como vida, Espíritu y aliento santo, está constantemente con nosotros en una forma invisible. Y continuará con nosotros en esta forma invisible, reuniéndose, actuando, viviendo, laborando y caminando con nosotros, hasta que Él regrese en forma visible. Éste es el Jesucristo en quien hemos creído, el Señor a quien hemos recibido, el Dios a quien servimos, adoramos y disfrutamos, y el Espíritu todo-inclusivo, quien está siempre con nosotros y dentro de nosotros. ¡Alabado sea Él!

  El Evangelio de Juan no tiene conclusión. Este libro no ha sido terminado, sino que sigue escribiéndose bajo la composición del Espíritu. Tal vez el Evangelio de Juan ya tenga dos mil o tres mil capítulos. Este libro sigue escribiéndose, y nosotros estamos incluidos en esta composición. ¡Alabado sea el Señor!

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